Hola a todos, acá esta la continuación del relato...
Estuvimos tumbados un rato en la cama, él se durmió, yo no pude, pensaba en lo que acababa de suceder y lo que más me asombraba era que no tenía la más mínima sensación de culpa, ni me sentía sucia, como siempre había pensado que me sentiría en caso de hacer algo así, al contrario, sentía cierto orgullo, mezcla de haber satisfecho a mi amo y de haber hecho mi trabajo con éxito. Esperaba lo que vendría después con inquietud, segura de que me sorprendería tanto como yo lo haría con mi respuesta.
Se despertó y se fue al baño. Oí el grifo de la bañera redonda de hidromasaje correr y supuse que nos daríamos un baño juntos, haríamos el amor y sería maravilloso, pero no fue exactamente así.
- Esclava, me llamó. Ven aquí.
- Qué desea? respondí sumisa.
- Desnúdate, ordenó. Te he preparado un baño, quiero que luzcas perfecta esta noche.
Obedecí, me quite la ropa mientras me observaba y me metí en la bañera. Esperaba que se uniera a mí, pero simplemente me miraba.
- No te bañas conmigo? pregunté ingenuamente.
- No, respondió, prefiero mirarte.
El baño me sentó de perlas, consiguió que me relajara totalmente. Tras un rato en el agua me pidió que me pusiera de pie y diera una vuelta para poder contemplarme entera.
- ¿Te gusta lo que ves? le pregunté.
- Me encanta, contestó, pero con un pequeño retoque me gustará más.
- Dime cual, respondí, sólo quiero complacerte.
- Siéntate en el borde la bañera, me ordenó mientras cogía la cestita con accesorios de tocador del hotel.
- Qué vas a hacer? me atreví a preguntar.
- Te voy a afeitar todo el coño.
Me dejó helada, no lo esperaba y no me gustaba nada la idea. Siempre había pensado que depilarse el pubis era una cosa de guarras, yo lo más que hacía era arreglármelo para que no se salieran los pelitos por la braguita del bikini. Y esa palabra, coño, jamás la había usado. Ninguno de los dos solía referirse a esa parte de mí y cuando lo hacía utilizaba eufemismos como mi florecita, mi jardín o cosas así. Definitivamente todo iba a cambiar ese fin de semana.
Me separó las piernas con su mano y comenzó a aplicarme crema de afeitar en todo el pubis, tomó la maquinilla de afeitar y con sumo cuidado, eso sí, la pasó por mi vello eliminando completamente. Cuando terminó se quedó mirándolo a escasos centímetros, no creo que jamás lo hubiera visto con tanta luz y a tan corta distancia.
- Precioso, comentó dándole un beso.Enjuagate y vístete que nos vamos a cenar.
Se fue y me dejó sola. Sentí una falta, una total ausencia de algo mío al pasar mi mano para aclararlo, y cuando salí de la bañera, me sequé y me miré al espejo tuve la sensación de no haber estado tan desnuda en toda mi vida. Pero la suavidad con la que quedó me gustaba.
Me puse un vestido blanco escotado que había comprado para la ocasión y debajo un sujetador sin tirantes y unas braguitas del mismo color que estrenaba igualmente. Salí del baño pensando en deslumbrarle.
Cenábamos en el restaurante del hotel, un sitio ideal para una velada romántica, con las mesas separadas una de otra, una luz tenue y el murmullo de una orquesta. Estaba encantada, aunque un poco incómoda por mi recién depilado.
- Te gusta mi vestido nuevo? le pregunté, tratando de iniciar conversación.
- Estás fantástica, me contestó.
- Gracias, añadí con una voz sugerente y provocadora. Y eso que no has visto lo que llevo debajo. Me he comprado un conjunto de lencería que te va a encantar.
- Me gustaría verlo, comentó.
- Lo verás, le repliqué, no seas impaciente, cuando lleguemos a la habitación podrás verlo y arrancármelo si quieres.
- No, insistió. Me gustaría verlo ahora.
Miré a un lado y otro, nadie parecía prestarnos atención, así que me incliné, abrí un poco el escote y le mostré el sujetador.
- Te gusta? volví a preguntar.
- Parece precioso, respondió, aunque no lo he podido ver bien.
