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Compendio I
“¿Cómo dices?” preguntaba, mirando con incredulidad, mientras se colocaba la ropa interior dentro de la mina.
“Si te gustaría tener una cita conmigo.” Respondí, subiendo la cremallera de mi overol.
Ella se levantaba los bermudas, de una manera sensual, mostrándome su esplendorosa cola.
“¿Y dónde iríamos?” preguntó, desafiándome.
En realidad, no tenemos muchas opciones. Está la casa de huéspedes, donde podemos comer con los demás y está el bar del caserío, donde los chicos bailan y se acuestan con prostitutas.
“¡En la cabaña!” le respondí, haciendo que se riera.
Me abrazó por la cintura y me miró a los ojos.
“Sabes que soy “tu chica” y que de cualquier manera, me acostaré contigo, ¿Verdad?” Preguntó, bromeando.
“¡Por supuesto! Pero nunca hemos tenido una cita formal…”
Era un concepto nuevo para ella. Llevamos más de un año de conocernos en la mina y un par de meses para el primer aniversario de nuestra relación.
Pero nunca habíamos tenido una cita.
Hay cosas que dice sin palabras y yo la conozco. El martes estaba muy abrumada porque a uno de sus equipos no le había llegado el repuesto y otro presentaba una falla similar, sin que el proveedor diera señales de vida.
La atmosfera cambia cuando ella está así.
Hannah es feliz reparando sus vehículos. Pero cuando uno de ellos pasa demasiado tiempo en mantención, la deprime. No es porque ella no sea capaz (se conoce de corazón los más de 30 manuales de piezas de equipos mineros, con más de 5.000 piezas cada uno) y puede intercambiar componentes entre equipos, para facilitar las reparaciones.
Un equipo paralizado para ella significa una derrota. Y ahora, 2 le bajaban más los ánimos.
Tom era el único miembro de su equipo que se había dado cuenta, ya que ella debe mostrarse fuerte con sus subalternos. Pero no necesitaba decírmelo, porque sabe que la amo y que la conozco tan bien como él.
Probablemente, incluso mejor que el mismo Douglas.
“Pero… ¿Cómo una cita? ¿A qué te refieres?” preguntaba confundida.
“Pues… una cita.” Le respondí, mientras conducía la camioneta. “Nos arreglamos, comemos algo especial y pasamos un buen rato…”
Ella me contemplaba sonriente.
“Pero siempre cocinas, vemos un programa y nos acostamos. ¿Qué lo hará diferente?”
Y la miré, cuando llegábamos a la entrada de la mina.
“¿No confías en mí?”
Ella sonreía, más ilusionada. Sabe que no le miento.
Pero comprendía su incredulidad. Es difícil tener una cita con alguien que ves todos los días, en el mismo lugar donde comes y que prácticamente, te conoce tan bien como la conoces tú.
No obstante, las cenas más significativas que hemos tenido con Marisol han sido por eso: porque de alguna u otra manera, nos esforzamos por sorprender al que queremos y conocemos.
Como toda mujer, se encerró en el baño apenas llegó a la cabaña. Yo, en cambio, tomé la camioneta y bajé al caserío, a comprar algunas cosas.
Pero aparte de huevos, cebollas y un sartén, no pude conseguir mucho. Tuve que ir a la cocina de la casa de huéspedes por carne, aceite y vino para beber, pagando un pequeño soborno.
El personal de la casa de huéspedes (cocineras, camareros, encargados del aseo y otros) también sabe que Hannah y yo somos pareja y que yo tengo una cocinilla en mi dormitorio, algo que va en contra de las normas de seguridad de las habitaciones, pero nos guardan el secreto, porque soy cordial, respetuoso y porque encuentran romántica nuestra relación.
La habitación no es muy grande. Es de 7X3m, aproximadamente y cuenta con una cama para una persona, un velador, una cajonera para la ropa y un estante para libros y cosas, que Hannah y yo hemos ocupado como mesa para comer y un par de sillas, que nosotros trajimos.
Está calefaccionada por una caldera que alimenta a las cabañas y que nos permite usar agua caliente por las mañanas.
También tiene un baño, con una ducha, excusado y lavamanos, en el cual también lavamos los platos.
La ropa que traemos tampoco es la más glamorosa. Yo traigo 3 mudas de poleras, 2 pares de pantalones y con suerte, alguna camisa. Junto con ropa interior, obviamente.
La mejor vestimenta la dejamos para el lunes, al momento de dejar el cargo, porque es con la que volvemos a nuestras ciudades.
