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Siete por siete (20): Killjoy




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Compendio I


Aunque pude haber escrito esta entrega antes, me he tardado por motivos personales y laborales.
De partida, la última semana libre aproveche de disfrutar de ser papá un rato: jugar con las pequeñas, mimarlas, darles de comer y lo que más deseaba, dedicarles tiempo.
Además, tuvimos una charla con Marisol sobre ese “tema pendiente” (que narrare más adelante) y sobre el hecho que me estaba pidiendo que escribiera 2 o 3 veces por semana, lo cual es bastante agotador. La entendería si fuera en las semanas que estoy en faena, pero cuando estoy a su lado, encuentro que pierde el sentido.
Y bueno, en el trabajo he estado amarrado con informes y por las noches, mi “esposa de la mina” aun busca un poco de consuelo, por lo que he estado limitado de tiempo y tal vez, salga un poco larga de leer.
Empecé estas escrituras porque Marisol me decía que me extrañaba y me sentía más cerca cuando estaba en faena. Pero aunque ella se ponga más fogosa o se acurruque tiernamente en mi barriga cuando escribo a su lado, preferiría aprovechar ese tiempo para disfrutar de su compañía y no pensar en las demás, algo que ella finge no entender.
Imagino que debe estar ansiosa por lo que pasó en el departamento de Rachel ese sábado, ya que no le he contado mucho.
Confieso que me gusta verla nerviosa y haciendo pucheros. Marisol, a pesar de todo, sigue siendo insegura y una de las razones por las que Rachel le desagrada es porque se asemeja a su mayor temor: una mujer promiscua, que me termine robando de su lado.
De hecho, Rachel es promiscua y me ha confesado que tiene otros hombres, pero lo que más irrita a Marisol es que me sigue llamando…
“¡Hola, Marisol!... quería consultarte si conoces a un fontanero. Mi apartamento tiene una fuga y vino el supervisor del edificio, pero sigue botando agua…”
“Marisol, disculpa que te moleste… pero tengo problemas con el televisor. No sé cómo arreglarlo y la compañía no quiere venir a verlo. ¿No conoces a alguien?”
“Marisol… me siento un poco enferma. Me duele la garganta. ¿Sabes de algún doctor que haga visitas a domicilio?”
Por supuesto, Marisol sabe que son excusas. Las llamadas siempre coinciden cuando ella y yo tenemos libre y casi siempre la llama los viernes por la noche, para que se quede cuidando a las pequeñas mientras salgo el sábado.
A Marisol le molestan las mentiras y le es molesta Rachel también. Sin embargo, si uno las escucha conversar por teléfono, parecieran ser las mejores amigas…
“¡No te preocupes! Mi marido te puede ir a ayudar…” Termina diciéndole cada vez que llama.
Pienso que lo que más molesta a mi ruiseñor es su estilo de vida. Rachel tiene 37 años y es muy parrandera.
No es que tenga problemas con la bebida, porque conmigo rara vez bebe. Pero está en una edad difícil, porque si bien las reglas para aeromozas han cambiado desde los 70 (eliminando el límite de edad), no tiene el mismo trato que recibe Diana y ha sido una de los principales motivos por los que se ha “refaccionado”.
Se operó los pechos. Son un poco más grandes que los de Marisol, pero no son tan blandos ni elásticos.
Ella es pelirroja, un poquito más alta que mi ruiseñor, con cabellos rizados y labios gruesos y sensuales. Tiene una buena cintura y su cola bien formada, porque es flexible y le encanta salir a bailar.
Pero creo que la base de su sensualidad radica en sus ojos negros. Hay algo en su mirada y su sonrisa que atrae a los hombres, quienes le tiran indirectas o propuestas, sin importar que yo la esté acompañando.
Ella se ríe, explicando que por el momento no puede aceptar porque está conmigo y como yo no parezco la gran cosa, igual le dan sus números telefónicos, “En caso que se aburra…”.
Pero yo conozco un lado de Rachel que ellos difícilmente podrían contemplar. Como mencioné, al principio se hospedaba en nuestra casa, al igual que lo hace Diana.
En una ocasión, mientras hacíamos el amor aprovechando que estábamos solos en casa, una de las pequeñas se puso a llorar.
