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Compendio I
Obviamente, para la mañana del viernes, no me quería levantar. Pero Amelia, como una buena esposa de una noche, tomó las responsabilidades que Marisol atiende cada mañana…
Cuando pude abrir los ojos, ella sonreía muy contenta. Me miraba y la besaba despacito, para luego sofocarla con sus tremendos atributos pectorales.
Una obra de arte… mi glande, envuelta en tanta carne y su boquita, besando la puntita y haciendo una serie de ruiditos peculiares, a medida que succionaba.
Que decir que para cuando me corrí, no tenía más fuerzas. Lo dejo limpiecito. Me cubrió para que siguiera durmiendo y se fue a bañar.
A eso de las 11, me levante a desayunar. Tuve que ponerme calzoncillos bajo el pijama. Como les mencione, desde que llegó la familia de Marisol que tenía una erección permanente, pero no quería perturbar a Violeta.
En la cocina, Marisol y Amelia me esperaban vestidas y muy sonrientes.
La sonrisa de Marisol, como podrán imaginar, parecía a cuando hace alguna travesura. Me desconcertó su respuesta cuando le consulté, porque me dijo que estaba pensando en que pronto volvería a la faena y que me echaría de menos.
Cuando le dije que no debía importarle, que “nos mantendríamos en contacto…”, su sonrisa se iluminó más, agregando que ya había conversado con su hermana y que ya sabía por qué le regalé la piedra.
Me sentí un poco mal, porque quería sorprenderla. Aunque como saben, ella me terminó sorprendiendo a mí.
De cualquier manera, tenía pensado que fuésemos con su familia al centro comercial, porque quería ir a la playa, pero dado que Amelia no sabe nadar y que Marisol, cuando nos casamos, no tenía mucha idea que Adelaide era una ciudad costera, ninguna tenía traje de baño.
Llamé a Fio, preguntando si podía cuidar a las pequeñas y nuevamente, Amelia se puso como si encontrase a su enemigo mortal.
Fuimos caminando al North Haven, que queda bastante cerca de donde vivimos. A ellas les encantó, a pesar que es uno de los más modestos.
Como buen hombre practico y que detesta comprar ropa, no tardé más de 5 minutos en encontrar un traje de baño.
Pero ellas estaban muertas de la risa cuando tomaron una de mis tarjetas.
Me recordaron a la presentación de “Los Supersónicos”, cuando la esposa le toma la billetera al marido.
Dijeron que querían hacer de ese día “un día especial”, por lo que tardarían un poco en volver.
Sabía el significado de esas palabras y aproveché de pasear con Verónica por los pasillos del centro comercial. Marisol estaba con su celular, así que cuando estuviesen listas, me darían una llamada.
Para mí, es un placer caminar con Verónica en lugares como estos. Como les digo, yo la veo a ella como me gustaría, algún día, que fuese Marisol.
Y es que los 2 tenemos esa visión de casados, más adultos: de revisar vitrinas y fijarnos en el detalle de los muebles o las prendas de vestir.
Reforzando esa atmosfera de casados, estaba también Violetita, que abrió unos tremendos ojos al ver la juguetería. Y es que a diferencia de mi tierra, donde estas tiendas eran la esquina de un piso, con un limitado número de juguetes, esta era una tienda departamental completa.
Y por esos motivos, caminábamos a paso de caracol por pasillos rosados, mientras que ella nos mostraba muñeca tras muñeca.
Por supuesto, me detuve en la sección de videojuegos y también revisé algunas consolas que deseaba “pedirle a Papa Noel”, ante la mirada compasiva de mi suegra, pero fue por un par de minutos.
Como era de esperarse, al momento de partir, la pequeña había escogido alrededor de 5 “nuevos hijos”, lo que complicó a su mamá.
Lucía le había dado dinero, pero Verónica, más previsora, prefería ahorrar al máximo. Le dije que no tenía problemas, que yo pagaría en su lugar, aunque le aclaré a Violeta que 5 hijas eran demasiadas bocas para alimentar.
Logramos negociar hasta 3: un peluche de un muñeco de nieve y 2 muñequitas más pequeñas. Sin embargo, no me pasó desapercibida la mirada de Verónica por una muñeca de porcelana, como las antiguas, cuyas facciones y vestimentas eran muy bonitas y detalladas y se sorprendió cuando lo fui a buscar… junto con un par de videojuegos.
Una vez listos, aprovechamos de comer helado y sentarnos a esperar.
Fue un día muy bonito…
Pero por la noche…
“¡Más adentro!... ¡Más adentro!... ¡Métela entera!” me pedía, mientras la sodomizaba.
Nos besábamos y le agarraba los pechos, mientras ella jadeaba intensamente. La estaba partiendo, como en los viejos tiempos y a ella le encantaba.
“¡Estás tan duro!... ¡Te adoro!...” me decía, besando los labios de su único yerno y lo más seguro, su favorito.
Aunque su cintura era suavecita, seguía extrañando sus rollitos. Le agarraba sus pechos bamboleantes y le pellizcaba los pezones, bramando estrepitosamente de placer…
“¡Mis tetas!... ¡Mis tetas!... ¡Estás pellizcando mis tetas!” exclamaba, con una lengua deseosa por que la besara, mientras se corría nuevamente por delante.
La tomé fuertemente por la cintura, sacudiéndola entera. El arma principal se preparaba para una nueva descarga….
“¡Ay, no!... ¡Ahhhh!”
Colapsamos encima de la cama.
Era la tercera vez que lo hacíamos y eso que ni siquiera nos habíamos puesto pijama…
Es que apenas cerré la puerta, empecé a besarla y a acariciarla. Le levanté la falda y descubrí su intimidad, sacándole sus pantaletas, mientras ella trataba de sacarse la ropa.