Y fue así como vi a Hannah, la cual me sobresaltó.
“¿Qué? ¡Dijiste que teníamos que arreglarnos un poco!” reclamó avergonzada.
Pero era la primera vez que veía a Hannah maquillada.
Parecía un ángel. Sus tiernos y pequeños labios, color carmesí, hacían un armonioso juego con sus rosadas mejillas.
También se había encrespado las pestañas y lo que la hacía mejor: se había tomado sus rubios cabellos con un moño, dejando una dorada cola de caballo.
Vestía un par de Jeans y una camiseta blanca.
“¡No te quedes callado! ¡Di algo!” exigió, avergonzada.
“¡Tendrás que esperar un poco! ¡Aun no preparo la cena!” respondí, muy perturbado.
Incluso, usaba el mismo perfume de la vez que me enseñó a jugar pool.
Ella rechistó, con un poco de impaciencia. Pero sonreía al ver mi rostro de sorpresa.
Le pedí que encendiera mi portátil y que se entretuviera viendo videos por YouTube, mientras yo freía.
El aroma de la comida le cautivaba.
“¡No mires! ¡Aún no está listo!” la reprendí, pero la entendía. Incluso yo, que cocinaba, estaba tentado a probar más de una vez la comida.
Tardé casi una hora y el dormitorio estaba pasado a cebolla, a pesar que la había cortado bajo el agua.
Pero cuando terminé, me tomé el lujo de hacerlo con detalles: puse una vela (que también me prestaron en la casa de huéspedes) y puse la música que a Hannah le gusta escuchar de fondo, para tener una cena romántica.
“¿Qué es esto?” preguntó, muy interesada.
“Se llama “Chorrillana”. Es carne picada frita, con cebolla y huevos fritos.”
Me miró a los ojos…
“Y… ¿Sabe bien?”
Estudiaba mi mirada, con desconfianza.
“¿Alguna vez te he dado veneno?”
Se reía, pero hasta que yo no revolví la carne con la cebolla frita y huevo (que era lo que más desconfiaba) y la probé yo, ella no lo hizo.
En ese aspecto, tanto Marisol como Hannah son estupendas. Para ellas, no es necesario llevarlas a comer a restaurants caros o velar que la comida tenga muchas calorías.
Mientras tenga buen sabor, ellas son felices.
“¡Mhm!... ¡Sabe rico!...” exclamó.
“¡Has comido conmigo por casi 9 meses y aun desconfías!” protesté.
“¡Lo siento!” se rió. “Pero no acostumbro a comer cebollas… al menos, no de esta manera.”
No tardó mucho en acabar el plato.
“¡No tienes que hacer esto!” me dijo, cuando le cedí la mitad del mío.
“¡Está bien!” le respondí. “¡Faltaron las papas fritas, así que no te preocupes!”
“¡Oh, habría sido delicioso!” exclamó ella, comiendo más pausada. “¡Vaya! ¡Vino!”
Destapé el corcho y le serví en el vaso.
“¡Nos faltan copas!” señalé, avergonzado.
“¡No importa! ¡Nunca bebes!” dijo ella, limpiándose la boca y probando un trago, muy contenta.
Hicimos tintinear los vasos y seguimos comiendo.
“¡Y bien, Hannah, cuéntame de ti!”
Ella me miró coqueta, siguiéndome el juego.
“¿Qué más quieres saber?”
“No lo sé. Cuéntame de tu juventud.”
“¡Te lo estás tomando en serio!” dijo, como si estuviese bromeando.
“Bueno… considera que yo viví en otro país…”
Vio en mis ojos que lo decía con sinceridad y le dio un poco de vergüenza.
Tiene 2 hermanos varones y ella es la menor. Vivió con sus padres hasta los 18 años, cuando entró curiosamente a estudiar a la Universidad de Adelaide, a cursar la carrera de Ingeniería Mecánica y posteriormente, para sacar la maestría.
Su pasión por la maquinaria se debe a que uno de sus tíos vive en el campo y le pidió ayuda para reparar una segadora cuando tenía 9 años. Fue una experiencia tan agradable, que de ahí en adelante supo que lo suyo eran las maquinas.
“Pero… ¿Por qué tan lejos?”
Ella miraba el vaso de vino con nostalgia.
“¡Ya sabes! Era joven… y quería salir de mi casa… ver el mundo… y todo eso…”
Yo estaba asombrado y le conté mi experiencia en la universidad.
Le sorprendió que viviera hasta tan viejo con mis padres y le llamaba la atención que las relaciones de familia fueran tan cercanas, donde mamá me sigue llamando cada semana para mantenerme al día de la vida de ellos y de mis hermanos, mientras que ella llama a su casa una vez al mes.
