SOLEDAD
Iba arrastrando mi mufa matinal porque al llegar a la cochera a buscar el auto, encontré que tenÃa una goma pinchada. Eso significó media hora de retraso en mi salida. Para continuar con el panorama desalentador del comienzo de ese dÃa, debà demorarme aún más, puesto que el pobre viejito, no querÃa arrancar. Quince minutos después estaba en marcha, calentándose a la espera para comenzar con las tareas programadas. Mientras tanto, el destino se encargaba de completar un dÃa que pintaba para ser fatÃdico, cuando al intentar llamar a mis clientes y avisarles la imposibilidad de concurrir a horario y programar una nueva cita, desde mi celular, descubro que ya no tenÃa crédito y que serÃa imposible.
Una hora después de lo planeado estaba saliendo de la cochera, con una bronca bárbara, pensando en que lo mejor serÃa olvidar lo ocurrido, pues ya no tenÃa remedio y dedicarme a disfrutar del tiempo sobrante, habida cuenta de que los planes se habÃan modificado. Por la tarde me ocuparÃa de visitar a mis clientes o bien concretar nuevas citas.
Era una mañana diáfana, unos 23º, con pronóstico de mantenerse asà y con un leve aumento de temperatura. Decidà tomar un café al aire libre, programar mi dÃa vespertino y por supuesto, comprar una tarjeta nueva para el teléfono celular.
Estaba detenido en el semáforo de la esquina donde está la estación de servicio, entre un gran número de autos y una bebota esplendorosa, que después supe tenÃa 18 años, se acercó para ofrecerme alguna de las cosas que habitualmente se venden en los semáforos y que el deslumbramiento que me produjo no me permitió saber qué era, aún cuando accedà a comprarle.
MedÃa aproximadamente 1.65 m. Pelo castaño, bastante enrulado. Una bincha conteniéndolo para que no se caiga sobre su cara. Una sonrisa amplia, perfecta, como para no poder resistirse a comprar, sea cual fuere el producto que ofrecÃa. Ni una gota de maquillaje. Unos pequeños pechos. Nada prominentes, pero con la turgencia propia de su edad. Para mi gusto, que siempre se inclinó por las mujeres delgadas, la medida perfecta. Al alejarse para ofrecer su mercaderÃa a otro automovilista, pude ver al trasluz, un cuerpito de lo más armonioso y llamativo, que me hizo relamer, de sólo imaginar a esa nenita en mi cama.
Abrió el semáforo, arranqué e inmediatamente me recriminé mis lujuriosos pensamientos pues era una nena y yo ya tenÃa unos pocos años por encima de los cuarenta. PodÃa ser mi hija tranquilamente. Y yo podÃa ser un padre incestuoso, me dije para mis adentros, mientras sonreÃa por primera vez en esa mañana.
En el café me dedique a darle crédito a mi teléfono, acomodar mi agenda y la llamé a Marta, que tal vez estuviera en su casa y podÃa componer mi estado de ánimo matinal, con una sesión de cama como sólo ella podÃa darme. Intento fallido. Me atendió el contestador, indicándome la mala nueva, asà que me dediqué a disfrutar del sol, que para entonces se hacÃa sentir. Tomé mi café y reproduje mentalmente, con toda la fidelidad que las dos botellas de ese vino exquisito que tomamos me permitÃa, la charla que anoche tuvimos con Jorge.
Me proponÃa que venda mi viejo Renault y le de el dinero. El me daba su BMW, modelo 92, cuatro puertas que estaba fenomenal y además a mi me gustaba con locura. EstablecÃamos en dólares la diferencia que faltaba para cubrir el valor del BM y exactamente un año después se la giraba a España, lugar donde él se irÃa a vivir próximamente. A vuelo de pájaro eso significaba unos U$S 3.000. Con cierta desazón concluà que esa era una cifra que escapaba a mis posibilidades, salvo, claro está, que los plazos se estiraran, por lo menos a dos años. Al año le giro la mitad y al año siguiente la otra mitad. Bueno, se lo voy a proponer, me dije. De otro modo, verÃa la posibilidad de cambiar mi auto, que para hacer honor a la verdad, ya tenÃa su campaña y habÃa cumplido con creces su cometido.
