Bueno Gente, les traigo otro relato para que lean tranqui, soy nuevo en esto no se bien hacer posts pero voy a ir aprendiendo y mas si cuento con el apoyo de ustedes, Gracias... pitufito!
Mi hermano Antonio siempre fue un chico muy especial, el ojito derecho de la familia desde que tengo uso de razón. Se ganó esa consideración gracias a su carácter tierno y afable; sin malos gestos, palabras desagradables o sentimientos negativos. En casa le llamábamos Toño o Toñín, dependiendo de cada uno; mi madre, por ejemplo, prefería el diminutivo, porque decía que para ella siempre sería “su pequeño”.
Yo le encontraba bastante guapo, no sólo desde el punto de vista de una hermana, sino que como mujer también me parecía atractivo; alto, bien proporcionado, rostro varonil y unos ojos grises que enloquecían a toda aquella que se fijaba ellos, incluida yo. Pero, como todo el mundo, también tenía sus defectos; era desorganizado y tímido, sumamente tímido, pero aquella timidez solo se resumía a su trato con las chicas, sobre todo con las que le gustaban.
Mi novio Sergio y yo decidimos pasar las navidades del 2.011 en nuestra ciudad de origen, al calor de nuestros respectivos hogares. No supuso mayor problema al ser naturales de la misma localidad, porque podríamos vernos a diario y, de ese modo, la nostalgia no nos arruinaría las fiestas.
Llevaba dos días en casa cuando noté a mi hermano Toño algo irritable, circunstancia que me extrañó por no ser habitual en él. Ocurrió mientras comíamos, cuando, sin venir a cuento, respondió con malos modos a mi madre. Enseguida mi padre le reprendió, lo que desembocó en un altercado nada agradable. A media tarde yo estaba muy preocupada, porque no le vi salir de su habitación ni tan siquiera para ir al baño. Resuelta, fui directa a su cuarto para tratar de averiguar qué le pasaba.
Llamé a su puerta, con dos golpes suaves, pero él no respondió. Entonces entré, aun a riesgo de hallarlo en circunstancias comprometidas. Él no se percató de mi presencia hasta que le toqué en el hombro; estaba con los auriculares puestos, los ojos cerrados y moviendo la cabeza, sintiéndose una estrella del rock en la soledad de su dormitorio.
―¿No te han enseñado a llamar a la puesta? ―me preguntó con tono despectivo tras quitarse los auriculares.
Si ya me sorprendió su reacción durante la comida, aquella forma de hablarme indicaba que el asunto era más grave de lo que parecía.
―Lo siento Toño ―respondí con el rostro apenado―, pero he llamado varias veces y no has contestado. Si no pusieses la música tan fuerte…
―Pues no creo que sea asunto tuyo el volumen que pongo o dejo de poner. ¿O es que también me vais a controlar eso?
Presumiendo que mi presencia le irritaba, me encaminé hacia la puerta con paso firme, mascullando entre dientes. Entonces me detuve, antes de salir al pasillo, y me giré hacia él.
―Tampoco es para ponerse así, Toño ―le dije entristecida―, porque, que yo sepa, no te he hecho nada. Tan solo trataba de hablar con mi hermano y ayudarle en lo que pueda si tiene un problema, pero creo que hoy no soy para ti una hermana. Y, si me apuras, ni siquiera una mierda pinchada en un palo.
Volví a girarme con intención de reanudar la marcha tras desahogarme.
―¡Espera, Mónica, no te vayas! ―su voz me detuvo, pero me extrañó que me llamase por mi nombre en lugar de Moni, como había hecho siempre.
Lo miré y el enfado había desaparecido de su rostro, recobrando su habitual sonrisa, aunque un tanto forzada.
Charlamos durante un buen rato, animándonos a medida que él ganaba confianza. Resultó que estaba saliendo con una chica de su edad, Patricia, noticia que me sorprendió porque no estaba al tanto, y tenía ciertos problemas con ella de índole sexual. En un principio pensé que el conflicto derivaba de una experiencia insatisfactoria, para alguno de los dos o para ambos. Luego salí de dudas, a medida que la información recibida aumentaba. Toño y su novia planeaban tener la primera relación íntima y él no se veía capaz, debido a que ella no era virgen y él sí.
Traté por todos los medios de hacerle entender que su situación era totalmente normal y que siempre había una primera vez. Pero aquella respuesta no le consolaba, y tampoco le sacaba del apuro; había dicho a Patricia que perdió la virginidad con una forastera antes de salir con ella. Toño era consciente de que había metido la pata y tenía miedo de que ella lo notase llegado el momento. Llegados a ese punto de la conversación, mi hermano me hizo una propuesta que casi me provoca una taquicardia.
―Moni ―dijo muy nervioso―, ¿Por qué no me enseñas cómo se hace? Y no me refiero a la teoría, que para eso tengo internet y las fantasmadas que se largan mis amigos, sino a la práctica. Tú eres chica y puedes decirme qué es lo que os gusta, cómo os gusta y de qué forma quedáis más satisfechas.
―Pero, Toño, yo no puedo proporcionarte más información que la que has mencionado ―le dije tratando de esquivar el chaparrón que se avecinaba.
―¡Sí! ¡Sí que puedes! ―exclamó, alterado y mirándome con esos ojitos que sabía que anulaban mi voluntad; siempre que lo hacía, obtenía de mí lo que deseaba.
