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Compendio I
Antes de empezar, me gustaría dedicar unas palabras a “mi seguidora más especial”…
En momentos como este, me doy cuenta que mi decisión no ha sido de la más acertada. Si bien es cierto, estamos cómodos y no tenemos necesidades, el hecho que pase estos días solo me hace sentir como un tonto.
¡No te sientas mal, corazón! ¡Sé que no piensas así! Pero en una ocasión, me dijiste (en estricto rigor, robaste los pensamientos de tu hermana…) que sopesaría mis sentimientos por encima de mis deseos y esta noche, se ha dado ese caso.
¡Imagínate, ruiseñor! ¡Nos dejaron salir más temprano! ¿Puedes creerlo?
Incluso, están celebrando en la casa de huéspedes las fiestas, pero yo no puedo ni deseo sumarme al ambiente festivo. ¿De qué me sirve salir más temprano, si la persona con la que más quiero estar se encuentra a casi 400 km de distancia?
Prefiero escribir, porque mis pensamientos me llevan a tu lado, corazón y aunque no pueda verte, sigo amándote de la misma manera que lo he hecho en este tiempo.
Imagino que debes estar abriendo los regalos con las tuyas. Las pequeñas, como es su costumbre, deben estar pasando su primera navidad durmiendo. Me encantaría ver la carita de felicidad de Violetita, abriendo sus obsequios.
Probablemente, tú, tu madre y Amelia se encuentren tan tristes como yo, que no pueda pasar las fiestas contigo.
Sin embargo, me maravillo al pensar las cosas. Pienso que es pura casualidad, porque en ningún momento consideraste cuánto tomaría esa reparación.
Y a pesar de todo, como si fuera tu obsequio particular para estas fiestas, encajó justo para que sucediera. ¡Felices fiestas, amor, y espero verte pronto!
Si, el miércoles fue cuando todos los elementos en el plan de Marisol convergieron para satisfacer los deseos de su madre… y una de las experiencias más peculiares que me ha tocado vivir.
De partida, tuve que convencer a Verónica para que lo hiciéramos. Estaba arrepentida, porque me había visto arreglando el fregadero y presenció cuando me dio la corriente, por no haber desconectado el automático.
Además, estaba el asunto de su confianza, porque aunque tiene un buen cuerpo, sabe bien que Kevin habla en otro idioma y no se creía capaz de convencerlo.
Pero yo tenía bastantes expectativas: la noche que “intercambiamos parejas” (porque técnicamente, le presté a Rachel, en lugar de Marisol) y que cogimos juntos a Fio me daba fundamentos.
También, si considerábamos lo que él vivió con mi ruiseñor, cuando estaba embarazada, podría incitarlo un poco más.
Le aseguré que estaría a su lado y que le serviría de traductor… (Lo que terminó haciendo más peculiar a esta experiencia).
Marisol lo había planeado todo: invitaría a Kevin y a Fio a nuestra casa, para ir caminando al North Haven, con el coche de las pequeñas y sus hermanas, mientras mi suegra se sentiría indispuesta.
Tendría que convencerlo para que me ayudara en la reparación.
“¡Siempre te burlas de mí porque no se asar carnes y ahora, que es un verdadero trabajo de hombres, te escondes en las faldas de tu mujer!” bromeé con él un poco, a expensas de Fio.
Él me miraba complicado…
“Amigo… si fuera como tú, acostumbrado a arreglar cosas, te ayudaría…”
“¡Bueno, compañero! Te confieso que también es mi primera vez reparando algo… pero lo hago por mi padre, ¿Sabes? Él siempre hacía estas cosas en mi casa y me pedía que le ayudara. Aunque lo echemos a perder todo, ¿No piensas que es una experiencia que vale la pena?” le pregunté.
Al verme tan animado, se convenció también. Y luego de despedirnos de nuestras esposas, nos dispusimos a trabajar, ya que ellas estarían toda la tarde en el centro comercial y quedaba comida, si nos sentíamos hambrientos.
“Marco… hay algo que quería consultarte…” dijo, mientras esperaba afuera, pasándome las herramientas.
“¡Dime, amigo!”
“¿Todas las mujeres de tu tierra… son fogosas?”
Sonreí…
“¿Todas?...” pregunté, divertido y saliendo para mirarlo a los ojos. “¿De qué hablas?...”
Estaba rojo de vergüenza…
“Hablo de las cosas que me contaste de Marisol…” respondió, sin tratar de mirarme.
Él ignora que yo sé todo lo que hizo con mi ruiseñor, esos meses que fui un cornudo…
Mi mirada sonriente le ponía nervioso.
