Dos semanas sin Damián. Dos semanas sin cometer infidelidad alguna. El brillo en los ojos, el rubor en las mejillas, la sonrisa en los labios, todo ha desaparecido. La felicidad que creía tener al alcance de la mano, ahora ya es solo un lejano recuerdo.
Desde aquella última vez que estuvimos juntos, no volví a estar con nadie más, por lo que las ganas se me van acumulando. Si no puedo estar con el hombre que amo, no voy a estar con nadie pensaba, pero...
El sexo conyugal no me alcanza, (nunca me alcanzó), no me satisface en lo más mínimo, necesito algo que me haga temblar, que me conmueva, que me haga mear encima, y eso mi marido no lo consigue.
Damián... Damián... pienso en él pero me digo NO, no puedo caer tan fácilmente en la tentación. Por el bien de mi familia y de mi bienestar emocional, aquel punto final debía ser definitivo.
Dejo de quemarme la cabeza y trato de concentrarme en mi trabajo, trato pero no puedo. La rutina de estos días me está asfixiando, de casa al trabajo, del trabajo a casa, atender a mi hijo, preparar la cena, etc, etc, etc... ¿En esto voy a convertirme? ¿En una esposa insatisfecha y aburrida? No es que me queje, me gusta lo que hago, amo a mi familia, pero la abstinencia de estos días me está matando.
-Mary, acaba de llamar González (ese no es el verdadero apellido, sino uno que me invente, pero se trata de un socio que tiene una flota importante de taxis), va a venir uno de los peones con un auto cero, quiere el mismo plan que los últimos que trajo- me interrumpe una de mis compañeras.
-¿Y a que hora viene?- le pregunto viendo que apenas faltan quince minutos para las seis.
-Dijo que estaba en camino, así que ya debe estar por llegar-
-¿Y no lo podes atender vos?- le reprocho.
-Viste como soy con los seguros nuevos, ¿no? Si lo atiendo yo no nos vamos hasta la siete- me aclara.
Y la verdad es que tiene razón. Tamara es una de las últimas chicas que entró a la oficina y todavía le falta un poco de agilidad en la atención, sobre todo con los nuevos asegurados, que es el papeleo más engorroso. Por eso siempre la ayudo en ese aspecto.
Me fijo en la base datos el plan de las ultimas unidades que había asegurado y preparo toda la documentación. El peón llega apenas un par de minutos antes de las seis.
-Perdoná la demora pero el tránsito a esta hora es un infierno- se disculpa ni bien entra a la oficina -Le dije al patrón de venir mañana, pero quiere tenerlo trabajando esta misma noche-
-No te preocupes, ya tengo listos todos los papeles, ahora vamos, sacamos las fotos y ya casi está. Vení, acompañame- le digo, levantándome de mi escritorio y agarrando la cámara de fotos.
Salimos y caminamos hasta donde dejó estacionado el auto. Le saco las fotos de rigor, de adelante, de atrás, de los costados, del número de la carrocería, del motor...
-Con ésta terminamos- le digo tras esa última foto y al levantar la cabeza, lo sorprendo mirándome el escote.
Mientras yo estaba inclinada sobre el motor, concentrada en sacarle una buena foto al número de serie, él turro me miraba las tetas.
-Que lastima- me dice sonriendo lascivamente.
Otro quizás hubiera disimulado, pero él no, se divertía con la situación.
-Ya podes bajar el capó- le digo secamente.
-Verte tomar estas fotos es lo mejor que me pasó en el día- me asegura, mirándome con unas indisimulables ganas de partirme al medio.
-¿Cómo te llamás?- le pregunto.
Todavía no había mirado su licencia.
-Mario, ¿y vos?-
-Mirá Mario, ya son más de las seis, así que mejor terminamos con el papeleo, y cada uno sigue con lo suyo, ¿Ok?- lo corto tajantemente.
Habitualmente no soy tan mala onda, pero la falta de sexo, o la falta de BUEN sexo, mejor dicho, me estaba transformando en una cascarrabias.
Cierra el capó del coche y volvemos a la oficina. Mientras caminamos, yo unos pasos por delante, en absoluto silencio, veo a través de la vidriera, como viene mirándome el culo.