―Vamos a ver ―le dije tratando de tranquilizarme―. Vayamos por partes, porque creo haber entendido algo que resulta del todo imposible…
―¡Lo has entendido perfectamente! ―Me interrumpió―. Tú eres mi hermana y, desde que somos pequeños, siempre te he visto desnuda, no veo qué problema puede haber ahora que hemos crecido.
Quedé petrificada ante su respuesta; no podía creer lo que escuchaban mis oídos; era incapaz de asimilar que mi hermano pequeño pretendiese adquirir experiencia conmigo.
―Claro que ves el problema, lo que pasa es que eres un fresco. Me estás hablando de cuando tendríamos ocho o nueve años, y ahora tú tienes dieciocho y yo veintiuno. Creo que la diferencia es bastante apreciable.
―¿Entonces no me vas ayudar? ―preguntó sin ánimo de rendirse y mirándome de nuevo con sus ojitos cándidos―. Pensé que serías más fácil de convencer.
―¡Claro que te voy a ayudar! ―Me levanté molesta con la coletilla final, saqué de mi bolsillo un billete de cincuenta euros y luego se lo ofrecí, estirando el brazo hacia él―. ¡Toma, para que te vayas de puntas, porque es lo único que puedo hacer si te pones en ese plan!
Toño frunció el ceño, contrariado y sorprendido al mismo tiempo, luego apartando mi mano con la suya, renunciando al dinero. Entonces comprendí que yo era única posibilidad que barajaba y zanjé el asunto con un “¡ahí te quedas!” al tiempo que dejaba el billete sobre la cama.
Durante un par de días no nos dirigimos la palabra, salvo para soltar un “¡aparta, déjame pasar!” cuando nos cruzábamos en el pasillo, o un “¡cambia de canal, que este programa es una mierda!” cuando mirábamos la televisión.
Tres días después me sentí mal tras la cena y notaba que se me iba la cabeza, por lo que decidí acostarme pronto, renunciando al polvo que mi novio me había prometido sí me pasaba por su casa.
Por la mañana desperté rara y me metí en el aseo con intención de darme un baño. Entonces, mientras estaba en la bañera tumbada, con el agua hasta el cuello y los ojos cerrados, me vino a la cabeza el sueño que había tenido durante la noche, como un flash. En dicho sueño me veía mi misma tumbada en la cama, mientras unas manos recorrían mi cuerpo y luego me masturbaban. Durante toda la mañana estuve inquieta, rememorando en mi mente el sueño, luego me entretuve con mis cosas y no volví a pensar en él.
Esa misma noche ocurrió lo mismo: primero se me iba la cabeza y luego notaba que me desvanecía. Llegué como puede a la cama y rápidamente me quedé dormida. Al día siguiente volvió el mismo sueño mientras ayudaba mi madre en la cocina. La situación comenzaba a intrigarme, pues no era normal que ocurriese dos noches seguidas y que por la mañana despertase con la misma sensación e idéntico sueño.
Por la tarde fui a visitar a mi abuela, que se encontraba un poco pachucha y pensé que mi compañía le vendría bien. Estábamos charlando tan tranquilamente, cuando me dijo algo desconcertante:
―Desde luego, sois unos nietos de lo más extraño ―afirmó―. O bien estáis una temporada sin venir a verme, o, por el contrario, venís todos en pocos días.
―No entiendo qué quieres decir, abuela. ¿A quién te refieres con “todos”?
Ella río, tratando de mantener la dentadura postiza en su sitio al hacerlo.
―Hija mía ¡A quién me voy a referir? ¡A tu hermano y a ti! Sé que la cabeza se me va poco a poco y que hasta pierdo las pastillas, pero todavía conservo el juicio.
―¿Toño? ¿Estás hablando de Toño?
―¡El mismo que viste y calza! ―respondió mi abuela―. Menudo truhan está hecho el sinvergüenza. Prácticamente medio año sin venir a verme y luego se presenta por las buenas, como si nada.
―Pero abuela, tampoco debes darle mayor importancia, porque sabes que los chicos son así de alocados: unas veces te comen a besos y otras te dejan a pan y agua. Pero…, dime… ¿Qué es eso de que pierdes las pastillas? ¿A qué pastillas te refieres?
Mi abuela me miró, seria, posiblemente pensando que yo intentaba ejercer el papel de la enfermera que nunca había querido tener desde que comenzaron sus achaques.
―Pues tengo tantas… que no sabría decirte, pero creo que son las que tomó para dormir.
¿Pastillas para dormir desaparecidas, mi hermano en el mismo escenario y en las mismas fechas? Aquella situación adquiría tintes propios de una novela negra.
Enseguida me despedí de mi abuela, no sin antes recoger, de uno de los cajones de su tocador, la receta donde venía el nombre de las pastillas extraviadas. Con ella me dirigí a la farmacia más próxima, donde el boticario me confirmó que efectivamente eran para dormir, añadiendo que sus efectos eran muy fuertes si se abusaba de ellas.
Salí de la botica con una idea muy clara sobre lo sucedido las noches anteriores. Llegué a esa conclusión tras atar cabos; por un lado estaba mi hermano Toño, que hizo las pizzas en el horno esas dos noches; por otro los extraños sueños, idénticos en ambas ocasiones; y finalmente mi hermano visitando a mi abuela, y esta perdiendo las pastillas de forma misteriosa.