“¡Ya sabes!… lo que me contaste de lo que hacen… por la noche…”
“Pues… no sé si todas…” respondí, aprovechando de preparar el ambiente. “Pero mi suegra, si lo es…”
“¿Esa señora?” preguntó, sorprendido.
“Sí.” Le expliqué. “De hecho, yo era regular en la cama con Marisol. Pero por trabajo, me fui al norte de mi tierra, donde ella vivía con su marido. Era una mujer frustrada y al tenerme en el mismo techo… pues… me enseñó bastante…”
“Y… ¿mejoraste?...”
“Bueno, al principio me costó.” Le expliqué. “Estaba acostumbrado a satisfacer los deseos que tenía Marisol, ¿Sabes? Pero mi suegra me exigía más de la cuenta y al final, terminaba durando más…”
“Y Marisol… ¿No se daba cuenta?”
“¡Por supuesto que no!” le dije, mirándolo con una sonrisa. “Cuando volvía de mi turno, la cogía hasta que quedara más que satisfecha…”
“Es que ese es mi problema, compañero…” comentó, con algo de tristeza. “Fio… pues… ahora me exige demasiado… y me preocupa que encuentre a alguien más…”
“¡Vamos, compadre! ¡No te aflijas!” le consolé, descaradamente. “Fio te ama con todo el corazón…”
“¡Lo sé, amigo, lo sé!” dijo, bastante confundido. “Y créeme, que si cogiera sólo contigo… no sería tan difícil…”
Quedé de piedra…
“¿De qué hablas, compañero?” pregunté, con unos tremendos ojos.
Le costaba reconocerlo…
“La conozco bien… y si ha cambiado contigo… debiste haberle enseñado algunas cosas…” confesó, rozando cercanamente la verdad, mirándome con mucha pena.
Podrían pensar que estaba complicado. Sin embargo, la mejor manera de zafarse de esos aprietos es de manera honesta y directa.
“¡Me sorprende que pienses eso!” le respondí, aprovechando el nerviosismo y fingiendo indignación con completo descaro. “Tú sabes cuánto quiero a Marisol… ¿Crees que podría verle a la cara si yo hiciera algo como eso con tu esposa?”
“Bueno… no lo sé…” Dijo él, bastante confundido.
“Incluso es más…” agregué, sin darle tiempo para procesar. “Si ese fuera el caso, ¿Crees que Marisol estudiaría tan tranquila en la universidad, sabiendo que ella y yo estamos a solas, haciendo cosas a sus espaldas, mientras cuidamos a las pequeñas?”
“Ahora que lo mencionas… no… pero…” replicó.
“Porque si lo fuera, o mi esposa es extremadamente rara o bien, es la mejor esposa de todas, ¿No crees?” pregunté en un tono de broma.
“Si… sería bastante extraña… pero…” decía él, sonriendo.
Yo no le dejaba hablar…
“¡No, compañero!” Le expliqué, con un tono paternal. “Yo respeto a tu esposa de la misma manera que respetabas a Marisol, cuando estaba embarazada…”
Instintivamente, esquivó mi mirada…
Es tan fácil arrojar piedras, libres de pecado…
“Lo único que he hecho estos meses ha sido darles consejos y pedirle que sea flexible contigo.” Lo tranquilicé. “Le sugerí que viera pornografía, que leyera y que se diera cuenta de las necesidades que tienen los hombres…”
“Si, amigo… te entiendo…” respondió. “Pero esa noche… cuando jugamos póker… ella…”
“¿Te refieres a la noche que cogiste a mi amiga?” le interrumpí, leyendo sus pensamientos. “¡No seas tonto! Lo hizo por despecho y aproveché la oportunidad…”
“Pero conmigo…” suspiró. “La noto insatisfecha…”
“Y es normal…” le dije, sacando la cabeza del fregadero. “¿No te has informado del embarazo? En algunas mujeres, durante el segundo trimestre, experimentan un incremento en su apetito sexual…”
Afortunadamente, en el caso de Marisol, no se sintió demasiado. Durante ese periodo, nos establecíamos acá. De haber seguido en mi país, en la antigua casa, con Amelia, Verónica y Pamela, lo más seguro es que hubiese muerto por deshidratación.
No pudimos seguir conversando, porque llegó Verónica.
“¡Hola! ¿Les sirvo juguito?” nos preguntó.
Se había tardado, buscando las prendas más sugerentes. Usaba una blusa a croché, con cuello descubierto, que revelaba la ausencia de sostén y una falda negra delgada.
“Uhm… Hola… What´s she saying?”
(¿Qué está diciendo?)
