Tiempo después de los eventos descritos en Las dos, le digo a Laetitia que vi a Fernanda y le manda saludos. Responde con obscena gracia en el plural: “Dale recuerdos de mis partes.”
Aún no pasaba nada con la Beba, que vino a casa a contar problemas de pareja. María le ofrece: “Te presto a Alberto”. “¡Gran idea!”, responde la Beba. ¡Epa! No soy un servil objeto, un cacho de carne sin sentimientos ¡Qué horror! Como si se prestasen un vibrador… Pero dije: “Bueno”.
Laetitia, ordenando carpetas antiguas, encuentra una foto de la noche descrita en Las dos y me la manda. Lamentablemente, no puedo publicarla porque se ven claramente las caras. Me refiero a que, por un lado, no es explícita pero, por otro, se nota el volcán a punto de entrar en erupción.
Parece que todos los amantes de María tenemos en común que presumimos señalándonos la erección y reclamándole que es ella la que nos deja así. Me alegro de que nos una la verdad.
A pesar de que no son los senos el punto más prominente de la anatomía de Victoria, son muy bellos y suaves al tacto, contrastando con la dureza de los emergentes pezones, y sensibles; una vez la llevé al orgasmo tocándoselos. “¡Estoy subiendo por las paredes!”, decía alucinada.
Como @clandestyna, a veces,incluimos sabores ajenos a los propios de la piel o las oquedades. Un día, con cerezas al marrasquino derramadas sobre los atributos de mi masculinidad, María lame. Otro día es ananá en almíbar. Otro, miel. ¡Cuidado, que el sexo no produzca caries!
La noche de Las dos (u otra noche) yo llenaba el culo de Laetitia mientras Fernanda la chupaba. “¿Viste que deberías darme la bunda, Fernanda?” la incité “Mirá cómo le gusta”. Fernanda sacó la boca de su ocupación de excitar genitales femeninos ajenos y reclamó: “¡Que lo diga ella!”.
Hace calor afuera pero aún más adentro de mi cuarto. Exaltada por la película que acabamos de ver, María se me sube, me cabalga, se hunde mi báculo en su trono con pasión desatada. Unos meses más tarde, ese polvo, memorable en sí mismo, pasa a tener nombre de persona.
No veo porqué hay que tenerle asco a la sangre. Fernanda tampoco tiene. En días de bandera roja le recorro la intimidad con mi lengua codiciosa, con mis labios hambrientos, con mis duros dientes como contraste. Bebo sus jugos como si fuese vino ritual de un cáliz de impudor.
María lee algo sobre sexo tántrico. Me obliga (es un decir…) a penetrarla desde abajo y a quedarme quieto mientras contrae la musculatura de su húmeda caverna. El placer es inexplicable, virtuoso como un mantra. Nos interrumpe la indisciplina y nos damos a lo bestia.
¿Cuántas veces no te pasó que el miedo te impedía saltar a una experiencia nueva, mientras que la curiosidad y el deseo te impulsaban hacia adelante? ¿Y cuántas veces esa experiencia, cuando ya estuvo consumada, no te abrió la vida a mundos nuevos? ¡No perdamos el tiempo!
Con la Beba por la calle de madrugada, sin rumbo ni apuro, vamos cultivando calenturas, regándolas con babas, cuidándolas con palpadoras manos. Al borde de lo inaguantable, sin lugar íntimo a nuestro alcance, nos damos satisfacción entre dos autos estacionados a oscuras.
Con su lencería nueva, María baila para mí, desvistiéndose con extrema gracia. Después de desprenderse el corpiño, lo sostiene con habilidad de profesional con sus manos cruzadas sobre sus inigualables pechos. Ante mi aprobación, admite: “Esta parte siempre les gusta”.
Ocurrió ayer, 8 de mayo de 2015, en una ciudad que no es la mía. Un encuentro esperado, cultivado con placer y paciencia a la distancia, alimentado con fantasías, abonado de experiencia en jugar este juego que nos convoca. Si ella me autoriza, otro día les cuento. O no.
Aún no pasaba nada con la Beba, que vino a casa a contar problemas de pareja. María le ofrece: “Te presto a Alberto”. “¡Gran idea!”, responde la Beba. ¡Epa! No soy un servil objeto, un cacho de carne sin sentimientos ¡Qué horror! Como si se prestasen un vibrador… Pero dije: “Bueno”.