Aquella noche cenamos lasaña, que, por supuesto, Toño cocinó en el horno sin que nadie se lo pidiese, para mayor sorpresa de mis padres y mía. Yo me senté a la mesa con el teléfono móvil de mi madre en la mano, discretamente escondido y con mi número marcado de forma que tan sólo tenía que pulsar el botón de llamada. Apenas comenzamos a cenar, pulse el botón y mi teléfono sonó en el dormitorio. Me excusé y salí corriendo con intención de atender la llamada, gritando que debía ser Sergio y que no podía hacerle esperar.
Durante cinco minutos representé una farsa en la que yo hablaba sin parar, supuestamente respondiendo a mi novio. Luego volví al salón a recoger mi cena para llevarla al dormitorio, razonando que se iba a quedar fría y que la iría comiendo mientras charlaba. La lasaña terminó, finalmente, en el rincón más escondido de mi armario, donde esperaría hasta el día siguiente en que me deshiciese de ella.
Tras terminar mi supuesta conversación, me despedí de la familia con el acostumbrado beso de buenas noches y afirmando que no me encontraba bien, que me iba dormir. Mi madre se mostró muy preocupada, manifestando que tres noches seguidas eran demasiado. Tuve que tranquilizarla cuando se disponía a llamar a urgencias, justificando mi malestar con posibles problemas menstruales. Evidentemente no tenía la regla. Mi madre no precisó más explicaciones, pues estaba bastante curtida en el tema.
Permanecí despierta unas tres horas, con la lámpara de la mesita de noche encendida, como era mi costumbre, tratando de no dormirme aun a costa de contar ovejitas, algunas veces, o balancear elefantes sobre la tela de una araña, otras tantas. En ese momento ya daba por hecho que no sucedería nada, cuando, de repente, escuché chirriar la bisagra de costumbre en mi puerta. Rápidamente cerré los ojos y fingí unos leves ronquidos con la nariz. Mi corazón latía con prisa, y estaba impaciente, ansiosa por pillar infraganti al cabronazo de mi hermano. Súbitamente acudió a mi cerebro un pensamiento que me heló la sangre: ¿y si no era mi hermano y se trataba de mi padre? Esa posibilidad casi me provoca una taquicardia.
Percibí cómo aquel desconocido retiraba el edredón y lo recogía a los pies de la cama, procediendo, acto seguido, del mismo modo con la sábana. Yo tenía puesto un pijama con chaquetilla abotonada y pantaloncito corto, sin nada debajo. Sus manos no tardaron en recorrer mis piernas y subieron hasta los muslos. Me resultaba imposible adivinar de quién se trataba solo por el tacto, y memoria por saltar sobre él y sorprenderle; no obstante, tan solo podría acusarle de manosearme las piernas, delito que valoré de poca importancia: necesitaba pruebas más contundentes.
No contento con eso, movió mi cuerpo hasta dejarme mirando al techo y con las piernas extendidas, posó las manos sobre mis tetas y las magreó durante unos segundos. Yo permanecía con los ojos cerrados y sin realizar gestos que me delatasen. Ni siquiera lo hice cuando me quitó la chaquetilla del pijama y acarició mis pechos desnudos, con idéntico descaro e intensidad. «¿Cuál será el siguiente paso?», pensé. La situación me incomodaba, a pesar de la delicadeza de sus acciones, y rezaba para que se conformase sin llegar a más. No fue así, porque las caricias dieron paso a una serie de besos, lametones y pequeños mordiscos en senos, primero, y pezones, después, alternándose de forma metódica entre ambos.
Mis peores presagios se cumplieron cuando comenzó a sacarme el pantaloncito, girando mi cuerpo de un lado a otro para liberar la tela que quedaba aprisionada entre mi carne y la cama. Al salir la prenda por mis pies, me reprochaba a mi misma haberle permitido llegar tan lejos; ya contaba con pruebas suficientes de su delito. Abrí los ojos en el momento en que me separó las piernas y plantó la mano en el coño. Ya no puede contenerme y salté, lanzando manotazos a diestro y siniestro, sin importarme quién fuese ni dónde terminasen. Debió sentirlos como martillazos, a juzgar por los gritos que profería y la forma de removerse para esquivarlos.
―¡Toño! ―dije al comprobar que era él, quedando en un susurro lo que pretendía ser un grito―. ¡Tú no tienes vergüenza ni la has conocido! Te vas a enterar cuando lo sepan papá y mamá. ¡Guarro, que eres un guarro! ―añadí mientras escapaba igual un vulgar ratero.
Cubrí mi cuerpo con lo primero que pillé a mano y le seguí, tratando de alcanzarle antes de que entrara en su cuarto y bloquease la puerta. No lo conseguí, ya que su ventaja era excesiva, y tuve que conformarme con hablarle a través de la puerta:
―¡Eres un guarro y de esta no te libras fácilmente! Es más, en el momento en que te eche la mano encima, no te van a quedar dientes en la boca ni huevos entre las piernas.
Durante un rato seguí profiriendo amenazas, acordándome de nuestra madre y llamándole de todo menos bonito. Posiblemente no me escuchó, pero el desahogo obtenido permitió, al menos, que conciliarse el sueño tras un par de horas dando vueltas al asunto. Juré y perjuré por todos los Santos del Cielo que aquella infamia no quedaría sin la debida respuesta, al menos hasta calmar la ira o desquitarme.
Por la mañana me levanté temprano, con intención de sorprenderle al salir de su dormitorio, pero, cuando me disponía a hacerlo, escuché dos voces procedentes de la cocina, que, por el tono, me parecieron la suya y la de mi madre.
