Les traigo una nueva historia, real, aunque con algunos nombres cambiados, obviamente. Espero la disfruten...
Tenía por entonces 27 años. Estaba casado hacía un par de años y tenía un muy buen trabajo como Jefe de Logística en una empresa manufacturera con varias plantas fabriles en el interior, una de ellas en el Parque Industrial de San Luis.
Por cuestiones laborales me tocaba viajar una semana o menos cada mes y medio o dos. Yo detestaba esos viajes, eran de lo más aburridos y cansadores; pero más los odiaba mi esposa: ella estaba convencida que cada viaje de esos le costaba un par cuernos, lo que a mí me daba muchísima bronca porque juro que lo único que hacía estando allí era levantarme a las 6 de la mañana, trabajar como un preso 12 horas, volver al hotel, darme una ducha, mirar un poco de tele, organizar el día siguiente, cenar e irme a dormir… Actividad rutinaria como pocas… Apenas llegué a conocer la plaza de la ciudad cuando con un par de compañeros de trabajo fuimos una tarde a tomar unas cervezas.
Alguna vez el viaje se hacía más entretenido porque me tocaba viajar con alguien que me acompañaba, generalmente el Gerente Industrial, un tipo bastante mayor que yo, muy serio pero agradable para conversar, con quien podíamos llegar a compartir una que otra cena o desayuno, y nada más.
En determinado momento la fábrica comenzó a expandirse, a crecer en niveles de producción duplicando los turnos de trabajo, al punto que el abastecimiento desde Buenos Aires empezó a complicarse y se decidió iniciar la búsqueda de proveedores radicados en San Luis. Fue así que se organizó un nuevo viaje, esta vez con actividades laborales muy diferentes a las habituales, más largo –estimamos conveniente iniciarlo un lunes para volver el viernes subsiguiente, casi dos semanas- y como el objetivo era la búsqueda de proveedores locales, mi acompañante esta vez era la Jefa de Compras, Gloria. Se decidió también que para poder movernos mejor por la provincia, el Jefe de Planta de allá se ocupe de alquilar un auto a mi nombre.
Primer problema: ¿Cómo decirle a mi mujer que me rajaba más de diez días, con una mina, alojados en un 5 estrellas y que me creyera que me iba a laburar? Quilombo en puerta.
En el laburo podía haber aducido que por algún problema familiar no podía ausentarme tanto tiempo de casa, o inventar alguna mentira salvadora para que alguien me reemplace; pero no, con la frente bien alta y la conciencia tranquila decidí seguir adelante y enfrentar lo que se viniera. No tenía más intenciones que seguir cumpliendo objetivos para ganarme el bono anual que ese año era una semana en Cancún con todo pago más un aguinaldo completo. Esto a lo mejor aflojaría tensiones en casa.
Por otro lado, convengamos que mi compañera de viaje estaba lejos de parecerse a Sofía Loren en sus mejores tiempos y mucho menos era una mina charlatana con la que te podés cagar de risa un rato largo. Con Gloria apenas nos conocíamos más allá de la relación laboral. Sólo conversábamos algo por algún problema de abastecimiento o en las reuniones operativas, que por cierto eran muy frecuentes.
Gloria no era ninguna pendeja, me llevaba calculo que cerca de unos 10 años, andaría por los 35, o 40 quizás… Medio petiza, delgada, melena corta siempre muy prolija, casi sin tetas, pero con el culo más grande, duro y deseado que haya visto en mi vida. Nunca la vimos en pollera, jamás le conocimos algo de piel que no fuera la de su cara o sus manos; parecía que vestía de uniforme: siempre de pantalones negros muy ajustados, botas de cuero, camisa blanca de mangas largas y eventualmente algún sweater amplio y liviano. Usaba un par de anillos, siempre los mismos, no ostentaba aros despampanantes ni joyas deslumbrantes… Casi una señora de su casa.
Finalmente llegó el día de nuestra partida. Un lunes de julio, calculo que el julio más frío de la década, a las 6 y cuarto de la mañana nos encontramos en el hall de Aeroparque para hacer el check-in y despachar nuestro equipaje. Mientras esperábamos que se hiciera la hora de partida del vuelo tomamos un café en la confitería de pre-embarque.
Cuando hago estos viajes dejo de lado los trajes y toda ropa informal, sobre todo porque allí no la necesito y más que nada para que no se arruine en la valija. Así es que esa mañana estaba de mocasines con uno de los dos jeans que llevaba, una camisa, un sweater en “V” y obviamente mi campera más abrigada.
“Qué raro se te ve así vestido” dijo rompiendo el hielo.
Me miré como dándole poca importancia al comentario. “Sin embargo, vos estás siempre igual”, ironicé.
“Si, lo sé. Vamos a tener tiempo así que seguro se dará la oportunidad para contarte”.
“Empezá cuando quieras”.
“No ahora. Es largo… No es el momento”.
Su cara se puso triste. Se hizo un casi interminable silencio.
Mientras fue a comprar el diario y algunas revistas, pagué la cuenta y pensaba en todos los quilombos que me había generado este viaje en casa con mi mujer y pensar que estaba con alguien con quien apenas iba a poder conversar…
Embarcamos, hicimos el vuelo sin mucho para el anecdotario, llegamos a San Luis donde nos esperaba un empleado con el auto y tres grados bajo cero de temperatura, pasamos por el hotel para registrarnos y dejar el equipaje, y sin más nos fuimos a la fábrica.
Allí nos habían acondicionado una oficina con un escritorio grande para trabajar y una mesa con varias sillas por si teníamos que armar alguna reunión con alguien.
Después de las presentaciones de rigor, las preguntas sobre el vuelo y los obvios comentarios referidos al frio extraordinario, nos pusimos a trabajar armando la agenda para los próximos días. Dedicamos la tarde a hacer los llamados necesarios para coordinar las reuniones. Cuando ya teníamos la cosa medianamente cocinada, a media tarde decidimos abandonar la oficina para ir a descansar un rato. Llegamos al hotel y quedamos en encontrarnos en el restaurante a las 8 y media. Pedí las llaves y subimos.
“Tenía razón Javier –su gerente-, sos inteligente y muy práctico. Me gusta trabajar con vos” me dijo cuando salimos del ascensor antes de despedirse poniéndome una mano en el hombro.
