Este relato es FICTICIO, y nunca ocurrió.
Diciembre de 2009. Lugar: Villa Martelli. Faltaban 4 días para que termine el año y no era sorpresa oír cohetes rompiéndole las pelotas a la gente que allí vive, y mucho más si a tres cuadras hay una plaza, muy concurrida. Esta zona es de casas bajas, algunas nuevas y otras tradicionales, de más de 50 años, pero en buen estado.
Todos hemos querido hacer la gran “mi pobre angelito”: quedarnos solos por muchos días, a pesar de que nuestros padres se preocupan por nosotros. Y ahora le tocó a Juan Portela, “Juanelo” para sus amigos. Era un purrete sencillo, humilde, al igual que su familia, y era un desastre en el levante. Tenía 20 años y laburaba en una empresa de seguros, 8 horas por día, y estaba de vacaciones desde el 23, y a pesar de que ya no era un angelito, era muy independiente pero no por eso poco bueno.
Con su platita zafaba, y encima recibiría el año solo, sin nadie, pero le cayó un día una terrible sorpresa que no lo hizo quedarse tan solo. 5 tipos armados entraron a su casa el 28 a la madrugada: le pidieron todo lo que lógicamente se pide en un robo y accedió. Lloró sin parar y por cagón le pegaron con el fierro en la cabeza. Se desmayó por unas horas y los sujetos se cagaron hasta las patas, pensando que había espichado, pero no fue tan así. Recuperó la conciencia a las 9 de la mañana, se incorporó y como estaba (sin remera) fue hasta la cocina y se preparó un mate cocido. Sin querer, visualizó a Calvo y a Tito, dos de los chorros, y levantó las manos, pidió por favor que al menos, le dejen ver el primer día del 2010. Sintéticamente, Tito dijo: “Viejo, te vamos a retener la guita por un rato, no te vamos a hacer nada, solamente queremos joderte un poquito. Te hacemos compañía y si querés te ayudamos a preparar la cena para el 31.” “OK”, dijo Juanelo, pero quiso localizar a los otros tres. Allí, salían de una de las habitaciones Couto, Gaby y Pepe, despeinados y desarreglados.
Juanelo: - ¿Éstos se la comen?
Calvo: - Yo y Tito sí, pero no lo saben ni nuestras esposas. Y no somos todos tipos, che, tenemos a una señorita en nuestra banda (dijo, señalando a Gaby, que tenía el cabello recogido y se lo soltó cuando la nombraron).
Gaby: - A veces es necesario ocultarse, sino te discriminan por tu género.
Compartieron luego el almuerzo, y por supuesto, la pileta a media tarde. A eso de las 6, estaban Juan y los otros 4 hombres metidos dentro, pero parece que por comodidad, Tito y Calvo se quedaron en bolas, y no les importaba que los miraran. Mientras, Gaby estaba afuera, lejos de la pileta y leía unos libros. Tenía puesto un vestido largo hasta las rodillas, de colores desteñidos, que era muy elegante, además de que ella era muy linda. Juanelo preguntaba a veces por la guita, y le decían que ya se la iban a devolver, que era una joda porque le habían caído bien, nada más. Estos cinco machos se comportaban como nenes, jugaban, saltaban, cantaban canciones, pero la única diferencia es que no tenían una madre cerca que los vigile. Así estuvieron hasta las 9 de la noche, cuando Juan salió y ayudó a preparar la comida. En la cena, se hicieron remembranzas de sus mejores robos, de que si alguna vez mataron a alguien, y nombraban a sus ídolos, el Gordo Valor, la Superbanda y los 12 Apóstoles del penal de Sierra Chica. Después de comer, levantaron todo y volvieron para afuera, mientras el dueño de casa lavaba los platos. Volaban las risas, los momentos de oír, de sorpresa, las jodas, pero no había nada de sexo ni promiscuidad en cada una de las palabras. Las siguientes noches iban a ser así: descontroladas de boca, pero mejores que las que este pibe tuvo en años.