Debo decir que éste tal Mario no es precisamente un galán, cerca de los 40, con el pelo prematuramente escaso y encanecido, y una incipiente pancita de bebedor, lo que le faltaba en atractivo, le sobraba en actitud. En otro momento quizás, pero como yo estaba en una etapa de fidelidad, ni se me pasó por la cabeza darle calce alguno. Lo único que quería era sacármelo de encima cuanto antes.
Termino con los papeles del seguro, le cobro la primera cuota, le entrego el recibo y chau, que te garúe finito.
-Chau, hasta la próxima- se despide guiñándome un ojo.
Ya eran como las seis y veinte, cargo los datos del vehículo en el sistema, como para que este cubierto desde ese mismo momento, y le pido a Tamara que se encargue de las fotos, que ya tenía que irme. No tiene problema.
En realidad no tenía ningún apuro, pero necesitaba salir cuanto antes de la oficina. Ya afuera me relajo un poco, y voy caminando despacio hasta la parada del colectivo. Al llegar a la esquina se detiene un taxi. Le hago seña para que siga, que solo estoy esperando para cruzar, pero se queda ahí, obstaculizándome el camino. Estoy a punto de putearlo, cuando al asomarme por la ventanilla veo que es el que estuvo hace un rato en la oficina. ¿Cómo se llamaba? Ah sí, Mario.
-Al final no me dijiste tu nombre- me reclama.
-¿Para eso te paraste?- le reprocho.
-Para eso y para llevarte a tu casa- me dice.
-No hace falta, gracias, mi colectivo ya debe estar por pasar- me niego.
-Dale, subí que no me cuesta nada acercarte- me insiste.
-¿No deberías estar trabajando?- le pregunto.
-Empiezo a la noche- me confirma.
-Mirá que vivo lejos, eh- trato de ahuyentarlo.
-No importa, te llevo hasta el fin del mundo si es necesario-
Su insistencia me arranca una sonrisa. Al final, para no quedar como una maleducada y para que no le vaya con el cuento a su jefe de que lo tratamos mal en la oficina (después de todo tiene como 20 taxis), me subo y acepto que me lleve.
-Mariela- me presento extendiéndole la mano.
-Mario, pero ya te lo había dicho, ¿no?- me corresponde estrechándomela.
-Sí, me lo dijiste, perdoname por no haberme presentado antes- me disculpo.
-No pasa nada Mariela, ahora vos dirás por dónde- asiente aceptando mis disculpas.
-Parque Patricios. Dejame en Caseros y Jujuy, de ahí me arreglo- le informo.
-Ah, no era tan lejos- repone poniéndose en marcha.
-Lo dije para ahuyentarte- le aclaro.
-Bueno, ya ves, no me ahuyentaste, es más, ya te tengo sentadita al lado- observa.
-No esperes más que eso- le advierto por si las moscas.
-Mirá que no soy de perder la esperanza tan fácilmente- me advierte por su lado.
-Conmigo mejor que vayas perdiéndola- le insisto.
-Hasta hace un minuto ni me imaginaba tenerte al lado- me hace notar.
-¿Y porque me invitaste a subir?- me sorprendo.
-Ya te dije, no pierdo la esperanza tan fácilmente- se ríe.
La verdad es que me subí al taxi con el único propósito de que me llevara a mi casa, pero a medida que íbamos hablando, no sé, me empezó a caer bien. Ya sé que había decidido mantenerme fiel, pero bueno, las ganas de revolear la chancleta nunca se pierden. Igual hasta ese momento solo charlábamos. El me tiraba onda, pero hasta ahí, no se propasaba, después de todo no era el dueño del taxi, solo el peón, si la embarraba y me quejaba con su jefe, ya podía ir buscándose otro trabajo.
-Mirá, quiero pedirte disculpas por haber estado tan agreta al atenderte, en realidad no soy así, pero es que tuve una semana algo difícil- le digo mientras comenzamos a recorrer ya la avenida Caseros.
-¿Y cómo sos en realidad?- me pregunta interesado.
-Bueno, mucho más divertida- le aseguro con una sonrisa que intenta ratificar mis palabras.
-¿Qué te parece si nos divertimos juntos, entonces?- me propone ya sin vueltas.
-¡Mario!, te hablo en serio- le recrimino.
-Yo también- asiente.
Me quedo mirando hacia adelante, sin decir nada. Estamos pasando Parque de los Patricios y ya estoy a punto de ceder, no falta nada... solo un poquito.
