El lunes amaneció nublado y desapacible; tras apagar el despertador me volví hacia María y la besé en el cuello, ella aún amodorrada se volvió buscando mi boca
"Buenos días cielo" – se desperezó en la cama estirándose como una gata, yo recorrí con mi mano su torso en tensión donde sus pechos parecían desaparecer.
"Buenos días amor"
Mientras nos besábamos, los recuerdos de la pasada noche se agolparon en mi mente y la incipiente erección creció incontrolable, María notó mi verga clavándose en su muslo.
"¡Cómo nos hemos despertado!" – dijo bajando una mano y apretándola con fuerza– "pero tendrá que esperar a esta noche o llegaremos tarde"
"¿Qué me hiciste anoche?" – María se detuvo y me miró con ternura.
"¿Amarte?"
"Me follaste" – repliqué, ella entornó los ojos y sonrió.
"No es la primera vez"
"Sabes a lo que me refiero"
"¿Tanto te gustó?"
"Fue… no sabría describirlo, fue… nuevo, distinto, nunca me había sentido así"
"Al final va a resultar que eres un poquito maricón"
"¿Por qué? ¿por el hecho de que me hayas dado por culo con tus dedos? Eres una mujer, no un tío" – protesté intentando asimilar el placer que me había causado que me llamase ‘maricón’.
"No cielo, lo de menos fue que te follara el culo, pero te tenías que haber visto, fue tu actitud la que me llamó la atención"
"¿A qué te refieres?" – sabía lo que quería decir pero necesitaba escuchárselo.
"Es la primera vez que te he visto dejarte llevar, abandonarte a mis manos y no hacer nada"
"¿Y eso me convierte en maricón?" – María negó con la cabeza.
"No cariño, eso te va a permitir vivir el sexo desde otra perspectiva"
Recordé mi intuición mientras sentía mi interior invadido por aquellos dedos inquietos que me exploraban.
"¿Es así como siente una mujer?" – María se incorporó en la cama y se acercó a mi rostro, de nuevo apareció esa sensación de entrega, de dependencia; yo estaba tumbado en la cama y era ella quien se situaba por encima de mí, no solo físicamente sino también…
"No lo sé cariño, dime cómo lo sentiste y te podré contestar" - su mano acariciaba mi pecho con suavidad.
Y me abrí a ella, me confesé con la única persona con la que podría hacerlo.
Aquella no había sido la primera vez que me acariciaba el ano, sin embargo desde el principio me había parecido diferente; mi posición bajo su cuerpo, mi rol pasivo en aquel juego donde ella controlaba todo hicieron que al sentir sus dedos en mi esfínter mi reacción fuera otra, no fue algo deliberado, simplemente surgió, brotó de mi una conducta nueva, mis piernas se abrieron, mis riñones se movieron para facilitarle el acceso.
Y esperé, no asumí el control del acto, tan solo esperé que ella me penetrara, sin hacer nada, solo me entregué y así pude sentir como jamás había sentido.
Las palabras que salían de mi boca me sorprendían a mí mismo y me provocaban brotes de risa nerviosa que intentaba ahogar. María me escuchaba en silencio observando mi emoción.
Le conté como había descubierto sensaciones nuevas que jamás había sentido, acostumbrado a sentir "por fuera", a vivir el sexo en la periferia de mi cuerpo y a través de las reacciones de ella, la experiencia de sentir "por dentro" me había impactado con una intensidad desconocida; Era otra forma de vivir el sexo, era una entrega, una rendición sin condiciones, un abandono total a otra persona.
Le hablé de la conmoción que me causó ver cómo mi erección desaparecía sin que se llevase con ella mi placer ni mi excitación, el placer se transformó, se hizo más cerebral y menos genital, la excitación perdió su cualidad agresiva, esa agresividad sublimada en la sexualidad del varón que la convierte en dominante y activa frente a la sexualidad femenina más receptiva. Aquella pérdida de erección que en otras circunstancias hubiera supuesto una preocupación la viví como si se tratase de una especie de alquimia de mi sexualidad, una transformación en la que no tuve la percepción de perdida ni me resultó humillante.
Y, sobre todo lo demás, le conté mi asombro al sentir aquella eyaculación fluida, serena, continua, sin espasmos, sin tensiones, el semen manando de mi dormida verga mientras sus dedos masajeaban zonas profundas de mi interior. Recordé la palabra que había surgido en mi cabeza en aquel instante.
"Me ordeñaste" – María sonrió, sus cejas se elevaron y sus ojos me interrogaron pidiendo una confirmación de lo que acababa de escuchar – "Si cielo, me ordeñaste"
Seguí confesándome con ella, abriendo mis sentimientos como nunca antes había hecho, expresándole mis dudas, mis pequeños temores; Mi desconocimiento de lo que me había sucedido era tal que necesitaba que ella me guiara.
Cuando acabé de hablar, nos quedamos mirando el uno al otro en silencio, yo esperando su veredicto y ella asimilando lo que había escuchado.
"Cariño, bienvenido al Universo Femenino" – sonrió y me abrazó, luego se incorporó rápidamente – "pero no te acostumbres demasiado, quiero seguir teniendo tu verga en pie de guerra" – dijo jugando con mi humedecido glande.
Me quedé pensativo mientras María me acariciaba observándome, sabía que estaban pasando mil ideas por mi cabeza y no me interrumpió. Por fin la miré.
"Parece que está brotando mi alter ego homosexual" – dije dándole un tono jocoso a algo que me parecía trascendental.
"Cielo, soy yo quien ha profanado tu culo virgen…" – ambos reímos por su ocurrencia – "… de ahí a verte retozando con un hombre existe una distancia como de la tierra al límite de las galaxias" – dijo fingiendo mirar al infinito.
"¿Tan incapaz me consideras de experimentar cosas nuevas?"
"Mira Carlos, tu eres como esos críticos de cine, que han visto mucho, han leído mucho pero jamás se han atrevido a ponerse detrás de una cámara y sin embargo se permiten el lujo de orientar, de corregir y de proponer a los que de verdad se enfrentan al objetivo" – se detuvo un segundo y volvió a hablar con vehemencia – " Eres como esos críticos taurinos, repletos de conocimientos, que se atreven a decirle al torero que se arrime mas; Eso sí, desde detrás del burladero"
Se detuvo; por su expresión supe que estaba por llegar algo más denso, más profundo.
""Tu serías incapaz de hacer la mitad de las cosas que me estás exigiendo a mi".
"Nunca te he exigido nada"
"Hay muchas maneras de exigir, cariño, muy sutiles pero eficaces"
"Me he acostado con Elena, la he acariciado delante de ti, jamás hubiera hecho algo así" – María sonrió con benevolencia.
"No es comparable, eres hombre; Para ti es menos complicado dejarte llevar de tu naturaleza si tienes una razón que te permita no verlo como una infidelidad sino como un juego entre los dos" – comenzaba a intuir por dónde se dirigían sus argumentos.
"¿Quieres decir que para ti hay barreras que yo desconozco?"
"Algo así"
"No lo creo, todo es producto de la educación, de la cultura, yo pienso que…"
"Cielo, no te esfuerces, jamás lo entenderás"
"Inténtalo" – María se quedó de nuevo mirándome, buscando la idea que pudiera expresar mejor lo que quería transmitirme.
"Acostarme con otro hombre, llegar a plantearme eso mas allá de la pura fantasía sería algo así como… si tú…"
"¿Si yo qué?"
"Como si tú te planteases seriamente acostarte con un hombre"
Pensé en ello, mi primera reacción fue intelectual, teórica pero enseguida me di cuenta de que esa no era la forma sincera de plantearlo.
Intenté imaginar un cuerpo masculino desnudo, mi mente me llevaba al arte griego y también identifiqué aquello como una estratagema para huir de lo que María quería que afrontase.
"Es muy tarde amor, hay que levantarse" – dijo interrumpiendo mis cavilaciones y dándome un beso antes de levantarse
"¿Seguimos esta noche?" – le pedí, ella sonrió.
"¡Siiii!"
Nos besamos con pasión y tuvimos que hacer un gran esfuerzo de voluntad para renunciar a lo que ya había comenzado entre nosotros y obedecer a la responsabilidad que nos reclamaba.
Preparé el desayuno mientras María se duchaba y cuando comenzó a arreglarse me duché y me afeité. Desayunamos juntos hablando del día que comenzaba, quedamos citados en el gimnasio y luego salimos juntos hacia el garaje, la dejé en la estación de Cercanías de Renfe, los lunes evitaba el coche.
De camino al gabinete, atrapado en el gran atasco en medio de la interminable fila de coches que querían entrar en Madrid, mis pensamientos volvieron a la increíble experiencia que había vivido aquella noche.
Mi hipótesis sobre el papel de la sexualidad en la naturaleza siempre había estado clara, me considero un evolucionista convencido y abogo por una teoría en la cual la sexualidad, como todas las demás funciones vitales, se va adaptando a las situaciones que cada nicho ecológico plantea a las especies; La selección natural utiliza estructuras obsoletas para funcionalidades nuevas, así ha ido desarrollándose el cerebro, capa sobre capa, sin atrofiar áreas que ya no eran tan necesarias sino "reciclándolas" y adaptándolas a nuevas funciones, el desarrollo de las alas a partir de las patas es un ejemplo sencillo de esa economía de medios en la que el esfuerzo selectivo de millones de años no se desaprovecha cuando el nicho ecológico cambia y hay que sobrevivir en un nuevo medio. Lo que era una ventaja antes se vuelve inútil en el nuevo medio, lo que era accesorio se convierte en relevante para la supervivencia y sobre ello se desarrolla toda una variante que sobrevive a otras variaciones menos aptas para ese medio concreto.
El sexo es una funcionalidad desarrollada PORQUE permite expandir mejor la vida y no PARA expandirla, - no hay en mi pensamiento ni un átomo de creacionismo ni de diseño inteligente, esa sucia trampa montada para disfrazar de ciencia lo que solo es dogma y fanatismo -, el sexo se desarrolla porque es la forma más eficiente para que la vida, esencialmente replicativa, se produzca a sí misma y a medida que la especies se desarrollaron el sexo se fue haciendo más complejo y asumiendo nuevas funcionalidades: Refuerza el vínculo en la pareja como medio de proteger y alimentar a las crías cuando la hembra está dedicada no a cazar sino a criar, potencia el vínculo gregario en la manada y luego en la tribu como medio de fortalecer la supervivencia sumando individuos en un objetivo común y, en fin, ayuda a mantener otras conductas de supervivencia en las que el sexo actúa como aglutinante mas allá de su función primaria.
El sexo no es por tanto un recurso reproductivo solamente, es sexo y es socialización, es intercambio… y es placer.
El placer, que en su inicio fue el mejor imán para atraer a los polos opuestos y facilitar la reproducción en una actividad que sin su intervención resultaría molesta toma, millones de años después, una función independiente y autónoma.
En esa línea, mi teoría propone que la bisexualidad es el destino probable del sexo cuando la reproducción no es el objetivo prioritario, - o al menos no el único -, y las relaciones interpersonales asumen el papel protagonista en el ser humano. Desde esa perspectiva el sexo es bisexual, nada lo impide salvo los prejuicios y unas cuantos siglos de moral judeo-cristiana.
Pero esta teoría que tantas veces he defendido en charlas informales con compañeros y en tertulias entre copas no había sido testeada. Como toda hipótesis, debía ser trasladada al terreno del experimento para superar la prueba de falsación o para ser abandonada.
Mi experiencia de aquella noche, mi posicionamiento en el universo femenino, como lo había definido María, me hizo plantearme si yo sería capaz de vivir el sexo en femenino no solo con María, no solo con otra mujer, sino con un hombre.
