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Siete por siete (67): Mi cita con Pamela




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Compendio I


Este debió ser uno de los días de enamorados más extraños.
Acordamos escribir por separado. Originalmente yo quería contar sobre Lucia, pero Marisol quería que escribiera sobre la cita al cine que tuve con Pamela.
Acepté su petición, siempre y cuando ella escribiera sobre hoy e hicimos una competencia para ver quien termina primero.
Está de mejor humor y fue un día bueno. Me gusta verla animosa y también extraño a Pamela, así que voy a cumplir mi palabra.
El jueves pasado quise invitar a Pamela al cine.
Marisol quería que Pamela no se preocupara, por lo que organizó un viaje a la playa junto con Lucia, Celeste y las pequeñas a la playa, ocupando mi camioneta.
Por este motivo, Pamela y yo tomamos un bus.
Parecíamos estudiantes universitarios, en una cita y ella lucía divina.
Usaba una camiseta con cuello V blanca, que destacaban sus tentativos pechos; una minifalda, zapatos de tacón y una boina de color negro, que le hacían ver elegante y sensual.
Además, iba maquillada con brillo labial (que volvían sus labios irresistibles), sombra en los parpados y bien perfumada.
“¡No era necesario que te arreglaras tanto!” le dije, ya que yo solo usaba Jeans, una camisa blanca y sandalias.
“¡No jodas!” respondió, con molestia. “Cuando salgo en citas, me gusta verme bien.”
El viaje tardó unos 20 minutos, en donde nos fuimos sentados. Pensé que iría mirando el paisaje, pero se fue abrazada bajo mi hombro, como si tuviese sueño.
“¡Tenéis un olorcillo raro!” me dijo al bajarnos en Semaphore. “¡Me hacéis sentir tranquila!”
Era la primera vez que iba a un cine australiano. Fue un poquito decepcionante, porque la misma cadena de cines estaba en mi país, así que no era la gran diferencia.
Y empezamos a ver la cartelera.
Marisol y ella quieren ver la misma película…
“¡Aun no se estrena!” le expliqué.
“¡Pero Marco!...” Trataba de convencerme. “¡Está basada en un libro!”
“¡No me importa si fue el más vendido el 2011 o no!” le respondí bien molesto. “Yo no creo en romances sadomasoquistas…”
Refunfuñó un rato, pero aceptó. En el fondo, la gracia era ver algo que ambos disfrutáramos.
Yo quería ver una de un robot gigante, pero ella se puso como una fiera. Al final, escogió una de humor político, que había causado revuelo en Norteamérica.
Pagué las entradas y nos sentamos en el centro del teatro. No había muchas personas viéndola y al poco rato, estaba aburrido.
La trama no me gustó. Además había con suerte unas 4 o 5 parejas esparcidas en el salón.
Aprovechando la oscuridad, empecé a juguetear con ella.
“¡No seas guarro, Marco! ¡Saca la mano!” protestó ella, mientras acariciaba sus muslos.
“Estoy aburrido, Pamela… ” Le susurré.
“¿Y por eso pensáis que os voy a chupar ahora?”
Lo pensé un minuto.
“¿Y si te chupo yo?” pregunté.
Ella se sorprendió y trató de mirarme, pero el brillo de la pantalla escondió su cara.
“¿Qué carajos dices?... ¿Cómo vas a chuparme tú?...” preguntó, con una voz nerviosa e intrigada.
La idea no le desagradaba.
“Es que la historia me aburre… y tú la estás disfrutando… ¿Déjame chupar?... ¡Por favor!...” le supliqué, hurgueteando entre sus piernas.
Ella trataba de mantenerlas cerradas, pero soy insistente y convincente.
“¡Esta bien, tío!” aceptó ella, cuando ya estaba medio jugosa. “Pero solo un rato…”
Le levanté la minifalda y ya olía deliciosamente. En una combinación de tanteo con mis dedos y con mi lengua, logré dar con el objetivo.
“¡Carajos, Marco!... ¡Sois muy guarro!...” exclamó levemente al sentir mi lengua.
Entretanto escuchaba la sosa trama, yo seguía probando el interior de Pamela, quien se sacudía con mi lengua.
De a poco, se fue “achicando” del asiento, para favorecer mis lamidas, mientras me sujetaba con mis manos.
Luego de un rato de esfuerzo (porque el espacio era demasiado angosto), logré sentarme en el suelo, entremedio de las piernas de Pamela, para comerla con mayor libertad.
“¡Marco, no vayas a parar!... ¡No vayas a parar!...” me susurraba, suspirando intensamente, mientras me enterraba la cara con sus manos.
Después que se corriera unas 4 o 5 veces en mi boca y quedara completamente agitada, limpie mi cara y volví al asiento.
