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Compendio I
Hoy cité a mi grupo de trabajo y les pedí disculpas. Como les digo, estas fechas no son mis favoritas y me ponen de mal humor.
No tengo quejas de mis subalternos. Son un grupo bien diverso y me he ganado su respeto. Al principio, guardaban sus distancias cuando llegue, porque mi historia parecía de otro planeta: el nuevo jefe era un Ingeniero en Minas, que trabajo en un yacimiento del otro lado del mundo y que la misma junta lo había designado para el cargo.
Pensaron que sería un viejo de unos 40 o 50 años, todo un experto, pero se sorprendieron que fuera más joven que ellos mismos.
Nos teníamos respeto, porque soy el jefe, después de todo. Pero también estaba tanteando los primeros bocados de las aplicaciones de ingeniería y cada labor que hacían ellos la notaba interesante, maravillosa y simplemente, los admiraba.
Luego vieron que soy trabajólico y doy la talla para mi cargo, pero tampoco les hostigo demasiado con que cumplan los plazos, a diferencia de mi reemplazo, que es un viejo de unos 45 años, más nervioso y que vive pidiendo 4 veces al día los informes de producción y revisando sondajes viejos, de un par de meses de antigüedad.
Cuando empecé mi relación con Hannah (que por cierto, me mandó un saludo por las fiestas), se volvieron más solidarios. Aunque me perdía un poco más de lo normal, acompañándola en las inspecciones, se ofrecían a cubrirme cuando estaba atestado de trabajo, pero es mi responsabilidad y me gusta hacer mi trabajo.
Como fuera, me notaban que estaba “hecho un culo”, como diría mi deliciosa “amazona española”, lo cual no era mi intención y por eso les pedí disculpas.
Les explique los motivos por los que me molestan estas fiestas y fueron comprensivos cuando les pedí que me cubrieran, porque no quería seguir redactando informes.
Ellos estaban más que contentos, porque significaba trabajo adicional para mi reemplazo y fue por eso que ni siquiera me hablaron, mientras pasaba la tarde leyendo artículos de Wikipedia.
Al llegar a la cabaña, me di una ducha y me puse a escribir.
También, debería disculparme con ustedes. Han pasado más cosas de las que he relatado y por lo general, soy más descriptivo.
Pero tampoco es tan agradable quedarse hasta las 2 de la mañana escribiendo, si en 5 horas más te tienes que levantar a trabajar.
Siendo sincero, yo quería dejar este mes exclusivamente para estar con Amelia, Verónica y Marisol (Y por supuesto, con Violetita y las pequeñas).
Y tampoco quería contar esta entrada… porque pienso que fue el mejor día y fue un momento íntimo entre nosotros.
Pero Marisol no lo sabe y es más por ella que me he motivado.
Sin embargo, como se aproximan los periodos de vacaciones, mi esposa no quería que dejara cabos sueltos…
Pero ese domingo, tuve una agradable sorpresa…
“Marisol… ¿Te importaría si salgo con Marco hoy?” preguntó Amelia.
“¡Para nada!” respondió, extrañada. “¿Por qué? ¿Dónde quieres ir?”
Amelia se avergonzó…
“No… es que quería preguntarle… si me puede enseñar a conducir…”
Verónica, Marisol y Amelia comparten el mismo recuerdo de 4 años atrás. Violeta, por fortuna, no lo recuerda.
En una ocasión, cuando fueron a una fiesta de unos amigos de mi suegro, este quedó tan intoxicado, que no podía manejar.
Con la terquedad de un ebrio, obligó a su esposa, que nunca había tomado el volante de un automóvil, para que condujera en su lugar.
Dando balbuceos difusos de cómo se manejaba un vehículo, sin querer, Verónica enganchó reversa y chocaron con el auto aparcado detrás de ellos.
Por fortuna, nadie se lesiono, aunque para desgracia de mi suegro, su porquería de cacharro quedó abollada, sin olvidar los daños que le hizo al otro automóvil, por lo que tras desangrarse pagando las reparaciones, decidió empezar a salir de farra a solas.
“Imagino que él no se enoja como papá… y es algo que me gustaría aprender.” Le explicó Amelia, con una mirada tierna.
“Si, Amelia. No tengo problemas.” Dijo Marisol. “Tú tampoco, ¿Cierto, amor?”
Para Amelia, existen pocas cosas que le puedo decir que no…
La verdad es que lo necesitaba. Quería salir a algún lugar abierto, con naturaleza y árboles, aunque no con intenciones de manosear a Amelia…
Bueno, en realidad, me encanta manosearla (y afortunadamente, le encanta que la manosee), pero quería salir en una cita con ella.
