Antes incluso de leer el brillante relato de @Lady_GodivaII, recordábamos esta historia:
– Toda mujer debería tener esa experiencia al menos una vez en la vida – le digo a María.
Ella estuvo de acuerdo, aunque agregó que todo hombre también. Claro que sí. Todo empezó con un viaje, como otras veces. Vivíamos en Brasil pero habíamos vuelto a Uruguay a pasar las vacaciones. Al finalizarlas, yo viajé antes que María para resolver nuestro alojamiento para el año siguiente. Fui a lo de Fernanda, esperando maliciosamente que pasaríamos unos ajetreados días pero resultó que estaba comenzando una relación con José, que se había mudado con ella. Con presupuesto corto, iba fracasando en mis intentos de conseguir dónde vivir. En eso, supo Fernanda que se iba por dos años a Europa. Cuando llegó María, combinamos convivir los cuatro un par de meses y, cuando se fuese, le alquilaríamos su casa. Muy inocente, ¿verdad?
Bueno, como Fernanda le dijo a José que ella y yo teníamos una historia a la vez amistosa y erótica, él se sintió cómodo para cortejar a María, creando una atmósfera muy sensualizada en aquella casa. Hubo un día en que estaban solos y él entró al baño con una excusa banal mientras María se duchaba. No había cortina, por lo que la desnudez esplendorosa de mi amada se manifestaba en su totalidad y allí empezaron los primeros escarceos, que continuaron con los hechos que dieron lugar a la primera anécdota que narré al final de la Introducción.
Por algún tiempo, la tensión se mantuvo, siempre creciente pero postergando su desenlace. Espontáneamente habíamos coincidido sin comentarlo en mantener cierto misterio y discreción en la relación con la contraparte de la otra pareja, aunque no por eso dejábamos de galantear, calentando poco a poco la situación con besos furtivos, manoseos aventurados y algún rápido contacto bucogenital (especialmente por parte de María). Sin embargo, el volcán no terminaba de entrar en erupción, a pesar de que al menos nosotros en la intimidad dábamos rienda suelta a nuestras fantasías. ¡Y la de María había sido toda la vida tener dos machos en su cama!
Una noche de otoño cenamos tranquilamente María, José y yo, mientras Fernanda había salido por una actividad laboral. De sobremesa, mirábamos una revista porno de las que guardaba Fernanda y que mostraba el desarrollo de un trío HMH. María pasaba las páginas entusiasmada, comentando lo bien que se estaría sintiendo esa mina atendida por dos tipos. José y yo nos mirábamos con insano brillo en nuestros ojos, con sudor frío recorriendo nuestras frentes, con un nudo en cada estómago. Solamente había que esperar que alguien diese el primer paso, porque era evidente que, a la menor chispa, la hoguera iba a desatarse y consumirnos.
En eso, María se levantó de la mesa y fue a la cocina a buscar algo. Fijando mi mirada en José, dije “¡Ahora!”, dando un leve pero firme golpe con la palma de la mano en la mesa. Fui atrás de María. La agarré por atrás, frotando sus nalgas contra mi bulto, que pulsaba con igual ritmo e intensidad que mi corazón. Metiendo la mano bajo su ropa alcancé el robusto tetamen justo cuando José entraba. Levanté entonces la camiseta de María, exhibiendo sus pechos, y lo miré, cómplice. Como todavía dudaba, lo invité con señas de mi cabeza. Su última resistencia cayó.
Tomamos a María cada uno de una mano, en promiscua y tumultuosa caminata nupcial. La llevamos a la cama, la desnudamos entre besos, la acariciamos con delicadeza, con ansiedad, con pasión tanto tiempo contenida. La razón y las ropas perdidas, ella devolvía besos y caricias. Como soy mirón, me aparté un poco para ver cómo se revolcaban en febril 69. Tras divertirse un rato saboreando a José, María, sin dejar practicarle una magistral paja, se puso boca arriba, su cuerpo vibrando como una cuerda de guitarra, como una hoja en el viento. Cabalgué con saña a mi yegua que nunca soltó la fusta del otro jinete. Seguimos buen rato. ¿Para qué detallar lo que todos sabemos? Al final, como en una coordinada sintonía, los tres nos vinimos llenos de placer, de emoción, de alegría de vivir. Después la llevamos a la ducha (¡donde todo había comenzado!) y le lavamos cuidadosamente las señas de los dobles pecados que le cometimos.
– Toda mujer debería tener esa experiencia al menos una vez en la vida – le digo a María.
