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Compendio I
El día siguiente, durmieron la siesta tras almorzar. Verónica y yo aprovechamos de llevar a Violetita a las playas buenas de Adelaide, para que despidiera el viaje.
Aproveché de dormir la siesta allá, mientras que Verónica cuidaba a su hijita.
Por la noche, otra cena generosa y a eso de las 9, Violeta subió para acostarse y su madre y yo subimos para contarle una historia.
A mi suegra le encanta verme narrar historias. No necesito libros. Me bastan dibujos, un dedo, una pestaña. Cualquier cosa e invento algo entretenido para la pequeña princesita.
Una vez dormida, sin embargo, su madre me mira nerviosa y un poco avergonzada, mientras avanzamos el pasillo del segundo piso.
Abrí la puerta, abrazándola y besándola con locura.
Algo que disfruto de ella y de Amelia es el placer de desnudarlas.
En el caso de Marisol, es más impaciente y se arranca la ropa y me ayuda a mí, que tampoco es malo.
Pero con ellas, esa señal de sumisión me encanta.
Porque me dan completa libertad. No me apresuran.
Yo me distraigo, masajeando y besando el escote de sus sujetadores o bien, meto unos dedos en su rajita, mientras lamo sus muslos y ellas se dejan, como si fueran maniquíes.
Si no les gustara, se resistirían y yo las comprendería, porque son sus cuerpos. Pero nunca es el caso.
Descubro la cintura y cola de mi suegra y tengo sentimientos encontrados sobre sus rollitos.
Su cintura se ha vuelto una zona erógena, porque lanza gemidos intensos cuando se la acaricio.
Pero esa noche, quise probar su culito como lo he hecho con Marisol y con Diana.
Se sorprende a medida que separo sus cachetes y se corre inmediatamente al sentir mi lengua en su agujero.
“¡Oh, Marco!... ¡Ohhh, Marco!... ¡Eso nunca me lo han hecho!” dice, retorciéndose de placer.
Las rodillas le flaquean y alcanzo ver sus pechos bambolear, mientras una solitaria gota de saliva se descuelga de su boquita y el aroma a mujer caliente empieza a emanar entre sus piernas.
Ella da un gemido de aprobación, cuando siente la puntita en su ano. Mi glande coquetea con su agujero y ella contiene sus gemidos, bien despacio.
Suelta un fuerte suspiro cuando la penetro. Le encanta que le tome la cola también.
Obviamente, está más usada que la de sus hijas, pero eso no quita que la sensación sea tan agradable. También puedo ingresar al fondo sin mucha dificultad y mis movimientos se vuelven agiles al poco tiempo.
Ella da gemidos ahogados, mientras que sus pechos se sacuden alborotados y me doy cuenta que se está corriendo por el otro agujero, ya que siempre se sacude de una manera especial cuando acaba, como si intentara contener el placer y el aroma a mujer se hace más intenso.
Me aferro a su cintura, suavecita y tersa, lo que le hace gemir y sacudir su cuerpo para favorecer mis embestidas.
“¡Eso, Marco!... ¡Eso, Marco!... ¡Ahí!... ¡Ahí!... ¡Ayyyy!... ¡Ahhhhhhh!”
Acabó por la cola. A los 2 nos faltaba el aliento y ella no paraba de sonreír.
“¡Ay, Marco!... ¡Ay, Marco!...” se reía, mientras trataba de echarse aire. “¡Cuánto te voy a extrañar!... ¡Ufff!... ¡Me haces quemar calorías como una loca!...”
Nos acostamos en la cama, cansados y contentos, esperando la rutina de siempre.
Estaba acalorada y llena de sudor.
“¡Y aun no te baja, Marco!...” se reía al ver mi erección a la mitad, cuando finalmente pudimos despegarnos. “¡Eres imposible!”
Empezó a lamerla, sin importarle dónde había estado.
A veces, pienso qué habría pasado si la hubiese conocido a ella antes de conocer a Marisol.