“¡Supongo que por eso estás tan enamorado de tu esposa!” comentó, algo dolida, pero soportándolo.
Y le pregunté cuándo conoció a Douglas.
Fueron amigos de niños. Incluso, fue el primer chico que le dio un beso.
Pero si bien Douglas es apuesto, inteligente y muy atlético, tienen visiones muy diferentes de la felicidad.
Al salir de la Universidad, formará parte de la firma de uno de los amigos de la familia y desea armar una familia con Hannah.
Pero Hannah es más sencilla y le gusta trabajar con maquinaria, algo que su marido no entiende bien.
“Y por eso me siento más feliz contigo… porque tú si me entiendes…” dijo, mirándome con sus brillantes ojos celestes.
Dejé su tema favorito de Coldplay (Paradise), tocando una y otra vez, mientras pasábamos a la cama para besarnos.
Es lo que me gusta de las citas: que puedes rehacer todo como si fuera la primera vez.
Nos besábamos con ternura, suspirando y disfrutando de nuestras caricias tímidas y solitarias, por encima de la ropa, aunque con el pasar del tiempo, los botones y cremalleras empezaban a desabrocharse y sostenes, calzones y calzoncillos hacían su aparición.
A ella le gustaba y lo estaba disfrutando tanto como yo, porque acariciaba sus pechos por encima de la camiseta, que ya estaban pujantes en excitación, mientras que sus manos desabrochaban mi camisa, acariciando mi pecho y bajando por mi vientre, mientras fundíamos nuestros labios uno con el otro.
Pero no toda dicha es eterna y fue la melodía típica del Skype que nos hizo parar.
“¡Es Douglas!” exclamó incomoda.
Me causó gracia ver su expresión de desagrado, porque su esposo llamaba en el peor momento y ella quería seguir conmigo.
Rápidamente, le ayudé a arreglarse y disimular.
“¡Hola, amor! Siento llamarte tan tarde.”
“¡No te preocupes!... aun no me he dormido. ¿Cómo estás?”
“Cansado. Estuve estudiando todo el día con mis amigos… pero quería verte antes de dormir.”
Por fortuna, no se había dado cuenta. Pero yo no iba a quedarme tranquilo.
Sus calzones estaban húmedos y empecé a bajárselos, mientras ella conversaba con su marido. Al principio, puso resistencia. Pero a medida que mis dedos se deslizaban bajo la prenda, rozando sus pelillos suavemente y a mojarse con sus jugos, la resistencia fue disminuyendo.
“¿Te sientes bien? Te noto agitada…” preguntó Douglas.
“¡No!... ¡Es sólo que te extraño!”
“¿Te estás tocando por mí?” inquirió su marido, muy entusiasmado.
Hannah no es de juegos pervertidos. Ella no se toca si está sola, aunque ha ido abriendo su mente a nuevas experiencias conmigo.
“S-s-si…” respondió, cuando sintió que el calzón bajaba.
“¡Mira cuánto te extraño, Hannah!” le dijo su marido y Hannah se puso roja de vergüenza.
Pero más que seguir la pantalla, Hannah suspiraba al sentir mi lengua dentro de ella.
“Siii… Siii… ¡Se siente… ahh… bien!”
“¡Oh, Hannah!... ¡Oh, Hannah!...” se escuchaba por el parlante, con el ruido incesante de la paja de su esposo.
Apoyaba sus piernas en mis hombros, mientras que ella contenía sus gemidos de placer y yo lamía incesantemente su rajita y chupeteaba su hinchadísimo botón.
“¿Te gusta así, Hannah?... ¡Ohhh!... ¿Te gusta? ¿Te gusta?”
Hannah gemía, pero me sujetaba la cabeza para entrar más en ella.
Escuché cuando su marido se vino, pero a Hannah le faltaba.
“¡Un poco más!... ¡Un poco más!... ¡Sí!... ¡Ahí!... ¡Lo adoro!... ¡Lo adoro!... ¡Ahhh!...” exclamó, cuando floreció en mis labios.
“Bien, princesa. He tenido suficiente. No olvides que te extraño y te amo.” Le dijo su marido.
“Yo también te amo.” Le respondió ella, con una sonrisa de felicidad. “¡Nos veremos pronto!”
Y cerró bruscamente el portátil, para que yo pudiera finalmente entrar por su entrepierna, sin otras interrupciones.
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4 comentarios - Siete por siete (93): Una cita para Hannah