Conversación que quema

Un anhelo, una fantasía, escribir un cuento con alguien que uno piensa que escribe muy bien, escribir con alguien que uno considera muy sexy. Aunque no recorrí sistemáticamente sus imágenes y sus cuentos, parece que @lomorocha cumple sobradamente con ambos requisitos. La oportunidad se presenta cuando le agradezco por mensaje privado un comentario sobre un relato mío y me despido con la promesa de besos. Ella, fiel a su personaje, me provoca, preguntándome cómo serían los besos. Respondo con una fórmula que apela a un equilibrio juguetón: ligeramente osados. Pronto me entero de que comencé a tirar de una peligrosa punta de la madeja:

– ¿Qué sería “ligeramente osado”? Mi imaginación los ubicó en el nacimiento de mi escote... ¿Estuve bien?

En realidad, yo siempre pienso en empezar por los labios, sedosas superficies que anticipan todos los delirios. Si se besa bien, las promesas se encienden. Si se besa mal, quizá sería mejor pensar en otra forma de diversión. Me gusta tocarlos apenas pero deteniéndome un instante para compartir ambos alientos. Sin embargo, lo que ella me sugiere no es para nada mala idea, especialmente si puedo pasar en leves círculos la punta de los índices por sus aréolas. Se lo comunico y su respuesta no se hace esperar:

– Hummm… Ahora no sé por cuál decidirme... Quiero ambos... Me voy a la ducha... Ya volveré por otras tanda de humedades... Relatos quise decir!!

Me acicatea la curiosidad. Recorro las contribuciones de @lomorocha, lo que veo, lo que leo, todo me incendia. María se sorprende y gratifica por las efusiones que la joven me provoca. No deja de aprovecharse, claro. Al día siguiente, le confieso que sus imágenes y palabras fueron una gran fuente de inspiración, por así decirlo. Me embarco en la provocación:

– Te mando un beso en el hueco entre el lóbulo de la oreja y el cuello, asomándome desde atrás por encima de tu hombro. No te preocupes por eso duro que sentís en tus generosas nalgas; debe de ser el celular que tengo en el bolsillo...

Acá estoy, como un minero fumando su cigarro sobre una caja llena de dinamita, lo sé:

– ¡¡Buen día!! – me dice – Hummm, qué habrán hecho mis imágenes y palabras. Los detalles me intrigan. ¡¡¡¡Ssssss, esos besos me encienden!!!! Y voy a imaginar que la dureza es algo más interesante que el celular.

Me vuelvo un poco más explícito:

– Los detalles son los de siempre, Las fotos de tu contundente belleza, asociadas a los hechos que narrás en "Ataque comando" me provocaron durezas a mí y húmedo abandono en María.

Agrego, a propósito de su desafiante imaginación:

– Ahora que lo decís, tenés razón. Había dejado el teléfono en la mesita de luz...

Ella no afloja la tensión:

– Hummm, me alegro de haber estado en medio de esas durezas, entregas y humedades. Y, lo sabía, esa fricción en mi chula solo podía ser una cosa.

Se van juntando las nubes. El temporal es inminente.

– ¿Y es mi mano eso que empieza a deslizarse por tu cintura mientras los dientes presionan apenas en tu oreja? ¿es mi voz la que susurra obscenidades del tipo "Si te agarro..."?

Hay luces y furioso ruido en mi cielo cuando admite:

– Humm, sin dudas... Por eso es mi cadera la que se pega a tu pelvis y juguetea con esa firmeza que tanto me atrae.

Se desata el viento. Procedo:

– Entonces, si es así, se desliza mi mano bajo tu remera en pos de la suavidad de tus jugosos pechos, pellizcando tus pezones entre el índice y el anular, y muevo en círculos mi cadera para que sientas mejor mi rigidez. Casi me olvido de mencionar que es mi lengua juega adentro de tu oído, aprovechando los intervalos para calentarte con elogios procaces.

Ya se está volando todo y las estatuas se despeinan cuando replica:

– Ssssss, así… Voy a apretar mis piernas para sentir mi propia humedad pegoteando mis labios y mi clítoris hinchado deseando un masaje que lo calme… ¡o inquiete más!

El vendaval no tiene límites. Agrego:

– Con la otra mano, en pase de mago, desprendo el botón del pantalón y bajo el cierre. Está en tu voluntad dejarlo caer ahora... o después. Para no demorarme, aprovecho que me mirás con tus brillantes ojos y te beso, hundiendo mi boca ansiosa en la tuya como alguien extraviado en el desierto bebería del agua de un oasis.

De repente, todo se desvanece: aquellas rotundas carnes, aquellos deseables pechos, la lengua lúdica, los jocundos glúteos, aquel demoledoramente sensual aroma, toda ella y los caudalosos preliminares en los que se estaban empleando, todo se desvaneció de mi ensoñación. Antes de que me asaltase la completa vigilia, llegué a verme, todavía palpitando, todavía erecto, abrazando un aire que se negaba a dejar de calentarme. Abrí los ojos. La cama de siempre premiada de la usual, exquisita compañía, me dio la bienvenida a la realidad. María abandonó su lectura y miró, entre curiosa y divertida, mi agitación y el bulto bajo las sábanas. Terminando de reaccionar, le pedí:

- ¿Me la chupás? En mis sueños, una deliciosa puta me dejó tirado...