SAN TELMO I.
Poco tiempo después de la historia con Gloria que les relaté, mi vida se transformó en un verdadero quilombo.
La empresa en la que trabajaba fue comprada por un grupo multinacional y como habitualmente sucede en estos casos, semana a semana fueron despidiendo uno a uno a todo el personal. Y un día me tocó a mí. Con la indemnización y todos los ahorros inicié un emprendimiento personal en el que me fue como el reverendo culo: perdí todo y quedé con una pila de deudas. Así que volví a la relación de dependencia ganando unos pocos pero seguros pesos y cambiando de empleo cada vez que me aparecía la oportunidad de ganar dos mangos más. Se imaginan el nivel de estrés que tenía.
Además de una úlcera que me mataba del dolor, mis deudores que me apuraban, problemas familiares, tapado de trabajo, se habían acabado las salidas de fines de semana, las reuniones familiares, la cancha y ni hablar de coger; mi ex no colaboraba en nada que me ayudara, sus quejas y reproches eran rutinarios, diarios, constantes, y verdaderamente los dos teníamos las bolas llenas de aguantarnos.
El final era anunciado. Decidimos separarnos –en muy buenos términos- y rumbear cada uno por su lado. En realidad la idea fue de ella y aunque yo no la compartía del todo, la acepté.
Así fue que con mucha tristeza, un sábado a la mañana armé un par de valijas y me fui a mi nuevo lugar: Era una especie de caserón antiguo, muy antiguo, reciclado con poca plata, en San Telmo, donde alquilaban unas habitaciones muy grandes, amuebladas y con todo lo necesario: vajilla, TV, ropa de cama, toallas, cada una con su baño, que daban a un gran patio con madreselvas repleto de macetones con plantas.
También había adelante un gran salón con una biblioteca muy importante repleta de viejos libros y amplios ventanales a la calle, con mesas, sillas y sillones, que funcionaba como un lugar de estar común para los parroquianos -mayormente turistas- y en el que los sábados a la mañana los dueños, que vivían allí y conocían a cada uno de nosotros por su nombre, nos invitaban con un desayuno mientras algunos leían el diario, los turistas armaban itinerarios y otros intentábamos alguna charla liviana.
Dos veces por semana pasaba una señora que hacía la limpieza y cambiaba las sábanas y las toallas. Algunas –no es el caso de la mía- no eran habitaciones sino más bien departamentitos de dos ambientes. Mi habitación estaba construida arriba de uno de estos, al que -seguramente aprovechando la enorme altura de los techos- le habían hecho un entrepiso simplemente con unas tablas que al caminar daba la sensación de hacerlo en un ‘sube y baja’ de plaza. Todo muy rudimentario pero nada mal, muy “onda San Telmo”. Tan rudimentario era, que algunas tablas quedaban algo separadas y por la ranura que formaban si quería podía ver a mi vecino de abajo. Lástima que abajo no tenía a las dos hermosas lesbis que ocupaban el depto del fondo.
Y ya que estamos, vale la pena salir un poco del tema para contarles algo de mi “vecino de abajo”.
Este tipo, arquitecto, no vivía allí. Alto, flaco, cincuentón, entrecano con barba de un par de días, buena percha y aparentemente con su economía resuelta, alquilaba ese lugar para trabajar tranquilo, hacer sus láminas y cada tanto usarlo de bulo. Al punto que una noche, una de las primeras de mi estancia, escuchando los gemidos de la mina que estaba con él, no pude más que espiar por las ranuras del piso y acabar en una buena paja. La primera…
Por aquel entonces se me había dado por la fotografía y andaba con mi cámara por todos lados; me ayudaba a desenchufarme. Hice algunos cursos –varios- y estaba muy entusiasmado, sobre todo cuando en alguna exposición arañaba algún premio menor o al menos una mención.
