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Siete por siete (95): Mi pequeñita caminó…




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Compendio I


Una de las cosas más complicadas de este trabajo es perderme las cosas importantes.
Anoche recibí la llamada acostumbrada de Marisol, pero más temprano y llorando.
“¡Amor, nuestra flaquita está caminando!”
Me dejó sin palabras.
La muy bandida podría haber aprovechado sorprender a su mamá para el día de la madre. Pero no: se le ocurrió caminar justo cuando yo no estaba.
“¡Estábamos Lizzie y yo, jugando con ella, como lo haces tú y caminó hasta Lizzie!”
El juego que le hago a las pequeñas es el mismo que muchos padres deben hacer: poner a la chiquitita de pie y decirle que vaya a ver a otro pariente.
“¿Y esta vez, no la empujaste?” le pregunté.
“¿Cómo se te ocurre?” me respondió Marisol, muy enojada.
Porque esta misma flaquita estaba que casi aprendía a caminar un mes atrás. Pero como yo no estaba y Marisol quería que yo lo presenciara en persona, mi esposa la empujaba para que se sentara.
Obviamente, mi chiquitita se confundió un poco con mami y le perdió algo de confianza al hacerlo, sin mencionar que todos los avances que había logrado se fueron por el caño (porque de ahí en adelante, solamente se paraba y se sentaba y no se atrevía a caminar).
Me enojé un poco con mi esposa y le pedí que no lo hiciera más. Es algo normal y que pasa con padres primerizos, especialmente en mi condición de trabajo. Pero que si algo así pasaba (que aprendiera a caminar o dijera sus primeras palabras), que no se preocupara, porque me conformaba con verlo después o por último, en la grabación del sistema de seguridad.
Además, está mi gordita preciosa, que no podrá mantenerse mucho en pie, pero ya casi puede decir “mamá”.
“¡Te extraño mucho!” me dijo mi ruiseñor, todavía emocionada.
“¡Yo también!” le respondí, sintiendo el mismo ímpetu por volver a su lado.
“¡Trátala bien! ¡No seas tan brusco!” se despidió de mí, sonriendo con lágrimas en las mejillas.
“¡Lo intentaré!” le respondí “¡Y tú, no te excedas!”.
Y Hannah salió del baño, secándose el pelo tras la ducha después del trabajo.
“¿Qué pasó?” me preguntó, al verme tan abrumado.
“Mi hijita… aprendió a caminar…”
Se preocupó.
“¡Deja secarme bien el pelo!... ¡Marco, no!”
Trató de arrancar, pero no pudo. Se reía mientras yo la secuestraba del brazo hacía la cama.
La besaba, envolviéndola con mis brazos.
Sus cabellos rubios estaban tibios y mojados, pero no me importaba acariciarla. Seguía resistiéndose, pero sabía que era una batalla perdida.
Me miraba con sus enormes y brillantes ojos celestes y una sonrisa picarona, sabedora que no iba a escapar.
Necesitaba una mujer a mi lado. Con Marisol, me acostumbré a celebrar este tipo de acontecimientos haciendo el amor hasta el cansancio y yo sabía que mi esposa se encerraría en nuestra alcoba, tomaría su “huevito de las respuestas”, lo pondría en intensidad máxima y se masturbaría pensando en mí, de la misma manera que yo haría el amor con Hannah, hasta que ya no pudiera más.
“Supongo… que tampoco iremos a cenar…” exclamó, al ver que le desabrochaba la camiseta e iba besando su cintura, su vientre y sus pechos, lamiendo con deseo.
Le metía los dedos entre medio de su tanguita, fisgoneando por su abertura, sacándole unos profundos gemidos mientras que mis dedos se llenaban de sus viscosos juguitos.
“¡Tranquilízate, Marco! ¡Por favor!” me pedía ella tratando de mantener el orden, con preocupación, mientras yo desabrochaba mis pantalones con impaciencia.
Al verla erecta, sonrió con nerviosismo.
“¡Ohhh… Gooood!” exclamó ella, en un gemido largo y extenso, digna de una estrella porno encomendándose a la divinidad, mientras la iba metiendo y ensanchando sus labios, aguantando la sensación con un fuerte abrazo y una respiración agitada.
“¡Solo cálmate!... ¡Solo cálmate!” me pedía Hannah, mientras la embestía con violencia, tratando que la mirara a los ojos.
