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Siete por siete (08): El último día




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Compendio I


Luego que las 2 compartieron mi erección matinal, me pidieron una última vez más. Una más, para cada una.
Elena dijo que quería sentirse como lo hace mi esposa, aunque fuera una vez. Sonia, para recordar viejos tiempos...
Pero ahí estaba el problema que siempre me incomodó: 2 mujeres, con ganas, al mismo tiempo.
Puede que esté exagerando, pero no es una decisión sencilla.
Si tomaba a Sonia primero, Elena podía sentirse rechazada. Sonia es mi mejor amiga, la he conocido más tiempo y hemos hecho más cosas juntos.
Si tomaba a Elena, Sonia podría creer que mi decisión fuera frívola. Elena tiene un cuerpo más apetecible para mis gustos y recién estábamos empezando algo más serio, lo que diría que mis acciones son motivadas por lujuria.
Tuve que decirles que no podía. Las quería y no deseaba lastimarlas por mi decisión.
Ellas me entendían y también sabían que su amiga sentía lo mismo, pero era frustrante para todos.
Les pedí que se acostaran y cerraran los ojos. Tal vez, creerían que así facilitarían mi decisión, pero yo tenía planeado algo distinto.
Las 2 se sorprendieron al sentir mi mano en sus vientres. Les expliqué que no podía complacerlas como querían, pero podía compensarlas con mis manos.
Las 2 ya estaban mojaditas cuando metí mis dedos y respiraban agitadas, mientras empezaba a masturbarlas.
Le dije a Sonia que estaba orgulloso de ella. Se había vuelto una jefa impresionante y que lo que hizo el día anterior, me había dejado sin palabras. Le di un tierno besito en sus labios.
A Elena, le dije que se veía muy tierna. Que aunque la encontraba muy bonita, me gustaba más así y que ojala se esforzara otro poco más. Y también le di un besito tierno en sus labios.
Mis dedos se meneaban con mayor intensidad. Ellas también me la meneaban con sus manos. Era una sensación deliciosa, porque los 3 gemíamos de lo bien que se sentía.
Les dije que no podría aguantar mucho, que me iban a hacer correr y estallé como un géiser. Ellas también acabaron y fueron a limpiar mis restos.
Nos despedimos, para que fuesen a arreglar su equipaje, mientras yo armaba el mío y nos juntaríamos en la conferencia.
Sonia vestía un traje de una pieza verde, con los hombros expuestos. Elena, en cambio, su falda blanca y la camisa verde, delgada, con cremallera, que había usado el primer día.
Los ánimos no eran los mejores, porque tras la participación de Sonia el día anterior, varias personas miraban nuestra mesa.
Pero las miraban a ellas. Nadie se percató cuando me escondí bajo la mesa…
Quería probar sus conchitas, un par de veces más. Empecé por Elena, que era más fácil de acceder, mientras que mis dedos hurgueteaban a Sonia.
Puse sus rodillas sobre mis hombros, mientras que ella se sentaba al borde de la silla, para poder lamer profundamente su rosado, mojadito y cálido interior.
Acariciaba mi cabeza cuando alcanzaba un orgasmo y esperaba que me detuviera, pero era tan delicioso e irresistible, que no pude parar.
Solamente me detuve en la ronda de preguntas, para que pudieran acicalarse y pasar medianamente tranquilas.
Aunque por la respiración de Elena, era evidente que muchas cosas habían pasado en esos minutos de oscuridad.
Sonia, por su parte, tenía la ropa interior mojada y mantenía las piernas cerradas, para impedir que mis dedos avanzaran más en su hendidura.
Pero sabía convencerla. Empecé a besar sus rodillas y deslizar mi lengua sobre ella. Avanzaba despacio, lamiendo sus muslos. Su respiración se agitaba y sus piernas lentamente empezaban a ceder.
Nuevamente, las tinieblas invadieron el salón y yo forzaba la gruesa falda de Elena, para probar sus deliciosos manjares.
A diferencia de Elena, que usaba un hilo dental delgadísimo, Sonia usaba unas pantaletas de encaje más normales, que traslucían la silueta de su tesoro, pero no dejaban acceder a él.