Toda mi educación se removió en mis entrañas hasta convertir en físico el malestar que esa idea me provocó, mi razón me decía que estaba loco, que aquello no era sino una excentricidad, en mi mente apareció una imagen fugaz en la que dos cuerpos masculinos retozaban en una cama, uno era yo y sentí un rechazo inmediato, una reacción automática cercana al asco que alertó a mi espíritu crítico, ¿De dónde provenían aquellas reacciones incontroladas que obstaculizaban mi intento de mirar con imparcialidad esa escena?
Me sentí encadenado, como subido a unos raíles que me impedían avanzar en una dirección libremente mientras me daban una falsa sensación de libertad al dejarme elegir entre una serie de vías alternativas más allá de las cuales intuía caminos a los que no podía acceder, salvo que me atreviera a saltar de los raíles y aprendiera a caminar por otros terrenos menos seguros pero más amplios, caminos en los que no todo estaba predefinido y donde debería afrontar decisiones para las que no tendría una guía ni una experiencia. Aquellos raíles no me dejaban elegir, me regalaban una falsa seguridad frente al temor a descarrilar si los abandonaba, no me permitían investigar ni probar caminos que quizás desechase pero que si lo hacía debía ser por propia convicción y no por esos resortes automáticos que me habían sido inculcados desde mi infancia: los niños no lloran, los niños no se besan, los niños no se tocan.
Agradecí por primera vez aquel atasco que me había concedido un tiempo para reflexionar.
…..
Me enfrasqué en mi trabajo diario, aun así no podía evitar que el recuerdo de lo sucedido me asaltase continuamente, a media mañana comencé a percibir algo que al principio tan solo había sido una molestia pasajera, un pequeño nublado en el cielo brillante del recuerdo y que poco a poco había ido creciendo hasta que no lo pude ignorar por más tiempo: Tenía miedo por mi pérdida de erección, todos los argumentos que había usado para verlo como una sublimación del sexo chocaban con un miedo irracional y muy machista al temido "gatillazo"; Creía estar por encima de esas cosas, siempre pensé que si alguna vez me sucedía sabría superarlo sin prejuicios ni traumas, eso era lo que yo aconsejaba a mis pacientes y eso era lo que sin duda creía aplicable a mí mismo.
De nuevo la teoría se volvía ineficaz ante la vivencia en primera persona del problema, de nuevo sentí que todo mi bagaje profesional no era sino un cúmulo de teorías que lanzaba con demasiada facilidad a mis pacientes sin conocimiento de causa y que estos recibían desde la soledad que se siente cuando ves que no eres comprendido.
Sabía que mi reacción era absurda, esa misma mañana había tenido una erección en manos de María; Pero… ¿y si llegado el momento aquella dureza se volvía a desmoronar delante de ella?
Percibí cómo la ansiedad minaba mi seguridad; La ansiedad, la peor compañera de viaje en los asuntos del sexo, la culpable de un gran número de las impotencias diagnosticadas y de la inmensa mayoría de las vividas en silencio y a escondidas.
Deseché la idea varias veces hasta que por fin cedí, avergonzado de mi mismo; Me dirigí al baño y allí me despojé de los pantalones y del slip que colgué del enganche preparado para las americanas, por un instante me sentí ridículo desnudo de cintura hacia abajo, descalzo, con la camisa formando una falda que apenas tapaba mi culo, los calcetines que me daban un aspecto cutre y la corbata apuntando a mi pene morcillón que sujetaba en mi mano; Imbuido de un espíritu investigador comencé a masturbarme intentando superar el ridículo y la autocrítica. La exigencia de una rápida erección produjo el efecto contrario, algo que yo mismo debía haber previsto, me encontraba preso de temores irracionales ante los que mis conocimientos no parecían ser efectivos.
Busqué ayuda en imágenes sexuales, invoqué a María desnudándose en casa, en la playa en top less, duchándose a mi lado mientras yo la enjabonaba… cambiaba de una imagen a otra como un naufrago salta entre las maderas flotantes que apenas sujetan su peso.
Unas escenas me llevaron a otras hasta que apareció Pablo besando a María, acariciando su culo mientras bailaban, imaginé su mano deslizándose por debajo de su falda, el instante en que rozó su coño, intenté imaginar la excitación de María, sus emociones… mi verga comenzó a reaccionar pero no conseguí hacerla alcanzar el estado de máxima erección que necesitaba verificar.
Primero lo evité, pero cuando por segunda vez volvió a aparecer Roberto en mi mente, dejé que la fantasía, no deseada, sucediera.
Le vi en las escenas me había contado María; Sentado a su lado, bajando la mano y acariciando su muslo, imaginé su sorpresa, la vi paralizada, indecisa, dejándole tocar… la fantasía cobro vida propia y les vi de pie en el despacho de Roberto mientras la abrazaba, envolviendo sus pechos con su mano, y María protestando débilmente pero dejándose hacer para conseguir su ascenso, vi sus manos subirle la falda y agarrar sus nalgas, mi erección creció, volvió a ser la que yo esperaba y un sentimiento de alegría por haberlo conseguido se fundió y confundió con la escena ficticia en la que María permitía que Roberto alcanzase su pubis, imaginé como María, sin mover los pies, arqueaba los riñones, doblaba ligeramente las piernas y separaba sus rodillas para abrir sus muslos y que aquella mano intrusa pudiera avanzar libremente hacia su coño.
Me masturbaba con vigor cuando Roberto en mi imaginación besó los labios de María y ésta, lejos de luchar o soportarlo estoicamente, se abrazó a él correspondiendo a ese beso no rechazado, en ese instante me masturbe frenéticamente; Ella, como si de un paso de tango se tratase, elevaba su pierna doblada rozando la de Roberto hasta quedar en horizontal, el vestido se retiró dejando su muslo desnudo que ocultaba la mano que invadía su sexo, María acariciaba el cuello y la mejilla de su jefe con sus manos y le besaba con pasión. Las imágenes cambiaban continuamente, la escena comenzaba de nuevo, ahora los veía abrazados besándose y Roberto, sin deshacer el abrazo, la levantaba cogiéndola por el culo, María al sentirse separada del suelo se colgó de su cuello y abrió sus piernas rodeándole con ellas y provocando que su falda se subiera tanto que bastó un simple gesto de Roberto para dejarla enrollada en la cintura, luego la sentó sobre la mesa, le abrazaba con sus brazos y sus piernas sin dejar de besarle mientras él acariciaba sus nalgas desnudas, tras un instante de caricias acabó por llevar una mano hasta su pubis buscando la cinturilla de su braga bajo la que se deslizó; La delicada prenda, abultada por aquella mano intrusa, revelaba los movimientos ansiosos por alcanzar su objetivo, María se balanceó hacia atrás y elevó aun mas los muslos para facilitarle el acceso a su coño, la mano comenzaba a moverse al mismo ritmo que ella movía sus caderas, sus brazos rodeaban su cuello, acariciaban su cabello y le besaba, intensamente le besaba mientras se dejaba tumbar sobre la mesa abrazándole aun con sus muslos.
Mi verga era una viga de hierro candente que aguantaba los rápidos envites de mi mano, la fantasía continuaba creando su propio guión, María estaba tumbada en la mesa, con sus piernas alrededor de los riñones de Roberto mientras éste le desabrochaba la camisa y la forzaba a curvar su espalda para alcanzar el cierre de su sujetador, las caderas de María golpeaban el pubis de Roberto pidiéndole a gritos que consumara aquello, cuando sintió el sujetador libre se incorporó sobre su codos y se deshizo con urgencia de la camisa y del sostén que lanzó al suelo y de nuevo se dejo caer sobre la mesa, Roberto apresaba su pechos con una mano mientras con la otra liberaba su verga erecta, se logró zafar del abrazo de sus muslos y le arrancó literalmente las bragas. Una imagen ralentizada se formó en mi cabeza, María apoyada en sus codos con las piernas abiertas y los talones en el borde de la mesa, con la falda enrollada en su cintura por única prenda, despeinada, con la mirada ebria de lujuria viendo como Roberto sitúa su verga en la entrada de su coño para, de un golpe seco de cintura, clavársela sin clemencia provocando un grito, María se derrumba sobre la mesa rendida, entregada mientras sus pechos se balancean con cada embestida.
Eyaculé sin tiempo para dirigir el disparo hacia la taza y varios chorros se estrellaron contra los baldosines y en el suelo.
Mientras limpiaba la pared con papel higiénico y me reprochaba mi conducta inmadura, me enfrenté a la idea que había provocado aquella fuerte eyaculación. No había sido el abuso sobre María sino su entrega y aceptación lo que me había desbocado. ‘Prostitución’ era el concepto que surgía de mi mente, había sido la imagen de María aceptando y asumiendo su prostitución lo que me había vuelto loco de placer, ni siquiera la visión de Pablo follando con ella había conseguido enervarme hasta el punto que lo había conseguido imaginarla asumiendo el papel de prostituta de su jefe, de amante pagada, de querida interesada.
Prostituta; no tenía nada que ver con las ocasiones en que la había llamado puta en nuestros momentos de sexo, la imagen de mi esposa soportando el asedio de Roberto o dejándose llevar de la pasión de Pablo no tenían ni la cuarta parte de potencia que aquella otra en la que María, superados sus prejuicios y sus miedos, asumía con naturalidad su papel de prostituta, dejaba de luchar contra ello y se entregaba a vivir su nueva condición sin complejos.
Durante el resto del día, cada vez que invoqué aquella escena noté como mi verga reaccionaba vigorosamente luchando por romper la prisión de mi slip. La veía sonriéndole en su despacho, medio desnuda, cuando le decía "vámonos a mi casa, nena", la imaginaba riendo con él en la cama tras follar, la veía masturbando su verga mirándole a los ojos antes de agacharse y acogerla en su boca, regresé impaciente al baño para volver a masturbarme imaginándola en su casa, levantándose de la cama, arreglándose el pelo mientras caminaba desnuda hacia el baño delante de su amante, bromeando con él, lavándose en el bidet mientras Roberto orinaba… conductas de furcia, de ramera; y de nuevo el orgasmo me hizo perder por unos segundos el contacto con el mundo.
Llegué al gimnasio antes que ella; Un cuarto de hora más tarde, mientras pedaleaba, la vi caminar por el jardín al que se asoma la cristalera de la zona de ciclo, subiendo la cuesta con su bolsa de deporte al hombro; Se cruzó con Guido, el monitor de aerobic, un argentino culturista al que María había bautizado como Michelin en alusión al muñeco de la marca de neumáticos; Se detuvieron un instante hablando, María reía y Guido no paraba de intentar seducirla ignorante de lo que ella opinaba sobre su cuerpo hiperdesarrollado. De nuevo las imágenes se moldearon en mi cabeza para situarla desnuda en la sala de pesas acariciando los hinchados músculos de Guido, la imaginé siguiendo con sus dedos cada monte y cada valle de aquel cuerpo brillante, sin un solo pelo, la vi acariciando con sus dedos aquel cráneo afeitado, arrastrando sus uñas por las nalgas, palpando sus increíbles bíceps, agachándose para rodear con sus brazos los inmensos muslos…
Intenté abortar aquellas imágenes, mi erección era evidente para cualquiera que se acercase; la vi despedirse de Guido que terminaba su jornada y se perdió bajo la cristalera, subiendo la cuesta que la conducía a la entrada; al cabo de unos minutos la sentí llegar, me dio un beso y comenzó a pedalear a mi lado.
Al terminar la sesión nos fuimos a los vestuarios, aun nos quedaban diez minutos de baño de vapor antes de reunirnos en la cafetería del gimnasio.
Me desnudé sin dejar de pensar en lo que había pasado por mi cabeza aquella tarde, me sentía obligado a censurar las escenas que habían logrado hacerme masturbar en los baños del gabinete, me centré en el riesgo de que alguien hubiera podido escuchar algún sonido sospechoso, pero en mi interior sabía que aquellas imágenes eran el afrodisiaco más potente que jamás había experimentado.