La hacía rebotar en la cama. No podía evitarlo. Estaba demasiado caliente.
Al principio, le molestaba que me pusiera así porque a Marisol le fuera bien en una prueba. Sin embargo, cuando le expliqué que no podía celebrar con mi mujer y al ver que le daba muchísimo más duro que lo acostumbrado, trataba de sobreponerse a su enojo.
“¡Tranquilízate!... ohhh… ¡Me vas a romper entera!...”
Le corría mano desenfrenado: Apretaba sus pechos. Se los estiraba. Los succionaba con violencia. Le apretaba los pezones y ella, gimiendo en el frenesí.
La besaba apasionadamente, de la manera que lo hago con mi Marisol. Ella sabía que esa noche no iba a hablar con su pusilánime marido y que le haría el amor hasta el cansancio, sin importar que me corriera o no.
“¡Vamos, Marco!... ¡Suelta mi cola… por favor!... Aaugh… ¡No puedes estar… más adentro!... y sigo siendo tu chica…” me pedía ella, con ya 3 o 4 orgasmos encima.
Pero no podía detenerme. Me sentía como un verdadero toro en esos momentos y lo único que pensaba era en agarrar su majestuoso trasero y besarla al cuello y las orejas, que son sus puntos débiles y meterla lo más adentro posible.
Ella gemía y me trataba de apartar, pero mis manos y sus propios movimientos de caderas la mantenían cautiva ante mi voluntad.
De hecho, traté de pensar si se había tomado las pastillas ese día. En realidad, poco me importaba en esos momentos.
“¡Ohhh, siiii!... ¡Ohhh, siii!... ¡Cálmate, chico tonto!... ¡Cálmate!... ¡Estás conmigo!... ¡Ahh!... ¡Dámela!... ¡Dámela!... ¡Siii!... ¡Ahiiiii!.... ¡Ahhhhh!...” me gritaba, sonriendo, al sentir como acababa en ella.
Su torso desnudo y sus pechos pequeñitos estaban muy parados y llenos de excitación. Para ella, con eso era suficiente.
Pero para mí…
“¡Marco!... ¿Quieres… más?” exclamó, sorprendida al ver que ni esperábamos a que pudiéramos despegarnos y que la volteaba, para que ella estuviera arriba.
“¡Lo siento, pero no es suficiente!” le dije, tomándola de la cintura.
Nuevamente, empezó a gemir y a aguantar el movimiento al que la forzaba, repletándose de placer.
Se apoyaba a mi cintura, aguantando como pudiera al movimiento brusco con que obligaban mis brazos a su cintura.
Pero fueron sus propias caderas, presas del deseo, las que empezaron a moverse incesantemente, sintiendo orgasmos consecutivos, buscando que yo me corriera en ella.
Se erguía majestuosamente, con sus cabellos sacudiéndose alocadamente, mientras que yo le seguía estrujando los pechos.
“¡Sigue así!... ¡Sigue así!... ¡Ahí!... ¡Ahí!... ¡Ahh!... ¡No pares!... ¡No pares!...” gritaba ella a las 4 paredes, cuando yo apenas iba a la mitad.
De alguna manera, ella rozaba su “punto G” y no paraba de cabalgar, cada vez más rápido.
Me imaginaba qué pensarían los que salían de la casa de huéspedes.
Era evidente que Hannah y yo teníamos sexo, pero ya habían pasado 2 horas (eran las 10:15 en el reloj del celular) y Hannah seguía gritando de esa manera.
Sé que una buena parte baja al caserío a acostarse con putas, pero ¿Qué pasaría con los otros? ¿Podrían escucharnos?
“¡Ya no más!... ¡Ya no más!... ¡Estoy muerta, Marco!... ¡Déjame descansar!...” me pedía ella, agotada y resoplando, me pidió cuando acabé por segunda vez en ella.
La acaricié y dejé que se acostara encima de mí. La cobijaba por la cintura, mientras ella se tranquilizaba al escuchar mi respiración.
Estaba transpirada y conmovida. Le había sacado lágrimas de satisfacción. La tapaba con la delgada sabana, para que no se desabrigara, mientras que la atmosfera de la cabaña se llenaba de un ambiente candente y pesado, con un aroma predominante a sexo, shampoo y jabón.