- Ya lo verás, picarón, ten paciencia, le dije.
- No, quiero verlo ahora, volvió a insistir.
- ¿No querrás que me quité el vestido aquí, le dije asustada. Nos pueden echar del hotel.
- No sería mala idea, me contestó, pero no es eso en lo que estaba pensando.
- ¿Y en qué estabas pensando? le pregunté.
- En que me lo enseñes pero sin llevarlo puesto.
- No te entiendo.
- Es muy sencillo, concluyó. Te diré lo que vas a hacer. Te vas a levantar, vas a ir al servicio, allí te vas a quitar el sujetador y las braguitas y me lo vas a traer todo para que lo vea. No me negaras ese caprichito, verdad?
Sin responder me levanté y me dirigí a los lavabos. Me volví y vi su rostro desafiante, como diciendo, no lo harás, no te atreverás, y yo dudaba si sería capaz. Entré y me metí en uno de los lavabos, me senté en el water, inmóvil, pensando "no lo hagas, qué sentido tiene, todo el mundo verá que llevo mi ropa interior en la mano". Mientras mi pensamiento iba por ese camino mis manos iban por otra, me desabroché el sujetador, lo doblé con cuidado, me quité las braguitas e hice lo mismo. Lo junté y lo metí en mi mano apretando tan fuerte como pude tratando inútilmente de que no asomara ni un trozo de tela fuera del puño cerrado.
Me levanté y me dirigí al salón. A pesar de que todo el mundo parecía estar a lo suyo yo tenía la sensación de andar desnuda y ser objeto de todas las miradas. Me encontraba incómoda, a la vez que con una extraña sensación de excitación. Alcancé nuestra mesa y, antes de sentarme, extendí mi mano hacia la de mi amo que la abrió para tomar su objeto de deseo. Se la llevó a la nariz y la olfateó, luego, discretamente, se la guardó en el bolsillo.
Me senté con sumo cuidado por no enseñar nada cruzando las piernas.
-¿Cómo te sientes? él inquirió.
- Desnuda. Fue mi respuesta.
- Me gusta, y a ti también aunque te esfuerces en negártelo a ti misma. Afirmó. Sé que en tu fuero interno te encantaría que toda esta gente te viera desnuda y eso te pone cachonda, te estás mojando. ¿O me vas a decir que me equivoco?
- No, no lo haces, admití.
- Enséñame las tetas. Dijo de sopetón. Haz como antes, levántate, inclínate y déjame que te vea los pezones. Se te están poniendo duros, lo sé, se te marcan a través del vestido.
Yo también lo notaba, y el rubor se empezaba a apoderar de mi. La piel del rostro comenzaba a tornarse encarnada de la excitación. Me levanté, abrí mi escote disimuladamente y le mostré mis pezones erectos por un instante.
La cena transcurrió entre miradas y frases provocadoras que me iban calentando más y más. Su lenguaje era cada vez más vulgar. "Todos te miran, sabes que estás cachonda, eres como una perra en celo, están locos por engancharte el culo, si te vieran el coño te follarían y gozarías como una loca". Ese era el tipo de cosas que me repetía una y otra vez. Pensaba que iba a empapar la silla de lo excitada que me estaba poniendo.
Finalmente concluimos la cena y nos dirigimos a la habitación. En el ascensor me hizo levantarme el vestido para enseñarle mi depilado pubis y cuando llegamos a nuestro piso me dijo:
- Adelántate un poco y súbete el vestido, quiero ver como se bambolea tu culo.
Lo hice temiendo, a pesar de la hora, que nos cruzáramos con alguien. Si lo hacíamos y me bajaba el vestido le disgustaría, pensé, rogando que tal cosa no ocurriera. Afortunadamente alcanzamos la puerta de nuestra habitación sin contratiempo. Sacó la tarjeta-llave de su cartera y dio otra vuelta de tuerca.
- Dame el vestido. Ordenó. Quiero que entres desnuda. Cuando estés desnuda, pica la puerta y te abriré.
No repliqué, me lo quité y se lo entregué. Ahora me encontraba totalmente desnuda, en medio del pasillo de un hotel, a merced de los caprichos de mi marido que se demoraba intencionadamente en abrir la puerta de la habitación. Cuando lo hizo puso la mano en mi entrepierna sintiendo su calor, encendió la luz, me hizo pasar y cerró la puerta.
