Desde hacía varios años, éramos amigos con Fernanda. Ella fue una gran cómplice de nuestra etapa brasilera, tan presente en estas páginas. Pasamos juntos algunas vacaciones, como se menciona A través de la ventana (la versión de María). Sabíamos de sus excursiones extramatrimoniales y ella de las nuestras, así que no vivió como algo extraño que, al visitarla en su ciudad y en ausencia de Arnaldo, su pareja de la época, la invitase a coger conmigo.
– Bueno, nunca me lo había planteado pero yo tengo un espíritu muy puto. Me gusta lo inesperado, así que llevémoslo tranquilamente y veamos qué pasa.
Esa noche hubo desnudeces y besos pero la siguiente fue de escándalo. Entre otras cosas, supe que María, maga en las oscuras artes de la felación, tenía una digna rival. Es más, en las muchas escabrosas sesiones compartidas, me di cuenta de que Fernanda coge como María, con similares movimientos, acciones y preferencias. Hasta comparte cierta lentitud en calentarse que se torna ansia de verga, gemidos sin voz y gritos desatados, aunque en idiomas diferentes.
Entro en calor ahora mientras escribo recordando a Fernanda en su baja cama, de rodillas y de espaldas mientras yo le agarraba las caderas y la bombeaba fuerte, haciéndole bambolear sin control sus generosas tetas y despertando sus bramidos: “Que tesão, que tesão, que tesão!”.
Además de Arnaldo, le conocimos a José (proveedor de la primera acabada que tragó María: Introducción y protagonista del cuento de la semana que viene) y otros, incluyendo su pareja actual, un gran tipo. Lamento respetuosamente que él no esté en nuestra onda, porque eso implica que, a pesar de que nos encontramos bastante seguido, hace mucho que no cogemos.
Puedo mencionar varias aventuras, como la Noche de los Moteles, en la que María y José fueron a desarrollar prácticas bíblicas en uno y yo fui con Fernanda a otro (en ambos casos pagamos nosotros; ¡mal negocio ese intercambio!) o las veces que me cogía a la más bien trasnochadora María al irme a dormir y, de mañana temprano, iba a despertar a la madrugadora Fernanda para tomar mate, aunque primero ella chupaba para sacar jugos de mi gorda bombilla de carne.
Una vez, tras días de locuras en Europa, cultivados ya varios vicios más tradicionales (y otros), practicamos el simple juego “No me la pongas”, que permite todo menos penetrar. Entregamos nuestras lenguas con creciente pasión, primero con suaves toques, después con furiosa refriega y hasta atrapé la suya entre mis labios, succionándola con vigor. La ropa, inútil, iba cayendo.
Cuando no nos quedaba más que las prendas íntimas, una mojada, otra abultada, con delicada urgencia la aparté para mirarnos. Ella aprovechó para sacarse el corpiño, liberando sus pechos como cañones, que acercó amenazantes para la faena de mis labios y dientes, de mis lamidas y manotazos. Apretando sus pezones con mis dedos, sacudí esas tetas como si estuviese saludando con improbablemente voluminosos pañuelos, provocando sus gruñidos de dolor y placer.
En la cama, Fernanda puede abrir mucho sus piernas. Ya desnudos, me arrodillé entre ellas y le pasaba en mutuo delirio la pija por la entrada a su cielo. Ella emitía un continuo y desgarrado aullido a volumen de susurro. Embadurnada de sus propios fluidos, la concha se le abría y se le cerraba como la boca de un animal hambriento, anhelando mi palo, clamando por un relleno.
– ¡Ponémela..!.
– ¿Cómo se pide?
– Ponémela, por favor – y, ante mi demora: ¡¡¡Ponémela de una vez, hijo de puta!!!
Berreó cuando, entre faltar a mi palabra y obedecer, decidí esto último. Defectos tenemos todos.