La verdad, me sentía un poco culpable, porque no había disfrutado tanto de Marisol. Pero luego pensé que si toda la semana la planeó ella y si ella dispuso que estuviéramos pocos ratos juntos, nada podía hacer yo.
Mientras que Amelia estaba feliz de tenerme para ella a solas, un par de horas.
Tomé la autopista y la llevé al Parque Forestal Black Hill, que era el más cercano.
Durante esos meses que hice la pasantía en Estados Unidos, para la firma donde trabajaba mi tío, conocí varios parques forestales, que parecían verdaderos bosques.
Sin embargo, Black Hill tiene la misma vegetación miserable que veía en mi país: habían arboles altos, pero el pasto estaba seco y amarillo y la vegetación no era tan invasiva, que generara muros de hojas verdes.
Sin embargo, el cerro deja ver parte de la ciudad.
Quería dejarla que condujera en el camino principal, pero había algo de tránsito. Nos metimos a un área residencial elegante, pero tampoco podría practicar ahí.
Finalmente, llegamos a los estacionamientos del parque y como estaba medio desocupado, la llevé hacia los lotes vacíos.
Se sentó en el asiento del piloto y me miraba asustada.
Conducir la camioneta es un placer y bastante fácil, dado que es automática. Le expliqué la función de los 2 pedales y la posición de la palanca para ponerla en marcha. Lo único que debía hacer era presionar suavemente el pedal…
Y lo logró. Dio una vuelta alrededor del estacionamiento y estaba feliz.
“¡Te quiero mucho!” dijo, dándome un jugoso beso.
“Amelia, ¿Te gustaría salir a caminar?”
“¡Por supuesto!” Respondió, tomándome de la mano.
Aprovechando que el sendero era estrecho, aproveché de abrazarla por la cintura. Ella sonreía fascinada y mis manos se contenían para no manosearla.
Tomamos unos senderos y nos besamos. Me gusta besarla. No me causa tanto efecto como los labios con sabor a limón de su hermana, pero me gusta su sabor a frutilla.
Es que la veo y se me ocurre que es una fruta de un árbol. Como una manzana o un durazno y que ves la fruta colgar y se te hace agua la boca, porque se ve riquísima.
“¡Oye! ¡Detente!” me reprendió enfadada. “¡Es una bonita vista y quiero disfrutarla contigo!”
En efecto, así lo era. Se podía ver el mar y parte de la ciudad y como era un sendero, estábamos solos y solamente escuchábamos el ruido del bosque y algunos bocinazos.
Más calmada, me reveló sus verdaderas intenciones…
“La verdad… quería salir contigo, para preguntarte directamente y sin rodeos… qué es lo que pasa…”
Puso una carita tan extraña: sus ojitos verdes se veían tan serios y su mentón vibraba levemente con temor. Sus labios gorditos y apetitosos estaban indecisos, en una mueca entre decepcionada y triste resignación.
Le sonreí con ternura. Mi niña de otros tiempos ya no era tan niña…
Se había vuelto más intuitiva y no me quedaba dudas de lo que quería saber.
“¿Quieres saberlo todo?” Pregunté, siempre mirándola con ternura.
Su carita sonrió ligeramente, al ver que la contemplaba con seriedad y respeto. Sin embargo, sus brazos y sus ojos aun mantenían la tensión de conocer una verdad incómoda.
Pero ella se lo merecía: No era justo que Marisol y su mamá lo supieran todo y ella fuese la única que quedara de ignorante.
Así que nos sentamos en una banca y le conté todo, desde el principio…
Le gustó recordar la tarde en que su hermana y yo nos casamos, ya que cuando ella no aceptó mi rompimiento, la pude apreciar como una mujer adulta.
Luego le conté cómo nos reencontramos con Rachel y Diana. Le molestó saber que aquella pelirroja era la misma chica que me invitó, tiempo atrás, a tomarme unas copas…
Se sorprendió cuando le dije que, para equilibrar las cosas entre nosotros, pedí a Marisol que tuviese algo con mi corpulento vecino.
Aunque le molestaba que me metiera con una “mujer embarazada” (Obviamente, omití unos detalles que podrían complicarla… como el hecho que ese hijo podría ser mío… por ejemplo), sabe bien que amo a Marisol.
Cuando le conté de Hannah, sus ojos se pusieron tristes. No le agradaba la idea que tuviese una novia en el trabajo.
Y finalmente, rematé con lo de Megan y Liz…
“¿Y qué hay de ti?” preguntó, escondiendo sus ojitos tristes de los míos, mirando el paisaje. “¿Te gusta hacer esto?”