Laetitia, ordenando carpetas antiguas, encuentra una foto de la noche descrita en Las dos y me la manda. Lamentablemente, no puedo publicarla porque se ven claramente las caras. Me refiero a que, por un lado, no es explícita pero, por otro, se nota el volcán a punto de entrar en erupción.
Parece que todos los amantes de María tenemos en común que presumimos señalándonos la erección y reclamándole que es ella la que nos deja así. Me alegro de que nos una la verdad.
A pesar de que no son los senos el punto más prominente de la anatomía de Victoria, son muy bellos y suaves al tacto, contrastando con la dureza de los emergentes pezones, y sensibles; una vez la llevé al orgasmo tocándoselos. “¡Estoy subiendo por las paredes!”, decía alucinada.
Como @clandestyna, a veces,incluimos sabores ajenos a los propios de la piel o las oquedades. Un día, con cerezas al marrasquino derramadas sobre los atributos de mi masculinidad, María lame. Otro día es ananá en almíbar. Otro, miel. ¡Cuidado, que el sexo no produzca caries!
La noche de Las dos (u otra noche) yo llenaba el culo de Laetitia mientras Fernanda la chupaba. “¿Viste que deberías darme la bunda, Fernanda?” la incité “Mirá cómo le gusta”. Fernanda sacó la boca de su ocupación de excitar genitales femeninos ajenos y reclamó: “¡Que lo diga ella!”.
Hace calor afuera pero aún más adentro de mi cuarto. Exaltada por la película que acabamos de ver, María se me sube, me cabalga, se hunde mi báculo en su trono con pasión desatada. Unos meses más tarde, ese polvo, memorable en sí mismo, pasa a tener nombre de persona.
No veo porqué hay que tenerle asco a la sangre. Fernanda tampoco tiene. En días de bandera roja le recorro la intimidad con mi lengua codiciosa, con mis labios hambrientos, con mis duros dientes como contraste. Bebo sus jugos como si fuese vino ritual de un cáliz de impudor.
María lee algo sobre sexo tántrico. Me obliga (es un decir…) a penetrarla desde abajo y a quedarme quieto mientras contrae la musculatura de su húmeda caverna. El placer es inexplicable, virtuoso como un mantra. Nos interrumpe la indisciplina y nos damos a lo bestia.
¿Cuántas veces no te pasó que el miedo te impedía saltar a una experiencia nueva, mientras que la curiosidad y el deseo te impulsaban hacia adelante? ¿Y cuántas veces esa experiencia, cuando ya estuvo consumada, no te abrió la vida a mundos nuevos? ¡No perdamos el tiempo!
Con la Beba por la calle de madrugada, sin rumbo ni apuro, vamos cultivando calenturas, regándolas con babas, cuidándolas con palpadoras manos. Al borde de lo inaguantable, sin lugar íntimo a nuestro alcance, nos damos satisfacción entre dos autos estacionados a oscuras.
Con su lencería nueva, María baila para mí, desvistiéndose con extrema gracia. Después de desprenderse el corpiño, lo sostiene con habilidad de profesional con sus manos cruzadas sobre sus inigualables pechos. Ante mi aprobación, admite: “Esta parte siempre les gusta”.
Ocurrió ayer, 8 de mayo de 2015, en una ciudad que no es la mía. Un encuentro esperado, cultivado con placer y paciencia a la distancia, alimentado con fantasías, abonado de experiencia en jugar este juego que nos convoca. Si ella me autoriza, otro día les cuento. O no.
9 comentarios - Décadas de sexo (20): Impresiones
[Hace calor afuera pero aún más adentro de mi cuarto. Exaltada por la película que acabamos de ver, María se me sube, me cabalga, se hunde mi báculo en su trono con pasión desatada. Unos meses más tarde, ese polvo, memorable en sí mismo, pasa a tener nombre de persona.
i]
Lo mejor q leí en mucho tiempo!
muy bueno!
Muy bien por dejar a salvo su honra con esa tibia protesta jajajajja
Creo que lo pondre en un post it en el espejo del botiquin del baño..
"¿Cuántas veces no te pasó que el miedo te impedía saltar a una experiencia nueva, mientras que la curiosidad y el deseo te impulsaban hacia adelante?..."
Pueden que tengan razón..