(Está preguntando si quieres jugo…)
“No… gracias…” respondió Kevin, en su español robotizado.
“¿Y cómo va el trabajo?” preguntó ella, poniéndose de gatas, asomando la cabeza con curiosidad, mientras le exponía descaradamente sus pechos a mi vecino.
“Va bien. Ya estoy instalando el triturador y luego voy a probarlo.”
“¿Y él? ¿Ha sido buen ayudante?” preguntó, acariciando sus mejillas regordetas con ternura, mientras él se dejaba querer.
“Al menos, me pasa las herramientas que necesito…” le respondí.
(¿Qué fue lo que dijo?) Preguntó Kevin, bastante exaltado.
(Si acaso has sido de mucha ayuda…) le respondí. (Al parecer, te tiene ganas…)
Pude ver en su cara que la idea le atraía…
“¿Y cuándo podré probarlo?” preguntó, caminando hacia el refrigerador.
Imagino que iba a lucir su cola, de una manera parecida a como lo hizo la vez que me fui a vivir a su casa.
“Cuando le pida que suba el automático…”
“¿Crees que le gusto?”
“No lo sé. Recién me preguntó si las mujeres de mi tierra eran fogosas…”
(¡Me sonrió!) Dijo Kevin, muy avergonzado, cuando ella se retiró de la cocina.
Empecé a conectar los cables con la cinta aislante y mande a Kevin para que diese el automático.
Fue un agrado ver que funcionaba sin problemas y que el agua ni siquiera filtraba. Había sellado bien las cañerías y solamente, quedaba esperar un poco que secara todo bien.
Cuando fui al living, encontré a Verónica de rodillas, chupando ávidamente el enorme salchichón del vecino.
(Uff… ¡Amigo… lo siento!… ella me besó… desabrochó mi pantalón… y después…) trataba de explicarme Kevin, mientras disfrutaba la mamada de mi suegra.
(¡No te preocupes! Te digo que tiene unos 8 meses de divorciada y tiene hambre de buena verga…) le respondí, desabrochando mi pantalón.
Nos miraba con unos ojos de gata sensual, mientras me chupaba a mí y al vecino, amasando nuestros garrotes.
“De verdad, la tiene larga…” me dijo ella, pasándole la lengua por el tronco, mientras sacudía frenéticamente nuestros glandes.
(¡Ay… amigo!... tu suegra… es fenomenal) decía él, mientras ella casi se atragantaba metiéndose menos de la mitad.
Pero luego volvía y lamía la mía.
“Pero la tuya, tiene mejor sabor…” dijo, chupeteándola ruidosamente.
(¿Qué dice?) Preguntó, disfrutando de la manuela de mi suegra.
(Que le sorprende el tamaño de la tuya…) le respondí.
Llegó un momento que estaba indecisa. Parecía un colibrí, chupeteando una cabeza y luego cambiando a la otra.
Se notaba que Kevin no podría aguantar mucho…
(¡Amigo!...) exclamó él, con aflicción.
“¡Se va a correr!” le avisé.
Y ella soltó la mía, se la metió en la boca y la empezó a estrujar…
(¡Ahhh!... ¡Ahhh!... ¡Ahhh!) Se quejaba él, mientras ella acariciaba su rabo, como si fuese un paquete de dentífrico, exprimiendo los últimos restos de jugo…
Luego de tragárselos, me miró contenta a los ojos y empezó a chupármela con mayor dedicación.
Me empezó a mamar con mayor rapidez, ya que quería que fuésemos luego a su dormitorio. Kevin contemplaba sorprendido cómo mi suegra lo metía y sacaba de sus labios, sin necesidad que la guiara.
No pasó mucho hasta que acabara y como siempre, se la enterró lo más profundo que pudo, para tragarse todos mis jugos.
Aunque su verga estaba más flácida, al ver la dedicación de Verónica para limpiar la mía hizo recuperar parte de su esplendor.
“¡Vamos a mi dormitorio!” me dijo, mientras aun se chupeteaba los dedos de sus manos.
(¿Qué está diciendo?)
(Quiere coger con los 2, así que quiere que vayamos a su dormitorio.)
(¡Marco, no puedo!) Exclamó él, con preocupación. (Ahora soy fiel a Fio… y no quiero engañarla…)
(Bueno, amigo… lo estás haciendo por ella.) Le expliqué. (Mi suegra es exigente en la cama y sabe un montón de cosas. Además, hace casi un año que se separó de su marido y está deseosa de probar verga…)
Aun anonadado, tuve que empujar al alcornoque hacía el dormitorio de Verónica, que ya nos esperaba sin su blusa.
