Este relato es ficticio, y nunca sucedió.
Dije que no, pero no fue suficiente. No zafé, y nadie pudo ayudarme, ni siquiera mi amado. No sé si siento tanta culpa, pero la forma en que apareció me hace confundir.
Por ahí lo reprimí después de la mitad de mi adolescencia, pero no lo iba a reflotar.
Juré que eso no iba a salir nunca, pero la vida es un vaivén y te puede traicionar así por así.
Estaba envuelto entre esas sábanas tan blancas y suaves que adoraba, y lo tenía siempre a él a mi lado, mi protector, el dueño de mis deseos descansaba sin ropas (al igual que yo) después de haber pasado una de las sesiones sexuales más candentes que recuerde haber vivido. Se desplomó a los 10 minutos de terminar y lo dejé para que se recuperase y estuviese mejor al otro día. Un poco cansado, refregué mis ojos y observé las ventanas cubiertas por cortinas de seda; dejaban traslucir un poco de la luz de la luna, indicio de una velada ideal para el amor. No estábamos en una de nuestras casas, fuimos a una quintita allá pasando Luján, donde el tiempo pasa pero costumbres antiguas perduran. Caminamos las calles (muy tranquilas y poco transitadas) donde la gente es amable, respetuosa, y donde seguramente ellos pensaban que nosotros éramos “buenos amigos”, pero no demostramos afecto como para despertar sospechas. Cenamos afuera, con treinta y cuantos grados de calor, y casi como un deseo mío que él ya conocía, no se puso camisa a propósito. Adoro cuando el macho exalta su cuerpo trabajado y musculoso: eso siempre me derretía como un hielito. Nos queremos, pero sólo como amantes, porque tiene una reputación que cuidar, bueno, en realidad ambos, pero yo no quería pasar vergüenza frente a mis padres diciendo que “me la morfo”. Nunca estuve con tipas, pero porque no podía y no quería. Él cazó todas las que pudo, y su lado homosexual salió de golpe.
Luego vino la parranda: me mató contra la pared y me puteaba (ese tipo de sexo me encanta), me cagó a chirlos y grité como un condenado. Acabé tanto que quedé débil.
Serían como las 4 de la mañana. Ya no estaba ahí. Ahora me encontraba solo, en pelotas, y sin saber su paradero. Me dije: “fue al baño o afuera, ya volverá”. Intenté cerrar los ojos, pero una dulce voz hizo que abriera los párpados. ¿Cómo la describo? Negro, negro y negro. Quien la ve, diría que es la que no dejarías pasar nunca en tu vida, es la más atractiva y sensual dama que pude ver. Dije negro porque estaba vestida de ese color, y las sombras que caían sobre su perfil la hacían más bonita. Hablé y le dije que se vaya, que cómo podía ser que alguien se metiera de esta forma. Se negó, y dijo que no pensaba irse, que me buscaba. No tenía idea de qué carajo hablaba. Adelantó sus pasos hacia mi costado, tomó mi rostro y la observé fijo. Me quería morir, literalmente era para morirse. Antes dije que nunca había estado con mujeres, pero regularmente trataba de no observarlas, o de hacerlo poco. Ella tenía las manos suaves, y sus piernas eran larguísimas, cubiertas de medias negras. Su cabello era negro, y tenía la piel blanca. Sus labios me ahogaron, y traté de soltarme, pero era indomable. Choqué mi cabeza contra el respaldo por el movimiento, y le dije otra vez que estaba loca, que llamaría a la policía y que traería a mi Armando para que solucione esto. Con uno de sus dedos me calló y afirmó: “No podría venir la policía porque acá no hay teléfonos, ni tampoco señales buenas de celulares. No tengo nombre, soy un espíritu que puede corporizarse de cualquier forma; hoy elegí ser una femme fatale, y vine para que pruebes esa carne a la que le tenés tanto miedo, a esa carne “impura” que negaste por cobarde, a eso que llamarían la “normalidad”. Tu Armando no lo va a saber, él está durmiendo afuera, así que nadie nos va a interrumpir…” Salí corriendo como estaba, y quise llegar a mi chongo que vaya a saber por qué mierda estaba durmiendo afuera, y pensé: “Todos saben que soy cobarde, pero no soy cobarde por no habérmele tirado a una tipa, soy cobarde porque no puedo hacer las cosas o me da miedo la gente, hasta un espíritu se da cuenta, pero ni en pedo le entro, nunca lo hice ni lo haré”. Sin darme cuenta, me agarró y me apretó fuerte del cuello, dijo: “Besás como un maricón, y encima no querés enfrentar ni entender las cosas. Esto es por tu bien, ¿me entendiste?”
