Acababa de cumplir 18 años y, con mi carnet de conducir recién estrenado, mi madre me dijo un sábado que la llevara en coche a ver a una tía suya que hacía años que no veía y que vivía en un pueblo a poco más de cien kilómetros.
La excusa que puso era que ella visitaba a un familiar y yo practicaba con el coche, pero yo sabía que últimamente tenía una relación tensa con mi padre, con el que discutía frecuentemente, así que cuanto menos le viera mejor.
Como todas las discusiones, de un tema se iba a otro y todo quedaba enmierdado.
Cuando veía que empezaba una discusión me iba discretamente a mi habitación dejando a los dos contendientes solos, aunque gritaban tanto que podía escucharles a través de la pared.
Entre las muchas cosas que se decían, mi padre, para molestar a mi madre, me tachaba de marica, que no hacía ni caso a las chicas, que él a mi edad ya había follado con varias y no perdía el tiempo estando solo en su habitación.
Mi madre negaba tajantemente que yo fuera homosexual, sino que era normal, y, si pasaba mucho tiempo con el ordenador en mi habitación era porque era un intelectual, y no tenía una relación enfermiza como su padre con el sexo.
La verdad es que yo no era ni mucho menos homosexual, aunque todavía no había follado con ninguna chica, y no es que no me gustaran físicamente, sino que solamente quería meterlas mano y follármelas, no escuchar sus parloteos aburridos e histéricos.
La mayoría de mi tiempo libre lo pasaba solo en mi habitación, viendo películas porno en mi ordenador mientras me masturbaba una y otra vez.
Escuchando a mis padres me di cuenta que hacía tiempo que no mantenían relaciones sexuales, ya que mi madre se había negado en redondo a hacerlo para castigar a mi padre por sus discusiones.
Era una verdadera lástima que no mantuvieran relaciones, porque me encantaba espiar a mi madre mientras follaban, incluso más de una vez me masturbaba mientras lo veía. Era como una película porno en la que mi madre era la protagonista.
Ella, aunque acababa de cumplir 40 años, tenía un cuerpo fantástico de casi un metro setenta de estatura, con tetas enormes y erguidas, piernas largas y torneadas, rostro hermoso y simétrico con labios carnosos y sensuales, y un culo redondo y firme.
Siempre que me masturbo recuerdo su culo, cómo sube y baja mientras folla con mi padre, como desaparece y aparece una y otra vez la verga de mi padre dentro de su sexo, como, al agacharse, puedo ver la forma perfectamente redondeada de sus nalgas, y, como éstas al abrirse, me dejan ver su agujero blanco e inmaculado.
Pues bien, aquel sábado poco después de comer me fui con mi madre en coche a visitar a la tía de mi madre.
Como era noviembre, pensaba que no íbamos a ir a verla ya que anochecía muy rápido, pero mi madre se empeñó.
Me dijo que me pusiera el traje y una corbata que solamente utilizaba para bodas, bautizos y funerales, pero mi madre quería que su tía tuviera una buena impresión de mí, ya que no la había visto nunca.
Ella también se vistió más elegante de lo habitual, con chaqueta y falda a juego, medias negras y zapatos también negros de tacón, además de un abrigo de piel.
En el trayecto tenía un ojo en la carretera y el otro en las piernas de mi madre, que, con los movimientos del coche, se le subía cada vez más la falda, dejándome ver casi hasta las bragas.
Aunque la tía no vivía lejos, dada mi falta de experiencia conduciendo, tardamos más de dos horas en llegar a la casa de la tía, y, cuando lo hicimos, ya era de noche.
La mujer no tendría más de setenta años y vivía sola, aunque una de sus hijas vivía cerca. Se alegró de vernos y tomamos café y pastas con ella. Por suerte, su hijo no estaba en el pueblo y no pudimos ir a visitarle ya que en general las visitas me resultaban sumamente aburridas y mi único deseo era volver a mi habitación para ver películas porno y cascármela.
No estuvimos en casa de la tía-abuela más de dos horas, volviendo a coger el coche de vuelta a casa.
No habíamos recorrido ni la mitad del camino cuando mi madre me dijo que era peligroso conducir de noche por lo que pasaríamos la noche en un pequeño motel de carretera del que se veían las luces.
No me hacía ninguna gracia no ver esa noche ninguna película porno en mi ordenador, pero mi madre se mostró inflexible: Tenía poca experiencia y era peligroso conducir de noche.
Mientras yo aparcaba ella fue a recepción a reservar una habitación.
Al entrar en recepción, ella me estaba esperando, ya tenía la llave y nos dirigimos a nuestra habitación.
El conserje, un hombre musculoso de unos treinta y pocos años, me miró extrañamente sonriente y no quitó su vista del culo de mi madre mientras nos alejábamos por el pasillo.
Le escuchamos decirnos:
¡Que disfruten!
Nuestra habitación estaba en el primer y último piso, al final del pasillo.
La habitación no estaba nada mal, con moqueta, televisión, y ¡una sola cama de matrimonio!
Como no veía por ninguna otra parte la otra cama, pregunté atónito a mi madre:
Falta una cama. ¿Dónde está?
Era la única habitación que estaba libre. Además podemos dormir juntos una sola noche como cuando eras pequeño.
Me dijo, sin ni si quiera mirarme, mientras subía al máximo la calefacción.
Me extrañó que fuera la única habitación libre, ya que en el aparcamiento había solamente un par de coches aparcados.
Ayúdame a quitarme el abrigo.
Nunca me lo pedía, pero la obedecí, y quitándoselo, lo colgué en una percha del armario, como ella me indicó.
También me quité la chaqueta y la corbata, ya que hacía bastante calor en la habitación, colgándolo en otra percha del armario.
Ella a su vez, se quitó la chaqueta y la camisa, colgándolas también al lado mío en el armario. Luego le tocó el turno a su falda que se la bajó por los pies para colgarla también en el armario.
Atónito me quedé viendo a mi madre solo con bragas, sostén, medias y zapatos de tacón, todo negro.
¡Estaba buenísima!
Sus tetazas rebosaban el pequeño sostén negro que las cubría, emergiendo parte de los pezones por arriba, y sus pequeñas braguitas negras apenas cubrían su prieto y respingón culo que amenazaba con reventarlas.
Mi verga se disparó hacia arriba, intentando romper el pantalón.
Mi madre, moviéndose por la habitación, me dijo, sin mirarme:
Venga, quítate la ropa, que hace calor y mañana tenemos que ir con la misma ropa.
Sin dejar de mirarla a hurtadillas el culo y las tetas, la obedecí, quitándome la camisa y colgándola en el armario. Luego me senté a los pies de la cama para quitarme los zapatos
Mi madre se acercó a la televisión para cambiar los canales y, colocándose de espaldas a mí, se agacho, poniendo su culo a la altura de mi cara, a pocos centímetros de ella.
Anonadado, mis ojos se clavaron en su culo blanco, apenas cubierto por las braguitas negras casi transparentes, que dejaban ver las dos nalgas separadas, la raja en medio y su vulva.
Ni una pizca de celulitis, manchas o bultos, solo carne de primera.
Estuvo casi un minuto cambiando canales mientras mis ojos recorrían su culo sin perderme un solo detalle.
Eligiendo uno de música suave, se fue al baño, dejándome sentado con la polla apuntando hacia el techo.
Volvió a enseñarme su culo al agacharse a colocar el tapón al baño y abrir el grifo para llenarlo, vertiendo gel en el agua.
Solo con el calzoncillo puesto, me levanté de la cama para colocar mi ropa en el armario, pero a mis espaldas mi madre se sentó en la cama para quitarse los zapatos.
Me demoré colocando la ropa mientras a hurtadillas, a través del espejo del armario, no paraba de mirarla las piernas, las tetas, todo, mientras se quitaba tranquila y sosegadamente los zapatos de tacón.
Nada más quitárselos, me dijo con una voz muy dulce:
Ven, ayúdame a quitarme las medias.
Me quedé paralizado, sin atrever a girarme dada la enorme erección que tenía.
Ven, ayúdame a quitármelas.
Expectante, me giré hacia ella, tapando con una de mis manos mi miembro erecto que levantaba mi calzón.
Ven, ponte de rodillas en el suelo entre mis piernas y vete poco a poco quitándomelas.
La obedecí y me coloqué de rodillas en el suelo entre sus piernas, tumbándose ella bocarriba sobre la cama y cerrando los ojos.
Tenía una visión increíble. Sus finas medias negras ascendían por sus hermosas y torneadas piernas hasta llegar a pocos centímetros de sus braguitas negras de encaje que tapaban justamente la entrada a su vagina, aunque su vulva podía verse a través del fino tejido.
Levanto despacio las piernas y las colocó suavemente sobre mis hombros suspirando.
Me hubiera masturbado allí mismo por el modo de cómo palpitaba mi verga, pero cerrando los ojos, intente tranquilizarme durante un rato.
La escuché decir dulcemente:
Tómate tu tiempo, no hay prisa.
Abrí los ojos, notando que mi polla ya no se estremecía, y estirando mis brazos, alcancé uno de sus muslos.
El tacto de la media era suave y podía sentir el calor de la carne que cubría.
Sin dejar de acariciarla el muslo, subí mis manos hasta la cinta de ribetes ondulados que la sujetaba la media al muslo y la solté, empezando a bajárselas poco a poco, sin dejar de acariciarla, hasta que se la quité.
Coloqué la media sobre la cama y empecé a quitarla la otra, tan despacio como antes y sin dejar de acariciarla el muslo, la pierna, el pie.
También esta segunda media fue a parar a la cama, al lado de la otra.
Tenía unas piernas largas y estilizadas, muy hermosas así como sus pies.
Esperando la respuesta de mi madre, que, con los ojos cerrados, parecía que dormía, puse cada una de mis manos sobre la parte exterior de cada uno de sus pies, y lentamente fui subiendo mis manos por toda la longitud de sus piernas, acariciándolas, llegando a sus caderas. Al llegar al elástico de sus bragas, dudé unos segundos si bajárselas, y, envalentonado, cuando metía mis dedos en el elástico para hacerlo, la escuché decirme:
Me encanta.
Pero bajó las piernas de mis hombros, y dándose la vuelta, me mostró sus glúteos prietos y respingones, gateando somnolienta como una gatita perezosa por la cama hasta tumbarse bocabajo sobre ella.
Mis ojos no se despegaron ni por un momento de sus nalgas, redondeadas y macizas, mientras gateaba a cuatro patas con su culo en pompa.