Obviamente, nos detuvimos para ir a revisarla. Se le había caído el chupete de la boca y cuando se lo devolví, los ojitos de la pequeña nos sonrieron con ternura e inocencia.
Creo que eso la impactó demasiado. Me dijo que no debería estar haciendo eso, si yo estaba felizmente casado y era un buen papá.
Traté de tranquilizarla, diciéndole que era mi culpa, que me aprovechaba de su necesidad de cariño, pero ella estaba muy conmovida con la situación.
Esa tarde, informó a Marisol que buscaría un nuevo apartamento. Le agradeció la hospitalidad de mi ruiseñor y porque la acogiéramos en su familia, pero ya no quería ser una molestia.
Marisol le pidió que lo considerara. Nuestra casa es enorme y a mi esposa le gusta tener visitas, porque la casa no se siente tan vacía.
Pero ella ya se había decidido…
Yo la admiro, porque ella y Diana pasaron mucho tiempo buscándome. Pero a pesar de todo, Rachel fue lo suficientemente digna para dejarme y rehacer su vida en otro lugar... al menos, temporalmente.
Le he propuesto a Marisol que le diga la verdad, pero se rehúsa. Podrá protestar lo que quiera, pero de alguna manera, le gusta que tenga esta relación.
No sé si será la sensación de “sentirse engañada” o “que le estoy poniendo los cuernos” (Francamente, no veo cómo alguien puede sentirse excitado con eso y tampoco es que ella la engañe, si yo le cuento todo), pero Marisol sigue siendo bastante amistosa por teléfono.
Pero a pesar que Rachel tiene otros hombres, pienso que me considera como alguien especial.
Las veces que nos hemos juntado en su apartamento fueron “raras”, al menos para mí. Cuando vivía en mi casa, Rachel parecía jugar conmigo.
Pero desde que vive sola, la situación ha cambiado bastante…
De partida, su percepción de las cosas es distinta. Como vuela constantemente y siempre dispone de poco tiempo, no hay mucho preámbulo.
No tardó más de 3 minutos después de recibirme, para que me lleve a su cama y terminemos desnudándonos, casi con desesperación.
La besó. Le pido que se calme, que me deje acariciarla. Pero ella quiere ir directamente al grano y para mí es un poco frustrante, porque yo disfruto del juego previo.
Lo succiona de una manera bestial, pero ha parado de mirarme. No quiere que la vea a los ojos…
Cuando quedo duro, rápidamente se acuesta encima de mí y lo ensarta. La beso, pero ella no me los devuelve.
Empieza a jadear y moverse. Tantea mis manos, para que acaricie sus caderas. Guía mis dedos para que se los meta en el trasero, siempre, con ojos cerrados.
Le chupo los pechos y succiono sus pezones con suavidad. Sé que le gusta. Lo notó por sus gestos y sus gemidos, pero parece contenerse.
No me mira…
Alcanzamos el orgasmo juntos y como siempre, me corro en su interior. Le gusta cabalgarme y verla erguida, sus pechos sudados y erectos, pero con sus ojos bien cerrados, como si disfrutara del momento, hace que la experiencia valga la pena.
Finalmente, se acuesta mi lado y abre los ojos. Trato de besarla, pero ella me esquiva.
“No necesito que me beses…” protesta, siempre colorada y esquivando mis ojos.
Dice que ha sido una cogida más. Sabe que yo no pienso así y pareciera que esperar para despegarnos es una tortura adicional.
Le preguntó por sus viajes, por su vida. No le gusta.
“¿Por qué tengo que contártelo todo?” me gruñe algunas veces, pero luego se arrepiente.
Creo que soy el único que se lo pregunta...
Le planteo dudas profundas: qué hará después de que se retire, si planea tener hijos…
No es mi intención. Veo tantos deseos frustrados en ella, pero está atrapada. Su vida ha sido volar y conocer otros lugares.
“Podrías trabajar en algo más…” le he sugerido.
“¡Vamos! ¿Quién me contrataría?”
La miro a los ojos y acaricio su cara. Ella tiembla cada vez que lo hago...
“No eres vieja…”
Leo sus pensamientos.