Al llegar a la cocina, lo encontré desayunando como si nada.
―¡Ven conmigo, Toño! ―le ordené enérgicamente―. Tengo que decirte cuatro cosas bien dichas y no quiero hacerlo delante de mamá, que bastante trabajo y problemas tiene la pobre.
Lógicamente ella se sorprendió, sin saber qué decir o cómo reaccionar ante el genio malhumorado de su hija. No tardó mucho en encontrar las palabras.
―¡Pero, hija! ¿Se puede saber qué ocurre? ―preguntó con la voz temblorosa y asiendo, firmemente, el respaldo de la silla que tenía delante.
Me quedé pensativa unos segundos, tratando de buscar argumentos que justificasen mi irrupción como un elefante en una cacharrería.
―Nada, mamá. No es nada grave; no te preocupes. Se trata de este guarro, que ha salido del baño dejándolo hecho una pocilga. ¡Ahora mismo lo va limpiar si sabe lo que le conviene!
Mi madre, más tranquila, no pudo contener un par de carcajadas.
―¡Así me gusta, hija, que empieces a tratar a los hombres como debe ser! ¡Qué ya está bien eso de estar todos los días detrás de ellos como criadas, poniendo patas arriba lo que a nosotras nos cuesta tanto trabajo dejar ordenado y limpio! ―soltó la silla y se acercó a mi hermano―. ¡Vamos, holgazán, haz lo que tu hermana te mande si no quieres que lo haga yo…, que ya sabes cómo me las gasto! ―terminó dándole un buen cachete en la cabeza.
Por si el golpe de nuestra madre le parecía poco, yo le agarré de la oreja y tiré con fuerza, como si se la quisiera arrancar, obligándole a levantar de la silla.
Le llevé directamente a mi dormitorio, sin soltar su apéndice aditivo, donde cerré la puerta con llave; no tenía intención de dejarle escapar segunda vez, con el rabo entre las piernas, cuando llegasen los golpes. La táctica a seguir era bien sencilla: primero la diplomacia y luego las tortas.
―¡ahora me vas a contar por qué lo has hecho, cerdo, que eres un cerdo! ―comencé de forma suave antes de subir el tono.
Él me miró fijamente a los ojos y percibí en ellos algo que no había previsto; lejos de parecer arrepentido, su mirada era desafiante, como si estuviese orgulloso de sus actos. Su sonrisa burlona terminó de convencerme.
―¡Tú tienes la culpa! ¡Todo ha sido culpa tuya! ―respondió de forma agresiva―. El otro día te lo pedí por las buenas y tú me humillaste con una mierda de billete, para que me fuese a recibir de una puta lo que tú me negaste como hermana. Tan solo te pedí ayuda y respondiste con burla. Eso me hizo pensar y llegué a la conclusión de que para ti soy un cero de izquierda.
Tras decirme aquellas palabras desoladoras, que encogieron mi corazón igual que una estrella moribunda, no pude reprimir las lágrimas y me desmoroné, alejando de mí cualquier rastro de enojo o deseo de venganza.
―Veo que no supiste leer mi intención ―respondí sollozando―, y tampoco te diste cuenta de la situación tan comprometida en que me habías colocado. ¿Acaso imaginaste que todos los días del año me pide un hermano que me desnude para él? ¿Pensaste que era una chica tan fácil como para lanzarme a tus brazos sin más? ―hice una pausa para secarme las lágrimas antes de continuar―. Sí no te gustó mi respuesta, debimos hablarlo detenidamente y buscar una solución consensuada.
Toño no dejaba de mirarme, sin mermar una pizca su gesto severo y sin mostrar un mínimo de compasión.
―¡Mira que virtuosa se nos ha vuelto ‘sor Mónica’! ―dijo Toño con un pronunciado retintín―. O Mónica ‘DELUX’, si así lo prefieres. ¿Acaso pensaste que nunca me enteraría de tus correrías pornográficas a lo largo y ancho de esta ciudad y, si me apuras, de toda la provincia?
Su comentario fue muy duro, el más doloroso que me habían dicho en toda mi vida, y no por el contenido, sino por el tono, la forma y su autor. Lo peor de todo es que no había escapatoria, me tenía bien cogida y tiraba con fuerza. Busqué en mi cerebro, tratando de encontrar palabras que, al menos, sonasen sinceras y exculpatorias a oídos de un hermano que siempre me había venerado.
―Perdóname, hermano ―recurrí al tratamiento filial en un desesperado intento por conmoverlo de ese modo―, nunca imaginé que te enterarías de mis andanzas y locuras adolescentes. Jamás valoré la posibilidad de que te sintieses humillado por ello e, incluso, que tus amigos se burlasen de ti a mi costa. Pero es cierto, y tienes derecho a reprochármelo: me tiré a todo aquel que me vino en gana porque me gustaba Y, como imagino que te lo han contado todo, también es cierto que en varias ocasiones lo hice con tres a la vez, eso sí, siempre con los mismos amigos de confianza, aunque en estos momentos no puedo tenerlos en tan alta estima. Pero, ¡joder!, tú eres mi hermano y eso es muy diferente.