Ven, continua acariciándome.
Posando mis ojos sobre su entrepierna, dudé qué hacer si sobarla todo lo que pudiera o ir directamente a sus bragas y bajárselas para tirármela allí mismo. Quizá era la única oportunidad que tendría en toda mi vida para follarme a mi propia madre, lo que podría hacer sin dudar dado el calentón que tenía.
Pero fui prudente y opté por sobarla, a la espera de poder follármela más adelante.
Me dijo nuevamente:
Coge un bote de aceite que hay en el baño y utilízalo para darme un buen masaje.
Me levanté del suelo y, acercándome al baño, cogí el bote que me dijo y me coloqué sobre la cama, de rodillas entre sus piernas.
Abriendo el bote, me eché un poco en mis manos y las posé suavemente sobre sus pies y se los acaricié. Eran muy hermosos, pequeños y suaves al tacto.
Echando más aceite, esta vez sobre su piel, deslicé despacio mis manos por el exterior de sus piernas, alcanzando sus muslos, torneados y fuertes, suaves, sin ningún pelo, tan blancos.
Continué subiendo por su cadera y llegué al elástico de sus bragas, metiendo mis dedos y dudando otra vez si tirar de él y bajarla las bragas. Era una obsesión que me poseía: bajar las bragas a mi madre para poseerla.
Suspiró ella, posiblemente esperando que la bajara las bragas pero opté por bajar mi manos a sus glúteos y acariciarlos por encima de sus bragas.
Bordeando con mis dedos el borde de sus bragas, descendí otra vez a sus muslos, esta vez por el interior, y deslicé mis manos lentamente hasta sus pies, disfrutando de la suavidad y calor de su piel.
Me entretuve casi un minuto acariciándola los pies, y volví nuevamente a subir por el interior de sus piernas, despacio, muy despacio, pero mis ojos no dejaban de mirarla la vulva que levantaba levemente sus braguitas.
A la altura de su sexo, bordee nuevamente sus bragas hacia arriba pero esta vez si metí mis manos bajo ellas, acariciándola, sobándola las nalgas, una y otra vez, amasándolas insistentemente, incluso entre sus nalgas.
Suspirando fuertemente, me susurró:
La espalda, por favor.
Desilusionado, mis manos abandonaron sus glúteos y, vertiendo aceite en su espalda, se deslizaron por ella, la acariciaron de abajo a arriba y de fuera a adentro.
La solté el sujetador, sin escuchar ninguna queja de ella, y continué sobándola la espalda, bajándola los tirantes todo lo que pude hasta poco más arriba de sus codos.
Separándola algo los brazos del cuerpo, mis manos recorrieron sus costados, llegando hasta sus tetas que las sobé lo que pude, sin que mi madre me recriminara, pero al estar aplastadas sobre la cama no pude llegar a sus pezones por lo que volví a su espalda y de allí de nuevo a su culo.
Metí mis manos bajo sus bragas, volviendo a sobarla las nalgas, pero, como sus bragas me dificultaban el sobe, se las bajé, descubriendo su culo respingón y, en ese momento, la escuché susurrar entrecortada:
¡Quítame las bragas!
Con una erección de caballo, tiré de sus bragas hacia abajo, cerrándola de piernas, hasta que se las quité por los pies.
Las tiré sobre un sillón que estaba a unos dos metros de donde estaba y volví mi atención a sus nalgas en las que vertí una buena cantidad de aceite.
Ahora sin nada que las cubriera, la separé las piernas y la amasé los glúteos una y otra vez, separándolos, viendo su agujero blanco y prieto y lo acaricié con mis dedos llenos de aceite.
Gimió de placer y me concentré en su ano, mediante movimientos giratorios, dilatándolo poco a poco. Estaba tan cachondo que mi intención era follármela también por el culo.
Mi polla palpitaba, saliendo por encima del calzón, así que me lo bajé, dejando mi miembro erecto libre.
De sus nalgas fui a su espalda y, con la excusa de masajearla, apoyé mi cipote erecto y duro sobre sus glúteos, restregándome en ellos, sin escuchar quejarse a mi madre, solamente se incrementaron sus suspiros y gemidos.
Adelante y atrás, adelante y atrás, mi cuerpo se balanceaba adelante y atrás, adelante y atrás, sobándola la espalda, y mi verga se restregaba una y otra vez en su culo prieto, metiéndose entre sus nalgas con la intención de penetrarla, de follármela por el culo.
Sujetando mi verga con la mano, intenté penetrarla por el coño, entre vaivén y vaivén, sin conseguirlo.
Ella al notar cómo erraba, levantó el culo, poniéndolo en pompa, y, susurrando como una gatita en celo, me dijo:
¡Métemela, métemela!
Atónito, paré en mi vaivén, concentrándome en penetrarla con mi miembro erecto, y la escuché susurrarme:
¡Fóllame, fóllame!
Ahí estaba la entrada a su vagina, jugosa y húmeda, y apunté, ayudado por mi mano, para penetrarla.
Mi cipote la penetró lentamente, y mi madre, expectante, dejó de gemir y suspirar, disfrutando de cómo se la metía.
Pude ver cómo desaparecía poco a poco mi pene dentro de su vagina, mientras escuchaba como mi madre ahora suspiraba profundamente.
Sujetándola por las caderas, se las levanté de la cama y la puse de rodillas para metérselo hasta el fondo y volver poco a poco a sacárselo hasta casi dejarlo fuera y empujar nuevamente para penetrarla otra vez hasta el fondo.
Así una y otra vez, cada vez más rápido, con más energía, escuchando siempre gemir a mi madre.
¡Me estaba follando a mi madre, a mi propia madre!
Sus gemidos se convirtieron en chillidos, y mis arremetidas eran cada vez más fuertes, más rápidas, haciendo que el cabecero de la cama chocara ruidosamente, una y otra vez, con la pared.
Sentí una oleada de placer que me salía de las entrañas y eyaculé gritando dentro de mi madre.
¡El mejor orgasmo que yo recordaba! Y ¡mi primer polvo!. Y además con mi madre, con mi propia madre.
Exhausto me tumbé, disfrutando del polvo que la había echado, sobre la cama, sobre mi madre, permaneciendo abrazado a ella durante varios minutos.
Al moverse, pude llevar mi mano derecha a su teta, que ya no estaba pegada al colchón, y se la sobé a placer, sintiendo el calor y la suavidad de su piel, y la dureza de su prominente pezón.
Tan absorto estaba que no escuché salir el agua del baño, pero ella si lo escuchó, volteándose rápido, y, escapando de mis manos, se levantó de un salto de la cama, dejándome ahí con la polla morcillona y chorreando todavía esperma sobre el colchón.
Corrió desnuda al baño agachándose para cerrar el grifo y abrir el tapón para que escapara el agua, cogiendo a continuación una toalla que, poniéndose en cuclillas, utilizó para secar el suelo mojado.
Sin atrever a moverme, sin saber qué hacer, busqué en el suelo mi calzón y me lo puse, viendo cómo ella volvía a cerrar el tapón y se introducía en la bañera.
Desde el baño me dijo dulcemente:
Ven, tráeme el antifaz que hay sobre la mesilla.
Con la verga más sosegada, la llevé el antifaz y, ocultando con mis manos la nueva erección que tenía, se lo di y me dijo, al tiempo que se lo ponía cubriéndose los ojos.
Métete aquí conmigo.
Como no me podía ver, me atreví a quitarme el calzón, dejándolo sobre el toallero y me metí en la bañera con ella.
Me costó meterme al estar el agua muy caliente y rebosante de espuma, pero poco a poco lo logré, colocándome de frente a los pies de mi madre.
Como tenía las piernas ahora cerradas, tuve que abrir las mías y noté como sus sensuales pies tocaban mi cipote erecto, y pegué un respingo pero era imposible huir de ellos que ahora me lo sobaban.
Mis manos acariciaron sus muslos debajo del agua mientras sus pies suavemente masajeaban mi miembro.
La espuma tapaba sus pezones, aunque la mayor parte de sus tetas me eran visibles.
Sumergiéndose hasta la barbilla, sacó sus piernas del agua, colocándolas juntas sobre mi pecho, y yo aproveché para deslizar mis manos de la parte exterior de sus muslos a la inferior, sobándola el trasero.
Sus pies treparon por mi pecho llegando a mi rostro. Olían bien, suavemente a miel.
Saqué una de mis manos y, sujetando delicadamente uno de sus pies, lo besé primero y luego mordisquee. Suspiró profundamente y empecé a darla pequeños mordiscos por el borde exterior y continué por los dedos, uno a uno me los fui metiendo en la boca, mordisqueándolos, mientras la escuchaba suspirar y gemir.
Su cara delataba el placer que sentía y no dudé que la echaría esa noche más de un polvo.
Dudé cómo poder follármela, forzando la posición que teníamos, dentro de la bañera, y volví a meter mi mano dentro del agua, sujetándola por los glúteos y tirando poco a poco de ella hacia mí, para metérsela allí mismo, dentro de la bañera.
Pero era una postura incómoda, faltaba flexibilidad, por lo que mis manos se dirigieron ahora por debajo del agua a sus agujeros, pero, nada más empezar a acariciarlos, ella bajó sus pies de mi cara y, apoyándolos en mi pecho, tomó impulso y se alejó de mí, sentándose como antes, colocando otra vez sus pies sobre mi polla, sobándola.
Mis manos apartaron la espuma que cubría su sexo, y, a través del agua, pude ver, su coñito apenas cubierto por una fina franja de vello oscuro, y me lo imaginé siendo nuevamente perforado por mi verga, una y otra vez, sin descanso.
Luego aparté las pompas de jabón que tapaban sus tetas y pude verlas en toda su hermosura, redondas, erguidas, enormes, con aureolas oscuras de las que salían grandes pezones negros y puntiagudos.
Sus pies jugueteaban como mi verga, sobándola, presionándola, empujándola hacia mi vientre, excitándome cada vez más.
Mis manos la sobaban los gemelos y los pies, disfrutando con todos mis sentidos del momento.
La miré al rostro y una sonrisa de vicio cruzó su cara. A pesar de que al tener sus ojos tapados con el antifaz, bien sabía lo que estaba haciendo, masturbar a su hijo.
Mi polla vibraba totalmente excitada e intenté contener el enorme orgasmo que me iba llegando, pero fue inútil, y, sin poder contener mis propios gritos de placer, tuve una corrida bestial dentro de la bañera.
