Décadas de sexo (8): Impresiones

Minas maltratadas, violencia no consentida. ¿Por qué, si es tan lindo coger? Mujeres, no acepten a esos cobardes, que millones de machos quieren darles placer y solo placer. Hombres: golpeen con sus pijas (o, claro, juguemos los juegos, siempre divertidos si estamos todos de acuerdo).

A pesar de los años, no dejo de maravillarme cómo María, una señora tan bella y elegante, aristocrática incluso (¿vio, @Lady_GodivaII? Es una de las suyas) se puede transformar en un huracán apasionado, en una perra vibrando con el placer más bestial. Es que es toda una mujer.

Adriana y yo consumimos una sustancia algo sicodélica antes del sexo. Cuando estamos en plena faena, se nos suma Jim Morrison. La alucinación pasa pero, a la mañana siguiente, hay un pantalón de cuero tirado al lado de la cama. “Love me two times, baby, love me twice today...”.

En poco rato me voy de viaje y María se queda con Vicente. Apenas tenemos tiempo para un rápido polvo de despedida. Se lo echo en el suelo, porque ella quiere que él encuentre la cama preparada como inmaculado escenario para mejor mancharlo de pecado y desenfreno.

Ay, Victoria, tan alta y fuerte, tan gallarda, tan dueña de su autoridad, se arrodilla humildemente debajo de mí para lamer mis bolas, la base de mi verga y darle sorbos a mi glande mientras mira hacia arriba como para suplicar un perdón que no se merece. Y que no le doy.

Es una pena que no pueda dar detalle de las interesantes circunstancias en las que María y yo nos habíamos alejado, porque fue un momento arrasador cuando me confesó que, distanciado, yo le resultaba tan atractivo... Al quinto polvo al hilo perdí la cuenta. Problema zanjado.

Me gusta el sexo y más si es con amor en cualquiera de sus múltiples formas. Soy heterosexual, así que me gustan las mujeres. Es decir, me gustan las putas, las trolas, las regaladas, las abiertas a experiencias, las que saben para qué tienen cuerpo. Y concha, culo, lengua y demás.

A veces ataco a María, la penetro en posición clásica pero le agarro las manos y, mientras le doy bomba, le muerdo la base de la garganta como si yo fuese un tigre y ella mi indefensa presa.

Lara come uvas, sacando su contenido de la cáscara apretando con los dedos y succionando con su boca. “Si recorren mi boca bien rápido, parecen tus acabadas”, me adula.

Empezando a ceder, María me pregunta si puedo sacarle fotos que sean artísticas y que preserven su intimidad. Pensando en voz alta, le planteo que podemos hacer una fotonovela que ilustre alguno de los relatos. No dice nada pero yo conozco esa expresión…

Para mantener ágiles mis fantasías, clasifico ejemplos de señoras de cuyos favores no disfruté: sensuales, como la morena Patricia, apasionadas, como la tetuda Verónica, misteriosas y perversas, como la señorita X. Las tres (y las demás), todas putas. Por eso me gustan todas.

Hay lugares de la anatomía femenina aptos para recibir semen. Aparte de la cara, el busto y los tradicionales orificios, me encanta bañarles el huequito que hay en la zona lumbar, masturbándome con las nalgas que ellas, María en particular, me dejan usar a esos efectos.

No estoy seguro. Una de mis damas gustaba de coger conmigo cuando yo tenía fiebre. No era María, claro, que puede esperar a que mi salud y desempeño mejoren, sino alguien que tenía menos ocasiones. Quien haya sido, disfrutaba que mi carne entraba más caliente. ¡Pervertida!

Con María de viaje, su amante Vicente y yo en la mesa de un bar hablamos con nostalgia del sabor de su néctar más íntimo, de la suavidad de sus rotundos pechos, de la obscenidad de sus palabras íntimas, de la musicalidad de sus gimoteos. Es lo bueno de compartir las putas.