La semana pasada estuve en un Encuentro de Poetas, en Cosquín. El viernes, medio embolado, muchas señoronas, con ganas de dar a conocer sus poemas, alguno que otro jovato que quería levantarse alguna, y 4 o 5 jóvenes. Les cuento que en esos Encuentros por lo general la idea es levantarse alguna veterana, desde el vínculo que crea la poesía, pro las ideas de uno chocan con la realidad, ya que la mayoría de las veces a estas señoras ni dan ganas de levantarla. Esa noche, lo usual, una cena compartida entre todos los que quieren, somos gente de distintas provincias, antes que embolarnos solos, vamos a la cena a ver qué onda hay. La mesa era larga, justo enfrente mío me tocó un matrimonio de Tucumán. Ella era poetisa, Eva, y su marido, Enrique, un industrial de esa provincia, que se ve que quiso acompañar a su hermu, y a lo mejor cuidarla de algún “peligro”, porque era la que mejor estaba. Unas gomas hermosas, buenas gambas, toda la sensualidad en la mirada, la típica calienta braguetas que después se tenía que consolar con su esposo ya que tenía vedada la posibilidad de escaparse.
En un momento dado, me pareció que me rozaba por debajo de la mesa, no supe si era ella, o me lo había imaginado. La miré reiteradamente, pero no dio signos de haber sido la que me tocó. Pensé que fue involuntario, o que a lo mejor me estaba histeriqueando. La noche pasó sin pena ni gloria, ella había leído poemas esa noche (me gustaron, eran un tanto eróticos), y a mí me tocaba la noche siguiente.
La mayoría de los poetas parábamos en el mismo hotel, pero yo me retiré antes, quedamos con ese matrimonio en encontrarnos al día siguiente. El sábado me levanté, anduve por el río, comí en un parador, dia unas vueltas, y me fui a dormir la siesta. Del matrimonio mencionado, ni noticias.
Cuando me levanté eran como las cinco, decidí bajar al comedor del hotel a tomar algo, y grande fue la sorpresa cuando en el ascensor me encontré con Eva. ¿Y tu esposo?, le pregunté. “Se tuvo que volver a Tucumán”, me respondió, “problemas en la fábrica”. Fue instantánea la calentura que me agarré, pensé que quizás se me daría la oportunidad de cojerme a esa hermosa vete, que parecía pedir garche.
La invité a tomar algo, ella una gaseosa, yo un cortado, me preguntó a qué rora leía, cuando le dije que era a las 20, me dijo que no sabía si iba a poder ir. Cagamos, pensé, tendrá ganas de darse una vuelta por la ciudad a ver si se levanta un chongo, porque si vas a un encuentro de poetas, ¿qué vas a hacer sino escuchar poesía? Le insistí dos o tres veces, me dijo que lo vería, se reía, coqueta, yo le prometía versos excitantes, la conversación fue adquiriendo otros tonos, me comentó que con el esposo no pasaba casi nada, y que tenía muchas fantasías, que debía canalizarlas en la poesía.
Cuando subimos al ascensor, se me acercó, me tomó la mano, y cuando creí que iba a besármela, o apretármela, se levanta la pollera y la apoyó mi mano en su concha. Lo hace como si mi mano fuera un instrumento, y mi mano se mete en su carne, hurga en su bombacha, y Eva empieza a gemir. Se apoya con las dos manos en la pared del ascensor, mientras mi mano no la suelta, la penetra cada vez más. Ya vamos por el cuarto piso, que era el mío, faltan dos para que se baje, su cara se transforma, se descompone, se muerde los labios para ahogar el grito final, mientras se sacude, se estremece, me aprieta con sus piernas. Llegamos al sexto, no hace falta que me lo pida para que me baje con ella, nos metemos en su pieza, se mete en el baño. No sé qué hacer, la espero con los brazos caídos, me saco la camisa, pienso si no estaré haciendo el ridículo, si no me echará cuando salga del baño.
Y sale, con una sonrisa en los labios, sin nada, con su cuerpo pálido y el vello púbico en el centro de un océano de pecas. Me inclino ante ella, como me lo pide, está tirada en la cama, lamo con extremo cuidado su conchita, mientras la siento arquearse y gemir, después paso mis brazos por debajo de sus piernas, las aferro como si fuéramos dos luchadores, apoyo el mentón en su concha y le lamo el clítoris sin darle descanso. Grita de manera sofocada, pero no la abandono, sigo arriba y abajo, paso de la delicadeza al apuro, de la suavidad a la firmeza, mientras me empapo la cara con sus jugos. Acaba varias veces antes de agarrarme de los pelos, y me pide que la penetre. Yo seguía con el pantalón, bajo el cierre y se la meto con fuerza, mientras me abraza, gime, va de una explosión a otra, mueve su pelvis, yo la giro con cuidado, le chupo la aureola del culo, suavemente, y cuando la escucho gemir por milésima vez la penetro por la vagina, me afirmo fuerte en sus caderas, tratando de mantener la lucidez, y acabo brutalmente, mientras le acaricio los pechos, el vientre, de nuevo la concha.