Al notar ella que me estaba corriendo, dejó de masturbarme con los pies, aunque mantuvo mi polla aplastada contra mi vientre hasta que me vacié totalmente.
Anonadado, disfruté exhausto durante varios segundos.
Ella, retirando sus pies de mi verga, se quitó el antifaz sonriendo y me miró sin decir nada, para levantarse a continuación del agua y ponerse de pies en la bañera, entre mis piernas, con su sexo a pocos centímetros de mi cara.
Aguantó hacia durante varios segundos, mirándome desde arriba mientras que yo, sentado en la bañera, la miraba el sexo más que su rostro.
Salió de la bañera y cogiendo una toalla salió al dormitorio, secándose, no sin antes coger mi calzón y llevárselo con ella, cerrando la puerta a sus espaldas.
Varios minutos estuve en el agua, disfrutando todavía del orgasmo que había tenido. Luego salí también de la bañera y, después de limpiarme el esperma y secarme con otra toalla, me la enrollé a la cintura, cubriendo mis genitales y culo.
Salí al dormitorio y allí estaba ella, tendida bocarriba sobre la cama, cubierta solamente por la toalla desde la parte superior de los muslos hasta poco más arriba de los pezones.
Veía la televisión y me tumbé bocarriba sobre la cama, al lado de ella.
Estaba haciendo zapping hasta que apareció en pantalla una película porno. En ese momento una enorme verga negra se follaba a una rubia tetona, que no dejaba de chillar mientras la penetraba. El negro estaba bocarriba sobre una cama, y la mujer, sentada a horcajadas, le miraba a la cara sin dejar de botar frenéticamente. El culo de ella siendo perforado inundó la pantalla y mi madre, sin mirarme, me preguntó:
¿Es la primera vez que lo haces?
Me callé, sin saber muy bien que decirla. Al fin y al cabo era mi madre y me daba corte decirla lo que era evidente, que me la había follado, que me había follado a mi propia madre.
No.
Mentí en voz baja.
¿Con una chica del instituto?
No tenía ningunas ganas de mentir, así que la dije:
Es la primera vez que lo hago. No lo he hecho con nadie más.
¿Te ha gustado?
Sí, claro, sí.
Tu padre dice que eres homosexual. Yo no lo creo.
No, no lo soy.
Me alegro mucho.
Nos quedamos un rato en silencio y me dijo:
¿Por qué te tapas?
¿Por qué lo haces tú?
Ya no.
Y se quitó la toalla de encima, dejando su cuerpo desnudo a la vista.
Moví la cabeza, deleitándome con lo que veía, con sus tetas enormes y erguidas, con su vientre liso, con su sexo apenas cubierto por vello y sus largas y torneadas piernas.
Metió su mano bajo mi toalla, sujetando mi verga y empezó a masajearla. Si estaba morcillona, en un instante estaba otra vez erecta, lista nuevamente para la acción.
Con su mano retiró mi toalla, dejándome totalmente desnudo sobre la cama, pero, sin parar de masajearme el miembro que cada vez se entonaba más y más.
Sin soltarme, se sentó lateralmente en la cama y, tumbándose, empezó a mamármelo, primero a lametazos, a largos lametazos que lo cubrían todo y a cortos lametazos que se concentraban en mi glande. Luego se lo metió en la boca, con si fuera un rico dulce que estuviera saboreándolo, recorriendo con sus labios toda su longitud.
Desplazándose, se puso sobre mí, con su sexo a la altura de mi boca, invitándome a comérselo, y así hice, comencé chupetearlo y sobarlo con mis dedos.
Sabía a una mezcla de naranja y de miel, que me incitaba a seguir comiéndomelo, a seguir disfrutándolo. Noté que cada vez estaba más y más jugoso, que ella estaba cada vez más excitada, que se agitaba cada vez más, sin dejar de comerme la polla, hasta que, presa de un súbito ardor, se puso de rodillas, sin dejar de darme la espalda, y se metió mi miembro por todo el chumino, hasta el fondo, y empezó a botar sobre él, a follarme.
Sus chillidos se confundían con los de la película, impidiéndome diferenciar la realidad de la ficción.
Desde la posición en la que me encontraba disfrutaba viendo también su culo, cómo se contraían sus glúteos en cada movimiento y como mi verga aparecía y desaparecía dentro de su sexo.
Mis manos la sujetaban por las caderas, se sujetaban a sus nalgas, las sobaban y separaban, viendo también su blanco e inmaculado agujero.
Entre salto y salto me volví a correr por tercera vez, y no fui el único, ya que mi madre, chillando como si estuviera nuevamente pariendo, también tuvo su rico orgasmo, dejando de botar y quedándose quieta mientras se corría.
Se sentó en la cama, a mis pies, y de ahí al baño, donde se metió con su toalla y cerrando esta vez si la puerta tras ella.
Mientras continuaba viendo la porno que echaban en la tele, escuché como meaba y se duchaba nuevamente.
Al salir, después de varios minutos, estaba más relajada y otra vez cubierta con la toalla.
Mirándome, me preguntó:
¿No te duermes? ¿No tienes sueño?
Como no la contesté, se tumbó otra vez en la cama bocarriba, y se puso conmigo a ver la película.
Después de varios minutos me dijo:
Nunca se lo he contado a tu padre, pero en este motel ya estuve una vez.
Hizo una breve pausa y continuó:
No te acordaras, pero, hará casi un año, fui también a ver a mi tía. Tu padre no me quiso llevar en coche y tuve que ir en autocar. A la vuelta un primo mío me acercó a casa en coche, y … bueno… paramos en este motel y pasamos la noche juntos en esta misma habitación.
No me lo podía creer, me estaba contando una infidelidad y me resultó morboso que me hiciera su confidente, así que la animé a que continuara:
¿También follaste?
Por la cara que puso me di cuenta que la palabra “follar” la resultaba incómoda, como basta u ordinaria. Sin embargo, hacerlo conmigo, con su hijo, no la parecía mal.
Bueno, … sí, toda la noche.
Se detuvo unos instantes para continuar:
Me dijo que el coche tenía problemas y no podía continuar, así que paramos en este motel. Mientras yo iba al baño, él cogió esta habitación. Me dijo que no había otra libre y cuando entramos me encontré, como ahora, una sola cama. Como no habíamos traído más ropa, nos acostamos con lo justo, en ropa interior. En la cama con el calor pues eso … lo hicimos. Varias veces, cinco.
¡Cinco veces, se la había follado cinco veces!
Además había utilizado conmigo la misma táctica que su primo había utilizado con ella.
A la mañana siguiente el coche funcionaba bien y me dejo en la puerta de casa. No subió ni a saludar a tu padre.
¿Le conozco yo?
Le has visto alguna vez. Es Tomás, mi primo Tomás.
Le recordaba vagamente, pero ahora me gustaría conocerle e imaginármelo en la cama con mi madre, follándosela.
¿Te folló también por el culo?
Puso una cara como si la diera asco, pero me contesto.
Por el culo, no, no, claro que no.
¿Es la única vez que habéis follado?
Bueno, un par de veces se ha acercado de improviso a casa cuando vosotros no estabais.
¡Mi madre hace de putita desde hace meses con un familiar, la muy puta, y ahora me lo confiesa!
Las dos veces llamó a la puerta, abrí sin mirar y me lo encontré delante. No pude cerrar la puerta y entró en casa. Me arrastró al dormitorio y, bueno, allí lo hicimos.
Se detuvo un par de segundos y continuó.
Podía haberle denunciado por violación, pero hubiera sido un escándalo y yo lo que quería era que pasara desapercibido.
Se paró un momento y reanudo su monólogo.
Desde entonces, siempre miro por la mirilla antes de abrir la puerta. Desde entonces otra vez ha intentado entrar en casa pero no le abrí la puerta.
¡Vaya con el pichabrava del primo!
¿Podíamos haberlo encontrado hoy cuando fuimos a ver a tu tía?
Imposible. Me contó mi prima Tere que no está en el país ahora ya que tiene un contrato de trabajo en el extranjero y no volverá en más de un año.
¡Al menos tiene su virtud a salvo del primo durante un tiempo! Luego ya veremos lo que aguanta.
¿Solamente has follado con él y con papá?
Bueno, antes de conocer a tu padre, tuve varios novios.
¿Cuántos?
Novios, cinco o seis.
¿Con cuántos hombres has follado, mamá?
No llevo la cuenta, hijo, quizá diez o alguno más.
Y ¿de casada? ¿Con cuántos te has acostado de casada?
Ya vale, hijo, que soy tu madre. Esas cosas no se preguntan a una madre.
Reculé por si perdía la oportunidad de follármela otra vez.
Perdona, mamá.
No te preocupes, hijo. Es natural tu curiosidad.
Se calló un instante meditando y me soltó:
Lo que nunca debes de perder es la imaginación y hacer todo lo que quieras sin molestar a nadie, porque, sabes hijo, solo se vive una vez y lo que no hagas ahora no lo harás nunca y siempre te lo echaras en cara.
Si esa es su filosofía, no ha parado nunca de follar, la muy puta, pero la pregunté muy inocentemente.
¿Puedo preguntarte a qué edad perdiste la virginidad?
Era más joven que tú, tendría unos dieciséis años.
¿También en un motel de carretera?
No, no. Si no teníamos dinero. Fue en un coche, en el coche del padre de mi primer novio. Se lo había cogido a su padre sin que se enterara, y, bueno, lo que le costó luego quitar las manchas que dejamos en el coche.
Y empezó a reírse divertida, y yo, que tenía otra vez la polla como una olla, aproveché la oportunidad. Tiré de las toallas que nos cubrían y de un salto me tumbé bocabajo encima de ella, entre sus piernas, y se la metí nuevamente, comenzando a cabalgar furiosamente sobre ella.
Por la cara que puso, la pillé totalmente de sorpresa, dejó de reír y se quedó sin saber qué hacer.
Sujetándome en mis brazos, levanté el tronco para poder ver la cara que ponía mientras me la follaba y, especialmente, para ver cómo se bamboleaban sus tetas por las acometidas a las que la estaba sometiendo.
No pasó más de un minuto cuando mi madre se unió activa a la fiesta, y empujándome, me tendió bocarriba sobre la cama con ella encima.
Se puso de rodillas y empezó ella a follarme a mí, mientras apoyaba sus manos en mi pecho.