―¿Y Lucas? ¿Qué pasa con Lucas? ¿Acaso él no es también tu hermano? ―replicó Toño, muy airado―. ¡SÍ! No me mires con esa cara de alelada, porque también estoy al tanto de aquel viajecito su novia y con el tuyo. Imagino que no debiste considerarlo hermano entonces, porque bien que te dejaste follar por él todas las veces quiso y por donde mejor le pareció; ¡Seguro que gritaste como una golfa mientras te daba por el culo hasta dejarlo bien abierto. Creo que ya va siendo hora de que todos dejéis de tratarme como a un crío, porque puede que todavía siga virgen a mis dieciocho años, pero no soy tonto.
A medida que aquellas palabras, desgarradoras, salían escupidas de su boca, igual que el veneno de una serpiente, yo le miraba a los ojos, atónita y sin capacidad de reacción. ¿Qué he hecho yo para merecer tanto castigo? Era la pregunta que atormentaba mi cerebro una y otra vez.
―¿Y tú cómo sabes lo de Lucas? ―le pregunté, tratando de ganar tiempo y pensar en algo coherente.
―Tan sencillo como escuchar detrás de las puertas ―respondió―. No te haces una idea de lo beneficiosa que resulta esa fea costumbre en determinados momentos. Un fin de semana vino con su novia y los escuché mientras hablaban de ello. Como pensé que algún día podría resultarme útil tener un As en la manga, saqué el teléfono y gravé prácticamente toda la conversación.
Esa última revelación me hirió de muerte, pues suponía la estocada y el descabello. ¿Cómo podían haber sido tan estúpidos mi hermano mayor y la bocazas de su novia? Disponían de todos los días del año para hablar de ello, y tuvieron que hacerlo precisamente en el momento más inoportuno y en el lugar menos indicado. Presentí que me encontraba acorralada y sin salida, situación que nunca me ha sentado bien.
―¡Está bien! ¿Qué es lo que quieres para dejarme en paz y olvidarnos de todo? ―le dije en un arranque de dignidad.
Se tomó su tiempo a la hora de decidirse, del mismo modo que solía hacer cuando íbamos, de niños, al kiosco de chucherías y las quería todas. Entonces debía escoger una sola y nos llevaba un buen rato.
―El otro día tan solo quería mirar mientras me dabas indicaciones ―respondió Toño―, y pude que también tocar un poquito, pero nada más…
―¡Está bien! ―le interrumpí―. ¡Decídete de una vez y concluyamos!
Toño se sentó sobre mi cama y me indicó, con un par de palmadas sobre el colchón, que me sentase a su lado. Tomé aquel gesto como una forma de apaciguar las aguas y cumplí su deseo.
―Como te he dicho ―dijo Toño―, tan solo quiero aprender, y no quedar como un imbécil la primera vez que esté con Patricia. Quiero que me enseñes qué es lo que os gusta a las chicas, cómo os gusta y cómo tengo que hacerlo…
―Pero eso es fácil, Toño ―le corté―. Eso te lo puedo explicar sin llegar a más.
―No, hermanita, ya te he dicho que de teoría estoy más que servido. Lo que quiero es practicar contigo, que me digas en todo momento si te gusta cómo lo hago y que me vayas corrigiendo sobre la marcha.
―¿En serio crees que voy a dejar que me folles mientras te digo cómo hacerlo? ¡Creo que se te ha ido la olla! Por mi parte no hay más que hablar.
Me puse en pie con intención de marcharme, pero mi hermano me agarró de la muñeca y me sentó, nuevamente, con un fuerte tirón de mi brazo.
―Creo que no sabes lo que dices ―me dijo en tono amenazante―. ¿Qué crees que opinarán mamá y papá si les hago escuchar la grabación?
Por primera vez en todo ese rato, las palabras de mi hermano consiguieron robarme un par de carcajadas.
―¡Corre y diles lo que quieras! ―le dije desafiante―. Seguramente mencionen en la conversación, que dices tener, a una tal Mónica, pero imagino que eres consciente de que no soy la única con ese nombre. Me parece que tienes pocos fideos para hacer una sopa.
Toño mostró una amplía y desconcertante sonrisa, demasiado para mi gusto. Entonces sacó su teléfono del bolsillo y buscó el archivo de audio. Cuando lo encontró, pulsó el play y el mundo se me vino encima: efectivamente mi hermano y su novia hablaban de mí, proporcionando detalles más que suficientes para incriminarme. Traté de quitárselo y lanzarlo por el retrete, pero era más fuerte que yo, demasiado.
―No te alteres, Moni, porque todavía no has visto lo mejor de todo. ―Nuevamente su tono sonaba amenazante. Volvió a buscar en su teléfono y me mostró algo que mi cerebro no era capaz de asimilar―. Mira, estas las hice hace tres noches… Y estas, hace dos.
Lo que me mostró eran, ni más ni menos, una serie de fotos en las que ambos parecíamos muy acaramelados en mi cama, en una actitud más que explícita y completamente desnudos. Para conseguirlas, las dos noches citadas se había tomado la molestia de desnudarse, tumbarse a mi lado y adoptar una serie de posturas que diesen a entender que ambos participábamos activamente. Obviamente, a mi también me había dejado en cueros. En una de ellas él estaba sobre mí, en la posición del misionero, aparentemente con la polla dentro de mi coño, mientras que yo estaba con la boca abierta y con los ojos cerrados, como si gimiera de placer. En otra de las fotos, yo aparecía acostada, con la cabeza sobre la almohada y ligeramente inclinada hacia adelante, mientras él tenía la polla metida en mi boca en lo que parecía una mamada en toda regla.