Afortunadamente, la prenda era lo suficientemente permeable para dejar pasar sus jugos y sentir parte de su calor.
Sonia lo descubrió, con un gemido poco discreto.
Pude ver como se tomaban de las manos bajo de la mesa, solidarizando el placer que sentían, mientras que sus piernas se relajaban sobre mis hombros, dándome completo acceso.
Pero igual quería sentir en boca ese manantial de sabores, por lo que empleé mi mano libre para despejar parte de la entrada y finalmente, incrustar mi lengua en su interior.
Muy agitada, apretó levemente mi cabeza y gimió brevemente “no”, mientras que sus jugos envolvían mi cara.
Aunque al principio, su mano luchaba por apartarme, eventualmente, terminó rindiéndose y manteniéndome más cerca de su ser.
La continúe lamiendo hasta que volvió la luz. Sus pantaletas simplemente estaban empapadas y su respiración estaba tan agitada como la de Elena.
Salí de la mesa cuando comenzó la tercera presentación. Sus rostros… yo creo que pueden imaginar cómo estaban.
Pero yo quería pagar (o tal vez, cobrar venganza) por lo que hicieron el día anterior, así que retomando mi asiento central, deslicé mis manos otra vez por sus muslos. Ellas suplicaron que no, pero sus cuerpos dijeron otra cosa.
A cambio, ellas me desabrocharon el pantalón y lo tomaron, repitiendo de esta manera lo que hicimos en la mañana. Me hicieron acabar en mis pantalones, pero ambas se lamieron las manos al final.
Los 3 salimos ansiosos del primer bloque. Sin embargo, unas personas se acercaron para conversar con Sonia sobre lo que había dicho de la exposición y le preguntaron si podían robarles unos minutos de su tiempo.
Nos sonrió a Elena y a mí. Le pregunté si nos juntábamos en una hora. Dijo que no había problemas, aunque la fuera a ver a su habitación y por supuesto, les pidió un poco de su tiempo, porque necesitaba ir al baño, a lavarse las manos.
Nos despedimos con una tremenda sonrisa, porque la casualidad había resuelto nuestro problema.
Elena preguntó si tenía hambre cuando pasamos por fuera de la cafetería. La besé y le dije que tenía hambre de ella. Que podía pasar unas horas sin comer…
Estábamos contra el tiempo. Ella quería ir a mi habitación, pero al pasar fuera de los baños, le pedí que me esperara.
“El de caballeros está vacío…” le dije.
Estaba interesada, pero tenía sus dudas. Le dije que tendríamos que ser silenciosos, para que nadie se diera cuenta.
Además, si ella gemía mucho, los hombres podrían sorprenderla desnuda.
Por último, sería su única oportunidad de experimentar lo que vivía Sonia, los lunes que íbamos de visita a la oficina…
Diciendo eso, me agarró ella misma y me llevó.
Entramos en una caseta, obviamente, y ella me miró.
Aunque en otro tiempo, fue muy experimentada, en esas 4 paredes era una ignorante.
Lo más seguro es que hubiese tenido encuentros con otros hombres en un baño…
Sin embargo, no sabía qué le hacía yo a Sonia en el baño de la oficina que la llenaba de tanto placer.
Guardé silencio y empecé a desabrocharme el pantalón. Ella se sentó en el excusado, con deseos de mamarla…
Pero le tomé del mentón con mis dedos y le dije que no. Que para momentos especiales, tenemos que estar los 2 juntos…
Ella estaba nerviosa. Sabía lo que iba a pasar… pero pasaría de una manera diferente… y ella lo quería experimentar.
Desabroché su cremallera y expuse sus pechos, libres de todo sujetador.
Cada una de mis acciones la confundía, porque aunque los contemplaba, me concentraba en besar sus labios.
Desabrochaba su falda y deslizaba nuevamente mi mano entre sus piernas. Nunca paró de estar húmeda y mientras besaba su cuello, le decía que era mía.
Ella suspiraba y me abrazaba. Se dejaba querer.
