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Compendio I
La he dejado rendida. En estos momentos, ella duerme muy abrazada a su almohada.
Me encanta verla dormir. Sus cabellos castaños, medio desordenados, arremolinados en su cara y esos labios tiernos y rosados me dan tranquilidad cuando los veo.
No puede entender que la ame más que a todas las mujeres. Es cierto, amo a Pamela, a Amelia y a Verónica, pero no es el mismo amor que siento por ella.
Su amor me encontró de sorpresa. Sabía que me miraba, pero nunca creí que fuese por estar enamorada.
Tal vez, había perdido las esperanzas.
Marisol se mudó a nuestro barrio 4 años atrás. Pero yo viví ahí desde su inauguración, unos 25 años.
Tenía 6 cuando me mudé y fuimos unas de las primeras familias.
Es un barrio tranquilo. De clase trabajadora, de esos donde familias establecidas fundan las bases para una vejez tranquila.
Conocimos a la gran mayoría de los vecinos y sabíamos bastante bien de sus vidas: en tal casa, vivía un guardia de seguridad; en esa otra, viven los abuelitos con el perro mañoso; en la del frente, vive el matrimonio de profesores y así sucesivamente.
Y como era de esperarse, algunas de esas familias llegaron con niños o salieron en el camino. Tuve la suerte de ser el único chico de mi edad en mi pasaje y tuve 5 amigas de mi edad.
Al principio, todo era normal y jugábamos como niños, felices y sin preocupaciones. Yo era él que tenía mayores libertades y podía ir hasta donde se me antojara, mientras que al resto no les dejaban cruzar a la manzana siguiente.
Pero alrededor de los 12 años, me empecé a aburrir de tener amigas mujeres. Me trataban bien y me contaban todas sus cosas, pero los juegos y las conversaciones empezaban a hacerse rutinarias.
Además, mis amigas empezaban a marcar sus primeras sombras de sus personalidades como adultas.
Carolina, una chica que fue siempre más alta que yo, tomó un aire más oscuro y solitario, parecido a una vampiresa, que con el pasar de los tiempos se volvió en una chica fiestera.
Karina y su hermana Carola tenían personalidades avasalladoras, por gran influencia de su madre. Su padre es una de las personas más dóciles y tranquilas que uno puede conocer. Pero su mamá está medio loca: en una ocasión, por “jugarme una broma”, me echó el auto encima.
Y cuando estaba con ellas, me sentía que me mandaban bastante.
Sandra es pequeñita de porte, pero es de carácter alegre y desvergonzado. En una ocasión, mi hermana (que trabajaba de educadora de párvulos en su escuela), me preguntó si acaso estaba pololeando con ella, puesto que Sandra le había preguntado por su pololo (que era yo y que nunca lo habíamos hablado).
Pero nunca tuvimos nada serio.
Y finalmente, estaba Margarita, que hasta últimos momentos, le daba celos a Marisol.
Quiero dejar en claro que a ellas las vi siempre como hermanas y que en ningún momento fantaseé algo con ellas, porque las conocía bien. Habíamos sido amigos de verdad y francamente, no encontraba algo que valiera la pena.
Margarita fue, en cierta forma, la némesis de Marisol.
Tiene unos 3 años menos que yo. Cabellos negros. Labios carnosos. Una linda sonrisa y una nariz larga, pero que no le restan el complemento.
Es pechugona, tiene una hermosa cintura y unas pompas esponjosas y bien formadas.
Pero siempre fue más inmadura que yo. A los 14 años, seguía jugando con la segunda generación de niños de nuestro pasaje y siempre se enojaba conmigo porque no quería jugar.
Tiene un carácter fuerte y cuando se enoja, la tierra tiembla.
Me llevaba bien con sus padres y en mi casa, todos querían que debutara con ella…
¿Y qué pasó?
Sentí demasiada presión. Todos me obligaban a tener algo con ella y es tierna, es bonita y todo lo demás, pero le quitaban la gracia si me obligaban.
Incluso, yo mismo le dije que me gustaba, pero siempre la vería como amiga. Y así lo fuimos, incluso cuando ella encontró un novio y me preguntaba si me sentía celoso y si acaso la seguiría viendo como una amiga más.
Con ella, fui a la graduación de la escuela y es la única que sabe la verdad sobre la noche que me emborraché y que mis compañeros me pidieron que nunca más tomara.
Supe que ella se la bailó toda y mis amigos querían hacerle los puntos, pero me daba igual, porque ya la conocía bastante bien.
El gran defecto de Margarita es que necesita demasiada atención. Hacía rutinas de Britney en el pasaje y todos teníamos que verla. Se veía carne y se movía bien, pero cuando lo haces todo el tiempo y siempre tienes que ser audiencia, te aburre.
Y entonces, en la casa de una compañera de jarana de mi hermano, que se mudaron para otra región, llegó una familia de 5 personas: un matrimonio y 3 niñas.
Reconozco que me fije en Amelia, a pesar de su edad. Pero fue la chica que está roncando ahora la que me llamó la atención.