“¿Por qué no puedes quedarte callado? ¿Por qué me tienes que mirar tanto a los ojos?”
“Porque eres bonita…”
Aunque finge que le molesta, siempre termina sonrojada.
Lo hacemos otro par de veces (nuevamente, Rachel cerrando los ojos) y ella se entrega completamente. Pienso que le gustaría que la viera como una puta, que no tenga sentimientos por ella, pero me es difícil.
Me visto, la beso, le pido que se cuide y que me llame si me necesita. Ella se ríe y me pregunta cuándo tendré libre el próximo mes, “porque soy molesto, pero divertido”.
Me despido y la dejo. Siempre siento pena por ella…
Creo que eso es lo que me causa más remordimientos: no poder ser más.
Se lo expliqué a Marisol, pero no lo puede entender, porque sabe que siempre regresare a su lado. Aún sigue siendo la mujer que más amo y la única con la que quiero estar casado.
Pero para las otras, es distinto…
Sigo creyendo que en el momento del clímax, te fusionas con la otra persona. Tal vez, por eso disfrutan tanto conmigo.
Durante esos momentos, para mí no existe nadie más y por eso me gusta mirarlas, porque en ese mezquino intervalo de tiempo, yo puedo ser de ellas.
Con Fiona, no me causa tanto remordimiento. Ella tiene a Kevin y hay algo en su mirada que me augura como el primero de una larga lista de amantes, pero eso ya no es mi problema.
Sin embargo, con Diana soy casi un ídolo. Ella se entrega completamente a lo que yo desee, porque se siente agradecida y no duda en aliarse con Marisol para satisfacer mis deseos.
No tengo dudas que Diana encontrara un novio. Pero por sus viajes constantes, su timidez y su ajetreado estilo de vida, no creo que haya sido el tipo romántico y cariñoso que ella necesita.
Megan, por otra parte, es más cautelosa. Hemos avanzado con besos y toqueteos, pero a pesar que ella me desea, el sexo no es tan importante para mí y yo no la busco porque me sienta aburrido o no tenga nada mejor que hacer, algo que me diferencia bastante de su último novio.
Ella necesita a alguien que la apoye, que se maraville como lo hago yo con las victorias de Marisol y aunque le puedo dar una muestra de eso, Megan sabe que no soy suyo.
Y bueno, con Hannah no me siento tan culpable. Ella tiene a su novio y la trata bien y si nos juntamos en faena, es más que nada porque nos entendemos… aunque eso no quita que me lleve de inspección a diario.
Sé que debería relajarme y disfrutar el momento, pero no puedo. No me siento “diseñado” para este estilo de vida y sería feliz con la imagen que todos perciben de nosotros: la pareja jovencita de recién casados, con el papá trabajador, proveedor y responsable y la esposa esforzada, maternal y estudiosa.
Pero no quiero seguir desviándome de la entrega que tengo pendiente y sacar una catarsis.
Sinceramente, cuando Rachel me pidió que le ayudara con la conexión de internet, yo la iba a hacer legal: No tengo idea de routers, porque dependía de mi hermano cuando vivía en mi tierra y la vez que compré el ordenador, pude explicarle a Ryan lo que quería y él supo entenderme.
Además, “Ted” es de esos tipos tímidos que no cuentan nada. Por la cara radiante que tenía cuando pasé a buscarlo, no me sorprendería que estuviera enamorado de Fiona.
Lo notaba nervioso, sonriente. De hecho, no pasó mucho para que me preguntara por ella.
Pero tuve que pincharle la ilusión. Fiona no necesitaba internet y aunque así fuera, estaba con su marido ese día, por lo que no podríamos repetir lo del otro día.
Sin embargo, le dije que Rachel no se quedaba atrás en belleza y que sería un trabajo fácil.
Sur por Military Road, hasta Kidman Park.
El apartamento de Rachel se encuentra en un 3er piso, en uno de esos típicos departamentos de alquiler hechos de ladrillos que aparecen en las películas.
No es muy grande. Cuenta de un living, una cocina, un baño y un dormitorio. Está parcialmente amoblado, porque Rachel nunca se ha dado el tiempo de armar una casa acogedora y la mayor parte de los muebles son del departamento.