Mis manos fueron a sus caderas y a sus nalgas, mientras mis ojos se fijaban en sus tetas, en sus enormes y erguidas tetas, y cómo se balanceaban desordenadamente a cada saltito que daba.
También me fijé cómo me follaba, cómo su vagina se comía mi verga, y la cara de vicio que ponía mi madre mientras me follaba, cómo se mordía los labios y cómo su lengua bailaba por su boca entreabierta.
Salto y salto, hasta que me volví a correr y ella conmigo, chillando impúdicamente.
Estuvo sobre mí, sin movernos durante casi un minuto, y luego se desmontó tumbándose otra vez a mi lado en la cama.
Luego solo recuerdo que me desperté en mitad de la oscuridad de la noche por unos chillidos que se escuchaban. Al principio pensé que era un sueño, un sueño en el que un grupo de negros de enormes pollas se estaban beneficiando a mi madre. Pero no, era la realidad. Estaban follando, pero no sabía exactamente quién, tal vez mi madre, tal vez se estaban follando a mi madre.
La televisión estaba apagada y alguien dormía a mi lado.
Tanteando en la oscuridad, noté que era una mujer y estaba desnuda. Supuse que era mi madre. Dormía de lado, dándome la espalda, con sus piernas dobladas hacia delante. Su piel estaba caliente, muy caliente.
Durante bastantes minutos, quizá media hora, la sobé el culo a placer, luego bajé a sus muslos que también amasé, me metí entre sus piernas, sobé su entrepierna, subí a su vientre y ahí, a sus tetas, a sus enormes tetas, que también sobé.
Dormía profundamente y ni se inmutó con tanto sobeteo, pero mi verga sí que estaba nuevamente despierta, bien despierta. La apoyé sobre sus calientes nalgas, y empujé, una y otra vez, como si estuviera follándomela. Y pensé ¿por qué hacer como si me la estuviera follando cuando puedo realmente volver a follármela? Así que deslizándome hacia los pies de la cama, la levanté una pierna y la coloqué encima de mí. Tantee con mi mano para localizar exactamente donde estaba la entrada a su vagina y, con su ayuda, la volví a meter mi miembro en su coño.
Nada más metérsela, me quedé quieto, esperando alguna reacción de ella, pero como no la hubo, empecé a moverme adelante y atrás, adelante y atrás, follándomela.
Mis movimientos eran cada vez más rápidos y enérgicos, hasta que me corrí sin emitir ni un sonido.
Con el pene dentro, aguanté varios minutos y, cuando lo saqué, la escuché decirme suavemente:
¡Ahora duérmete!
Y eso hice, me di la vuelta y me quedé nuevamente dormido.
Entre sueños escuché que follaban, chillidos, gritos, ruido de muebles al chocar entre ellos y con las paredes, pero estaba tan cansado que no les presté más atención. Supuse que follaban en habitaciones próximas a la nuestra.
El ruido de la ducha me despertó y la luz que entraba por la ventana ayudó a hacerlo.
Estaba en la cama, entre las sabanas sudorosas y desordenadas del lecho que tapaban mi desnudez.
Salió del cuarto de baño mi madre desnuda secándose y me preguntó:
¿Qué tal has dormido?
La respondí con un gruñido que significaba cualquier cosa.
¿Escuchaste la fiesta que tenían al lado? No han parado de hacerlo en toda la noche y cómo gritaban, parecían que les estaban matando.
SÍ, matando a polvos.
Pensé yo, mientras la escuchaba
Voy a pedir el desayuno para que lo traigan a la habitación. ¿Te parece bien?
Y cogió el teléfono pidiendo un desayuno americano para dos.
Al colgar me dijo:
En diez minutos nos lo trae, pero ¡vaya voz tan profunda que tiene! Me pone la piel de gallina solo escucharla. Seguro que es el cachas que nos dio anoche la habitación.
En ese momento me entró nuevamente el deseo y la dije muy zalamero:
Recuerdas, mamá, que me dijiste que nunca debo perder la imaginación y hacer todo lo que quiera. Pues bien, mamá, quiero ver cómo te folla el cachas cuando nos trae el desayuno.
Sorprendida, la cambió la cara y, titubeando, me dijo con una entrecortada:
Pero … hijo
Por favor, mamá. Solo esta vez pero quiero ver cómo te folla.
Me miró asustada sin decir nada, y la tranquilicé diciéndola:
Estaré escondido detrás de las pesadas cortinas del balcón. No me verá y pensará que estás sola. Si necesitas algo estaré ahí para ayudarte.
Y si no quiere.
Me dijo en voz baja, mirándome muy seria.
Seguro que quiere, seguro que tú le convences, aunque en cuanto te vea así, te follara aunque tú no quieras.
Me levanté a orinar y a lavarme, dejando a mi madre con sus pensamientos, dudando si hacer caso a su hijo o no.
Al cabo de unos minutos, escuché que alguien llamaba con los nudillos a la puerta de la habitación y decía con voz profunda:
¡El desayuno!
Salí rápido y sin hacer ruido del baño, y vi a mi madre levantándose desnuda de la cama y acercándose a la puerta para abrir.
Espero a que me escondiera detrás de las cortinas para abrir la puerta.
Era el cachas de la recepción y entrando, sin darse cuenta que ella estaba desnuda, dejó la bandeja del desayuno encima de una mesita redonda que había en la habitación.
Al darse la vuelta se encontró de frente a mi madre desnuda, que, cerrando la puerta, le dijo sonriendo forzada y mirándole el paquete que abultaba su pantalón:
Para desayunar me gustan los huevos muy muy grandes, ¿los has traído contigo?
El hombre se quedó sorprendido, pero debía estar acostumbrado y enseguida reaccionó, mirándola detenidamente de arriba abajo y de abajo arriba, y la dijo, sonriendo aviesamente, con esa voz que tanto excitaba a mi madre:
Con esos pedazo melones que tienes, te los voy a meter yo mismo en la boca.
Y se aproximó a mi madre, que, de pronto asustada, se subió de un salto a la cama, intentando ponérselo difícil al hombre que la dijo:
Te gusta jugar, ¿no?
Y se quitó la camiseta, mostrando un pecho y unos brazos enormes y muy musculados.
¡Un culturista iba a tirarse a mi madre!
Dejó la camiseta sobre una silla y en un momento se quitó el resto de la ropa, quedándose completamente desnudo, exhibiendo una polla enorme cubierta de grandes y abultadas venas azules.
Como un cazador que merodea a su presa acorralada, se movió despacio en torno a la cama donde estaba subida mi madre, se abalanzó sobre ella, gritando:
¡Juguemos!
La sujetó por un tobillo, derribándola bocabajo sobre la cama.
Ella se puso a cuatro patas, intentando huir, pero la sujetó por las caderas, impidiéndolo, y tiró de ella hasta el borde la cama.
Se colocó entre las piernas de ella, poniendo una pierna sobre la cama para follársela por detrás.
La escuché chillar asustada, llorando a lágrima viva, viendo que la iba a encular.
¡Espera, espera, por favor, espera! ¡Por el culo, no, por favor, no!
El cachas dirigió su rabo gigante no al culo de ella, sino a la entrada a su vagina, donde se lo metió hasta el fondo.
La escuché aspirar profundamente aire, pero dejó de llorar.
Sin soltarla las caderas, el cachas comenzó a bombear rápido y profundamente, ayudándose de las piernas para follársela mejor.
La escuché jadear y el ruido de los cojones de él al chocar una y otra vez con el perineo de ella, mientras la cabecera de la cama chocaba continuamente con la pared.
Sin dejar de jadear y gemir, mi madre relajó los brazos, doblándolos sobre la cama, colocando su cabeza entre ellos y aguantando las embestidas del hombre que, incansable, no paraba de follársela.
Desde donde me encontraba podía ver cómo los glúteos de ella se agitaban ante las incesantes acometidas y como el cipote de él la penetraba una y otra vez.
La propinó un sonoro azote en las nalgas, luego otro y otro, y mi madre chillaba suavemente cada vez que lo recibía, adquiriendo sus glúteos un color cada vez más rojo.
Mi pene crecía y crecía ante lo que estaba viendo ¡Casi tengo otro orgasmo allí mismo mirándola el culo y cómo se la follaban!
Después de más de diez minutos de ñaca-ñaca, el cachas detuvo su ímpetu y, gruñendo, eyaculó dentro de ella.
Unos cinco segundos permaneció sin moverse, pero cuando la desmontó, enseguida se puso la ropa sin dejar de mirarla el culo que todavía lo tenía en pompa.
Antes de marcharse, la dio un último azote en las nalgas que tenía abiertas exhibiendo también su ano.
Nada más cerrar la puerta, yo, que estaba totalmente excitado sexualmente y tenía la polla totalmente recta, tiesa y dura, salí casi corriendo de mi escondite, acercándome de prisa al culo de mi madre, y la monté por detrás, directamente en su agujero del culo.
Dio un respingo y un chillido, pero ya la tenía dentro, y, a pesar de que se agitaba dolorida, gimoteando, empecé a bombear rápido, corriéndome enseguida.
Nada más correrme, la saqué, chorreando esperma también sobre sus nalgas y sobre las sábanas.
Apartándome, me fui rápido al baño, temiendo que mi lujuria provocara un ataque de ira en mi madre.
Allí me duché y arreglé, permaneciendo en el baño casi media hora. Al salir, me temía lo peor, pero mi madre estaba desnuda, tranquilamente tumbada en la cama, viendo la televisión.
Se levantó al verme y, al pasar al baño, me comentó, como si no le diera importancia:
Espero que ya estés satisfecho.
Mientras esperaba que saliera me tomé mi desayuno ya que mi madre ya se había tomado el suyo, y me fui vistiendo.
Al mover las sábanas para ver si nos dejábamos algo, las vi manchadas de sangre. Estaba claro que darla por culo la había producido desgarramientos en el ano.
Es muy posible que no fuera yo el único que perdió su virginidad aquel día. Mi madre también dejó de tener un culo inmaculado.
Una vez vestidos, fue mi madre la que pagó en recepción al cachas que se la había follado hacia unas dos horas, que, muy profesional, como si no hubiera ocurrido nada, nos preguntó con una sonrisa beatífica si nuestra estancia había sido totalmente de nuestro agrado y, ante nuestro tímido “Sí”, nos deseó un buen viaje.
