– Está acusada de infidelidad, María. Según la información disponible, usted y su amante pasaron días encerrados, entregados a los más bajos y bestiales apetitos, para nada propios de seres humanos sino de viles animales desprovistos del menor sentido de moralidad. Consumó la entrega más completa y desvergonzada de su cuerpo a ese descarado que tanto la seduce.
– No soy inocente – confiesa, aunque su voz suena altanera.
– ¿Plantea atenuantes?
– Estaba sola. Y caliente. Él me altera los sentidos. En sus brazos, no sé ni quién soy ni cómo me llamo. Y deseo siempre caer en sus brazos. Además, habíamos consumido sustancias.
– ¿Qué sustancias?
– Agua de la canilla.
– ¿Se da cuenta de que burlarse de este tribunal no la va a beneficiar?
– Perfectamente – afirma, desafiante –. Consumí sustancias levemente sicoactivas.
– ¿Consumió las sustancias y perdió el conocimiento?
– ¿Perder el conocimiento? No, no a esa altura. En realidad, cuando lo vi a él, ya estaba perdida.
– La están delatando sus pezones, el brillo de sus ojos y el temblor de la voz.
– ¡Y el manantial incontenible entre mis piernas!
– Volvamos a las sustancias, ¿las consumió como preparación para cometer de manera aún más desinhibida sus abominables actos? ¿Para transformar el placer en otra forma más refinada, incluso antinatural del vicio? ¿Por si le quedaba algún rastro de conciencia que debía silenciar?
– Sí, exactamente. Todo eso y más. Podría decir que para abrirme a él como una flor.
– ¡Flor de puta, María, eso es usted! Bien, los atenuantes no la favorecen. ¿Hay agravantes?
– Cogí mucho – admite, mirando a la distancia – Mucho, mucho...
– La encuentro culpable.
– Acepto mi sentencia – dice, estoica y altiva.
– Ya conoce la condena, ¿verdad? Recuerde que soy fiscal, juez y verdugo. ¿Espera clemencia?
– Ninguna.
Resignada, camina con solemnidad hasta el mullido patíbulo de la cama y, en cuatro patas, se dispone al suplicio. Con un mínimo de piedad, vierto un poco y solo un poco de lubricante en su ano. Coloco la punta de mi carnoso instrumento de martirio en la puerta del agujero. Sabe que debe cumplir con ceremonia en avisarme cuando esté pronta para recibir su merecido castigo.
– Ya puede ajusticiarme – dice.
Soy cruel. Prolongo largo rato la ejecución.
– No soy inocente – confiesa, aunque su voz suena altanera.
– ¿Plantea atenuantes?
– Estaba sola. Y caliente. Él me altera los sentidos. En sus brazos, no sé ni quién soy ni cómo me llamo. Y deseo siempre caer en sus brazos. Además, habíamos consumido sustancias.
– ¿Qué sustancias?
– Agua de la canilla.
– ¿Se da cuenta de que burlarse de este tribunal no la va a beneficiar?
– Perfectamente – afirma, desafiante –. Consumí sustancias levemente sicoactivas.
– ¿Consumió las sustancias y perdió el conocimiento?
– ¿Perder el conocimiento? No, no a esa altura. En realidad, cuando lo vi a él, ya estaba perdida.
– La están delatando sus pezones, el brillo de sus ojos y el temblor de la voz.
– ¡Y el manantial incontenible entre mis piernas!
– Volvamos a las sustancias, ¿las consumió como preparación para cometer de manera aún más desinhibida sus abominables actos? ¿Para transformar el placer en otra forma más refinada, incluso antinatural del vicio? ¿Por si le quedaba algún rastro de conciencia que debía silenciar?
– Sí, exactamente. Todo eso y más. Podría decir que para abrirme a él como una flor.
– ¡Flor de puta, María, eso es usted! Bien, los atenuantes no la favorecen. ¿Hay agravantes?
– Cogí mucho – admite, mirando a la distancia – Mucho, mucho...
– La encuentro culpable.
– Acepto mi sentencia – dice, estoica y altiva.
– Ya conoce la condena, ¿verdad? Recuerde que soy fiscal, juez y verdugo. ¿Espera clemencia?
– Ninguna.
Resignada, camina con solemnidad hasta el mullido patíbulo de la cama y, en cuatro patas, se dispone al suplicio. Con un mínimo de piedad, vierto un poco y solo un poco de lubricante en su ano. Coloco la punta de mi carnoso instrumento de martirio en la puerta del agujero. Sabe que debe cumplir con ceremonia en avisarme cuando esté pronta para recibir su merecido castigo.
– Ya puede ajusticiarme – dice.
Soy cruel. Prolongo largo rato la ejecución.
19 comentarios - Décadas de sexo (11): Juicio, sentencia, ejecución
Me complace ver que la imputada no apeló la sentencia 😉
Excelente!!! Me encantó!!
El formato, una sorpresa hermosa..