Luché de nuevo por arrebatarle el celular, con el consiguiente fracaso. No me quedó más remedio que recurrir a la palabra.
―Veo que te lo has montado muy bien, pero puedo justificar esas fotos acusándote de haberme drogado, que es lo que realmente has hecho.
―En eso tienes razón, pero analiza cómo están las cosas: por un lado, tengo la conversación entre Lucas y su novia; por otro, tengo estas fotos…
―¡Y para de contar! ―le interrumpí.
―No, hermanita, olvidas un pequeño detalle.
―¿SÍ? ¡Dime, listo, ilústrame!
―Te olvidas de la fama que tienes. Si a esto añado todo lo que has hecho y que determinadas personas pueden confirmar… ¿A quién crees que creerán, a la zorra de la familia o al hijo pequeño, al ojito derecho de todos? Incluso, mira lo que te digo, puedo añadir que durante años me acosaste, que me obligaste a follar contigo aprovechándote de mi inocencia y que debido a ello arrastro problemas psicológicos. Y ahora… ¿Cómo se te queda el cuerpo, listilla?
A la vista de la actitud chulesca y macarra de Toño, realmente pensé que no era mi hermano, sino una especie de loco frío y calculador. Pero yo no estaba dispuesta a ceder a su chantaje.
―Me da lo mismo lo que digas o hagas. Es más, no creo que te atrevas, porque matarías a mamá del disgusto. Y no te olvides de Lucas, porque donde te pille te arranca la cabeza.
―¿Lucas? ―Toño soltó un par de carcajadas aterradoras―. Con él no sé lo que haré, pero no descarto follarme algún día el precioso culito de su novia. Pero dejemos ahora a los ausentes. ¿Has dicho tu última palabra, hermanita?
Comenzaba a cansarme que me llamase “hermanita” con aquel tono chulesco.
―No, no la he dicho, pero te añadiré una frase entera, para que te quede claro. ―Tome aire y me lancé―. ¡Vete a la mierda, cretino!
Realmente mi hermano quedó desconcertado y la sonrisa estúpida desapareció de su rostro.
―¡OK! ¡Tú lo has querido! ―dijo en tono amenazador y salió disparado hacia la cocina.
Tardé unos segundos en reaccionar y cuando lo hice era demasiado tarde para retenerlo. Llegué a la cocina justo en el momento en que escupía las primeras palabras.
―¡Mamá! ―llamó su atención―. Tengo que contarte algo que ha ocurrido entre mi hermana y yo. ―El muy canalla también recurrió al tratamiento filial para agravar el asunto.
―¿Y qué es eso tan importante? ―preguntó mi madre, con cierta indiferencia y sin dejar de preparar la comida.
Tuve que actuar rápido si quería llegar viva al día siguiente.
―¡Nada, mamá, es solo una bobada!... ―debía improvisar y rápido―. Lo que pasa es que, cuando Toño ha limpiado el baño, le he dado un beso por ser tan hacendoso. ¡Nada del otro mundo!
―¿Y por esa tontería me hacéis perder el tiempo? ―dijo ella mientras yo tiraba del brazo de mi hermano para sacarlo de la cocina, al tiempo que le susurraba que teníamos que hablar más detenidamente.
De nuevo en mi dormitorio, traté por todos los medios de hacerle entrar en razón, pero, al parecer, él carecía de esa facultad.
―Mis condiciones son innegociables ―me dijo con firmeza en la voz―. Puede que ahora lo hayas impedido, pero puedo soltar la bomba en cualquier momento. Incluso cuando tú no estés para desmentirme o poner excusas absurdas. De ese modo solo contarán con mi versión y con mis pruebas, y tú solo podrás defenderte cuando la bola de nieve sea demasiado grande para detenerla.
―¡Está bien! ―dije resuelta―. Si quieres follarme… ¡Adelante, no te cortes un pelo! Podemos hacerlo ahora mismo. ¡Mira que fácil te lo pongo!
Fui hasta la puerta y eché el cerrojo, a continuación me saqué el pantalón y la braguita, me tiré en la cama boca arriba, abrí las piernas y mi coño quedó totalmente accesible.
―Bueno, aquí me tienes bien dispuesta. Mete tu cosa y terminemos de una puta vez. Eso sí, te pones un condón, no sea que me contagies de mala leche ―le dije con total indiferencia y saqué uno del cajón de la mesita de noche.
El muy cabronazo tuvo la desfachatez de reírse en mi propia cara. Para él tan solo se tratara de un juego en el que no había valorado las posibles consecuencias. Yo no sabía qué narices pasaba por la cabeza, pero, por mi parte, tenía claro que mi hermano Toño dejaba de serlo desde aquel preciso momento.
―No vayas tan deprisa, mi querida Moni ―me dijo con toda la tranquilidad del mundo―. Por ahora me conformo con que me la chupes, Luego lo puedes tragar o escupir, lo que mejor te parezca. Eso sí, quítate más ropa porque así no me motivas.
¿No le motivaba? Jamás había conocido a nadie con la cara tan dura. Incluso resultaba más canalla que mi propio novio, al que permitía todo por amor. Dispuesta a terminar cuanto antes, me desvestí del todo y me senté en el lateral de la cama.
―¡Venga, sácala, que no tenemos todo el día! ―le dije igual que una puta apurada porque otro cliente espera.