Un sábado que estaba terminando el desayuno y preparando el bolso para salir a hacer algunas tomas, se me acerca el arquitecto:
- Hola vecino, soy Pablo. –me tiende la mano-
- Hola. Juan. ¿Cómo te va? –le estrecho los cinco-
- Acá andamos… Che, -muy canchero, tomando confianza avanza- te quiero preguntar algo, de onda, y no quisiera que te ofendas…
“Cagamos”, pensé, “es bi”. Con un poquito de cagazo, reconozco, se la seguí.
- No, dale, ¿de qué se trata?
- Veo que sos medio fanático de la fotografía.
- Aficionado apenas. Empezó como un hobby y me enganché…
Me dio pie para contarle cómo empecé, cómo elegí el equipo, lo de los cursos y muestras, los premios… El tipo parecía interesado pero no quería aburrirlo:
- Me fui al carajo… -paré para retomar- ¿qué me querías preguntar?
- Mirá, no sé cómo empezar… El tema es que ¿viste que cada tanto traigo alguna minita? Bué, con una de ellas me gustaría que nos saques algunas fotos… Te pagaría, por supuesto…
Me hubiera gustado verme la cara de asombro. No lo podía creer. Entendí al toque que quería fotos cogiendo, pero me hice el boludo.
- No, ¿cómo te voy a cobrar? ¿Vos qué querés, algunos retratos? ¡Ningún problema!
- No, no me entendés…
Si, entendía perfectamente.
- …quiero fotos cogiendo con ella.
- Pero…
- Insisto, te pagaría.
- No, no es eso… Es que es medio raro lo que me pedís… Entendé que hace apenas unos minutos que nos conocemos y…
- Si, ya sé –me interrumpe-. Es loco, pero considerá que la vas a pasar bien, para vos va a ser una buena experiencia, te vas a poder hacer de unos mangos y si las fotos no salen bien, no pasa nada.
Recordando una rubia tetona entrada en años que pude espiarle una vez, me excitó la oferta.
- Está bien, dale, acepto.
- Fantástico. Es algo que siempre quise hacer pero nunca tuve oportunidad de con quién –me comentaba mientras sacaba varios billetes de su billetera-. Tomá, ¿alcanza esto para los rollos y lo que necesites?
- Pará, loco! Con esta guita tenemos rollos para hacer una parva de fotos!
- Mejor así. Llevalos y comprá todo. Después arreglamos el resto. Ah! Y no te comprometas con nadie para el viernes.
-¡Trato hecho!
Me entusiasmaba la cosa, ¿a quién no? Pero estaba algo nervioso… A pesar de todo, en la semana compré los rollos, 5 FujiColor ASA 400 de 36 exposiciones, para casi 200 tomas. También improvisé con un paraguas, una lata, una lámpara y un trípode un reflector de luz cálida, y también me compré una botella de whisky, no vaya a ser cosa que este ñato sea abstemio…
Se nota que el jueves me vino a ver. Yo no estaba así que me pasó un papel por debajo de la puerta. Con una caligrafía que más que escrito parecía dibujado, decía algo así: “Mañana te espero tipo 22:00 a preparar todo. La flaca va a llegar un poco después. Comemos algo y arrancamos. No me falles”.
Como aún desconfiaba un poco y corría con la ventaja de poder espiar previamente el ambiente, le dejé otra nota donde le decía que a las 22 no llegaba, que comieran y que cuando estuvieran listos me avisaran golpeando el techo.
Ese viernes hice tiempo al pedo para llegar tarde al depto. Ya arriba, los escuché conversar, noté un acento poco argento en la voz de ella, pero no le di mayor importancia. Me pegué una buena ducha, me puse ropa cómoda e inmediatamente escuché que me llamaban.
Agarré todos los bártulos, el trípode, la lámpara improvisada y bajé con mi botella de escocés.