Verónica es de esas mujeres que disfrutan la vida de casada: hacendosas, esforzadas y siempre sonrientes, a pesar de tragarse tremendas injusticias.
Es una mujer sensual, que se ha cuidado bastante bien para sus años y no se ve para nada mal: su buen trasero; sus generosos pechos, que si bien no son tan firmes y parados como los de sus hijas mayores, no dejan de ser llamativos; sus ojitos verdes, más cansados y tristes que los de sus hijas, que revelan un pasar no tan alegre y cabellos rubios, con bases más oscuras, que intentan dar mayor dignidad a algo que por sí mismo es elegante y distinguido.
Pero tras esa postura de esposa dedicada, se esconde una fiera…
De no haber conocido a mi ruiseñor, habría estado enganchado bastante con mi suegra…
Y es que, aunque se maneja excelente en la cama, con uno o más amantes, al igual que yo, prefiere tener una sola pareja para hacer el amor.
Y por eso, esos maravillosos meses, donde me remordía la conciencia disfrutando del cuerpo de la madre de mi esposa, fueron los mejores que he vivido, porque esa sensación, de disfrutar a alguien como ella: tan hermosa, rechazada y casada con un esposo que no la merecía ni la valoraba, me hacía sentir como si fuera un pecado no aprovecharla.
Con ella, aprendí del sexo anal y pulí más mis caricias y mis besos. Gracias a ella, mi resistencia en la cama se incrementó por montones (algo que, en ese giro bizarro de las cosas, Marisol le terminó agradeciendo). Fue la “primera mujer que abusó de mí” (y no una, sino que varias veces), de una manera deliciosa y lasciva.
Fue la primera mujer con la que hice el amor, sin usar preservativos, por lo que, en cierta forma, también fue la mujer que tomó mi virginidad…
Para ella, he sido su mejor amigo, amante, esposo, héroe, consejero, consolador, soporte y apoyo, entre tantas otras cosas.
En estos días, me confesó que ella ya me había visto antes que esa tarde donde fui a buscar al perro Pepito y que de esa época, ya le calentaba…
Ella es una “jaguar”, como dirían los norteamericanos: le gustan bastante los jovencitos y como yo aparento menos edad, no le había pasado desapercibido en su radar.
Si no hubiese conocido a su hija antes, ¿Quién sabe? A lo mejor, me habría escapado con ella…
“Tú qué sabes tantas cosas… ¿Tienes una explicación?” preguntaba, lamiéndola y acariciándola.
“¡No lo sé! No lo he investigado…” le respondí, disfrutando de sus lamidas.
A ella le gusta la mía. Es tan viciosilla como sus hijas, pero como es la más madura, trata de contenerse.
No obstante, igual la roza “casualmente”, pasando apegada a mí cuando nos encontramos en la cocina, ofreciéndome siempre su cola.
“¿Y no te duele? Porque los amigos de Sergio se quejaban con las pastillas…” preguntó, sobándola entre su mano.
“No, no me duele…” le respondí, sonriendo por sus caricias. “De hecho, me molesta más si no la meto…”
Ella sonreía con mi broma.
“Encuentro que tiene el tamaño justo…” la examinó con sus ojitos verdes, oliscándola y respirando sobre ella, como si conociera bastante bien de ese tema. “Puedes meterla en la boca sin problemas… pasarle la lengua y chuparla, como si fuera un rico helado…”
Me dio una agradable demostración…
“Si tuviera tiempo, la probaría una mañana entera en mis labios…” confesó, sonriendo.
“¿Y qué tal te sientes?” pregunté. “¿Sigues pensando que no me excitas tanto?”
Sonrió.
“¡Para nada!” dijo, sin quitarle el ojo de encima. “Estos días te he visto y me das con el mismo empuje como si fuera Marisol o Amelita…”
“¿Y qué tal mi desempeño?” pregunté con un poco de vergüenza. “¿Te ha gustado?”
Sonrió con picardía…
“¿Estás preguntando si acaso eres el mejor de los que he estado?”