No ocurrió ningún contratiempo más en nuestro viaje de vuelta a casa y mi padre nos recibió con su habitual indiferencia, pero para mí y posiblemente para mi madre fue una experiencia auténticamente inolvidable.
La excusa que puso era que ella visitaba a un familiar y yo practicaba con el coche, pero yo sabía que últimamente tenía una relación tensa con mi padre, con el que discutía frecuentemente, así que cuanto menos le viera mejor.
Como todas las discusiones, de un tema se iba a otro y todo quedaba enmierdado.
Cuando veía que empezaba una discusión me iba discretamente a mi habitación dejando a los dos contendientes solos, aunque gritaban tanto que podía escucharles a través de la pared.
Entre las muchas cosas que se decían, mi padre, para molestar a mi madre, me tachaba de marica, que no hacía ni caso a las chicas, que él a mi edad ya había follado con varias y no perdía el tiempo estando solo en su habitación.
Mi madre negaba tajantemente que yo fuera homosexual, sino que era normal, y, si pasaba mucho tiempo con el ordenador en mi habitación era porque era un intelectual, y no tenía una relación enfermiza como su padre con el sexo.
La verdad es que yo no era ni mucho menos homosexual, aunque todavía no había follado con ninguna chica, y no es que no me gustaran físicamente, sino que solamente quería meterlas mano y follármelas, no escuchar sus parloteos aburridos e histéricos.
La mayoría de mi tiempo libre lo pasaba solo en mi habitación, viendo películas porno en mi ordenador mientras me masturbaba una y otra vez.
Escuchando a mis padres me di cuenta que hacía tiempo que no mantenían relaciones sexuales, ya que mi madre se había negado en redondo a hacerlo para castigar a mi padre por sus discusiones.
Era una verdadera lástima que no mantuvieran relaciones, porque me encantaba espiar a mi madre mientras follaban, incluso más de una vez me masturbaba mientras lo veía. Era como una película porno en la que mi madre era la protagonista.
Ella, aunque acababa de cumplir 40 años, tenía un cuerpo fantástico de casi un metro setenta de estatura, con tetas enormes y erguidas, piernas largas y torneadas, rostro hermoso y simétrico con labios carnosos y sensuales, y un culo redondo y firme.
Siempre que me masturbo recuerdo su culo, cómo sube y baja mientras folla con mi padre, como desaparece y aparece una y otra vez la verga de mi padre dentro de su sexo, como, al agacharse, puedo ver la forma perfectamente redondeada de sus nalgas, y, como éstas al abrirse, me dejan ver su agujero blanco e inmaculado.
Pues bien, aquel sábado poco después de comer me fui con mi madre en coche a visitar a la tía de mi madre.
Como era noviembre, pensaba que no íbamos a ir a verla ya que anochecía muy rápido, pero mi madre se empeñó.
Me dijo que me pusiera el traje y una corbata que solamente utilizaba para bodas, bautizos y funerales, pero mi madre quería que su tía tuviera una buena impresión de mí, ya que no la había visto nunca.
Ella también se vistió más elegante de lo habitual, con chaqueta y falda a juego, medias negras y zapatos también negros de tacón, además de un abrigo de piel.
En el trayecto tenía un ojo en la carretera y el otro en las piernas de mi madre, que, con los movimientos del coche, se le subía cada vez más la falda, dejándome ver casi hasta las bragas.
Aunque la tía no vivía lejos, dada mi falta de experiencia conduciendo, tardamos más de dos horas en llegar a la casa de la tía, y, cuando lo hicimos, ya era de noche.
La mujer no tendría más de setenta años y vivía sola, aunque una de sus hijas vivía cerca. Se alegró de vernos y tomamos café y pastas con ella. Por suerte, su hijo no estaba en el pueblo y no pudimos ir a visitarle ya que en general las visitas me resultaban sumamente aburridas y mi único deseo era volver a mi habitación para ver películas porno y cascármela.
No estuvimos en casa de la tía-abuela más de dos horas, volviendo a coger el coche de vuelta a casa.
No habíamos recorrido ni la mitad del camino cuando mi madre me dijo que era peligroso conducir de noche por lo que pasaríamos la noche en un pequeño motel de carretera del que se veían las luces.
No me hacía ninguna gracia no ver esa noche ninguna película porno en mi ordenador, pero mi madre se mostró inflexible: Tenía poca experiencia y era peligroso conducir de noche.
Mientras yo aparcaba ella fue a recepción a reservar una habitación.
Al entrar en recepción, ella me estaba esperando, ya tenía la llave y nos dirigimos a nuestra habitación.
El conserje, un hombre musculoso de unos treinta y pocos años, me miró extrañamente sonriente y no quitó su vista del culo de mi madre mientras nos alejábamos por el pasillo.
Le escuchamos decirnos:
¡Que disfruten!
Nuestra habitación estaba en el primer y último piso, al final del pasillo.
La habitación no estaba nada mal, con moqueta, televisión, y ¡una sola cama de matrimonio!
Como no veía por ninguna otra parte la otra cama, pregunté atónito a mi madre:
Falta una cama. ¿Dónde está?
Era la única habitación que estaba libre. Además podemos dormir juntos una sola noche como cuando eras pequeño.
Me dijo, sin ni si quiera mirarme, mientras subía al máximo la calefacción.
Me extrañó que fuera la única habitación libre, ya que en el aparcamiento había solamente un par de coches aparcados.
Ayúdame a quitarme el abrigo.
Nunca me lo pedía, pero la obedecí, y quitándoselo, lo colgué en una percha del armario, como ella me indicó.
También me quité la chaqueta y la corbata, ya que hacía bastante calor en la habitación, colgándolo en otra percha del armario.
Ella a su vez, se quitó la chaqueta y la camisa, colgándolas también al lado mío en el armario. Luego le tocó el turno a su falda que se la bajó por los pies para colgarla también en el armario.
Atónito me quedé viendo a mi madre solo con bragas, sostén, medias y zapatos de tacón, todo negro.
¡Estaba buenísima!
Sus tetazas rebosaban el pequeño sostén negro que las cubría, emergiendo parte de los pezones por arriba, y sus pequeñas braguitas negras apenas cubrían su prieto y respingón culo que amenazaba con reventarlas.
Mi verga se disparó hacia arriba, intentando romper el pantalón.
Mi madre, moviéndose por la habitación, me dijo, sin mirarme:
Venga, quítate la ropa, que hace calor y mañana tenemos que ir con la misma ropa.
Sin dejar de mirarla a hurtadillas el culo y las tetas, la obedecí, quitándome la camisa y colgándola en el armario. Luego me senté a los pies de la cama para quitarme los zapatos
Mi madre se acercó a la televisión para cambiar los canales y, colocándose de espaldas a mí, se agacho, poniendo su culo a la altura de mi cara, a pocos centímetros de ella.
Anonadado, mis ojos se clavaron en su culo blanco, apenas cubierto por las braguitas negras casi transparentes, que dejaban ver las dos nalgas separadas, la raja en medio y su vulva.
Ni una pizca de celulitis, manchas o bultos, solo carne de primera.
Estuvo casi un minuto cambiando canales mientras mis ojos recorrían su culo sin perderme un solo detalle.
Eligiendo uno de música suave, se fue al baño, dejándome sentado con la polla apuntando hacia el techo.
Volvió a enseñarme su culo al agacharse a colocar el tapón al baño y abrir el grifo para llenarlo, vertiendo gel en el agua.
Solo con el calzoncillo puesto, me levanté de la cama para colocar mi ropa en el armario, pero a mis espaldas mi madre se sentó en la cama para quitarse los zapatos.
Me demoré colocando la ropa mientras a hurtadillas, a través del espejo del armario, no paraba de mirarla las piernas, las tetas, todo, mientras se quitaba tranquila y sosegadamente los zapatos de tacón.
Nada más quitárselos, me dijo con una voz muy dulce:
Ven, ayúdame a quitarme las medias.
Me quedé paralizado, sin atrever a girarme dada la enorme erección que tenía.
Ven, ayúdame a quitármelas.
Expectante, me giré hacia ella, tapando con una de mis manos mi miembro erecto que levantaba mi calzón.
Ven, ponte de rodillas en el suelo entre mis piernas y vete poco a poco quitándomelas.
La obedecí y me coloqué de rodillas en el suelo entre sus piernas, tumbándose ella bocarriba sobre la cama y cerrando los ojos.
Tenía una visión increíble. Sus finas medias negras ascendían por sus hermosas y torneadas piernas hasta llegar a pocos centímetros de sus braguitas negras de encaje que tapaban justamente la entrada a su vagina, aunque su vulva podía verse a través del fino tejido.
Levanto despacio las piernas y las colocó suavemente sobre mis hombros suspirando.
Me hubiera masturbado allí mismo por el modo de cómo palpitaba mi verga, pero cerrando los ojos, intente tranquilizarme durante un rato.
La escuché decir dulcemente:
Tómate tu tiempo, no hay prisa.
Abrí los ojos, notando que mi polla ya no se estremecía, y estirando mis brazos, alcancé uno de sus muslos.
El tacto de la media era suave y podía sentir el calor de la carne que cubría.
Sin dejar de acariciarla el muslo, subí mis manos hasta la cinta de ribetes ondulados que la sujetaba la media al muslo y la solté, empezando a bajárselas poco a poco, sin dejar de acariciarla, hasta que se la quité.
Coloqué la media sobre la cama y empecé a quitarla la otra, tan despacio como antes y sin dejar de acariciarla el muslo, la pierna, el pie.
También esta segunda media fue a parar a la cama, al lado de la otra.
Tenía unas piernas largas y estilizadas, muy hermosas así como sus pies.
Esperando la respuesta de mi madre, que, con los ojos cerrados, parecía que dormía, puse cada una de mis manos sobre la parte exterior de cada uno de sus pies, y lentamente fui subiendo mis manos por toda la longitud de sus piernas, acariciándolas, llegando a sus caderas. Al llegar al elástico de sus bragas, dudé unos segundos si bajárselas, y, envalentonado, cuando metía mis dedos en el elástico para hacerlo, la escuché decirme:
Me encanta.
Pero bajó las piernas de mis hombros, y dándose la vuelta, me mostró sus glúteos prietos y respingones, gateando somnolienta como una gatita perezosa por la cama hasta tumbarse bocabajo sobre ella.
Mis ojos no se despegaron ni por un momento de sus nalgas, redondeadas y macizas, mientras gateaba a cuatro patas con su culo en pompa.
Ven, continua acariciándome.