El 31, brindaron, pidieron deseos, casi todos referidos con la prosperidad, y comenzó la pachanga, el baile pasó a mayores y fue muy gracioso ver a los machos bailar entre ellos, porque estos parecían ser “chorros open-mind”: el prejuicio se evaporaba. Obviamente hubo alcohol, y todos bebieron. Se vaciaron unas 10 botellas de sidra, y los “tórtolos” quedaron tan dados vuelta que empezaron a franelearse delante de Juan, pero como ya lo sabía, trataron de ayudarlos a llegar a la habitación donde se habían establecido, para ver si su “noche de amor” tomaba forma. Llegaron las tres de la mañana y los primeros ruidos se oían; básicamente se oía el rebote de los resortes de esa cama, y algún que otro gritito, de voz muy grave, por cierto. Ahora eran Gaby y Juanelo los que se quedaron solos, en un silencio reinante, y con una música bajita de fondo. Era jodona, y su fuerza física era privilegiada, pero para un pibe de barrio, era como probar el fruto prohibido. Su belleza era increíble, y sus ojos eran muy particulares. Habían hablado por una hora, y de seguro que esa hora les sirvió para conocerse. No es necesario aclarar que algunas de sus acciones eran las mismas que las de sus amigos, así que lo trató igual que al principio, para el orto. En el suelo del patio, le apretó las manos y le dijo: “Dejame ver… Sí, tengo tu guita, pero no sé que voy a hacer con ella. Dame unas ideas.” No pudo decir nada y ella le metió una trompada en el cráneo muy leve, pero no se la bancó y se resbaló un poco al no tener las manos para erguirse. “Me parece que estas cosas no las podemos arreglar mano a mano, quizás al truco, pero hay algunos que no saben jugar (indirecta; jugaron al truco y perdió porque no entendía). Hay otras formas…” dijo ella, con una sonrisa socarrona, o confusamente lasciva. Lo hizo ponerse de pie, y lo apuraba para ir a la habitación.
Cuando llegaron, lo lanzó bruscamente a la cama y ella se sacó el vestido negro de gala que llevaba, exhibiendo una ropa interior fina (por la calidad, no por el grosor) roja. Él quería sentarse, pero se le tiró encima y quedó boca abajo, mientras ella lo provocaba con insultos, halagos, falta de masculinidad, en fin, entre otros tantos. De repente, la camisa de él estaba ya lanzada bajo la cama, mientras esta subjefa (rango en la banda) le pellizcaba la espalda. A los 10 minutos estaban ambos desnudos y él no podía separar su boca de la piel de ella, porque eso la desestabilizaba. Las piernas de Juanelo estaban molidas por las trompadas que ella le había dado, y ella prefería vengarse de ese goce extremo ahorcándolo y siguiendo con una eterna catarata de insultos que lo hicieran mejorar su mal comportamiento. La perversión en las miradas era el principal encendedor de ese fuego pasional.
Durmieron el resto de la noche juntos, y a las 12 se levantaron, tomaron mate con galletitas, y los vieron venir a los otros integrantes de esta tropa de delincuentes comunes. Tito y Calvo comentaron una de sus historias menos conocidas: la última vez que se quedaron abotonados en un “telo” en Tropezón, o cuando intentaron balear a los custodios de un famoso, una de las historias de siempre. Pepe y Couto narraron el día en que fueron a la Sociedad Rural y los fajaron por “portar rostro”. Hubo comentarios y chistes por las dos aventuras de la madrugada, pero quedaron anonadados al enterarse de los “tortolitos heterosexuales”, y ahora todo era como antes. La guita volvió al dueño, ellos se quedaron un par de días más y la despedida fue tremenda, con llanto, abrazos, y sobre todo, con buenos mensajes. A pesar de que Juan y Gaby no se amaban, se apreciaban, y quizás podrían verse de nuevo para “ir a la correccional” (ustedes saben a qué me refiero…). Jejeje…
Diciembre de 2009. Lugar: Villa Martelli. Faltaban 4 días para que termine el año y no era sorpresa oír cohetes rompiéndole las pelotas a la gente que allí vive, y mucho más si a tres cuadras hay una plaza, muy concurrida. Esta zona es de casas bajas, algunas nuevas y otras tradicionales, de más de 50 años, pero en buen estado.