Su piel se veía blanquita ese día y el flequillo en su cara le daba una mirada triste. Era delgadita y solitaria, pero su cara era muy bonita.
Cuando empezaron a ir a la escuela, yo ya me había dado cuenta que era otaku por las chapas en su bolso, pero siempre andaba apurada y nunca me hablaba, aparte para decirme “¡Hola!”.
Pero esa tarde, la tuve que perseguir para que me hablara y tuvimos esa conversación que cambió nuestras vidas.
Encontraba que Marisol era simplemente espectacular. Es muy inteligente y era muy madura para una chica de su edad, en el aspecto emocional.
Además, siempre me sorprendía con sus opiniones y constantemente, me llamaba por teléfono, por lo que prefería salir a la calle e ir a visitarla, a que me llamara a la casa.
Y fue en ese tiempo en que Margarita se volvió más amistosa conmigo. Se había casado y separado, pero no me invitó a la boda y seguía viviendo con su mamá, ya que su padre falleció.
Pero me metía más conversación y me preguntaba cómo estaba, simplemente porque iba a visitar más a la vecina del frente de su casa que a ella.
Yo me fijaba que mi ruiseñor nos observaba pendiente de nuestra conversación y solamente, puedo aventurar lo que su ferviente imaginación de otaku pensaba de aquello, porque Margarita y yo éramos el típico manga de adolescentes, donde amigos de la infancia se vuelven novios.
Pero a pesar de todo, prefería ir a ver a Marisol. Era más interesante y nunca me pidió algo más, aparte de amistad.
Yo ya la amaba y no lo sabía, hasta que ella me robó un beso y pude ver que lo que había buscado por tanto tiempo, había llegado a mi lado.
Con Marisol, el amor era reciproco: o ella me buscaba a mi casa o yo a la de ella. A diferencia de Margarita, que siempre tenía que ser yo el interesado.
Y más que su físico, su juventud, su edad, sus besos con sabor a limón y todos esos otros aspectos que la hacen más deseable físicamente, lo que más me gusta de ella es esa mirada cálida y serena que me da cuando estoy a su lado.
Cuando la veo, me siento como en esos días de septiembre, donde la brisa sopla refrescante, como una cobija que acaricia tu rostro y que si estás acostado en el pasto, te sientes tan rico que nunca quieres que termine.
¡Mi esposa es rara y la amo tanto porque lo sea!
Y no es por el hecho que me comparta como un par de zapatos con las mujeres que le simpatizan.
Es la única mujer que conozco que me propone almorzar “Duraznos en conservas”.
También, se pone a conversar con perros, gatos y casi cualquier animal que se le atraviese por la calle.
Es mi compañera de baile en la cocina…
En el fondo, me siento completo con ella y la amo tanto, porque ella saca ese aspecto más liberal en mí. Sin ella, no me imagino haber llegado hasta acá ni mucho menos, ser papá.
Ella me esfuerza a ser mejor y ser más maduro y cuidadoso por ella y las pequeñas y la adoro tanto por ello. Porque se preocupa de mí.
Porque me siento seguro con ella.
Y es por eso que estos días, he querido estar con ella solamente. Porque ella es especial.
Me he entretenido enseñando a las pequeñas a ponerse de pie, pero recibo a mi esposa con la comida que le gusta.
La abrazo. La beso. Le digo que es una de las personas más importantes en mi vida.
Ella se enfada, porque no voy a ver a las otras. Me dice que vaya a ver a Liz, en el restaurant. Que visite a Fio, mientras cuida a su retoño o se lamenta porque Megan vuelve esta semana de la casa de sus padres.
Entonces, la tomó por la cintura y le beso. Quiero a otras, pero la que más deseo es a ella.
Le digo que la voy a extrañar en faena. Que aunque esté con Hannah, no será lo mismo…
Se pone roja y le da pena.
Me pregunta por qué la amo.
Me rió y ella se ríe conmigo, confundida y asustada. Porque a pesar de sentir ese placer por verme volver cada vez, le atemoriza que un día encuentre a alguien más y no vuelva.
Pero no puedo y se lo digo, con la misma frecuencia que ella me dice que no sabe por qué me presta.
Le digo que la amo, que quiero tener una vida con ella.
La beso y la voy desnudando. Ella sabe que pasaremos un par de horas… y me deja hacer.
Le preguntó de sus lecciones. Si ha repasado sobre la guerra del Peloponeso…
Ella sonríe. Dice que me ama también... para esquivar el hecho que no ha estudiado.
Me pierdo en el verde de su mirada. A ella también le asusta que algún día, paremos de mirarnos de esa manera.
Nos entendemos, sin necesidad de hablarnos.
Me encanta entrar en ella y que de ese suspiro ahogado en mi hombro.
La sigo amando y se lo digo otra vez.
No nos preocupa el sofá. Me preocupo más de ella y que esté a mi lado.
Puedo cubrirla entera con mi cuerpo y me hace sentir feliz.