Posando mis ojos sobre su entrepierna, dudé qué hacer si sobarla todo lo que pudiera o ir directamente a sus bragas y bajárselas para tirármela allí mismo. Quizá era la única oportunidad que tendría en toda mi vida para follarme a mi propia madre, lo que podría hacer sin dudar dado el calentón que tenía.
Pero fui prudente y opté por sobarla, a la espera de poder follármela más adelante.
Me dijo nuevamente:
Coge un bote de aceite que hay en el baño y utilízalo para darme un buen masaje.
Me levanté del suelo y, acercándome al baño, cogí el bote que me dijo y me coloqué sobre la cama, de rodillas entre sus piernas.
Abriendo el bote, me eché un poco en mis manos y las posé suavemente sobre sus pies y se los acaricié. Eran muy hermosos, pequeños y suaves al tacto.
Echando más aceite, esta vez sobre su piel, deslicé despacio mis manos por el exterior de sus piernas, alcanzando sus muslos, torneados y fuertes, suaves, sin ningún pelo, tan blancos.
Continué subiendo por su cadera y llegué al elástico de sus bragas, metiendo mis dedos y dudando otra vez si tirar de él y bajarla las bragas. Era una obsesión que me poseía: bajar las bragas a mi madre para poseerla.
Suspiró ella, posiblemente esperando que la bajara las bragas pero opté por bajar mi manos a sus glúteos y acariciarlos por encima de sus bragas.
Bordeando con mis dedos el borde de sus bragas, descendí otra vez a sus muslos, esta vez por el interior, y deslicé mis manos lentamente hasta sus pies, disfrutando de la suavidad y calor de su piel.
Me entretuve casi un minuto acariciándola los pies, y volví nuevamente a subir por el interior de sus piernas, despacio, muy despacio, pero mis ojos no dejaban de mirarla la vulva que levantaba levemente sus braguitas.
A la altura de su sexo, bordee nuevamente sus bragas hacia arriba pero esta vez si metí mis manos bajo ellas, acariciándola, sobándola las nalgas, una y otra vez, amasándolas insistentemente, incluso entre sus nalgas.
Suspirando fuertemente, me susurró:
La espalda, por favor.
Desilusionado, mis manos abandonaron sus glúteos y, vertiendo aceite en su espalda, se deslizaron por ella, la acariciaron de abajo a arriba y de fuera a adentro.
La solté el sujetador, sin escuchar ninguna queja de ella, y continué sobándola la espalda, bajándola los tirantes todo lo que pude hasta poco más arriba de sus codos.
Separándola algo los brazos del cuerpo, mis manos recorrieron sus costados, llegando hasta sus tetas que las sobé lo que pude, sin que mi madre me recriminara, pero al estar aplastadas sobre la cama no pude llegar a sus pezones por lo que volví a su espalda y de allí de nuevo a su culo.
Metí mis manos bajo sus bragas, volviendo a sobarla las nalgas, pero, como sus bragas me dificultaban el sobe, se las bajé, descubriendo su culo respingón y, en ese momento, la escuché susurrar entrecortada:
¡Quítame las bragas!
Con una erección de caballo, tiré de sus bragas hacia abajo, cerrándola de piernas, hasta que se las quité por los pies.
Las tiré sobre un sillón que estaba a unos dos metros de donde estaba y volví mi atención a sus nalgas en las que vertí una buena cantidad de aceite.
Ahora sin nada que las cubriera, la separé las piernas y la amasé los glúteos una y otra vez, separándolos, viendo su agujero blanco y prieto y lo acaricié con mis dedos llenos de aceite.
Gimió de placer y me concentré en su ano, mediante movimientos giratorios, dilatándolo poco a poco. Estaba tan cachondo que mi intención era follármela también por el culo.
Mi polla palpitaba, saliendo por encima del calzón, así que me lo bajé, dejando mi miembro erecto libre.
De sus nalgas fui a su espalda y, con la excusa de masajearla, apoyé mi cipote erecto y duro sobre sus glúteos, restregándome en ellos, sin escuchar quejarse a mi madre, solamente se incrementaron sus suspiros y gemidos.
Adelante y atrás, adelante y atrás, mi cuerpo se balanceaba adelante y atrás, adelante y atrás, sobándola la espalda, y mi verga se restregaba una y otra vez en su culo prieto, metiéndose entre sus nalgas con la intención de penetrarla, de follármela por el culo.
Sujetando mi verga con la mano, intenté penetrarla por el coño, entre vaivén y vaivén, sin conseguirlo.
Ella al notar cómo erraba, levantó el culo, poniéndolo en pompa, y, susurrando como una gatita en celo, me dijo:
¡Métemela, métemela!
Atónito, paré en mi vaivén, concentrándome en penetrarla con mi miembro erecto, y la escuché susurrarme:
¡Fóllame, fóllame!
Ahí estaba la entrada a su vagina, jugosa y húmeda, y apunté, ayudado por mi mano, para penetrarla.
Mi cipote la penetró lentamente, y mi madre, expectante, dejó de gemir y suspirar, disfrutando de cómo se la metía.
Pude ver cómo desaparecía poco a poco mi pene dentro de su vagina, mientras escuchaba como mi madre ahora suspiraba profundamente.
Sujetándola por las caderas, se las levanté de la cama y la puse de rodillas para metérselo hasta el fondo y volver poco a poco a sacárselo hasta casi dejarlo fuera y empujar nuevamente para penetrarla otra vez hasta el fondo.
Así una y otra vez, cada vez más rápido, con más energía, escuchando siempre gemir a mi madre.
¡Me estaba follando a mi madre, a mi propia madre!
Sus gemidos se convirtieron en chillidos, y mis arremetidas eran cada vez más fuertes, más rápidas, haciendo que el cabecero de la cama chocara ruidosamente, una y otra vez, con la pared.
Sentí una oleada de placer que me salía de las entrañas y eyaculé gritando dentro de mi madre.
¡El mejor orgasmo que yo recordaba! Y ¡mi primer polvo!. Y además con mi madre, con mi propia madre.
Exhausto me tumbé, disfrutando del polvo que la había echado, sobre la cama, sobre mi madre, permaneciendo abrazado a ella durante varios minutos.
Al moverse, pude llevar mi mano derecha a su teta, que ya no estaba pegada al colchón, y se la sobé a placer, sintiendo el calor y la suavidad de su piel, y la dureza de su prominente pezón.
Tan absorto estaba que no escuché salir el agua del baño, pero ella si lo escuchó, volteándose rápido, y, escapando de mis manos, se levantó de un salto de la cama, dejándome ahí con la polla morcillona y chorreando todavía esperma sobre el colchón.
Corrió desnuda al baño agachándose para cerrar el grifo y abrir el tapón para que escapara el agua, cogiendo a continuación una toalla que, poniéndose en cuclillas, utilizó para secar el suelo mojado.
Sin atrever a moverme, sin saber qué hacer, busqué en el suelo mi calzón y me lo puse, viendo cómo ella volvía a cerrar el tapón y se introducía en la bañera.
Desde el baño me dijo dulcemente:
Ven, tráeme el antifaz que hay sobre la mesilla.
Con la verga más sosegada, la llevé el antifaz y, ocultando con mis manos la nueva erección que tenía, se lo di y me dijo, al tiempo que se lo ponía cubriéndose los ojos.
Métete aquí conmigo.
Como no me podía ver, me atreví a quitarme el calzón, dejándolo sobre el toallero y me metí en la bañera con ella.
Me costó meterme al estar el agua muy caliente y rebosante de espuma, pero poco a poco lo logré, colocándome de frente a los pies de mi madre.
Como tenía las piernas ahora cerradas, tuve que abrir las mías y noté como sus sensuales pies tocaban mi cipote erecto, y pegué un respingo pero era imposible huir de ellos que ahora me lo sobaban.
Mis manos acariciaron sus muslos debajo del agua mientras sus pies suavemente masajeaban mi miembro.
La espuma tapaba sus pezones, aunque la mayor parte de sus tetas me eran visibles.
Sumergiéndose hasta la barbilla, sacó sus piernas del agua, colocándolas juntas sobre mi pecho, y yo aproveché para deslizar mis manos de la parte exterior de sus muslos a la inferior, sobándola el trasero.
Sus pies treparon por mi pecho llegando a mi rostro. Olían bien, suavemente a miel.
Saqué una de mis manos y, sujetando delicadamente uno de sus pies, lo besé primero y luego mordisquee. Suspiró profundamente y empecé a darla pequeños mordiscos por el borde exterior y continué por los dedos, uno a uno me los fui metiendo en la boca, mordisqueándolos, mientras la escuchaba suspirar y gemir.
Su cara delataba el placer que sentía y no dudé que la echaría esa noche más de un polvo.
Dudé cómo poder follármela, forzando la posición que teníamos, dentro de la bañera, y volví a meter mi mano dentro del agua, sujetándola por los glúteos y tirando poco a poco de ella hacia mí, para metérsela allí mismo, dentro de la bañera.
Pero era una postura incómoda, faltaba flexibilidad, por lo que mis manos se dirigieron ahora por debajo del agua a sus agujeros, pero, nada más empezar a acariciarlos, ella bajó sus pies de mi cara y, apoyándolos en mi pecho, tomó impulso y se alejó de mí, sentándose como antes, colocando otra vez sus pies sobre mi polla, sobándola.
Mis manos apartaron la espuma que cubría su sexo, y, a través del agua, pude ver, su coñito apenas cubierto por una fina franja de vello oscuro, y me lo imaginé siendo nuevamente perforado por mi verga, una y otra vez, sin descanso.
Luego aparté las pompas de jabón que tapaban sus tetas y pude verlas en toda su hermosura, redondas, erguidas, enormes, con aureolas oscuras de las que salían grandes pezones negros y puntiagudos.
Sus pies jugueteaban como mi verga, sobándola, presionándola, empujándola hacia mi vientre, excitándome cada vez más.
Mis manos la sobaban los gemelos y los pies, disfrutando con todos mis sentidos del momento.
La miré al rostro y una sonrisa de vicio cruzó su cara. A pesar de que al tener sus ojos tapados con el antifaz, bien sabía lo que estaba haciendo, masturbar a su hijo.
Mi polla vibraba totalmente excitada e intenté contener el enorme orgasmo que me iba llegando, pero fue inútil, y, sin poder contener mis propios gritos de placer, tuve una corrida bestial dentro de la bañera.