No pude responder con palabras…
“¡Marco!” exclamó, al ver mi avergonzada sonrisa.
“Te estaría mintiendo, Amelia, si te dijera lo contrario…”
“Pero… ¡Lo que nos dijiste!... de ser buen padre…”
Mis manos se extraviaron en su cintura y mis labios sepultaron sus palabras, con un tierno beso…
“Créeme, que aún lo quiero… pero no es tan fácil como antes…” le confesé.
“Si… ya lo imagino…” exclamó decepcionada.
“¡No es por lo que tú piensas!” aclaré. “Más que nada, es por lo que siento por ustedes…”
Sus ojitos se tornaron brillantes. Llenos de emoción…
“¿P-p-por qué? ¿Qué sientes por nosotras?” preguntó, tartamudeando por la emoción.
“A diferencia de ellas… ustedes tienen una condición especial…” traté de explicarle.
“¿”Condición especial”?” preguntó, confundida. “¡Por favor!... ¡Dilo sin rodeos!”
Me gustaba ver a mi antigua niña actuar tan impulsiva.
Antes, era muy sumisa…
Ahora, era toda una fiera.
“Simplemente… a ellas no las amó.” Le dije, sonriendo.
Me besó deliciosamente. Era lo que quería escuchar. Lo que la hacía feliz…
En cambio, yo estaba más tenso. Me ponía en su lugar: ¿Cómo puede amarme, si he sido un cerdo con ella y con su familia? Me he acostado con su madre y su prima y para completar la imagen, estoy casado con su hermana.
No sólo eso: he tomado las virginidades de todo su cuerpo; entre sus experiencias sexuales, se encuentran tríos y cuartetos incestuosos, con su hermana mayor, su prima y su madre; sin olvidar, tampoco, sus propias experiencias de lesbianismo… dentro de su familia.
Me pregunté en qué momento corrompí a una niña tan tierna y dulce… o si ella estaba corrompida desde antes (porque, después de todo, Marisol fue la primera persona que la probó).
“Incluso… hasta el último mes… estaba preocupado por ti…” alcance a balbucear, tras contenerla.
“¿Por mí?” preguntó, sorprendida.
Bajé mi mirada…
“¡Así es!” le confesé, sin poder mirarla a los ojos. “Aun me acuerdo de nuestro último año nuevo… y no quería que te molestaras como esa vez…”
Se abalanzó nuevamente, más intensa que antes. Apoyaba sus senos sobre mi pecho, porque quería que la hiciera mía, en aquel lugar…
“¡Marco, si dices que me amas, soy capaz de perdonarte todo!…” me dijo, sentándose en cuclillas sobre la banca y apoyando sus brazos en el respaldo, mientras que suavemente rozaba con su pelvis la zona de mis testículos.
“¡Amelia!” le dije, contemplándola con un poco de tristeza.
“¡Es que no tienes idea de cuánto te amo, Marco!” dijo, suspirando y estremeciéndose de la emoción. “Al principio… te encontraba lindo y me gustaban tus ojos… y nunca me miraste con malas intenciones. Después, empezaste a hacerle clases a Marisol y te encontré tierno y caballeroso… y cuando ella me dijo que eras el amor de su vida, me dolió, porque siento lo mismo…”
Me dio un beso tan especial… sinceramente, le hace peso a los que me da mi ruiseñor…
No me comió la boca. Más bien, fue como si succionara el aire de mis pulmones, mientras que su lengua envolvía a la mía en un cálido abrazo…
“Cuando llegaste a vivir con nosotras, pensé que podríamos ser novios, como Marisol me prometió… y claro… si yo te lo hubiese dicho antes que mamá, me habría evitado algunos sinsabores…” me besó en el cuello.
Yo tenía un volcán dentro de los pantalones…
“Pero me gustas mucho: me encanta que me toques, que me beses, que me hagas el amor o lo que tú desees conmigo… y no lo digo por lo que me enseñaste esa vez…” sonreía, con nostalgia. “¡Es la verdad! Si me dices que te gustaría verme con otra mujer… soy capaz de hacerlo… e incluso de imaginarme que esa mujer eres tú. Si me pides que hagamos un trío, lo haré… y si me dijeses que quieres hacer el amor conmigo… porque quieres tener un hijo… yo…”
No pudo continuar… pero su rubor en las mejillas me lo decía todo.
Me la llevé al estacionamiento. Quería hacerle el amor ahí mismo, pero era la primera vez que estaba en ese lugar y no sabía si alguien nos interrumpiría.
