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Repasada por el pintor de papá 1

Hola buen dia.
Hoy les vengo a compartir un relato que me encanto.
El relato es muy grande por lo cual lo voy a dividir en 2 o 3 partes.
Espero que les guste.

Todo comenzó cuando estaba estudiando para los exámenes finales de mi segundo año en la facultad. Mi papá contrató a don Jorge, un señor entrado en los cincuenta, conocido entre los vecinos por ser pintor y hacer trabajos en todo el barrio, amén de tener una actitud tosca. Y no es precisamente que sea un adonis ni nada similar… tampoco es que me importara ya que solo se trata del pintor.

Lo contrató para que repintara las paredes de nuestro jardín porque el invierno y la humedad habían hecho de las suyas, enmoheciéndolo todo; tocaba pintar unas nuevas capas, y de paso renovar también la casa. Así que el señor se presentaba todas las tardes en mi hogar donde trabajaba durante horas y horas mientras yo en la sala me dedicaba a estudiar.

A veces me tomaba descansos para ir a charlar con él. Total, como a esas horas éramos los únicos en la casa y tampoco era plan de ser antisocial. Aunque como dije, el señor no era muy conversador ni simpático. Yo solía indagar para ver si teníamos algo en común sobre lo cual hablar: noticias del día, su trabajo como pintor, su familia, la mía, ¡incluso hablábamos del clima! Pero nada funcionaba, todos mis intentos de diálogos se acaban a los cuatro o cinco intercambios.

Una tarde en particular, cuando él estaba alto en la escalera, pasando pintura por la pared, entré al jardín cansada de fórmulas, números y teorías.

—Don Jorge, ¿le gusta el tenis?

—No, no lo sigo. ¿A ti te gusta?

—¡Sí! De hecho, lo practico.

—¡Bien por ti!

Silencio luego. Incómodo y largo silencio. Hastiada, decidí cruzarme de brazos e intentar enfocar las cosas de otra manera.

—Ya. ¿Me podría decir qué es lo que no le gusta, don Jorge?

—¿Pero qué…? —dejó de pintar y me miró extrañado—. ¿Se puede saber a qué vienen esas preguntas que me haces todos los días?

—Solo quiero conversar, pero si se va a molestar pues ni caso.

—Eres una muchacha muy… Mira, ¿quieres saber qué no me gusta? ¡Este frío!

—¡Dios! —se me encendió el foco—. ¡Ya le traigo un café, no se mueva!

Al volver al jardín con una taza de café y rosquillas en las manos, terminé tropezándome con la manguera y caí de bruces contra la mencionada escalera. El pobre hombre tambaleó a lo alto y se cayó. No sobre mí, por suerte. Pero sí que aterrizó muy mal, por desgracia.

¿Resultado? Escayolas, escayolas y escayolas. Me sentí como un monstruo al visitarle en su casa, en compañía de mi papá, y verlo confinado en una pequeña y oscura habitación, acostado sobre la cama con brazo y pierna izquierdas enyesadas, postrado y triste, con la mirada perdida. Él no tenía ni ganas de saludarme. Su señora me había dicho, al verme muy afectada, que no me preocupara demasiado, que su marido hacía encargos de pinturería por gusto, no por necesidad, que como todo buen hombre trabajador no quería estar quieto sin hacer nada.

Pero yo no podía dejarlo así. Entonces le dije a su señora que si no era molestia, vendría todos los días después de mis clases de facultad para pasar el rato con él, cuidarlo y tratar de atenderlo para no delegarle todo el trabajo a ella durante el mes que estaría así. La culpable era a todos luces yo, y por más de que mi papá y su esposa quisieran quitarle hierro al asunto, yo simplemente no podía dejar pasar algo así. ¡Un hombre estaba encamado y enyesado por mi culpa!

Cuando tanto mi padre como la esposa del pintor se fueron, abrí la cortina que ocultaba la luz del sol y traté de sacarle temas de conversación de manera infructuosa, como siempre. Mejor iluminado como estaba, me fijé en el diminuto cuarto. Apenas un armario, un pequeño mueble para el televisor, un sillón al lado de la cama y finalmente una radio sobre una mesita, al otro lado de la cama. En ese momento simplemente pensé que era el cuarto que su mujer decidió usar como lugar para poder atenderlo mejor, ya que se encontraba cerca de la cocina, en el primer piso, y no en el segundo, donde más tarde sabría que se encuentra la habitación matrimonial.

