Lo que les voy a platicar sucedió en el periodo de vacaciones anterior. Había concluido la preparatoria y tuve la oportunidad de ingresar a una carrera universitaria. Sabía de los retos que se venían en esta nueva etapa de estudio, por lo que decidí buscar un trabajo temporal que me permitiera tener un dinero ahorrado para las cosas que llegara a necesitar a futuro en la universidad.
Encontré el trabajo en una cafetería a unas cuantas cuadras de mi casa. Era una zona de restaurantes, bares, y demás lugares de ocio. Gracias a la ayuda de uno de mis amigos que me fue guiando sobre cómo tenía que hacer eso de buscar empleo (era la primera vez para mí) tuve la oportunidad de entrar a esa cafetería.
El gerente era una persona que fácil (esa fue mi primera impresión) me doblaba en edad. En un principio se mostró un poco difícil, al final quedamos en un acuerdo: me pagaría en efectivo y no me metería en la nómina del personal; no tendría las prestaciones de ley y tendría que doblar turnos en ocasiones. La verdad es que no tenía ganas de buscar algún otro trabajo, me quedaba cerca, no gastaba en transporte y el ambiente me parecía de lo más tranquilo. Nunca pensé que los meseros y quienes preparan las bebidas tuvieran jornadas tan extenuantes.
Tenía poco más de un mes de vacaciones y el gerente, que se llamaba Martín, me dijo que podía pagarme los dos meses siempre y cuando encontrara en mí disponibilidad y ganas de trabajar. La verdad es que sus palabras las tomé como tal, nunca pensé (grave error) que tuvieran alguna otra intención que no fuera sólo laboral. Pero como mujeres, una no es tonta y los hombres evidencian lo que quieren desde el principio, basta con una mirada. Y Martín no era la excepción.
Hoy, casi medio año después de lo sucedido, puedo tacharme de incrédula. Claro que mi jefe me contrató no tanto por verse buena gente si no porque pensó que podría tener algún encuentro íntimo conmigo. Mi primer reacción, durante las primeras semanas de capacitación, fue hacerme la loca, pasar por desapercibida todas sus miradas lascivas disfrazadas de buenas intenciones. La paga era semanal y las propinas que llegaban en días de quincena eran un buen incentivo para mantenerme en el trabajo.
Martín casi me doblaba la edad. Apenas había rebasado los 40 años de edad y se consideraba como una persona que había logrado todos sus objetivos en la vida a base de esfuerzo y constancia. En una de las tantas pláticas que tuvo conmigo mientras me capacitaba, me dijo que él había iniciado como mesero en algún restaurante de poca monta hasta terminar con el puesto de gerente de la cafetería. No sé si me lo decía para admirarlo, lo más seguro es que sí; una como mujer sabe que cuando el hombre pretende algo nos vende una imagen, la mejor de sí mismos, la imagen de no rompo ningún plato, la imagen de un caballero de telenovela, la imagen del hombre que logra el éxito laboral por encima de tantos otros hombres. Piensan que ese es parte del cortejo y hay mujeres que comen el anzuelo...
Por suerte a mí no me interesaba nada de eso, ni nada de Martín. Hasta la fecha tengo bien en claro que no quiero nada formal, ninguna relación que estrangule. Estoy en la edad de probar de todo y poco me importaban los cortejos de los demás hombres. Tan sencillo como si quiero coger, lo hago; así sin más y sin necesidad de leernos toda la letanía del otro.
Recuerdo que fue un lunes en la penúltima semana de trabajo cuando, por accidente, llegué temprano a la cafetería. Fui la primera en llegar y al poco rato se apareció el gerente con las llaves para abrir el lugar. Como había tiempo de sobra me ofrecí para lavar el exterior de la cafetería antes de colocar las mesas, disposición que vio de buena manera mi gerente. Me entregó las llaves para ir al cuarto de limpieza por las cosas. Después de buscar por todos lados, no daba ni con la escoba ni el recogedor para barrer la acera de la calle. Pensé que quizás la señora Martha, de limpieza, había dejado ambas cosas en alguno de los baños. Pasé al baño de damas y no encontré nada ahí. Pensando que mi jefe se encontraba en otro lado y que la cafetería no abría y nadie más había llegado, se me hizo fácil entrar al baño de hombres. Y sí, encontré el recogedor y la escoba en uno de los compartimientos de limpieza, que estaba ubicado en uno de los baños de hombres.