-Si subiste es porque hay alguna atracción...- añade.
-...subí porque me invitaste, nada más que por eso- lo interrumpo.
-Por la forma en que me mostrabas las gomas mientras le sacabas fotos al auto, parecía que querías que te invitara- me dice.
Mi cara de sorpresa debe haber sido antológica.
-No seas boludo, en ningún momento te mostré las gomas, ¡vos me las mirabas!- lo acuso.
-¡Es que son hermosas!- exclama, mirándomelas de nuevo sin disimulo.
-Ah, reconoces que me las mirabas, entonces- le recalco.
-Claro, como no voy a mirártelas, hasta me imagine haciéndote una turca y todo- admite.
-¡Mario!- trato de parecer escandalizada, pero no puedo evitar reírme ante su comentario -¡Sos un zarpado!-
-Pero, ¿te gustaría?- insiste.
-Si me gustaría qué- me hago la tonta.
-Hacerme una turca- se lanza, ahora sí, de cabeza.
-No sé, no sé...- me muerdo el labio inferior, me hago la que titubeo y luego, agarrándome los pechos con las manos, agrego sugestivamente: -Tendrías que tener un buen tamaño, mira que las chiquitas pueden sufrir aplastamiento-
Ahora es su turno de reírse.
-Tengo lo mío, Mariela- me dice sobándose con una mano el paquete de la entrepierna -Podes comprobarlo por vos misma, si querés-
Le echo una mirada y veo la prominente comba que se le forma debajo del pantalón.
-Podes decirme Mary- le digo, y estirando una mano le acaricio el bulto.
Imagínenme, transitando la avenida Caseros, en un taxi, y manoteándosela al tachero, y yo que quería dármelas de fiel.
Por lo que alcanzaba a palpar, Mario no exageraba, tenía lo suyo y muy bien puesto debo decir.
Al pararnos en un semáforo, el de Jujuy, nos acercamos y nos besamos, primero tímidamente, apoyando apenas los labios, luego con más fruición, hasta llegar a darnos un chupón en toda regla, ávido, profundo, entusiasta. Los autos de atrás nos tienen que tocar bocina cuando la luz se pone en verde.
-¿Y?- pregunta como si hiciera falta.
Me muerdo el labio inferior, como evaluando los pro y los contra de tal decisión. Ya pasamos la esquina donde tenía que bajarme, y la verdad es que no quiero bajarme, por lo menos no para irme a casa.
-Me encantaría hacerte una turca- asiento finalmente con una sonrisa.
Al pasar el Parque Ameghino, dobla a la derecha y luego a la izquierda, metiéndose en el telo que está casi en la esquina. "ALBA hotel", alcanzo a leer el cartel de la entrada.
Ya en la habitación nos lanzamos el uno sobre el otro, comiéndonos, devorándonos, metiéndonos manos por todos lados. Entre tanto apasionamiento, caemos en la cama, me le subo arriba, aprisionándolo entre mis piernas, y le desabrocho la camisa, le paso la lengua por todo el pecho, le beso y mordisqueo las tetillas. De pronto me detengo, enderezo la espalda y me saco la blusa, sus manos aprisionan mis pechos a través del corpiño, llevo las mías hacia atrás y me lo desprendo, ofreciéndole mi carne en llamas. Me aprieta, pellizca, retuerce... Los pezones se me ponen como piedras al sentir la aspereza de sus dedos. Me atrae hacia él y me los chupa, me los muerde, saborea toda la turgencia de mis senos con un deleite irrefrenable.
Me hago a un lado y le desabrocho el pantalón, pelando una verga ancha y maciza, un verdadero prodigio en ciernes, ya que todavía no está en su máximo esplendor.
Primero le paso la lengua a todo lo largo, desde los huevos hasta la punta, subiendo y bajando varias veces, pintando de saliva toda su fragante extensión. Se la beso y chuponeo, extasiándome con su sabor y esa exquisita fragancia que siempre ha estado relacionada a mis momentos de mayor goce y felicidad. Un beso en la punta y me la voy comiendo de a poco, degustando cada pedazo, tengo que hacer un esfuerzo para abrir la boca, ya que es demasiado gorda, pero se trata de un esfuerzo agradable, por supuesto, aunque pese a mis ganas no puedo comerme más que la mitad. No importa, chupo lo que me entra y el resto lo saboreo con la lengua y los labios, llegando incluso hasta sus huevos, entumecidos ya de tanta leche que están juntando.