Menuda sorpresa me llevé cuando Pablo abre la puerta y veo detrás de él una mulata medio en bolas, que rajaba la tierra…
- ¡Hola Juan, bienvenido! Te presento a Marcia… Marcia, Juan… -nos presenta como un referee de boxeo, con los brazos semiextendidos, invitando a los contrincantes a golpear sus guantes-.
- Hola Juan! –me encara con un ruidoso beso sopaposo en la mejilla-. ¿Así que nos vas a hacer la producción? Guau, qué bueno!
“Qué bueno, no, buenísimo”, pensé.
Marcia era brasilera, de Bahía. Se habían conocido en una expo o algo así y ahora estaba de paseo por Baires. Era una negra mestiza monumental, con una piel morena brillante, cabello negro muy lacio y largo, labios gruesos, unas tetas escandalosas y un culo instalado en unas amplias caderas soportadas por un par de musculosas piernas… Sólo llevaba puesta una bombacha diminuta y un breve corpiño que no alcanzaba a cubrirle sus negros pezones.
Mientras charlábamos les pregunto si estaban de acuerdo en hacer la sesión en el living ya que la luz era más favorable. No les importó dónde. Armé las luces, paré el trípode, cargué el rollo, monté la cámara, hice algunas mediciones de luz y con todo en orden los invité con un whisky que agradecieron sin aceptarlo. Me senté con mi vaso en la mano en una silla apartada en un rincón oscuro a esperar que comience la acción. No tardaron mucho.
En seguida estaban los dos en bolas, él sentado y ella en cuatro patas sobre el sillón mamándole la verga hasta los huevos. No podía creer que le entrara toda esa pija en la boca… Comencé a “trabajar”; disparo tras disparo iban cambiando posiciones casi ignorando mi presencia. Tímidamente y sin querer molestarlos buscaba nuevos ángulos para cada toma al tiempo que me amasaba el ganso hinchadas sus cavernas de sangre caliente.
Rato después, cuando ya estaba cargando el último rollo y mi pantalón no alcanzaba para disimular mi erección, estando ella de espaldas a mí y montada sobre él que le cogía por el culo, levantó apenas sus caderas para desempomarla y acomodársela en la vagina, y apuntándome con su hermoso culo giró su cabeza hacia mí:
- Vení. –me dijo-
Pablo asintió con un leve movimiento de cabeza como autorizándome. Me bajé los pantalones, me paré a su lado, acerqué mi miembro a su boca y no sé cómo ni de donde lo sacó, inmediatamente tenía un forro colocado. Me la mamaba de tal manera que aún hoy la extraño pero no quería acabar allí, así que me aparté, me puse detrás de ella y con la punta de mi choto le acariciaba el ano mientras ella con sus manos separaba sus glúteos ofreciéndome un dilatado ojete. No pude aguantar más y se la enterré toda con un solo envión. Gritó y sonrió mordiéndose el labio inferior. Se la veía feliz con dos buenas pijas adentro. Hacía un ejercicio maravilloso: dilataba y contraía el ano al ritmo del bombeo mientras gimoteaba y pedía “Más, más, ohh…”. Yo no aguantaba más. Iba a acabar. La saqué y rápidamente me quité el forro para derramarle un bestial chorro de semen espeso allí, donde empieza la raya del culo al final de la espalda.
Caí tendido en un sillón con fuerzas solo para regocijarme viendo cómo después de llevarse con la punta de sus dedos mi semen a sus labios, Pablo le acababa en la boca para que se trague todo. Fue la última foto.
Luego de la limpieza de rigor, sentí que si me quedaba un rato más era para molestar, así que junté mis cosas, entregué los rollos a Pablo y me despedí para dejarlos solos.
El “hasta pronto” de Marcia me ilusionó pero no llegó jamás.
Ya sobre la madrugada me desperté escuchando el ronroneo de Marcia. No pude evitarlo. Me acomodé para poder espiar bien y le dediqué la primera de mis tantas pajas en su honor.