Le dije la verdad: que en esos momentos, no había nadie más con quien quisiera estar dentro de ese baño.
Ella suspiraba y ya entendía por qué Sonia lo vivía tan intensa…
La senté en el estanque. Le dije que lo bella que la encontraba.
Le pedí permiso para metérsela, pero no le di tiempo para responderme, puesto que sus labios estaban muy ocupados para hablar…
Acariciaba sus pechos y le decía que la amaba, que quería hacerle el amor.
Ella lloraba. Nadie se lo había dicho antes…
Le dije que nos volveríamos uno solo en ese momento.
Ella me besaba, aferrándose a mis caderas…
La bombeaba con más fuerza.
De repente, se abrió la puerta del baño y quedamos congelados. Habíamos cerrado la caseta con llave y los pasos se dirigían al urinario.
Le cubrí la boca, para que no se escucharan su voz y le susurré al oído que la deseaba demasiado, que me disculpara por no parar de bombearla.
Sentía como sus gemidos se agolpaban en mi palma y decidí besarla. Ella se entregaba y suspiraba profundamente.
El tipo debía estar a 3 metros de nosotros, del otro lado de la puerta. A nosotros no nos importaba…
Estaba adentro de ella…
La persona salió y Elena dejó salir un gemido. Me dijo que me amaba, que la volvía loca.
Me besaba. Me decía que nunca había sentido algo tan rico… y seguía llorando.
Me preguntó si realmente la quería. Le dije que sí, que de otra manera no estaríamos haciendo eso.
Y me corrí en su interior, al mismo momento que ella me deseaba en lo más profundo de su ser…
Fue precioso, porque ella todavía lloraba. Le pregunté por qué.
No sabía que responderme. Solamente, me decía que se sentía muy bien.
Nos vestimos y le pedí disculpas. Ella ya sabía donde debía ir…
Me besó y me dio las gracias, porque nadie le había hecho sentir así.
Le dije que no debía darlas, porque deseaba hacerlo y ella literalmente me echó, porque si no, me saltaría encima otra vez.
Me lavé en mi habitación y fui a ver a Sonia.
Se notaba bien contenta. Le pregunté por qué y respondió que era porque estaba con el chico que le gustaba.
Me preguntó si pensaba volver luego a nuestra tierra. Le respondí que lo veía difícil. La compañía me había pasado una casa bien grande, ideal para empezar una familia grande.
Nos acostamos en la cama y abrazándome, me preguntó si no me gustaría volver a trabajar con ella. Aunque ya tenía medio pie para entrar a la junta, me decía que sin mí, era más aburrido.
Extrañaba mis bromas y nuestras conversaciones, al igual que momentos como esos, que parecíamos una pareja.
Le dije que yo también, pero mi situación había cambiado. A pesar de las facilidades que Marisol me concedía, seguía siendo un papá y su esposo y era mi responsabilidad velar por ellas.
Confesó que no quería irse. Que quería quedarse más tiempo conmigo.
La besé suavemente. Le dije que también me gustaría que se quedara.
Entre bromas, protestaba que no era justo. Antes me quedaba el fin de semana entero con ella y ahora le podía dar una miserable hora.
Sonreí, recordando la vez que no me creyó capaz de darle por más de 2 horas...
Nos sumergimos en recuerdos. Me preguntaba por qué la vida no era justa. Por qué me había casado con Marisol…
¿Cómo le dices a una princesa como ella que no?
No quería que siguiera hablando. También me ponía triste. No que me diera dudas por mi decisión, porque sigo amando a Marisol.
Pero Sonia es mi mejor amiga.
Le dije que teníamos que conformarnos. Que la vida era así.
La iba desnudando, lamiendo el contorno de su cuerpo.
Ella me acariciaba la cara, diciéndome lo mucho que me quería.
La besé, para que callara. Tampoco era tan fácil para mí dejarla ir.
Estiró sus piernas, al sentir como entraba. Sus ojitos estaban cerrados. Se apoyaba en mi pecho, abrazándome.
Yo olía su cabello y memorizaba el aroma de su piel. Acariciaba sus pechos, lamiéndolos a ratos, pero finalmente volvía a sus labios y a ver sus ojos.