No sé si fue porque había tomado muchos líquidos la noche anterior o el olor penetrante de la orina en el baño de hombres, pero de inmediato me dieron ganas de ir al baño. Sabiendo que nadie podía entrar, me metí con las cosas en uno de los baños, me bajé el pantalón de mezclilla negro junto con la tanga del mismo color y me dispuse a hacer del baño. Me quedé pensando un rato sobre cómo me iría ese día en la cuestión de propinas; por lo general en los primeros días de la semana no hay mucho movimiento. Había dejado de orinar y cuando me disponía a levantarme para subirme la tanga y el pantalón de mezclilla escuché cómo entró con prisa otra persona al baño de hombres. Pensando en que pudiera ser cualquier otro trabajador, me espanté de que me encontrará allí, así que sin hacer ruido subí los pies a la taza de baño para que así no supieran que me encontraba ahí. De inmediato se escuchó que azotaron la puerta del baño contiguo (casi al mismo tiempo que yo me subía a la taza) y después el sonido de un cierre junto con el clásico sonido cuando se expulsa orina y ésta choca con el agua y la porcelana de la taza de baño.
Pensé que sólo tendría que estar un momento ahí, que en cualquier segundo la otra persona se subiría el cierre y saldría del baño sin percatarse de mi presencia. Pero, en lugar de irse, parecía que se estaba retrasando más de la cuenta. Silencié lo más que pude mi respiración. En eso se escuchó desde la entrada de la cafetería la voz inconfundible de Juan Carlos, el lavaloza de la cafetería, quien a las afueras del baño gritó que ya había llegado y se dispuso a hacer sus labores. Casi de inmediato se escuhcó el sonido de un radio en la cocina, que ambientaba el lugar antes de abrir la cafetería, música que atenuaba el silencio en los baños. Entonces descubrí que la hebilla del cinturón comenzaba a hacer un ruido muy extraño, como rítmico. Mis pensamientos más sucios de inmediato se despertaron. ¿Se estaba masturbando? Aquella escena me dejó casi sin aire. El sonido cada vez se hacía más fuerte y la persona de a lado comenzó a hacer pequeños sonidos, iconfundibles jadeos de placer. Me quedé congelada cuando escuché decir: "qué rica putita eres, Viany", "¿quieres tu lechita, verdad pendeja?" Era la voz de Martín.
Seguía paralizada por lo que estaba escuchando, mi jefe se estaba masturbando pensando en mí, en que yo le estaba haciendo sexo oral. El sonido, ya inconfundible, de que se estaba jalando la verga imaginando cómo se la mamaba despertó en mí el gozo incontenible del sexo. De nuevo me vinieron a la mente todas las posibles situaciones sexuales que podían darse, me imaginé de inmediato saliendo del baño para ir al baño contiguo y comerme ese pedazo de carne que me saboreaba como un manjar sólido, entero y bien proporcionado para alguien que andaba por los 30 años. Mi mente me llevó a imaginar que me cogía en el baño de pie, que me ensartaba ese trozo gigantesco y palpitante en mi vagina ya empapada. "Eres toda una putita" "cómete toda la leche preciosa", seguía diciendo Martín mientras continuaba con su frenético movimiento de mano y yo me descubría ya a esas alturas tocándome mis pechos con el mayor de los sigilos posibles. "Me corro, Viany, me corro... ¡aaahhh!" escuché enseguida a la par del sonido de lo que supuse fue semen que caía en el agua de la taza del baño. Eso provocó que mi vagina estuviera totalmente empapada. Nunca antes había escuchado a alguien masturbándose pensando en mí, en todas esas cosas sucias que me decía imaginándome recibiendo su semen en mi cara. Desde la ocasión en que se lo había echo a la fuerza a mi profesor de inglés, habían sido pocas las veces en que había repetido el sexo oral; no me llamaba tanto la atención y la vez del profesor fue más por interés que por gusto. Pero lo que acababa de pasar con mi jefe era totalmente distinto, Martín había despertado mi placer por el sexo oral, la necesidad de comerme una verga, de tenerla en mi boca y de sentir ese líquido viscoso recorriendo mi garganta. Podía declararme una puta consumada cuando lograra satisfacer esa parte de mí que había despertado esa escena de masturbación. Martín, casi de inmediato, jaló la llave de agua de la taza, salió del baño contiguo, se escuchó cómo se lavó las manos y cómo salió del baño.
