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Compendio I
Me parece curioso que sea la entrada 50 (No, amor. XD, no lo es), porque ese breve par de horas fue especial.
Recuerdo la mayoría de las experiencias, pero que registre esta entrada con este número, me da un valor adicional.
La relación entre Pamela y yo siempre ha estado plagada de mentiras. Principalmente, porque nos preocupaban los sentimientos de Marisol y posteriormente, cuando ella quería recuperar el cariño de Lucia.
Por esa misma razón, que Pamela me dijera sus sentimientos verdaderos era invaluable. Siempre me ha dicho que soy el “peor de sus amantes”, el “que más odia” y el “más pervertido”.
Pero esa noche, hizo como un resumen de su cambio, desde la “Amazona española” que a todas luces me odiaba, a la amante sumisa y cariñosa que fue esa noche de mi despedida de soltero.
Sinceramente, pienso que es ella la que más peso le hace al sentimiento que tengo por Marisol.
No pudimos tardarnos mucho. Aunque Lucia volvió a la camioneta con ganas de más, nos demoraríamos demasiado para una simple visita a la farmacia y Pamela sospecharía.
Sin embargo, mientras regresábamos, en cada semáforo en rojo me detenía y nos besábamos, agarrando por fin esos enormes y esponjosos pechos.
Al igual que su hermana mayor, los tiene muy sensibles y mientras nos besábamos salvajemente, ella acariciaba su hendidura, por debajo de su falda… hasta que nos tocaban la bocina.
Luego de entregarle el encargo y que siguiera durmiendo, bajó al living y encendimos el televisor… aunque, en realidad, nos entretuvimos besando y acariciando nuestros cuerpos, al punto que pude palpar sus pezones e incrustar mis dedos en el contorno de sus labios inferiores, por supuesto, con la tensión permanente que alguien nos sorprendiera.
A eso de las 6, volvió mi ruiseñor con las pequeñas… y Celeste se dio cuenta que algo había pasado entre su jefa y yo, pero aparte de sonreír, no dijo nada.
Mientras preparábamos la mesa para cenar, hizo un comentario.
“La señora se ve menos tensa…” dijo, mientras tomaba los vasos.
“¡No lo sé!” le respondí yo, sonriendo. “La conozco muy poco tiempo…”
“¡Señorito!… sobre la otra vez… cuando fue a casa de la señora…” quiso consultarme, aunque le dio vergüenza.
“¡Dime!” le dije, mientras ponía los cubiertos sobre los platos.
“¿Es verdad… lo que dijo de su esposa?” preguntó.
“¿Qué cosa?”
Tomó un vaso que había quedado sucio, para lavarlo en el fregadero y que no la mirara a los ojos.
“Eso que dijo… que se lo prestaba a la señorita como novio…”
Vestía una falda de colores, bastante corta y una polera blanca que dejaba ver su ombligo y cintura.
Dejé los platos en la isla y envolví mis manos en su cintura.
Se puso nerviosa, pero no protestó.
Se estremecía a medida que la punteaba con mi glande, entre sus apetitosos cachetes, mientras mis manos avanzaban de su cintura hacia sus pechos, oliscando su piel morena.
Suspiraba, a medida que pellizcaba sus erectos pezones, por debajo de la ropa y sus movimientos empezaban a coordinarse con los míos…
“A mi esposa… le gusta mucho…” le susurré.
A ella, le encantaba.
“¡La señorita tuvo mucha suerte!…” dijo ella, volteándose con intenciones de besarme. “Porque usted debe coger como todo un macho… (Me besó de una manera fogosa y ardiente)… ¿Cree usted… que su esposa… pueda prestármelo?”
Le sonreí.
“La señora quiere…” le dije, para apartarme rápidamente. “Pero lamentablemente, tendrá que esperar a que vuelva de mi turno…”
Le vino como un bajón entre sus piernas. Al parecer, quería que la cogiera en la cocina, pero no se podía…
Al menos, no sin arreglar lo que pasaba con Pamela…
“¡Hostias!” exclamó Pamela, luego de la cena. “¿Cómo que mañana te vas? ¿No pasaste las fiestas con mi tía porque estabas de vacaciones?”
Al principio, luego de cenar, no quería salir a charlar al patio, sobre las tumbonas. Pero apenas le dije que me iría al día siguiente, se volvió una furia.
“¡Por supuesto que no, Pamela!” respondí. “¡Mi semana libre coincidió con año nuevo, pero la navidad la tuve que pasar en faena!”