Ted olvidó completamente de Fiona al ver que la pelirroja de cabellos rizados nos recibía con un bermuda celeste bien apretado y una camisa veraniega que nos dejaba ver su cintura, ombligo y sus generosos pechos.
“¡Pensé que vendrías sólo!” Me reclamó en el recibidor.
“Pues yo no sé mucho de redes inalámbricas… y Ryan arregló las redes de mi casa.”
Pero ella no veía al gordito pelirrojo y con algunas pecas que se quedaba como idiota contemplándola. Estaba muy irritada.
“Si ibas a necesitar ayuda, deberías haber venido con…”
“…con Kevin, ¿Cierto?” le interrumpí y ella se puso roja. “Desgraciadamente, Kevin sabe menos de computación que yo. Pero dale una oportunidad al chico. Te apuesto que sabe bien lo que hace…”
Y le dio una mirada a Ryan como si fuera un calcetín viejo. El pobre debía estar acostumbrado a ese trato y tomó sus herramientas para ponerse a trabajar.
No tardé mucho en percatarme que el “supuesto problema” era falso. De partida, Rachel no sabía si tenía internet en el apartamento (nunca lo usa) y Ted encontró varias redes inalámbricas, pero ninguna a nombre de mi amiga.
“Generalmente, estos edificios se conectan a la red a través de la televisión por cable. Si lo desea, puedo instalarle un router y generarle una red…” sugirió el gordito.
“¿Y para qué la necesito?” me preguntó, como si yo supiera sus necesidades.
Rachel podría considerarse como un caso extraño. Aunque tiene un teléfono capaz de conectarse a la red, nunca lo emplea, ya que siempre viaja.
Guarda sus contactos telefónicos entre paréntesis, con la ubicación geográfica donde se encuentran. Pero aparte de teléfono, Rachel no tiene mucha idea de los otros usos.
Sus “redes sociales” son más tangibles, comparadas con el resto y las contacta cuando quiere divertirse.
Lo más seguro era que se le habían acabado las excusas para invitarme y optó por la más popular, aunque en el fondo no la usara.
“No lo sé.” Respondí. “Internet no está de más… y si quieres buscar algo por computadora, puedes usarlo…”
“¡Pero yo no tengo computadora!” señaló.
“Tal vez, no sea para ella…” exclamó Ryan, más desanimado por la venta fallida. “Su modelo de teléfono puede navegar por internet, pero si ella no lo usa…”
“Ella no lo usa porque no sabe.” Le respondí y luego la miré a ella. “Deja que lo habilite. Yo pagaré los gastos.”
Rachel estaba confundida y aceptó.
Mientras Ryan trabajaba en el living, me llevó a su dormitorio.
“¡Marco, te llamé porque quería verte!” me reclamó.
“Pues yo pensé que necesitabas conectarte de verdad.” Respondí.
Ella me abrazó por la cintura.
“¡Sabes que no es así!” dijo, enterrando sus pechos en mi estómago, sabiendo que empezaría a excitarme.
“Ahora no…” le dije. “Esperemos a que Ryan termine…”
Se detuvo de mala gana.
“¡Esta bien!... Pero Marco, esto… no hará que mi alquiler salga más caro, ¿Cierto?” preguntó, muy temerosa.
“Claro que no. Este es un servicio gratuito que presta el edificio y que no estabas usando. Lo único que estoy pagando es que tengas acceso. ¡Nada más!”
Sus ojitos negros estaban asustados, pero la pude tranquilizar.
No pasó mucho rato cuando Ryan terminó su trabajo.
“Lo configuré con mi portátil, pero hay que ver si puede conectarse. Señorita, ¿Me permite su teléfono?” preguntó Ryan.
La mirada respetuosa y el tono de Ryan causaron simpatía en Rachel, que le regaló una avergonzada sonrisa.
“Bien, tengo señal… pero ¿Para qué puede servirle, si ella no lo ocupa?” preguntó Ryan.
Luego de pensar un rato, sugerí que intentara conectarse con la página del aeropuerto y la de su aerolínea, para ver los programas de salidas.
Lo intentó y quedó conectada. Rachel no podía creer que ahora podía ver la partida de sus vuelos desde su propia casa y le abrazo fuertemente.