El ruido de la puerta que daba acceso a las duchas me sacó de mis cavilaciones, un chico de unos treinta entró en el vestuario secándose, le miré y retiré la vista como era lo apropiado, en ese momento recordé lo que María y yo habíamos hablado, ¿sería capaz de mirar un cuerpo masculino desnudo libremente, sin las ataduras de los prejuicios?
Volví a mirarle cuidando de que no fuera demasiado evidente, no quería provocar una situación incómoda, mas de una vez había localizado al clásico mirón que finge mirar de pasada, como si hiciera una visión general de la sala, una y otra vez tan solo para cruzar sus ojos con algún cuerpo desnudo sin darse cuenta de que su propio nerviosismo le delata, no quería caer en un equívoco así y evité insistir demasiado.
Pero, las veces que logré mirar sin ser visto, intenté ver aquel cuerpo con otros ojos.
No buscaba provocar un deseo que no sentía, tan solo quería mirar aquel cuerpo sin rechazo, solo eso, liberarme del rechazo automático y apreciar las formas, porque aquel chico tenía un buen cuerpo bien modelado.
Me fijé en sus axilas apenas con vello y en su pecho depilado, sus formas eran proporcionadas, ¿eran bonitas? ¿Podía ser capaz de apreciar la belleza en un hombre?
Se volvió de espaldas mientras se echaba desodorante y aprecié sus nalgas, sus muslos, su cintura estrecha que se ensanchaba progresivamente hasta alcanzar el ancho de sus hombros; sus bíceps resaltaban mientras utilizaba el desodorante, se agachó a recoger el tapón del desodorante del suelo y vi sus testículos asomando entre su nalgas, no sé si fue el riesgo de estar mirándole o la visión de su cuerpo desnudo lo que me excitó. Nunca había mirado así, nunca me había sentido así.
Se volvió, ajeno a mi inspección y de reojo me fijé en su pene y en sus testículos, era como si jamás hubiera visto esa parte salvo en mi, hasta tal punto funciona la represión.
Su verga colgaba ocultando parcialmente sus testículos, se balanceaba levemente cuando él se movía.
Por primera vez en mi vida sentí la excitación ante esa imagen y de nuevo la atribuí al riesgo que estaba asumiendo, cerré la taquilla y me dirigí a las duchas.
Bajo el agua, reviví las imágenes de aquel chico desnudo, estaba excitándome, mi verga crecía por momentos, ¿Era eso lo que quería María? ¿hasta tal punto nos vuelven ciegos las normas que hemos recibido dese la infancia como para no ver, como para no percibir? Solo envolviendo en bromas absurdas, exagerando una hombría que nadie pone en duda somos capaces de asumir la cercanía de un amigo en unas duchas en el instituto o en la universidad tras un partido, no vaya a ser que alguien piense…
Utilicé la última ducha fría para rebajar lo que pude la tensión de mi verga y entré desnudo en el baño de vapor, con una semierección que no oculté, casi siempre entraba con la toalla enrollada en la cintura, aun cuando era habitual que muchos entrasen desnudos, para mí no era una cuestión de pudor sino mas bien comodidad, o eso creía.
En la sala de vapor había tres personas más, dos de ellos desnudos; Coloqué mi toalla en el asiento y me senté en un lateral.
Me sentía raro, era como si todos los que estaban allí me estuvieran mirando, sensación absurda pero intensa; cerré los ojos y me relajé apoyado en la pared mientras comenzaba a sudar. Poco a poco comencé a sentirme cómodo, la sensación de desnudez era confortable, la idea de que quizás alguien me miraba comenzó a resultarme agradable.
Alguien salió de la sauna, abrí los ojos y por un instante me fijé en las vergas de los dos hombres que estaban a mi derecha, rápidamente retiré la vista y me juré no volver a mirarles; pero mis ojos parecían tener vida propia y sin apenas darme cuenta volvían a recalar en aquellas vergas, una fláccida, pequeña y regordeta, la otra más larga y oscura, una rodeada de un espeso vello negro, la otra adornada con unos rizos castaños, a uno de ellos le colgaba la bolsa de los testículos y al cambiar de postura se la colocaba con la mano, el otro chico tenía la bolsa contraída y al estar sentado con las piernas juntas y estiradas obligaba a que la verga, aun estando encogida, se levantase empujada por sus testículos.
Abandoné la sala antes de que mi conducta diera lugar a una situación incómoda, me duché, me vestí y me dirigí a la cafetería a esperar a María.
Diez minutos después la vi subir las escaleras, llevaba el pelo recogido en un moño, aun húmedo, enfundada en su pantalón de chándal y la chaqueta cruzada entre las asas de la bolsa, el calor y la humedad del baño de vapor humedecía la camiseta a la altura de su estómago y en el lateral de sus pechos.
"Te vas a constipar si sales así "
"Ahora me pongo la chaqueta" – dijo al tiempo que llamaba al camarero
"Te vi hablando con Michelin"
"¡Sí! No veía manera de quitármelo de encima"
"Te tiene ganas"
"Pues lo tiene claro ese saco de anabolizantes" – ambos reímos su broma.
"¿Te has fijado como te mira cuando estás en el step? No te quita ojo del culo"
"¿Sí?, no lo sabía"
"No es el único, pero es el que menos disimula"
"¿Si? ¿Hay más?" – dijo coqueta bebiendo de su zumo.
"Bastantes, la verdad es que es para verlo" – sonrió halagada. – "¿te imaginas?"
"¿Qué?"
"Pensaba antes, cuando os veía charlando en el parque…"
"¿Qué?" – insistió intuyendo por donde iba.
"No tiene un solo pelo en todo el cuerpo, ni en la cabeza…"
"¿Y tu como lo sabes? A lo mejor…"
"Le he visto en el vestuario, no tiene nada de pelo"
"¡Vaya! ¿nada?" – dijo en un tono sugerente.
"Nada… ¿Te imaginas?"
"¿Qué quieres que me imagine?" – dijo sonriendo con malicia.
"Cómo será tocar esa piel suave como la de un niño, esos músculos…"
"¿No tiene nada de pelo?" – bajó la voz y se acercó a mí, exagerando una actitud de misterio– "¿ni en los cojones?"
Su tono deliberadamente ingenuo contrastaba con aquella gruesa palabra que jamás utilizaba y le daba un toque morboso; Bromeaba pero intuí que la imagen de aquel cuerpo lampiño le atraía.
"Nada, está completamente depilado ¿Te imaginas como será el tacto de su cuerpo?"
"Será como el de una mujer" – me interrumpió.
"Si claro"
"¿Y tú? ¿te lo imaginas?" – me quedé mirándola, haciendo que me imaginaba esa escena, sonreí.
"Si, podría ser… interesante"
"Vaya, a ver si va a ser verdad que mi trabajo en… tu bajos ha despertado a Mr Hyde rosa" – reímos a carcajadas.
"Quien sabe, yo me he tomado muy en serio tu propuesta" – me miró extrañada.
"¿Qué propuesta? No recuerdo haber…"
"Me dijiste que no sería capaz de asumir ni la mitad de las cosas que te pedía a ti, ¿recuerdas? Yo estoy dispuesto a intentarlo siempre y cuando tu…"
"¿Yo, qué? ¿No te basta con lo que ya estoy viviendo?" – negué con la cabeza
"Hiciste una comparación desequilibrada, si yo me planteo mirar un cuerpo de hombre con otros ojos, tu deberías hacer lo mismo"
"Estás loco"
"¿No te parece justo?" – enseguida rectifiqué – "en realidad no es una cuestión de justicia, es simplemente un experimento que te propongo, ¿te crees capaz de vencer tus prejuicios y mirar libremente un cuerpo de mujer, unos pechos hermosos, un coño, un culo, sin los tabúes clásicos? Yo lo he empezado a probar hoy, hace un momento" – me miró con esos ojos cargados de morbo que delatan el comienzo de su excitación.
"¿Qué has hecho qué?" – se acodó en la mesa y bajó la voz.
"Eso. En la sala de vapor, he mirado… de otra manera" – sonreía.
"A ver, explícame eso"
Le conté mis sensaciones, lo difícil que me había resultado soslayar los prejuicios disfrazados de ridículo, de asco, de temor a ser confundido… exageré mis vivencias al liberarme medianamente de todo ello y le conté como me había sentido al contemplar una verga, un culo masculino. Le confesé el conato de excitación que había sentido y como mi verga había reaccionado a la vista de un macho desnudo. María me escuchaba absorta en mis palabras.
"Sinceramente, no te creo capaz de hacer lo mismo" – mi reto era una deliberada manera de provocarla.
"¿Y por qué habría de hacerlo?"
"Porque te atrae la idea, porque no sabes lo que se siente, porque te gusta experimentar, porque odias los prejuicios… "- de nuevo negué con la cabeza – "… pero no te veo capaz"
"¿Crees que nunca he visto una mujer desnuda que me haya gustado?" – sentí un brote de excitación al escucharla.
"¿Si? ¿Cuándo?" – María se removió en la silla, como intentando escabullirse de la senda por la que acababa de entrar.
"A ver Carlos, las mujeres no tenemos tantos tabúes como vosotros para esas cosas, podemos mirarnos y apreciar la belleza"
"No se trata solo de belleza, se trata de atracción, de excitación sexual. ¿Eres capaz de mirar en las duchas a una mujer hermosa y no reprimir el excitarte con su cuerpo?"
"¿Te has excitado tu esta tarde?" – escapaba de mi pregunta.
"Si" – era cierto, lo había intentado negar cuando me sucedió pero ahora, frente a María, lo reconocí.
"¿De verdad? No me lo creo"
"¿Y tú? Me ha parecido entender que tú si has vivido en algún momento algo que te ha hecho sentir… atracción por una mujer, ¿me equivoco?" – María sonrió, hizo una pausa, parecía dudar.
"¿Te acuerdas de Gloria?"
¿Cómo no me iba a acordar? Gloria, compañera del colegio, amigas desde los siete años, vecinas hasta que nos casamos, al principio frecuentó nuestro círculo de amistades, luego se casó, tuvo dos niños y se fue apartando de nosotros obligada por su dedicación a la familia y a su trabajo y aunque hablaban por teléfono con frecuencia apenas nos veíamos cada dos o tres meses; Abogada en ejercicio, físicamente difiere de María en casi todo, mide 1,65, de complexión algo más robusta pero bien proporcionada, rubia, pecho abundante que con los partos ha comenzado a perder su anterior firmeza, aun así se conserva bien, se la puede definir como "rotunda", con cierta tendencia a engordar que controla férreamente con una dieta espartana. En pocas palabras, es lo que se suele decir una tía buenorra, bien conservada a pesar de la falta de ejercicio, si es que se puede definir así la vida de una mujer casada, madre de familia y trabajadora. En aquel momento hacía casi seis meses que no nos veíamos.
"Claro, no me irás a decir que tu y Gloria…"
"Tonterías de adolescentes, curiosidad por ver si desarrollábamos más o menos la una que la otra"
Imaginé una escena al estilo de "Bilitis", dos hermosas púberes desnudas rozando sus incipientes pechos a medio camino entre lo infantil y lo erótico, el descubrimiento de la sensualidad entre dos vírgenes preadolescentes.
"¡Eh! vuelve" – sonreí, me había quedado enganchado en las imágenes que mi cerebro había compuesto.
"Perdón, y… ¿cómo saciabais vuestra curiosidad?"