Sus pechos estaban paraditos, excitadísima por la idea que le íbamos a dar como tambor.
Se sacó la falda y una tanga diminuta, blanquita y de encaje, nos esperaba… ya chorreando de ansiedad.
Mi “arma principal” estaba en línea. La de Kevin… no tanto.
Para agilizar las cosas, lo sentó en su cama, lamiendo su tripa, mientras yo arremetía por su rajita.
Los ojos de Kevin no podían creer la mamada que le estaban dando.
Cuando encontró que estaba lo suficientemente erecta, me pidió que la sacara y que la metiera por detrás, mientras que ella se ensartaba la de Kevin…
“¡Son enormes!” exclamó ella, besando los labios del vecino, que se rehusaba, cerrando la boca y los ojos.
Fue ella la que fue dando el ritmo, enterrándonos en su interior.
“¡Marco… agárrame los pechos!... ¡Por favor!...” bramaba lujuriosa.
Nunca me he fijado tanto en los sonidos mientras hago estas cosas, porque no son muy fuertes. Sin embargo, se escuchaba una especie de “¡Ploft! ¡Ploft! ¡Ploft” saliendo de la rajita de Verónica.
“¡Oh… gringo desgraciado…!” se quejaba mi suegra. “¿Cómo… puedes tener… una verga así… y ser tan inútil?”
El pobrecito seguía resistiéndose, modulando sin sonido “¡No, Fio!... ¡No, Fio!...”
Pero los movimientos, el ruido y el calor de Verónica iban corrompiéndolo de a poco…
“¡Eso!... ¡Carajo!... ¡Agárrenme los pechos!...” decía ella, rugiendo deliciosamente.
Kevin abría los ojos y le agarraba los pechos. Ella rugía como leona, porque es una de sus zonas sensibles. Yo, en cambio, con la diestra acariciaba su vientre; con la siniestra, apretaba su pecho y le lamía el cuello, lo que hacía que se derritiera de placer.
“¡Si, Marco!... ¡Si, Marco!... ¡Lame más así!... ¡Ahhh!...” me pedía, corriéndose con intensos orgasmos.
(¡Kevin… chupa sus pechos!)
“Si… ¡Gringo pendejo!… ¡Cómeme las tetas!... ¡Desgraciado!...” ordenaba, al sentir los labios de mi vecino sobre sus enormes pechos, sacudiéndose entera con nuestras embestidas.
Estaba poseída.
Ya le corríamos mano por todas partes. Kevin le comía los pezones, mientras yo me afirmaba a sus nalgas.
“¡Uh, Marco!... ¡Uh, Marco!... ¡Rómpeme la cola!... ¡Canalla!...” me ordenaba, mientras Kevin sujetaba su torso, apretando sus pechos.
A esas alturas, ya no nos importaba el otro: Kevin se aferraba a su culo, sin importarle si rozaba mi vientre y yo me afirmaba al vientre de Verónica, sin prestarle atención a mi vecino.
“¡Uyyyy!... ¡Maaalditos!... ¡Ahhhh!... ¡Peeendejos hijos de puuta!... ¡Me van aaaaa partiiiir entera!... ¡Caaabrones!...”
Empezamos a gemir los 3 juntos, cada vez más fuerte. Se sentía como un martilleo, aparte del incesante “¡Ploft! ¡Ploft! ¡Ploft!”.
Probablemente, era la cama que saltaba desbocada…
“¡Aguaanta, gringo canaaallla!... ¡Aguaaanta!... ¡Que vooooy a lleeegaaaar!.... ¡Ahhhh!... ¡Ahhhhh!.... ¡Ahhhhhhh!...”
Y la rellenamos con nuestros jugos…
Nos quedamos un rato acostados, y ella se puso melosa con Kevin.
“¡No coges tan mal… pero te falta practica…!” le dijo, abrazándolo por el cuello, para sentirlo más adentro.
A Kevin no le costó mucho desenfundar. En cambio yo, tuve que esperar…
(¡Tu suegra… es una fiera, Marco!) Dijo él, resoplando.
“¿Qué está diciendo?” preguntó Verónica.
“Que eres insaciable…” le respondí, besándola.
“¡No me puedo sentir más puta hoy!” dijo ella, tras besar a Kevin.
Luego cambiamos de lugares. Le dije a Kevin que lo quería por la cola. Su verga había bajado, pero Verónica es experta en “reanimación bucal”…
Mientras se encajaba conmigo, me miraba con sus bonitos ojos.
“¡La verga que más me gusta!” me dijo, besándome. Pude sentir el sabor de Kevin, pero traté de no mostrar mi desagrado.