Desde luego él no parecía tener prisa alguna, porque se arrodilló a mi espalda, sobre la cama, y me sobó las tetas desde atrás. Luego bajó la mano y me introdujo un par de dedos en el coño. La escena debió subirle la moral y no tardó en colocarme la verga delante de las narices.
―No me gusta verte con esa cara, hermanita. Quiero un poco de entusiasmo y que me hagas la mejor mamada de tu vida.
No le respondí, para evitar males mayores, y tan solo me limité a meterme su polla en la boca y chuparla lo mejor que supe, a fin de que se corriera en el menor plazo de tiempo posible. No me costó lograr mi objetivo, teniendo en cuenta que era la primera mamada que recibía en su vida. ¡Los primerizos no suelen aguantar mucho!
Con la boca llena, me costaba creer que hubiese soltado tal cantidad de esperma. Posiblemente llevaba una buena temporada si hacerse una paja. Me puse en pie, con intención de escupir en la papelera, pero Toño me dio un empujón que me hizo caer tumbada sobre el colchón. Como resultado de esa acción violenta, abrí instintivamente la boca y parte del semen resbaló por la comisura de los labios, el resto, la mayor parte, fue directa al estómago sin que pudiese hacer nada por evitarlo. No me dio tiempo a protestar o llamarle de todo, porque nuevamente salió corriendo con el rabo entre las piernas.
Durante un par de días, a lo más que llegó fue a meterme mano cuando le apetecía y no había moros en la costa; unas veces se acercaba por detrás y me manoseaba las tetas; otras, cuando llevaba minifalda, metía la mano por debajo y hurgaba en el coño, por encima de la braguita. Llegué a pensar que dichas acciones pretendían calentarme para estar lo más receptiva posible cuando llegase el momento de la verdad. Pero… ¿Cuándo sería? ¿Qué planes tenía? La incertidumbre me mataba porque no me había informado al respecto.
El día de Navidad regresé tarde a casa. Había estado cenando con mi novio en la de sus padres y luego nos dimos un revolcón en su cuarto. Obviamente, yo no le conté nada sobre el chantaje al que me tenía sometida mi hermano. Si no lo hice fue por dos razones de peso: la primera, porque sabía lo impulsivo que podía llegar a ser y posiblemente empeorase las cosas; la segunda, porque mi hermano me había ordenado, explícitamente, que no lo contase, añadiendo que, si él llegaba a sospechar lo más mínimo, me “hundía en el fango”, tal cual.
Al entrar en mi dormitorio, encontré a Toño hurgando en el cajón donde guardaba la ropa interior, circunstancia que me enfureció, porque no solo me manipulaba con su chantaje, sino que tenía la desfachatez de invadir mi privacidad.
―¡Toño! ―le dije con cara de pocos amigos―. ¡Ya estás tardando en salir por la puerta!
―¡Tranqui, Moni, que te pones muy fea cuando te enojas! ―respondió al tiempo que sacaba del cajón un conjunto de color rojo―. Quiero que te pongas para mí este sujetador y la braguita.
Le miré a los ojos y no percibí indicios que indicasen que aceptaría un No por respuesta. Me armé de paciencia y comencé a desnudarme tras bloquear la puerta con el cerrojo; solo faltaba que mis padres me sorprendieran en pelotas delante de mi hermano vestido. Luego me puse el conjunto elegido por Toño.
―¡Preciosa! ―exclamó mi hermano, que se había sentado en la cama―. Definitivamente el rojo pasión es tu color―. Ahora quiero que te lo quites muy despacio.
Igualmente obedecí y quedé desnuda ante su atenta mirada.
―¡Bien, ahora ya te puedes marchar! ―le dije con la vergüenza que sentía reflejada en mi rostro.
―No, no, no tan deprisa, hermanita…
―¡Deja de llamarme “hermanita” de una puta vez! ―le dije con ira―. Ya me tienes hasta las narices con la palabrita de los cojones.
―¡OK! ¡OK! ―repitió al tiempo que su mano me pedía calma―. Ven conmigo, a la cama, que tengo un regalito para ti ―añadió mientras me mostraba un preservativo sin abrir.
―No pretenderás…
―¡Basta de tonterías! ―exclamó, contrariado―. No tengo intención de repetir las cosas dos veces, ni pienso permitir que cuestiones mis órdenes. ¡Hasta aquí hemos llegado! De ahora en adelante, tú a callar y obedecer. A la más mínima, dejo de lado las contemplaciones y te lleno tanto de mierda que te va a costar respirar. Me jode, y mucho, que trates de jugar conmigo cuando te lo has montado, a lo largo de varios años, con todo aquel que ha querido follarte o meterte la polla en esa boca viciosa.
Aquellas palabras terminaron por confirmarme que mister hyde había poseído el cuerpo de mi hermano, y su mente, que era lo peor. Estaba totalmente acojonada, porque jamás había visto a mi hermano en ese estado, ni lo habría creído si alguien me lo hubiese contado. Debía tener mucho cuidado a partir de ese momento, porque sus reacciones podían ser imprevisibles.
―Tranquilo, Toño, es mejor mantener la calma ―le dije con cierta dulzura―. Tú dime lo que quieres y yo lo hago sin rechistar.
―¿Ves? Ahora hablamos el mismo idioma. Quiero que te tumbes en la cama y que me recibas con las piernas abiertas; creo que ya va siendo hora de meterla en el coño, para saber qué se siente.