Todos hemos querido hacer la gran “mi pobre angelito”: quedarnos solos por muchos días, a pesar de que nuestros padres se preocupan por nosotros. Y ahora le tocó a Juan Portela, “Juanelo” para sus amigos. Era un purrete sencillo, humilde, al igual que su familia, y era un desastre en el levante. Tenía 20 años y laburaba en una empresa de seguros, 8 horas por día, y estaba de vacaciones desde el 23, y a pesar de que ya no era un angelito, era muy independiente pero no por eso poco bueno.
Con su platita zafaba, y encima recibiría el año solo, sin nadie, pero le cayó un día una terrible sorpresa que no lo hizo quedarse tan solo. 5 tipos armados entraron a su casa el 28 a la madrugada: le pidieron todo lo que lógicamente se pide en un robo y accedió. Lloró sin parar y por cagón le pegaron con el fierro en la cabeza. Se desmayó por unas horas y los sujetos se cagaron hasta las patas, pensando que había espichado, pero no fue tan así. Recuperó la conciencia a las 9 de la mañana, se incorporó y como estaba (sin remera) fue hasta la cocina y se preparó un mate cocido. Sin querer, visualizó a Calvo y a Tito, dos de los chorros, y levantó las manos, pidió por favor que al menos, le dejen ver el primer día del 2010. Sintéticamente, Tito dijo: “Viejo, te vamos a retener la guita por un rato, no te vamos a hacer nada, solamente queremos joderte un poquito. Te hacemos compañía y si querés te ayudamos a preparar la cena para el 31.” “OK”, dijo Juanelo, pero quiso localizar a los otros tres. Allí, salían de una de las habitaciones Couto, Gaby y Pepe, despeinados y desarreglados.
Juanelo: - ¿Éstos se la comen?
Calvo: - Yo y Tito sí, pero no lo saben ni nuestras esposas. Y no somos todos tipos, che, tenemos a una señorita en nuestra banda (dijo, señalando a Gaby, que tenía el cabello recogido y se lo soltó cuando la nombraron).
Gaby: - A veces es necesario ocultarse, sino te discriminan por tu género.
Compartieron luego el almuerzo, y por supuesto, la pileta a media tarde. A eso de las 6, estaban Juan y los otros 4 hombres metidos dentro, pero parece que por comodidad, Tito y Calvo se quedaron en bolas, y no les importaba que los miraran. Mientras, Gaby estaba afuera, lejos de la pileta y leía unos libros. Tenía puesto un vestido largo hasta las rodillas, de colores desteñidos, que era muy elegante, además de que ella era muy linda. Juanelo preguntaba a veces por la guita, y le decían que ya se la iban a devolver, que era una joda porque le habían caído bien, nada más. Estos cinco machos se comportaban como nenes, jugaban, saltaban, cantaban canciones, pero la única diferencia es que no tenían una madre cerca que los vigile. Así estuvieron hasta las 9 de la noche, cuando Juan salió y ayudó a preparar la comida. En la cena, se hicieron remembranzas de sus mejores robos, de que si alguna vez mataron a alguien, y nombraban a sus ídolos, el Gordo Valor, la Superbanda y los 12 Apóstoles del penal de Sierra Chica. Después de comer, levantaron todo y volvieron para afuera, mientras el dueño de casa lavaba los platos. Volaban las risas, los momentos de oír, de sorpresa, las jodas, pero no había nada de sexo ni promiscuidad en cada una de las palabras. Las siguientes noches iban a ser así: descontroladas de boca, pero mejores que las que este pibe tuvo en años.