Pero cuando pude despegarme, vi que no tenía suficiente. La seguía teniendo dura y peor aún: famélica por meterla una vez más.
“¡Sólo quédate así! ¡Yo haré todo!” le dije, sacando la cintura hasta el borde de la cama.
“¡No, Marco! ¡Ya no puedo! ¡Estoy muy cansada!” me pedía ella, a punto a ponerse a llorar otra vez.
Pero sabía que si no se la metía, me volvería loco. Lo he intentado masturbándome (algo que Marisol me tiene prohibido, porque encuentra que es “un desperdicio de leche”), dándome duchas heladas y en general, todas las cosas que hacía cuando soltero.
Pero nada surtía efecto.
“¡Ohhh… Gooood!” nuevamente, al sentir que no me cansaba y seguía tan violento que antes.
Ella gruñía y gemía, afirmándose en la sabana para aguantar mis arremetidas, mientras yo la tomaba a lo perrito.
Lloraba de placer y sentía su manantial fluir entre mis piernas, mientras que sus hermosas y lechosas caderas se estiraban, como si entregara su cuerpo una vez más.
Sus pechos, paraditos y excitados, ni siquiera sentían los pellizcos y manoseos, tras los agarrones previos que habían sentido.
Lo único que pensaba yo era en lo contento que me sentía por mi niñita: Todas esas horas de esfuerzo y sacrificio habían valido la pena y ahora, había crecido un poco más.
Si es que lo que han leído ya no les ha parecido lo suficientemente raro, les confieso que en esos momentos en que le daba durísimo a Hannah, yo lloraba de felicidad.
Para finalizar su delicioso martirio, colapsé sobre el cuerpo de Hannah un poquito antes de la medianoche.
Inmovilizada por mi peso, ella se reía.
“¡Tonto, me duele el cuerpo!” protestaba ella, mientras me acostaba a su lado y ella no paraba de besarme.
“¡Lo siento!” le dije, arrepentido, pero ella se rió más.
“¡No tienes que disculparte! Ya te he dicho que soy tu chica y si quieres hacerlo conmigo, solo dilo y ya. Lo que me hace reír es que antes de conocerte, nunca había hecho el amor hasta cansarme.” Dijo ella, agarrándola bajo las sabanas.
“¿Ni siquiera con tu marido?”
Ella se rió coqueta. Tenía ganas de más y sabía que yo podía darle más…
“Ni siquiera con mi marido… y te pones así, porque tu hijita aprendió a caminar.” Respondía ella, acariciándola suavemente, para templarla. “¡Estoy pensando que excusa darle a Tom mañana!”
“¿Excusa?” pregunté, mientras ella me besaba apasionada.
“Sí. Porque todavía quieres más, ¡Muchacho travieso!” respondió, apretando la puntita.
“Bueno… Marisol siempre me deja acabar por atrás…”
Ella se rió y se dio vuelta.
“¡Pobre de tu esposa!... a veces, me da lástima que tenga que aguantar un marido como tú…”
“¿Como yo?” pregunté, mientras metía la puntita en su trasero.
“¡Claro! Debe vivir adolorida… pero con una enorme sonrisa…”
En realidad, es cierto. Pero nunca he pensado que mi esposa sonría porque puedo atenderla bien.
Jugueteamos hasta la una y media. Cuando mucho, dormimos 4 horas.
Los 2 amanecimos con el cuerpo pesado y ella, bastante adolorida, pero con una sonrisa radiante y sinceramente, no sé si tendrá ánimos para llevarme de inspección en un rato más.


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4 comentarios - Siete por siete (95): Mi pequeñita caminó…

Pervberto
Todo empieza y termina en el placer.
metalchono
Si, pero estoy entusiasmado igual. Esa chiquitita es tan seria, a diferencia de su hermana, que se ríe de todo.
pepeluchelopez
Sin duda un acontecimiento importante, y esa forma de festejar tuya que te puedo decir! De lo mejor! Imagino las ojeras al dia siguiente. Saludos
metalchono
Al final, ese día no pudimos ir de inspección. Pero estaba muy alegre en el trabajo.
_MicrO_
Gracias, buen post
metalchono
que bueno que te haya gustado.
alopezarr
Me gustó, buen post.
metalchono
Muchas gracias por comentar y por leerlo.