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Compendio I
El resto de la tarde fue más tranquilo. Tenían que terminar de empacar.
Ninguna de ellas se quería marchar, ni nosotros tampoco queríamos que se marcharan. Cenamos tranquilamente y para subir los ánimos, Diana nos contó de los lugares interesantes que ha visitado, incluyendo entre ellos, nuestra visita a Ulundi.
Su vuelo partía a las 10 am del 2 de enero, por lo que me tocó llevarlas al terminal. Marisol prefirió quedarse en casa, ya que se sentía muy triste de verlas partir.
“¡Marisol, tú no tienes que llorar!” le dijo mi pequeña princesita. “¡Nosotros te queremos mucho y eres una niña grande! Nos vamos a la casa, pero tú tienes que cuidar a Marco, que le va a dar pena si te vas con nosotras…”
Obviamente que mi ruiseñor se quebró con las palabras de su hermana y la abrazó fuertemente. Trató de seguir su consejo, aunque era difícil, porque nuevamente, medio mundo nos separaría de su compañía.
Mientras ingresaban el equipaje, Verónica me dio las gracias…
“La pasamos bastante bien, Marco… y estoy contenta que Marisol esté feliz a tu lado…” dijo, con un ligero tono de envidia.
“¿Realmente tienen que regresar?” pregunté, con imprudencia. “Ya has visto la casa. Es grande y podemos mantenernos cómodos…”
Fue como si se congelara. Sus hombros se tensaron y encogieron ligeramente, pero luego me miró con esos ojos tiernos…
“¡Me encantaría quedarme, Marco! ¡Verdad que sí!... pero como te dije, esta es la primera vez que me puedo valer sola…” añadió, bastante complicada. “Sergio nunca me apoyó… y al contrario, tú siempre creíste en mí… pero quisiera dejar de ser una mantenida, ¿Sabes?... tener las herramientas para valerme sola… y por eso, quiero dejarte… para probar suerte por mi cuenta…”
“¿Y qué hay de mí?” preguntó Amelia. “¿Me puedo yo quedar?”
Por eso pienso que fue una pregunta imprudente de mi parte…
Verónica miró a su hija complicada…
“¡Amelita!... la verdad… eres mayor de edad… y si quieres, puedes quedarte.” Respondió.
A Amelia se le iluminaron los ojos, pero Verónica, como siempre, prefirió tragarse sus deseos para que volviera con ella.
“¡Amelia, siempre serás bienvenida en mi casa!...” dije, con un nudo en la garganta. “Pero pienso que lo mejor es que vuelvas con tu madre…”
“¿Por qué?” me miró indignada y estallando en llanto.
La entendía bien, porque la propuesta que acababa de hacerles parecía salida de un cuento de hadas y no pasaban ni 2 minutos para que me retractara.
“Porque tienes que terminar la escuela, corazón… y la educación es la mejor herramienta que tu mamá te puede dar…” respondí, tirándome un poco al cliché.
“¡Pero la educación allá es mala!” protestó, desesperada, como si arrojara anclas.
Yo suspiré. Era una de las cosas que me molestaba de las movilizaciones por la educación, cuando vivía en mi tierra…
“¡No creas eso!” le expliqué. “Tanto yo como tu hermana sabemos que no es cierto. La educación que nos dieron pudo haber sido básica, sin embargo, nosotros mismos nos tuvimos que adaptar al entorno donde estábamos… ¡Amelia, mírame!... yo era un estudiante promedio y algo porro, que tardó 8 años en sacar una carrera que duraba 6… y aun así, me tienes acá, de jefe, dirigiendo a personas que no me conocen ni me entienden mi lengua nativa…”
“Pero Marco…” siguió protestando, con muchas lágrimas. “¡Me quiero quedar contigo!”
Le acaricié la cabeza…
“¡Lo sé!... pero tu mamá te necesita…” confesé los motivos de Verónica.
Amelia miró a su madre, que desgarrada, pero siempre digna, intentaba no mostrar su sufrimiento.
“Ella se siente fuerte, porque tú estarás para apoyarla.” Le expliqué “Como eres una adulta, confía que podrás cuidar de Violeta cuando empiece a trabajar o tenga que salir… y sé que te debe parecer injusto, pero lamentablemente, son sacrificios que debemos hacer, por un bien mayor…”
Se abrazaron nuevamente, mientras que Verónica musitaba “¡Gracias!” entre sus tiernos labios…
Con los ánimos ligeramente más repuestos, Amelia tomó a su hermana de la mano…
“¿Quieres comer galletas?” preguntó.
“¡Siii!” respondió enérgicamente Violetita.
Verónica y yo aprovechamos de despedirnos…
“Marco… quiero que sepas que te voy a extrañar… y que realmente, te amo más que a cualquier otro hombre que he conocido…” dijo, envolviendo sus brazos en mi cuello, mirándome con ternura. “Te agradezco por cuidarme y por quererme… y quisiera verte pronto…”
Nos besamos con pasión, sintiendo una última vez el sabor a lima en sus labios…
Ella suspiró, porque quería que la tomara una vez más… pero si lo hacía, sabía que no la dejaría ir.
Me sonrió y guardó su distancia.
“¡Mamá, Violeta quiere galletas, pero no tengo dinero!” Dijo Amelia, coordinándose perfectamente.
“¡Esta bien, princesita!” respondió, limpiándose las lágrimas. “¿Qué galletas quieres?”
“¡Unas rosadas!” respondió Violetita, mientras llevaba a saltos a su madre a la máquina expendedora.
“¡Ese corte de pelo!” dije, acariciando las puntas. “¿A quién se le ocurrió que te lo hicieras?”
“Fue idea de Pamela…” dijo, sonriendo con simpatía. “Dijo que me vería más madura…”
La besé en sus regordetes y rosados labios. Entre las muchas cosas que extrañó de Amelia son sus besos, que han mejorado bastante.
“¿Me echaras de menos?” preguntó.
“¡Por supuesto!” respondí, sonriendo. “Una mujer como tú no se olvida tan fácilmente…”
“¡Me parece bien!” dijo ella.
Y luego, miró a los alrededores…
“¡Mira!... no te tenía un regalo de navidad… porque ya sabes cómo son las cosas en casa… y bueno… aunque me da vergüenza… quiero darte algo para que no me olvides… y te acuerdes de mí en el trabajo…” dijo, sacando un trozo de papel del bolsillo de su camisa.
“¡No tienes que molestarte!” dije yo. “Simplemente, yo…”
Quedé con ojos como platos…
Ella sonreía satisfecha.
“Sé que no es tan, tan valioso como el teléfono que me regalaste…” dijo ella, con un tono de voz coqueto y travieso, parecido al de su hermana. “Pero para una persona como tú, que le gustan este tipo de cosas… imagino que le deben encantar…”
Quedé anonadado y ella sonreía, porque sabía que con ese regalo, pasaría días enteros pensando en ellas…
Lo he hablado con Marisol, quien se ha reído del tema… y me ha dado permiso para que lo ingrese en mi bitácora…
“Después de todo, es tu regalo… pero si mi hermana lo encuentra, yo no me hago responsable…” me advirtió.
Y gracias a la magia del paint, puedo compartir con ustedes uno de los mejores regalos navideños que recibí en estas fiestas…
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1 comentarios - Siete por siete (46): Memento
saludos y éxito con tus post 👍