No me lo pensé dos veces: aprovechando que aún tenía abajo el pantalón y la tanga, tomé asiento en la taza, abrí las piernas lo más que pude, lamí dos de mis dedos con la lengua y me los metí de inmediato en la vagina, una vagina húmeda y caliente como pocas veces la había sentido. La acción de haberme llevado los dedos adentro de la vagina provocó que mis pezones se pusieran duros de inmediato; con la otra mano que tenía libre me apretaba uno de los pezones y lo giraba enloquecida mientras me seguía metiendo los dedos en la vagina, entrando y saliendo de ésta cada vez con más desenfreno. Me dejó de importar si alguien entraba al baño y me descubría dedeándome; el placer me había controlado y como en todas las demás veces, cuando el placer me controla no hay nada que me detenga hasta llegar al clímax. A los tres minutos de seguir así, me llegó el orgasmo con un gemido que tuve que callar para no evidenciarme adentro del baño.
Al poco rato salí del baño con la esperanza de que nadie me viera salir de ahí. Por suerte no se encontraba nadie. Al salir a la calle me encontré con Martín, quien me miró y me preguntó dónde estaba metida. "En la cocina", fue lo primero que se me ocurrió. El resto del día transcurrió de forma habitual, salvo con la diferencia de que evitaba a toda costa coincidir en algún punto de la cafetería con mi jefe. No quería mirarlo, pues sabía que me evidenciaría yo misma. Por suerte no tardaron en llegar los primeros comensales, lo que me distrajo de lo que había sucedido en la mañana. Al menos, eso creía.
Al terminar la jornada de trabajo, nos dispusimos a levantar todo para el día de mañana. No hubo mucho movimiento y en cuanto a las propinas apenas si había juntado cien pesos (casi nada). Terminando mis labores me quedé platicando un momento con Cristina, la cajera de la cafetería, y fue ahí donde mi jefe me mandó a llamar. Me pidió que fuera a un pequeño almacén que le funcionaba de oficina a Martín. Mientras caminaba al lugar me pregunté para qué quería verme, sólo me llamaba para pagarme al final de la semana, pues todo lo demás me lo decía conforme pasaban las cosas.
Entré al pequeño cuarto y ya me esperaba sentado. Mi pidió que tomara asiento casi frente a él. Sólo nos separaba un pequeño escritorio que le funcionaba de despacho. No terminé de sentarme cuando Martín fue directo al grano: "Voy a tener que hacer un recorte de personal, no nos ha ido bien los últimos meses". Me quedaba sólo una semana más antes de entrar a la escuela y sospeché de inmediato que me lo decía para correrme. Confirmó mis sospechas cuando dijo "Y bueno, quedamos en que sólo te iba a contratar en vacaciones". Me puso un sobre encima del escritorio donde venía un dinero que él consideraba de "liquidación", una propina cualquiera esperando que con ello yo no me enfadara y le pidiera trabajar lo que resta de la semana. Tomé el sobre, saqué el dinero y lo guardé en mi pantalón. "Ya no es necesario que te presentes mañana". Fue una bofetada de realidad, de desecho, pero también la oportunidad que esperaba para no volver a verlo jamás.
"Si esto es todo, entonces sólo me despido". Le dije mientras me levanté de la silla para rodear el escritorio y llegar hasta donde él estaba. Él giró su silla, de manera que lo tenía de frente y yo de inmediato me puse de rodillas para abrirle el pantalón. "¿Qué carajo haces?" Dijo pero yo ya había bajado su cierre y metido mi mano dentro de su pantalón. Le saqué la verga, que no se encontraba erecta, lo miré y le dije: "despidiéndome". Martín entendió de inmediato, y bueno, a esas alturas cualquier hombre hubiera entendido. Seguí jalándole la verga hasta que alcanzó una erección suficiente para acercar mi boca. Mientras lo veía, pasaba con delicadeza la punta de mi lengua. Él se llevó las manos a mi cara, para tocarla mientras lo miraba. Su pene ya se encontraba bien erecto cuando decidí comerlo poco a poco. De inmediato se escuchó un espasmo de mi jefe. "No mames, Viany, si supieras cuánto tiempo llevo pen..." "lo sé", lo interrumpí para volver a llevarme su verga a mi boca. Con cada mamada la verga de mi jefe se ponía más y más dura, noté cuando algunas de las venas de su verga se hinchaban lo que me garantizaba un placer inmediato. Mi vagina volvía a estar igual de empapada y me mojé más cuando Martín tomó la iniciativa y llevó su mano izquierda a mi cabeza y con su mano derecha sacó su verga de mi boca para dirigirla y golpearla sobre mi cara.