En recompensa, nos preparó una taza de café. Empezamos a conversar sobre esto y de lo otro, hasta que inevitablemente, le preguntó si tenía novia en la universidad.
La mirada perdida en el suelo fue la mejor respuesta. Rachel, más osada, le preguntó si seguía siendo virgen…
“¡No lo molestes!” alcancé a interrumpirlo antes que respondiera. “Basta con solo mirarlo…”
“Bueno… tiene esa mirada de “niñito bueno” y de pocos amigos…” dijo ella.
“Es una lástima que nadie le quiera enseñar…” tiré la indirecta, tomando un poco de café.
Rachel se rió.
“Oye, una cosa es Kevin… pero él…”
“¿Crees que se le presentara la oportunidad de debutar con una mujer tan bonita como tú?”
Ryan me miraba sin palabras…
“Además, fuiste tú la que me dijiste que repitiéramos lo de la otra vez…” agregué.
Estaba colorada, pero no por ello desechaba la idea.
“Si… pero que lo hiciera con Kevin…”
“Bueno, Kevin no pudo hoy y él es el mejor que pude encontrar para reemplazarlo…”
Entonces, lo miró con sus ojos seductores.
“Y a ti… ¿Te gustaría que te enseñara… una mujer como yo?” preguntó con algo de rubor.
Respondió que sí y ella le sonrío. Sentó a Ryan en un sillón.
Ella se desabrochó la camisa. El “soldado” de Ryan ya estaba armado y listo para la acción, bajo el pantalón.
“Apuesto que nunca has tocado unas de estas…” le decía, mientras ofrecía su pecho descubierto.
Por poco le responde honestamente. Pero como Fiona le había enseñado, los acariciaba pero trataba de mirarla a los ojos.
“¿Por qué me miras tanto? Aprovecha de verlas más…”
“Es que tiene ojos muy bonitos…” respondió.
“¡Que tierno eres!... Si quieres, puedes chuparlas…”
La obedeció, siempre mirándola a los ojos. Sus manos, como eran de esperarse, bajaban por su cintura, desabrochando sus bermudas.
“¡Que travieso eres!” dijo ella, al sentir sus dedos en la abertura. “No lo haces nada mal… pero yo quiero ver qué tienes tú…”
Desabrochó su pantalón y ahí estaba, casi palpitando. El rostro de Rachel brillaba de lujuria…
“¡Te voy a hacer sentir bien!” dijo, empezando a hacerle una manuela.
Ryan estaba en la gloria…
“¿Quieres que te haga sentir mejor?” preguntó ella, deteniéndose al verlo tan contento y manoseándola, con una sonrisa traviesa. “¿Quieres que use mis pechos?”
A los 2 nos salió una tremenda sonrisa con esa propuesta. Su piel es blanquita y sus pezones son puntiagudos y grandes, que excitados parecen frutillas.
“¡Cálmate! ¡Ya te tocara!” me dijo ella, al verme como me tocaba con impaciencia.
Pero vi su cara y aunque estaba bien caliente, se veía contenta…
Sé bien que suena obvio, pero Rachel casi siempre anda menoscabada. Cuando salimos juntos, piensa que nos juzgan por nuestra diferencia de edad (que son algo más de 4 años, porque ya tengo 32), ya que ella parece llegar a esos 40 bien calentones y casi todos creen que tengo 25 años.
Pero en realidad exagera. Ella es muy bonita y tiene ese desplante que atrae a los hombres y enfurece a las mujeres y a mí me da lo mismo lo que piensen los demás.
Por eso, me sentí bien por ella. Podía ver en Ryan los deseos que le tenía y los consejos que le había dado Fiona (de mantener la mirada fija en los ojos) la hacían estremecerse de placer.
Ryan aguantó cuanto pudo (porque ella tiene una magister en paizuris) y finalmente, se corrió sobre ella, cubriéndola de leche.
Quedó con una tremenda sonrisa, sin parar de verla a los ojos.
“¿Por qué me miras tanto?” Le preguntó ella, limpiándose con una toalla.
“Es que son muy bonitos sus ojos…” respondió.
Rachel me miró y le asentí con la cabeza.