"¿Cómo lo hacéis los chicos? Midiendo, comparando…"
"No creo que sea igual, los chicos somos menos dados a la intimidad, al menos de ese tipo"
"No imagines tórridas escenas de lesbianismo, porque no las hubo"
"¡Qué pena!" – bromeé – "pero seguro que si hubo escenas de desnudo… ¿integral?" – María asintió con la cabeza – "y… seguro que tuviste oportunidad de tocar… sus pechos…" – de nuevo afirmó con la cabeza, sonreía entre divertida y excitada – "... quizás su recién nacido vello púbico…" – me miró con malicia pero no contestó.
"¿Llegasteis a besaros?" – María inició una protesta mezclada con una inoportuna risa que invalidó sus argumentos
"¿Y a santo de qué íbamos a besarnos?" - ¿Había rubor en sus mejillas o lo quise imaginar?
"Quizás por curiosidad, por saber a qué sabe un beso en la boca"
"Bueno, el caso es que, como ves, si he tenido oportunidad de apreciar un cuerpo de mujer" – María intentaba dar por finalizada la cuestión.
"Algo más que apreciar, creo que has tenido la oportunidad de desear un cuerpo femenino, de excitarte al contacto de un pezón en tus dedos, al sentir una caricia de mujer en tu coño, ¿es así?"
"Algo parecido, pero hace siglos de aquello y te puedo asegurar que jamás he vuelto a pensar en ello hasta que has sacado el tema hoy"
"Y ahora que lo hemos traído al presente, ¿qué opinas?"
"¿Qué opino? ¿de qué?"
"¿Qué has sentido al recordarlo?" – María desvió la mirada hacia su izquierda, recordando.
"Ternura"
"¿Qué más?" – su mirada seguía perdida en el recuerdo, sonrió antes de comenzar a hablar.
"Nostalgia, era muy niña, tan inocente"
"Y…" – María se refugió en la broma, en la exageración para eludir la respuesta.
"No me he puesto cachonda si es lo que insinúas"
"Tendría que comprobarlo con mis dedos, pero no me parece el lugar" – ambos sonreímos, algo de nuestra conversación había trascendido nuestra mesa, unas risitas estúpidas nos llegaron de la mesa cercana donde un par de chicas nos miraban de reojo, decidimos marcharnos no sin antes clavarles una mirada de la que se escondieron, si en algún momento pensaron vernos avergonzados se equivocaron de pareja.
Salimos del gimnasio y caminamos hacia casa, el frío no llegaba a ser desagradable, a medio camino aflojamos el paso. Los jardines estaban desiertos, apenas llegaba el sonido del escaso tráfico y el ruido de nuestras pisadas sobre la tierra prevalecía sobre cualquier otro y conseguía relajarnos.
"¿Nunca volvisteis a hablar de aquello?"
"Nunca… bueno si, una vez, hace dos o tres años, no sé a qué vino, fue una alusión muy breve"
"¿Duró mucho?"
"Un año, algo mas quizás, luego Gloria se echó novio"
"Y tu sentiste celos, seguro"
"¡No! ¿Cómo se te ocurre?" – adiviné que había dado en el clavo, la miré sonriendo, sin decir palabra hasta que se reconoció descubierta – "no fueron celos, en parte perdí a mi amiga, era normal que me cayera mal su novio"
"Ya, ya"
"¿Cómo que ya-ya? ¿tú no has sentido que las novias de tus amigos en esa edad eran unas intrusas?"
"Yo no retozaba con mis amigos, no me podía sentir desplazado por sus novias" – estaba exagerando deliberadamente.
"Gloria y yo no retozábamos… bueno si… ¡pero no en el sentido que tu le das!"
"¿Así que retozabais?" – reímos con ganas – "A ver, os imagino en la cama, desnudas, abrazadas, besándoos, explorando vuestros cuerpos, encontrando sensaciones nuevas, hundiendo vuestros dedos en…"
"Para, para, estás montándote una peli porno"
"Dime ¿Qué parte de lo que he dicho no sucedió?" – María caminaba a mi lado con la cabeza agachada, la llevaba cogida por los hombros, habíamos ralentizado el paso.
"Según lo cuentas no suena… limpio"
"¿Cómo lo contarías tu?" – caminamos en silencio casi hasta la esquina de nuestra casa antes de que comenzara a hablar, nos detuvimos cerca del portal, el vaho de nuestro aliento brillaba a la luz de la farola.
"Éramos dos crías, dos niñas que nos habíamos encontrado de repente con nuestra primera menstruación sin previo aviso, sin apenas saber qué era aquello, habíamos oído algo, pero nuestras madres, tan progres como se creían, no se dieron cuenta de que ya no éramos tan niñas, ninguna de las dos tuvimos el suficiente valor como para preguntar en casa, Gloria porque su hermana mayor la ignoraba y con su madre le sucedía como a mí; No nos atrevimos e intentamos aprender solas. Estábamos acostumbradas a dormir juntas desde pequeñitas. No fue algo sucio, todo lo contrario, fue algo… inocente, bonito"
Al contarlo, su rostro expresaba nostalgia, una sonrisa enfatizaba la belleza del recuerdo.
"Te creo, debió ser hermoso… así que, alguna noche a oscuras, seguisteis con vuestra exploración ¿verdad?"
"Alguna vez, si"
"¿Os acostabais desnudas? No creo, imagino que os desnudabais luego, a oscuras, ya dentro de la cama" María asintió.
"Nos abrazábamos y nos dormíamos pegadas una a la otra"
"¿Solo eso?" – me sonrió de nuevo
"Eres un cotilla… nos tocábamos, veíamos los progresos de nuestras tetas, comparábamos la cantidad de vello que nos había crecido…"
"Y os besabais"
"Era muy inocente Carlos, imaginábamos que nos besaba el chico más guapo del colegio, las dos estábamos locas por él"
"¿Y quién de las dos hacia mejor el papel del chico?" - María rió
Comenzamos a acercarnos al portal y de nuevo nos detuvimos en la puerta
"¿Nunca has vuelto a plantearte…? no sé, ¿Nunca has vuelto a desear a una mujer?"
María se mantuvo en silencio, un vecino que llegaba al mismo tiempo que nosotros interrumpió la conversación, subimos juntos en el ascensor, hablando del frio, de la Navidad…
Cuando entramos en casa no quise insistir, la semilla estaba echada.
"Mañana tengo un almuerzo con gente del Colegio, queremos publicar un artículo sobre la reestructuración del gabinete y nos lo han echado abajo, dicen que es publicidad encubierta"
"Con razón" – me levanté a por el postre – "lo vais a tener difícil"
"¿Tu te crees que Roberto me ha venido a decir más o menos que me ponga sugerente? ¡qué morro!" – sentí un brote de excitación.
"Ya sabes, pueden mas dos tetas…"
"¿Tú también?"
"¿No me digas que te ha dicho eso?"
"Como lo oyes" – sentí como mi verga comenzaba a cobrar vida.
"¿Qué piensas hacer?"
"Incluso me ha dicho que ropa quería que me pusiera, ¡el colmo!"
"¿Si? ¿qué ropa quiere?" – la erección ya era evidente bajo mi pantalón de chándal, María lo vio.
"Eso… es por lo de Roberto?" – exageré una expresión de culpable y afirmé con la cabeza.
"Me temo que si, no lo puedo remediar" – por un momento temí que se hubiera molestado, me miraba seria, de pronto su mirada se volvió sensual y comenzó a sonreír.
"¿Te pone que a tu mujer la quieran utilizar de cebo sexual?" – nos habíamos levantado y entramos en el salón, me senté en el sofá frente al televisor que mantuve apagado, ella se tumbó apoyando su cabeza en mis piernas como suele hace muchas noches.
"Cebo sexual… suena bien y si: me pone que intente utilizar a mi mujer" – mi mano derecha comenzó a acariciar su pecho por encima del chandal.
"Eso es lo que pretende, que los seduzca"
"¿Te lo ha dicho?" – bajé mi mano hasta la cintura del chándal y subí por dentro acariciando su estómago, María entornó los ojos al contacto de mi mano, mis dedos arañaban con insistencia la base de su pecho.
"Más o menos"
"¿Qué piensas hacer?" – repetí esperando que esta vez aceptara la pregunta.
"Si no hubiera dicho nada, seguramente habría ido arreglada, más de lo habitual, pero ahora… no sé, parecería que le estoy haciendo caso"
"Ignórale, no varíes tu primera intención por lo que te haya podido decir"
"Me dijo que me pusiera el vestido gris, el de punto, ya sabes"
"No es tonto Roberto, no"
"¡Al final te va a caer bien y todo!" – protestó, pero su protesta era una farsa para disimular lo mucho que la excitaba mantener esa conversación conmigo, yo tenía su pezón aprisionado entre dos dedos, María había separado las piernas, intuí lo que el cuerpo le pedía.
"¿Has tenido hoy algún… tropiezo con él?" – nuestros ojos se cruzaron y ambos vimos en el otro la carga de morbo que nos dominaba.
"Lo de siempre" – dijo con gesto de hastío
"¿Qué es lo de siempre?" – su mirada era puro fuego.
"Un beso en la mejilla al llegar, su mano en la cintura mientras vamos a su mesa… de vez en cuando sus ojos que se cuelan en mi escote…" – bajé mi mano por su vientre hasta entrar por la cintura de su pantalón, la volví hacia su pubis y recogí su coño en mi palma, María separó más las piernas y se movió para darme espacio.
"¿Qué más?"
"Al terminar, siempre me acompaña hasta la puerta, a veces le tengo que quitar las manos de…"
"De tu culo" – intervine yo"
"Si" – su voz sonó como un suspiro.
"¿Qué más?" – hizo una pausa mirándome a los ojos
"A veces… al llegar a la puerta, me echa en cara lo que está haciendo por mi… me dice que por qué no soy más cariñosa con él"
Aquella confesión tan explícita estaba consiguiendo que María se excitara cada vez más, intuía mi reacción ante esta situación y por primera vez se atrevía hablar abiertamente de ello sin recurrir a excusas ni justificaciones.
"¿Y por qué no eres más cariñosa con él?" – aquella frase nació sin que realmente la pensara, me sorprendió pero una vez dicha no había vuelta atrás.
María se quedó mirándome, sin saber interpretar mi frase, mi mano, tras haber acariciado su coño por encima de la braga, se introdujo por ella y comencé a jugar con su vello sin avanzar aun.
"¿Te gustaría que lo fuera?" – no supe interpretar su rostro, estaba en una situación delicada y me limité a tantearla.
"¿Te gustaría a ti?" – alcancé su coño, mis dedos encontraron un valle encharcado.
"Sabes lo que opino de Roberto"
Me había dejado sin argumentos, estaba en un punto en el que corría el riesgo de decir algo totalmente improcedente, callé y seguí acariciándola, mirándola a los ojos, hasta que nos besamos.
"Vámonos a la cama" – le dije
"Tu, yo y… ¿cuántos más?" – me sorprendió, su sonrisa se volvió malévola, no me imaginaba hasta qué punto estaba excitada..
"Uno más… seguro, el otro… aun no lo sé" – caminábamos ya hacia la alcoba, abrazados.
"Ese uno que tú piensas… quizás" – quiñó los ojos con malicia – "el otro, ni pensarlo"
"Deshagamos el impar, traigamos a una mas" – me pellizcó en la espalda.
"¡Cabrón! sigues pensando en Elena"
"No soy tan egoísta cariño, te traía a Gloria" – rió con ganas.
"¡Mentiroso!"
Creamos nuestra fantasía en la cama, amándonos mientras en nuestra imaginación y en nuestras palabras Pablo, Elena y Gloria se mezclaban con nuestros cuerpos.
Pero a veces, sin yo buscarlo, Roberto aparecía en escena acaparando a María, entonces mi verga se endurecía aun más y mis envites contra el coño de María se volvían violentos provocando gemidos que delataban el placer que le provocaba aquel conato de brutalidad.