“¡Por supuesto que no!” respondí, con la cara ardiendo. “Pero me preocuparía que fingieras conmigo…”
“¡Que tierno!” dijo, acariciándome como una madre. “¡No, no tienes que preocuparte! Si hubieras hecho un mal trabajo, no la cuidaría tanto…”
A veces, pienso que Verónica me ayuda con mis complejos de Edipo no resueltos…
“A Lucia, también le va a gustar…” meditaba, contemplándola con ternura. “Es más pequeña que la de Diego y no eres tan egoísta…”
“¡Oye!” exclamé avergonzado “Una cosa son ustedes… pero estamos hablando de tu hermana y la mamá de Pamela…”
“¿Y no crees que hablamos de ti?” preguntó, siempre sonriendo al verme complicado.
Tanto ella como Marisol parecen obsesionadas con que pruebe a Lucia y no niego que me tienta, porque se sigue viendo tan guapa como siempre… pero me sigue preocupando más la “Amazona española”…
“Tal vez… pero a Pamela le molestaría…”
“Si, eso es cierto.” Reconoció, suspirando. “Pero tras toda esa farsa que Pamela era tu novia, el matrimonio y el asunto con Violetita, te tiene muchas ganas. En especial, porque Marisol le contó “lo generosa que era”… prestándote a su prima…”
“Sí.” Respondí desanimado. “A veces, me hace sentir como un par de botas…”
Me dio una palmada en el brazo…
“¿Por qué te quejas?... ¡A mí no me engañas con que no lo disfrutas!” Me reprendió con una sonrisa.
Sonreí.
“Si… pero me preocupa más Pamela…” respondí.
“¡Lo sé! Pero no creo que a Pamela le moleste tanto. Después de todo, todas hemos tenido nuestros encontrones raros contigo.” Dijo ella, acariciándome.
“¿Y no te pone celosa?”
Se rió.
“¿Aun piensas que tenemos una relación sería?” preguntó.
“Pues… sí.”
“¡Marco, no voy a negarte que tengo fuertes sentimientos por ti!…” confesó. “Que de ser por mí, viviríamos el día entero cogiendo y cogiendo… y conociéndote, no creo que te sería difícil. Pero por mucho que te ame, no soy tu esposa.”
Su mirada se tornó ligeramente más triste.
“Te entiendo perfectamente…” respondí, acariciando sus cabellos.
“Además, es la primera vez que puedo encargarme de mi vida. Que me siento con las fuerzas necesarias para valerme sola.” Dijo, acomodándose en mi pecho y escuchando los latidos de mi corazón.
“Yo siempre lo he sabido.”
Sonrió nuevamente.
“Y cambiando de tema…” dijo, sentándose y tomando su pelo, resaltando su figura y mirándome de una manera sensual. “¿Qué nota me pones?”
Quedé confundido.
“¿Por qué lo preguntas?”
“Porque todos los otros lo hacen.” Se rió.
“¿Y qué les respondes?”
“Que son dioses, que me rompen y todas esas cosas…”Luego, me miró algo preocupada. “Claro… contigo, no miento…”
Sonrió con picardía.
“Te pongo la nota máxima: un 7.0” le respondí. “¿Y qué tal yo?”
Ella sonrió…
“Mhm… bueno…” dijo, pensándolo. “Te doy… un 6.8”
“¿Por qué? ¿No lo he hecho bien?” pregunté nervioso.
“Sí, lo has hecho bastante bien…” respondió ella, disfrutando de mi nerviosismo.
“¿Te he dejado insatisfecha?”
“No, ese no es el problema.” Señaló, muy entretenida.
“¿Es mi ritmo? ¿No te gusta?”
“No, tu ritmo está bien…” Dijo, recordando muy agradada…
Me regalaba una sonrisa tierna…
“Entonces… ¿Qué?” pregunté finalmente.
En esos momentos, miró hacia al lado, tomando sus manos con nerviosismo…
“Pues… nunca hemos hecho un 69…” respondió.
