Alrededor de las 16 llegamos a mi ciudad. Durante el viaje, acepté el pedido de Carolina de quedarse unos días en mi casa, hasta que ella se ubicase.
Conduje a la muchacha a un dormitorio amoblado con cama y placard, al lado del segundo baño; el principal se encontraba dentro de mí habitación. Le entregué sábanas, mantas, toallas y toallones.
-Caro, ponete cómoda, bañate, descansá; yo voy a ducharme y descansar una hora. En dos horas comemos algo –le dije.
Al terminar con mi higiene fui a mi cama de dos plazas, con intenciones de hacer una siesta. Empero, al cerrar mis ojos, recordé los momentos de placer, las cogidas con la pendeja.
Yo, un hombre de 48 años, tenía la fortuna inédita de haber gozado con una nena preciosa, una hermosa nena de 19 años, delgada, cuerpito duro y delicado, piernas de muslos firmes, pechos deliciosamente pequeños, conchita suave y sabrosa, un culito para delirar; una bellísima, terriblemente sexy lolita…
Pues si su edad real era excitante, en realidad aparentaba al menos tres años menos. En su bonita carita delicadamente ovalada, de rasgos aniñados y suaves, resaltaban sus ojos grandes, color miel, de mirada inocente y a la vez pícara. Y su graciosa naricita, armoniosamente respingada, y sus labios carnosos, los cuales parecían iluminarse con sus sonrisas.
Las imágenes en mi cerebro me quitaron el sueño y alzaron mi pija. La rodeé con la mano derecha para apretarla suavemente. ¡Estaba orgulloso de su suerte!; ¡Esta carne dura había recorrido el interior de una conchita inigualable, y largado mi leche allí dentro!
La única preocupación, mejor dicho, las dos preocupaciones, eran que temía enamorarme de Caro; y que ella, en algún momento, tal vez al otro día, se fuera.
Mis pensamientos fueron bruscamente interrumpidos al ver a la piba en la puerta. Desnuda. Con una taza en su mano izquierda.
-¿Puedo descansar al lado tuyo? –me preguntó con voz dulce.
-Si amorcito…, precisamente pensaba en vos…
-¿En mí?; ¿Qué pensabas?, si puedo saber… Vine porque yo también estaba pensando en vos… Si me contás, yo te cuento… - dijo y se recostó a mi derecha.
-Bueno, varias cosas… Una, ¿qué planes tenés a partir de mañana?
Carolina me miró tiernamente y se hizo un ovillo a mi costado.
-No tengo ningún plan. Lo único que quiero es quedarme con vos, si querés, si te gusto, hasta que te cansés de mi… - exclamó, mientras se soltaba su pelo y paraba al lado de la cama, mostrándome toda su hermosura.
-Decime: ¿te gusto? Vos me gustás mucho; y no lo digo por lo rico que hacés el amor, por esa preciosura que me metiste; me encanta como sos, como me tratás, tu ternura de hombre hecho y derecho… Quiero amarte, ser tuya, que me amés… Y que me hagás el amor, y sino no cogemos, que me dejés acariciarte, besarte. Pedime lo que quieras, pero déjame estar con vos… -sostuvo, y se arrodilló sobre la cama, acercando sus labios a los míos.
Quedé boquiabierto. Me costaba comprender que una muchachita hermosísima, de 19 años, se ofreciese sin pedir dinero a un hombre veintinueve años mayor.
-Pero no me contestés ahora… Estoy recién bañadita, tengo la conchita perfumada… ¿Querés probarla…? –dijo, y abrió sus maravillosas piernas.
Y mi lengua se hundió entre sus pétalos…
(Continúa)
Conduje a la muchacha a un dormitorio amoblado con cama y placard, al lado del segundo baño; el principal se encontraba dentro de mí habitación. Le entregué sábanas, mantas, toallas y toallones.
-Caro, ponete cómoda, bañate, descansá; yo voy a ducharme y descansar una hora. En dos horas comemos algo –le dije.
Al terminar con mi higiene fui a mi cama de dos plazas, con intenciones de hacer una siesta. Empero, al cerrar mis ojos, recordé los momentos de placer, las cogidas con la pendeja.
Yo, un hombre de 48 años, tenía la fortuna inédita de haber gozado con una nena preciosa, una hermosa nena de 19 años, delgada, cuerpito duro y delicado, piernas de muslos firmes, pechos deliciosamente pequeños, conchita suave y sabrosa, un culito para delirar; una bellísima, terriblemente sexy lolita…
Pues si su edad real era excitante, en realidad aparentaba al menos tres años menos. En su bonita carita delicadamente ovalada, de rasgos aniñados y suaves, resaltaban sus ojos grandes, color miel, de mirada inocente y a la vez pícara. Y su graciosa naricita, armoniosamente respingada, y sus labios carnosos, los cuales parecían iluminarse con sus sonrisas.
Las imágenes en mi cerebro me quitaron el sueño y alzaron mi pija. La rodeé con la mano derecha para apretarla suavemente. ¡Estaba orgulloso de su suerte!; ¡Esta carne dura había recorrido el interior de una conchita inigualable, y largado mi leche allí dentro!
La única preocupación, mejor dicho, las dos preocupaciones, eran que temía enamorarme de Caro; y que ella, en algún momento, tal vez al otro día, se fuera.
Mis pensamientos fueron bruscamente interrumpidos al ver a la piba en la puerta. Desnuda. Con una taza en su mano izquierda.
-¿Puedo descansar al lado tuyo? –me preguntó con voz dulce.
-Si amorcito…, precisamente pensaba en vos…
-¿En mí?; ¿Qué pensabas?, si puedo saber… Vine porque yo también estaba pensando en vos… Si me contás, yo te cuento… - dijo y se recostó a mi derecha.
-Bueno, varias cosas… Una, ¿qué planes tenés a partir de mañana?
Carolina me miró tiernamente y se hizo un ovillo a mi costado.
-No tengo ningún plan. Lo único que quiero es quedarme con vos, si querés, si te gusto, hasta que te cansés de mi… - exclamó, mientras se soltaba su pelo y paraba al lado de la cama, mostrándome toda su hermosura.
-Decime: ¿te gusto? Vos me gustás mucho; y no lo digo por lo rico que hacés el amor, por esa preciosura que me metiste; me encanta como sos, como me tratás, tu ternura de hombre hecho y derecho… Quiero amarte, ser tuya, que me amés… Y que me hagás el amor, y sino no cogemos, que me dejés acariciarte, besarte. Pedime lo que quieras, pero déjame estar con vos… -sostuvo, y se arrodilló sobre la cama, acercando sus labios a los míos.
Quedé boquiabierto. Me costaba comprender que una muchachita hermosísima, de 19 años, se ofreciese sin pedir dinero a un hombre veintinueve años mayor.
-Pero no me contestés ahora… Estoy recién bañadita, tengo la conchita perfumada… ¿Querés probarla…? –dijo, y abrió sus maravillosas piernas.
Y mi lengua se hundió entre sus pétalos…
(Continúa)
5 comentarios - Ella 19; yo, 48 (IV)