Un sábado por la tarde, en plenas vísperas de la celebración del aniversario de fundación de mi ciudad. Las calles estaban abarrotadas de gente, preparándose para los feriados largos que se iniciaban, apurándose para quedar desocupados para la espectacular juerga de dos días que se avecinaba: desfiles, fuegos artificiales, conciertos. Yo mientras tanto me aburría a muerte esperando la hora de cerrar mi oficina; como eran ya días de fiesta, nadie entraba: yo tengo un negocio de elaboración de páginas web. Es lo malo de ser tu propio jefe: nadie te controla, pero si no trabajas, no comes. Así que, resignado, esperaba como toda la ciudad, que sea hora para salir a celebrar, pero mi experiencia de pequeño empresario me ha enseñado que, muchas veces, esperar pacientemente -cuando nadie lo haría-, te puede traer muy gratas sorpresas. Era una de esas tardes en que no crees que pase nada espectacular, pero pasó: Casi me dormía de aburrimiento sobre mi escritorio cuando tocaron la puerta. Se podrán imaginar mi sorpresa, al ver que, a un negocio como el mío viniesen a verme dos muchachas en uniforme escolar. Antes de ello no me llamaban la atención para nada las escolares, y a pesar que había conocido varias, que te dejaban lelo de solo verlas: altas, bien desarrolladas, no tenían nada que envidiarles a las de 25 para arriba, incluso las mayores las miraban muertas de envidia por sus firmes y suaves carnes. Lo primero que pensé al ver a ese par de bebas, sonrientes y deseosas de conversar conmigo es que venían a hacerme una encuesta o algo parecido. Sin más las dejé pasar. Las dos chiquillas que entraron no tenían precisamente cuerpo de modelos, pero podían dejar más que encantado a cualquiera: Mayela, la más pequeñita, usaba el pelo corto, enmarcando primorosamente sus oscuros ojos negros, el saco del uniforme contorneaba unos enormes y erectos pechos, así como su falda se levantaba un poco por atrás, por efecto del enorme y ancho trasero que apretadamente cubría. Cecilia, por su parte, era alta, casi de mi estatura, gustaba de usar la blusa algo abierta, dejando a la vista su piel blanquísima y pecosa, así como la separación entre sus senitos, algo más pequeños, sí, pero que por entre la tela, asomaban descarados dos grandes pezones erectos. Espigada, de caderas firmes, ella tenía la figura más de una modelo, destacándose sus piernas largas, su cabello largo y castaño, así como sus hermosos ojos color cafés y su naricita respingada. Ambas compartían en sus rostros y comportamiento la carita de inocencia y ternura, combinada con el descaro de hembras en ciernes que se saben perfectamente que son objetivo de las miradas lascivas de los hombres. Al principio, Mayela y Cecilia no mostraban que habían venido a verme por algún motivo aparente: sólo me hablaban de vanalidades y preguntas tontas acerca de mi negocio, mientras intercambiaban de rato en rato miradas entre ellas, aderezadas por risitas burlonas, dejándome a mí, totalmente intrigado. Finalmente Mayela, la más desenvuelta, me lo soltó de golpe: …La verdad es que estamos cansadas de estar sin plata: estamos buscando trabajo de lo que sea. Cecilia, algo más tímida, pero no mucho, asentía con la cabeza, divertida. ¿De lo que sea?"