“Vos también… Uy, tengo las llaves de la 506 y la 510, ¿cuál es la tuya?”
“No sé, no importa, deben ser iguales. Pero si querés vení y elegís”
“No, cualquiera está bien”
Ella tomó la 506 y cerró la puerta con un “hasta luego” mientras yo seguía por el pasillo hasta la 510.
Apenas cierro mi puerta suena el teléfono. Era ella.
“Parece que repartimos bien las habitaciones: aquí está mi equipaje y en mi frigo bar encontré una botella de Tía María, mi preferido!”
“Seguro! Acá estoy viendo una de J&B… Como si nos conocieran!”
“Jaja! Nos vemos luego!”
“Hasta luego!”
Lo que siguió no es mayormente trascendente, me pegué una buena ducha caliente, hice una siesta, cenamos, y los tres o cuatro días siguientes, rutina: auto, ruta, mate, reuniones, café, agendas, cenas, desayunos, un par de llamados telefónicos a Buenos Aires para tranquilizar a la familia, alguna paja y algo de fútbol a la noche por TV, sin más… Con muchísimo trabajo y cada día mejor onda entre ambos.
El sábado a la mañana, mientras desayunábamos, y ya que íbamos a tener el fin de semana libre y teníamos el auto, le propongo salir para Buenos Aires, pasar el fin de semana con los nuestros y volver el lunes a la madrugada.
“Como quieras, pero a mi no me espera nadie allá, así que me quedo. Además acordate que el lunes a primera hora nos espera la gente de PlastiSan, pero no te preocupes en llegar muy temprano, yo me ocupo…”
Me puso mal escuchar eso de que nadie la esperaba. Era la primera vez que me confesaba algo íntimo, personal. No quise mostrar preocupación e inmediatamente saqué un Plan B.
“No, entonces no… ¿cómo haría para manejar y cebarme mate al mismo tiempo?”
Una sonrisa cómplice arqueó sus labios. No insistió. Sentí que quería estar conmigo y esperaba que no me traicionara mi orgullo…
“Esta provincia de mierda debe tener algún lugar lindo para conocer… Vayamos a pasear”.
“Me encantó la idea” dijo apoyando sus palmas en la mesa y casi levantándose de la silla. “Preguntemos al conserje, que nos asesore, dale!”
Inmediatamente se encaminó hacia la conserjería y yo atrás. “Qué buen culo” me dije mientras miraba sus nalgas apretadas meneándose al ritmo de sus pasos.
El conserje nos recomendó algunos pocos lugares aduciendo que con el frío no había mucho para recorrer y recordándonos que el hotel tiene un muy buen gimnasio y pileta climatizada con jacuzzi. A los dos nos gustó esta alternativa salvo que no teníamos ropa para ello. Así es que decidimos cargar el termo, subir al auto, recorrer los alrededores de la ciudad: El Trapiche, Potrero de los Funes, comer allí algo liviano y volver a la ciudad a comprar algo de ropa.
Ella necesitaba fundamentalmente un traje de baño y algún jogging para hacer gimnasia, yo con un pantaloncito y un buzo me arreglaba, así que paramos en la primera casa de deportes que encontramos. Hicimos nuestras compras, volvimos al hotel para cambiarnos de ropa y nos encontramos en el gimnasio.
Cuando bajé ella estaba trotando en la cinta, de espaldas a la puerta y de frente a un gran espejo por el que me vio entrar y me saludó agitando una mano. Yo no podía creer lo que estaba viendo… Ella tenía una vincha blanca que le sujetaba el cabello, una toalla en el cuello, una musculosa blanca muy ajustada y unas calzas negras tan apretadas que la costura le separaba los cantos del culo y se metía en su vagina denotando dos labios muy carnosos.
No quería que por el espejo descubriera mi cara de morbo así que dirigí la vista a la cinta a su lado y me puse a caminar. Poco tiempo pasó para que bajara, secara la traspiración de su cara y dejara la toalla sobre la baranda de la cinta y se acomodara en una de esas máquinas donde uno se sienta sobre una especie de banco con las piernas abiertas trabando los pies en algo parecido a unos estribos y arriba de la cabeza hay una barra de la que cuelgan unas sogas con pesas para subir y bajar…
En esa posición, abierta de piernas y con la concha apuntando al espejo, con los brazos en alto casi colgada de esa barra, descubrí finalmente lo diminuto de sus pechos y la belleza de sus pezones que marcaban un suave relieve en su musculosa blanca. Su torso se iba achicando a medida que llegaba a la cintura y bajando volvía a ensancharse para darle lugar a unas caderas de ensueño.
Así fuimos pasando de una a otra máquina; en un momento, acostada sobre una colchoneta me pidió que le sostuviera los tobillos para poder hacer unos abdominales y pude notar la dureza de su vientre bien marcado con un ombligo perfectamente redondo. No sé si no se daba cuenta o se hacía la mejor de las boludas, pero debo reconocer que a esa altura yo ya estaba más que caliente… “Qué buena está esta madurita… ¿quién se la comerá?” se preguntaban todos los ratones que roían mi cabeza mientras sostenía sus pantorrillas…
Ya habíamos pasado un par horas en el gimnasio así que mintiendo cansancio me saqué la remera y quedándome solo con el short me metí en el jacuzzi.
“No te vayas, esperame” me dijo de lejos. Tomó su bolso, entró en uno de los vestuarios y salió para meterse conmigo en la pileta. Tenía puesta una malla de baño de competición, de esas de lycra, muy finita y ceñida al cuerpo. Claro, era lo único que se podía conseguir en la tienda de deportes pero que ella lucía hasta con orgullo te diría.
Era la primera vez que pude ver sus piernas desnudas. Entre los vagos de la oficina siempre discutíamos pelotudamente como en mesa de café si usaba siempre pantalones ajustados para disimular la celulitis o para tapar las várices o cualquier otra pelotudez como que no se depilaba, digna de calentones que si no podemos coger una mina enseguida le encontramos bigotes… Pero nada de eso. ¿Qué te puedo decir? ¡Musculosas y macizas como el algarrobo eran esas piernas! Felizmente –y digo felizmente porque creo que en cualquier momento me ponía al palo- entró en la piscina, se sentó en un escalón y en el agua tibia, los chorros y las burbujas no permitían que se le viera más que del cuello para arriba. Rezaba, aunque sabía que podría suceder, para que no me rozara ni me insinuara algo con doble sentido porque ahí mismo me la culeaba y terminaba en un calabozo.