"¿Esto querías, verdad, putita?" "Sí, jefe, esto quería..." le dije mientras él dirigía y me llenaba la boca con su verga. Pronto uso sus dos manos para meterme más profundo ese trozo de placer hasta la garganta, acción que casi provocó que me atragantara. "Déjame hacerlo a mí", le dije y él entendió que fue muy brusco. Saqué su verga para escupirle y con mi mano derecha comenzar a jalársela al tiempo que lo veía y sacaba mi lengua alrededor de mis labios. Sabía que estaba a punto de correrse por su mirada, él quería que siguiera mamando pero temía por correrse de inmediato. Vi en su mirada pedir clemencia, ir despacio para que él conservara en la mente una mamada de lujo, tenerme el mayor tiempo posible ahí. Pero no cedí. Seguí jalando su verga y me excité más cuando él me pedía que parara. "No, por favor, me voy a venir". "Vente en mi boquita", le dije al tiempo que me llevé la verga a la boca y se la mamé frenéticamente hasta que, en cosa de segundos, sentí cómo ese líquido viscoso me tocaba la boca hasta lo más profundo. "Aaaahhhh!" Fue lo único que alcanzó a decir Martín. Yo me saqué la verga de su boca y con los dedos de mi mano derecha limpié los restos de semen de su trozo de carne para llevármelos a la boca y chupar de placer.
En cuanto él se recostó sobre su silla, dejando su verga al aire, me levanté de inmediato y salí de su despacho lo más rápido que pude. Lo tomé por sorpresa y tardó más en levantarse que en yo salir corriendo de la cafetería. Estaba en la esquina cuando alcancé a escucharlo, así que corrí más aprisa. Llegué a casa y con el poco dinero que tenía ahorrado, les platiqué a mis padres que mi jefe había decidido liquidarme. Por suerte el sobre venía escrito así "liquidación", por lo que ya no tendría que volver a verlo. Mentiré si digo que Martín me buscó. Lo hizo muchas veces pero siempre le daba escusas y largas.
Encontré el trabajo en una cafetería a unas cuantas cuadras de mi casa. Era una zona de restaurantes, bares, y demás lugares de ocio. Gracias a la ayuda de uno de mis amigos que me fue guiando sobre cómo tenía que hacer eso de buscar empleo (era la primera vez para mí) tuve la oportunidad de entrar a esa cafetería.
El gerente era una persona que fácil (esa fue mi primera impresión) me doblaba en edad. En un principio se mostró un poco difícil, al final quedamos en un acuerdo: me pagaría en efectivo y no me metería en la nómina del personal; no tendría las prestaciones de ley y tendría que doblar turnos en ocasiones. La verdad es que no tenía ganas de buscar algún otro trabajo, me quedaba cerca, no gastaba en transporte y el ambiente me parecía de lo más tranquilo. Nunca pensé que los meseros y quienes preparan las bebidas tuvieran jornadas tan extenuantes.
Tenía poco más de un mes de vacaciones y el gerente, que se llamaba Martín, me dijo que podía pagarme los dos meses siempre y cuando encontrara en mí disponibilidad y ganas de trabajar. La verdad es que sus palabras las tomé como tal, nunca pensé (grave error) que tuvieran alguna otra intención que no fuera sólo laboral. Pero como mujeres, una no es tonta y los hombres evidencian lo que quieren desde el principio, basta con una mirada. Y Martín no era la excepción.
Hoy, casi medio año después de lo sucedido, puedo tacharme de incrédula. Claro que mi jefe me contrató no tanto por verse buena gente si no porque pensó que podría tener algún encuentro íntimo conmigo. Mi primer reacción, durante las primeras semanas de capacitación, fue hacerme la loca, pasar por desapercibida todas sus miradas lascivas disfrazadas de buenas intenciones. La paga era semanal y las propinas que llegaban en días de quincena eran un buen incentivo para mantenerme en el trabajo.