—Oiga, don Jorge, su casa es muy hermosa y su señora muy amable.

Silencio. Solo mis pasos resonaban por el lugar. Me senté en el sillón al lado de su cama.

—Y… ¿No tiene hijos? Ahora que lo pienso, nunca los he visto. Y eso que suelo pasar todos los días después de la facultad por aquí, y también cuando iba al colegio.

Nada de nada.

—Mi mejor amiga dice que probablemente usted me quiere matar y me odia un montón, pero yo le dije que no tiene sentido concluir esas cosas si ella ni siquiera lo conoce a usted. ¿Verdad? ¿No me odia, no?

Cerró sus ojos y pareció ponerse a dormir.

—Yo no creo que me odie, es decir, no es que yo lo haya hecho a propósito. Además, míreme, podría estar paseando en el Shopping con mis mejores amigas, pero… ¡aquí estoy! Viendo… las fotos que me están enviando al whatsapp… parece que se están divirtiendo…

—Maldita sea, niña, cállate de una puta vez.

—¡Ah! Parece que alguien recuperó la lengua. Por cierto, observe esta foto que me acaban de enviar, ella es Andrea, mi mejor amiga… le estoy escribiendo que esa camiseta de Hello Kitty es preciosa, ¿no lo cree usted? Mire, mire…

No vio la foto sino que me observó fijamente. Parecía querer fulminarme con la mirada pero yo sostenía mi sonrisa como mejor podía. Iba a pedirle nuevamente mis sinceras disculpas por el accidente pero antes de que yo abriera la boca el señor soltó muy groseramente:

—Debí haberme caído sobre ti…

I. La “brocha” del pintor

Para el martes, mientras le leía al señor las noticias de un periódico online, su mujer entró con un plato de caldo de verduras. Al verla algo cansada decidí agarrar el mencionado plato y ser yo misma quien le diera de tomar. Esta vez, con su sonriente esposa de testigo, las cosas se hicieron más divertidas incluso. Para mí, no para él.

—¿Caldo de nuevo? —se quejó el señor.

—¿Qué? ¿Quieres las salchichas de pavo otra vez?

—Me gustan esas salchichas.

—¡Basta de salchichas! Ahora abre la boca, Jorge, la nena te va a dar de tomar.

—¿En serio, mujer? ¿Me va a dar de tomar ella?

—No seas maleducado. Agradece que alguien tenga ganas de ayudarte, que yo sinceramente estoy cansada.

—Don Jorge —interrumpí probando el caldo—, esto está súper delicioso…

—Pequeña bribona, ¿estás tomándote mi caldo?

—Pues sí, ¡y será mejor que abra la boca si no quiere que yo lo termine acabando!

—¡Perfecto! ¡Tómatelo todo, maldita niña, no dejaré que me alimentes! ¡Puta humillación!

El miércoles, debido a que estaban acercándose los exámenes, simplemente me iba a su casa para repasar en voz alta mis apuntes mientras él veía la TV. No tenía idea de qué le gustaba: o el canal de noticias, o el de deportes o el de prensa rosa. Como nunca se quejaba ni tampoco decía nada…

—Don Jorge, creo que estoy teniendo el síndrome de Florence Nightingale…

—¿Qué mierda es eso?

—Que si sigo cuidándolo, me voy a volver loquita por mi paciente –bromeé.

—No soy tu paciente, no necesito de ti, ¡y odio la prensa rosa!

—¿Y si pongo el canal de deportes?

Cerró los ojos y se echó una siesta. Quería fustigarme, amilanarme, pero no lo iba a conseguir. Había una pared fea y enmohecida entre nosotros, pero yo no descansaría hasta embellecerla. Su actitud me hizo pensar que tal vez debería seguir intentando otras alternativas; todos tienen sus debilidades; en algún punto el corazón cede y ve la bondad. Y pronto él vería la mía.