Y yo me obligaba a rechazar aquella imagen que detestaba y deseaba simultáneamente.
"Buenos días cielo" – se desperezó en la cama estirándose como una gata, yo recorrí con mi mano su torso en tensión donde sus pechos parecían desaparecer.
"Buenos días amor"
Mientras nos besábamos, los recuerdos de la pasada noche se agolparon en mi mente y la incipiente erección creció incontrolable, María notó mi verga clavándose en su muslo.
"¡Cómo nos hemos despertado!" – dijo bajando una mano y apretándola con fuerza– "pero tendrá que esperar a esta noche o llegaremos tarde"
"¿Qué me hiciste anoche?" – María se detuvo y me miró con ternura.
"¿Amarte?"
"Me follaste" – repliqué, ella entornó los ojos y sonrió.
"No es la primera vez"
"Sabes a lo que me refiero"
"¿Tanto te gustó?"
"Fue… no sabría describirlo, fue… nuevo, distinto, nunca me había sentido así"
"Al final va a resultar que eres un poquito maricón"
"¿Por qué? ¿por el hecho de que me hayas dado por culo con tus dedos? Eres una mujer, no un tío" – protesté intentando asimilar el placer que me había causado que me llamase ‘maricón’.
"No cielo, lo de menos fue que te follara el culo, pero te tenías que haber visto, fue tu actitud la que me llamó la atención"
"¿A qué te refieres?" – sabía lo que quería decir pero necesitaba escuchárselo.
"Es la primera vez que te he visto dejarte llevar, abandonarte a mis manos y no hacer nada"
"¿Y eso me convierte en maricón?" – María negó con la cabeza.
"No cariño, eso te va a permitir vivir el sexo desde otra perspectiva"
Recordé mi intuición mientras sentía mi interior invadido por aquellos dedos inquietos que me exploraban.
"¿Es así como siente una mujer?" – María se incorporó en la cama y se acercó a mi rostro, de nuevo apareció esa sensación de entrega, de dependencia; yo estaba tumbado en la cama y era ella quien se situaba por encima de mí, no solo físicamente sino también…
"No lo sé cariño, dime cómo lo sentiste y te podré contestar" - su mano acariciaba mi pecho con suavidad.
Y me abrí a ella, me confesé con la única persona con la que podría hacerlo.
Aquella no había sido la primera vez que me acariciaba el ano, sin embargo desde el principio me había parecido diferente; mi posición bajo su cuerpo, mi rol pasivo en aquel juego donde ella controlaba todo hicieron que al sentir sus dedos en mi esfínter mi reacción fuera otra, no fue algo deliberado, simplemente surgió, brotó de mi una conducta nueva, mis piernas se abrieron, mis riñones se movieron para facilitarle el acceso.
Y esperé, no asumí el control del acto, tan solo esperé que ella me penetrara, sin hacer nada, solo me entregué y así pude sentir como jamás había sentido.
Las palabras que salían de mi boca me sorprendían a mí mismo y me provocaban brotes de risa nerviosa que intentaba ahogar. María me escuchaba en silencio observando mi emoción.
Le conté como había descubierto sensaciones nuevas que jamás había sentido, acostumbrado a sentir "por fuera", a vivir el sexo en la periferia de mi cuerpo y a través de las reacciones de ella, la experiencia de sentir "por dentro" me había impactado con una intensidad desconocida; Era otra forma de vivir el sexo, era una entrega, una rendición sin condiciones, un abandono total a otra persona.
Le hablé de la conmoción que me causó ver cómo mi erección desaparecía sin que se llevase con ella mi placer ni mi excitación, el placer se transformó, se hizo más cerebral y menos genital, la excitación perdió su cualidad agresiva, esa agresividad sublimada en la sexualidad del varón que la convierte en dominante y activa frente a la sexualidad femenina más receptiva. Aquella pérdida de erección que en otras circunstancias hubiera supuesto una preocupación la viví como si se tratase de una especie de alquimia de mi sexualidad, una transformación en la que no tuve la percepción de perdida ni me resultó humillante.
Y, sobre todo lo demás, le conté mi asombro al sentir aquella eyaculación fluida, serena, continua, sin espasmos, sin tensiones, el semen manando de mi dormida verga mientras sus dedos masajeaban zonas profundas de mi interior. Recordé la palabra que había surgido en mi cabeza en aquel instante.
"Me ordeñaste" – María sonrió, sus cejas se elevaron y sus ojos me interrogaron pidiendo una confirmación de lo que acababa de escuchar – "Si cielo, me ordeñaste"
Seguí confesándome con ella, abriendo mis sentimientos como nunca antes había hecho, expresándole mis dudas, mis pequeños temores; Mi desconocimiento de lo que me había sucedido era tal que necesitaba que ella me guiara.
Cuando acabé de hablar, nos quedamos mirando el uno al otro en silencio, yo esperando su veredicto y ella asimilando lo que había escuchado.
"Cariño, bienvenido al Universo Femenino" – sonrió y me abrazó, luego se incorporó rápidamente – "pero no te acostumbres demasiado, quiero seguir teniendo tu verga en pie de guerra" – dijo jugando con mi humedecido glande.
Me quedé pensativo mientras María me acariciaba observándome, sabía que estaban pasando mil ideas por mi cabeza y no me interrumpió. Por fin la miré.
"Parece que está brotando mi alter ego homosexual" – dije dándole un tono jocoso a algo que me parecía trascendental.
"Cielo, soy yo quien ha profanado tu culo virgen…" – ambos reímos por su ocurrencia – "… de ahí a verte retozando con un hombre existe una distancia como de la tierra al límite de las galaxias" – dijo fingiendo mirar al infinito.
"¿Tan incapaz me consideras de experimentar cosas nuevas?"
"Mira Carlos, tu eres como esos críticos de cine, que han visto mucho, han leído mucho pero jamás se han atrevido a ponerse detrás de una cámara y sin embargo se permiten el lujo de orientar, de corregir y de proponer a los que de verdad se enfrentan al objetivo" – se detuvo un segundo y volvió a hablar con vehemencia – " Eres como esos críticos taurinos, repletos de conocimientos, que se atreven a decirle al torero que se arrime mas; Eso sí, desde detrás del burladero"
Se detuvo; por su expresión supe que estaba por llegar algo más denso, más profundo.
""Tu serías incapaz de hacer la mitad de las cosas que me estás exigiendo a mi".
"Nunca te he exigido nada"
"Hay muchas maneras de exigir, cariño, muy sutiles pero eficaces"
"Me he acostado con Elena, la he acariciado delante de ti, jamás hubiera hecho algo así" – María sonrió con benevolencia.
"No es comparable, eres hombre; Para ti es menos complicado dejarte llevar de tu naturaleza si tienes una razón que te permita no verlo como una infidelidad sino como un juego entre los dos" – comenzaba a intuir por dónde se dirigían sus argumentos.
"¿Quieres decir que para ti hay barreras que yo desconozco?"
"Algo así"
"No lo creo, todo es producto de la educación, de la cultura, yo pienso que…"
"Cielo, no te esfuerces, jamás lo entenderás"
"Inténtalo" – María se quedó de nuevo mirándome, buscando la idea que pudiera expresar mejor lo que quería transmitirme.
"Acostarme con otro hombre, llegar a plantearme eso mas allá de la pura fantasía sería algo así como… si tú…"
"¿Si yo qué?"
"Como si tú te planteases seriamente acostarte con un hombre"
Pensé en ello, mi primera reacción fue intelectual, teórica pero enseguida me di cuenta de que esa no era la forma sincera de plantearlo.
Intenté imaginar un cuerpo masculino desnudo, mi mente me llevaba al arte griego y también identifiqué aquello como una estratagema para huir de lo que María quería que afrontase.
"Es muy tarde amor, hay que levantarse" – dijo interrumpiendo mis cavilaciones y dándome un beso antes de levantarse
"¿Seguimos esta noche?" – le pedí, ella sonrió.
"¡Siiii!"
Nos besamos con pasión y tuvimos que hacer un gran esfuerzo de voluntad para renunciar a lo que ya había comenzado entre nosotros y obedecer a la responsabilidad que nos reclamaba.
Preparé el desayuno mientras María se duchaba y cuando comenzó a arreglarse me duché y me afeité. Desayunamos juntos hablando del día que comenzaba, quedamos citados en el gimnasio y luego salimos juntos hacia el garaje, la dejé en la estación de Cercanías de Renfe, los lunes evitaba el coche.
De camino al gabinete, atrapado en el gran atasco en medio de la interminable fila de coches que querían entrar en Madrid, mis pensamientos volvieron a la increíble experiencia que había vivido aquella noche.
Mi hipótesis sobre el papel de la sexualidad en la naturaleza siempre había estado clara, me considero un evolucionista convencido y abogo por una teoría en la cual la sexualidad, como todas las demás funciones vitales, se va adaptando a las situaciones que cada nicho ecológico plantea a las especies; La selección natural utiliza estructuras obsoletas para funcionalidades nuevas, así ha ido desarrollándose el cerebro, capa sobre capa, sin atrofiar áreas que ya no eran tan necesarias sino "reciclándolas" y adaptándolas a nuevas funciones, el desarrollo de las alas a partir de las patas es un ejemplo sencillo de esa economía de medios en la que el esfuerzo selectivo de millones de años no se desaprovecha cuando el nicho ecológico cambia y hay que sobrevivir en un nuevo medio. Lo que era una ventaja antes se vuelve inútil en el nuevo medio, lo que era accesorio se convierte en relevante para la supervivencia y sobre ello se desarrolla toda una variante que sobrevive a otras variaciones menos aptas para ese medio concreto.
El sexo es una funcionalidad desarrollada PORQUE permite expandir mejor la vida y no PARA expandirla, - no hay en mi pensamiento ni un átomo de creacionismo ni de diseño inteligente, esa sucia trampa montada para disfrazar de ciencia lo que solo es dogma y fanatismo -, el sexo se desarrolla porque es la forma más eficiente para que la vida, esencialmente replicativa, se produzca a sí misma y a medida que la especies se desarrollaron el sexo se fue haciendo más complejo y asumiendo nuevas funcionalidades: Refuerza el vínculo en la pareja como medio de proteger y alimentar a las crías cuando la hembra está dedicada no a cazar sino a criar, potencia el vínculo gregario en la manada y luego en la tribu como medio de fortalecer la supervivencia sumando individuos en un objetivo común y, en fin, ayuda a mantener otras conductas de supervivencia en las que el sexo actúa como aglutinante mas allá de su función primaria.
El sexo no es por tanto un recurso reproductivo solamente, es sexo y es socialización, es intercambio… y es placer.
El placer, que en su inicio fue el mejor imán para atraer a los polos opuestos y facilitar la reproducción en una actividad que sin su intervención resultaría molesta toma, millones de años después, una función independiente y autónoma.
En esa línea, mi teoría propone que la bisexualidad es el destino probable del sexo cuando la reproducción no es el objetivo prioritario, - o al menos no el único -, y las relaciones interpersonales asumen el papel protagonista en el ser humano. Desde esa perspectiva el sexo es bisexual, nada lo impide salvo los prejuicios y unas cuantos siglos de moral judeo-cristiana.
Pero esta teoría que tantas veces he defendido en charlas informales con compañeros y en tertulias entre copas no había sido testeada. Como toda hipótesis, debía ser trasladada al terreno del experimento para superar la prueba de falsación o para ser abandonada.
Mi experiencia de aquella noche, mi posicionamiento en el universo femenino, como lo había definido María, me hizo plantearme si yo sería capaz de vivir el sexo en femenino no solo con María, no solo con otra mujer, sino con un hombre.