“¿Quieres hacerlo tú?” me preguntó.
“Pensé que le ibas a enseñar…” respondí.
“No estoy convencida… pero te he extrañado. Además, quiere tomarse un descanso…”
Era cierto. El pobre Ryan parecía quedarse dormido.
Fuimos al dormitorio, con sus pechos bamboleantes y su bermuda celeste que le paraba la cola, casi invitándome…
Nos desvestimos y como siempre, ella quiso ir arriba.
“Al menos, mírame esta vez…” le dije, una vez que me montó.
Ella se reía.
“¿Por qué siempre quieres que te mire?”
“Porque si me miras, sabré que estás haciendo el amor conmigo…”
Y ahí fue que me lo dijo…
“You`re such a killjoy!” con su sensual acento enfadado de norteamericana.
La traducción de “killjoy” sería como “mata pasiones”.
“¿Por qué?”
“Porque siempre lo haces ver tan serio.” Protestó, cuando se meneaba, aunque estaba avergonzada. “Lo haces ver como algo tan importante…”
“¿Y no lo es?”
“Por supuesto que no. Es una cogida y nada más…” decía, meneándose con violencia.
“Pero sabes que te quiero…”
Dio un suspiro cuando se lo dije y se puso colorada… mis testículos se sintieron algo más mojados.
“¡Guárdate esos comentarios para tu esposa!” me dijo, con una amplia sonrisa.
Nos besamos. Fue un alivio probar sus labios. Ella suspiraba y ahogaba sus gemidos en mi lengua, mientras la cama se sacudía de un lado para otro.
“¿Por qué besas tan rico?” me preguntó, suspirando.
Siempre que la beso, su boca sabe a menta. Como la presentación personal para ella es algo importantísimo, su aliento debe estar impecable.
Pero a medida que el dentífrico se diluye en nuestras lenguas, aparece un ligero sabor acido, que me recuerda un pomelo… o tal vez… un limón…
Probablemente, sea la mayor razón de los celos de Marisol. Sin embargo, igual prefiero los besos de mi esposa.
“¿Por qué… no te gusta… mirarme?” pregunté, apoyándola de la cintura, mientras veo sus pechos bambolear y veo su cabeza erguida, mirando el techo.
“Porque tus ojos… son tan bonitos… y sé… que me quieres… ¡Ah!”
“¿No quieres… que te quiera?” preguntó, acariciando el contorno de su trasero, mientras ella baja la mirada, como si descendiera del Olimpo.
“No… solo quiero… que juegues conmigo… que no me quieras… que no me veas tan tierno…” respondió, volviendo a besarme.
“¡Rachel!...” exclamé enternecido. “¿Quién más te quiere… como yo?”
Ella me abrazaba y se movía frenéticamente. Me besaba y sentía sus pechos humedecidos en transpiración.
La abrazaba y mientras nos fundíamos en movimiento incesante, no paraba de besarme. Acariciaba su lengua y trataba de envolverla, sintiendo su halito ardiente y apasionado.
Unos pequeños gemiditos me avisaron que estaba lista y solté mi carga, deteniendo el tiempo entre nosotros…
Desde el principio, use preservativos. Pero cuando Rachel se mudó con nosotros, pidió que los dejara, que ella se cuidaría.
Le pregunté qué pasaría si la embarazaba y ella me sonrió con ternura, diciendo que no importaba, que “yo valía la pena…”
Y estábamos en ese momento romántico entre los dos, pegaditos y besándonos, cuando aparece Ryan…
“Quería preguntar… sobre ella y yo…” dijo, con algo de vergüenza.
“¡Pero no en estos momentos!” le respondí, gritándole para que se fuera.
Ella, en cambio estaba más calmada.
“Marco… me lo prometiste la otra vez.” Dijo, mirándome con una sonrisa pícara.
“Pero… ¿Ahora?” pregunté, mirando de reojo el garrote de Ryan.
“¿Por qué no?... es un juego…” dijo ella.
Y le dio la autorización al gordito, que no tardó demasiado en ubicarse detrás de ella.
Le di instrucciones que lo lubricara, pero el bruto calentón la ensartó con impaciencia por el estrecho agujero y aunque le dolía a Rachel, se notaba que lo disfrutaba.