Martín casi me doblaba la edad. Apenas había rebasado los 40 años de edad y se consideraba como una persona que había logrado todos sus objetivos en la vida a base de esfuerzo y constancia. En una de las tantas pláticas que tuvo conmigo mientras me capacitaba, me dijo que él había iniciado como mesero en algún restaurante de poca monta hasta terminar con el puesto de gerente de la cafetería. No sé si me lo decía para admirarlo, lo más seguro es que sí; una como mujer sabe que cuando el hombre pretende algo nos vende una imagen, la mejor de sí mismos, la imagen de no rompo ningún plato, la imagen de un caballero de telenovela, la imagen del hombre que logra el éxito laboral por encima de tantos otros hombres. Piensan que ese es parte del cortejo y hay mujeres que comen el anzuelo...
Por suerte a mí no me interesaba nada de eso, ni nada de Martín. Hasta la fecha tengo bien en claro que no quiero nada formal, ninguna relación que estrangule. Estoy en la edad de probar de todo y poco me importaban los cortejos de los demás hombres. Tan sencillo como si quiero coger, lo hago; así sin más y sin necesidad de leernos toda la letanía del otro.
Recuerdo que fue un lunes en la penúltima semana de trabajo cuando, por accidente, llegué temprano a la cafetería. Fui la primera en llegar y al poco rato se apareció el gerente con las llaves para abrir el lugar. Como había tiempo de sobra me ofrecí para lavar el exterior de la cafetería antes de colocar las mesas, disposición que vio de buena manera mi gerente. Me entregó las llaves para ir al cuarto de limpieza por las cosas. Después de buscar por todos lados, no daba ni con la escoba ni el recogedor para barrer la acera de la calle. Pensé que quizás la señora Martha, de limpieza, había dejado ambas cosas en alguno de los baños. Pasé al baño de damas y no encontré nada ahí. Pensando que mi jefe se encontraba en otro lado y que la cafetería no abría y nadie más había llegado, se me hizo fácil entrar al baño de hombres. Y sí, encontré el recogedor y la escoba en uno de los compartimientos de limpieza, que estaba ubicado en uno de los baños de hombres.
No sé si fue porque había tomado muchos líquidos la noche anterior o el olor penetrante de la orina en el baño de hombres, pero de inmediato me dieron ganas de ir al baño. Sabiendo que nadie podía entrar, me metí con las cosas en uno de los baños, me bajé el pantalón de mezclilla negro junto con la tanga del mismo color y me dispuse a hacer del baño. Me quedé pensando un rato sobre cómo me iría ese día en la cuestión de propinas; por lo general en los primeros días de la semana no hay mucho movimiento. Había dejado de orinar y cuando me disponía a levantarme para subirme la tanga y el pantalón de mezclilla escuché cómo entró con prisa otra persona al baño de hombres. Pensando en que pudiera ser cualquier otro trabajador, me espanté de que me encontrará allí, así que sin hacer ruido subí los pies a la taza de baño para que así no supieran que me encontraba ahí. De inmediato se escuchó que azotaron la puerta del baño contiguo (casi al mismo tiempo que yo me subía a la taza) y después el sonido de un cierre junto con el clásico sonido cuando se expulsa orina y ésta choca con el agua y la porcelana de la taza de baño.
Pensé que sólo tendría que estar un momento ahí, que en cualquier segundo la otra persona se subiría el cierre y saldría del baño sin percatarse de mi presencia. Pero, en lugar de irse, parecía que se estaba retrasando más de la cuenta. Silencié lo más que pude mi respiración. En eso se escuchó desde la entrada de la cafetería la voz inconfundible de Juan Carlos, el lavaloza de la cafetería, quien a las afueras del baño gritó que ya había llegado y se dispuso a hacer sus labores. Casi de inmediato se escuhcó el sonido de un radio en la cocina, que ambientaba el lugar antes de abrir la cafetería, música que atenuaba el silencio en los baños. Entonces descubrí que la hebilla del cinturón comenzaba a hacer un ruido muy extraño, como rítmico. Mis pensamientos más sucios de inmediato se despertaron. ¿Se estaba masturbando? Aquella escena me dejó casi sin aire. El sonido cada vez se hacía más fuerte y la persona de a lado comenzó a hacer pequeños sonidos, iconfundibles jadeos de placer. Me quedé congelada cuando escuché decir: "qué rica putita eres, Viany", "¿quieres tu lechita, verdad pendeja?" Era la voz de Martín.
