Habitualmente, así comenzaban nuestros juegos, entre mi hermana y yo.
Lo primero que hacía, era de alguna manera "producirla", si se puede llamar así, a retocar sobre su cuerpo, las escasas prendas que ella traía puestas.
Me encantaba, que sus bragas, se perdieran en sus orificios sexuales, que el género de sus ropas íntimas se incrustaran en sus rajas, en sus zanjas, a eso llamábamos ambos "hacer gorrete", no se porque, e imagino que ella tampoco, habíamos creado esa palabra, tal vez, como una forma de atenuar el momento, o todo el evento, es decir, las acciones incestuosas que a diario realizábamos en el ámbito familiar, en nuestro hogar, en la propia "cama grande" de nuestros padres, la de dos plazas, sobre el colchón de lana y la almohada de plumas, con los exquisitos ruidos que dejaba oír el elástico de resortes.
Mis dedos, hasta allí, los principales ejecutores de todo lo que hacíamos juntos, abrían sus suaves carnes, corrían sus cachas, sus glúteos, sus nalgas, para permitir que el algodón o de la tela que fuera su breve ropa interior, se deslizara hacia aquellas cavidades, su profundidad del calce perfecto.
Mis dedos y mis manos, la hurgaban en su humanidad más genital.
Totalmente distinto a como actuaba con mi madre, yo con ella era más expeditivo, no había historias que contar o que jugar.
Con @hindami era todo distinto, más sensual, más elaborado...
Hablando en serio, yo siempre estuve enamorado de mi hermana, y debía convencerla para que acceda, ella no sólo no quería, sino que, jamás fui su tipo de hombre.
En un principio creí, que sólo lo hacía conmigo por piedad, por una especie de cariño mal entendido, como el que permite hacer por bondad o por no ponerse a discutir y pelear.
Después creí, que yo era él que la convencía, y ella creía en nuestros juegos, que eran solamente eso, tan simples e inocentes, y que no estaba sucediendo nada anormal.
Más tarde, estuve convencido que la dominaba y hacía lo que yo quería por una especie de miedo o respeto, pero a su vez, a veces pensaba, que no le importaba, que le daba lo mismo y que lo hacía por hacer. Otras veces porque pensé que me amaba, como yo siempre lo hice.
Pero, terminé sabiendo que lo hacía por, promiscua, por ninfómana, por ansia sexual, que bien podría ser cualquiera él que la poseyera cuando le entraban las ganas.
Y yo, ingenuo inexperto, tanto me calentaba que aún sin penetrarla acababa, mi semen explotaba, y salía chorreando de entre sus piernas y la ensuciaba, y la manchaba.
Y ella, hasta ahí, tan inexperta como yo, me decía ¡Jorge, otra vez te measte!
Y se iba ofendida a duchar....
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