“¡Joder!” exclamó Pamela, malhumorada, aunque no tanto como la “Amazona española”. Más tranquila, preguntó. “¿Por cuánto tiempo te vas?”
“Pues… por una semana…” le recalqué.
“¿Una semana?” preguntó, sorprendida. “Pero… ¿No te marchabas los viernes?”
Le acaricie la mejilla.
“Antes, en la otra faena, era así. Pero mis turnos son de siete por siete ahora…”
“¡Hostias!” seguía protestando. “Y yo, que llegué ayer…”
“Bueno, Pamela… es entendible.” Traté de calmarla. “El viaje es de más de 15 horas y estabas muy cansada…”
Ella suspiró…
“Marco… nosotras llegamos después de navidad…” dijo, muy desanimada. “Quise pasar el año nuevo en Sydney, esperando que ellas volvieran…”
“¿Qué?” pregunté sorprendido.
Ella sonrió, aunque todavía se veía triste.
“¿No te has dado cuenta?” preguntó. “Ninguna de nosotras está cansada por el vuelo. Además… pasar navidad sin mis hermanitas no fue tan divertido…”
“¿Hermanitas?” pregunté, confundido.
Ella sonrío…
“¡Ya sé lo de Violeta, Marco!... y bueno, sin Marisol, Amelia se ha vuelto una hermana para mí…” me explicó, para luego sonreír con amargura. “… pero ella todavía te quiere…”
“¿Y tú no?”
Se puso roja al instante…
“¡Claro que no!” replicó la “Amazona española”, como en los viejos tiempos. “¡Estás casado con Marisol!... ¡Tienes hijas preciosas!... ¡Y tienes tu casa propia!”
Pero era mi Pamela: la que vivía mintiéndome, diciendo que no me amaba. Cada frase la iba diciendo más desanimada.
“¡Que lastima!” respondí, algo desanimado. “Porque yo te sigo amando…”
Puso unos ojos enormes…
“¡Marco, no me jodas!” dijo ella, algo nerviosa. “Tú mismo nos dijiste… que buscásemos a alguien más…”
Entonces, suspiré yo…
“Si, Pamela… pero en ese tiempo, no consideré lo mucho que las amaba, cuando se los dije…” le confesé. “Incluso, cuando Marisol me dijo que habías encontrado un novio, me puse triste…”
Su carita se ilusionaba cada vez más…
“¿De verdad?”
La acaricie suavemente en la cara.
“¡Tienes una personalidad tan complicada!” le respondí con ternura. “ Sinceramente, me preocupaba que te viera solamente por tu cuerpo…”
Su rubor era al máximo…
“¡Carajos, Marco!” protestó ella, mirando a otra parte. “¿Por qué eres tú el que siempre me dice esas cosas?... ¿Por qué no dices que tengo buenas tetas o un buen culo?”
Me reí suavemente…
“Aun le dices “tetas”…” acaricié sus cabellos.
Ella me miró, sonriente…
“Es que hace tiempo que no veo al tío que le decía “pechos”…” me respondió, pero luego recapacitó. “ ¿Qué jodas estoy diciendo?... Marco, yo…
Me abalancé sobre ella y deguste sus dulces y deliciosos labios. Me intoxiqué en su perfume y aunque le sorprendí, ella no se rehusó…
Hasta que paré de besarla…
“¡Carajos, Marco!... ¿Quién te ha dado permiso para…?” dijo, mientras preparaba su mano para abofetearme, el cual perdió fuerza a medida que mis labios la besaban nuevamente.
Por primera vez, entendía un poco mejor al personaje principal de “Love Hina”. De todas las chicas de la serie, la que más le gustaba era la más violenta, la más altanera y la menos honesta con sus propios sentimientos.
Yo soy fanático de la más tímida, tierna y hacendosa de la serie, algo parecida a como era mi ruiseñor cuando era mi novia (que por cierto, le llamo así porque le encanta cantar temas de anime y su voz no es nada mala).
Pero Pamela era tan impulsiva e indomable como esa chica y era agradable subyugarla con mis labios.
Ella suspiraba intensamente, tras nuestros besos…
“¡Aun me flipas con tus besos!” exclamó ella.
“¿Qué es “flipar”?” pregunté.
Ella sonrió, al verme confundido.
“¡Nada importante!... pero también te extrañaba mucho…” me volvió a besar. “¡Fue un año difícil y te necesite a mi lado!”