“¡Es… tan…gruesa!” exclamó.
“Se siente… muy bien…” dijo el muy canalla, empezando a bombear.
Noté que Rachel empezaba a disfrutar más con él que conmigo...
“Oye, no me digas que te olvidaste de mí…” le dije, tratando que me mirara.
Pero su cara me decía todo...
“Lo siento… es que son… tan gruesas…” decía ella, volviendo a gemir.
“¿Más gruesa que la mía?” pregunté.
Ella suspiró, encendida…
“No me hagas… responder… ay…”
“Señorita… su trasero se siente… tan rico…”
Más encima, el peso de Ryan hacía que yo me guiara con el ritmo del gordito, incapacitado para bombearla a mi gusto.
Ella se mordía los labios y de nuevo, con ojos cerrados…
“Marco… no me beses…”
Pero no la escuchaba. Quería algo de atención.
La cama se sacudía de una manera curiosa, mientras nuestras manos exploraban los generosos atributos de la pelirroja, que se entregaba a nuestros placeres con sometimiento abnegado.
Lamiamos. Pellizcábamos sus pezones o sus nalgas. Acariciábamos el contorno de su cuerpo y ella lo disfrutaba…
“Si… jueguen conmigo… soy de ustedes…”
El ritmo más acelerado del gordito que apretaba mi cuerpo y me dejaba atrapado me empezó a molestar y sacando fuerzas de no sé dónde para luchar con el peso de ambos, empecé a bombearla al ritmo mío.
“Tú… también…” dijo ella, mirándome con ojos diáfanos.
Y empezamos a machacarla entre los 2. Ryan trataba de aguantarse y podía ver que le costaba, pero yo disfrutaba completamente de ella.
Sus besos, sus pechos, su ardiente vientre…
Eran míos. Los ojos de Rachel me los entregaban. Podía hacer lo que quisiera con ella…
Se terminó corriendo el gordito, dándole su buena ración de orgasmos, pero yo seguía bombeando. Al igual que yo, también quedaba atrapado en su trasero, pero logré forzarlo para que se volteara, acostándose en la cama y pudiera seguir bombeándola a mi ritmo, sin sentir tanto peso.
Ella flotaba en una nube. Su respiración y su corazón me lo indicaban. La machacaba, la machacaba para que no se olvidara que era mía, que solo la estaba compartiendo por un rato…
Y la llené nuevamente de mis jugos…
Y así pasamos la tarde: cuando pudimos despegarnos, cambie de lugar con Ryan; luego yo solamente con ella; mientras Ryan le daba, aproveche de comer; luego le hice la cola y finalmente, Ryan le hizo la cola.
Como podrán imaginarse, ella estaba más que contenta. Marisol debía estar hecha un mar de nervios, porque una instalación “rápida” había tardado 7 horas…
Mientras nos vestíamos, le preguntó a Ryan si acaso podía enseñarle computación y venderle uno…
“El mundo está cambiando… y una mujer debe ponerse al día.” Le dijo, con una sonrisa traviesa.
Me miraron como pidiendo mi aprobación cuando le entregaba la tarjeta. Yo no tenía problemas…
Rachel me besó, envuelta en la sabana, dándome las gracias porque hubiésemos jugado con ella. Dijo que había sido maravilloso y que esperaba verme el próximo mes.
En el camino de regreso, Ryan me preguntó si acaso todas mis amigas eran así.
Le respondí que no, que tenía otras “más normales” y que quería presentárselas, porque andaban buscando pareja.
Su mirada pensativa me dio a entender que no me había equivocado en mi elección: también es un chico que deseaba tener más una novia que una relación casual y que todo este entrenamiento intensivo había valido la pena, porque a pesar de mantener esa apariencia indefensa y solitaria, ahora sabía amar bien a una mujer.
Aun así, no quise contarle a Marisol lo ocurrido porque me asusta la idea que me pida una repetición con Ryan o con Kevin.
Pero esa experiencia me hizo comprender que no necesariamente todas comparten mi visión de las relaciones… que para algunas, como Rachel, era algo parecido a un juego… y que con ellas, debía parar de ser un “killjoy”.


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