Toda mi educación se removió en mis entrañas hasta convertir en físico el malestar que esa idea me provocó, mi razón me decía que estaba loco, que aquello no era sino una excentricidad, en mi mente apareció una imagen fugaz en la que dos cuerpos masculinos retozaban en una cama, uno era yo y sentí un rechazo inmediato, una reacción automática cercana al asco que alertó a mi espíritu crítico, ¿De dónde provenían aquellas reacciones incontroladas que obstaculizaban mi intento de mirar con imparcialidad esa escena?
Me sentí encadenado, como subido a unos raíles que me impedían avanzar en una dirección libremente mientras me daban una falsa sensación de libertad al dejarme elegir entre una serie de vías alternativas más allá de las cuales intuía caminos a los que no podía acceder, salvo que me atreviera a saltar de los raíles y aprendiera a caminar por otros terrenos menos seguros pero más amplios, caminos en los que no todo estaba predefinido y donde debería afrontar decisiones para las que no tendría una guía ni una experiencia. Aquellos raíles no me dejaban elegir, me regalaban una falsa seguridad frente al temor a descarrilar si los abandonaba, no me permitían investigar ni probar caminos que quizás desechase pero que si lo hacía debía ser por propia convicción y no por esos resortes automáticos que me habían sido inculcados desde mi infancia: los niños no lloran, los niños no se besan, los niños no se tocan.
Agradecí por primera vez aquel atasco que me había concedido un tiempo para reflexionar.
…..
Me enfrasqué en mi trabajo diario, aun así no podía evitar que el recuerdo de lo sucedido me asaltase continuamente, a media mañana comencé a percibir algo que al principio tan solo había sido una molestia pasajera, un pequeño nublado en el cielo brillante del recuerdo y que poco a poco había ido creciendo hasta que no lo pude ignorar por más tiempo: Tenía miedo por mi pérdida de erección, todos los argumentos que había usado para verlo como una sublimación del sexo chocaban con un miedo irracional y muy machista al temido "gatillazo"; Creía estar por encima de esas cosas, siempre pensé que si alguna vez me sucedía sabría superarlo sin prejuicios ni traumas, eso era lo que yo aconsejaba a mis pacientes y eso era lo que sin duda creía aplicable a mí mismo.
De nuevo la teoría se volvía ineficaz ante la vivencia en primera persona del problema, de nuevo sentí que todo mi bagaje profesional no era sino un cúmulo de teorías que lanzaba con demasiada facilidad a mis pacientes sin conocimiento de causa y que estos recibían desde la soledad que se siente cuando ves que no eres comprendido.
Sabía que mi reacción era absurda, esa misma mañana había tenido una erección en manos de María; Pero… ¿y si llegado el momento aquella dureza se volvía a desmoronar delante de ella?
Percibí cómo la ansiedad minaba mi seguridad; La ansiedad, la peor compañera de viaje en los asuntos del sexo, la culpable de un gran número de las impotencias diagnosticadas y de la inmensa mayoría de las vividas en silencio y a escondidas.
Deseché la idea varias veces hasta que por fin cedí, avergonzado de mi mismo; Me dirigí al baño y allí me despojé de los pantalones y del slip que colgué del enganche preparado para las americanas, por un instante me sentí ridículo desnudo de cintura hacia abajo, descalzo, con la camisa formando una falda que apenas tapaba mi culo, los calcetines que me daban un aspecto cutre y la corbata apuntando a mi pene morcillón que sujetaba en mi mano; Imbuido de un espíritu investigador comencé a masturbarme intentando superar el ridículo y la autocrítica. La exigencia de una rápida erección produjo el efecto contrario, algo que yo mismo debía haber previsto, me encontraba preso de temores irracionales ante los que mis conocimientos no parecían ser efectivos.
Busqué ayuda en imágenes sexuales, invoqué a María desnudándose en casa, en la playa en top less, duchándose a mi lado mientras yo la enjabonaba… cambiaba de una imagen a otra como un naufrago salta entre las maderas flotantes que apenas sujetan su peso.
Unas escenas me llevaron a otras hasta que apareció Pablo besando a María, acariciando su culo mientras bailaban, imaginé su mano deslizándose por debajo de su falda, el instante en que rozó su coño, intenté imaginar la excitación de María, sus emociones… mi verga comenzó a reaccionar pero no conseguí hacerla alcanzar el estado de máxima erección que necesitaba verificar.
Primero lo evité, pero cuando por segunda vez volvió a aparecer Roberto en mi mente, dejé que la fantasía, no deseada, sucediera.
Le vi en las escenas me había contado María; Sentado a su lado, bajando la mano y acariciando su muslo, imaginé su sorpresa, la vi paralizada, indecisa, dejándole tocar… la fantasía cobro vida propia y les vi de pie en el despacho de Roberto mientras la abrazaba, envolviendo sus pechos con su mano, y María protestando débilmente pero dejándose hacer para conseguir su ascenso, vi sus manos subirle la falda y agarrar sus nalgas, mi erección creció, volvió a ser la que yo esperaba y un sentimiento de alegría por haberlo conseguido se fundió y confundió con la escena ficticia en la que María permitía que Roberto alcanzase su pubis, imaginé como María, sin mover los pies, arqueaba los riñones, doblaba ligeramente las piernas y separaba sus rodillas para abrir sus muslos y que aquella mano intrusa pudiera avanzar libremente hacia su coño.
Me masturbaba con vigor cuando Roberto en mi imaginación besó los labios de María y ésta, lejos de luchar o soportarlo estoicamente, se abrazó a él correspondiendo a ese beso no rechazado, en ese instante me masturbe frenéticamente; Ella, como si de un paso de tango se tratase, elevaba su pierna doblada rozando la de Roberto hasta quedar en horizontal, el vestido se retiró dejando su muslo desnudo que ocultaba la mano que invadía su sexo, María acariciaba el cuello y la mejilla de su jefe con sus manos y le besaba con pasión. Las imágenes cambiaban continuamente, la escena comenzaba de nuevo, ahora los veía abrazados besándose y Roberto, sin deshacer el abrazo, la levantaba cogiéndola por el culo, María al sentirse separada del suelo se colgó de su cuello y abrió sus piernas rodeándole con ellas y provocando que su falda se subiera tanto que bastó un simple gesto de Roberto para dejarla enrollada en la cintura, luego la sentó sobre la mesa, le abrazaba con sus brazos y sus piernas sin dejar de besarle mientras él acariciaba sus nalgas desnudas, tras un instante de caricias acabó por llevar una mano hasta su pubis buscando la cinturilla de su braga bajo la que se deslizó; La delicada prenda, abultada por aquella mano intrusa, revelaba los movimientos ansiosos por alcanzar su objetivo, María se balanceó hacia atrás y elevó aun mas los muslos para facilitarle el acceso a su coño, la mano comenzaba a moverse al mismo ritmo que ella movía sus caderas, sus brazos rodeaban su cuello, acariciaban su cabello y le besaba, intensamente le besaba mientras se dejaba tumbar sobre la mesa abrazándole aun con sus muslos.
Mi verga era una viga de hierro candente que aguantaba los rápidos envites de mi mano, la fantasía continuaba creando su propio guión, María estaba tumbada en la mesa, con sus piernas alrededor de los riñones de Roberto mientras éste le desabrochaba la camisa y la forzaba a curvar su espalda para alcanzar el cierre de su sujetador, las caderas de María golpeaban el pubis de Roberto pidiéndole a gritos que consumara aquello, cuando sintió el sujetador libre se incorporó sobre su codos y se deshizo con urgencia de la camisa y del sostén que lanzó al suelo y de nuevo se dejo caer sobre la mesa, Roberto apresaba su pechos con una mano mientras con la otra liberaba su verga erecta, se logró zafar del abrazo de sus muslos y le arrancó literalmente las bragas. Una imagen ralentizada se formó en mi cabeza, María apoyada en sus codos con las piernas abiertas y los talones en el borde de la mesa, con la falda enrollada en su cintura por única prenda, despeinada, con la mirada ebria de lujuria viendo como Roberto sitúa su verga en la entrada de su coño para, de un golpe seco de cintura, clavársela sin clemencia provocando un grito, María se derrumba sobre la mesa rendida, entregada mientras sus pechos se balancean con cada embestida.
Eyaculé sin tiempo para dirigir el disparo hacia la taza y varios chorros se estrellaron contra los baldosines y en el suelo.
Mientras limpiaba la pared con papel higiénico y me reprochaba mi conducta inmadura, me enfrenté a la idea que había provocado aquella fuerte eyaculación. No había sido el abuso sobre María sino su entrega y aceptación lo que me había desbocado. ‘Prostitución’ era el concepto que surgía de mi mente, había sido la imagen de María aceptando y asumiendo su prostitución lo que me había vuelto loco de placer, ni siquiera la visión de Pablo follando con ella había conseguido enervarme hasta el punto que lo había conseguido imaginarla asumiendo el papel de prostituta de su jefe, de amante pagada, de querida interesada.
Prostituta; no tenía nada que ver con las ocasiones en que la había llamado puta en nuestros momentos de sexo, la imagen de mi esposa soportando el asedio de Roberto o dejándose llevar de la pasión de Pablo no tenían ni la cuarta parte de potencia que aquella otra en la que María, superados sus prejuicios y sus miedos, asumía con naturalidad su papel de prostituta, dejaba de luchar contra ello y se entregaba a vivir su nueva condición sin complejos.
Durante el resto del día, cada vez que invoqué aquella escena noté como mi verga reaccionaba vigorosamente luchando por romper la prisión de mi slip. La veía sonriéndole en su despacho, medio desnuda, cuando le decía "vámonos a mi casa, nena", la imaginaba riendo con él en la cama tras follar, la veía masturbando su verga mirándole a los ojos antes de agacharse y acogerla en su boca, regresé impaciente al baño para volver a masturbarme imaginándola en su casa, levantándose de la cama, arreglándose el pelo mientras caminaba desnuda hacia el baño delante de su amante, bromeando con él, lavándose en el bidet mientras Roberto orinaba… conductas de furcia, de ramera; y de nuevo el orgasmo me hizo perder por unos segundos el contacto con el mundo.
Llegué al gimnasio antes que ella; Un cuarto de hora más tarde, mientras pedaleaba, la vi caminar por el jardín al que se asoma la cristalera de la zona de ciclo, subiendo la cuesta con su bolsa de deporte al hombro; Se cruzó con Guido, el monitor de aerobic, un argentino culturista al que María había bautizado como Michelin en alusión al muñeco de la marca de neumáticos; Se detuvieron un instante hablando, María reía y Guido no paraba de intentar seducirla ignorante de lo que ella opinaba sobre su cuerpo hiperdesarrollado. De nuevo las imágenes se moldearon en mi cabeza para situarla desnuda en la sala de pesas acariciando los hinchados músculos de Guido, la imaginé siguiendo con sus dedos cada monte y cada valle de aquel cuerpo brillante, sin un solo pelo, la vi acariciando con sus dedos aquel cráneo afeitado, arrastrando sus uñas por las nalgas, palpando sus increíbles bíceps, agachándose para rodear con sus brazos los inmensos muslos…
Intenté abortar aquellas imágenes, mi erección era evidente para cualquiera que se acercase; la vi despedirse de Guido que terminaba su jornada y se perdió bajo la cristalera, subiendo la cuesta que la conducía a la entrada; al cabo de unos minutos la sentí llegar, me dio un beso y comenzó a pedalear a mi lado.
Al terminar la sesión nos fuimos a los vestuarios, aun nos quedaban diez minutos de baño de vapor antes de reunirnos en la cafetería del gimnasio.
Me desnudé sin dejar de pensar en lo que había pasado por mi cabeza aquella tarde, me sentía obligado a censurar las escenas que habían logrado hacerme masturbar en los baños del gabinete, me centré en el riesgo de que alguien hubiera podido escuchar algún sonido sospechoso, pero en mi interior sabía que aquellas imágenes eran el afrodisiaco más potente que jamás había experimentado.