Poco tiempo después de la historia con Gloria que les relaté, mi vida se transformó en un verdadero quilombo.
La empresa en la que trabajaba fue comprada por un grupo multinacional y como habitualmente sucede en estos casos, semana a semana fueron despidiendo uno a uno a todo el personal. Y un día me tocó a mí. Con la indemnización y todos los ahorros inicié un emprendimiento personal en el que me fue como el reverendo culo: perdí todo y quedé con una pila de deudas. Así que volví a la relación de dependencia ganando unos pocos pero seguros pesos y cambiando de empleo cada vez que me aparecía la oportunidad de ganar dos mangos más. Se imaginan el nivel de estrés que tenía.
Además de una úlcera que me mataba del dolor, mis deudores que me apuraban, problemas familiares, tapado de trabajo, se habían acabado las salidas de fines de semana, las reuniones familiares, la cancha y ni hablar de coger; mi ex no colaboraba en nada que me ayudara, sus quejas y reproches eran rutinarios, diarios, constantes, y verdaderamente los dos teníamos las bolas llenas de aguantarnos.
El final era anunciado. Decidimos separarnos –en muy buenos términos- y rumbear cada uno por su lado. En realidad la idea fue de ella y aunque yo no la compartía del todo, la acepté.
Así fue que con mucha tristeza, un sábado a la mañana armé un par de valijas y me fui a mi nuevo lugar: Era una especie de caserón antiguo, muy antiguo, reciclado con poca plata, en San Telmo, donde alquilaban unas habitaciones muy grandes, amuebladas y con todo lo necesario: vajilla, TV, ropa de cama, toallas, cada una con su baño, que daban a un gran patio con madreselvas repleto de macetones con plantas.
También había adelante un gran salón con una biblioteca muy importante repleta de viejos libros y amplios ventanales a la calle, con mesas, sillas y sillones, que funcionaba como un lugar de estar común para los parroquianos -mayormente turistas- y en el que los sábados a la mañana los dueños, que vivían allí y conocían a cada uno de nosotros por su nombre, nos invitaban con un desayuno mientras algunos leían el diario, los turistas armaban itinerarios y otros intentábamos alguna charla liviana.
Dos veces por semana pasaba una señora que hacía la limpieza y cambiaba las sábanas y las toallas. Algunas –no es el caso de la mía- no eran habitaciones sino más bien departamentitos de dos ambientes. Mi habitación estaba construida arriba de uno de estos, al que -seguramente aprovechando la enorme altura de los techos- le habían hecho un entrepiso simplemente con unas tablas que al caminar daba la sensación de hacerlo en un ‘sube y baja’ de plaza. Todo muy rudimentario pero nada mal, muy “onda San Telmo”. Tan rudimentario era, que algunas tablas quedaban algo separadas y por la ranura que formaban si quería podía ver a mi vecino de abajo. Lástima que abajo no tenía a las dos hermosas lesbis que ocupaban el depto del fondo.
Y ya que estamos, vale la pena salir un poco del tema para contarles algo de mi “vecino de abajo”.
Este tipo, arquitecto, no vivía allí. Alto, flaco, cincuentón, entrecano con barba de un par de días, buena percha y aparentemente con su economía resuelta, alquilaba ese lugar para trabajar tranquilo, hacer sus láminas y cada tanto usarlo de bulo. Al punto que una noche, una de las primeras de mi estancia, escuchando los gemidos de la mina que estaba con él, no pude más que espiar por las ranuras del piso y acabar en una buena paja. La primera…
Por aquel entonces se me había dado por la fotografía y andaba con mi cámara por todos lados; me ayudaba a desenchufarme. Hice algunos cursos –varios- y estaba muy entusiasmado, sobre todo cuando en alguna exposición arañaba algún premio menor o al menos una mención.