Pedà otro café, con el ánimo cambiado favorablemente, por el sólo hecho de imaginarme propietario de semejante auto, cuando veo que llega Jorge, con una cara de feliz cumpleaños que emanaba alegrÃa hacia los cuatro puntos cardinales.
-Tenés auto nuevo, Marcos- me dijo a modo de saludo.
Viendo mi cara de asombro y la imposibilidad de responder, continuó:
-Acabo de hablar a España. Me voy en dos semanas. Y en lugar de ir a la Empresa como Jefe de Personal, voy como Gerente del Area Informática. Eso significan entre 800 y 1.500 Euros más por mes. Lo cual significa que te dejo el auto y me lo pagás como podés. Y si a alguien le quiero vender mi BMW es a vos. Sé que lo vas a mimar como yo- relató casi sin respirar e impidiéndome respirar a mi.
-Bueno, yo justamente estaba pensando en un plan de pago para proponerte ...
-Hecho- me interrumpió sin escuchar mi propuesta.
-Pero ni siquiera te dije lo que pensé- Contesté
-No importa, la forma de pago la fijás vos- me dijo en el momento en que la camarera se acercaba y pidió un café bien cargado como era su costumbre.
-Hacemos asÃ, cuando yo tenga fecha de viaje, me voy a Buenos Aires un par de dÃas antes, y el dÃa que viajo, nos encontramos, me llevás a Ezeiza y te volvés con el auto. Mañana vamos a ver un gestor y empezamos la transferencia. Para cuando lo lleve a Buenos Aires ya estará a tu nombre- explicó
-Bueno, pero cómo te lo pago, Jorge ? pregunté entre desconcertado y feliz.
-Pensalo y antes de irme me lo decÃs- dijo dando por finalizado el tema y sellando nuestro acuerdo con un abrazo.
HabÃa pasado el mediodÃa, Jorge me contó toda la conversación que tuvo con los empresarios españoles y las grandes mejoras respecto de lo que esperaba. No era para menos, pensé. Además de ser un muy buen amigo, era sumamente capaz en los suyo. Lo merecÃa.
Al dÃa siguiente, salà para trabajar y no pude resistirme y pasé, aunque quedaba para el lado opuesto hacia el que me dirigÃa, por la esquina de la estación de servicio donde habÃa visto a la bebota, con el objeto de volver a deleitarme con su figura. Y allà estaba. Esta vez con un jean ajustado pero no provocativa. En su recorrido se acercó a mi ventanilla y me ofreció su producto, que eran unas pastillas, creo, que compré, sin quitarle la vista de encima y sin saber qué compraba.
-Hola!- me saludó con cierta familiaridad.
-Hola!- contesté, mientras le daba la moneda por su mercaderÃa, rozándonos las manos ligeramente.
A partir de allà pasaba todos los dÃas por esa esquina con intención de mirarla solamente e imaginármela en las situaciones más eróticas, reprochándome a continuación mis pensamientos lascivos.
Estaba en el micro que me llevaba a Buenos Aires a encontrarme con Jorge, llevarlo al Aeropuerto y volverme en el BMW. Entre tanto degustaba una de las miles de pastillas que habÃa acumulado en todos estos dÃas en que pasaba a ver a la bebota. Estaba entre triste y alegre. Triste por la partida de mi amigo del alma y alegre por el auto. El ritmo de viaje me dio sueño y cuando desperté estaba casi llegando a Retiro. Dos horas más tarde lagrimeaba en el aeropuerto, mientras me abrazaba a Jorge para despedirlo.