El calor y su humedad. La amo ardientemente en esos momentos.
En realidad, la amo ardientemente todo el tiempo.
Me fascina cuando ella suspira con mis embestidas y sus gemidos placenteros son tan deliciosos, mientras me besa el pecho.
Se pone todo tan caliente y la adoro. Nos besamos y nos abrazamos.
Le como los pechos, probando su leche y ella se deshace, porque se han vuelto tan sensibles.
Le pregunto cómo puede estar con un viejo como yo.
Me mira exaltada, me dice que no estoy viejo y me pregunta cómo puedo estar con una inmadura como ella.
Le digo que me vuelve loco. Que me encantan sus pucheros, sus sonrisas y sus patadas mientras dormimos.
Ella dice que le encanta que sea un buen papá, que la quiera y que siempre la cuide.
La giro, para que me monte y ella se alza como una princesa, con su piel blanquecina y sus pechos paraditos.
Me estruja deliciosamente y me afirmo a su cintura, mientras ella se sacude.
Me dice que me ama, que nunca quiere que la deje.
Nos besamos. Tampoco quiero dejarla nunca.
Sus movimientos son más efusivos y ella se ve hermosa. Pienso en lo rápido que ha crecido, en lo valiente y amorosa y le digo que la amo, nuevamente, porque no tengo más palabras.
Ella me ama también y suspira más fuerte, mientras su cintura sube y baja y siento la humedad, su calor y su presión sobre mí.
Le agarro la cola y le suplico que me deje metérsela y lo hago con una voz deseosa, que sin querer, ella se corre en mí.
Ella acepta, porque desea que se la meta.
Y se sacude deliciosamente. Sus pechos bailotean de un lado para otro y me cautivan. Le digo cuanto me gustan y un nuevo orgasmo y otro nuevo gemido me reciben.
Nos besamos, mientras afirmo esos firmes y sudorosos muslos, sabiendo que ella está conmigo, a mi lado, disfrutando.
Y la lleno y relleno con mis jugos. Su carita se pone preciosa al recibirme y me da uno de esos besos que me dejan sin aire.
Le digo que es preciosa. Que es la mejor y que la amo.
Ella sonríe, satisfecha y dice que está contenta conmigo. Que también me ama y se siente dichosa de ser mi esposa.
Nos besamos otro poco, esperando lo de siempre. Y cuando logra zafarse, pone su sonrisa de traviesa y trata de escabullirse.
“¿Quieres arrancarte?” le preguntó, mientras me afirmo a su cintura.
“Si, porque me quieres dar por la cola…” me responde, riéndose.
“¿Y a ti no te gusta?”
“Si, me gusta…” y se vuelve a mirarme a los ojos. “Pero si te dejo que lo hagas, no podré parar de amarte jamás…”
Y la inserto en ella.
Aunque lo he hecho varias veces, sigue siendo estrecha, porque ha sido la mía la única que la ha probado. Y me encanta, porque nunca pensó usarla para esto.
Y se queja, a pesar que está acostumbrada a mi avance. Levanta las nalgas, porque la desea y contrae sus músculos, haciendo que me apreté con mayor tensión, porque también la desea.
Me afirmo a su cola y empiezo a embestirla, lamiendo su espalda y estrujando sus pechos.
“¡Marisol, te adoro! ¡Tu cuerpo es tan bonito!” le digo, enterrándola hasta el fondo.
“¡Yo también te adoro!” me besa ella, disfrutando de mi violencia. “¡Me quemas tan rico y eres tan bonito!”
Y los 2 suspiramos y respiramos agitados, porque me sacudo con violencia, siempre insatisfecho de probar el trasero de mi esposa.
Ella se queja, pero lo adora, relajándose y entregándose completamente a mis sacudidas.
Le aprieto los pezones y le arranco gotas de leche, mientras que su espalda brilla por mis lamidas y sus suspiros se vuelven cada vez más intensos.
Noto sus orgasmos por su rajita y la conozco, porque la amo mucho. Va por el tercero.
Y le sigo dando, mientras se sacude como gelatina. Le encanta tenerme en la cola, al igual que a mí me gusta estar en ella.
No puedo aguantarme. Le digo que tengo que correrme otra vez. Ella lo desea, que me corra adentro y descargo nuevamente la carga, casi con la misma cantidad que la primera.
Ella se queja apasionada y se acuesta en el sofá, mientras me apoyo sobre ella y me pierdo en su aroma.
Le digo que la amo y me apoyo en su hombro. Ella levanta un brazo y me acaricia el pelo, diciéndome que me ama también.
Aprovecho de jugar con sus pechos y le anuncio que la querré otra vez más por la noche.
Porque la amo y no quiero dejarla descansar.
Ella suspira y sonríe, porque sabe que no le miento…
Y es en estos momentos que sus lindos ojos se abren y parpadean un poco, sonriendo satisfecha y preparándose para atenderme como todas las mañanas, contenta de verme escribiendo otra vez y lista para empezar otra semana.
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