Por suerte mantuve mi libertad porque no pasó nada de esto y mientras ella prefería ir a nadar un rato, yo opté por irme a mi habitación a descansar un rato, darme una buena ducha y fundamentalmente, sin que ella lo sospechara, echarme una flor de paja en su honor.
Previamente, como siempre, acordamos en encontrarnos a las 9 para cenar.
Me entretuve con un Racing-Lanús tirado en la cama bien acompañado por mi amigo escocés con hielo y se me hizo tarde. Bajé casi una hora después de lo que habíamos quedado. Me esperaba en la barra del bar con su culo apenas apoyado sobre un taburete, su mano derecha sostenía un gran copón ya casi vacío mientras su izquierda descansaba sobre su pierna.
Un parroquiano sentado a una mesa detrás de ella no hacía más que relojear de reojo su culo mientras pasaba distraídamente las hojas del Olé. No me pregunten por qué, seguramente para joder a ese buen hombre, me ubiqué de tal modo que le tapara la visual; ella debió darse vuelta con un movimiento que inadvertidamente abrió apenas su blusa y me permitió ver que no llevaba sostén.
“Cómo tardaste…”
“Si, disculpame, me tiré un rato a ver la tele y se me pasó la hora… ¿Qué estás tomando?”
“Un vinito… bah, dos, tuve tiempo mientras te esperaba…”
“Charly!” -llamo al barman- “Servile otra copa y a mi traeme un escocés con hielo. Gracias”
“No, pará! Voy a terminar borracha…”
“No importa. Mañana podés dormir hasta cualquier hora…”
Estuvimos un rato mientras tomábamos nuestras bebidas hablando de mil huevadas, del día que habíamos pasado juntos, de lo aburrido que deberá ser vivir en esa ciudad, del frio cada vez más insoportable… Cada vez que se estiraba para tomar la copa se le abría un poco el escote mostrando algo más de sus pechos. Y se notaba el efecto del alcohol en sus movimientos, cualquier chiste insípido le arrancaba una carcajada, cada asentimiento o comentario de su parte venía acompañado de una tomada de brazo o caricia en el hombro, como cuando estás conversando con alguien muy pesado que para enfatizar sus frases te agarra el brazo, ¿viste? Pero en este caso no me resultaba nada cargoso…
Por el rabillo del ojo veo que el mirón de atrás mío se levanta para irse no sin antes, al pasar a su lado, estirar el cogote para mirarle las tetas desnudas por sobre su blusa. Me muerdo los labios y con un instinto casi paternal le señalo mi pecho moviendo el índice hacia arriba y abajo al tiempo que con el mentón apuntaba al suyo haciéndole notar que estaba semidesnudo. Bajó la vista, comprendió la situación e inmediatamente hizo un brusco movimiento con su mano para abrocharse, movimiento que hizo que perdiera un poco el equilibrio y para evitar la caída apoyara su mano derecha sobre mi pierna con el arco que forman el dedo pulgar y el índice de una mano abierta dibujando el contorno de mi ingle… Un intenso color bermellón tiñó sus mejillas y retiró rápidamente la mano.
“Perdón…” me dijo aún sonrojada “Evidentemente estoy un poco ebria, no acostumbro a tomar tanto, y menos antes de comer…”
“No te hagas problemas… Si querés saber lo que es una verdadera borrachera puedo contarte alguna de mis cientos…”
“No, no, esta situación me da mucha vergüenza”
“No pasa nada, vamos a comer y de paso me contás esa larga historia que dejaste pendiente en el aeropuerto”
Así es que después de sentarnos y pedir nuestros platos, el mío acompañado de un buen malbec mendocino y el suyo de un zonzo jugo de naranjas, tras algunos comentarios graciosos por la situación etílica me cuenta aquella historia…
La voy a hacer corta. Calculo que por el pedo que tenía confesó su edad, 42 cumpliría en un par de meses, y que en su último año de facultad se enamoró perdidamente de un compañero de estudios. Tan enamorados estaban que un par de años después de egresar decidieron casarse. Pero el destino quiso que un mes antes de la boda este chico tuviera un accidente con su moto y al llevarse puesto su cabeza sin casco el acoplado de un camión se matara instantáneamente. Desde entonces decidió llevar un semiluto y por eso lo de los pantalones negros. Mientras hacía su relato no la interrumpí en absoluto, pero inmediatamente al terminar traté de volver a la situación previa, que era mucho más agradable.
“Gloria, pasaron más de diez años… Casi perdiste los mejores años de juventud por un inconsciente que iba en moto sin casco… Me parece que ya deberías darle un corte…”
“Si, lo sé; lo intenté varias veces pero no pude, hasta hice terapia pero no me ayudó. No sé… quizás algún día conozca a alguien que me haga olvidar de aquello…”
Ella siguió la frase pero mis pensamientos no me dejaban escucharla. Momentos como estos son en los que me arrepiento de haber tomado dos whiskies, una botella de vino y no poder hilvanar una frase canchera… “Mañana más fresco salgo otra vez al ruedo” pensé. Lo que más quería en ese momento era irme a la habitación a acostarme mirando el canal Venus…
“… inteligente, joven, práctico, ¿no?” culminó su frase.
“Ahá..” respondí sin saber a qué, pero era la segunda vez que escuchaba de ella ‘inteligente y práctico’, dos cualidades que antes ya había destacado de mi…
“¿Tomás café’” le pregunté.
“No, gracias, me va a quitar el sueño y estoy a punto caramelo para dormir…”
“Si, a punto caramelo…”
Pedí el ticket, lo firmé y nos fuimos a nuestras habitaciones. Al llegar a su puerta me dio un fuerte abrazo con un largo beso en la mejilla.
“Mañana seguimos, ¿si?”
“Claro!” me entusiasmé.
“Gracias…”
“Que descanses.”
Y aunque no quería irme, quería entrar con ella, me fui rápidamente a mi habitación.