Pero no la dejé. Sonara extraño, pero me gusta hacerle el amor con la ropa puesta…
Es que es tan humilde, que no puedo resistirme y me la tengo que llevar a un baño o un dormitorio y se mantiene tan discreta…
Claro… sale de la habitación despeinada y bien avergonzada, pero si uno la viera, no se podría dar cuenta que está chorreando jugos del amor entre sus piernas.
Luego me hizo una mamada y pude darme cuenta que había aprendido cosas nuevas. Antiguamente, me daba la sensación que la anhelaba, que la chupaba con deseo, como si estuviera sedienta…
Pero ahora, era más elaborada…
No digo que perdió el anhelo. Sus deseos por mi verga son los mismos. Lo que cambio fueron sus acciones, sus jugueteos con la lengua, sus mordidas, sus lamidas de punta a base.
Me daba la impresión que había catado muchas vergas, pero la mía, en particular, le encantaba el sabor, el aroma y disfrutaba de ella como si fuera su bocado favorito… al igual que su rajita, con su delicioso sazón, es uno de los míos.
“Tal vez… deberías descansar…” me dijo ella, pendiente de mi erección.
“¿Estás bromeando?”
Ella se rió.
“¡No!... ¡No!” respondía, sin quitarle el ojo de encima, ya que no bajaba en lo absoluto. “Solo digo que debes guardar tus fuerzas… ayer tuviste a Amelita… a lo mejor, mañana tendrás a Marisol… y no quiero que te agotes.”
Mi cuerpo es especial. Aunque 2 semanas antes, 2 noches con Fio me habían dejado sin querer más guerra, la última semana con Hannah me sirvió como precalentamiento y ahora, a pesar que la noche anterior lo hice con Amelia hasta que se durmió del cansancio y un poco más, mi verga estaba aullando por entrar nuevamente en Verónica.
“¡Créeme que me siento bien!” le dije, golpeando sus muslos con la puntita.
Se rió nuevamente.
“Es que no quiero que te desvanezcas por agotamiento otra vez… es solo eso.” Me aclaró.
“¡No tienes que preocuparte!” le dije. “Ni siquiera me duele la cabeza… al menos, no la de arriba. Pero la de abajo, te ha extrañado mucho…”
Volvió a reírse.
“Pero vamos… no puede ser tanto.” Dijo ella, algo avergonzada. “Soy mayor… casi puedo ser tu mamá.”
Entonces, me reí yo…
“¿Qué les pasó en estos meses?” le pregunté, muerto de la risa. “Sino es Amelia, creyendo que la veo como niña, eres tú, creyéndote una abuela…”
“¡Pero si lo soy!” exclamó ella, también divertida.
La besé con dulzura.
“Que digas que puedes ser mi madre es tan mentira como que yo diga que soy padre de Marisol…”
“Marco… sabes que no es así…” dijo con tristeza.
“¡Verónica, son solamente 11 años!” le expliqué. “Es casi la misma diferencia que tengo con Marisol.”
“Pero no es lo mismo…”
“¿Por qué? ¿Porque tú eres la mayor?” pregunté, acariciando sus mejillas. “¡Mira! Yo lo veo así: cuando nací yo, tus recién estabas aprendiendo de la historia clásica y a multiplicar. Cuando nació Marisol, yo estaba aprendiendo sobre latitud, longitud y el uso del diptongo.”
“Pero no es eso…” respondió, obstinada. “Con Marisol o con Amelia, tú podrías tener hijos… incluso, si yo pudiera, tendría que cuidarme…”
Sonreí.
“¿Quieres tener un hijo conmigo?”
También sonrió…
“Es que verte con las pequeñas y cómo te portaste con Violetita, me hizo pensar…”
“Sabes que veo a Violeta como si fuera nuestra hija, ¿Cierto?”
Se puso colorada.
“Si, lo sé… y es eso lo que me confunde un poco.” Me miró con preocupación. “Cuando estoy contigo, me siento tu esposa… pero luego veo a Marisol y me doy cuenta que no lo soy.”
“Bueno, yo también me siento igual… y Marisol no ayuda mucho en aclarar esos sentimientos…”
“¡Siento haberte dado una hija tan complicada!” se rió, ante la inusual situación. “¿Y qué hay de la vecina? Lo que escribiste… que su bebe podría ser tuyo…”
“Tú la escuchaste.” Respondí. “Ella no se sacia fácilmente y en esos meses, la tomaba 3 veces más que el vecino.”
“¡Debe estar matándote la preocupación!” señaló. “Y sobre lo que dijiste de él…”
“¿Qué cosa?”
“¡Ya sabes!” dijo, sin mirarme a los ojos y distanciando paralelamente los índices…
“¡Ah, eso! ¡Si, es enorme!” contesté, notando una ligera sonrisilla. “¿Por qué? ¿Te interesa?”
Me miró con una tremenda sonrisa.
“Es que ustedes 2 son tremendos hombretones… y ya sabes… él es extranjero… y jovencito…”
Tenía antojo de “salame inglés”…
“Tendrías que hablarlo con Marisol.” Le respondí. “Ya has visto como se pone cuando uno no sigue sus planes…”
(Y en estos momentos, está medianamente coordinado…)
“Pero si es por mí, no tengo problemas…” agregué, tomándola del mentón y haciendo que me mirara a los ojos. “Con una mujer tan sensual como tú, no creo que vaya a resistirse…”
La besé y acaricié sus pechos, para comenzar definitivamente la cuarta vez…
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