Era sábado por la mañana, ya hacÃa tres dÃas que andaba en mi BMW. Estaba extasiado. Nunca pude imaginar llegar a tener este auto. No lo podÃa creer. Pero ahora tendrÃa que hacer un gran esfuerzo para pagarlo. Pensaba en esas cosas cuando me doy cuenta que llegaba a la esquina de mi bebota, a quien no veÃa desde antes de irme a Buenos Aires. SuponÃa que hoy, como llovÃa, no iba a estar vendiendo. Efectivamente, para mi desconsuelo, hoy no la verÃa. Y cuando estaba esperando que el semáforo nos permita arrancar, siento que me golpean la ventanilla. Me sobresalté por un instante, hasta que para mi sorpresa vi que era ella.
-Hola!, cambiaste el auto!, qué lindo es este!. Me llevás ?- me preguntó.
-Por supuesto- contesté sin salir de mi asombro.
Subió casi en el mismo momento en que el semáforo se ponÃa en verde y arrancamos. Y yo no salÃa de mi asombro al ver esa hermosura sentada a mi lado. Esta vez estaba con una pollera no muy corta, pero que dejaba ver unas hermosas piernas una remera de algodón que marcaba perfectamente esos pechos que me habÃan maravillado desde el primer dÃa que la vi. Y más aún que estaba un poco húmeda por la lluvia. TenÃa puesta la bincha que acostumbraba usar. Y llevaba hojotas, dejando ver unos piecitos hermosos. Debo aclarar que me encantan los pies femeninos. Es una de las cosas que más miro de una mujer. Y mi bebota tenÃa unos pies hermosos.
-A dónde te llevo ? – pregunté
-No sé, a donde vos quieras, hoy no puedo trabajar por la lluvia, asà que estoy libre- contestó dejándome atónito.
Pensé rápidamente en las tareas que habÃa programado para esa mañana y me convencà con la misma rapidez, que todas podÃan esperar, a la vez que buscaba en mi mente un lugar de intimidad para disfrutar de esa inesperada compañÃa. De inmediato y disimuladamente apagué el celular para evitar cualquier interrupción.
-Tomemos un café, entonces- dije mientras doblaba camino de la costa, para encontrar un lugar acorde con mis intenciones.
-Bueno, me parece bien- contestó.
Camino a tomar nuestro café, se acomodó en el asiento y se le subió un poco la pollera, permitiéndome ver unos muslos de lo más excitantes, pero fundamentalmente me atraÃa su piel. Estábamos en otoño, pero el clima era caluroso para esta época del año, de modo que se la veÃa bronceada. Además gozaba de los beneficios de la juventud, motivo por el cual su piel era más tersa aún.
Durante el trayecto conversamos animadamente. Allà supe que tenÃa 18 años, que se llamaba Soledad y que trabajaba para ayudar a su madre viuda y con tres hermanos menores que ella. Y asà poder estudiar por la noche. VivÃa bastante lejos de la esquina donde trabajaba. Y en verdad le gustaba hacerlo, porque eso le permitÃa salir de su casa pues con su madre no se llevaba nada bien y que sus hermanos, al ser menores que ella requerÃan cuidado y a ella no le gustaba hacer de baby sitter.
Al final no estuve eligiendo demasiado el lugar para detenernos, porque ya querÃa estar sentado frente a ella y asà poder observarla detenidamente, y con cualquier excusa rozar esa piel maravillosa que tenÃa.
Pedimos café y tostadas. Mientras conversábamos, podÃa observar completamente sus pequeños pechos turgentes, a través de su remera todavÃa mojada. Evidentemente, el corpiño que llevaba era transparente, porque se podÃa apreciar el tono más oscuro de los pezones y la areola. Después del café, prendimos un cigarrillo y al encender el de ella, apoyó su mano sobre la mÃa y no sé si eran mis ratones pero sentà una electricidad que estuve a punto de estirarme y besarla por sobre la mesa.