-, les pregunté, aún intrigado por la rara visita y la aún más rara propuesta. - Así es –respondió Mayela, muy segura de sí misma- , estamos dispuestas a hacer de todo. Queremos ir al concierto. Yo la escuchaba divertido, a la vez que sorprendido por su desparpajo al hablar, mientras que Cecilia se apresuraba a agregar "sí, hacemos de todo". Alguna vez había escuchado de chicas que, casi jugando, por falta de dinero para sus diversiones, comenzaban así a prostituirse, mezclando a la vez, el ganar dinero fácil, con el vivir nuevas experiencias sexuales con hombres mayores entregándose gozosas a ellos, y deseosas por tener más experiencia en el sexo. Sin esforzarme demasiado, recordé a un amigo taxista, al que en las celebraciones del año anterior, le ocurrió que una joven tomó su taxi, pidiéndole que le lleve al concierto que se daba en la ciudad en esa fecha; faltando poco para llegar, le pidió detenerse, y le ofreció que disfrute de ella a su antojo, a cambio de que no le cobrase el servicio y que le pagase la entrada al concierto. Mientras las observaba, yo recordé que precisamente esa noche, se presentaba en concierto, en la ciudad, un grupo de esos de moda entre los chiquillos, y que en realidad no pasan de ser un grupo de caras y cuerpos bonitos que cantan algo pasable, y que las disqueras crean grupos de esos, periódicamente, casi como en serie. Era la primera vez que algo así me ocurría y, algo temeroso de meterme en un lío, preferí ir despacio y aclarar mis dudas directamente. - ¿De todo? –exclamé algo incrédulo, pero dispuesto a saber en qué me metía-,…por que TODO es una palabra muy amplia,.. Ambas se miraban a cada rato entre sí, riéndose nerviosamente, como si no pudiesen creerse ellas mismas, lo que estaban proponiéndome. - Tooodo lo que quieras hacer con nosotras,… -agregó con total aplomo, y tuteándome, la pequeña Mayela-, conmigo, con mi amiga,... o con las dos,... Para ese momento, Cecilia no aguantó y soltó una sonora carcajada, sorprendida por el atrevimiento de su amiga. Tras esa aseveración -y siendo sinceros-, sufrí una tremenda y poderosa erección, que se disimulaba afortunadamente al estar yo tras mi escritorio. Ambas en ese rato me observaban atentamente, ansiosas por mi respuesta, mordiéndose los labios, mirándome descaradamente, como si yo fuese un caramelo a devorar, mientras ambas frotaban notoriamente sus piernas una contra la otra. - …¿Y cuánto me va a costar si deseo pasarla con ambas?,.. -, finalmente me mandé a fondo. - ¡Con ambas, jijijijiji! – respondieron al unísono las damas , riendo divertidas y mirándose una a la otra-, ¿una a la vez o ambas a la vez?,..-, preguntó Mayela, tratando de mostrar de nuevo control en la situación. - Ambas a la vez -, les respondí seguro de lo que quería. Nuevamente las chicas rieron divertidas, para luego intercambiar miradas cómplices entre ellas, me respondieron: - Okis –respondió Mayela aceptando, para luego agregar-,…¿y cuánto nos vas a dar?,.. ¿Cuánto quieren?,… –, les pregunté. Mayela, la pequeña pícara, y siempre llevando la batuta del asunto, me respondió tras pensarlo un buen rato: - …No sé, lo que tú quieras darnos,… tú tienes negocio; ganas bien,… En ese momento, me di cuenta que aquellas jovencitas agrandadas se estaban metiendo por primera vez en estos menesteres. Ninguna putilla mediopelín se daría el lujo de que el cliente impusiese el precio de un servicio. Dispuesto yo a no dejar pasar semejante oportunidad, me lancé sin miedo a la piscina: - Bueno, ¿qué les parece si les doy a las dos,…. unos,….sesenta dólares?,… Ambas se miraron sorprendidas, abriendo la boca y los ojos desmesuradamente. Definitivamente, con ese gesto, me demostraron que mi oferta era muy por encima de lo que ellas esperaban; era obvio que aquellas dos chicas , nunca habían tenido tanto dinero junto, de una sola vez en sus manos. Si hubiesen sido más experimentadas, pudiesen haber conseguido, mínimo, y cada una, el doble o el triple de esa suma. Sé que me estaba aprovechando de ellas,… pero como dicen por ahí: la oportunidad la pintan calva. - ¡Trato hecho! –dijo finalmente Mayela, alegremente-,… y dime….