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Compendio I
Estas mañanas han sido especiales. Mi esposa me atiende antes de marcharse a la universidad, pero no pasan 10 minutos para que ella se vaya a clases y Liz aparece en mi habitación.
Nos ha espiado todas las noches (y Marisol viceversa, gracias al sistema de seguridad) y lo que más le agrada a mi esposa es que me pide que hagamos lo mismo que hago con ella por las noches.
La misma cama, sabanas, yo y el mismo sentimiento que las calienta: que atienda a otra mujer en el mismo lugar, sin que la otra lo sepa.
Incluso, les cambia la mirada. Es más libidinosa y seductora. Me atrevería a decir que es ligeramente siniestra.
Durante las pocas horas que coinciden, son lo más respetuosas la una con la otra, como si fueran buenas amigas.
Pero se marcha una y la otra me salta encima.
Sin embargo, la ventaja que tiene Marisol es que me entregaba la cola y Liz estaba dudosa… hasta el viernes.
Había probado las diferentes poses que hago con Marisol, pero es evidente que ella lo disfruta más por detrás y estaba un poco temerosa, porque la mía se hincha y se queda atascada un par de minutos.
“¡No te preocupes! ¡Seré bueno… y trataré que lo disfrutes tanto como ella!” le dije para tranquilizarla.
Para mí, los baños se han vuelto lugares místicos. Le he tomado más peso al hecho que es un lugar de transición, donde uno cambia la ropa de cada día por la desnudez, debilidad e intimidad de una persona.
Sin mencionar que buenísimas experiencias tomaron lugar en un baño, tantos públicos como privados.
Liz estaba vergonzosa. Era la primera vez que lo hacía de esa manera y se notaba muy tensa al cubrirse con la toalla.
Yo, en cambio, estaba mucho más calmado. Eché a correr el agua, me saqué los pantalones del pijama e ingresé a la ducha.
Sus ojos se fueron directamente a la entrepierna al verme, que ya estaba al alza. Esperé a que la temperatura del agua fuera agradable.
“¡Ven!” le pedí y ella dejó la toalla en el retrete, tomando la mano que le ofrecía.
Su cuerpo es muy bonito. Sus pechos cuelgan con forma de lágrimas, con pezones gruesos y puntiagudos y unas tremendas aureolas rosadas, que invitan a comer.
Su cintura es intermedia: ni rellena ni delgada, pero sus muslos son carnosos y tiene un trasero de lujo.
Pero su cara no se queda atrás. Lo más llamativo son sus ojos negros, su sonrisa perfecta y su cabello castaño liso y resplandeciente.
Sus pecas le dan algo de inocencia a su rostro, pero su mirada coqueta avisa que algo pasará si te quedas con ella a oscuras mucho tiempo…
“¡Lo primero que haré será jabonarte!” le expliqué, mientras que ella me contemplaba en silencio.
Me miraba confundida. Probablemente, esperaba que me abalanzara sobre ella como un animal salvaje.
Pero con el pasar de los días, se ha dado cuenta que puedo contenerme y que para mí es importante que ella también lo disfrute.
Me sonreía al ver cómo masajeaba sus pechos, sacando espuma, con completa libertad. Pero también me dejaba que mis manos fueran bajando por sus caderas, su cintura y su entrepierna.
Dado que se irguió al sentir mis manos rozando los alrededores de su hendidura y puesto que fue tan cooperadora, decidí recompensarla.
“¡Apóyate en la pared!” le ordené, mientras el chorro de agua tibia me golpeaba en la cabeza.
Su primera reacción al sentir mi lengua entre sus piernas fue un estremecimiento que la sacudió completa, de pies a cabeza, acompañado con un gemido sensual de satisfacción.
Yo fui lamiendo más adentro, mientras que sus manos acariciaban mis orejas, concediéndome acceso para probar su rosadito e hinchado botón y meter dedos por su jugosa hendidura.
Proseguí mi labor guiado por sus gemidos, jadeos y los movimientos de su cintura, que complementado con el abrazo de sus manos, trataban de enterrarme más en su interior y favorecer mis lamidas.
Luego de sentir la mezcla de agua, jabón y sus jugos en mi lengua y ver que estaba mucho más calmada, me puse de pie y empecé a jabonar mi herramienta.
“¡Déjame ayudarte!” me dijo, tomándola con una mano.
Se notaba por la manera de abrazarme, de suspirar y por la forma que ponía su boca que le tenía ganas desde hace mucho tiempo y la masturbada que me estaba dando era bastante efectiva.
El jabón hacia que el movimiento de sus manos fuese más rápido y suave y sus besos en mi pecho lo volvía una experiencia muy agradable.
“¡Te devolveré el favor!” dijo ella, sonriendo y agachándose para lamerla.
Era la segunda mamada del día, pero no fue tan buena. La técnica de mi esposa es asombrosa, pero la de Liz no dejaba de ser agradable, porque la agarraba como si fuera un micrófono y disfrutaba de lamer el glande en su boca.
La lamía, mordisqueaba y besaba, haciendo sonidos obscenos con la boca.