El ruido de la puerta que daba acceso a las duchas me sacó de mis cavilaciones, un chico de unos treinta entró en el vestuario secándose, le miré y retiré la vista como era lo apropiado, en ese momento recordé lo que María y yo habíamos hablado, ¿sería capaz de mirar un cuerpo masculino desnudo libremente, sin las ataduras de los prejuicios?
Volví a mirarle cuidando de que no fuera demasiado evidente, no quería provocar una situación incómoda, mas de una vez había localizado al clásico mirón que finge mirar de pasada, como si hiciera una visión general de la sala, una y otra vez tan solo para cruzar sus ojos con algún cuerpo desnudo sin darse cuenta de que su propio nerviosismo le delata, no quería caer en un equívoco así y evité insistir demasiado.
Pero, las veces que logré mirar sin ser visto, intenté ver aquel cuerpo con otros ojos.
No buscaba provocar un deseo que no sentía, tan solo quería mirar aquel cuerpo sin rechazo, solo eso, liberarme del rechazo automático y apreciar las formas, porque aquel chico tenía un buen cuerpo bien modelado.
Me fijé en sus axilas apenas con vello y en su pecho depilado, sus formas eran proporcionadas, ¿eran bonitas? ¿Podía ser capaz de apreciar la belleza en un hombre?
Se volvió de espaldas mientras se echaba desodorante y aprecié sus nalgas, sus muslos, su cintura estrecha que se ensanchaba progresivamente hasta alcanzar el ancho de sus hombros; sus bíceps resaltaban mientras utilizaba el desodorante, se agachó a recoger el tapón del desodorante del suelo y vi sus testículos asomando entre su nalgas, no sé si fue el riesgo de estar mirándole o la visión de su cuerpo desnudo lo que me excitó. Nunca había mirado así, nunca me había sentido así.
Se volvió, ajeno a mi inspección y de reojo me fijé en su pene y en sus testículos, era como si jamás hubiera visto esa parte salvo en mi, hasta tal punto funciona la represión.
Su verga colgaba ocultando parcialmente sus testículos, se balanceaba levemente cuando él se movía.
Por primera vez en mi vida sentí la excitación ante esa imagen y de nuevo la atribuí al riesgo que estaba asumiendo, cerré la taquilla y me dirigí a las duchas.
Bajo el agua, reviví las imágenes de aquel chico desnudo, estaba excitándome, mi verga crecía por momentos, ¿Era eso lo que quería María? ¿hasta tal punto nos vuelven ciegos las normas que hemos recibido dese la infancia como para no ver, como para no percibir? Solo envolviendo en bromas absurdas, exagerando una hombría que nadie pone en duda somos capaces de asumir la cercanía de un amigo en unas duchas en el instituto o en la universidad tras un partido, no vaya a ser que alguien piense…
Utilicé la última ducha fría para rebajar lo que pude la tensión de mi verga y entré desnudo en el baño de vapor, con una semierección que no oculté, casi siempre entraba con la toalla enrollada en la cintura, aun cuando era habitual que muchos entrasen desnudos, para mí no era una cuestión de pudor sino mas bien comodidad, o eso creía.
En la sala de vapor había tres personas más, dos de ellos desnudos; Coloqué mi toalla en el asiento y me senté en un lateral.
Me sentía raro, era como si todos los que estaban allí me estuvieran mirando, sensación absurda pero intensa; cerré los ojos y me relajé apoyado en la pared mientras comenzaba a sudar. Poco a poco comencé a sentirme cómodo, la sensación de desnudez era confortable, la idea de que quizás alguien me miraba comenzó a resultarme agradable.
Alguien salió de la sauna, abrí los ojos y por un instante me fijé en las vergas de los dos hombres que estaban a mi derecha, rápidamente retiré la vista y me juré no volver a mirarles; pero mis ojos parecían tener vida propia y sin apenas darme cuenta volvían a recalar en aquellas vergas, una fláccida, pequeña y regordeta, la otra más larga y oscura, una rodeada de un espeso vello negro, la otra adornada con unos rizos castaños, a uno de ellos le colgaba la bolsa de los testículos y al cambiar de postura se la colocaba con la mano, el otro chico tenía la bolsa contraída y al estar sentado con las piernas juntas y estiradas obligaba a que la verga, aun estando encogida, se levantase empujada por sus testículos.
Abandoné la sala antes de que mi conducta diera lugar a una situación incómoda, me duché, me vestí y me dirigí a la cafetería a esperar a María.
Diez minutos después la vi subir las escaleras, llevaba el pelo recogido en un moño, aun húmedo, enfundada en su pantalón de chándal y la chaqueta cruzada entre las asas de la bolsa, el calor y la humedad del baño de vapor humedecía la camiseta a la altura de su estómago y en el lateral de sus pechos.
"Te vas a constipar si sales así "
"Ahora me pongo la chaqueta" – dijo al tiempo que llamaba al camarero
"Te vi hablando con Michelin"
"¡Sí! No veía manera de quitármelo de encima"
"Te tiene ganas"
"Pues lo tiene claro ese saco de anabolizantes" – ambos reímos su broma.
"¿Te has fijado como te mira cuando estás en el step? No te quita ojo del culo"
"¿Sí?, no lo sabía"
"No es el único, pero es el que menos disimula"
"¿Si? ¿Hay más?" – dijo coqueta bebiendo de su zumo.
"Bastantes, la verdad es que es para verlo" – sonrió halagada. – "¿te imaginas?"
"¿Qué?"
"Pensaba antes, cuando os veía charlando en el parque…"
"¿Qué?" – insistió intuyendo por donde iba.
"No tiene un solo pelo en todo el cuerpo, ni en la cabeza…"
"¿Y tu como lo sabes? A lo mejor…"
"Le he visto en el vestuario, no tiene nada de pelo"
"¡Vaya! ¿nada?" – dijo en un tono sugerente.
"Nada… ¿Te imaginas?"
"¿Qué quieres que me imagine?" – dijo sonriendo con malicia.
"Cómo será tocar esa piel suave como la de un niño, esos músculos…"
"¿No tiene nada de pelo?" – bajó la voz y se acercó a mí, exagerando una actitud de misterio– "¿ni en los cojones?"
Su tono deliberadamente ingenuo contrastaba con aquella gruesa palabra que jamás utilizaba y le daba un toque morboso; Bromeaba pero intuí que la imagen de aquel cuerpo lampiño le atraía.
"Nada, está completamente depilado ¿Te imaginas como será el tacto de su cuerpo?"
"Será como el de una mujer" – me interrumpió.
"Si claro"
"¿Y tú? ¿te lo imaginas?" – me quedé mirándola, haciendo que me imaginaba esa escena, sonreí.
"Si, podría ser… interesante"
"Vaya, a ver si va a ser verdad que mi trabajo en… tu bajos ha despertado a Mr Hyde rosa" – reímos a carcajadas.
"Quien sabe, yo me he tomado muy en serio tu propuesta" – me miró extrañada.
"¿Qué propuesta? No recuerdo haber…"
"Me dijiste que no sería capaz de asumir ni la mitad de las cosas que te pedía a ti, ¿recuerdas? Yo estoy dispuesto a intentarlo siempre y cuando tu…"
"¿Yo, qué? ¿No te basta con lo que ya estoy viviendo?" – negué con la cabeza
"Hiciste una comparación desequilibrada, si yo me planteo mirar un cuerpo de hombre con otros ojos, tu deberías hacer lo mismo"
"Estás loco"
"¿No te parece justo?" – enseguida rectifiqué – "en realidad no es una cuestión de justicia, es simplemente un experimento que te propongo, ¿te crees capaz de vencer tus prejuicios y mirar libremente un cuerpo de mujer, unos pechos hermosos, un coño, un culo, sin los tabúes clásicos? Yo lo he empezado a probar hoy, hace un momento" – me miró con esos ojos cargados de morbo que delatan el comienzo de su excitación.
"¿Qué has hecho qué?" – se acodó en la mesa y bajó la voz.
"Eso. En la sala de vapor, he mirado… de otra manera" – sonreía.
"A ver, explícame eso"
Le conté mis sensaciones, lo difícil que me había resultado soslayar los prejuicios disfrazados de ridículo, de asco, de temor a ser confundido… exageré mis vivencias al liberarme medianamente de todo ello y le conté como me había sentido al contemplar una verga, un culo masculino. Le confesé el conato de excitación que había sentido y como mi verga había reaccionado a la vista de un macho desnudo. María me escuchaba absorta en mis palabras.
"Sinceramente, no te creo capaz de hacer lo mismo" – mi reto era una deliberada manera de provocarla.
"¿Y por qué habría de hacerlo?"
"Porque te atrae la idea, porque no sabes lo que se siente, porque te gusta experimentar, porque odias los prejuicios… "- de nuevo negué con la cabeza – "… pero no te veo capaz"
"¿Crees que nunca he visto una mujer desnuda que me haya gustado?" – sentí un brote de excitación al escucharla.
"¿Si? ¿Cuándo?" – María se removió en la silla, como intentando escabullirse de la senda por la que acababa de entrar.
"A ver Carlos, las mujeres no tenemos tantos tabúes como vosotros para esas cosas, podemos mirarnos y apreciar la belleza"
"No se trata solo de belleza, se trata de atracción, de excitación sexual. ¿Eres capaz de mirar en las duchas a una mujer hermosa y no reprimir el excitarte con su cuerpo?"
"¿Te has excitado tu esta tarde?" – escapaba de mi pregunta.
"Si" – era cierto, lo había intentado negar cuando me sucedió pero ahora, frente a María, lo reconocí.
"¿De verdad? No me lo creo"
"¿Y tú? Me ha parecido entender que tú si has vivido en algún momento algo que te ha hecho sentir… atracción por una mujer, ¿me equivoco?" – María sonrió, hizo una pausa, parecía dudar.
"¿Te acuerdas de Gloria?"
¿Cómo no me iba a acordar? Gloria, compañera del colegio, amigas desde los siete años, vecinas hasta que nos casamos, al principio frecuentó nuestro círculo de amistades, luego se casó, tuvo dos niños y se fue apartando de nosotros obligada por su dedicación a la familia y a su trabajo y aunque hablaban por teléfono con frecuencia apenas nos veíamos cada dos o tres meses; Abogada en ejercicio, físicamente difiere de María en casi todo, mide 1,65, de complexión algo más robusta pero bien proporcionada, rubia, pecho abundante que con los partos ha comenzado a perder su anterior firmeza, aun así se conserva bien, se la puede definir como "rotunda", con cierta tendencia a engordar que controla férreamente con una dieta espartana. En pocas palabras, es lo que se suele decir una tía buenorra, bien conservada a pesar de la falta de ejercicio, si es que se puede definir así la vida de una mujer casada, madre de familia y trabajadora. En aquel momento hacía casi seis meses que no nos veíamos.
"Claro, no me irás a decir que tu y Gloria…"
"Tonterías de adolescentes, curiosidad por ver si desarrollábamos más o menos la una que la otra"
Imaginé una escena al estilo de "Bilitis", dos hermosas púberes desnudas rozando sus incipientes pechos a medio camino entre lo infantil y lo erótico, el descubrimiento de la sensualidad entre dos vírgenes preadolescentes.
"¡Eh! vuelve" – sonreí, me había quedado enganchado en las imágenes que mi cerebro había compuesto.
"Perdón, y… ¿cómo saciabais vuestra curiosidad?"