Así que el jueves alquilé un par de películas para verlas juntos. Tuve que recurrir a los consejos de mi sabia mejor amiga para que me recomendara algo que pudiera resultarle divertido a un señor de su edad. Se mostró reacio a ver las películas conmigo, sobre todo porque no le agradaba que yo me sentara sobre su cama, a su lado, para verlas desde el notebook.

Pero cuando vio que le había preparado un par de salchichas de pavo (en secreto, porque su señora no quería), me aceptó como compañía. La primera película fue “Hachiko”, la del perro que esperó a su amo muerto hasta sus últimos días. Puse la portátil sobre mi regazo y metí el disco.

Terminé llorando a moco tendido, abrazando mi notebook, balbuceando que jamás en mi vida tendría un perro, me partiría el alma que algún chucho tuviera que atravesar por algo tan fuerte. Esperaba que don Jorge estuviera en una situación similar a la mía: abatido, destrozado, con el corazón haciéndose añicos; situación ideal para conocernos esa faceta sentimental. Pero cuando lo miré, vi al mismo viejo cascarrabias de siempre.

—La mierda, niña, ¿te pones a llorar por esa tontería?

—¡Dios! ¡Fue terrible cuando la señora reconoció al perro aunque ya estuviera todo envejecido!

—¡Es una puta película!

—¡Basada en hechos reales, don Jorge! ¿Es que no tiene corazón?

La segunda película tenía el rótulo “Hook”, que trata de un envejecido Peter Pan que intenta volver a ser el niño que una vez fue. Me pareció acertado a todas luces, a ver si el señor lograba identificarse y ser menos rabietas conmigo. Así que puse el DVD y se reprodujo automáticamente. Dos mujeres, una rubia y una pelirroja, entraban desnudas a una habitación, tomadas de la mano. Pronto empezaron a besarse.

—Rocío… No esperaba esto de ti. Primero las salchichas, ahora una porno. Ya no me caes tan mal.

—Esto no es “Hook”. Se habrán confundido en el videoclub. Será mejor que vaya a devolverlo.

—¡No! Maldita sea, haz algo bien y déjame verla.

—¿En serio, señor? ¿Así que es eso lo que le interesa? ¿Una porno?

—Si te quedaras callada sería genial pero ser ve que es un caso imposible.

—¡Pesado! Debería decírselo a su señora…

—Hazlo, no creo que le interese mucho. Mira, vaya dos chicas más guapas, ¿no? Y ahí entra un negro en acción.

No le iba a dar el gusto, y mucho menos porque se oía cómo su señora se estaba acercando a la habitación, así que rápidamente cerré el notebook y me levanté de la cama. Don Jorge volvió a suspirar y de paso me regañó porque según él, cuando por fin encontré algo de su interés, terminé descartándolo. Pero no hubo tiempo para más ya que su esposa entró:

—Rocío, quiero salir de compras, ¿no te importa quedarte un rato más hasta que vuelva?

—Claro que no, Susana. Estaba pensando en limpiarle la habitación.

—¡Qué encanto eres! La escoba y el repasador están en el jardín. Pórtate bien, Jorge, no seas malo con la niña.

Luego de despedirme de la señora en el pórtico, me hice con las mencionadas escoba y repasador para volver la habitación de don Jorge. Conforme barría la pieza, el señor volvió al asalto.

—Rocío, sé buenita y ponme esa película que me trajiste.

—No le estoy oyendo, pervertido.

—¿Ahora te haces la enojadita? Solo ponla y vete a la sala hasta que termine de verla.

—¡No sé si se da cuenta, pero estoy limpiando su habitación!

Luego de pasar trapo, siempre aguantando los embates de don Jorge, me acerqué al armario para ordenar sus ropas. Fue cuando noté un pequeño cajón de cartón, como de zapatos, escondido en el fondo. Era bastante pesado. Don Jorge ladeó como pudo su cara y por el tono de voz lo noté alarmado.

—¿¡Qué estás haciendo, niña!?

—¡Le estoy ordenando el armario!

—¡Suelta eso!