Hacía mucho frio así que puse la calefacción al máximo, me saqué toda la ropa y me puse una bata, de esas de toalla que te dan en los hoteles pitucos, me serví un buen whisky, prendí la tele y me tiré en un sillón control remoto en mano. En el cable estaban pasando un recital de Tony Bennett así que no cambié de canal. Con una mano sostenía el vaso mientras que con la otra me amasaba el ganso pensando en el maravilloso culo de Gloria.
Habrían pasado unos veinte o treinta minutos cuando suena el teléfono.
“Si?”
“Hola, no estabas durmiendo, no?” pregunta Gloria, medio como tartamudeando.
“No, no, qué pasa?”
“No quiero que lo tomes a mal ni pienses cualquier cosa, pero, ¿querés venir?” –en su hablar, era inocultable su estado de ebriedad-.
“¡Voy!”
Así como estaba, en bata y descalzo, agarré la botella de J&B por el cogote y fui a su habitación. Golpeé la puerta que estaba apenas entornada:
“Pasá, está abierto”
Al abrir la puerta llamó mi atención la iluminación del cuarto: había colocado sobre la pantalla de la lámpara de pie un enorme pañuelo que atenuaba la iluminación. Entré cerrando la puerta tras de mi y al avanzar la encuentro a ella sobre el sillón, ya muy borracha, cruzada de piernas, vestida solamente con un conjunto de ropa interior negro transparente muy provocador.
Inmediatamente se pone de pie, cruza sus brazos por mi cuello y me susurra al oído poniendo acento hispano:
“Esta noche quiero ser tu puta, la más puta de todas las putas…”
Le di un beso en la boca metiéndole la lengua hasta donde llegaba, lo mismo ella. Mientras la besaba bajé mi mano hasta apoyarla sobre su culo y comencé a acariciarlo. Era muy suave y se sentía caliente. Entonces me dio un pequeño empujón que me dejó sentado al borde de la cama, me dio la espalda, arqueó apenas la cintura y poniendo el culo a centímetros de mi cara me dijo:
“¿Te gusta? Está de estreno para vos…”
Yo no podía creer lo que me estaba pasando.
Tomé los elásticos de la cintura y suavemente le bajé la bombacha hasta los tobillos. Con un rápido movimiento la pateó alejándola y sin más separó apenas las piernas y se agachó hasta casi tocar las rodillas con su cara. Deslicé mi mano por su concha sintiéndola muy húmeda. Su vello púbico estaba perfectamente recortado y eso me calentaba mucho.
Comencé a besarle la vulva con mucha saliva mientras le acariciaba los muslos, y de tanto en tanto le separaba los cantos para pasar mi lengua muy húmeda por su ano. Cuando esto sucedía ella vibraba demostrándome que la calentaba mucho.
Mi pija estaba a punto explotar cuando se dio vuelta, se arrodilló entre mis piernas al tiempo que se quitaba el corpiño, abrió mi bata y puso toda la poronga en su boca, provocándose arcadas. De un salto se apartó, se levantó y corrió hacia el baño. Escuché a ella vomitar, la descarga del inodoro, y el chorro de agua que corría por el lavatorio un rato largo.
Al fin volvió; envuelta en un toallón se sentó en un borde de la cama lejano a mí y casi entre sollozos me pedía perdón, que la disculpara por lo que había hecho, que era su primer borrachera en muchos años y que por supuesto de esto no debía enterarse absolutamente nadie. Todo esto antes de pedirme que me vaya.
- ¿Y si te dijera que en vez de vos pedirme perdón yo debería darte las gracias? Esto lo estamos necesitando los dos… - y me interrumpe:
- Antes que entraras me masturbé pensando en vos.
- Y desde que estamos acá yo ya lo hice dos veces por vos- confesé.
Soltó una carcajada al mismo tiempo que se quitaba la toalla. Me acerqué a ella, le acaricié las tetas y le dí un muy buen beso en la boca, que respondió sin titubeos acariciándome la pija.
Se puso en cuatro patas sobre la cama y empezó a chupármela insaciablemente. Mientras, comencé a pellizcarle los pezones, ya muy erectos y le tocaba y penetraba su vagina con mis dedos índice y mayor, provocando en ella pequeños gemidos que en pocos minutos culminaron en una brutal acabada con un grito de placer que nunca hubiera imaginado.
Se tumbó boca abajo y mirándome por el rabillo del ojo me dijo:
- Acá comienza tu momento de gloria –me decía mientras se acariciaba el ano-. Quiero toda tu pija adentro.
A pesar de que mi pene estaba lo más erecto que se podía y muy mojado por su saliva, y que su hermoso y preciadísimo culo estaba también muy húmedo por la corrida de sus jugos orgásmicos vaginales, confieso que la penetración no fue fácil, costó mucho tiempo, pero la conseguimos.
Ella ya no gemía, aullaba en esa mezcla de placer con dolor, mientras con sus movimientos de cadera acompañaba los míos. Se excitaba sobremanera cuando mis huevos se apoyaban sobre su clítoris en ese ir y venir, al punto que tuvo un nuevo orgasmo, apenas un momento antes que el mío, en el que acabé una abundante cantidad de semen caliente en su interior.
- No pares. Seguí cogiéndome la concha por detrás… Estoy a punto de tener otro orgasmo…
Se acomodó apoyando su pecho y rodillas en las sábanas levantando bien alto el culo y yo parado atrás la penetré en su inundada concha, bombeando incansablemente…
- Voy a acabar –le digo-. Quiero acabar en tus tetas…
- No, me la quiero tomar toda…
Así fue que la puse en su boca y mientras me masturbaba con sus labios acabé, esta vez menos, en su lengua. Me mostró el polvazo en su boca, cerró los labios, y como quien come una ostra jugosa se tragó todo con sumo placer.
El resto fue un pequeño descanso y tras ponernos nuevamente nuestras batas nos fuimos a mi habitación ya que en su cama se hacía difícil dormir por lo mojada que estaba.
Allí nos dimos una ducha juntos, nos acariciamos mucho bajo el agua, nos enjabonamos mutuamente, nos besamos mucho, hasta que finalmente una vez secos y tras habernos tomado otro whisky yo y una Coca ella, nos acostamos desnudos a dormir…
Tenía por entonces 27 años. Estaba casado hacía un par de años y tenía un muy buen trabajo como Jefe de Logística en una empresa manufacturera con varias plantas fabriles en el interior, una de ellas en el Parque Industrial de San Luis.
