Prosiguiendo entonces con la historia de mi familia ancestral en general, y en particular con las vicisitudes de mi madre y mi tía, en su provincia natal, siendo ambas solteras e hijas de una parentela en gran medida masculina, recuerden, eran tres hermanas mujeres y siete varones.
Ellas dos, las más adultas, comenzaron a ser explotadas por sus familiares. Primero usándolas como objetos de placer gratuito, teniéndolas a ambas al alcance de la mano, y segundo desde un aspecto mercantil, más tarde, como una fuente de ingresos.
Sin embargo y a pesar que por aquellos lugares y en esos tiempos, no se cuestionaba la autoridad patriarcal, ambas ofrecieron alguna resistencia para realizar lo que esperaban de ellas. Mucho más mi madre que mi tía, la que se desbordó emocionalmente y lo aceptó primero.
Aunque sin embargo, fue forzada físicamente a realizarlo.
Cabe describir, que las dos eran mujeres no sólo atractivas, sino que, de una contextura corporal voluptuosa. Que incitaban o estimulaban a creer que podían satisfacer los placeres de los sentidos, especialmente el sexual, ya que su sensualidad quedaba de manifiesto con sólo verlas caminar, su contoneo lascivo despertaba el ansia erótica con sólo mirarlas. Provocaban sin desearlo y sin intención alguna el deseo sexual en los otros, produciendo imprudencias que terminaban con accidentes agitados, enfrentamientos y hostigamientos a su persona y entre los festejantes, bravatas y desafíos entre familiares, reyertas enredos que se desenlazaban de forma violenta con grescas y disputas.
Mi tía entonces, fue la primera en experimentar con su cuerpo, los bajos instintos familiares, primero como objeto de placer gratuito y más tarde, como ya dije, rentado para los extraños. Sus carnes lujuriosas se despertaron a un apetito sexual que estaba como en reposo, dormido en su interior, que al poco andar o experimentar se transformó en excesivo, que le quitaba el sueño, tanto a ella, como a propios y extraños. Rápidamente fue presa de un desenfreno que la llevó a un libertinaje obsceno, no cuestionando nada a su familia inmoral.
Ya con mi tía cooptada, fueron por mi madre, con la ventaja para ellos de tener como ejemplo a su hermana, absolutamente convencida y conforme. Hasta eso servía como una comparación de normalidad familiar, la cual intentaban hacer ver, en una especie de sofisma, que la haga ver lo amoral casi como una virtud. Y máxime a esa edad, en ese tiempo y lugar, aquello hacía cuestionarse la decente y lo casto como una hipocresía.
Aunque al experimentarlo en carne propia, supo que era impuro y sucio, que iba en contra de lo moralmente permitido. Al aceptarlo se sentía una asquerosa, se repugnaba al acercarse al gozo, tener un orgasmo era el súmmun de la inmundicia.
Ella, mi madre, veía a su hermana, mi tía, ser doblemente penetrada en su vagina o por los distintos orificios, compartida por extraños, que la ultrajaban su cuerpo, arruinándola, lastimándola, como animales enceguecidos por el apetito venéreo de aquellos anónimos.
Los mismos que llenaban sus agujeros con sus fluidos y secreciones, eyaculando en su interior. Excretando semen, emisiones prolongadas de polución, derramando y contaminando su flujo con aquellos residuos.
Ella también, mi madre, soportó el derrame de secreciones que la inundaban, siendo movida inconstantemente en un vaivén de entradas y salidas, con cambios imprevistos, sin placer, se sentía un pedazo de carne lacerado.
Lo soportó, buscando una oportunidad, un salvador, alguien que la rescatara de ese ámbito vicioso. Esperó y sobrevivió a través de mi padre, el que la conoció por fuera del "negocio" casi de casualidad, tuvo sexo con él, como cualquier pareja normal y se la llevó a Buenos Aires.
Lo último que hizo mi madre fue rescatar a la hermana menor, mi otra tía "Lidia" y traerla con ella, para eso tuvo que volver a estar con su hermano mayor, como dándole una indemnización, no sólo en dinero (todos sus ahorros) sino por última vez su cuerpo, de ese día le queda a ella, la duda, de que yo soy hijo del incesto con su hermano mayor.