Me contó que, a pesar que en sus ramos le iba bien, 2 profesores le exigieron que diera los exámenes finales (los más difíciles) de sus asignaturas, a no ser que se acostara con ellos, cosa que no hizo y aprobó con el mínimo, aunque sabía todos los conceptos… y su novio, para variar, estaba más obsesionado con sus pechos que en escuchar sus problemas…
“Sé que si hubieses estado ahí, nada de eso me habría pasado… y es por eso que te he extrañado…” dijo, apoyándose en mi pecho.
Y precisos como un reloj, a la 10 de la noche, nos llegaron los gemidos de los vecinos…
“¡No mentías con que no eran ustedes cogiendo!” dijo, mirándome sorprendida, para luego añadir. “¿Por qué siempre que charlamos, pasa algo como esto?”
“¿Cómo qué?”
“Pues… que me dices algo tierno… me besas… y me pones de ganas de coger…” confesó.
Yo sonreía, sorprendido.
“¿Quieres coger conmigo?”
Se volvió a avergonzar…
“La verdad… es que hace meses que quiero… ¡Hostias!... y ahora que puedo y te tengo al lado, no puedo… ¡Carajos!...” protestó ella, a los cielos.
Yo sonreí... abrazándola para que se calmara…
“Pero Pamela… sabes que tenemos otras alternativas…” dije, acariciando su trasero.
Se río.
“¡Sí, Marco!… ¡También lo he extrañado!…”respondió. “Pero lamentablemente, estoy en mis “días carmesí”… y he tenido unos dolores que por eso he sido un verdadero culo…”
La besé nuevamente…
“¡No sabes cuántos meses te ansiaba, Pamela!” le dije, abrazándola con fuerza y llenándome los pulmones con su esencia. “¡Extrañaba tus palabras!… ¡Tu carácter!... ¡Tu perfume!”
Ella también me abrazaba con fuerza.
“¡Créeme que lo sé!” dijo ella, suspirando en mi cuello. “Amo tus palabras… tus caricias y tus besos…”
La miré a los ojos, perdiéndome en su sensual sonrisa…
“¿Estás diciendo que aún me amas?”
Se avergonzó más todavía…
“¡Cómo te odio por obligarme a hacer esto!...” exclamó, algo molesta. “Pero sí… ¡Aún te amo!”
Me perdí nuevamente, en sus efusivos labios…
“Amo cuando me tomas… me besas… y me rompes la cola…” decía, mientras se ponía a llorar. “Me perdonara Marisol, pero sigo amando al novio y marido que me presentó…”
La besé nuevamente, al ver que no ponía resistencia…
“¿Y si te digo que Marisol sigue siendo generosa? ¿Qué aun le gusta compartirme contigo, con tu prima y tu tía?”
Sonrió, besándome más contenta…
“¡Es una gilipollas!” me dijo, acariciándome. “Fueras mi esposo, no dejaría que vieras a nadie más…”
Me puse más apasionado…
“¡No tienes idea de las ganas que tenía de escuchar esas palabras, Pamela!”
Ella sonreía…
“Marco… es que eres un tío tan guay y caballero… como ninguno de los que conozco… ¡Ay, cielos!” exclamó, al sentir que me desabrochaba el pantalón. “¡No, Marco! ¡No, Marco!... ¡No la metas, por favor!”
Sonaba sincera y preocupada…
“¿Por qué? Quiero hacerlo contigo…”
Ella seguía protestando.
“¡Carajos!... ¡Más encima, te vas por una semana!...” se reía mirándome a los ojos. “¡Marco, créeme que cualquier otro día, te recibo más que contenta!... pero mis dolores son tan fuertes, que tengo que decirte que no… (Se volvía a reír)… y créeme que muchas noches, me pasé este rollo cuando usaba tu “huevito”… Pero esta noche, ¡No, por favor!... ¡Me daré de cabezazos a la muralla cuando me pasé el “carmesí”!, pero por esta noche, ¡No!... ¡Te lo pido!”
Sonreí, al verla tan complicada…
“¡Esta bien!” me resigné. “Pero a la vuelta, me debes decir que sí…”
Ella sonrío como una niña.
“¡Te pido disculpas! ¡De verdad, te pido disculpas!... pero esta noche, soy feliz con que me beses, me abraces y me agarres las te… (Sonrío)… digo, los pechos que tanto te gustan… pero por abajo, déjame tranquila… ¡Por favor!”
Y nos besamos un buen rato, mientras que a Fio le daban como tambor…
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2 comentarios - Siete por siete (49): Pamela se confiesa…