"¿Cómo lo hacéis los chicos? Midiendo, comparando…"
"No creo que sea igual, los chicos somos menos dados a la intimidad, al menos de ese tipo"
"No imagines tórridas escenas de lesbianismo, porque no las hubo"
"¡Qué pena!" – bromeé – "pero seguro que si hubo escenas de desnudo… ¿integral?" – María asintió con la cabeza – "y… seguro que tuviste oportunidad de tocar… sus pechos…" – de nuevo afirmó con la cabeza, sonreía entre divertida y excitada – "... quizás su recién nacido vello púbico…" – me miró con malicia pero no contestó.
"¿Llegasteis a besaros?" – María inició una protesta mezclada con una inoportuna risa que invalidó sus argumentos
"¿Y a santo de qué íbamos a besarnos?" - ¿Había rubor en sus mejillas o lo quise imaginar?
"Quizás por curiosidad, por saber a qué sabe un beso en la boca"
"Bueno, el caso es que, como ves, si he tenido oportunidad de apreciar un cuerpo de mujer" – María intentaba dar por finalizada la cuestión.
"Algo más que apreciar, creo que has tenido la oportunidad de desear un cuerpo femenino, de excitarte al contacto de un pezón en tus dedos, al sentir una caricia de mujer en tu coño, ¿es así?"
"Algo parecido, pero hace siglos de aquello y te puedo asegurar que jamás he vuelto a pensar en ello hasta que has sacado el tema hoy"
"Y ahora que lo hemos traído al presente, ¿qué opinas?"
"¿Qué opino? ¿de qué?"
"¿Qué has sentido al recordarlo?" – María desvió la mirada hacia su izquierda, recordando.
"Ternura"
"¿Qué más?" – su mirada seguía perdida en el recuerdo, sonrió antes de comenzar a hablar.
"Nostalgia, era muy niña, tan inocente"
"Y…" – María se refugió en la broma, en la exageración para eludir la respuesta.
"No me he puesto cachonda si es lo que insinúas"
"Tendría que comprobarlo con mis dedos, pero no me parece el lugar" – ambos sonreímos, algo de nuestra conversación había trascendido nuestra mesa, unas risitas estúpidas nos llegaron de la mesa cercana donde un par de chicas nos miraban de reojo, decidimos marcharnos no sin antes clavarles una mirada de la que se escondieron, si en algún momento pensaron vernos avergonzados se equivocaron de pareja.
Salimos del gimnasio y caminamos hacia casa, el frío no llegaba a ser desagradable, a medio camino aflojamos el paso. Los jardines estaban desiertos, apenas llegaba el sonido del escaso tráfico y el ruido de nuestras pisadas sobre la tierra prevalecía sobre cualquier otro y conseguía relajarnos.
"¿Nunca volvisteis a hablar de aquello?"
"Nunca… bueno si, una vez, hace dos o tres años, no sé a qué vino, fue una alusión muy breve"
"¿Duró mucho?"
"Un año, algo mas quizás, luego Gloria se echó novio"
"Y tu sentiste celos, seguro"
"¡No! ¿Cómo se te ocurre?" – adiviné que había dado en el clavo, la miré sonriendo, sin decir palabra hasta que se reconoció descubierta – "no fueron celos, en parte perdí a mi amiga, era normal que me cayera mal su novio"
"Ya, ya"
"¿Cómo que ya-ya? ¿tú no has sentido que las novias de tus amigos en esa edad eran unas intrusas?"
"Yo no retozaba con mis amigos, no me podía sentir desplazado por sus novias" – estaba exagerando deliberadamente.
"Gloria y yo no retozábamos… bueno si… ¡pero no en el sentido que tu le das!"
"¿Así que retozabais?" – reímos con ganas – "A ver, os imagino en la cama, desnudas, abrazadas, besándoos, explorando vuestros cuerpos, encontrando sensaciones nuevas, hundiendo vuestros dedos en…"
"Para, para, estás montándote una peli porno"
"Dime ¿Qué parte de lo que he dicho no sucedió?" – María caminaba a mi lado con la cabeza agachada, la llevaba cogida por los hombros, habíamos ralentizado el paso.
"Según lo cuentas no suena… limpio"
"¿Cómo lo contarías tu?" – caminamos en silencio casi hasta la esquina de nuestra casa antes de que comenzara a hablar, nos detuvimos cerca del portal, el vaho de nuestro aliento brillaba a la luz de la farola.
"Éramos dos crías, dos niñas que nos habíamos encontrado de repente con nuestra primera menstruación sin previo aviso, sin apenas saber qué era aquello, habíamos oído algo, pero nuestras madres, tan progres como se creían, no se dieron cuenta de que ya no éramos tan niñas, ninguna de las dos tuvimos el suficiente valor como para preguntar en casa, Gloria porque su hermana mayor la ignoraba y con su madre le sucedía como a mí; No nos atrevimos e intentamos aprender solas. Estábamos acostumbradas a dormir juntas desde pequeñitas. No fue algo sucio, todo lo contrario, fue algo… inocente, bonito"
Al contarlo, su rostro expresaba nostalgia, una sonrisa enfatizaba la belleza del recuerdo.
"Te creo, debió ser hermoso… así que, alguna noche a oscuras, seguisteis con vuestra exploración ¿verdad?"
"Alguna vez, si"
"¿Os acostabais desnudas? No creo, imagino que os desnudabais luego, a oscuras, ya dentro de la cama" María asintió.
"Nos abrazábamos y nos dormíamos pegadas una a la otra"
"¿Solo eso?" – me sonrió de nuevo
"Eres un cotilla… nos tocábamos, veíamos los progresos de nuestras tetas, comparábamos la cantidad de vello que nos había crecido…"
"Y os besabais"
"Era muy inocente Carlos, imaginábamos que nos besaba el chico más guapo del colegio, las dos estábamos locas por él"
"¿Y quién de las dos hacia mejor el papel del chico?" - María rió
Comenzamos a acercarnos al portal y de nuevo nos detuvimos en la puerta
"¿Nunca has vuelto a plantearte…? no sé, ¿Nunca has vuelto a desear a una mujer?"
María se mantuvo en silencio, un vecino que llegaba al mismo tiempo que nosotros interrumpió la conversación, subimos juntos en el ascensor, hablando del frio, de la Navidad…
Cuando entramos en casa no quise insistir, la semilla estaba echada.
"Mañana tengo un almuerzo con gente del Colegio, queremos publicar un artículo sobre la reestructuración del gabinete y nos lo han echado abajo, dicen que es publicidad encubierta"
"Con razón" – me levanté a por el postre – "lo vais a tener difícil"
"¿Tu te crees que Roberto me ha venido a decir más o menos que me ponga sugerente? ¡qué morro!" – sentí un brote de excitación.
"Ya sabes, pueden mas dos tetas…"
"¿Tú también?"
"¿No me digas que te ha dicho eso?"
"Como lo oyes" – sentí como mi verga comenzaba a cobrar vida.
"¿Qué piensas hacer?"
"Incluso me ha dicho que ropa quería que me pusiera, ¡el colmo!"
"¿Si? ¿qué ropa quiere?" – la erección ya era evidente bajo mi pantalón de chándal, María lo vio.
"Eso… es por lo de Roberto?" – exageré una expresión de culpable y afirmé con la cabeza.
"Me temo que si, no lo puedo remediar" – por un momento temí que se hubiera molestado, me miraba seria, de pronto su mirada se volvió sensual y comenzó a sonreír.
"¿Te pone que a tu mujer la quieran utilizar de cebo sexual?" – nos habíamos levantado y entramos en el salón, me senté en el sofá frente al televisor que mantuve apagado, ella se tumbó apoyando su cabeza en mis piernas como suele hace muchas noches.
"Cebo sexual… suena bien y si: me pone que intente utilizar a mi mujer" – mi mano derecha comenzó a acariciar su pecho por encima del chandal.
"Eso es lo que pretende, que los seduzca"
"¿Te lo ha dicho?" – bajé mi mano hasta la cintura del chándal y subí por dentro acariciando su estómago, María entornó los ojos al contacto de mi mano, mis dedos arañaban con insistencia la base de su pecho.
"Más o menos"
"¿Qué piensas hacer?" – repetí esperando que esta vez aceptara la pregunta.
"Si no hubiera dicho nada, seguramente habría ido arreglada, más de lo habitual, pero ahora… no sé, parecería que le estoy haciendo caso"
"Ignórale, no varíes tu primera intención por lo que te haya podido decir"
"Me dijo que me pusiera el vestido gris, el de punto, ya sabes"
"No es tonto Roberto, no"
"¡Al final te va a caer bien y todo!" – protestó, pero su protesta era una farsa para disimular lo mucho que la excitaba mantener esa conversación conmigo, yo tenía su pezón aprisionado entre dos dedos, María había separado las piernas, intuí lo que el cuerpo le pedía.
"¿Has tenido hoy algún… tropiezo con él?" – nuestros ojos se cruzaron y ambos vimos en el otro la carga de morbo que nos dominaba.
"Lo de siempre" – dijo con gesto de hastío
"¿Qué es lo de siempre?" – su mirada era puro fuego.
"Un beso en la mejilla al llegar, su mano en la cintura mientras vamos a su mesa… de vez en cuando sus ojos que se cuelan en mi escote…" – bajé mi mano por su vientre hasta entrar por la cintura de su pantalón, la volví hacia su pubis y recogí su coño en mi palma, María separó más las piernas y se movió para darme espacio.
"¿Qué más?"
"Al terminar, siempre me acompaña hasta la puerta, a veces le tengo que quitar las manos de…"
"De tu culo" – intervine yo"
"Si" – su voz sonó como un suspiro.
"¿Qué más?" – hizo una pausa mirándome a los ojos
"A veces… al llegar a la puerta, me echa en cara lo que está haciendo por mi… me dice que por qué no soy más cariñosa con él"
Aquella confesión tan explícita estaba consiguiendo que María se excitara cada vez más, intuía mi reacción ante esta situación y por primera vez se atrevía hablar abiertamente de ello sin recurrir a excusas ni justificaciones.
"¿Y por qué no eres más cariñosa con él?" – aquella frase nació sin que realmente la pensara, me sorprendió pero una vez dicha no había vuelta atrás.
María se quedó mirándome, sin saber interpretar mi frase, mi mano, tras haber acariciado su coño por encima de la braga, se introdujo por ella y comencé a jugar con su vello sin avanzar aun.
"¿Te gustaría que lo fuera?" – no supe interpretar su rostro, estaba en una situación delicada y me limité a tantearla.
"¿Te gustaría a ti?" – alcancé su coño, mis dedos encontraron un valle encharcado.
"Sabes lo que opino de Roberto"
Me había dejado sin argumentos, estaba en un punto en el que corría el riesgo de decir algo totalmente improcedente, callé y seguí acariciándola, mirándola a los ojos, hasta que nos besamos.
"Vámonos a la cama" – le dije
"Tu, yo y… ¿cuántos más?" – me sorprendió, su sonrisa se volvió malévola, no me imaginaba hasta qué punto estaba excitada..
"Uno más… seguro, el otro… aun no lo sé" – caminábamos ya hacia la alcoba, abrazados.
"Ese uno que tú piensas… quizás" – quiñó los ojos con malicia – "el otro, ni pensarlo"
"Deshagamos el impar, traigamos a una mas" – me pellizcó en la espalda.
"¡Cabrón! sigues pensando en Elena"
"No soy tan egoísta cariño, te traía a Gloria" – rió con ganas.
"¡Mentiroso!"
Creamos nuestra fantasía en la cama, amándonos mientras en nuestra imaginación y en nuestras palabras Pablo, Elena y Gloria se mezclaban con nuestros cuerpos.
Pero a veces, sin yo buscarlo, Roberto aparecía en escena acaparando a María, entonces mi verga se endurecía aun más y mis envites contra el coño de María se volvían violentos provocando gemidos que delataban el placer que le provocaba aquel conato de brutalidad.
Y yo me obligaba a rechazar aquella imagen que detestaba y deseaba simultáneamente.
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