Debo haberme desvanecido. Creo que fue un ratito. Cuando desperté tenía mis manos atadas al respaldo, y no la ví. ”Acá no puede haber chorros, y menos una chorra, pero existen las “viudas negras”. Quizás estoy drogado”, me dije en la mente. Era astuta, y podía aparecer y desaparecer, era un “espíritu que se podía hacer real”. Me vio despierto, y yo temía por mi vida. Sin mediar palabra, se sacó el corpiño de espaldas. Vino hacia mí y me acercó sus senos, hice gesto de asco, pero a ella le chupaba todo un huevo. Me forzó a lamerlos, eran sensibles y parecía gustarle. Ahora pude contemplar más su rostro: era más linda de lo que esas difusas imágenes en la oscuridad podían suministrar. Sentí como que conocía mi perversidad a la hora del sexo: creo que se dio cuenta que me gustaban los insultos, porque mientras seguía lamiéndole el escote dijo que planeaba un castigo justo para mí, “porque sos muy malo y necesitás que te corrijan”. Liberó mis manos y las puso en su espalda. Si tuviese que comparar, tenía su cutis tan suave como el del pibe, pero prefería la fortaleza de él, no la cambiaría por nada. La sujeté y me robó un par de besos. Ahora era su maldito servil, adicto a su voz y a su figura. Olvidé todos mis pensamientos y me dejé llevar. Mi poder lo tenía en los labios, con ellos recorrí todo su cuerpo, empecé a sentir el deseo perdido. Esa piel parecía pecaminosa, y magnética. En el coito fui cauto, nunca fui activo, así que me enseñó a que no debo ser tan directo en mis desplazamientos, debo adaptarme a la situación. Seguí besándola, acariciando sus cabellos y todo su torso de ninfa. Logró lo que quiso y me tuvo a sus pies. Ella era toda una empoderada que tomaba todas las decisiones que se le antojasen. Gritó como una guerrera, en sus exaltaciones demostraba su disfrute, y esa tiene que ser la meta: si ella no disfruta, todo fue en vano. Me cuidé (siempre llevo profilácticos a todos lados).
Cuando todo terminó, tomó todas sus ropas y partió. Me quedé pensando si realmente era correcto lo que hice, que quizás Armando me fajaría y nadie me creería, o que yo me la busqué. Caí en la tentación, pero esa tentación es mejor que una vivencia cotidiana. No estoy de acuerdo con la infidelidad, a menos que haya motivos JUSTIFICABLES para que la acepte. Pero no sé si sería tanto porque nosotros somos amantes, y quizás si veía a esta tipa se la comía solo.
Volvamos hacia atrás, cuando me refregaba los ojos, y lo vi a él al lado mío en la cama. Nada había sucedido, todo estuvo dentro de mi mente, y creo que estaba bastante cagado, no soñaba con mujeres ni siquiera hace 10 años, y ahora tampoco. Todo esto pasó porque no lo cumplí y no sé si quiero experimentar.
Dije que no, pero no fue suficiente. No zafé, y nadie pudo ayudarme, ni siquiera mi amado. No sé si siento tanta culpa, pero la forma en que apareció me hace confundir.
Por ahí lo reprimí después de la mitad de mi adolescencia, pero no lo iba a reflotar.
Juré que eso no iba a salir nunca, pero la vida es un vaivén y te puede traicionar así por así.
Estaba envuelto entre esas sábanas tan blancas y suaves que adoraba, y lo tenía siempre a él a mi lado, mi protector, el dueño de mis deseos descansaba sin ropas (al igual que yo) después de haber pasado una de las sesiones sexuales más candentes que recuerde haber vivido. Se desplomó a los 10 minutos de terminar y lo dejé para que se recuperase y estuviese mejor al otro día. Un poco cansado, refregué mis ojos y observé las ventanas cubiertas por cortinas de seda; dejaban traslucir un poco de la luz de la luna, indicio de una velada ideal para el amor. No estábamos en una de nuestras casas, fuimos a una quintita allá pasando Luján, donde el tiempo pasa pero costumbres antiguas perduran. Caminamos las calles (muy tranquilas y poco transitadas) donde la gente es amable, respetuosa, y donde seguramente ellos pensaban que nosotros éramos “buenos amigos”, pero no demostramos afecto como para despertar sospechas. Cenamos afuera, con treinta y cuantos grados de calor, y casi como un deseo mío que él ya conocía, no se puso camisa a propósito. Adoro cuando el macho exalta su cuerpo trabajado y musculoso: eso siempre me derretía como un hielito. Nos queremos, pero sólo como amantes, porque tiene una reputación que cuidar, bueno, en realidad ambos, pero yo no quería pasar vergüenza frente a mis padres diciendo que “me la morfo”. Nunca estuve con tipas, pero porque no podía y no quería. Él cazó todas las que pudo, y su lado homosexual salió de golpe.
Luego vino la parranda: me mató contra la pared y me puteaba (ese tipo de sexo me encanta), me cagó a chirlos y grité como un condenado. Acabé tanto que quedé débil.