“¡Tío, sois un peligro hasta en el cine!” afirmó, recuperando el aire.
Llegué a la parte donde entrevistan al dictador, pero ya me había perdido más de la mitad de la película entre las piernas de Pamela.
“¿Te molestaría si ahora te como los pechos?” le pregunté.
“¡Tío, sois insaciable!” respondió ella.
Levante su camiseta, hasta descubrir uno de sus pechos perfectos. Ni siquiera se había puesto sostén.
“¡También eres algo guarrilla!” le dije, al descubrir su secreto.
“¡Ya me lo esperaba de ti!” respondió ella, con mucha satisfacción.
Se quejaba bien despacio, mientras que con una mano acariciaba su otro pecho y con la otra, se la metía en la entrepierna.
Ella suspiraba intensamente…
“¡Marco!... ¡Ahhh!... ¡Marco!... ¡Parad, tío!... ¡Ahhh!... ¡Me voy a mojar entera… y la peli está terminando…!” me pedía ella, pero su rajita seguía succionando mis dedos.
Cuando encendieron las luces, ya estaba más arreglada.
Pero se notaba por la forma de caminar que estaba incomoda por su ropa interior mojada.
Además, casi olvida su boina.
Y yo estaba caliente, al igual que ella. Pensamos en los baños del cine, pero había demasiada gente y cuando salimos del teatro, no había motel a la vista.
Tampoco queríamos hacerlo en la casa, porque Marisol y su familia podrían sorprendernos.
Así fue que nos decidimos por un estacionamiento para autos, relativamente lleno. Nos escabullimos por los recovecos, hasta ubicarnos detrás de un furgón blanco, como los que usan para entregas, para desahogarnos.
“¡Pobrecito, tío! ¡Estabais ardiendo!” dijo ella, desnudando mi delantera y metiéndosela deliciosamente entre los labios.
Chupaba con ansias. Al parecer, mis caricias en el cine le habían puesto de ganas.
“¡Pamela, te la quiero meter!” le dije, cuando sentía que mi verga se derretía en sus labios.
Ella sonrió.
“¡Me encanta que seáis tan guarro!”
La apoyé en la pared, ingresando por su estrecho canal. Debí haberme visto patético con los pantalones abajo. Pero poco me importaba si se lo estaba enterrando a una diosa.
Se afirmaba a mis hombros, envolviéndome con sus piernas, para dejarme llevar el ritmo de las embestidas.
“¡Tío!... ¡ahhh!... ¡Tío!...” repetía una y otra vez su deliciosa muletilla. “Cada vez que la metes… ¡ahhh!... me haces ver estrellitas…”
Yo acariciaba sus pechos, por debajo de su camiseta y ella se entregaba besándome fogosamente.
Cuando empecé a menearme con mayor intensidad, ella mordía mi hombro, para acallar sus gemidos.
“¡Marco!... ¡Vas a partirme!... ¡Vas a partirme!... ¡Carajos!...” me avisó, cuando yo bordeaba el clímax.
Descargué mis jugos en ella, enterrando mi lengua en sus labios y sumergiéndonos en una atmosfera ardiente y desenfrenada.
“¡Tío!...” suspiraba ella, con una mirada hermosísima. Como si deseara más. “Aun sigues duro…”
No necesité mucho convencimiento. Total, era temprano y la película duró algo más de una hora.
Luego de otra media hora de caricias y embestidas, quedamos exhaustos y satisfechos.
“¡Te corres tanto, tío!” exclamó ella, afirmándose a mi pecho con ternura, mientras esperábamos que me devolviera la libertad. “Cualquier día de estos, nos vas a dejar preñada a Mari o a mí…”
“¡No sería malo!” le respondí.
Ella se puso roja.
“¡No jodas con eso, Marco!” protestó, intentando desechar la idea. “Igual quiero terminar la universidad…”
Pero al verla tan avergonzada, quise seguir molestándola.
“¡No estoy diciendo que sea ahora!” le dije. “Yo podría esperar un par de años, para que termines los estudios y te vengas a vivir con nosotros…”
Ella sonrío como traviesa.
“¿Como si viviéramos en un harem?” preguntó, desafiándome.
Me dejó sin palabras… temporalmente.
“No, porque yo te amo igual que a Marisol.”
Con decir eso, se quedó callada por el resto de la tarde.
En el trayecto de regreso, el aroma a sexo se hacía levemente más fuerte y cuando llegamos, mi ruiseñor ya le había dado el pecho de la tarde.
“¿Y cómo te fue, prima?” preguntó Marisol, completamente dichosa al ver a Pamela tan avergonzada.
“Bastante bien.” Respondió, tratando de esconderse.
Pero luego se dio vuelta y mirándome, sentenció.
“Debería ir a las pelis más a menudo…”
Al parecer, saqué el segundo lugar. Y por la carita libidinosa de mi ruiseñor, queda mucho por celebrar del día de los enamorados.


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