El 31, brindaron, pidieron deseos, casi todos referidos con la prosperidad, y comenzó la pachanga, el baile pasó a mayores y fue muy gracioso ver a los machos bailar entre ellos, porque estos parecían ser “chorros open-mind”: el prejuicio se evaporaba. Obviamente hubo alcohol, y todos bebieron. Se vaciaron unas 10 botellas de sidra, y los “tórtolos” quedaron tan dados vuelta que empezaron a franelearse delante de Juan, pero como ya lo sabía, trataron de ayudarlos a llegar a la habitación donde se habían establecido, para ver si su “noche de amor” tomaba forma. Llegaron las tres de la mañana y los primeros ruidos se oían; básicamente se oía el rebote de los resortes de esa cama, y algún que otro gritito, de voz muy grave, por cierto. Ahora eran Gaby y Juanelo los que se quedaron solos, en un silencio reinante, y con una música bajita de fondo. Era jodona, y su fuerza física era privilegiada, pero para un pibe de barrio, era como probar el fruto prohibido. Su belleza era increíble, y sus ojos eran muy particulares. Habían hablado por una hora, y de seguro que esa hora les sirvió para conocerse. No es necesario aclarar que algunas de sus acciones eran las mismas que las de sus amigos, así que lo trató igual que al principio, para el orto. En el suelo del patio, le apretó las manos y le dijo: “Dejame ver… Sí, tengo tu guita, pero no sé que voy a hacer con ella. Dame unas ideas.” No pudo decir nada y ella le metió una trompada en el cráneo muy leve, pero no se la bancó y se resbaló un poco al no tener las manos para erguirse. “Me parece que estas cosas no las podemos arreglar mano a mano, quizás al truco, pero hay algunos que no saben jugar (indirecta; jugaron al truco y perdió porque no entendía). Hay otras formas…” dijo ella, con una sonrisa socarrona, o confusamente lasciva. Lo hizo ponerse de pie, y lo apuraba para ir a la habitación.
Cuando llegaron, lo lanzó bruscamente a la cama y ella se sacó el vestido negro de gala que llevaba, exhibiendo una ropa interior fina (por la calidad, no por el grosor) roja. Él quería sentarse, pero se le tiró encima y quedó boca abajo, mientras ella lo provocaba con insultos, halagos, falta de masculinidad, en fin, entre otros tantos. De repente, la camisa de él estaba ya lanzada bajo la cama, mientras esta subjefa (rango en la banda) le pellizcaba la espalda. A los 10 minutos estaban ambos desnudos y él no podía separar su boca de la piel de ella, porque eso la desestabilizaba. Las piernas de Juanelo estaban molidas por las trompadas que ella le había dado, y ella prefería vengarse de ese goce extremo ahorcándolo y siguiendo con una eterna catarata de insultos que lo hicieran mejorar su mal comportamiento. La perversión en las miradas era el principal encendedor de ese fuego pasional.
Durmieron el resto de la noche juntos, y a las 12 se levantaron, tomaron mate con galletitas, y los vieron venir a los otros integrantes de esta tropa de delincuentes comunes. Tito y Calvo comentaron una de sus historias menos conocidas: la última vez que se quedaron abotonados en un “telo” en Tropezón, o cuando intentaron balear a los custodios de un famoso, una de las historias de siempre. Pepe y Couto narraron el día en que fueron a la Sociedad Rural y los fajaron por “portar rostro”. Hubo comentarios y chistes por las dos aventuras de la madrugada, pero quedaron anonadados al enterarse de los “tortolitos heterosexuales”, y ahora todo era como antes. La guita volvió al dueño, ellos se quedaron un par de días más y la despedida fue tremenda, con llanto, abrazos, y sobre todo, con buenos mensajes. A pesar de que Juan y Gaby no se amaban, se apreciaban, y quizás podrían verse de nuevo para “ir a la correccional” (ustedes saben a qué me refiero…). Jejeje…
1 comentarios - El robo más largo del mundo
Muy buena historia, incoherente pero buena.
El relato enredado pero lindo, me gustó.
Te doy diez puntos porque pasé un momento agradable leyendo y porque sale un poco de la mediocridad reinante.
Gracias por compartir 👍