Nuevamente, la cama se empezó a sacudir…
“¡Ohhhh!... ¡Gringo maaaldito!... ¡Tu veeerga… llega taaan adentro!...” exclamaba, mientras Kevin mostraba su poderío como antiguo defensa de futbol.
“¿Y yo?... ¿Estoy pintado?...” protesté.
“¡Nooo, Marco!... ¡Noooo!...” me dijo, besándome intensamente. “¡La tuyaaaa… es la mejor!”
Le empezábamos a dar con fuerza entre los 2. Ella se quejaba bien rico…
“¡Marco!... ¡Dilee… que me agarre las tetas… con esas manazas!... ¡Por favooor!...” bramaba nuevamente.
Le traduje a Kevin y le obedeció, taladrándola por detrás incesantemente. Nuevamente, se escuchaban ruidos extraños, como un “¡Sup! ¡Sup! ¡Sup!” saliendo del trasero de Verónica.
(¡Uff, señora!... ¡Uff, señora!) Exclamaba Kevin, a medida que ingresaba más adentro.
Era una delicia besar a Verónica…
“¡Uuuuy, Marco!... ¡Uuuuy, Marco!...” me decía, mientras nuevamente le corríamos mano, sin importar que Kevin y yo nos tocáramos. “Ooootra cosa… es coooger… contigo… ¡Ahhh!...”
La estábamos demoliendo entera. Su cuerpo estaba tan húmedo, por nuestros jugos, por la transpiración y por su saliva de viciosa y desquiciada.
Tratamos de corrernos los 3 juntos, otra vez. Lo que facilitó las cosas fueron los intensos y excitantes gemidos de Verónica.
Cuando nos despegamos, se encargó de limpiarnos las vergas nuevamente.
(¡Tu suegra… es una viciosa!) Dijo él, con una gran sonrisa, mientras buscaba sus pantalones. (¡Tienes razón!… y he aprendido un poco más con ella.)
(¡Qué bueno, amigo!) Le respondí, mientras Verónica lamía mi polla con la misma dedicación de siempre. (¡Gracias por la ayuda, compañero!)
(¡Ojala que pueda satisfacer esta noche a Fio!) Dijo él, abrochándose su camisa y regresando, sonriente a su hogar.
Cuando se fue, le pregunté a Verónica que le pareció.
“Pues… pensé que sería mejor…” dijo un poco decepcionada. “Tiene una grandota… pero bota poquita leche… y sus bolas son más pequeñas…”
Yo sonreía.
“¿Y a ti te gusta tragar leche?”
Sonreía, lamiendo mi glande como traviesa…
“Es que no es como la tuya…” dijo, acariciándola y mirándola con ternura. “A ti, no te baja tan rápido… y aunque te estruje, con que descanses 20 minutos, te recuperas… además, como te quedas tanto rato adentro, pues la espera no es tan, tan larga, ¿Me entiendes?”
“Si, te entiendo…” le dije, acariciando sus mejillas.
“Además, es la verga del hombre que más amo en el mundo… y por eso, nunca tengo suficiente de ella…” dijo, subiendo a besarme y a hacer el amor una vez más.
A la hora después, pasado las 9 y media, regresaron ellas del centro comercial. Las pequeñas llegaron lona, por lo que les dimos biberón en lugar de pecho de Marisol, las mudamos y las acostamos.
“Mami, ¿Estás mejor?” le preguntó Violetita, realmente preocupada.
“Si, princesita. Marco me cuido muy bien y me siento mucho mejor…”
Sus 3 hijas me sonrieron y Violeta me dio un beso en la mejilla…
“¿Y qué tal mi plan? ¿Te ha gustado?” preguntó Marisol, cuando nos preparábamos para acostarnos.
“Después te quejas que te digo “Napoleón del crimen”…” le respondí.
“¡Ya, ya! ¡No me digas tan feo!” dijo, acurrucándose a mi lado. “Mañana te dejaré descansar, si quieres. Hablé con Amelia y vamos a ir de paseo a los museos… pero el viernes, tienes que salir con Megan.”
“¡Pero… Marisol!” Protesté.
“¡Nada de peros!” insistió. “Va a ir a una fiesta con su antiguo novio y se siente despechada. Quiere sacarle celos…”
De repente, se empezaron a escuchar los ruidos de todas las noches, aunque con una ligera diferencia…
“¡Ayyyy, si!... ¡Ayyy, si!... ¡Keeeevin!...”
Marisol me miraba con ojitos de caliente…
“Y para mí… ¿Te queda algo de cariño?” preguntó, con una vocecita tierna.
Para mi esposa, siempre…
¡Felices fiestas!
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