-Me prometiste algo- me dice mirándome con avidez las tetas.
Ya sé a lo que se refiere. Me la saco de la boca, la pongo entre mis ubres y empiezo a hacerle la turca prometida. Mario suelta una profusa exhalación de placer al ver como su verga se desliza por el túnel que forman mis pechos.
-¡Uffffff...! Si alguien me decía que iba a terminar cogiéndole las tetas a la del seguro, le hubiera dicho que estaba loco- repone entre complacidos jadeos.
-¿No era que no perdías la esperanza tan fácil?- le recuerdo.
-Jaja...- se ríe -Para imaginarme esto hubiera necesitado toda la esperanza del mundo... y me quedo corto-
Le paso la lengua por todo el glande, lamiendo la deliciosa espumita formada a causa de la fricción, y le sigo sacando chispas con una turca de antología.
-Vení que quiero chuparte toda- me dice luego, haciendo que me eche de espalda.
Me saco la pollera, la bombacha, y me abro de piernas, entregándole sin reticencia alguna mi tesoro más íntimo. Se echa entre mis muslos y comienza a pasarme la lengua por los lados, lamiendo la humedad que me chorrea como si me hubiera meado.
-¡Mmmhhh... que ricos... son un manjar...!- me dice al chupar y morder mis labios vaginales, los cuales estira y saborea como si se tratara de un bocado gourmet.
Mete la lengua en mi hendidura y me recorre toda por dentro, subiendo, bajando, por los costados, yendo y viniendo, provocándome unos más que plácidos estremecimientos, hasta que me captura el clítoris y todo estalla.
-¡Ahhhh... ahhhhhhhh... ahhhhhhhhh...!- acabo en medio de un rugido pletórico de satisfacción.
-¡Wow... esto sí que no me lo esperaba!- exclama sorprendido cuando empiezo a eyacular.
Todavía estoy temblando debido al tremendo orgasmo que acaba de regalarme, cuando se pone un preservativo, y empieza a cogerme de patitas al hombro.
-¡Si mamita... dame otro polvo... quiero verte acabar de nuevo...!- me dice metiéndomela hasta los pelos.
No se lo hago desear, unas cuantas arremetidas más y de nuevo acabo en una forma por demás salvaje y ruidosa. Mario me saca la pija justo para ver como los chorritos de flujo salen disparados con inusual violencia.
-¡Como te meás de las ganas, guachita!- exclama divertido con mi tan peculiar manera de mojarme, y sin darme tregua alguna, me pone de costado, se echa tras de mí y me la vuelve a meter.
Estoy tan mojada que la pija resbala un par de veces por entre mis muslos, pero a la tercera encuentra el camino a la Gloria y me llena con su carne.
La garchada que me pega no puede compararse en lo absoluto con las de Damián, es más sexual, agresiva, impulsiva, como deberían coger dos personas con el sexo como única causa común, sin ningún otro sentimiento de por medio. Así, acabo una vez más, deshaciéndome en un mar de suspiros y gemidos a cual más profuso. Mario acaba conmigo, casi al unísono, llenando el forro con una buena ración de leche.
Me la saca, se deshace del preservativo, y poniéndome de espalda, se me sienta encima. Me pone la pija, todavía gomosa, entre las tetas y vuelve a cogérmelas.
-¡Apretá... apretate las tetas... si... así... ahhhhh... me encanta...!- vocifera con esa expresión libidinosa en la cara que tanto me puede.
Presiono toda mi abundancia láctea en torno a su virilidad, mientras él se desliza fluida y firmemente, amenazado con sacarse callos de tanto frotamiento, hasta que suelta un jadeo y de nuevo la leche empieza a saltar sin contención alguna, empapándome la cara con su deliciosa efusividad.
-¡Wow... estuvo increíble!- exclama, terminando de exprimirse la poronga, salpicándome con las ultimas y rezagadas gotitas de semen.
No puedo estar más que de acuerdo. Admito que después de Damián, no esperaba volver a pasarla tan bien tan pronto, pero la verdad es que Mario superó ampliamente todas mis expectativas. Solo espero no volver a enamorarme...