Al notar ella que me estaba corriendo, dejó de masturbarme con los pies, aunque mantuvo mi polla aplastada contra mi vientre hasta que me vacié totalmente.
Anonadado, disfruté exhausto durante varios segundos.
Ella, retirando sus pies de mi verga, se quitó el antifaz sonriendo y me miró sin decir nada, para levantarse a continuación del agua y ponerse de pies en la bañera, entre mis piernas, con su sexo a pocos centímetros de mi cara.
Aguantó hacia durante varios segundos, mirándome desde arriba mientras que yo, sentado en la bañera, la miraba el sexo más que su rostro.
Salió de la bañera y cogiendo una toalla salió al dormitorio, secándose, no sin antes coger mi calzón y llevárselo con ella, cerrando la puerta a sus espaldas.
Varios minutos estuve en el agua, disfrutando todavía del orgasmo que había tenido. Luego salí también de la bañera y, después de limpiarme el esperma y secarme con otra toalla, me la enrollé a la cintura, cubriendo mis genitales y culo.
Salí al dormitorio y allí estaba ella, tendida bocarriba sobre la cama, cubierta solamente por la toalla desde la parte superior de los muslos hasta poco más arriba de los pezones.
Veía la televisión y me tumbé bocarriba sobre la cama, al lado de ella.
Estaba haciendo zapping hasta que apareció en pantalla una película porno. En ese momento una enorme verga negra se follaba a una rubia tetona, que no dejaba de chillar mientras la penetraba. El negro estaba bocarriba sobre una cama, y la mujer, sentada a horcajadas, le miraba a la cara sin dejar de botar frenéticamente. El culo de ella siendo perforado inundó la pantalla y mi madre, sin mirarme, me preguntó:
¿Es la primera vez que lo haces?
Me callé, sin saber muy bien que decirla. Al fin y al cabo era mi madre y me daba corte decirla lo que era evidente, que me la había follado, que me había follado a mi propia madre.
No.
Mentí en voz baja.
¿Con una chica del instituto?
No tenía ningunas ganas de mentir, así que la dije:
Es la primera vez que lo hago. No lo he hecho con nadie más.
¿Te ha gustado?
Sí, claro, sí.
Tu padre dice que eres homosexual. Yo no lo creo.
No, no lo soy.
Me alegro mucho.
Nos quedamos un rato en silencio y me dijo:
¿Por qué te tapas?
¿Por qué lo haces tú?
Ya no.
Y se quitó la toalla de encima, dejando su cuerpo desnudo a la vista.
Moví la cabeza, deleitándome con lo que veía, con sus tetas enormes y erguidas, con su vientre liso, con su sexo apenas cubierto por vello y sus largas y torneadas piernas.
Metió su mano bajo mi toalla, sujetando mi verga y empezó a masajearla. Si estaba morcillona, en un instante estaba otra vez erecta, lista nuevamente para la acción.
Con su mano retiró mi toalla, dejándome totalmente desnudo sobre la cama, pero, sin parar de masajearme el miembro que cada vez se entonaba más y más.
Sin soltarme, se sentó lateralmente en la cama y, tumbándose, empezó a mamármelo, primero a lametazos, a largos lametazos que lo cubrían todo y a cortos lametazos que se concentraban en mi glande. Luego se lo metió en la boca, con si fuera un rico dulce que estuviera saboreándolo, recorriendo con sus labios toda su longitud.
Desplazándose, se puso sobre mí, con su sexo a la altura de mi boca, invitándome a comérselo, y así hice, comencé chupetearlo y sobarlo con mis dedos.
Sabía a una mezcla de naranja y de miel, que me incitaba a seguir comiéndomelo, a seguir disfrutándolo. Noté que cada vez estaba más y más jugoso, que ella estaba cada vez más excitada, que se agitaba cada vez más, sin dejar de comerme la polla, hasta que, presa de un súbito ardor, se puso de rodillas, sin dejar de darme la espalda, y se metió mi miembro por todo el chumino, hasta el fondo, y empezó a botar sobre él, a follarme.
Sus chillidos se confundían con los de la película, impidiéndome diferenciar la realidad de la ficción.
Desde la posición en la que me encontraba disfrutaba viendo también su culo, cómo se contraían sus glúteos en cada movimiento y como mi verga aparecía y desaparecía dentro de su sexo.
Mis manos la sujetaban por las caderas, se sujetaban a sus nalgas, las sobaban y separaban, viendo también su blanco e inmaculado agujero.
Entre salto y salto me volví a correr por tercera vez, y no fui el único, ya que mi madre, chillando como si estuviera nuevamente pariendo, también tuvo su rico orgasmo, dejando de botar y quedándose quieta mientras se corría.
Se sentó en la cama, a mis pies, y de ahí al baño, donde se metió con su toalla y cerrando esta vez si la puerta tras ella.
Mientras continuaba viendo la porno que echaban en la tele, escuché como meaba y se duchaba nuevamente.
Al salir, después de varios minutos, estaba más relajada y otra vez cubierta con la toalla.
Mirándome, me preguntó:
¿No te duermes? ¿No tienes sueño?
Como no la contesté, se tumbó otra vez en la cama bocarriba, y se puso conmigo a ver la película.
Después de varios minutos me dijo:
Nunca se lo he contado a tu padre, pero en este motel ya estuve una vez.
Hizo una breve pausa y continuó:
No te acordaras, pero, hará casi un año, fui también a ver a mi tía. Tu padre no me quiso llevar en coche y tuve que ir en autocar. A la vuelta un primo mío me acercó a casa en coche, y … bueno… paramos en este motel y pasamos la noche juntos en esta misma habitación.
No me lo podía creer, me estaba contando una infidelidad y me resultó morboso que me hiciera su confidente, así que la animé a que continuara:
¿También follaste?
Por la cara que puso me di cuenta que la palabra “follar” la resultaba incómoda, como basta u ordinaria. Sin embargo, hacerlo conmigo, con su hijo, no la parecía mal.
Bueno, … sí, toda la noche.
Se detuvo unos instantes para continuar:
Me dijo que el coche tenía problemas y no podía continuar, así que paramos en este motel. Mientras yo iba al baño, él cogió esta habitación. Me dijo que no había otra libre y cuando entramos me encontré, como ahora, una sola cama. Como no habíamos traído más ropa, nos acostamos con lo justo, en ropa interior. En la cama con el calor pues eso … lo hicimos. Varias veces, cinco.
¡Cinco veces, se la había follado cinco veces!
Además había utilizado conmigo la misma táctica que su primo había utilizado con ella.
A la mañana siguiente el coche funcionaba bien y me dejo en la puerta de casa. No subió ni a saludar a tu padre.
¿Le conozco yo?
Le has visto alguna vez. Es Tomás, mi primo Tomás.
Le recordaba vagamente, pero ahora me gustaría conocerle e imaginármelo en la cama con mi madre, follándosela.
¿Te folló también por el culo?
Puso una cara como si la diera asco, pero me contesto.
Por el culo, no, no, claro que no.
¿Es la única vez que habéis follado?
Bueno, un par de veces se ha acercado de improviso a casa cuando vosotros no estabais.
¡Mi madre hace de putita desde hace meses con un familiar, la muy puta, y ahora me lo confiesa!
Las dos veces llamó a la puerta, abrí sin mirar y me lo encontré delante. No pude cerrar la puerta y entró en casa. Me arrastró al dormitorio y, bueno, allí lo hicimos.
Se detuvo un par de segundos y continuó.
Podía haberle denunciado por violación, pero hubiera sido un escándalo y yo lo que quería era que pasara desapercibido.
Se paró un momento y reanudo su monólogo.
Desde entonces, siempre miro por la mirilla antes de abrir la puerta. Desde entonces otra vez ha intentado entrar en casa pero no le abrí la puerta.
¡Vaya con el pichabrava del primo!
¿Podíamos haberlo encontrado hoy cuando fuimos a ver a tu tía?
Imposible. Me contó mi prima Tere que no está en el país ahora ya que tiene un contrato de trabajo en el extranjero y no volverá en más de un año.
¡Al menos tiene su virtud a salvo del primo durante un tiempo! Luego ya veremos lo que aguanta.
¿Solamente has follado con él y con papá?
Bueno, antes de conocer a tu padre, tuve varios novios.
¿Cuántos?
Novios, cinco o seis.
¿Con cuántos hombres has follado, mamá?
No llevo la cuenta, hijo, quizá diez o alguno más.
Y ¿de casada? ¿Con cuántos te has acostado de casada?
Ya vale, hijo, que soy tu madre. Esas cosas no se preguntan a una madre.
Reculé por si perdía la oportunidad de follármela otra vez.
Perdona, mamá.
No te preocupes, hijo. Es natural tu curiosidad.
Se calló un instante meditando y me soltó:
Lo que nunca debes de perder es la imaginación y hacer todo lo que quieras sin molestar a nadie, porque, sabes hijo, solo se vive una vez y lo que no hagas ahora no lo harás nunca y siempre te lo echaras en cara.
Si esa es su filosofía, no ha parado nunca de follar, la muy puta, pero la pregunté muy inocentemente.
¿Puedo preguntarte a qué edad perdiste la virginidad?
Era más joven que tú, tendría unos dieciséis años.
¿También en un motel de carretera?
No, no. Si no teníamos dinero. Fue en un coche, en el coche del padre de mi primer novio. Se lo había cogido a su padre sin que se enterara, y, bueno, lo que le costó luego quitar las manchas que dejamos en el coche.
Y empezó a reírse divertida, y yo, que tenía otra vez la polla como una olla, aproveché la oportunidad. Tiré de las toallas que nos cubrían y de un salto me tumbé bocabajo encima de ella, entre sus piernas, y se la metí nuevamente, comenzando a cabalgar furiosamente sobre ella.
Por la cara que puso, la pillé totalmente de sorpresa, dejó de reír y se quedó sin saber qué hacer.
Sujetándome en mis brazos, levanté el tronco para poder ver la cara que ponía mientras me la follaba y, especialmente, para ver cómo se bamboleaban sus tetas por las acometidas a las que la estaba sometiendo.
No pasó más de un minuto cuando mi madre se unió activa a la fiesta, y empujándome, me tendió bocarriba sobre la cama con ella encima.
Se puso de rodillas y empezó ella a follarme a mí, mientras apoyaba sus manos en mi pecho.
Mis manos fueron a sus caderas y a sus nalgas, mientras mis ojos se fijaban en sus tetas, en sus enormes y erguidas tetas, y cómo se balanceaban desordenadamente a cada saltito que daba.