Los dos estamos llenos de saliva y de calor, y lo que sigue es más de lo mismo. Cogemos sin parar, ella arriba y yo abajo, sin pausas, con los ojos bien abiertos. Después yo de nuevo encima, cerrándole las piernas y trabajándola con embestidas cortitas. Y vuelta a empezar, una y otra vez, hasta que se hacen las 20, y comienzo a pensar qué excusa pondré mañana, cuando me pregunten por qué no fui a leer mis poemas.
En un momento dado, me pareció que me rozaba por debajo de la mesa, no supe si era ella, o me lo había imaginado. La miré reiteradamente, pero no dio signos de haber sido la que me tocó. Pensé que fue involuntario, o que a lo mejor me estaba histeriqueando. La noche pasó sin pena ni gloria, ella había leído poemas esa noche (me gustaron, eran un tanto eróticos), y a mí me tocaba la noche siguiente.
La mayoría de los poetas parábamos en el mismo hotel, pero yo me retiré antes, quedamos con ese matrimonio en encontrarnos al día siguiente. El sábado me levanté, anduve por el río, comí en un parador, dia unas vueltas, y me fui a dormir la siesta. Del matrimonio mencionado, ni noticias.
Cuando me levanté eran como las cinco, decidí bajar al comedor del hotel a tomar algo, y grande fue la sorpresa cuando en el ascensor me encontré con Eva. ¿Y tu esposo?, le pregunté. “Se tuvo que volver a Tucumán”, me respondió, “problemas en la fábrica”. Fue instantánea la calentura que me agarré, pensé que quizás se me daría la oportunidad de cojerme a esa hermosa vete, que parecía pedir garche.
La invité a tomar algo, ella una gaseosa, yo un cortado, me preguntó a qué rora leía, cuando le dije que era a las 20, me dijo que no sabía si iba a poder ir. Cagamos, pensé, tendrá ganas de darse una vuelta por la ciudad a ver si se levanta un chongo, porque si vas a un encuentro de poetas, ¿qué vas a hacer sino escuchar poesía? Le insistí dos o tres veces, me dijo que lo vería, se reía, coqueta, yo le prometía versos excitantes, la conversación fue adquiriendo otros tonos, me comentó que con el esposo no pasaba casi nada, y que tenía muchas fantasías, que debía canalizarlas en la poesía.
Cuando subimos al ascensor, se me acercó, me tomó la mano, y cuando creí que iba a besármela, o apretármela, se levanta la pollera y la apoyó mi mano en su concha. Lo hace como si mi mano fuera un instrumento, y mi mano se mete en su carne, hurga en su bombacha, y Eva empieza a gemir. Se apoya con las dos manos en la pared del ascensor, mientras mi mano no la suelta, la penetra cada vez más. Ya vamos por el cuarto piso, que era el mío, faltan dos para que se baje, su cara se transforma, se descompone, se muerde los labios para ahogar el grito final, mientras se sacude, se estremece, me aprieta con sus piernas. Llegamos al sexto, no hace falta que me lo pida para que me baje con ella, nos metemos en su pieza, se mete en el baño. No sé qué hacer, la espero con los brazos caídos, me saco la camisa, pienso si no estaré haciendo el ridículo, si no me echará cuando salga del baño.
Y sale, con una sonrisa en los labios, sin nada, con su cuerpo pálido y el vello púbico en el centro de un océano de pecas. Me inclino ante ella, como me lo pide, está tirada en la cama, lamo con extremo cuidado su conchita, mientras la siento arquearse y gemir, después paso mis brazos por debajo de sus piernas, las aferro como si fuéramos dos luchadores, apoyo el mentón en su concha y le lamo el clítoris sin darle descanso. Grita de manera sofocada, pero no la abandono, sigo arriba y abajo, paso de la delicadeza al apuro, de la suavidad a la firmeza, mientras me empapo la cara con sus jugos. Acaba varias veces antes de agarrarme de los pelos, y me pide que la penetre. Yo seguía con el pantalón, bajo el cierre y se la meto con fuerza, mientras me abraza, gime, va de una explosión a otra, mueve su pelvis, yo la giro con cuidado, le chupo la aureola del culo, suavemente, y cuando la escucho gemir por milésima vez la penetro por la vagina, me afirmo fuerte en sus caderas, tratando de mantener la lucidez, y acabo brutalmente, mientras le acaricio los pechos, el vientre, de nuevo la concha.
Los dos estamos llenos de saliva y de calor, y lo que sigue es más de lo mismo. Cogemos sin parar, ella arriba y yo abajo, sin pausas, con los ojos bien abiertos. Después yo de nuevo encima, cerrándole las piernas y trabajándola con embestidas cortitas. Y vuelta a empezar, una y otra vez, hasta que se hacen las 20, y comienzo a pensar qué excusa pondré mañana, cuando me pregunten por qué no fui a leer mis poemas.
14 comentarios - En el Encuentro de Poetas
gracias
Excelente relato !!!
Cuántos recuerdos de mis épocas de poeta y, sobre todo, de los famosos encuentros de poesía.
Gracias por compartir 👍