Seguía paralizada por lo que estaba escuchando, mi jefe se estaba masturbando pensando en mí, en que yo le estaba haciendo sexo oral. El sonido, ya inconfundible, de que se estaba jalando la verga imaginando cómo se la mamaba despertó en mí el gozo incontenible del sexo. De nuevo me vinieron a la mente todas las posibles situaciones sexuales que podían darse, me imaginé de inmediato saliendo del baño para ir al baño contiguo y comerme ese pedazo de carne que me saboreaba como un manjar sólido, entero y bien proporcionado para alguien que andaba por los 30 años. Mi mente me llevó a imaginar que me cogía en el baño de pie, que me ensartaba ese trozo gigantesco y palpitante en mi vagina ya empapada. "Eres toda una putita" "cómete toda la leche preciosa", seguía diciendo Martín mientras continuaba con su frenético movimiento de mano y yo me descubría ya a esas alturas tocándome mis pechos con el mayor de los sigilos posibles. "Me corro, Viany, me corro... ¡aaahhh!" escuché enseguida a la par del sonido de lo que supuse fue semen que caía en el agua de la taza del baño. Eso provocó que mi vagina estuviera totalmente empapada. Nunca antes había escuchado a alguien masturbándose pensando en mí, en todas esas cosas sucias que me decía imaginándome recibiendo su semen en mi cara. Desde la ocasión en que se lo había echo a la fuerza a mi profesor de inglés, habían sido pocas las veces en que había repetido el sexo oral; no me llamaba tanto la atención y la vez del profesor fue más por interés que por gusto. Pero lo que acababa de pasar con mi jefe era totalmente distinto, Martín había despertado mi placer por el sexo oral, la necesidad de comerme una verga, de tenerla en mi boca y de sentir ese líquido viscoso recorriendo mi garganta. Podía declararme una puta consumada cuando lograra satisfacer esa parte de mí que había despertado esa escena de masturbación. Martín, casi de inmediato, jaló la llave de agua de la taza, salió del baño contiguo, se escuchó cómo se lavó las manos y cómo salió del baño.
No me lo pensé dos veces: aprovechando que aún tenía abajo el pantalón y la tanga, tomé asiento en la taza, abrí las piernas lo más que pude, lamí dos de mis dedos con la lengua y me los metí de inmediato en la vagina, una vagina húmeda y caliente como pocas veces la había sentido. La acción de haberme llevado los dedos adentro de la vagina provocó que mis pezones se pusieran duros de inmediato; con la otra mano que tenía libre me apretaba uno de los pezones y lo giraba enloquecida mientras me seguía metiendo los dedos en la vagina, entrando y saliendo de ésta cada vez con más desenfreno. Me dejó de importar si alguien entraba al baño y me descubría dedeándome; el placer me había controlado y como en todas las demás veces, cuando el placer me controla no hay nada que me detenga hasta llegar al clímax. A los tres minutos de seguir así, me llegó el orgasmo con un gemido que tuve que callar para no evidenciarme adentro del baño.
Al poco rato salí del baño con la esperanza de que nadie me viera salir de ahí. Por suerte no se encontraba nadie. Al salir a la calle me encontré con Martín, quien me miró y me preguntó dónde estaba metida. "En la cocina", fue lo primero que se me ocurrió. El resto del día transcurrió de forma habitual, salvo con la diferencia de que evitaba a toda costa coincidir en algún punto de la cafetería con mi jefe. No quería mirarlo, pues sabía que me evidenciaría yo misma. Por suerte no tardaron en llegar los primeros comensales, lo que me distrajo de lo que había sucedido en la mañana. Al menos, eso creía.
Al terminar la jornada de trabajo, nos dispusimos a levantar todo para el día de mañana. No hubo mucho movimiento y en cuanto a las propinas apenas si había juntado cien pesos (casi nada). Terminando mis labores me quedé platicando un momento con Cristina, la cajera de la cafetería, y fue ahí donde mi jefe me mandó a llamar. Me pidió que fuera a un pequeño almacén que le funcionaba de oficina a Martín. Mientras caminaba al lugar me pregunté para qué quería verme, sólo me llamaba para pagarme al final de la semana, pues todo lo demás me lo decía conforme pasaban las cosas.