¿con qué quieres empezar?,... Ya el asunto no tenía vuelta atrás, así que, antes de que se arrepintieran, puse manos a la obra. "Ven acá" –le ordené, mientras echaba para atrás mi silla, tendiéndole la mano. Mayela se puso de pie y cogió mi mano, rodeando la mesa, caminando hacia mi lugar. Con una sonrisa amplia y soltando risitas nerviosas, la bajita y escultural damita se dejaba conducir por mi mano, sin dejar de mirarme fijamente. Con un ágil movimiento, la tomé por su estrechita cintura, y la senté rápidamente en mis piernas. Mientras eso pasaba, Cecilia observaba sin descaro, con los ojos muy abiertos y en silencio, mi pieza que ya se asomaba enorme por mi pantalón, pidiendo ser liberada. Con total soltura, Mayelita se acomodó sobre mis piernas, y al sentir mi tieso aparato bajo ella, pegó un brinco, soltando un gritito y una risa nerviosa, para luego dejarse acomodar, colocándola yo justo con sus grandes y duritas nalgas con mi ya endurecido pene erecto en medio. Mayelita se dejaba llevar, tendiéndome los brazos al cuello, pidiéndome con sus labios un beso. Acariciándole yo todo el cuerpo, la besé por un buen rato; ella era algo torpe para besar, pero poco a poco dominé la situación, y cuando le introduje la lengua en la boca y la moví con destreza, comenzó a suspirar, abrazándome apasionadamente, derritiéndose como mantequilla en mis manos. Cecilia seguía observándonos absorta, sentada aún en su silla, frotando casi frenéticamente sus piernas bajo la falda de su uniforme. Yo besaba a Mayela y susurrándole al oído le pedí que me bese el cuello, a lo cual ella, presta asintió suspirando, y comenzando a besarme y a mordisquearme tímidamente el cuello. Conforme le ordenaba que usase toda la boca y que me mordiera más, ella lo hacía obedientemente. Pasado un rato disfrutando su lengüita golosa, levanté el rostro y vi a Cecilia, que suspiraba sin parar, mientras nos observaba. "Ven, acércate"- le dije, susurrando. Cecilia, casi hipnotizada por la excitante –y nueva para ella-, situación, se puso de pie y tímidamente, se colocó de pie a mi costado. Una vez a mi lado, pasé mi mano por detrás de su falda de uniforme, apoderándome firmemente de sus nalgas. Cecilia temblaba, pero se dejaba tocar. Mayela, mientras, se animaba más a usar su lengüita en mi cuello: era fantástica, su lengua parecía la de un gato, era áspera y su paso húmedo por todo mi cuello me excitaba enormemente. Cecilia jadeaba mientras mi mano hábilmente la deslizaba introduciéndose por debajo de su calzón de algodón, algo ancho, y que me permitía apretarle las nalgas con confianza. Mayela insistía en que le siga besando, y yo comencé en ese momento besarle en el cuello, usando mi lengua, hasta hacerla jadear y berrear de placer; ¡me iba a comer a la vez a dos damitas , que se iban a dejar hacer lo que yo quisiera!,... Cecilia, mientras tanto ya completamente excitada, se dejaba poco a poco abrir las piernas, permitiéndome ya acariciarle, desde atrás, su vagina que empezaba a mojarse por las caricias de mis dedos, humedeciendo también su pequeñito triangulito de vello. Casi al mismo tiempo, introduje rápidamente mi otra mano entre las piernas de Mayela, para comenzar a frotar con fuerza su entrepierna, por encima de su calzoncito: descubrí con placer que ella usaba una pequeña tanga ajustada, y que se rebalsaba por sus bordes, por una gruesa mata de vello púbico, largo y semiondulado. Como el calzón de Cecilia era ancho y algo suelto, no fue problema para mí, con una sola mano, hacerlo caer hasta casi sus tobillos; Un fuerte suspiro de sorpresa fue la única respuesta de Cecilia al verse despojada así de la prenda, y también a que la hacía estremecer, haciéndola temblar, al comenzar a frotar ahora sí con toda mi mano, su entrepierna mojada. Mayela, observando a su amiga gimiendo y jadeando de placer, paró un momento de besarme el cuello, para exigir su parte: - ….Mmmm….yo también tengo ganitas,….mmm,…-dijo casi susurrándome al oído. No tardé mucho en cumplir en algo sus exigencias: saqué la mano casi totalmente mojada de dentro de la falda de Cecilia y, con total confianza, comencé a desabotonarle a Mayela la casaca y la blusa de su uniforme: ella, sentada en mis piernas, se apartó un poco, bajando la vista y con la boca abierta, mostraba su sorpresa, mientras yo dejaba al descubierto sus enormes y anchos pechos, sacándolos por encima de su sostén blanco. Tan pronto los saqué al aire, comencé a lamérselos y a entretenerme en chupar uno a uno, sus enormes pezones, succionándolos con destreza. Mayela ahora gemía, se desesperaba ante la nueva sensación, tratando de zafarse, logrando más bien que su enorme trasero se frotase a cada instante con mi verga, que me pedía ya a gritos que la libere de una vez por todas. Fue entonces que Cecilia se puso frente a nosotros dos, totalmente absorta, jadeante observándonos: tenía las piernas ligeramente separadas y a la vez se apretaba con ambas manos la delantera de su falda, tratando de friccionar más sus piernas una contra la otra, como si tratase de contener algo dentro suyo, mientras suspiraba fuertemente, con la boca abierta. Bajé la vista y ví entonces cómo le chorreaban por ambas piernas sendos hilos de sus jugos vaginales que descendían incontenibles por sus tersos muslos hasta sus casi caídas medias de escolar. No pasaron ni dos minutos cuando Cecilia, completamente desesperada por atención, introdujo su propia mano bajo su falda, para comenzar a masturbarse con desesperación, torpemente, y sin parar de vernos a Mayela y a mí, que estábamos besándonos y sobándonos frente a ella. El piso de mi oficina está totalmente alfombrado, por lo que no hubo ninguna dificultad para de inmediato cargar a Mayelita y acostarla suavemente en el suelo. La pequeña, ya acostada en el suelo mullido, dobló las rodillas, haciendo que su falda se deslizase, dejando a mi vista, sus piernas torneadas y su coñito humedeciendo ya sus pequeñas braguitas. - … Sé tierno,… -me dijo Mayela anhelante-, las dos somos vírgenes,… ¡Aquello era demasiado: ni en mis más locas fantasías había yo había pensado en comerme dos vírgenes!!,… aquello en vez de llenarme de temores por las consecuencias, me puso a mil en un instante; como loco comencé a desvestirme, aventando al suelo mi saco, camisa y corbata, mientras ambas chiquillas chillaban riendo, como si ante un stripper se encontrasen: cuando finalmente me bajé mis pantalones y mi verga tiesa y goteante se alzó frente a sus ojos, las dos bebas soltaron un grito, para luego quedarse completamente silenciosas: al parecer, era la primera vez en sus vidas que miraban el pene erecto de un hombre. Estaban extasiadas. Sin perder un instante me le fuí encima a Mayelita, que temblaba acostada en el suelo alfombrado: en cosa de un instante casi le arranqué la blusa, la falda y sus braguitas, mientras su amiga, asustada, se pegaba a la pared al lado nuestro, observando sin perderse cada detalle. Ya desnuda, Mayelita me miró, para luego en silencio, abrirse de piernas frente a mí, mostrándome su rajita estrecha y completamente mojada: - ….Noooo,…- gimió mientras yo acomodaba mi pene en su estrecha abertura-,… la tienes muy grande,… hazlo despacio,… no me la metas toda,… no me la ¡AHHHHH!!!!!,…. ¡Su grito de dolor al sentir ella su estrecho conducto abrirse de golpe, a la vez que mi pieza se le enterraba en las entrañas fue la dicha!!; colgándome sus piernecitas en los hombros y aferrándome de su cintura, comencé a bombearla sin compasión: sus gritos comenzaron a diluirse, dando paso a fuertes suspiros y gemidos de placer: - ….¡Ahhhhh!,….