Por cuestiones laborales me tocaba viajar una semana o menos cada mes y medio o dos. Yo detestaba esos viajes, eran de lo más aburridos y cansadores; pero más los odiaba mi esposa: ella estaba convencida que cada viaje de esos le costaba un par cuernos, lo que a mí me daba muchísima bronca porque juro que lo único que hacía estando allí era levantarme a las 6 de la mañana, trabajar como un preso 12 horas, volver al hotel, darme una ducha, mirar un poco de tele, organizar el día siguiente, cenar e irme a dormir… Actividad rutinaria como pocas… Apenas llegué a conocer la plaza de la ciudad cuando con un par de compañeros de trabajo fuimos una tarde a tomar unas cervezas.
Alguna vez el viaje se hacía más entretenido porque me tocaba viajar con alguien que me acompañaba, generalmente el Gerente Industrial, un tipo bastante mayor que yo, muy serio pero agradable para conversar, con quien podíamos llegar a compartir una que otra cena o desayuno, y nada más.
En determinado momento la fábrica comenzó a expandirse, a crecer en niveles de producción duplicando los turnos de trabajo, al punto que el abastecimiento desde Buenos Aires empezó a complicarse y se decidió iniciar la búsqueda de proveedores radicados en San Luis. Fue así que se organizó un nuevo viaje, esta vez con actividades laborales muy diferentes a las habituales, más largo –estimamos conveniente iniciarlo un lunes para volver el viernes subsiguiente, casi dos semanas- y como el objetivo era la búsqueda de proveedores locales, mi acompañante esta vez era la Jefa de Compras, Gloria. Se decidió también que para poder movernos mejor por la provincia, el Jefe de Planta de allá se ocupe de alquilar un auto a mi nombre.
Primer problema: ¿Cómo decirle a mi mujer que me rajaba más de diez días, con una mina, alojados en un 5 estrellas y que me creyera que me iba a laburar? Quilombo en puerta.
En el laburo podía haber aducido que por algún problema familiar no podía ausentarme tanto tiempo de casa, o inventar alguna mentira salvadora para que alguien me reemplace; pero no, con la frente bien alta y la conciencia tranquila decidí seguir adelante y enfrentar lo que se viniera. No tenía más intenciones que seguir cumpliendo objetivos para ganarme el bono anual que ese año era una semana en Cancún con todo pago más un aguinaldo completo. Esto a lo mejor aflojaría tensiones en casa.
Por otro lado, convengamos que mi compañera de viaje estaba lejos de parecerse a Sofía Loren en sus mejores tiempos y mucho menos era una mina charlatana con la que te podés cagar de risa un rato largo. Con Gloria apenas nos conocíamos más allá de la relación laboral. Sólo conversábamos algo por algún problema de abastecimiento o en las reuniones operativas, que por cierto eran muy frecuentes.
Gloria no era ninguna pendeja, me llevaba calculo que cerca de unos 10 años, andaría por los 35, o 40 quizás… Medio petiza, delgada, melena corta siempre muy prolija, casi sin tetas, pero con el culo más grande, duro y deseado que haya visto en mi vida. Nunca la vimos en pollera, jamás le conocimos algo de piel que no fuera la de su cara o sus manos; parecía que vestía de uniforme: siempre de pantalones negros muy ajustados, botas de cuero, camisa blanca de mangas largas y eventualmente algún sweater amplio y liviano. Usaba un par de anillos, siempre los mismos, no ostentaba aros despampanantes ni joyas deslumbrantes… Casi una señora de su casa.
Finalmente llegó el día de nuestra partida. Un lunes de julio, calculo que el julio más frío de la década, a las 6 y cuarto de la mañana nos encontramos en el hall de Aeroparque para hacer el check-in y despachar nuestro equipaje. Mientras esperábamos que se hiciera la hora de partida del vuelo tomamos un café en la confitería de pre-embarque.
Cuando hago estos viajes dejo de lado los trajes y toda ropa informal, sobre todo porque allí no la necesito y más que nada para que no se arruine en la valija. Así es que esa mañana estaba de mocasines con uno de los dos jeans que llevaba, una camisa, un sweater en “V” y obviamente mi campera más abrigada.
“Qué raro se te ve así vestido” dijo rompiendo el hielo.
Me miré como dándole poca importancia al comentario. “Sin embargo, vos estás siempre igual”, ironicé.
“Si, lo sé. Vamos a tener tiempo así que seguro se dará la oportunidad para contarte”.
“Empezá cuando quieras”.
“No ahora. Es largo… No es el momento”.
Su cara se puso triste. Se hizo un casi interminable silencio.
Mientras fue a comprar el diario y algunas revistas, pagué la cuenta y pensaba en todos los quilombos que me había generado este viaje en casa con mi mujer y pensar que estaba con alguien con quien apenas iba a poder conversar…
Embarcamos, hicimos el vuelo sin mucho para el anecdotario, llegamos a San Luis donde nos esperaba un empleado con el auto y tres grados bajo cero de temperatura, pasamos por el hotel para registrarnos y dejar el equipaje, y sin más nos fuimos a la fábrica.
Allí nos habían acondicionado una oficina con un escritorio grande para trabajar y una mesa con varias sillas por si teníamos que armar alguna reunión con alguien.
Después de las presentaciones de rigor, las preguntas sobre el vuelo y los obvios comentarios referidos al frio extraordinario, nos pusimos a trabajar armando la agenda para los próximos días. Dedicamos la tarde a hacer los llamados necesarios para coordinar las reuniones. Cuando ya teníamos la cosa medianamente cocinada, a media tarde decidimos abandonar la oficina para ir a descansar un rato. Llegamos al hotel y quedamos en encontrarnos en el restaurante a las 8 y media. Pedí las llaves y subimos.
“Tenía razón Javier –su gerente-, sos inteligente y muy práctico. Me gusta trabajar con vos” me dijo cuando salimos del ascensor antes de despedirse poniéndome una mano en el hombro.