Era cerca del mediodÃa, seguÃa lloviendo y me dijo que tendrÃa que irse. La llevé hasta el súper que quedaba a la vuelta de su casa. Antes de bajarse me pidió el número de celular. Se lo di y al bajarse me dio un beso, pero lejos de lo que esperaba, apoyó suave y rápidamente sus labios sobre los mÃos. No lo podÃa creer. Esta bebota, con quien habÃa soñado, estaba seduciéndome !!!???. De allà salà hacia lo de Marta, a quien habÃa prometido pasar a buscar a esa hora mas o menos. TodavÃa no estaba lista para salir, recién salÃa de la ducha. Con el mismo beso con el que me saludó a modo de bienvenida, nos fuimos hasta la cama. Sin pecar de jactancioso debo decir que tuve una performance que hasta a ella, le resultó extraña. Sólo yo sabÃa que la bebota era, en realidad, quien me habÃa incentivado. Y la cosa no terminó allÃ. Aprovechando el dÃa desapacible, nos quedamos hasta la noche y francamente me porté muy bien con Marta. Me fui a las dos de la madrugada, dejándola dormida en su cama. Y a juzgar por sus exclamaciones y por los golpes en la pared de su vecina solterona, creo que satisfecha.
Iba camino a mi casa y no dejaba de pensar en esa bebota, de quien no sabÃa más que su nombre y que me tenÃa tan caliente. Llegué a casa y no tardé mucho en dormirme, pues estaba agotado. El sexo con Marta es excelente. Lo disfruto muchÃsimo y me deja agotado. No obstante, esperaba con ansiedad que llegara el Lunes para verla nuevamente en el semáforo.
A partir de allÃ, la seguà viendo casi todas las mañanas vendiendo sus cosas en la esquina de la estación de servicio. De vez en cuando, furtivamente, metÃa la cabeza por la ventanilla y me daba un piquito como el de despedida después de aquel sábado de lluvia, pero nunca dejó que vaya más allá de eso. Cosa que a mi más me calentaba.
HabÃan pasado ya varios dÃas desde aquel café y todo se resumÃa a los encuentros en el semáforo y ya francamente, estaba desalentándome, cuando un dÃa muy temprano por la mañana suena el celular. Era Soledad.
-Hola...me invitás otro café ?- preguntó inmediatamente que atendÃ.
-Por supuesto. Dame quince minutos que me visto y te voy a buscar a donde estés- respondÃ.
-No...dame tu dirección y preparalo en tu casa- dijo dejándome de una pieza.
Después de darle la dirección de casa terminé de secarme, me vestà con bermudas, remera y hojotas y me dispuse a esperarla, mientras preparaba el café. Cuando terminé de llenar la cafetera con el agua ya caliente, sonó el timbre. Era ella. Estaba vestida de la misma manera que cuando la habÃa conocido. La pollera blanca de bambula transparente, la remera blanca , la bincha y hojotas, dejando ver sus hermosos piecitos. Esta vez no me iba a quedar con las ganas, asà que la hice pasar, cerré la puerta y sin darle tiempo a pensar, le di un beso en la boca, no sin cierto temor a ser rechazado. Para mi sorpresa, sentà su boca cuando se abrÃa y daba paso a mi lengua que comenzó a explorarla con fruición. Pasamos varios minutos besándonos, que disfruté excepcionalmente. Nos separamos, sonrió y me dijo:
-Dónde está ese café que me prometiste ?
-Recién hecho y esperándote. Enseguida te lo traigo- contesté e inmediatamente me dirigà a la cocina para traer el café.
Se sentó en una punta del sofá con los pies descalzos encima y yo me senté en la otra punta, cada cual con su taza de café humeante en su mano. Me deleitaba viendo sus tetitas debajo de su remera blanca cuando me pareció percibir que sus pezones habÃan adquirido una semierección, que junto con el espectáculo de su pies sobre el sofá, hicieron que yo la corresponda bajo mi bermuda.