¡Mmmmm!!,… ¡me estás abriendo mucho!,… ¡me estás abriendo muchoooo!!!,… Yo gozaba como loco hundiendo mi verga en su rajita abierta, mientras comencé a darme cuenta que otros gemidos inundaban mi oficina: era Cecilia que, pegada aún a la pared, me miraba a mí penetrando a su amiga frente a sus ojos: aquella escena la tenía excitadísima, acariciándose el cuerpo con sus manos mientras nos observaba. Saber que la otra chiquilla me miraba cogiendo con Mayela me encendió aún más, animándome a poner más ímpetu, mientras mordisqueaba los pechos de Mayela, haciéndola gritar con locura. Finalmente tanta fricción de mi verga contra las paredes húmedas y estrechas de su vagina recién desvirgada me hizo venirme sin remedio: como una explosión le solté toda mi leche en su rajita, inundándola por completo y haciéndola sacudirse, casi convulsionando al sentir mi semen caliente dentro suyo; cuando retiré mi verga de su vagina, casi de inmediato salió un borbotón de leche mezclada con sangre, mientras que la pequeña jadeaba exháusta, tirada en el suelo, con las piernas aún abiertas. A pesar de mi corrida yo estaba muy lejos de quedarme tranquilo: aquellas bebas habían encendido mi líbido como nunca, y si iba a pagar por las dos, debía ser que me coja a las dos. Es así que apenas terminé con la pequeña, fui por la espigada Cecilia: apenas ella me vió caminando hacia ella, con la pinga aún erecta y chorreante de semen, sangre y los jugos de su amiga, palideció, pero fue incapaz de siquiera moverse: - …Ven chiquita-, le dije- ahora te toca a ti,… Abriendo sus ojazos, Cecilia se quedó sin habla, para luego dejarse llevar por mí cual si fuese un muñeco: sin perder un instante le dí media vuelta, obligándola a mirar a la pared y a apoyarse de manos contra ella. Cecilia jadeó desesperada mientras yo la desnudaba, dejando caer sus prendas a sus pies. Al tenerla ya completamente desnuda, paré un instante para verla: tenía un cuerpo precioso; desde atrás resaltaba su culito apretadito y respingado, y ahora tembloroso frente a mí. Su cinturita era estrecha, y casi daba la impresión de partirse si la apretaba demasiado. Tras contemplarla un instante, la cogí por su cintura de avispa: su piel era suave y sedosa: con un golpe con mi pierna, le separé las suyas, haciéndome espacio para introducirme dentro de ella. Su rajita apretadita y sin vello se miraba divina desde atrás. Su respiración agitada hacía subir y bajar sus pechitos con insistencia, y fue ahí de donde me prendí con ambas manos, haciéndola chillar de miedo. Yo jadeaba de loco deseo por desvirgarla, mientras sentía como la cabeza de mi pene erecto vibraba al contacto con sus labios vaginales temblorosos, al igual que todo su cuerpo y aún pegados entre sí. - …Por favor,…-apenas musitó jadeante-,… por favor,… despacio,… despacio,… Al igual que con su amiga, no tuve miramientos: lentamente pero con firmeza, le comencé a enterrar mi verga, haciéndola ponerse de puntas de pie, tratando de evitarlo: casi al instante comenzó a chillar, soltando gruesos lagrimones que caían sonoramente al alfombrado: Cecilia siguió llorando hasta que ambos sentimos su himen romperse finalmente. - …¡AUUUU!!!,…-exclamó de pronto, casi prendiéndose con las uñas de la pared, y quebrándose de cintura, alzando su culito apretado-, …¡ES GRAAANDEEE!!!,….