Como conté, me quedé con la virginidad anal de Laetitia. Después de esa primera vez, se volvió gran aficionada a los placeres del esfínter. Un día, tras una intensa sesión nocturna por su puerta posterior, me telefoneó desde su oficina: “Tu jugo de amor se me está escapando piernas abajo”.
Me pasó una sola vez en la vida. Después de calentarnos un buen rato hablando, me metí en la cama a esperar a María, que iba a bañarse. Aunque la conversación me había dejado a punto de caramelo, me ganó el cansancio y me quedé dormido. Desconsolada, usó los consoladores.
En puntas de pie, Victoria me agarra firmemente de los brazos, parados y desnudos ella y yo, y desliza su empapado tajo por mi venoso barrote sin introducírselo, en extático vaivén. Va y ven.
María me deja esperando. Habíamos combinado almorzar juntos pero se demora, lo que me da mucho malhumor. Cuando llega, se justifica: “Cuando estaba por salir, llegó José y se me fue la hora.” Sigo fastidiado, hasta que prueba con: “Esta noche te la chupo con muchas ganas”. Ok.
Una vez le di a Laetitia, que se había puesto los auriculares, mientras escuchaba sus canciones favoritas, sin prestarme la mínima atención. Otra vez, María pensaba en otro cuando la cogía. ¡Tiranas! Soy más que un eficiente pedazo provocador de placer, aunque a veces me resigne.
Fuera de horario, Adriana viene a mi oficina. No hay nadie en esta parte pero un poco más allá hay luces prendidas. Con la puerta entreabierta, se sienta en mi falda, me agarra del pelo y me sondea la boca con su lengua. El piso es incómodo para coger pero no hay alternativa. ¡Sh!
Otra vez estuvo Anita en esa situación pero con las inmediaciones muy pobladas. Cerramos la puerta y aun así, después de largo rato de placeres superficiales, no pudimos terminar de sacarnos la calentura. Tuve que esperar a la noche, aunque otra fue la socia. Suerte para María.
Al revés también ocurrió y más de una vez. De noche en casa, María apenas hablaba, distraída por algo que no me contaba. En la cama todo quedó muy claro: alguno la había dejado hecha un fuego por no haber podido cumplir. Agradecido al colega, usé y abusé de mi buena fortuna.
Me deslizo cauteloso por el corredor del pequeño hotel, muy poblado de gente conocida. ¿Qué digo si alguien me ve lejos de mi lugar? Consumido por los nervios, al fin llego, entro sin llamar, encuentro la contundente imagen de Victoria que me espera con su mejor lencería.
La mano precisa de María permite que la vela encendida derrame su derretido sebo sobre mis tetillas, mis bolas, mi glande. Sufro, con placer inconcebible. Gozo, con dolor indescriptible.
Escuchábamos con Lara instrucciones para una tarea a desarrollar en no importa qué contexto, junto a muchas otras personas. Ella se situó, con hábil disimulo, delante de mí y dejó que la aglomeración nos apretase. Somos discretos: siempre mantuvimos caras inexpresivas.
Un esfuerzo físico desacostumbrado me dejó exhausto. En la cama, María se aprovecha; su conversación en mi oído es dulce y obscena como toda ella y me hace cosquillas con sus pelos púbicos en mis nalgas. El dolor muscular se desvanece como la bruma arrastrada por el viento.
No la voy a nombrar pero quizá me lea: mi meñique en su clítoris, el anular excavando la humedad vaginal, el medio a veces le hace compañía, a veces presiona en la tierra de nadie, el índice penetra el suave ano, el pulgar aferra la voluptuosa nalga. Amor digital, como quien dice.
Cuando estaba ascendiendo el fragor de los cuerpos entrelazados, cuando yo era monta salvaje, desbocada, una visita inoportuna nos interrumpe. Tuve que pronunciar las terribles palabras que un caballero nunca dice: “Vestite y andate”. Hay buen humor. Pronto diré: “Volvé y desnudate”.