Desde aquella última vez que estuvimos juntos, no volví a estar con nadie más, por lo que las ganas se me van acumulando. Si no puedo estar con el hombre que amo, no voy a estar con nadie pensaba, pero...
El sexo conyugal no me alcanza, (nunca me alcanzó), no me satisface en lo más mínimo, necesito algo que me haga temblar, que me conmueva, que me haga mear encima, y eso mi marido no lo consigue.
Damián... Damián... pienso en él pero me digo NO, no puedo caer tan fácilmente en la tentación. Por el bien de mi familia y de mi bienestar emocional, aquel punto final debía ser definitivo.
Dejo de quemarme la cabeza y trato de concentrarme en mi trabajo, trato pero no puedo. La rutina de estos días me está asfixiando, de casa al trabajo, del trabajo a casa, atender a mi hijo, preparar la cena, etc, etc, etc... ¿En esto voy a convertirme? ¿En una esposa insatisfecha y aburrida? No es que me queje, me gusta lo que hago, amo a mi familia, pero la abstinencia de estos días me está matando.
-Mary, acaba de llamar González (ese no es el verdadero apellido, sino uno que me invente, pero se trata de un socio que tiene una flota importante de taxis), va a venir uno de los peones con un auto cero, quiere el mismo plan que los últimos que trajo- me interrumpe una de mis compañeras.
-¿Y a que hora viene?- le pregunto viendo que apenas faltan quince minutos para las seis.
-Dijo que estaba en camino, así que ya debe estar por llegar-
-¿Y no lo podes atender vos?- le reprocho.
-Viste como soy con los seguros nuevos, ¿no? Si lo atiendo yo no nos vamos hasta la siete- me aclara.
Y la verdad es que tiene razón. Tamara es una de las últimas chicas que entró a la oficina y todavía le falta un poco de agilidad en la atención, sobre todo con los nuevos asegurados, que es el papeleo más engorroso. Por eso siempre la ayudo en ese aspecto.
Me fijo en la base datos el plan de las ultimas unidades que había asegurado y preparo toda la documentación. El peón llega apenas un par de minutos antes de las seis.
-Perdoná la demora pero el tránsito a esta hora es un infierno- se disculpa ni bien entra a la oficina -Le dije al patrón de venir mañana, pero quiere tenerlo trabajando esta misma noche-
-No te preocupes, ya tengo listos todos los papeles, ahora vamos, sacamos las fotos y ya casi está. Vení, acompañame- le digo, levantándome de mi escritorio y agarrando la cámara de fotos.
Salimos y caminamos hasta donde dejó estacionado el auto. Le saco las fotos de rigor, de adelante, de atrás, de los costados, del número de la carrocería, del motor...
-Con ésta terminamos- le digo tras esa última foto y al levantar la cabeza, lo sorprendo mirándome el escote.
Mientras yo estaba inclinada sobre el motor, concentrada en sacarle una buena foto al número de serie, él turro me miraba las tetas.
-Que lastima- me dice sonriendo lascivamente.
Otro quizás hubiera disimulado, pero él no, se divertía con la situación.
-Ya podes bajar el capó- le digo secamente.
-Verte tomar estas fotos es lo mejor que me pasó en el día- me asegura, mirándome con unas indisimulables ganas de partirme al medio.
-¿Cómo te llamás?- le pregunto.
Todavía no había mirado su licencia.
-Mario, ¿y vos?-
-Mirá Mario, ya son más de las seis, así que mejor terminamos con el papeleo, y cada uno sigue con lo suyo, ¿Ok?- lo corto tajantemente.
Habitualmente no soy tan mala onda, pero la falta de sexo, o la falta de BUEN sexo, mejor dicho, me estaba transformando en una cascarrabias.
Cierra el capó del coche y volvemos a la oficina. Mientras caminamos, yo unos pasos por delante, en absoluto silencio, veo a través de la vidriera, como viene mirándome el culo.
Debo decir que éste tal Mario no es precisamente un galán, cerca de los 40, con el pelo prematuramente escaso y encanecido, y una incipiente pancita de bebedor, lo que le faltaba en atractivo, le sobraba en actitud. En otro momento quizás, pero como yo estaba en una etapa de fidelidad, ni se me pasó por la cabeza darle calce alguno. Lo único que quería era sacármelo de encima cuanto antes.