– Bueno, nunca me lo había planteado pero yo tengo un espíritu muy puto. Me gusta lo inesperado, así que llevémoslo tranquilamente y veamos qué pasa.
Esa noche hubo desnudeces y besos pero la siguiente fue de escándalo. Entre otras cosas, supe que María, maga en las oscuras artes de la felación, tenía una digna rival. Es más, en las muchas escabrosas sesiones compartidas, me di cuenta de que Fernanda coge como María, con similares movimientos, acciones y preferencias. Hasta comparte cierta lentitud en calentarse que se torna ansia de verga, gemidos sin voz y gritos desatados, aunque en idiomas diferentes.
Entro en calor ahora mientras escribo recordando a Fernanda en su baja cama, de rodillas y de espaldas mientras yo le agarraba las caderas y la bombeaba fuerte, haciéndole bambolear sin control sus generosas tetas y despertando sus bramidos: “Que tesão, que tesão, que tesão!”.
Además de Arnaldo, le conocimos a José (proveedor de la primera acabada que tragó María: Introducción y protagonista del cuento de la semana que viene) y otros, incluyendo su pareja actual, un gran tipo. Lamento respetuosamente que él no esté en nuestra onda, porque eso implica que, a pesar de que nos encontramos bastante seguido, hace mucho que no cogemos.
Puedo mencionar varias aventuras, como la Noche de los Moteles, en la que María y José fueron a desarrollar prácticas bíblicas en uno y yo fui con Fernanda a otro (en ambos casos pagamos nosotros; ¡mal negocio ese intercambio!) o las veces que me cogía a la más bien trasnochadora María al irme a dormir y, de mañana temprano, iba a despertar a la madrugadora Fernanda para tomar mate, aunque primero ella chupaba para sacar jugos de mi gorda bombilla de carne.
Una vez, tras días de locuras en Europa, cultivados ya varios vicios más tradicionales (y otros), practicamos el simple juego “No me la pongas”, que permite todo menos penetrar. Entregamos nuestras lenguas con creciente pasión, primero con suaves toques, después con furiosa refriega y hasta atrapé la suya entre mis labios, succionándola con vigor. La ropa, inútil, iba cayendo.
Cuando no nos quedaba más que las prendas íntimas, una mojada, otra abultada, con delicada urgencia la aparté para mirarnos. Ella aprovechó para sacarse el corpiño, liberando sus pechos como cañones, que acercó amenazantes para la faena de mis labios y dientes, de mis lamidas y manotazos. Apretando sus pezones con mis dedos, sacudí esas tetas como si estuviese saludando con improbablemente voluminosos pañuelos, provocando sus gruñidos de dolor y placer.
En la cama, Fernanda puede abrir mucho sus piernas. Ya desnudos, me arrodillé entre ellas y le pasaba en mutuo delirio la pija por la entrada a su cielo. Ella emitía un continuo y desgarrado aullido a volumen de susurro. Embadurnada de sus propios fluidos, la concha se le abría y se le cerraba como la boca de un animal hambriento, anhelando mi palo, clamando por un relleno.
– ¡Ponémela..!.
– ¿Cómo se pide?
– Ponémela, por favor – y, ante mi demora: ¡¡¡Ponémela de una vez, hijo de puta!!!
Berreó cuando, entre faltar a mi palabra y obedecer, decidí esto último. Defectos tenemos todos.
15 comentarios - Décadas de sexo (13): “No me la pongas”
PD: Debo confesarle por ultimo, que envidio un poco (bastante) la diversidad de experiencias vividas, y sobre todo, de putas, trolas y etceteras varios que han pasado por su cama (o auto, mesa, sillon, lo mismo da el lugar cuando el amigo se levanta y reclama humedad)
Muy Bueno!
(Lo sé, lo sé: ¡soy insaciable!).
"...la concha se le abría y se le cerraba como la boca de un animal hambriento, anhelando mi palo, clamando por un relleno..."
Siempre una frase me llevo!
😍