“Vos también… Uy, tengo las llaves de la 506 y la 510, ¿cuál es la tuya?”
“No sé, no importa, deben ser iguales. Pero si querés vení y elegís”
“No, cualquiera está bien”
Ella tomó la 506 y cerró la puerta con un “hasta luego” mientras yo seguía por el pasillo hasta la 510.
Apenas cierro mi puerta suena el teléfono. Era ella.
“Parece que repartimos bien las habitaciones: aquí está mi equipaje y en mi frigo bar encontré una botella de Tía María, mi preferido!”
“Seguro! Acá estoy viendo una de J&B… Como si nos conocieran!”
“Jaja! Nos vemos luego!”
“Hasta luego!”
Lo que siguió no es mayormente trascendente, me pegué una buena ducha caliente, hice una siesta, cenamos, y los tres o cuatro días siguientes, rutina: auto, ruta, mate, reuniones, café, agendas, cenas, desayunos, un par de llamados telefónicos a Buenos Aires para tranquilizar a la familia, alguna paja y algo de fútbol a la noche por TV, sin más… Con muchísimo trabajo y cada día mejor onda entre ambos.
El sábado a la mañana, mientras desayunábamos, y ya que íbamos a tener el fin de semana libre y teníamos el auto, le propongo salir para Buenos Aires, pasar el fin de semana con los nuestros y volver el lunes a la madrugada.
“Como quieras, pero a mi no me espera nadie allá, así que me quedo. Además acordate que el lunes a primera hora nos espera la gente de PlastiSan, pero no te preocupes en llegar muy temprano, yo me ocupo…”
Me puso mal escuchar eso de que nadie la esperaba. Era la primera vez que me confesaba algo íntimo, personal. No quise mostrar preocupación e inmediatamente saqué un Plan B.
“No, entonces no… ¿cómo haría para manejar y cebarme mate al mismo tiempo?”
Una sonrisa cómplice arqueó sus labios. No insistió. Sentí que quería estar conmigo y esperaba que no me traicionara mi orgullo…
“Esta provincia de mierda debe tener algún lugar lindo para conocer… Vayamos a pasear”.
“Me encantó la idea” dijo apoyando sus palmas en la mesa y casi levantándose de la silla. “Preguntemos al conserje, que nos asesore, dale!”
Inmediatamente se encaminó hacia la conserjería y yo atrás. “Qué buen culo” me dije mientras miraba sus nalgas apretadas meneándose al ritmo de sus pasos.
El conserje nos recomendó algunos pocos lugares aduciendo que con el frío no había mucho para recorrer y recordándonos que el hotel tiene un muy buen gimnasio y pileta climatizada con jacuzzi. A los dos nos gustó esta alternativa salvo que no teníamos ropa para ello. Así es que decidimos cargar el termo, subir al auto, recorrer los alrededores de la ciudad: El Trapiche, Potrero de los Funes, comer allí algo liviano y volver a la ciudad a comprar algo de ropa.
Ella necesitaba fundamentalmente un traje de baño y algún jogging para hacer gimnasia, yo con un pantaloncito y un buzo me arreglaba, así que paramos en la primera casa de deportes que encontramos. Hicimos nuestras compras, volvimos al hotel para cambiarnos de ropa y nos encontramos en el gimnasio.
Cuando bajé ella estaba trotando en la cinta, de espaldas a la puerta y de frente a un gran espejo por el que me vio entrar y me saludó agitando una mano. Yo no podía creer lo que estaba viendo… Ella tenía una vincha blanca que le sujetaba el cabello, una toalla en el cuello, una musculosa blanca muy ajustada y unas calzas negras tan apretadas que la costura le separaba los cantos del culo y se metía en su vagina denotando dos labios muy carnosos.
No quería que por el espejo descubriera mi cara de morbo así que dirigí la vista a la cinta a su lado y me puse a caminar. Poco tiempo pasó para que bajara, secara la traspiración de su cara y dejara la toalla sobre la baranda de la cinta y se acomodara en una de esas máquinas donde uno se sienta sobre una especie de banco con las piernas abiertas trabando los pies en algo parecido a unos estribos y arriba de la cabeza hay una barra de la que cuelgan unas sogas con pesas para subir y bajar…
En esa posición, abierta de piernas y con la concha apuntando al espejo, con los brazos en alto casi colgada de esa barra, descubrí finalmente lo diminuto de sus pechos y la belleza de sus pezones que marcaban un suave relieve en su musculosa blanca. Su torso se iba achicando a medida que llegaba a la cintura y bajando volvía a ensancharse para darle lugar a unas caderas de ensueño.
Así fuimos pasando de una a otra máquina; en un momento, acostada sobre una colchoneta me pidió que le sostuviera los tobillos para poder hacer unos abdominales y pude notar la dureza de su vientre bien marcado con un ombligo perfectamente redondo. No sé si no se daba cuenta o se hacía la mejor de las boludas, pero debo reconocer que a esa altura yo ya estaba más que caliente… “Qué buena está esta madurita… ¿quién se la comerá?” se preguntaban todos los ratones que roían mi cabeza mientras sostenía sus pantorrillas…
Ya habíamos pasado un par horas en el gimnasio así que mintiendo cansancio me saqué la remera y quedándome solo con el short me metí en el jacuzzi.
“No te vayas, esperame” me dijo de lejos. Tomó su bolso, entró en uno de los vestuarios y salió para meterse conmigo en la pileta. Tenía puesta una malla de baño de competición, de esas de lycra, muy finita y ceñida al cuerpo. Claro, era lo único que se podía conseguir en la tienda de deportes pero que ella lucía hasta con orgullo te diría.
Era la primera vez que pude ver sus piernas desnudas. Entre los vagos de la oficina siempre discutíamos pelotudamente como en mesa de café si usaba siempre pantalones ajustados para disimular la celulitis o para tapar las várices o cualquier otra pelotudez como que no se depilaba, digna de calentones que si no podemos coger una mina enseguida le encontramos bigotes… Pero nada de eso. ¿Qué te puedo decir? ¡Musculosas y macizas como el algarrobo eran esas piernas! Felizmente –y digo felizmente porque creo que en cualquier momento me ponía al palo- entró en la piscina, se sentó en un escalón y en el agua tibia, los chorros y las burbujas no permitían que se le viera más que del cuello para arriba. Rezaba, aunque sabía que podría suceder, para que no me rozara ni me insinuara algo con doble sentido porque ahí mismo me la culeaba y terminaba en un calabozo.