- Estás cachonda, dijo. Te mueres por echar un polvo, lo sé, estás deseándolo, pero quiero oírlo de tu boca, dímelo.
- Sí, - respondí, quiero que me hagas el amor.
- No, no es eso lo que quieres, - me contradijo, dime lo que quiero oir, tú sabes lo que es.
- Quiero que me eches un polvo salvaje, quiero que me folles como si fuera una puta, que me metas la polla en el coño, dije loca de deseo, pronunciando esas palabras por primera vez en mi vida. Fóllame, fóllame ya, te lo suplico.
Me empujó a la cama haciendo que me tendiera boca arriba, se quitó la ropa y se tumbó encima de mí, penetrándome con frenesí, como dos salvajes y al poco noté como eyaculaba dentro de mí alcanzando el orgasmo en solitario y al instante se salía de mí.
Eso no era propio de él. Siempre había mostrado tener un gran control sobre su eyaculación y solía esperarme para hacerme gozar. Siempre decía que su mayor placer era darmelo a mí, pero esta vez no fue así. Me dejó, apenas empezar, peor que estaba, y lo sabía. Yo estaba empapada y llena de su leche, cosa que me excitaba más.
- No has podido gozar, verdad. Me dijo con sorna - Qué esperabas?, Tu estás aquí para hacerme disfrutar a mi, no para gozar, eres mi esclava, no lo olvides.
- Sólo quiero darte placer, mentí tratando de complacerle.
- Pero yo quiero ser generoso contigo, me has complacido esta noche, añadió condescendiente. Tú también debes disfrutar y tú sabes como hacerlo, verdad.
- A qué te refieres? Pregunté como una tonta, no sabía por donde iba.
- Me refiero a que tu sabes como disfrutar tu sola por ti misma, puedes acariciarte, ya sabes.
- Qué quieres decir? Volví a preguntar ahora ya intuyendo por donde iba.
- Lo que quiero decir es que puedes hacerte una pajilla. Quiero que te masturbes y ver como sale mi leche de tu coño mientras te tocas.
- Sí, acepté en un suspiro. Desde mi adolescencia había practicado el vicio solitario y aún seguía haciéndolo, siempre con sentimiento de culpa pero sin poder dejar de caer en la tentación, otra carga de mi conservadora educación.
- Pues hazlo. Me susurró al oído. Quiero que te masturbes para mí, quiero ver como te acaricias el clítoris, como te metes el dedo en tu coñito y como te corres para mi, con toda mi leche.
Aquello superaba todos mis límites. Me costaba admitirme a mi misma que a mis cuantenta años me masturbaba, aun más me costaba confesarlo a mi marido, pero ni en mi peor pesadilla me podría imaginar haciéndolo delante de otra persona. Pero ya no era yo, era una gata ardiente, deseando apagar su fuego, y despojada de toda voluntad propia.
Abrí las piernas, notaba su semen caliente en mi húmeda vulva. Mezclé sus jugos con los míos frotándome el clítoris, primero tímidamente, con los ojos cerrados evitando encontrar su mirada y cada vez más rápido mientras metía un dedo en la vagina. Mi ritmo y mis jadeos iban en aumento, seguía con los ojos cerrados acercándome a la meta y oí su voz.
- Abre los ojos, quiero que me veas.
Lo hice. Abrí los ojos, vi su rostro pleno de placer mientras me contemplaba. Su pene estaba de nuevo erecto y lo agitaba con su mano. Sí, nos estábamos masturbando al unísono mirándonos el uno al otro. Continué mi labor hasta sentir un escalofrío, mi cuerpo se arqueó y alcancé la meta del placer. Cuando empecé a recuperar la conciencia se acercó, se colocó de rodillas encima de mí y eyaculó en mi pecho cayendo rendido a mi lado.