Nos metimos en el asiento trasero, pero de una forma distinta a como lo hago con Hannah.
Quería ver su ardiente cola, mientras se la enterraba.
Amelia quedaba viendo a mis pies y tenía que agacharse, para no tocar el techo, pero no le importaba, porque estaba botando varios jugos.
Ver sus bermudas de mezclilla y sus pantaletas mojaditas, con dibujos de zanahorias, me dieron tal antojo, que no pude evitar llevármelas a la boca, para chupetear sus deliciosos jugos y sentir su olorcillo en mi nariz.
“Incluso si me dices… que amas más a Pamela… lo entenderé… porque eres lo que más amo… en esta vida…” se empezaba a menear deliciosamente.
“La verdad… Amelia… no es que la ame más…” le dije, agarrando su majestuosa cola, para darle el ritmo que nos gusta. “Como te digo… me siento culpable… y necesitaba a alguien que me hiciera sentir mal…”
“¿No he… sido yo, cierto?” se quejaba, deliciosamente. “Porque a mí… me encanta hacer esto contigo…”
“¡A mí también!” le dije, moviendo la pelvis con gula, como si nunca lo hubiese probado antes dentro de ella. “Pero necesitaba a alguien… que se sintiera mal… por lo que he hecho…”
Le dio un orgasmo…
“¿Estás diciendo…?”
Tuvo el segundo… en simultáneo…
“¿Estás diciendo…. que querías… ¡ahhh!... a alguien como yo?”
Amelia estaba probando intensamente la suspensión de la camioneta. Su condición atlética ni siquiera compite con el cuerpo de Hannah.
“Si, Amelia…” le respondí, sintiendo que se movía a la velocidad de la luz. “Necesitaba a alguien… como tú…”
Le vino un tercero… y uno fuerte…
“¡Siiiii!” exclamó ella al sentirlo, pero sus caderas, sin importar la incomodidad del resto de su cuerpo, seguían sacudiéndose con frenesí. “¿Estás diciendo… estás diciendo… que me necesitabas? ¿Qué necesitabas… ahhh… alguien…. a ahhhlguien… como yo?
4, 5, 6… todos, en sucesión…
“Si, Amelia… así es…” le respondía, siguiendo sus movimientos.
“¿Más que… más que… a Marisol?” preguntó, con una voz sensualísima.
7, 8, 9…
“Si, Amelia… incluso… más que Marisol…”
El decimo y casi tan fuerte como el tercero…
“¡Ahhhhh!”
Ella lloraba de placer, sin parar de sacudirse.
Yo, estaba sorprendido…
Pensé que Pamela era la única. Su clítoris es tan sensible, que con un poquito de masajeo y se corre y obviamente, es uno de sus encantos.
Pero Amelia parecía quererme tanto… o sentirse tan excitada con mis palabras, que se había vuelto una fuente o manantial de orgasmos.
Con Marisol, lo máximo que he conseguido son 6. Curiosamente, han ocurrido cuando le hago la cola, mientras masajeo su pepita y acaricio sus deliciosos pechos…
Tal vez, sea por eso el motivo porque me he obsesionado con el sexo anal.
“¡Marco, yo te amo!... ¡Ahhh!... ¡Eres… lo más rico… en toda mi vida!.... ¡Ahhhh!... ¡Me encanta… estar contigo!... ¡Ahhhhh!... y tenerte así…. adentro mío… ¡Ahhhhh!... es lo más delicioso…”
11, 12, 13…
Por un momento, perdí la cuenta, sin poder distinguirlo de sus jugos vaginales y la sensación que tenía en mi pene era como si ella se estuviera vaciando entera.
Finalmente, acabé en ella, que estaba más que contenta. Aun me maravillo, pensando en su sonrisa. Parecía una princesita, salida de un cuento de hadas, cuando se apoyó en mí…
“¡Nunca… me he sentido tan bien!” me dijo.
Yo tampoco podía quejarme, porque jugueteaba con sus deliciosos globitos y ella se reía, con la misma ternura que Violetita.
“Incluso… tuve que marcharme y casarme por ustedes…” le expliqué. “ Al igual que tú… llegué a un momento que pensé tener hijos con ustedes…”
“¿De verdad?” preguntó, muy animosa.
Pero tuve que poner una cara más realista…
“¡Vamos, Amelia! ¡Eso no está bien!” la reprendí, acariciando su mejilla. “¡Tienes toda una vida por delante… y tienes que estudiar! Además… ¿Cómo le explicarías a tus hijos que su padre es también su tío?”
Ella sonrío.