Por suerte mantuve mi libertad porque no pasó nada de esto y mientras ella prefería ir a nadar un rato, yo opté por irme a mi habitación a descansar un rato, darme una buena ducha y fundamentalmente, sin que ella lo sospechara, echarme una flor de paja en su honor.
Previamente, como siempre, acordamos en encontrarnos a las 9 para cenar.
Me entretuve con un Racing-Lanús tirado en la cama bien acompañado por mi amigo escocés con hielo y se me hizo tarde. Bajé casi una hora después de lo que habíamos quedado. Me esperaba en la barra del bar con su culo apenas apoyado sobre un taburete, su mano derecha sostenía un gran copón ya casi vacío mientras su izquierda descansaba sobre su pierna.
Un parroquiano sentado a una mesa detrás de ella no hacía más que relojear de reojo su culo mientras pasaba distraídamente las hojas del Olé. No me pregunten por qué, seguramente para joder a ese buen hombre, me ubiqué de tal modo que le tapara la visual; ella debió darse vuelta con un movimiento que inadvertidamente abrió apenas su blusa y me permitió ver que no llevaba sostén.
“Cómo tardaste…”
“Si, disculpame, me tiré un rato a ver la tele y se me pasó la hora… ¿Qué estás tomando?”
“Un vinito… bah, dos, tuve tiempo mientras te esperaba…”
“Charly!” -llamo al barman- “Servile otra copa y a mi traeme un escocés con hielo. Gracias”
“No, pará! Voy a terminar borracha…”
“No importa. Mañana podés dormir hasta cualquier hora…”
Estuvimos un rato mientras tomábamos nuestras bebidas hablando de mil huevadas, del día que habíamos pasado juntos, de lo aburrido que deberá ser vivir en esa ciudad, del frio cada vez más insoportable… Cada vez que se estiraba para tomar la copa se le abría un poco el escote mostrando algo más de sus pechos. Y se notaba el efecto del alcohol en sus movimientos, cualquier chiste insípido le arrancaba una carcajada, cada asentimiento o comentario de su parte venía acompañado de una tomada de brazo o caricia en el hombro, como cuando estás conversando con alguien muy pesado que para enfatizar sus frases te agarra el brazo, ¿viste? Pero en este caso no me resultaba nada cargoso…
Por el rabillo del ojo veo que el mirón de atrás mío se levanta para irse no sin antes, al pasar a su lado, estirar el cogote para mirarle las tetas desnudas por sobre su blusa. Me muerdo los labios y con un instinto casi paternal le señalo mi pecho moviendo el índice hacia arriba y abajo al tiempo que con el mentón apuntaba al suyo haciéndole notar que estaba semidesnudo. Bajó la vista, comprendió la situación e inmediatamente hizo un brusco movimiento con su mano para abrocharse, movimiento que hizo que perdiera un poco el equilibrio y para evitar la caída apoyara su mano derecha sobre mi pierna con el arco que forman el dedo pulgar y el índice de una mano abierta dibujando el contorno de mi ingle… Un intenso color bermellón tiñó sus mejillas y retiró rápidamente la mano.
“Perdón…” me dijo aún sonrojada “Evidentemente estoy un poco ebria, no acostumbro a tomar tanto, y menos antes de comer…”
“No te hagas problemas… Si querés saber lo que es una verdadera borrachera puedo contarte alguna de mis cientos…”
“No, no, esta situación me da mucha vergüenza”
“No pasa nada, vamos a comer y de paso me contás esa larga historia que dejaste pendiente en el aeropuerto”
Así es que después de sentarnos y pedir nuestros platos, el mío acompañado de un buen malbec mendocino y el suyo de un zonzo jugo de naranjas, tras algunos comentarios graciosos por la situación etílica me cuenta aquella historia…
La voy a hacer corta. Calculo que por el pedo que tenía confesó su edad, 42 cumpliría en un par de meses, y que en su último año de facultad se enamoró perdidamente de un compañero de estudios. Tan enamorados estaban que un par de años después de egresar decidieron casarse. Pero el destino quiso que un mes antes de la boda este chico tuviera un accidente con su moto y al llevarse puesto su cabeza sin casco el acoplado de un camión se matara instantáneamente. Desde entonces decidió llevar un semiluto y por eso lo de los pantalones negros. Mientras hacía su relato no la interrumpí en absoluto, pero inmediatamente al terminar traté de volver a la situación previa, que era mucho más agradable.
“Gloria, pasaron más de diez años… Casi perdiste los mejores años de juventud por un inconsciente que iba en moto sin casco… Me parece que ya deberías darle un corte…”
“Si, lo sé; lo intenté varias veces pero no pude, hasta hice terapia pero no me ayudó. No sé… quizás algún día conozca a alguien que me haga olvidar de aquello…”
Ella siguió la frase pero mis pensamientos no me dejaban escucharla. Momentos como estos son en los que me arrepiento de haber tomado dos whiskies, una botella de vino y no poder hilvanar una frase canchera… “Mañana más fresco salgo otra vez al ruedo” pensé. Lo que más quería en ese momento era irme a la habitación a acostarme mirando el canal Venus…
“… inteligente, joven, práctico, ¿no?” culminó su frase.
“Ahá..” respondí sin saber a qué, pero era la segunda vez que escuchaba de ella ‘inteligente y práctico’, dos cualidades que antes ya había destacado de mi…
“¿Tomás café’” le pregunté.
“No, gracias, me va a quitar el sueño y estoy a punto caramelo para dormir…”
“Si, a punto caramelo…”
Pedí el ticket, lo firmé y nos fuimos a nuestras habitaciones. Al llegar a su puerta me dio un fuerte abrazo con un largo beso en la mejilla.
“Mañana seguimos, ¿si?”
“Claro!” me entusiasmé.
“Gracias…”
“Que descanses.”
Y aunque no quería irme, quería entrar con ella, me fui rápidamente a mi habitación.