No me dejó lavarme, siempre lo hacía después de hacer el amor. Dijo que quería que durmiéramos los dos desnudos y con nuestros jugos pegados al cuerpo.
continuara...
capitulo anterior:
http://www.poringa.net/posts/relatos/2690526/Esclava-y-Sumisa-un-fin-de-semana.html
Estuvimos tumbados un rato en la cama, él se durmió, yo no pude, pensaba en lo que acababa de suceder y lo que más me asombraba era que no tenía la más mínima sensación de culpa, ni me sentía sucia, como siempre había pensado que me sentiría en caso de hacer algo así, al contrario, sentía cierto orgullo, mezcla de haber satisfecho a mi amo y de haber hecho mi trabajo con éxito. Esperaba lo que vendría después con inquietud, segura de que me sorprendería tanto como yo lo haría con mi respuesta.
Se despertó y se fue al baño. Oí el grifo de la bañera redonda de hidromasaje correr y supuse que nos daríamos un baño juntos, haríamos el amor y sería maravilloso, pero no fue exactamente así.
- Esclava, me llamó. Ven aquí.
- Qué desea? respondí sumisa.
- Desnúdate, ordenó. Te he preparado un baño, quiero que luzcas perfecta esta noche.
Obedecí, me quite la ropa mientras me observaba y me metí en la bañera. Esperaba que se uniera a mí, pero simplemente me miraba.
- No te bañas conmigo? pregunté ingenuamente.
- No, respondió, prefiero mirarte.
El baño me sentó de perlas, consiguió que me relajara totalmente. Tras un rato en el agua me pidió que me pusiera de pie y diera una vuelta para poder contemplarme entera.
- ¿Te gusta lo que ves? le pregunté.
- Me encanta, contestó, pero con un pequeño retoque me gustará más.
- Dime cual, respondí, sólo quiero complacerte.
- Siéntate en el borde la bañera, me ordenó mientras cogía la cestita con accesorios de tocador del hotel.
- Qué vas a hacer? me atreví a preguntar.
- Te voy a afeitar todo el coño.
Me dejó helada, no lo esperaba y no me gustaba nada la idea. Siempre había pensado que depilarse el pubis era una cosa de guarras, yo lo más que hacía era arreglármelo para que no se salieran los pelitos por la braguita del bikini. Y esa palabra, coño, jamás la había usado. Ninguno de los dos solía referirse a esa parte de mí y cuando lo hacía utilizaba eufemismos como mi florecita, mi jardín o cosas así. Definitivamente todo iba a cambiar ese fin de semana.
Me separó las piernas con su mano y comenzó a aplicarme crema de afeitar en todo el pubis, tomó la maquinilla de afeitar y con sumo cuidado, eso sí, la pasó por mi vello eliminando completamente. Cuando terminó se quedó mirándolo a escasos centímetros, no creo que jamás lo hubiera visto con tanta luz y a tan corta distancia.
- Precioso, comentó dándole un beso.Enjuagate y vístete que nos vamos a cenar.
Se fue y me dejó sola. Sentí una falta, una total ausencia de algo mío al pasar mi mano para aclararlo, y cuando salí de la bañera, me sequé y me miré al espejo tuve la sensación de no haber estado tan desnuda en toda mi vida. Pero la suavidad con la que quedó me gustaba.
Me puse un vestido blanco escotado que había comprado para la ocasión y debajo un sujetador sin tirantes y unas braguitas del mismo color que estrenaba igualmente. Salí del baño pensando en deslumbrarle.
Cenábamos en el restaurante del hotel, un sitio ideal para una velada romántica, con las mesas separadas una de otra, una luz tenue y el murmullo de una orquesta. Estaba encantada, aunque un poco incómoda por mi recién depilado.
- Te gusta mi vestido nuevo? le pregunté, tratando de iniciar conversación.
- Estás fantástica, me contestó.
- Gracias, añadí con una voz sugerente y provocadora. Y eso que no has visto lo que llevo debajo. Me he comprado un conjunto de lencería que te va a encantar.
- Me gustaría verlo, comentó.
- Lo verás, le repliqué, no seas impaciente, cuando lleguemos a la habitación podrás verlo y arrancármelo si quieres.
- No, insistió. Me gustaría verlo ahora.
Miré a un lado y otro, nadie parecía prestarnos atención, así que me incliné, abrí un poco el escote y le mostré el sujetador.
- Te gusta? volví a preguntar.
- Parece precioso, respondió, aunque no lo he podido ver bien.
- Ya lo verás, picarón, ten paciencia, le dije.