Pero le falta experiencia. No quería decirle que mi esposa se la mete más adentro y no se concentra solamente en la punta, porque en esos momentos es mi amante y supuestamente, “lo hace mejor que mi esposa”.
A Liz le gusta chuparlas y se molestó un poco cuando se la quite de la boca. Pero ya quería metérsela.
La acorralé en la esquina de la ducha. Ella suspiraba intensamente y entrecerraba sus ojos, mientras que mi avance la hacía levantarse.
Nuevamente, la apoyé en la pared y fui avanzando en ella lentamente. Gemía y me besaba, disfrutando de mí.
Muy apretada y húmeda, empezaba a sacudirla, arrastrándola por la superficie de la pared, en una atmosfera ardiente y vaporosa, producto del incesante chorro de la ducha golpeando nuestras cinturas.
A ella le encantaba, apoyando sus piernas sobre mis muslos y dejando que su propio peso y la gravedad hicieran el trabajo de meterla más y más adentro.
Me besaba encantada con sus dulces labios, mientras que mis manos se afirmaban de su cintura y veía sus pezones paraditos sacudirse y vibrar, con el movimiento de mis caderas.
Nuevamente, el agua y el jabón hacían que nuestros movimientos fuesen más fluidos y rápidos y la posición lo hacía más intenso, porque yo quería estar más adentro de ella, al igual que ella me quería tener a mí.
Acabamos juntos y ella dio un gran suspiro, disfrutándolo mucho. Pero mientras la espera seguía y el vapor iba caldeando la atmosfera, sus ojos se llenaron de preocupación.
“¿Aun quieres hacerlo?” le pregunté.
Yo ya estaba satisfecho y no necesitaba que me probara algo más.
Ella sonrió y me dio un tímido y dubitativo “Si”.
Esperamos para que pudiera despegarme y usé nuevamente el jabón para lubricar su trasero. Lo unté un poco en mis dedos y fui masajeando su esfínter, mientras ella se apoyaba nuevamente a la pared.
Un dedo. Luego 2 y podía ver lo nerviosa y asustada que se sentía, ya que su cuerpo se tensaba con cada movimiento.
Jaboneé a pajarote un buen rato e impacté con el chorro de la ducha para enjuagarla.
“¡Bien, Liz! ¡Aquí voy!” le avisé y metí la puntita en su agujero.
Se quejaba y le dolía de una manera atroz, pero quería que siguiera, bajo el anhelo de disfrutarlo tanto como Marisol.
Aprovechaba de masajearla en los hombros, para intentar relajarla un poco y que la experiencia no fuera tan dolorosa para ella, pero se sentía tensa.
“¡Liz, trata de calmarte!” le pedí, mientras besaba su espalda, pero la tensión en sus brazos seguía muy fuerte.
Era estrecha, por lo que debía afirmarme a su cintura. Sin embargo, sus pezones son sensibles y decidí distraerla, presionando una de sus ubres.
Dio un gemido de agrado e incluso, pude sentir cómo soltaba un poco el esfínter.
Sentía que formábamos una especie de triangulo rectángulo errático, donde ella doblaba sus piernas, mientras yo me afirmaba de su cintura y de la pared, para ayudarle a sostenerse y ella tensaba su trasero y sus piernas, para que avanzara más adentro.
“¡Ahh!... ¡Sigue!... ¡Ahh!... ¡Sigue!... ¡Se siente… bien!” me pedía ella.
Pero yo quería agarrar sus pezones. Así que como es pequeñita y el agua facilitaba que patináramos, la enderecé más a la muralla y le seguí dando, sin que tuviese que aguantar mucha fuerza de mi parte.
“¡Siento… que me quemas!... ¡Se siente… delicioso!” me decía, disfrutándolo mucho.
El movimiento de mi pelvis era incesante y ese traserito, ligeramente virgen, recibía con alegría a pajarote, quien se lucía con sus movimientos y ensanchando tejidos, mientras que sus pezones estaban hinchadísimos y duros, como si fueran bolitas de chocolate.
Acabé en ella y ella dio un intensísimo “¡Ahhh!” al recibir mis jugos una vez más. Como si fuera un terremoto perdiendo intensidad, seguí bombeando hasta que mis descargas se fueron haciendo más y más escasas.
Ella quedó petrificada, escondiendo el rostro en la pared, jadeante y muy cansada.
“¡Ahora entiendo… por qué tu esposa lo hace todas las noches!” me miraba, sonriente.
Esperamos un rato más para despegarnos, nos limpiamos y salimos de la ducha.
La mirada de Liz era más risueña que antes y me sonreía, como si estuviera enamorada. Se envolvió en la toalla y al verla con sus pechos pujantes, mi erección recuperó vitalidad.
Ella sonreía, muy entretenida.
“¡Ya basta! ¡Has tenido suficiente!” me decía, con unos ojos que se morían por volver a chuparla.
Pero tenía razón y las pequeñas despertarían luego. Así que tras cubrirme y dejar que el vapor de 3 horas escapara por la ventana, salimos finalmente del baño, para retomar nuestros roles de niñera y padre afectivo una vez más.
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6 comentarios - Siete por siete (94): La ducha