Hacía mucho frio así que puse la calefacción al máximo, me saqué toda la ropa y me puse una bata, de esas de toalla que te dan en los hoteles pitucos, me serví un buen whisky, prendí la tele y me tiré en un sillón control remoto en mano. En el cable estaban pasando un recital de Tony Bennett así que no cambié de canal. Con una mano sostenía el vaso mientras que con la otra me amasaba el ganso pensando en el maravilloso culo de Gloria.
Habrían pasado unos veinte o treinta minutos cuando suena el teléfono.
“Si?”
“Hola, no estabas durmiendo, no?” pregunta Gloria, medio como tartamudeando.
“No, no, qué pasa?”
“No quiero que lo tomes a mal ni pienses cualquier cosa, pero, ¿querés venir?” –en su hablar, era inocultable su estado de ebriedad-.
“¡Voy!”
Así como estaba, en bata y descalzo, agarré la botella de J&B por el cogote y fui a su habitación. Golpeé la puerta que estaba apenas entornada:
“Pasá, está abierto”
Al abrir la puerta llamó mi atención la iluminación del cuarto: había colocado sobre la pantalla de la lámpara de pie un enorme pañuelo que atenuaba la iluminación. Entré cerrando la puerta tras de mi y al avanzar la encuentro a ella sobre el sillón, ya muy borracha, cruzada de piernas, vestida solamente con un conjunto de ropa interior negro transparente muy provocador.
Inmediatamente se pone de pie, cruza sus brazos por mi cuello y me susurra al oído poniendo acento hispano:
“Esta noche quiero ser tu puta, la más puta de todas las putas…”
Le di un beso en la boca metiéndole la lengua hasta donde llegaba, lo mismo ella. Mientras la besaba bajé mi mano hasta apoyarla sobre su culo y comencé a acariciarlo. Era muy suave y se sentía caliente. Entonces me dio un pequeño empujón que me dejó sentado al borde de la cama, me dio la espalda, arqueó apenas la cintura y poniendo el culo a centímetros de mi cara me dijo:
“¿Te gusta? Está de estreno para vos…”
Yo no podía creer lo que me estaba pasando.
Tomé los elásticos de la cintura y suavemente le bajé la bombacha hasta los tobillos. Con un rápido movimiento la pateó alejándola y sin más separó apenas las piernas y se agachó hasta casi tocar las rodillas con su cara. Deslicé mi mano por su concha sintiéndola muy húmeda. Su vello púbico estaba perfectamente recortado y eso me calentaba mucho.
Comencé a besarle la vulva con mucha saliva mientras le acariciaba los muslos, y de tanto en tanto le separaba los cantos para pasar mi lengua muy húmeda por su ano. Cuando esto sucedía ella vibraba demostrándome que la calentaba mucho.
Mi pija estaba a punto explotar cuando se dio vuelta, se arrodilló entre mis piernas al tiempo que se quitaba el corpiño, abrió mi bata y puso toda la poronga en su boca, provocándose arcadas. De un salto se apartó, se levantó y corrió hacia el baño. Escuché a ella vomitar, la descarga del inodoro, y el chorro de agua que corría por el lavatorio un rato largo.
Al fin volvió; envuelta en un toallón se sentó en un borde de la cama lejano a mí y casi entre sollozos me pedía perdón, que la disculpara por lo que había hecho, que era su primer borrachera en muchos años y que por supuesto de esto no debía enterarse absolutamente nadie. Todo esto antes de pedirme que me vaya.
- ¿Y si te dijera que en vez de vos pedirme perdón yo debería darte las gracias? Esto lo estamos necesitando los dos… - y me interrumpe:
- Antes que entraras me masturbé pensando en vos.
- Y desde que estamos acá yo ya lo hice dos veces por vos- confesé.
Soltó una carcajada al mismo tiempo que se quitaba la toalla. Me acerqué a ella, le acaricié las tetas y le dí un muy buen beso en la boca, que respondió sin titubeos acariciándome la pija.
Se puso en cuatro patas sobre la cama y empezó a chupármela insaciablemente. Mientras, comencé a pellizcarle los pezones, ya muy erectos y le tocaba y penetraba su vagina con mis dedos índice y mayor, provocando en ella pequeños gemidos que en pocos minutos culminaron en una brutal acabada con un grito de placer que nunca hubiera imaginado.
Se tumbó boca abajo y mirándome por el rabillo del ojo me dijo:
- Acá comienza tu momento de gloria –me decía mientras se acariciaba el ano-. Quiero toda tu pija adentro.
A pesar de que mi pene estaba lo más erecto que se podía y muy mojado por su saliva, y que su hermoso y preciadísimo culo estaba también muy húmedo por la corrida de sus jugos orgásmicos vaginales, confieso que la penetración no fue fácil, costó mucho tiempo, pero la conseguimos.
Ella ya no gemía, aullaba en esa mezcla de placer con dolor, mientras con sus movimientos de cadera acompañaba los míos. Se excitaba sobremanera cuando mis huevos se apoyaban sobre su clítoris en ese ir y venir, al punto que tuvo un nuevo orgasmo, apenas un momento antes que el mío, en el que acabé una abundante cantidad de semen caliente en su interior.
- No pares. Seguí cogiéndome la concha por detrás… Estoy a punto de tener otro orgasmo…
Se acomodó apoyando su pecho y rodillas en las sábanas levantando bien alto el culo y yo parado atrás la penetré en su inundada concha, bombeando incansablemente…
- Voy a acabar –le digo-. Quiero acabar en tus tetas…
- No, me la quiero tomar toda…
Así fue que la puse en su boca y mientras me masturbaba con sus labios acabé, esta vez menos, en su lengua. Me mostró el polvazo en su boca, cerró los labios, y como quien come una ostra jugosa se tragó todo con sumo placer.
El resto fue un pequeño descanso y tras ponernos nuevamente nuestras batas nos fuimos a mi habitación ya que en su cama se hacía difícil dormir por lo mojada que estaba.
Allí nos dimos una ducha juntos, nos acariciamos mucho bajo el agua, nos enjabonamos mutuamente, nos besamos mucho, hasta que finalmente una vez secos y tras habernos tomado otro whisky yo y una Coca ella, nos acostamos desnudos a dormir…
9 comentarios - Gloria -historia real-
gracias
🤤
Sos un detallista de puta madre. Felictaciones