Me pasó una sola vez en la vida. Después de calentarnos un buen rato hablando, me metí en la cama a esperar a María, que iba a bañarse. Aunque la conversación me había dejado a punto de caramelo, me ganó el cansancio y me quedé dormido. Desconsolada, usó los consoladores.
En puntas de pie, Victoria me agarra firmemente de los brazos, parados y desnudos ella y yo, y desliza su empapado tajo por mi venoso barrote sin introducírselo, en extático vaivén. Va y ven.
María me deja esperando. Habíamos combinado almorzar juntos pero se demora, lo que me da mucho malhumor. Cuando llega, se justifica: “Cuando estaba por salir, llegó José y se me fue la hora.” Sigo fastidiado, hasta que prueba con: “Esta noche te la chupo con muchas ganas”. Ok.
Una vez le di a Laetitia, que se había puesto los auriculares, mientras escuchaba sus canciones favoritas, sin prestarme la mínima atención. Otra vez, María pensaba en otro cuando la cogía. ¡Tiranas! Soy más que un eficiente pedazo provocador de placer, aunque a veces me resigne.
Fuera de horario, Adriana viene a mi oficina. No hay nadie en esta parte pero un poco más allá hay luces prendidas. Con la puerta entreabierta, se sienta en mi falda, me agarra del pelo y me sondea la boca con su lengua. El piso es incómodo para coger pero no hay alternativa. ¡Sh!
Otra vez estuvo Anita en esa situación pero con las inmediaciones muy pobladas. Cerramos la puerta y aun así, después de largo rato de placeres superficiales, no pudimos terminar de sacarnos la calentura. Tuve que esperar a la noche, aunque otra fue la socia. Suerte para María.
Al revés también ocurrió y más de una vez. De noche en casa, María apenas hablaba, distraída por algo que no me contaba. En la cama todo quedó muy claro: alguno la había dejado hecha un fuego por no haber podido cumplir. Agradecido al colega, usé y abusé de mi buena fortuna.
Me deslizo cauteloso por el corredor del pequeño hotel, muy poblado de gente conocida. ¿Qué digo si alguien me ve lejos de mi lugar? Consumido por los nervios, al fin llego, entro sin llamar, encuentro la contundente imagen de Victoria que me espera con su mejor lencería.
La mano precisa de María permite que la vela encendida derrame su derretido sebo sobre mis tetillas, mis bolas, mi glande. Sufro, con placer inconcebible. Gozo, con dolor indescriptible.
Escuchábamos con Lara instrucciones para una tarea a desarrollar en no importa qué contexto, junto a muchas otras personas. Ella se situó, con hábil disimulo, delante de mí y dejó que la aglomeración nos apretase. Somos discretos: siempre mantuvimos caras inexpresivas.
Un esfuerzo físico desacostumbrado me dejó exhausto. En la cama, María se aprovecha; su conversación en mi oído es dulce y obscena como toda ella y me hace cosquillas con sus pelos púbicos en mis nalgas. El dolor muscular se desvanece como la bruma arrastrada por el viento.
No la voy a nombrar pero quizá me lea: mi meñique en su clítoris, el anular excavando la humedad vaginal, el medio a veces le hace compañía, a veces presiona en la tierra de nadie, el índice penetra el suave ano, el pulgar aferra la voluptuosa nalga. Amor digital, como quien dice.
Cuando estaba ascendiendo el fragor de los cuerpos entrelazados, cuando yo era monta salvaje, desbocada, una visita inoportuna nos interrumpe. Tuve que pronunciar las terribles palabras que un caballero nunca dice: “Vestite y andate”. Hay buen humor. Pronto diré: “Volvé y desnudate”.
9 comentarios - Décadas de sexo (22): Impresiones
No se oye muy fuerte su queja.... 😀 😀
Bellas escenas
Convincente ella, facil vos. Van pts, como siempre genial 👏