Termino con los papeles del seguro, le cobro la primera cuota, le entrego el recibo y chau, que te garúe finito.
-Chau, hasta la próxima- se despide guiñándome un ojo.
Ya eran como las seis y veinte, cargo los datos del vehículo en el sistema, como para que este cubierto desde ese mismo momento, y le pido a Tamara que se encargue de las fotos, que ya tenía que irme. No tiene problema.
En realidad no tenía ningún apuro, pero necesitaba salir cuanto antes de la oficina. Ya afuera me relajo un poco, y voy caminando despacio hasta la parada del colectivo. Al llegar a la esquina se detiene un taxi. Le hago seña para que siga, que solo estoy esperando para cruzar, pero se queda ahí, obstaculizándome el camino. Estoy a punto de putearlo, cuando al asomarme por la ventanilla veo que es el que estuvo hace un rato en la oficina. ¿Cómo se llamaba? Ah sí, Mario.
-Al final no me dijiste tu nombre- me reclama.
-¿Para eso te paraste?- le reprocho.
-Para eso y para llevarte a tu casa- me dice.
-No hace falta, gracias, mi colectivo ya debe estar por pasar- me niego.
-Dale, subí que no me cuesta nada acercarte- me insiste.
-¿No deberías estar trabajando?- le pregunto.
-Empiezo a la noche- me confirma.
-Mirá que vivo lejos, eh- trato de ahuyentarlo.
-No importa, te llevo hasta el fin del mundo si es necesario-
Su insistencia me arranca una sonrisa. Al final, para no quedar como una maleducada y para que no le vaya con el cuento a su jefe de que lo tratamos mal en la oficina (después de todo tiene como 20 taxis), me subo y acepto que me lleve.
-Mariela- me presento extendiéndole la mano.
-Mario, pero ya te lo había dicho, ¿no?- me corresponde estrechándomela.
-Sí, me lo dijiste, perdoname por no haberme presentado antes- me disculpo.
-No pasa nada Mariela, ahora vos dirás por dónde- asiente aceptando mis disculpas.
-Parque Patricios. Dejame en Caseros y Jujuy, de ahí me arreglo- le informo.
-Ah, no era tan lejos- repone poniéndose en marcha.
-Lo dije para ahuyentarte- le aclaro.
-Bueno, ya ves, no me ahuyentaste, es más, ya te tengo sentadita al lado- observa.
-No esperes más que eso- le advierto por si las moscas.
-Mirá que no soy de perder la esperanza tan fácilmente- me advierte por su lado.
-Conmigo mejor que vayas perdiéndola- le insisto.
-Hasta hace un minuto ni me imaginaba tenerte al lado- me hace notar.
-¿Y porque me invitaste a subir?- me sorprendo.
-Ya te dije, no pierdo la esperanza tan fácilmente- se ríe.
La verdad es que me subí al taxi con el único propósito de que me llevara a mi casa, pero a medida que íbamos hablando, no sé, me empezó a caer bien. Ya sé que había decidido mantenerme fiel, pero bueno, las ganas de revolear la chancleta nunca se pierden. Igual hasta ese momento solo charlábamos. El me tiraba onda, pero hasta ahí, no se propasaba, después de todo no era el dueño del taxi, solo el peón, si la embarraba y me quejaba con su jefe, ya podía ir buscándose otro trabajo.
-Mirá, quiero pedirte disculpas por haber estado tan agreta al atenderte, en realidad no soy así, pero es que tuve una semana algo difícil- le digo mientras comenzamos a recorrer ya la avenida Caseros.
-¿Y cómo sos en realidad?- me pregunta interesado.
-Bueno, mucho más divertida- le aseguro con una sonrisa que intenta ratificar mis palabras.
-¿Qué te parece si nos divertimos juntos, entonces?- me propone ya sin vueltas.
-¡Mario!, te hablo en serio- le recrimino.
-Yo también- asiente.
Me quedo mirando hacia adelante, sin decir nada. Estamos pasando Parque de los Patricios y ya estoy a punto de ceder, no falta nada... solo un poquito.
-Si subiste es porque hay alguna atracción...- añade.
-...subí porque me invitaste, nada más que por eso- lo interrumpo.