Ella suspiraba, derritiéndose por mis besos y embistes. Lo notaba por su lengua, deseosa y revoltosa.
Nuevamente, entraba en lo más profundo de su ser. Me sentía afortunado. Ella es tan hermosa.
Verla con los ojos cerrados, como si tratara de congelar el momento, lleno de placer y satisfacción, la hacía ver bellísima.
Me aferraba a su cintura, con la intención de apretar más su matriz de la vida y ella volaba por los aires.
Sus gemidos eran tiernos, como si se resistiera al gozo que le estaba dando. No quería que me dejara de nuevo y no le daba descanso a esos labios.
Se corría profusamente. Lo notaba por mi mástil. Sus piernas se enrollaban con las mías, para no dejarme salir. Yo acariciaba sus piernas y el contorno de sus nalgas, pensando en lo afortunado que era, tras haber tantos jefes que deseaban estar en mi lugar.
Se sentía tan rico y ya no podía aguantar más…
Su cuerpo se irguió al sentir mi carga. Fue un orgasmo simultáneo. La llené con mis jugos y quedamos ahí, nuevamente atrapados, uno dentro del otro.
Le dije que al menos seguíamos juntos. Pero ella protestó, confesando la envidia que tiene por Marisol.
Mientras la abrazaba y dejaba desahogar sus frustraciones, me dijo que si fuera mi esposa, no me compartiría con nadie.
Le pregunté si eso se aplicaría también a Elena. Ella guardó silencio…
Estaba colorada. Le pregunté si acaso le gustaba. Sus ojos me esquivaban, porque no sabía que responderme…
Nuevamente, me dijo que no era lesbiana y que no se fijaba en otras mujeres. Pero tenían tantas cosas en común con Elena… y su cuerpo es tan bonito.
Era una conversación extraña, para los momentos en que mi pene estaba atrapado en ella…
Era algo que la confundía. Pero para aclarar su conciencia, le di mi impresión.
Le dije que no creía que le gustaran todas las mujeres. Pero por sus experiencias anteriores y por su gusto por los consoladores y juguetes eróticos, había encontrado en Elena a alguien para compartir ese fetiche.
Me preguntó si me sentía celoso. Le dije que no, porque también me gustaba Elena. Además, estoy casado con Marisol y sería muy egoísta de mi parte si sintiera celos.
Nos lavamos y nos vestimos otra vez. Cuando cerraba la puerta de su habitación, me dijo que me quería mucho y que quería estar a mi lado. La besé y le respondí que yo también y que ya lo sabía.
En la conferencia, nos encontramos con Elena. Nos habíamos atrasado un poco, pero ella sabía el motivo. Durante las últimas exposiciones, aprovechamos de ocasionalmente besarnos en la oscuridad, para no complicar más nuestra despedida.
Cuando terminó todo, salimos al lobby y nos despedimos.
Fue una despedida incomoda. Estábamos rodeados por desconocidos y nuestros vuelos salían en 2 horas, del mismo aeropuerto, pero diferentes terminales.
Yo estaba triste, porque las iba a echar de menos. Pero Sonia me animó.
Me dijo que ahora era más fácil volver a vernos. Por su cargo, tenía más facilidades de viaje y puesto que no había abandonado la oficina, igual podía tomarse vacaciones en febrero, junto con Elena.
“Además, no soy la única que te he extrañado mucho.” añadió ella, con algo de malicia. “Tu cuñada y tu suegra están ansiosas porque llegue Diciembre y Pamela podrá mentirme todo lo que quiera, diciéndome que ya no le interesas. Pero aun así, cuando nos vemos, siempre terminamos hablando de ti.”
Elena me agradeció por haberle recibido, invitarla a salir y nuevamente, se disculpó por todo. Le pedí que cuidara a su jefa, que ella la estimaba más de lo que podía admitir, lo que puso colorada a Sonia.
Y diciéndoles eso, las besé en las mejillas y las dejé partir.
Mientras tomaba el taxi al aeropuerto, me preocupaba qué pasaría con mi Marisol…


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