Ya que aquella noche fue completa, tuvo que hacer todo lo que a ´l le vino en ganas, y lo hizo todo.
Ellas dos, las más adultas, comenzaron a ser explotadas por sus familiares. Primero usándolas como objetos de placer gratuito, teniéndolas a ambas al alcance de la mano, y segundo desde un aspecto mercantil, más tarde, como una fuente de ingresos.
Sin embargo y a pesar que por aquellos lugares y en esos tiempos, no se cuestionaba la autoridad patriarcal, ambas ofrecieron alguna resistencia para realizar lo que esperaban de ellas. Mucho más mi madre que mi tía, la que se desbordó emocionalmente y lo aceptó primero.
Aunque sin embargo, fue forzada físicamente a realizarlo.
Cabe describir, que las dos eran mujeres no sólo atractivas, sino que, de una contextura corporal voluptuosa. Que incitaban o estimulaban a creer que podían satisfacer los placeres de los sentidos, especialmente el sexual, ya que su sensualidad quedaba de manifiesto con sólo verlas caminar, su contoneo lascivo despertaba el ansia erótica con sólo mirarlas. Provocaban sin desearlo y sin intención alguna el deseo sexual en los otros, produciendo imprudencias que terminaban con accidentes agitados, enfrentamientos y hostigamientos a su persona y entre los festejantes, bravatas y desafíos entre familiares, reyertas enredos que se desenlazaban de forma violenta con grescas y disputas.
Mi tía entonces, fue la primera en experimentar con su cuerpo, los bajos instintos familiares, primero como objeto de placer gratuito y más tarde, como ya dije, rentado para los extraños. Sus carnes lujuriosas se despertaron a un apetito sexual que estaba como en reposo, dormido en su interior, que al poco andar o experimentar se transformó en excesivo, que le quitaba el sueño, tanto a ella, como a propios y extraños. Rápidamente fue presa de un desenfreno que la llevó a un libertinaje obsceno, no cuestionando nada a su familia inmoral.
Ya con mi tía cooptada, fueron por mi madre, con la ventaja para ellos de tener como ejemplo a su hermana, absolutamente convencida y conforme. Hasta eso servía como una comparación de normalidad familiar, la cual intentaban hacer ver, en una especie de sofisma, que la haga ver lo amoral casi como una virtud. Y máxime a esa edad, en ese tiempo y lugar, aquello hacía cuestionarse la decente y lo casto como una hipocresía.
Aunque al experimentarlo en carne propia, supo que era impuro y sucio, que iba en contra de lo moralmente permitido. Al aceptarlo se sentía una asquerosa, se repugnaba al acercarse al gozo, tener un orgasmo era el súmmun de la inmundicia.
Ella, mi madre, veía a su hermana, mi tía, ser doblemente penetrada en su vagina o por los distintos orificios, compartida por extraños, que la ultrajaban su cuerpo, arruinándola, lastimándola, como animales enceguecidos por el apetito venéreo de aquellos anónimos.
Los mismos que llenaban sus agujeros con sus fluidos y secreciones, eyaculando en su interior. Excretando semen, emisiones prolongadas de polución, derramando y contaminando su flujo con aquellos residuos.
Ella también, mi madre, soportó el derrame de secreciones que la inundaban, siendo movida inconstantemente en un vaivén de entradas y salidas, con cambios imprevistos, sin placer, se sentía un pedazo de carne lacerado.
Lo soportó, buscando una oportunidad, un salvador, alguien que la rescatara de ese ámbito vicioso. Esperó y sobrevivió a través de mi padre, el que la conoció por fuera del "negocio" casi de casualidad, tuvo sexo con él, como cualquier pareja normal y se la llevó a Buenos Aires.
Lo último que hizo mi madre fue rescatar a la hermana menor, mi otra tía "Lidia" y traerla con ella, para eso tuvo que volver a estar con su hermano mayor, como dándole una indemnización, no sólo en dinero (todos sus ahorros) sino por última vez su cuerpo, de ese día le queda a ella, la duda, de que yo soy hijo del incesto con su hermano mayor.
Ya que aquella noche fue completa, tuvo que hacer todo lo que a ´l le vino en ganas, y lo hizo todo.
44 comentarios - La historia de mi madre (con imágenes)