Un sábado que estaba terminando el desayuno y preparando el bolso para salir a hacer algunas tomas, se me acerca el arquitecto:
- Hola vecino, soy Pablo. –me tiende la mano-
- Hola. Juan. ¿Cómo te va? –le estrecho los cinco-
- Acá andamos… Che, -muy canchero, tomando confianza avanza- te quiero preguntar algo, de onda, y no quisiera que te ofendas…
“Cagamos”, pensé, “es bi”. Con un poquito de cagazo, reconozco, se la seguí.
- No, dale, ¿de qué se trata?
- Veo que sos medio fanático de la fotografía.
- Aficionado apenas. Empezó como un hobby y me enganché…
Me dio pie para contarle cómo empecé, cómo elegí el equipo, lo de los cursos y muestras, los premios… El tipo parecía interesado pero no quería aburrirlo:
- Me fui al carajo… -paré para retomar- ¿qué me querías preguntar?
- Mirá, no sé cómo empezar… El tema es que ¿viste que cada tanto traigo alguna minita? Bué, con una de ellas me gustaría que nos saques algunas fotos… Te pagaría, por supuesto…
Me hubiera gustado verme la cara de asombro. No lo podía creer. Entendí al toque que quería fotos cogiendo, pero me hice el boludo.
- No, ¿cómo te voy a cobrar? ¿Vos qué querés, algunos retratos? ¡Ningún problema!
- No, no me entendés…
Si, entendía perfectamente.
- …quiero fotos cogiendo con ella.
- Pero…
- Insisto, te pagaría.
- No, no es eso… Es que es medio raro lo que me pedís… Entendé que hace apenas unos minutos que nos conocemos y…
- Si, ya sé –me interrumpe-. Es loco, pero considerá que la vas a pasar bien, para vos va a ser una buena experiencia, te vas a poder hacer de unos mangos y si las fotos no salen bien, no pasa nada.
Recordando una rubia tetona entrada en años que pude espiarle una vez, me excitó la oferta.
- Está bien, dale, acepto.
- Fantástico. Es algo que siempre quise hacer pero nunca tuve oportunidad de con quién –me comentaba mientras sacaba varios billetes de su billetera-. Tomá, ¿alcanza esto para los rollos y lo que necesites?
- Pará, loco! Con esta guita tenemos rollos para hacer una parva de fotos!
- Mejor así. Llevalos y comprá todo. Después arreglamos el resto. Ah! Y no te comprometas con nadie para el viernes.
-¡Trato hecho!
Me entusiasmaba la cosa, ¿a quién no? Pero estaba algo nervioso… A pesar de todo, en la semana compré los rollos, 5 FujiColor ASA 400 de 36 exposiciones, para casi 200 tomas. También improvisé con un paraguas, una lata, una lámpara y un trípode un reflector de luz cálida, y también me compré una botella de whisky, no vaya a ser cosa que este ñato sea abstemio…
Se nota que el jueves me vino a ver. Yo no estaba así que me pasó un papel por debajo de la puerta. Con una caligrafía que más que escrito parecía dibujado, decía algo así: “Mañana te espero tipo 22:00 a preparar todo. La flaca va a llegar un poco después. Comemos algo y arrancamos. No me falles”.
Como aún desconfiaba un poco y corría con la ventaja de poder espiar previamente el ambiente, le dejé otra nota donde le decía que a las 22 no llegaba, que comieran y que cuando estuvieran listos me avisaran golpeando el techo.
Ese viernes hice tiempo al pedo para llegar tarde al depto. Ya arriba, los escuché conversar, noté un acento poco argento en la voz de ella, pero no le di mayor importancia. Me pegué una buena ducha, me puse ropa cómoda e inmediatamente escuché que me llamaban.
Agarré todos los bártulos, el trípode, la lámpara improvisada y bajé con mi botella de escocés.