Serían como las 4 de la mañana. Ya no estaba ahí. Ahora me encontraba solo, en pelotas, y sin saber su paradero. Me dije: “fue al baño o afuera, ya volverá”. Intenté cerrar los ojos, pero una dulce voz hizo que abriera los párpados. ¿Cómo la describo? Negro, negro y negro. Quien la ve, diría que es la que no dejarías pasar nunca en tu vida, es la más atractiva y sensual dama que pude ver. Dije negro porque estaba vestida de ese color, y las sombras que caían sobre su perfil la hacían más bonita. Hablé y le dije que se vaya, que cómo podía ser que alguien se metiera de esta forma. Se negó, y dijo que no pensaba irse, que me buscaba. No tenía idea de qué carajo hablaba. Adelantó sus pasos hacia mi costado, tomó mi rostro y la observé fijo. Me quería morir, literalmente era para morirse. Antes dije que nunca había estado con mujeres, pero regularmente trataba de no observarlas, o de hacerlo poco. Ella tenía las manos suaves, y sus piernas eran larguísimas, cubiertas de medias negras. Su cabello era negro, y tenía la piel blanca. Sus labios me ahogaron, y traté de soltarme, pero era indomable. Choqué mi cabeza contra el respaldo por el movimiento, y le dije otra vez que estaba loca, que llamaría a la policía y que traería a mi Armando para que solucione esto. Con uno de sus dedos me calló y afirmó: “No podría venir la policía porque acá no hay teléfonos, ni tampoco señales buenas de celulares. No tengo nombre, soy un espíritu que puede corporizarse de cualquier forma; hoy elegí ser una femme fatale, y vine para que pruebes esa carne a la que le tenés tanto miedo, a esa carne “impura” que negaste por cobarde, a eso que llamarían la “normalidad”. Tu Armando no lo va a saber, él está durmiendo afuera, así que nadie nos va a interrumpir…” Salí corriendo como estaba, y quise llegar a mi chongo que vaya a saber por qué mierda estaba durmiendo afuera, y pensé: “Todos saben que soy cobarde, pero no soy cobarde por no habérmele tirado a una tipa, soy cobarde porque no puedo hacer las cosas o me da miedo la gente, hasta un espíritu se da cuenta, pero ni en pedo le entro, nunca lo hice ni lo haré”. Sin darme cuenta, me agarró y me apretó fuerte del cuello, dijo: “Besás como un maricón, y encima no querés enfrentar ni entender las cosas. Esto es por tu bien, ¿me entendiste?”
Debo haberme desvanecido. Creo que fue un ratito. Cuando desperté tenía mis manos atadas al respaldo, y no la ví. ”Acá no puede haber chorros, y menos una chorra, pero existen las “viudas negras”. Quizás estoy drogado”, me dije en la mente. Era astuta, y podía aparecer y desaparecer, era un “espíritu que se podía hacer real”. Me vio despierto, y yo temía por mi vida. Sin mediar palabra, se sacó el corpiño de espaldas. Vino hacia mí y me acercó sus senos, hice gesto de asco, pero a ella le chupaba todo un huevo. Me forzó a lamerlos, eran sensibles y parecía gustarle. Ahora pude contemplar más su rostro: era más linda de lo que esas difusas imágenes en la oscuridad podían suministrar. Sentí como que conocía mi perversidad a la hora del sexo: creo que se dio cuenta que me gustaban los insultos, porque mientras seguía lamiéndole el escote dijo que planeaba un castigo justo para mí, “porque sos muy malo y necesitás que te corrijan”. Liberó mis manos y las puso en su espalda. Si tuviese que comparar, tenía su cutis tan suave como el del pibe, pero prefería la fortaleza de él, no la cambiaría por nada. La sujeté y me robó un par de besos. Ahora era su maldito servil, adicto a su voz y a su figura. Olvidé todos mis pensamientos y me dejé llevar. Mi poder lo tenía en los labios, con ellos recorrí todo su cuerpo, empecé a sentir el deseo perdido. Esa piel parecía pecaminosa, y magnética. En el coito fui cauto, nunca fui activo, así que me enseñó a que no debo ser tan directo en mis desplazamientos, debo adaptarme a la situación. Seguí besándola, acariciando sus cabellos y todo su torso de ninfa. Logró lo que quiso y me tuvo a sus pies. Ella era toda una empoderada que tomaba todas las decisiones que se le antojasen. Gritó como una guerrera, en sus exaltaciones demostraba su disfrute, y esa tiene que ser la meta: si ella no disfruta, todo fue en vano. Me cuidé (siempre llevo profilácticos a todos lados).
Cuando todo terminó, tomó todas sus ropas y partió. Me quedé pensando si realmente era correcto lo que hice, que quizás Armando me fajaría y nadie me creería, o que yo me la busqué. Caí en la tentación, pero esa tentación es mejor que una vivencia cotidiana. No estoy de acuerdo con la infidelidad, a menos que haya motivos JUSTIFICABLES para que la acepte. Pero no sé si sería tanto porque nosotros somos amantes, y quizás si veía a esta tipa se la comía solo.
Volvamos hacia atrás, cuando me refregaba los ojos, y lo vi a él al lado mío en la cama. Nada había sucedido, todo estuvo dentro de mi mente, y creo que estaba bastante cagado, no soñaba con mujeres ni siquiera hace 10 años, y ahora tampoco. Todo esto pasó porque no lo cumplí y no sé si quiero experimentar.
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