- No, quiero verlo ahora, volvió a insistir.
- ¿No querrás que me quité el vestido aquí, le dije asustada. Nos pueden echar del hotel.
- No sería mala idea, me contestó, pero no es eso en lo que estaba pensando.
- ¿Y en qué estabas pensando? le pregunté.
- En que me lo enseñes pero sin llevarlo puesto.
- No te entiendo.
- Es muy sencillo, concluyó. Te diré lo que vas a hacer. Te vas a levantar, vas a ir al servicio, allí te vas a quitar el sujetador y las braguitas y me lo vas a traer todo para que lo vea. No me negaras ese caprichito, verdad?
Sin responder me levanté y me dirigí a los lavabos. Me volví y vi su rostro desafiante, como diciendo, no lo harás, no te atreverás, y yo dudaba si sería capaz. Entré y me metí en uno de los lavabos, me senté en el water, inmóvil, pensando "no lo hagas, qué sentido tiene, todo el mundo verá que llevo mi ropa interior en la mano". Mientras mi pensamiento iba por ese camino mis manos iban por otra, me desabroché el sujetador, lo doblé con cuidado, me quité las braguitas e hice lo mismo. Lo junté y lo metí en mi mano apretando tan fuerte como pude tratando inútilmente de que no asomara ni un trozo de tela fuera del puño cerrado.
Me levanté y me dirigí al salón. A pesar de que todo el mundo parecía estar a lo suyo yo tenía la sensación de andar desnuda y ser objeto de todas las miradas. Me encontraba incómoda, a la vez que con una extraña sensación de excitación. Alcancé nuestra mesa y, antes de sentarme, extendí mi mano hacia la de mi amo que la abrió para tomar su objeto de deseo. Se la llevó a la nariz y la olfateó, luego, discretamente, se la guardó en el bolsillo.
Me senté con sumo cuidado por no enseñar nada cruzando las piernas.
-¿Cómo te sientes? él inquirió.
- Desnuda. Fue mi respuesta.
- Me gusta, y a ti también aunque te esfuerces en negártelo a ti misma. Afirmó. Sé que en tu fuero interno te encantaría que toda esta gente te viera desnuda y eso te pone cachonda, te estás mojando. ¿O me vas a decir que me equivoco?
- No, no lo haces, admití.
- Enséñame las tetas. Dijo de sopetón. Haz como antes, levántate, inclínate y déjame que te vea los pezones. Se te están poniendo duros, lo sé, se te marcan a través del vestido.
Yo también lo notaba, y el rubor se empezaba a apoderar de mi. La piel del rostro comenzaba a tornarse encarnada de la excitación. Me levanté, abrí mi escote disimuladamente y le mostré mis pezones erectos por un instante.
La cena transcurrió entre miradas y frases provocadoras que me iban calentando más y más. Su lenguaje era cada vez más vulgar. "Todos te miran, sabes que estás cachonda, eres como una perra en celo, están locos por engancharte el culo, si te vieran el coño te follarían y gozarías como una loca". Ese era el tipo de cosas que me repetía una y otra vez. Pensaba que iba a empapar la silla de lo excitada que me estaba poniendo.
Finalmente concluimos la cena y nos dirigimos a la habitación. En el ascensor me hizo levantarme el vestido para enseñarle mi depilado pubis y cuando llegamos a nuestro piso me dijo:
- Adelántate un poco y súbete el vestido, quiero ver como se bambolea tu culo.
Lo hice temiendo, a pesar de la hora, que nos cruzáramos con alguien. Si lo hacíamos y me bajaba el vestido le disgustaría, pensé, rogando que tal cosa no ocurriera. Afortunadamente alcanzamos la puerta de nuestra habitación sin contratiempo. Sacó la tarjeta-llave de su cartera y dio otra vuelta de tuerca.
- Dame el vestido. Ordenó. Quiero que entres desnuda. Cuando estés desnuda, pica la puerta y te abriré.
No repliqué, me lo quité y se lo entregué. Ahora me encontraba totalmente desnuda, en medio del pasillo de un hotel, a merced de los caprichos de mi marido que se demoraba intencionadamente en abrir la puerta de la habitación. Cuando lo hizo puso la mano en mi entrepierna sintiendo su calor, encendió la luz, me hizo pasar y cerró la puerta.