Yo me reí.
“¿Y eso es importante para ti?”
“¡Por supuesto!” Respondió ella, con una gran sonrisa. “Casi tan importante como hacer el amor…”
“Pero no creo que sea bueno…” señalé desanimado.
“¿Estás bromeando, cierto?” me preguntó con tremendos ojos. “Chupas bastante bien ahí abajo y puedes coger con 2 mujeres sin problemas… ¿Y me dices eso?”
Me avergoncé…
“¡Es que me distraigo mucho!” respondí.
En realidad, no me tengo mucha confianza…
“¡Solo complace a una vieja como yo y dame en el gusto!” me pidió.
Y así lo hice: se acostó sobre mí y me dejó su matita peluda, rosadita y con aroma a mujer a la altura de mi cara y me fue inevitable llevármela a la boca…
“¡Esooo!” exclamó ella, cuando la probé, bastante aliviada. “¡Sabía que no lo harías mal!”
Sentía como me chupaba deliciosamente por debajo, mientras que yo abrazaba su cintura y jugueteaba con mis dedos, masajeando su húmeda abertura y lamiendo su hinchadísimo y mojado botón.
Ella, en cambio, la lamía con mayor dedicación. Escuchaba como gemía al hacerlo y con la mano que sujetaba su cintura, metí un par de dedos en su culo…
Ella dio un gemido y dijo…
“¡Como te gusta meter dedos por el culo!... ¡A ver, dime qué se siente!...”
Y sentí su irrupción, con el índice masajeando la punta del ano.
Me puso los pelos de punta… y me detuve.
La escuché reírse.
“Supongo que no a todos los hombres les gusta…” dijo, retirando finalmente su dedo y chupeteando con deseo.
A ella, en cambio, le encantaba que fisgoneara por su trasero.
Cuando bramábamos, sacándonos placer con nuestras bocas, quise que se diera vuelta, para poder romperle el trasero otra vez.
“¿Por qué… te gustan tanto… los culos?” preguntó ella, disfrutando de la penetración.
“Porque… mi suegra… me enseñó…” respondí.
“¡Qué vieja… más puta… debe ser ella!... ¿No?” suspiraba ella. “Disfrutando… como su yerno… le rompe el culo… cada vez…”
“Ella no es puta…” señalé. “Tiene gustos raros… pero igual la amo…”
Nos besamos en esos momentos, mientras masajeaba sus pechos. Su cintura se meneaba para coincidir con mis movimientos.
“Dime, Marco… ¿Aun extrañas… mis rollitos?” preguntó, mirándome con ojos de ensueño.
Me aferré a su cintura.
“¡No!... porque ahora… te la puedo meter más adentro…”
Dio una exclamación de satisfacción, al sentir cómo me afirmaba en su cintura, bombeando con mayor violencia.
“¡Si, Marco!... ¡Si, Marco!... ¡Ahhh!... ¡Métela más!... ¡Métela más!... ¡Ahhh!... ¡Ahhh!... ¡Sí!... ¡Acaba adentro!... ¡Acaba adentro!... ¡Si!... ¡Quemame!... ¡Quemame!... ¡Siiii!... ¡Asiiiii!... ¡Más!.... ¡Ahhhhhhh!” exclamó, a medida que la rellenaba con mis jugos.
Ella sonreía al sentirme adentro…
“¿Y ahora?...” pregunté, resoplando. “¿He mejorado?”
“Un poquito…” respondió, con una hermosa sonrisa de cansancio. “ Es que… si te pongo un 7.0, no te esforzaras tanto…”
“¡Te equivocas!” señalé, dándole otro apasionado beso. “Tendría que esforzarme, para mantener el promedio…”
Ella sonrió, al verme duro y enfilando por su otro agujero…
“Realmente, eres un alumno… muy esforzado…” dijo ella, poniendo una cara tan bonita, a medida que la penetraba.
Y así pasamos la noche, cogiendo hasta casi las 5 de la mañana.
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