Entré al pequeño cuarto y ya me esperaba sentado. Mi pidió que tomara asiento casi frente a él. Sólo nos separaba un pequeño escritorio que le funcionaba de despacho. No terminé de sentarme cuando Martín fue directo al grano: "Voy a tener que hacer un recorte de personal, no nos ha ido bien los últimos meses". Me quedaba sólo una semana más antes de entrar a la escuela y sospeché de inmediato que me lo decía para correrme. Confirmó mis sospechas cuando dijo "Y bueno, quedamos en que sólo te iba a contratar en vacaciones". Me puso un sobre encima del escritorio donde venía un dinero que él consideraba de "liquidación", una propina cualquiera esperando que con ello yo no me enfadara y le pidiera trabajar lo que resta de la semana. Tomé el sobre, saqué el dinero y lo guardé en mi pantalón. "Ya no es necesario que te presentes mañana". Fue una bofetada de realidad, de desecho, pero también la oportunidad que esperaba para no volver a verlo jamás.
"Si esto es todo, entonces sólo me despido". Le dije mientras me levanté de la silla para rodear el escritorio y llegar hasta donde él estaba. Él giró su silla, de manera que lo tenía de frente y yo de inmediato me puse de rodillas para abrirle el pantalón. "¿Qué carajo haces?" Dijo pero yo ya había bajado su cierre y metido mi mano dentro de su pantalón. Le saqué la verga, que no se encontraba erecta, lo miré y le dije: "despidiéndome". Martín entendió de inmediato, y bueno, a esas alturas cualquier hombre hubiera entendido. Seguí jalándole la verga hasta que alcanzó una erección suficiente para acercar mi boca. Mientras lo veía, pasaba con delicadeza la punta de mi lengua. Él se llevó las manos a mi cara, para tocarla mientras lo miraba. Su pene ya se encontraba bien erecto cuando decidí comerlo poco a poco. De inmediato se escuchó un espasmo de mi jefe. "No mames, Viany, si supieras cuánto tiempo llevo pen..." "lo sé", lo interrumpí para volver a llevarme su verga a mi boca. Con cada mamada la verga de mi jefe se ponía más y más dura, noté cuando algunas de las venas de su verga se hinchaban lo que me garantizaba un placer inmediato. Mi vagina volvía a estar igual de empapada y me mojé más cuando Martín tomó la iniciativa y llevó su mano izquierda a mi cabeza y con su mano derecha sacó su verga de mi boca para dirigirla y golpearla sobre mi cara.
"¿Esto querías, verdad, putita?" "Sí, jefe, esto quería..." le dije mientras él dirigía y me llenaba la boca con su verga. Pronto uso sus dos manos para meterme más profundo ese trozo de placer hasta la garganta, acción que casi provocó que me atragantara. "Déjame hacerlo a mí", le dije y él entendió que fue muy brusco. Saqué su verga para escupirle y con mi mano derecha comenzar a jalársela al tiempo que lo veía y sacaba mi lengua alrededor de mis labios. Sabía que estaba a punto de correrse por su mirada, él quería que siguiera mamando pero temía por correrse de inmediato. Vi en su mirada pedir clemencia, ir despacio para que él conservara en la mente una mamada de lujo, tenerme el mayor tiempo posible ahí. Pero no cedí. Seguí jalando su verga y me excité más cuando él me pedía que parara. "No, por favor, me voy a venir". "Vente en mi boquita", le dije al tiempo que me llevé la verga a la boca y se la mamé frenéticamente hasta que, en cosa de segundos, sentí cómo ese líquido viscoso me tocaba la boca hasta lo más profundo. "Aaaahhhh!" Fue lo único que alcanzó a decir Martín. Yo me saqué la verga de su boca y con los dedos de mi mano derecha limpié los restos de semen de su trozo de carne para llevármelos a la boca y chupar de placer.
En cuanto él se recostó sobre su silla, dejando su verga al aire, me levanté de inmediato y salí de su despacho lo más rápido que pude. Lo tomé por sorpresa y tardó más en levantarse que en yo salir corriendo de la cafetería. Estaba en la esquina cuando alcancé a escucharlo, así que corrí más aprisa. Llegué a casa y con el poco dinero que tenía ahorrado, les platiqué a mis padres que mi jefe había decidido liquidarme. Por suerte el sobre venía escrito así "liquidación", por lo que ya no tendría que volver a verlo. Mentiré si digo que Martín me buscó. Lo hizo muchas veces pero siempre le daba escusas y largas.
1 comentarios - Sexo oral con mi jefe, en el trabajo.