Menuda sorpresa me llevé cuando Pablo abre la puerta y veo detrás de él una mulata medio en bolas, que rajaba la tierra…
- ¡Hola Juan, bienvenido! Te presento a Marcia… Marcia, Juan… -nos presenta como un referee de boxeo, con los brazos semiextendidos, invitando a los contrincantes a golpear sus guantes-.
- Hola Juan! –me encara con un ruidoso beso sopaposo en la mejilla-. ¿Así que nos vas a hacer la producción? Guau, qué bueno!
“Qué bueno, no, buenísimo”, pensé.
Marcia era brasilera, de Bahía. Se habían conocido en una expo o algo así y ahora estaba de paseo por Baires. Era una negra mestiza monumental, con una piel morena brillante, cabello negro muy lacio y largo, labios gruesos, unas tetas escandalosas y un culo instalado en unas amplias caderas soportadas por un par de musculosas piernas… Sólo llevaba puesta una bombacha diminuta y un breve corpiño que no alcanzaba a cubrirle sus negros pezones.
Mientras charlábamos les pregunto si estaban de acuerdo en hacer la sesión en el living ya que la luz era más favorable. No les importó dónde. Armé las luces, paré el trípode, cargué el rollo, monté la cámara, hice algunas mediciones de luz y con todo en orden los invité con un whisky que agradecieron sin aceptarlo. Me senté con mi vaso en la mano en una silla apartada en un rincón oscuro a esperar que comience la acción. No tardaron mucho.
En seguida estaban los dos en bolas, él sentado y ella en cuatro patas sobre el sillón mamándole la verga hasta los huevos. No podía creer que le entrara toda esa pija en la boca… Comencé a “trabajar”; disparo tras disparo iban cambiando posiciones casi ignorando mi presencia. Tímidamente y sin querer molestarlos buscaba nuevos ángulos para cada toma al tiempo que me amasaba el ganso hinchadas sus cavernas de sangre caliente.
Rato después, cuando ya estaba cargando el último rollo y mi pantalón no alcanzaba para disimular mi erección, estando ella de espaldas a mí y montada sobre él que le cogía por el culo, levantó apenas sus caderas para desempomarla y acomodársela en la vagina, y apuntándome con su hermoso culo giró su cabeza hacia mí:
- Vení. –me dijo-
Pablo asintió con un leve movimiento de cabeza como autorizándome. Me bajé los pantalones, me paré a su lado, acerqué mi miembro a su boca y no sé cómo ni de donde lo sacó, inmediatamente tenía un forro colocado. Me la mamaba de tal manera que aún hoy la extraño pero no quería acabar allí, así que me aparté, me puse detrás de ella y con la punta de mi choto le acariciaba el ano mientras ella con sus manos separaba sus glúteos ofreciéndome un dilatado ojete. No pude aguantar más y se la enterré toda con un solo envión. Gritó y sonrió mordiéndose el labio inferior. Se la veía feliz con dos buenas pijas adentro. Hacía un ejercicio maravilloso: dilataba y contraía el ano al ritmo del bombeo mientras gimoteaba y pedía “Más, más, ohh…”. Yo no aguantaba más. Iba a acabar. La saqué y rápidamente me quité el forro para derramarle un bestial chorro de semen espeso allí, donde empieza la raya del culo al final de la espalda.
Caí tendido en un sillón con fuerzas solo para regocijarme viendo cómo después de llevarse con la punta de sus dedos mi semen a sus labios, Pablo le acababa en la boca para que se trague todo. Fue la última foto.
Luego de la limpieza de rigor, sentí que si me quedaba un rato más era para molestar, así que junté mis cosas, entregué los rollos a Pablo y me despedí para dejarlos solos.
El “hasta pronto” de Marcia me ilusionó pero no llegó jamás.
Ya sobre la madrugada me desperté escuchando el ronroneo de Marcia. No pude evitarlo. Me acomodé para poder espiar bien y le dediqué la primera de mis tantas pajas en su honor.
7 comentarios - Relato real -San Telmo I-
Excelente master 👍