Con lo cabreada que me estaba poniendo su actitud, lo abrí para castigarlo. Mis ojos se abrieron cuanto pudieron. Eran revistas porno, y no me refiero a revistas… ligeras… sino bastante fuertes. Mientras el señor vociferaba sobre aquella invasión de privacidad, noté un denominador común en todas las portadas y el contenido de las revistas. Por lo visto al señor le gustaban las chicas con mucho pecho…

Pero enseguida me dio un corte tremendo porque yo tengo los senos grandes, pero claro que por la manera que yo vestía (estábamos en invierno) apenas se notaba. Guardé las revistas en el cajón y la devolví en el armario. Y me sentí terrible, es decir, a mí no me gustaría que alguien supiera de mis fetiches y perversiones. Es algo que ni siquiera lo solía compartir con mi novio porque se requiere de un nivel de confianza muy grande.

—Oiga, don Jorge, discúlpeme. Ya lo guardo y no lo volveré a revisar.

Silencio de nuevo. Esta vez fue matador. Sentía que lo había herido muy fuerte. Seguí a lo mío, doblando y ordenando sus ropas. Entonces sospeché de otra cosa. El montón de ropas, el televisor, la radio allí sobre una cómoda. No era mi intención inmiscuirme más, al menos no más de lo que ya lo había hecho, pero estaba pensando seriamente que don Jorge y doña Susana no compartían la misma habitación.

—Don Jorge, ¿quiere que le ponga algo de música?

Nada. Nada de nada. El señor estaba herido, eso estaba claro. Y yo me sentía como un monstruo. Aparte de haberle causado un accidente horrible, lo había humillado. Así que al terminar con las ropas, me senté de nuevo sobre su cama, abriendo el notebook.

Se reprodujo la película. Allí, las dos chicas gozaban con el negro.

—Bueno… —dije suspirando—. Seguro que el papá de esa rubia estará súper orgulloso…

—No me jodas, niña —respondió don Jorge, mirándome con una sonrisa, antes de ver de nuevo la película. Los gritos y gemidos llenaban toda la habitación.

Prefería no seguir viendo; no es que no esté acostumbrada o me hiciera de la decentita, es que simplemente se sentía mal verlo con un señor a quien debía estar cuidando. Le dejé el notebook y me levanté para trapear un poco más ese piso.

Mientras limpiaba debajo de su cama, noté algo llamativo en la entrepierna del señor: su erección se estaba marcando bajo su pantalón. Y esa espada, por el amor de todos los santos, era algo increíble. Me quedé allí, sosteniendo el trapeador, mirando fijamente cómo aquel mástil se endurecía más y más y más; ¿hasta dónde iba a crecer? ¡Ya estaba superando a la de mi novio!

—Rocío, ¿te sucede algo? —preguntó don Jorge, sonrisa pícara.

No podía proferir palabra alguna pero sí supe reaccionar a tiempo. Ladeé la mirada y me hice de la desentendida, trapeando el suelo nuevamente. Pero aquella lanza seguía reluciendo. Casi brillando, diría yo, llamándome, rogándome que lo ojeara disimuladamente cuando pudiera. Los gemidos de las chicas rebotaban por la habitación; se me escapó un hilo de saliva cuando la volví a observar.

—¿Te importaría salir un rato de mi habitación, Rocío?

—Ahhh —dije embobada—. Tengo que repasar, don Jorge.

—¡Ya veo! Pues quédate, me importa un rábano.

Con su única mano retiró un poco el pantalón y ladeó su ropa interior, sacando a relucir ese imponente pedazo de carne. ¡Madre! ¡Brillaba, centelleaba, se erigía todo gordo, orgulloso e infinito! ¡Dios, y esas venas! Me flaquearon las piernitas, sentí un ligero mareo, aún no quiero sonar muy obscena pero es que hasta mi vaginita se estremeció imaginando cómo sería que algo así entrara en mí. Salí pitando de la habitación en el momento que comenzó a masajear su carne de manera grosera, bufando como un animal y mirando la película porno.

Roja como un tomate, cerré la puerta detrás de mí. Me recosté contra ella, cayendo lentamente hasta el suelo. ¡No lo podía creer! ¡Eso superaba la veintena de centímetros fácilmente! Pobre doña Susana, seguro ni le dejaba caminar bien… o mejor dicho… vaya con la afortunada doña Susana…

Tras la puerta, don Jorge se masturbaba muy ruidosamente. Y yo, curiosa como no podía ser de otra forma, me repuse para tratar de verlo a través del picaporte. Ladeando forzadamente la mirada, pude ver el enorme objeto que me tenía tontita. Aquellas enormes venas iban y venían por ese largo y grueso tronco, fuertemente machacado por la mano del señor.