Conversamos de varias cosas e incluso de la diferencia de edad. A lo que respondió que eso la tenÃa sin cuidado. Que a ambos nos gustó el desayuno el dÃa de lluvia y que a los dos nos habÃa excitado el beso de bienvenida. Todo esto con una naturalidad sin igual. Verdaderamente su conversación, sus ademanes y la forma de abordar los temas era de tal naturalidad que si no supiera la edad que tenÃa, hubiese jurado que tenÃa más de veinte, por lo menos. Lo cual me hacÃa sentir mucho menos culpable, por los pensamientos libidinosos que tuve desde que la vi por primera vez. Y no puedo negar que de a ratos, me hacÃa sentir un tanto incómodo, teniendo en cuenta los remilgos propios de mi edad y algo de la timidez innata en mi, que los años me han ayudado a vencer.
En uno de esos momentos en que no sabÃa qué contestar, hice ademán de levantarme para servir más café y me tomó de una mano acercándome hacia ella, para besarnos nuevamente. Me dejé llevar hacia al lado suyo e inmediatamente cesaron mis intenciones de servir el café y accedà gustosamente a sus requerimientos.
Nos besamos entre apasionados y cariñosos. Lentamente recorrà el interior de su boca con mi lengua a lo que respondió demostrando su inexperiencia, cosa que no habÃa notado anteriormente. No sin una pizca de temor a ser rechazado, comencé a acariciarla mientras besaba su cuello. Me detuve en el lóbulo de su oreja mientras mi mano recorrÃa sus muslos desde sus rodillas hasta cerca de su bocadillo más deseado. Asà fui notando que no sólo yo tenÃa deseos acumulados, sino que Soledad también deseaba esto que comenzaba a suceder.
Volvà a besarla en la boca y al mismo tiempo que seguÃa acariciando sus muslos, con el dorso de mi mano noté claramente la humedad producto de la excitación. Sin dilaciones, la tomé de una mano y nos dirigimos a mi habitación que pese a ser de dÃa estaba casi en penumbras. Me senté al borde de la cama y le quité la remera mientras seguÃa acariciándola. Pasé mis manos por detrás de su espalda y en un solo movimiento de mis dedos desprendà el corpiño, dejando sueltos eso pequeños pechos que tanto habÃa imaginado a través de su ropa y me dediqué a besarlos y mordisquearlos con fruición. Mientras tanto con mis manos acariciaba su espalda, justo a la altura de la columna vertebral, recorriéndola de principio a fin. Al llegar a la altura de la cola, me detenÃa para continuar hacia arriba. En el siguiente movimiento descendente llevé mis dedos entre su piel y el elástico de la tanga y la bajé, junto con la pollera hasta dejarla caer en el piso.
Quedó frente a mi totalmente desnuda y por espacio de unos minutos solamente la miré, deleitándome con su cuerpo pequeño, delicado, pero con todas las formas de una mujer. Al cabo de esos instantes en que me relamÃa viéndola y pensando en lo que iba a disfrutar de ese cuerpo de niña-mujer, dio un paso al frente para liberarse de la pollera que habÃa caÃdo al piso y nos volvimos a besar en la boca, pero esta vez con la carga de hormonas que habÃamos desatado en el juego amoroso.
Nos acostamos de costado, frente a frente y volvimos a besarnos mientras ella, con sus manos que denotaban claramente su inexperiencia, me ayudaba a desnudarme. Nos besamos y nos acariciamos disfrutando cada uno del contacto con el cuerpo del otro.
Luego la puse boca arriba, la besé nuevamente en la boca, para seguir bajando por su cuello, detenerme en sus lóbulos, introducir mi lengua dentro de su oreja, mientras mis manos la acariciaban suavemente. No obstante, desde que la habÃa desnudado noté cierta rigidez en su cuerpo que la atribuÃa a la penumbra, que permitÃa que ambos podamos vernos desnudos Y a la vergüenza propia de la desnudez.