También me fijé cómo me follaba, cómo su vagina se comía mi verga, y la cara de vicio que ponía mi madre mientras me follaba, cómo se mordía los labios y cómo su lengua bailaba por su boca entreabierta.
Salto y salto, hasta que me volví a correr y ella conmigo, chillando impúdicamente.
Estuvo sobre mí, sin movernos durante casi un minuto, y luego se desmontó tumbándose otra vez a mi lado en la cama.
Luego solo recuerdo que me desperté en mitad de la oscuridad de la noche por unos chillidos que se escuchaban. Al principio pensé que era un sueño, un sueño en el que un grupo de negros de enormes pollas se estaban beneficiando a mi madre. Pero no, era la realidad. Estaban follando, pero no sabía exactamente quién, tal vez mi madre, tal vez se estaban follando a mi madre.
La televisión estaba apagada y alguien dormía a mi lado.
Tanteando en la oscuridad, noté que era una mujer y estaba desnuda. Supuse que era mi madre. Dormía de lado, dándome la espalda, con sus piernas dobladas hacia delante. Su piel estaba caliente, muy caliente.
Durante bastantes minutos, quizá media hora, la sobé el culo a placer, luego bajé a sus muslos que también amasé, me metí entre sus piernas, sobé su entrepierna, subí a su vientre y ahí, a sus tetas, a sus enormes tetas, que también sobé.
Dormía profundamente y ni se inmutó con tanto sobeteo, pero mi verga sí que estaba nuevamente despierta, bien despierta. La apoyé sobre sus calientes nalgas, y empujé, una y otra vez, como si estuviera follándomela. Y pensé ¿por qué hacer como si me la estuviera follando cuando puedo realmente volver a follármela? Así que deslizándome hacia los pies de la cama, la levanté una pierna y la coloqué encima de mí. Tantee con mi mano para localizar exactamente donde estaba la entrada a su vagina y, con su ayuda, la volví a meter mi miembro en su coño.
Nada más metérsela, me quedé quieto, esperando alguna reacción de ella, pero como no la hubo, empecé a moverme adelante y atrás, adelante y atrás, follándomela.
Mis movimientos eran cada vez más rápidos y enérgicos, hasta que me corrí sin emitir ni un sonido.
Con el pene dentro, aguanté varios minutos y, cuando lo saqué, la escuché decirme suavemente:
¡Ahora duérmete!
Y eso hice, me di la vuelta y me quedé nuevamente dormido.
Entre sueños escuché que follaban, chillidos, gritos, ruido de muebles al chocar entre ellos y con las paredes, pero estaba tan cansado que no les presté más atención. Supuse que follaban en habitaciones próximas a la nuestra.
El ruido de la ducha me despertó y la luz que entraba por la ventana ayudó a hacerlo.
Estaba en la cama, entre las sabanas sudorosas y desordenadas del lecho que tapaban mi desnudez.
Salió del cuarto de baño mi madre desnuda secándose y me preguntó:
¿Qué tal has dormido?
La respondí con un gruñido que significaba cualquier cosa.
¿Escuchaste la fiesta que tenían al lado? No han parado de hacerlo en toda la noche y cómo gritaban, parecían que les estaban matando.
SÍ, matando a polvos.
Pensé yo, mientras la escuchaba
Voy a pedir el desayuno para que lo traigan a la habitación. ¿Te parece bien?
Y cogió el teléfono pidiendo un desayuno americano para dos.
Al colgar me dijo:
En diez minutos nos lo trae, pero ¡vaya voz tan profunda que tiene! Me pone la piel de gallina solo escucharla. Seguro que es el cachas que nos dio anoche la habitación.
En ese momento me entró nuevamente el deseo y la dije muy zalamero:
Recuerdas, mamá, que me dijiste que nunca debo perder la imaginación y hacer todo lo que quiera. Pues bien, mamá, quiero ver cómo te folla el cachas cuando nos trae el desayuno.
Sorprendida, la cambió la cara y, titubeando, me dijo con una entrecortada:
Pero … hijo
Por favor, mamá. Solo esta vez pero quiero ver cómo te folla.
Me miró asustada sin decir nada, y la tranquilicé diciéndola:
Estaré escondido detrás de las pesadas cortinas del balcón. No me verá y pensará que estás sola. Si necesitas algo estaré ahí para ayudarte.
Y si no quiere.
Me dijo en voz baja, mirándome muy seria.
Seguro que quiere, seguro que tú le convences, aunque en cuanto te vea así, te follara aunque tú no quieras.
Me levanté a orinar y a lavarme, dejando a mi madre con sus pensamientos, dudando si hacer caso a su hijo o no.
Al cabo de unos minutos, escuché que alguien llamaba con los nudillos a la puerta de la habitación y decía con voz profunda:
¡El desayuno!
Salí rápido y sin hacer ruido del baño, y vi a mi madre levantándose desnuda de la cama y acercándose a la puerta para abrir.
Espero a que me escondiera detrás de las cortinas para abrir la puerta.
Era el cachas de la recepción y entrando, sin darse cuenta que ella estaba desnuda, dejó la bandeja del desayuno encima de una mesita redonda que había en la habitación.
Al darse la vuelta se encontró de frente a mi madre desnuda, que, cerrando la puerta, le dijo sonriendo forzada y mirándole el paquete que abultaba su pantalón:
Para desayunar me gustan los huevos muy muy grandes, ¿los has traído contigo?
El hombre se quedó sorprendido, pero debía estar acostumbrado y enseguida reaccionó, mirándola detenidamente de arriba abajo y de abajo arriba, y la dijo, sonriendo aviesamente, con esa voz que tanto excitaba a mi madre:
Con esos pedazo melones que tienes, te los voy a meter yo mismo en la boca.
Y se aproximó a mi madre, que, de pronto asustada, se subió de un salto a la cama, intentando ponérselo difícil al hombre que la dijo:
Te gusta jugar, ¿no?
Y se quitó la camiseta, mostrando un pecho y unos brazos enormes y muy musculados.
¡Un culturista iba a tirarse a mi madre!
Dejó la camiseta sobre una silla y en un momento se quitó el resto de la ropa, quedándose completamente desnudo, exhibiendo una polla enorme cubierta de grandes y abultadas venas azules.
Como un cazador que merodea a su presa acorralada, se movió despacio en torno a la cama donde estaba subida mi madre, se abalanzó sobre ella, gritando:
¡Juguemos!
La sujetó por un tobillo, derribándola bocabajo sobre la cama.
Ella se puso a cuatro patas, intentando huir, pero la sujetó por las caderas, impidiéndolo, y tiró de ella hasta el borde la cama.
Se colocó entre las piernas de ella, poniendo una pierna sobre la cama para follársela por detrás.
La escuché chillar asustada, llorando a lágrima viva, viendo que la iba a encular.
¡Espera, espera, por favor, espera! ¡Por el culo, no, por favor, no!
El cachas dirigió su rabo gigante no al culo de ella, sino a la entrada a su vagina, donde se lo metió hasta el fondo.
La escuché aspirar profundamente aire, pero dejó de llorar.
Sin soltarla las caderas, el cachas comenzó a bombear rápido y profundamente, ayudándose de las piernas para follársela mejor.
La escuché jadear y el ruido de los cojones de él al chocar una y otra vez con el perineo de ella, mientras la cabecera de la cama chocaba continuamente con la pared.
Sin dejar de jadear y gemir, mi madre relajó los brazos, doblándolos sobre la cama, colocando su cabeza entre ellos y aguantando las embestidas del hombre que, incansable, no paraba de follársela.
Desde donde me encontraba podía ver cómo los glúteos de ella se agitaban ante las incesantes acometidas y como el cipote de él la penetraba una y otra vez.
La propinó un sonoro azote en las nalgas, luego otro y otro, y mi madre chillaba suavemente cada vez que lo recibía, adquiriendo sus glúteos un color cada vez más rojo.
Mi pene crecía y crecía ante lo que estaba viendo ¡Casi tengo otro orgasmo allí mismo mirándola el culo y cómo se la follaban!
Después de más de diez minutos de ñaca-ñaca, el cachas detuvo su ímpetu y, gruñendo, eyaculó dentro de ella.
Unos cinco segundos permaneció sin moverse, pero cuando la desmontó, enseguida se puso la ropa sin dejar de mirarla el culo que todavía lo tenía en pompa.
Antes de marcharse, la dio un último azote en las nalgas que tenía abiertas exhibiendo también su ano.
Nada más cerrar la puerta, yo, que estaba totalmente excitado sexualmente y tenía la polla totalmente recta, tiesa y dura, salí casi corriendo de mi escondite, acercándome de prisa al culo de mi madre, y la monté por detrás, directamente en su agujero del culo.
Dio un respingo y un chillido, pero ya la tenía dentro, y, a pesar de que se agitaba dolorida, gimoteando, empecé a bombear rápido, corriéndome enseguida.
Nada más correrme, la saqué, chorreando esperma también sobre sus nalgas y sobre las sábanas.
Apartándome, me fui rápido al baño, temiendo que mi lujuria provocara un ataque de ira en mi madre.
Allí me duché y arreglé, permaneciendo en el baño casi media hora. Al salir, me temía lo peor, pero mi madre estaba desnuda, tranquilamente tumbada en la cama, viendo la televisión.
Se levantó al verme y, al pasar al baño, me comentó, como si no le diera importancia:
Espero que ya estés satisfecho.
Mientras esperaba que saliera me tomé mi desayuno ya que mi madre ya se había tomado el suyo, y me fui vistiendo.
Al mover las sábanas para ver si nos dejábamos algo, las vi manchadas de sangre. Estaba claro que darla por culo la había producido desgarramientos en el ano.
Es muy posible que no fuera yo el único que perdió su virginidad aquel día. Mi madre también dejó de tener un culo inmaculado.
Una vez vestidos, fue mi madre la que pagó en recepción al cachas que se la había follado hacia unas dos horas, que, muy profesional, como si no hubiera ocurrido nada, nos preguntó con una sonrisa beatífica si nuestra estancia había sido totalmente de nuestro agrado y, ante nuestro tímido “Sí”, nos deseó un buen viaje.
No ocurrió ningún contratiempo más en nuestro viaje de vuelta a casa y mi padre nos recibió con su habitual indiferencia, pero para mí y posiblemente para mi madre fue una experiencia auténticamente inolvidable.
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