Ella estuvo de acuerdo, aunque agregó que todo hombre también. Claro que sí. Todo empezó con un viaje, como otras veces. Vivíamos en Brasil pero habíamos vuelto a Uruguay a pasar las vacaciones. Al finalizarlas, yo viajé antes que María para resolver nuestro alojamiento para el año siguiente. Fui a lo de Fernanda, esperando maliciosamente que pasaríamos unos ajetreados días pero resultó que estaba comenzando una relación con José, que se había mudado con ella. Con presupuesto corto, iba fracasando en mis intentos de conseguir dónde vivir. En eso, supo Fernanda que se iba por dos años a Europa. Cuando llegó María, combinamos convivir los cuatro un par de meses y, cuando se fuese, le alquilaríamos su casa. Muy inocente, ¿verdad?
Bueno, como Fernanda le dijo a José que ella y yo teníamos una historia a la vez amistosa y erótica, él se sintió cómodo para cortejar a María, creando una atmósfera muy sensualizada en aquella casa. Hubo un día en que estaban solos y él entró al baño con una excusa banal mientras María se duchaba. No había cortina, por lo que la desnudez esplendorosa de mi amada se manifestaba en su totalidad y allí empezaron los primeros escarceos, que continuaron con los hechos que dieron lugar a la primera anécdota que narré al final de la Introducción.
Por algún tiempo, la tensión se mantuvo, siempre creciente pero postergando su desenlace. Espontáneamente habíamos coincidido sin comentarlo en mantener cierto misterio y discreción en la relación con la contraparte de la otra pareja, aunque no por eso dejábamos de galantear, calentando poco a poco la situación con besos furtivos, manoseos aventurados y algún rápido contacto bucogenital (especialmente por parte de María). Sin embargo, el volcán no terminaba de entrar en erupción, a pesar de que al menos nosotros en la intimidad dábamos rienda suelta a nuestras fantasías. ¡Y la de María había sido toda la vida tener dos machos en su cama!
Una noche de otoño cenamos tranquilamente María, José y yo, mientras Fernanda había salido por una actividad laboral. De sobremesa, mirábamos una revista porno de las que guardaba Fernanda y que mostraba el desarrollo de un trío HMH. María pasaba las páginas entusiasmada, comentando lo bien que se estaría sintiendo esa mina atendida por dos tipos. José y yo nos mirábamos con insano brillo en nuestros ojos, con sudor frío recorriendo nuestras frentes, con un nudo en cada estómago. Solamente había que esperar que alguien diese el primer paso, porque era evidente que, a la menor chispa, la hoguera iba a desatarse y consumirnos.
En eso, María se levantó de la mesa y fue a la cocina a buscar algo. Fijando mi mirada en José, dije “¡Ahora!”, dando un leve pero firme golpe con la palma de la mano en la mesa. Fui atrás de María. La agarré por atrás, frotando sus nalgas contra mi bulto, que pulsaba con igual ritmo e intensidad que mi corazón. Metiendo la mano bajo su ropa alcancé el robusto tetamen justo cuando José entraba. Levanté entonces la camiseta de María, exhibiendo sus pechos, y lo miré, cómplice. Como todavía dudaba, lo invité con señas de mi cabeza. Su última resistencia cayó.
Tomamos a María cada uno de una mano, en promiscua y tumultuosa caminata nupcial. La llevamos a la cama, la desnudamos entre besos, la acariciamos con delicadeza, con ansiedad, con pasión tanto tiempo contenida. La razón y las ropas perdidas, ella devolvía besos y caricias. Como soy mirón, me aparté un poco para ver cómo se revolcaban en febril 69. Tras divertirse un rato saboreando a José, María, sin dejar practicarle una magistral paja, se puso boca arriba, su cuerpo vibrando como una cuerda de guitarra, como una hoja en el viento. Cabalgué con saña a mi yegua que nunca soltó la fusta del otro jinete. Seguimos buen rato. ¿Para qué detallar lo que todos sabemos? Al final, como en una coordinada sintonía, los tres nos vinimos llenos de placer, de emoción, de alegría de vivir. Después la llevamos a la ducha (¡donde todo había comenzado!) y le lavamos cuidadosamente las señas de los dobles pecados que le cometimos.
12 comentarios - Décadas de sexo (15): Los dos
Creo que ya lo habia dicho.. Que suerte la de Maria! Excelente forma de contarlo, como siempre.
Todo lo que no dijo...
Mi cabeza Lo proyecto 😍