Mientras pasaba mi lengua en cÃrculos por sus pezones, que ya estaban durÃsimos, y chupaba sus pechos metiéndomelos casi por completo en la boca, llevé mi mano a sus muslos, que en ese momento permanecÃan cerrados. No me apresuré; fui acariciándolos despacio, suavemente, notando que los iba abriendo para dar paso a mis manos. Todo esto sin dejar de besar sus pechos y arrancando suspiros de sus labios.
Cuando noté que dejaba paso a sus instintos hormonales permitiéndome llegar al altar, abandoné sus pechos y comencé a descender con la lengua, muy lento, gozando de esa piel tersa y fresca hasta detenerme en su ombligo y penetrándolo firmemente y volver a arrancar más suspiros de placer.
Bajé a la pelvis y me detuve largamente allÃ, con mis labios y mi lengua, notando más entrega, a la vez que perdÃa todo rastro de rigidez. Esto sin abandonar las caricias en el interior de sus muslos. Francamente debo decir que Soledad estaba gozando muchÃsimo y yo otro tanto. Mi espada permanecÃa totalmente erecta y con lÃquidos preseminales.
Para ese entonces su entrega era total pudiendo adivinarse por su laxitud que me permitÃa hacer todo lo que querÃa. Asà fue que llegué con mi lengua a su almejita, que estaba totalmente mojada, roja e inflamada, prueba cabal que su calentura se correspondÃa con la mÃa.
Se puso tensa inmediatamente que posé mi lengua sobre su clÃtoris, como intentando detenerme, pero mi habilidad, modestia aparte, pudo mas que su resistencia y en pocos minutos entre fluidos depositados en mi boca, contracciones y suspiros casi gritos, sobrevino su primer orgasmo. Aproveché para enfrentar su almejita y dedicarme a ella con minuciosidad.
TenÃa casi nada de bello. DirÃa que era pelusa, pero delicadamente recortado, aunque cubriéndola casi por completo, motivo por el cual pensé que la dedicación a su cuerpo era señal que no era la primera vez que la veÃan desnuda. Crease o no eso me liberó totalmente de culpas pensando que no iba a ser un veterano como yo quien la posea por primera vez. Todo esto sin abandonar mi misión de darle placer con la lengua. Recorrà su humedad delicadamente de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba y me detenÃa en el clÃtoris unos minutos hasta que volvió a acabar tan ostensiblemente como la primera vez.
Sin dejarla reponer de ese orgasmo, tomé el clÃtoris entre mis labios y lo chupé, disfrutándolo, hasta que en pocos minutos volvió a acabar en mi boca dándome un placer inigualable por su reacción y su sabor.
Me recosté nuevamente al lado suyo y volvimos a besarnos largamente. Por mi parte, queriendo prolongar este momento que tanto habÃa imaginado y deseado. Y creo que ella necesitaba reponer fuerzas.
Mientras nuestras bocas se disfrutaban mutuamente, tomó mi aparato con su mano y comenzó a jugar con él, demostrando una vez mas su inexperiencia. Entonces posé la yema de mi dedo mayor sobre su clÃtoris, que asomaba claramente entre los labios y comencé a masajearlo en forma circular. A medida que su excitación crecÃa, ella aceleraba el ritmo de sus caricias manuales de un modo tan placentero para mi que debÃa hacer un esfuerzo enorme para no depositar sobre las sábanas toda mi calentura. Entretanto seguà moviendo mi dedo hasta que no pudo más y tuvo otro orgasmo fantástico y prolongado. Inmediatamente volvà con mi lengua sobre su almejita, recorriéndola en toda su extensión para beber sus jugos y prolongar su placer. Cuando noté que otra vez acabarÃa, en el momento en que comenzaba, la introduje de un solo golpe dentro de su altar, provocándole un pequeño grito de placer, a la vez que con las dos manos me tomaba de la nuca como para hacerme permanecer allà indefinidamente. A lo que naturalmente no me opuse y continué moviendo mi lengua dentro de ella, hasta que noté que cedÃa su presión.