“Bueno, Marco… nunca le he dado importancia a eso.” Confesó. Luego me miró con sus ojitos verdes “Eres lo que más quiero… y no sé… pienso que sería agradable criar un bebe de la persona que más amo en el planeta…”
“Tú, tu mamá y tu hermana piensan de la misma manera…” sonreí, apretando su nariz.
Y ella puso una mirada coqueta, que me cautivó…
“Y no somos las únicas…” confesó. “Pamela también lo cree y por lo que me ha contado, también tu amiga Sonia…”
“¡Vaya!” exclamé sorprendido.
“Es que eres mejor que los príncipes de los cuentos…” me explicó. “Eres valiente, apuesto e inteligente… y aunque siempre rescatas a la princesa… pues eres fácil de imaginar que vivieron felices para siempre... con muchos, muchos, muchos hijos”
Sentenció, con una tierna sonrisa. Pero luego añadió.
“Y de estas otras… ¿Hay alguien que te haga sentir especial?”
“La verdad, es que todas tienen lo suyo…” respondí.
Mi respuesta no le agradó.
“¡No te enojes!” le dije, sonriendo. “Por ejemplo, la azafata pelirroja, la que fui a ver ayer, es una mujer solitaria y que no tiene tiempo para noviazgos. La otra azafata, esa que conocí en mi primer vuelo y que verás para año nuevo, tiene una personalidad muy parecida a la tuya y para que veas que no soy un goloso, ya encontré un novio para que me reemplace. La compañera de universidad de Marisol era algo flojita, pero podía ponerle empeño y la chica que conozco en la mina, me recuerda bastante a Marisol, porque tiene ojitos claros, es impulsiva y algo inmadura…”
“¡Te faltó una!” señaló con atención.
“¡Es cierto!” exclamé. “La chica del restaurant fue la primera chica que me echó los perros…”
Amelia sonrió.
“¡No, tonto! ¡La que vive al lado tuyo!” me reprendió con dulzura.
“Bueno… te conté que ella y su marido tienen 4 años de casados… y que él tuvo algo con tu hermana…”
“Si… pero…”
Trazó un vientre imaginario… ni siquiera eso se le había pasado…
“La verdad… no lo sé.” Le confesé. “En ese tiempo, su marido y yo la atendíamos.”
“¡Que mal!” exclamó ella. “No me gusta reconocerlo… pero habría sido bueno que tuvieras otro de esos diarios que nos enviaste…”
Repentinamente, me bajó comezón en la nariz…
“¡Tienes uno!” exclamó ella, bien excitada. “¡Tienes que enviármelo!”
“¡Está bien!” le respondí. Pero con algo de preocupación, agregué. “Te lo mando, si no se lo muestras a Pamela…”
Ella se rió a carcajadas.
“¿Estás loco? Aun se irrita cuando le digo “Amazona española”… ¡Me parece excelente!... ¿Cada cuánto escribes?”
“La semana que estoy en el trabajo… se la envío a Marisol, para que no me extrañe.”
“¿Todos los días?” preguntó, emocionadísima.
“Este mes, sí. Pero generalmente, 3 veces a la semana…”
“¡Qué bien!” exclamó emocionada. “¡No tienes idea las ganas que tenía de saber de ti!... pero… ¿Cambiaste nuestros nombres, cierto?... porque… no es algo que todos entiendan.”
“Si… he tomado mis precauciones…” le confesé… sin mencionarle que su historia revolotea por la red.
“¿Y ahora… escribes a diario… por nosotras?” preguntó, con una mirada tan sensual como las que pone Pamela.
Sinceramente, pienso que en 2 años, la va a destronar como la más guapa.
“¡Por supuesto!” le respondí. “Cada día con ustedes cuenta…”
“¡Ay, Marco!” me besó y empezamos a hacer el amor, nuevamente…
Regresamos a eso de las 8. Estaba oscurísimo y solamente Violeta creía que le estaba enseñando a manejar.
“¿Y qué tal te fue, hermana? ¿Aprendiste a manejar?” preguntó Marisol.
“En realidad… hicimos varias otras cosas… pero me gustaría conversar un poco contigo…” dijo, sonriendo con algo de picardía. “Porque hay algunas cositas que me dijo Marco, que me gustaría discutir…”
“Napoleón del crimen” me miró con tremendos ojos, mientras su tímida hermanita la llevaba a nuestro dormitorio, ya que citando sus propias palabras…
“No me gustaría que hicieras un espectáculo frente a Violeta…”
Con Verónica, nos dimos sonrisas de complicidad…
Y seguimos viendo al puerquito mal dibujado que Violetita es fanática…
¡Feliz año nuevo!
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