No pude evitarlo, ¡me excitó un montón! Pero no era ocasión para masturbarme. Así que fui a la cocina para prepararle algo de comer y quitarme pensamientos impuros de la cabeza. De vez en cuando volvía silenciosamente hasta su puerta para curiosear si seguía estimulándose o si ya había terminado con su manualidad.

Quince minutos después, cuando vi que se corrió en un pañuelo, trató de ponerse bien tanto su bóxer como su pantalón con su única mano disponible.

Entré a su habitación con una ensalada en mano; tenía rodajas de su salchicha preferida. Pero me temblaba todo el cuerpo, estaba coloradísima, sudando también, mirando de reojo su entrepierna que ya no daba señales del destructor que se alojaba allí.

—Don Jorge, le voy a dejar una ensalada aquí… y saldré corriendo para mi casa ya.

—Gracias, niña. ¿Podrías hacerme un último favor? Ciérrame la hebilla del cinturón…

—Ahhh… señor Jorge —me quedé para allí sin saber qué hacer, jugando con mis dedos. Quería correr pero también quería quedarme, no sé. Tragué saliva y me acerqué para cerrársela lentamente, ajustando un poco su bóxer, que estaba mal puesto, tratando de no mirar demasiado ese pedazo de carne morcillón que relucía bajo la tela—. Don Jorge, me alegra haber encontrado por fin algo que le guste.

—Pues la película estuvo estupenda. ¿Vas a traerme más de esas?

—Uf… es súper incómodo esto, pero puedo hacerlo.

—Me estás empezando a agradar, Rocío. Y me gustan las chicas con tetas, así que trae algunas películas de ese estilo.

—Dios mío, si su señora nos pilla seguro que me da un escopetazo a la cara —era imposible cerrar la hebilla porque mis manitas temblaban, ¡Dios!

—Ya te lo dije, niña, ¡no le importará un pimiento!

De noche, en mi casa, no podía quitarme la imagen mental de aquel mástil de proporciones astronómicas. Seguro que su señora estaría, en ese momento, dándole una mamada o forzando posiciones para poder follarlo en esa cama, no sea que lastimara sus extremidades rotas. Normal, si él fuera mi marido yo también estaría como loca todo el rato. Pero claro, no era ese mi caso, así que me limité simplemente a pasar un rato agradable en mi baño, metiendo un dedito mientras que con el pulgar me acariciaba el clítoris; imaginaba que yo era su esposa que lo recibía luego de un pesado día de trabajo, vestida con un camisón coqueto y trasparente.

Le llenaría la cara a besos mientras degustaba mi cena, y luego lo arrastraría hasta nuestra habitación matrimonial donde me haría gozar toda la noche con esa larga, gruesa y titánica obra de la naturaleza. Lo haríamos así todos los días, todos los días, todos los días…

¡Madre, todos los días sin parar! Tal vez dejaría los domingos para pasear en la playa, que es mi actividad preferida. Pero luego me puse a lagrimear viendo mi dedo, tan pequeño y finito, mojadito de mí, no era lo mismo que la enorme herramienta de ese pintor…

Había una pared entre ambos, ¡sí! Fea y enmohecida. Pero ahora una enorme brocha había entrado en escena. Y parecía venir cargada con mucha pintura.
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Ojala les guste

9 comentarios - Repasada por el pintor de papá 1

carmora
En espera de la segunda y/o tercera parte me dejo a mil
dorasanchez52090
jeje gracias ya pronto vendra je
dj_adan
me gusto tu relato ... maduros enloqueciendo a chiquillas jejejejeje ... espero la proxima ... +5 🙂
dorasanchez52090
verdad que si ? jeje
DaniGallegos
Excelente, realmente es muy bueno ahora lo voy a leer completo creo que hay dejaste el link no es asi ??
dorasanchez52090
exactamente
carlito_45
Fatal. Te deje un 10
dorasanchez52090
gracias. Ya esta la parte 2 por si la quieres leeer
DaniGallegos
Oye te mande un mensaje si lo pudieras responder seri fabuloso, ademas de que tengo una duda que quisiera que me aclararas