Me atrajo hacia ella y me besó con pasión, quedándonos asà un buen rato, que me vino muy bien para bajar de revoluciones y poder contener mi primera explosión para cuando ella estuviese medianamente satisfecha.
Me hizo dar vuelta. Comenzó dándome un beso en la boca y luego continuó bajando hasta tomar mi arma con sus labios. Con una gran demostración de inexperiencia pero con muchos deseos de aprender, siguiendo mis indicaciones, comenzó a pasar su lengua alrededor del ojo del cañón que ya tenÃa desde hace rato lÃquidos preseminales, mientras yo estiraba mi mano para poder acariciarla en el lugar sagrado. Estaba tan concentrado en su almejita que cuando quise reaccionar, la tenÃa casi toda dentro de su boca. Le indiqué cómo hacerlo y comenzó a subir y bajar lentamente acariciando todo mi aparato con sus labios. Era muy inexperta, pero muy buena alumna.
Entonces la ayudé a pasar una de sus piernas por encima mÃo y asà tener acceso con mi lengua y retribuirla adecuadamente. Esta vez la recorrà de arriba hacia abajo un par de veces y luego metà mi lengua en toda su extensión dentro de ella y la movà frenéticamente hasta que explotó en un nuevo orgasmo con todo mi aparato dentro de su boca., mientras yo disfrutaba de sus jugos que eran cada vez más abundantes y más ricos.
Quedamos asà tendidos ambos, por un buen rato. Luego se levantó, se volvió hacia mi y se sentó sobre mis muslos para mirarme a los ojos, besarme dulcemente y decirme:
-Quiero que seas el primero en estar dentro mÃo- casi suplicándome
No podÃa dar crédito a mis oÃdos. Al hablar con ella, ver su almejita recortada y algún otro detalle más, hubiera jurado que no era virgen. Y ahora me decÃa esto que me dejaba perplejo. Estaba deseoso o mas bien desesperado por poseerla, pero nunca imaginé ser el primero.
TenÃa mi arma llena de lÃquidos preseminales y ella, sentada sobre mis muslos la acariciaba mientras me lo decÃa. Sin pensar más, la levanté y la ayudé a arrastrar su preciosura a lo largo de mi espada, moviéndola de atrás hacia delante, lentamente rozaba su clÃtoris sobre mi y asà llegó otro orgasmo, pero esta vez, casi silencioso.
Se levantó apenas mirándome fijamente a los ojos, se apoyó sobre las rodillas, apuntó hacia sus labios ávidos por recibirme, apoyó la cabeza mojada en el centro de su virginidad y lentamente comenzó a introducÃrsela. A medida que entraba emitÃa gemidos de dolor-placer. Desde mi posición podÃa ver como cerraba sus ojos y disfrutaba de su himeneo y yo mientras tanto acariciaba su clÃtoris con suavidad para producirle el mayor placer y evitar que sienta dolor.
Cuando llegó a la mitad, casi sin haber sentido dolor alguno la incité a que comience a moverse de arriba hacia abajo pero sin introducÃrsela más adentro. Asà lo hizo y luego de algunos movimientos como le indicara, sentà que iba a acabar nuevamente, por lo que la sostuve de la cola para evitar que mientras acababa pudiese introducÃrsela toda. No querÃa que su primera experiencia fuese traumática. Sentà las contracciones de su almejita acabando por primera vez con un miembro dentro y estuve a punto de inundarla con mi orgasmo, pero logré contenerme mediante un gran esfuerzo.
Verdaderamente estaba tan excitada que creo que de haber entrado todo en ella, pese a que no porto gran envergadura, tal vez la hubiese lastimado o bien producirle algún dolor y nada más lejos de mis intenciones.