-Por la forma en que me mostrabas las gomas mientras le sacabas fotos al auto, parecía que querías que te invitara- me dice.
Mi cara de sorpresa debe haber sido antológica.
-No seas boludo, en ningún momento te mostré las gomas, ¡vos me las mirabas!- lo acuso.
-¡Es que son hermosas!- exclama, mirándomelas de nuevo sin disimulo.
-Ah, reconoces que me las mirabas, entonces- le recalco.
-Claro, como no voy a mirártelas, hasta me imagine haciéndote una turca y todo- admite.
-¡Mario!- trato de parecer escandalizada, pero no puedo evitar reírme ante su comentario -¡Sos un zarpado!-
-Pero, ¿te gustaría?- insiste.
-Si me gustaría qué- me hago la tonta.
-Hacerme una turca- se lanza, ahora sí, de cabeza.
-No sé, no sé...- me muerdo el labio inferior, me hago la que titubeo y luego, agarrándome los pechos con las manos, agrego sugestivamente: -Tendrías que tener un buen tamaño, mira que las chiquitas pueden sufrir aplastamiento-
Ahora es su turno de reírse.
-Tengo lo mío, Mariela- me dice sobándose con una mano el paquete de la entrepierna -Podes comprobarlo por vos misma, si querés-
Le echo una mirada y veo la prominente comba que se le forma debajo del pantalón.
-Podes decirme Mary- le digo, y estirando una mano le acaricio el bulto.
Imagínenme, transitando la avenida Caseros, en un taxi, y manoteándosela al tachero, y yo que quería dármelas de fiel.
Por lo que alcanzaba a palpar, Mario no exageraba, tenía lo suyo y muy bien puesto debo decir.
Al pararnos en un semáforo, el de Jujuy, nos acercamos y nos besamos, primero tímidamente, apoyando apenas los labios, luego con más fruición, hasta llegar a darnos un chupón en toda regla, ávido, profundo, entusiasta. Los autos de atrás nos tienen que tocar bocina cuando la luz se pone en verde.
-¿Y?- pregunta como si hiciera falta.
Me muerdo el labio inferior, como evaluando los pro y los contra de tal decisión. Ya pasamos la esquina donde tenía que bajarme, y la verdad es que no quiero bajarme, por lo menos no para irme a casa.
-Me encantaría hacerte una turca- asiento finalmente con una sonrisa.
Al pasar el Parque Ameghino, dobla a la derecha y luego a la izquierda, metiéndose en el telo que está casi en la esquina. "ALBA hotel", alcanzo a leer el cartel de la entrada.
Ya en la habitación nos lanzamos el uno sobre el otro, comiéndonos, devorándonos, metiéndonos manos por todos lados. Entre tanto apasionamiento, caemos en la cama, me le subo arriba, aprisionándolo entre mis piernas, y le desabrocho la camisa, le paso la lengua por todo el pecho, le beso y mordisqueo las tetillas. De pronto me detengo, enderezo la espalda y me saco la blusa, sus manos aprisionan mis pechos a través del corpiño, llevo las mías hacia atrás y me lo desprendo, ofreciéndole mi carne en llamas. Me aprieta, pellizca, retuerce... Los pezones se me ponen como piedras al sentir la aspereza de sus dedos. Me atrae hacia él y me los chupa, me los muerde, saborea toda la turgencia de mis senos con un deleite irrefrenable.
Me hago a un lado y le desabrocho el pantalón, pelando una verga ancha y maciza, un verdadero prodigio en ciernes, ya que todavía no está en su máximo esplendor.
Primero le paso la lengua a todo lo largo, desde los huevos hasta la punta, subiendo y bajando varias veces, pintando de saliva toda su fragante extensión. Se la beso y chuponeo, extasiándome con su sabor y esa exquisita fragancia que siempre ha estado relacionada a mis momentos de mayor goce y felicidad. Un beso en la punta y me la voy comiendo de a poco, degustando cada pedazo, tengo que hacer un esfuerzo para abrir la boca, ya que es demasiado gorda, pero se trata de un esfuerzo agradable, por supuesto, aunque pese a mis ganas no puedo comerme más que la mitad. No importa, chupo lo que me entra y el resto lo saboreo con la lengua y los labios, llegando incluso hasta sus huevos, entumecidos ya de tanta leche que están juntando.