- Estás cachonda, dijo. Te mueres por echar un polvo, lo sé, estás deseándolo, pero quiero oírlo de tu boca, dímelo.
- Sí, - respondí, quiero que me hagas el amor.
- No, no es eso lo que quieres, - me contradijo, dime lo que quiero oir, tú sabes lo que es.
- Quiero que me eches un polvo salvaje, quiero que me folles como si fuera una puta, que me metas la polla en el coño, dije loca de deseo, pronunciando esas palabras por primera vez en mi vida. Fóllame, fóllame ya, te lo suplico.
Me empujó a la cama haciendo que me tendiera boca arriba, se quitó la ropa y se tumbó encima de mí, penetrándome con frenesí, como dos salvajes y al poco noté como eyaculaba dentro de mí alcanzando el orgasmo en solitario y al instante se salía de mí.
Eso no era propio de él. Siempre había mostrado tener un gran control sobre su eyaculación y solía esperarme para hacerme gozar. Siempre decía que su mayor placer era darmelo a mí, pero esta vez no fue así. Me dejó, apenas empezar, peor que estaba, y lo sabía. Yo estaba empapada y llena de su leche, cosa que me excitaba más.
- No has podido gozar, verdad. Me dijo con sorna - Qué esperabas?, Tu estás aquí para hacerme disfrutar a mi, no para gozar, eres mi esclava, no lo olvides.
- Sólo quiero darte placer, mentí tratando de complacerle.
- Pero yo quiero ser generoso contigo, me has complacido esta noche, añadió condescendiente. Tú también debes disfrutar y tú sabes como hacerlo, verdad.
- A qué te refieres? Pregunté como una tonta, no sabía por donde iba.
- Me refiero a que tu sabes como disfrutar tu sola por ti misma, puedes acariciarte, ya sabes.
- Qué quieres decir? Volví a preguntar ahora ya intuyendo por donde iba.
- Lo que quiero decir es que puedes hacerte una pajilla. Quiero que te masturbes y ver como sale mi leche de tu coño mientras te tocas.
- Sí, acepté en un suspiro. Desde mi adolescencia había practicado el vicio solitario y aún seguía haciéndolo, siempre con sentimiento de culpa pero sin poder dejar de caer en la tentación, otra carga de mi conservadora educación.
- Pues hazlo. Me susurró al oído. Quiero que te masturbes para mí, quiero ver como te acaricias el clítoris, como te metes el dedo en tu coñito y como te corres para mi, con toda mi leche.
Aquello superaba todos mis límites. Me costaba admitirme a mi misma que a mis cuantenta años me masturbaba, aun más me costaba confesarlo a mi marido, pero ni en mi peor pesadilla me podría imaginar haciéndolo delante de otra persona. Pero ya no era yo, era una gata ardiente, deseando apagar su fuego, y despojada de toda voluntad propia.
Abrí las piernas, notaba su semen caliente en mi húmeda vulva. Mezclé sus jugos con los míos frotándome el clítoris, primero tímidamente, con los ojos cerrados evitando encontrar su mirada y cada vez más rápido mientras metía un dedo en la vagina. Mi ritmo y mis jadeos iban en aumento, seguía con los ojos cerrados acercándome a la meta y oí su voz.
- Abre los ojos, quiero que me veas.
Lo hice. Abrí los ojos, vi su rostro pleno de placer mientras me contemplaba. Su pene estaba de nuevo erecto y lo agitaba con su mano. Sí, nos estábamos masturbando al unísono mirándonos el uno al otro. Continué mi labor hasta sentir un escalofrío, mi cuerpo se arqueó y alcancé la meta del placer. Cuando empecé a recuperar la conciencia se acercó, se colocó de rodillas encima de mí y eyaculó en mi pecho cayendo rendido a mi lado.
No me dejó lavarme, siempre lo hacía después de hacer el amor. Dijo que quería que durmiéramos los dos desnudos y con nuestros jugos pegados al cuerpo.
continuara...
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3 comentarios - Esclava y sumisa por un fin de semana. 2
Me busco la primer parte para saber que onda jej
No entiendo, ¿que onda con qué?
Intenso y llevadero.
Ganaste un seguidos.