En un solo movimiento la puse boca arriba. La besé apasionadamente en la boca y comencé a bajar hasta su almejita, llenándome de sus jugos producto de haber recibido su primera penetración. Levanté sus piernas todo lo que pude y Soledad iba prestándose con una mezcla de docilidad y ansiedad por ser penetrada. Me dediqué a acariciar con mi lengua su hermoso culito, disfrutando de su sabor y de la excitación que iba aumentando a medida que la penetraba por allà con mi lengua.
Cuando noté que estaba por acabar nuevamente, me puse de rodillas delante de ella, subà sus piernas sobre mis hombros, besé sus piecitos y apunté hacia su virginidad decidido a apropiarme de ella.
Apoyé el glande palpitante a la entrada de la almejita, pujando lentamente y luego retirándolo todo. Esto la excitaba aún más y hacÃa movimientos pélvicos queriendo que llegue más adentro. VolvÃa a pujar pero esta vez llegaba más profundo. Nuevamente se desesperaba. Cuando tenÃa la mitad dentro suyo, comencé a moverme pero sin profundizar la penetración. Ella se movÃa al compás de mis embestidas, pero evidentemente entendió la maniobra porque no iba más allá de la mitad de mi espada. AsÃ, moviéndonos rÃtmicamente y sin profundizar, comenzó a tener contracciones que me hicieron adivinar un nuevo orgasmo. Efectivamente, comenzaba a acabar y cerraba las piernas por detrás de mi cabeza. Suspirando, jadeando gritando y cuando estaba en pleno orgasmo, abrió los ojos y...
-Ahora !!!...Toda adentro, por favor !!!- gritó casi con desesperación.
Entonces muy despacio empecé a entrar dentro de ella, hasta que noté la clara oposición de su himen y entonces me retiré un poco para luego embestir suave pero firmemente hasta que estuve todo dentro de Soledad. Percibà claramente en todas las terminaciones nerviosas de mi pene el momento exacto en que desgarraba su barrera transformándola de niña en mujer. Tuvo un orgasmo como ningún otro de los anteriores. Se contorsionaba y las paredes de su altar se contraÃan espasmódicamente mientras, ahora si, me permitÃa entrar y salir en toda mi modesta extensión hasta que noté que sus espasmos orgásmicos llegaban a su fin, entonces di rienda suelta a mis hormonas tanto tiempo acumuladas e inundé su interior con mis efluvios, en el preciso momento que Soledad se contraÃa por última vez, dando final al primer orgasmo que brotaba desde lo más profundo de su almejita.
Bajó sus piernas, caà encima de ella y nos besamos largamente, mientras por sus mejillas corrÃan dos lágrimas de felicidad. Sin salir giramos, nos pusimos de costado y nos volvimos a besar y a acariciarnos mutuamente, pero ya con la actitud de dos amantes satisfechos. Asà nos quedamos dormidos hasta que cerca del mediodÃa nos despertamos. Nos duchamos juntos tomamos otro café y la llevé hasta la misma esquina, cerca de su casa, donde la habÃa dejado la primera vez.
-Fue hermoso, asà querÃa que fuese mi primera vez- dijo después de besarnos apasionadamente a modo de despedida.
No alcancé a emitir sonido a modo de respuesta, que ya se habÃa perdido en el horizonte. Arranqué, llegué al semáforo y si no me tocan bocina para hacerme ver que estaba en verde, todavÃa seguÃa allà parado.
Una semana pasó hasta que la volvà a ver en su lugar de trabajo. Después de haber estado con ella, me parecÃa más hermosa aún. Se acercó a mi auto, introdujo la cabeza por la ventanilla y me dio un beso memorable que me dejó estupefacto. Y mientras sacaba la cabeza de dentro del auto me dijo:
-Preparate porque me gustó mucho y quiero mas !!!- Mientras reÃa a carcajadas y a mi me tocaban bocina para que arranque.
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