-Me prometiste algo- me dice mirándome con avidez las tetas.
Ya sé a lo que se refiere. Me la saco de la boca, la pongo entre mis ubres y empiezo a hacerle la turca prometida. Mario suelta una profusa exhalación de placer al ver como su verga se desliza por el túnel que forman mis pechos.
-¡Uffffff...! Si alguien me decía que iba a terminar cogiéndole las tetas a la del seguro, le hubiera dicho que estaba loco- repone entre complacidos jadeos.
-¿No era que no perdías la esperanza tan fácil?- le recuerdo.
-Jaja...- se ríe -Para imaginarme esto hubiera necesitado toda la esperanza del mundo... y me quedo corto-
Le paso la lengua por todo el glande, lamiendo la deliciosa espumita formada a causa de la fricción, y le sigo sacando chispas con una turca de antología.
-Vení que quiero chuparte toda- me dice luego, haciendo que me eche de espalda.
Me saco la pollera, la bombacha, y me abro de piernas, entregándole sin reticencia alguna mi tesoro más íntimo. Se echa entre mis muslos y comienza a pasarme la lengua por los lados, lamiendo la humedad que me chorrea como si me hubiera meado.
-¡Mmmhhh... que ricos... son un manjar...!- me dice al chupar y morder mis labios vaginales, los cuales estira y saborea como si se tratara de un bocado gourmet.
Mete la lengua en mi hendidura y me recorre toda por dentro, subiendo, bajando, por los costados, yendo y viniendo, provocándome unos más que plácidos estremecimientos, hasta que me captura el clítoris y todo estalla.
-¡Ahhhh... ahhhhhhhh... ahhhhhhhhh...!- acabo en medio de un rugido pletórico de satisfacción.
-¡Wow... esto sí que no me lo esperaba!- exclama sorprendido cuando empiezo a eyacular.
Todavía estoy temblando debido al tremendo orgasmo que acaba de regalarme, cuando se pone un preservativo, y empieza a cogerme de patitas al hombro.
-¡Si mamita... dame otro polvo... quiero verte acabar de nuevo...!- me dice metiéndomela hasta los pelos.
No se lo hago desear, unas cuantas arremetidas más y de nuevo acabo en una forma por demás salvaje y ruidosa. Mario me saca la pija justo para ver como los chorritos de flujo salen disparados con inusual violencia.
-¡Como te meás de las ganas, guachita!- exclama divertido con mi tan peculiar manera de mojarme, y sin darme tregua alguna, me pone de costado, se echa tras de mí y me la vuelve a meter.
Estoy tan mojada que la pija resbala un par de veces por entre mis muslos, pero a la tercera encuentra el camino a la Gloria y me llena con su carne.
La garchada que me pega no puede compararse en lo absoluto con las de Damián, es más sexual, agresiva, impulsiva, como deberían coger dos personas con el sexo como única causa común, sin ningún otro sentimiento de por medio. Así, acabo una vez más, deshaciéndome en un mar de suspiros y gemidos a cual más profuso. Mario acaba conmigo, casi al unísono, llenando el forro con una buena ración de leche.
Me la saca, se deshace del preservativo, y poniéndome de espalda, se me sienta encima. Me pone la pija, todavía gomosa, entre las tetas y vuelve a cogérmelas.
-¡Apretá... apretate las tetas... si... así... ahhhhh... me encanta...!- vocifera con esa expresión libidinosa en la cara que tanto me puede.
Presiono toda mi abundancia láctea en torno a su virilidad, mientras él se desliza fluida y firmemente, amenazado con sacarse callos de tanto frotamiento, hasta que suelta un jadeo y de nuevo la leche empieza a saltar sin contención alguna, empapándome la cara con su deliciosa efusividad.
-¡Wow... estuvo increíble!- exclama, terminando de exprimirse la poronga, salpicándome con las ultimas y rezagadas gotitas de semen.
No puedo estar más que de acuerdo. Admito que después de Damián, no esperaba volver a pasarla tan bien tan pronto, pero la verdad es que Mario superó ampliamente todas mis expectativas. Solo espero no volver a enamorarme...
32 comentarios - Sin Damián...
Van mis últimos puntines!! +5 👏 👏 👏
Te dejo puntos y besos!
chorga erecta - Mision cumplida! 🚆