Mi amiga, su amante, mi amante, y yo (Parte 2)

Se sienta junto a Mario y palmeándome la cola me incita a hacer lo mismo que mi amiga. No tiene que insistirme. Lo empiezo a cabalgar con movimientos suaves y acompasados, disfrutando la fricción sobre mi clítoris, el deslizamiento, los golpes de su pelvis, la forma en que me chupa las tetas y me muerde los pezones. Entre suspiros y jadeos de placer, busco con la mirada a mi amiga que cabalga junto a mí. Está en pleno éxtasis, las mejillas encendidas, los ojos entrecerrados, la boca abierta, gozando a rabiar la supremacía viril del tachero. Me mira y sonríe, también le sonrío, mantenemos nuestras miradas por un momento y..., volvemos a besarnos, más profundamente esta vez, con pasión y desenfreno, olvidándonos por el momento de quienes están debajo nuestro.
No sé quién de las dos tomó la iniciativa, creo que fue algo consensuado, algo que deseábamos repetir en medio de aquel desbande en el que todo está permitido.
Sin dejar de cogernos desde abajo, nuestros machos nos incitan a seguir con aquel jueguito lésbico, el cual, vaya una a saber porque, parece ponerlos más calientes todavía. 
¡Que extraños son los hombres! Jamás me excitaría viendo dos hombres besándose,aunque debo admitir que los besos de la Negra surten en mí un efecto afrodisíaco inesperado. La suavidad de sus labios, la dulzura de su lengua, la calidez de su paladar, nada que ver con los besos furiosos y hasta bruscos de Mario y Gustavo. Ni mejor ni peor, solo diferente.
Tras el beso cambiamos de monturas, ella se sube sobre Gustavo y yo sobre el tachero, de nuevo la cabalgata, los movimientos, la pija gruesa, ancha de Mario llenándome de carne. Volvemos a besarnos, la Negra y yo, subiendo y bajando sobre nuestros amantes, aunque con nuestros sentidos puestos en ese beso cálido y aterciopelado que parece impactarnos de un modo muy distinto.
De mi boca baja hacia mis pechos y me los chupa suave y delicadamente, haciendo que mis pezones se pongan más duros todavía, al darse cuenta de ello me mira y me sonríe en esa forma suya tan sensual y me los muerde, arrancándome unos gemidos plenos de satisfacción. 
Ahora es Mario el que nos interrumpe, me agarra la cara con las dos manos, me aparta de mi amiga y llevándome hacia él, me besa con furia, como con bronca, mordiéndome la lengua y los labios a la vez que empieza a embestirme fuertemente desde abajo. Me coge y chuponea como queriendo demostrar que puede hacer conmigo lo que quiera, que soy suya para lo que guste mandar, por eso me mete un dedo en el culo y le da vueltas adentro, preparándolo para lo que de inmediato habría de suceder.
Me saca la pija de la concha y me la manda por detrás. Ya sé que la tiene demasiado gruesa, pero ya estoy acostumbrada a tales sacrificios, así que yo misma me escupo en la mano y empapo de saliva toda la circunferencia de mi receptivo culito. La dura y prominente cabeza se introduce en su objetivo, al principio duele, pero a medida que me va metiendo todo el resto, el dolor inicial se transforma en una sensación mucho más agradable y placentera. Sin embargo, Mario no me deja disfrutar mucho tiempo de la misma, ya que enseguida me echa hacia un lado y se levanta, con la pija bamboleándose bruscamente de un lado a otro.
Me pone en cuatro y ahora es él quien me escupe y lubrica el culo con su propia saliva. Me arremete de nuevo por detrás y empieza a culearme con una furia tal que pareciera querer partirme en veinte y regar mis restos por toda la sala.   
-Vení macho, probá lo que es este culito- le dice a Gustavo.
Éste sale de debajo de mi amiga, y con la pija chorreando flujo vaginal, se coloca tras de mí, dispuesto a aceptar el convite de su compañero de armas. Me la mete y entra a culearme en medio de expresiones por demás halagadoras para con mis atributos posteriores. Lo que viniendo de él resulta doblemente meritorio, teniendo en cuenta que suele comerse el terrible culazo de mi amiga.
Para no ser menos la Negra se pone también en cuatro, y palmeándose ruidosamente las nalgas, lo invita a Mario a darle también por el culo. Ni lerdo ni perezoso, mi tachero va hacia ella, la verga parada a más no poder, y se coloca en su retaguardia. Primero le acaricia esas nalgas que harían avergonzar a una veinteañera. ¿Cómo puede ser que no tenga ni un gramo de celulitis? Yo tengo unos años menos que ella y ya se me notan algunos pocitos.
Desde arriba Mario le suelta un largo escupitajo en el centro del culo, le pone la hinchada cabeza en la entrada y empieza a empujar. Como al principio se le resiste, se empapa el glande con más saliva y vuelve a intentarlo. Ahora sí,alcanza a meter la cabeza y ya con ella todo el resto se le facilita. La Negra brama de placer al sentir como el tachero le va llenando el culo con su gordura viril. Ver como la enculan a ella mientras me enculan a mí, me resulta fascinante, una de esas experiencias que debería figurar en las habituales listas de lo que hay que hacer antes de morirse. Sobre todo cuando se cambian y entonces es Mario el que me culea, me la mete dos, tres, cuatro veces y de nuevo Gustavo esta tras de mí. Se intercambian nuestros culos los muy turros, primero uno y luego el otro, se van alternando para culearnos, cada cual a su ritmo, con su propia cadencia y habilidad. Nos penetran fuerte y duro,profundamente, rebalsándonos de carne y venas, abriéndonos aún más de lo que ya estamos.
Las dos jadeamos al unísono, complacidas por esa culeada compartida que nos convierte en algo así como hermanas de sexo anal.
No se detienen, entran y salen en toda su extensión, clavándonos hasta los pelos,compitiendo entre ellos para ver cuál de los dos nos llega más profundo. Los dos lo hacen, trascienden los intestinos y el esfínter para llegarnos a lugares que por primera vez sentimos en forma tan nítida.
Mario no aguanta, y acaba escandalosamente en la espalda de mi amiga. Gustavo decide acompañarlo, pero no me la saca, sino que me la deja adentro, recordando seguramente aquello que le pedí cuando me tenía sobre la mesa:
"¡Si...cogeme y dejame la leche adentro!"
Y me dejó la leche adentro, nomas... Se descargó los huevos en mi culito, rebalsándome con una sensación efervescente que me envolvió por completo, como el capullo de una flor.
Cuando me la sacó del culo, se me escaparon unos cuantos pedos de aire, lo que provoco un estallido de carcajadas.  
-Lamento decírtelo Marita, pero... te fisuramos el orto- observo Gustavo, provocando que las risas se intensifiquen.
Me fui al baño, hice lo que tenía que hacer, me enjuagué y me lavé la cara. Me sentía como si me hubiera pasado una aplanadora por encima. Tenía la concha al rojo vivo, las nalgas entumecidas, y la parte alrededor del orificio anal me ardía de tanto roce, encima en las tetas se me notaban las marcas de dedos y chupones.
Y todavía no habíamos terminado...

Sigue el viernes...