¡Mmmmm!!!,… ¡Ahhh!,… ¡Qué ricoooo!!!,…¡mmm!,… ¡Quién lo hubiera pensado!, casi al instante de desvirgarla, la pequeña y tímida Cecilia comenzó a gozar el tener una verga de macho entre las piernas; casi al instante comenzó a moverse de caderas rítmicamente, haciendo que mi aparato se le introdujese más y más, mientras soltaba exclamaciones de inmenso placer, seguidos por profundos y salvajes gemidos. Como un demente me aferré a sus tetitas y comencé a bombearla con desesperación, sintiendo cómo su coñito bañaba por completo mi pene a cada embestida, mientras ella echaba su culito hacia atrás salvajemente, haciendo que sus nalgas y mis huevos estrellasen a cada instante, haciendo un sonido de golpeteo húmedo: - …¡No pares!,… ¡aaahhh!!!,…¡No pareees!!!!,… -, me exigía. Cansado al rato de que sus torpes movimientos no me dejasen gozar a mis anchas de su coñito estrecho, la pegué completamente contra la pared: Cecilia gritó al sentir su piel en contacto contra el frío cemento, pero aún así ni me inmuté; tratando de colocarle mi verga de nuevo en su vagina, apunté y me apreté contra su cuerpo. De pronto, cecilia comenzó a sollozar ahora con mucha más fuerza: - ….¡Noooo; por ahí nooooo!!! –comenzó a suplicar: mi pene se estaba abriendo paso por su estrechísimo ano-, ¡NOOOO!!!!!,… Mi verga se había desviado y yo no me había dado cuenta,… pero al sentir que ya mi verga se había abierto paso, y que sólo faltaba un empujón, decidí que no había ya marcha atrás, y se la enterré por completo. - ……¡AUUUUUUUUHHHH!!!! –gritó desesperada al sentir su ano desvirgado-,… ¡DETÉNTE: NO LA METAS MAAAAAS!!!!,… Cuando ya mi verga estaba completamente dentro de su agujero, sentí unas manos dulces cogiéndome por la espalda: era Mayela que se aunaba a nosotros: había estado masturbándose viéndonos, y deseaba participar de algún modo; es así que mientras la pequeña Mayelita mordisqueaba mi espalda y se frotaba contra mi cuerpo, yo bombeaba a su amiguita por el culo, haciéndola gritar como una poseída, gozando como loca, hasta que le llené el culo con mi leche. Tras eso nos tiramos los dos al suelo, rendidos, pero satisfechos. En la pared, quedó una mancha húmeda, procedente de los jugos del coño de Cecilia: aún hasta hoy, no se ha borrado del todo. El resto de la tarde nos la pasamos los tres tirados sobre el alfombrado, besándonos y cogiendo de rato en rato: como chiquillas que eran, alternaban profundos sueños cortos con el deseo insatisfecho de más sexo. Un rato disfruté cogiéndome a Mayelita, cargándola, penetrándola de pie; luego gocé de la plasticidad de las divinas piernas de Cecilia, echándola boca abajo y penetrándola con sus piernas rodeando mi cuello. Ya llegada la noche disfruté de acostarme yo boca arriba y ver con deleite a esas dos colegialas chupándome y lamiéndome el pene a la vez. Cuando ya se hacía tarde, me pidieron su dinero: se los dí muy complacido. Entraron al baño juntas, llevando sus mochilas; era divino ver sus cuerpos juveniles y desnudos mientras caminaban. Al salir me sorprendí al verlas: en sus mochilas traían ropa de calle; se iban al concierto. Mayela estaba ansiosa ya por irse. Cecilia dudaba en ir, mientras se despedía de mí, y me besaba con ternura, dándome su número de cel. Me dió pena verlas partir. Aquellas fiestas de la ciudad las celebré como nunca: bebí mucho, pero no bailé casi nada,… y es que estaba rendido. A os días me invadió un temor: temía meterme en líos por desvirgar a dos colegialas, pero de pronto mis temores se disiparon: miraba distraído la tele, pasaban un programa de chismes de personalidades de la farándula: el grupo de marras ese del que las bebas eran fans estaban presentándose en el norte del país: el programa hablaba de un escándalo en el que estaban involucrados los cantantes del grupito musical ese; los habían pillado con dos fans de 18 años de edad, en la suite de su hotel, ¡cuál sería mi sorpresa al ver en las imágenes difundidas, a Mayela y Cecilia: ¡se las habían ingeniado para conocerlos, y que se las lleven de gira!,… y ya me imaginaba yo cómo. Apagué la tele y me acosté traquilo: aquellas chiquillas ahora tenían peores cosas en qué explicarle a sus padres,… ¡qué fans tan putitas! Krakkenhere
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