No me lo pensé dos veces y cumplí su deseo. En el momento en que lo tuve entre las piernas, desnudo, trató de penetrarme, pero daba palos de ciego porque lo que había encontrado era el ano. Bajé la mano para orientar la verga con ella y que le resultase más fácil, pero un nuevo gesto de desaprobación cayó sobre mí como una losa.
―No quiero que me ayudes, porque cuando esté encima de mi novia tú no estarás para colocarla en el lugar preciso… ¿O SÍ?
―No, Toño, perdona mi torpeza. Creo que es mejor que la metas antes de tumbarte sobre mí, porque no es fácil acertar a ciegas. Si quieres, yo abro bien las piernas y tú te colocas de rodillas entre ellas. Entonces tan solo tendrás que echar un vistazo a la zona vaginal y verás con claridad donde debes meterla.
Por suerte para mí, mi hermano aceptó el consejo y pudo penetrarme con absoluta comodidad, sin apresurarse. Su verga no era nada del otro mundo, pero he de reconocer que logró arrancarme un gemido al penetrar. Mientras me follaba, yo trataba de moverme y colocar mi cuerpo de forma que él no notase sus carencias, que eran muchas, y acompañaba los movimientos con leves gemidos y palabras de ánimo.
―¡Bien, Toño, lo haces muy bien y estoy cerca del orgasmo. Me gusta tanto como me follas, que parece que lleves toda la vida haciéndolo.
Él no decía nada, y tan solo se limitaba a resoplar debido al placer y al cansancio, pero tardaba demasiado en correrse y eso no era nada normal.
―hermano ¿Por qué te cuesta tanto? ¿Algo no va bien? ¿Quieres probar de otro modo?
―Todo está bien, Moni. Es que me he hecho una paja hace unas tres horas, para aguantar más.
Su respuesta me dejó perpleja y rompía todos mis esquemas, pues suponía que podríamos estar así un buen rato, en el mejor de los casos. A su falta de experiencia había que sumar un más que posible gatillazo, y eso no formaba parte de mis planes. Más que nada porque su reacción podría ser imprevisible. Tenía que actuar rápido y con astucia.
―Toño ¿Por qué no me coloco yo encima de ti? ―le pregunte con suma delicadeza―. Ten en cuenta que, cuando estés con Patricia, ella también querrá llevar la iniciativa en algún momento.
―Tienes razón. De esa forma podré ver como se mueven sus melones por encima de mi vista. Has tenido una buena idea, hermani… ―Por lo menos tuvo la delicadeza de reprimirse antes de completar la dichosa palabrita.
Montar encima de él, moverme como debe ser y lograr que se corriese, no fue tarea fácil, pero apenas me llevó diez minutos y un par de orgasmos imposibles de contener. He de reconocer que tuve que emplearme a fondo, recurriendo a toda mi experiencia acumulada a lo largo de los años, porque no solo tenía moverme de forma precisa, sino que debía estimular sus sentidos mientras o hacía. Las tetas jugaron un papel importante cuando tomé sus manos y las coloqué sobre ellas, dirigiéndolas con las mías y ejerciendo presión cuando era preciso. Luego, cuando se cansó de magrearlas, mis labios tomaron el relevo, recorriendo su cuello, su boca, sus hombros y el pecho. Entonces fue cuando su motivación alcanzo el máximo nivel, justo en el momento que yo me corría por segunda vez. Noté como jadeaba sin control y a los pocos segundos se calmó, impulsando su verga en mi interior con varios golpes de cadera apenas perceptibles. Sumido en el clímax del placer, Toño permaneció inmóvil unos segundos, mientras yo me movía levemente tratando de ordeñar la última gota de leche.
La despedida fue silenciosa y en cierto modo agradable: sin un solo reproche, ni una mirada de desprecio, ni un gesto grosero, nada de nada por su parte salvo un simple “¡Gracias!”, susurrado en el momento de marcharse. Recuerdo que cuando la puerta se cerró, sentimientos enfrentados acudieron a mi cabeza, dispuestos a mortificarme unos y con intención de consolarme otros. Realmente no me atrevía a valorar lo que había ocurrido. Puede que por miedo a darme cuenta de que no había sido tan traumático, porque, durante el tiempo que lo tuve en mis entrañas, se comportó como una persona, como el hermano que creía haber perdido para siempre. ¿Sería posible perdonar a mi hermano descarriado cuando todo estuviese olvidado? ¿Había alguna posibilidad de que volviese a la senda del sentido común? ¿Todavía tenía salvación? Demasiadas preguntas que solo el tiempo se encargaría de responder.
Las dos noches siguientes volvió a suceder lo mismo, por el coño y en diferentes posiciones. Entonces resultó más fácil y menos traumático para mí, porque había encontrado el modo de calmar sus arrebatos y conducirlo por un camino pacífico y humano. La segunda de esas dos noches, terminó por saciar mi curiosidad respecto a cuáles eran sus planes. Me dijo que había escuchado comentar a mis padres que en dos días se marchaban a Cádiz, a visitar a nuestros tíos, y que pernoctarían en su casa una noche. Añadió que era la oportunidad perfecta para hacer de él un amante experimentado. Luego me dio una nota con instrucciones precisas a seguir:
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Instrucciones para la noche del 29 de diciembre.
1º) Nada de follar con Sergio ese día. Si tu novio se empeña, le mandas a la mierda si es preciso.
2º) Tienes que llegar a casa a media noche, ni antes ni después.
3º) Antes de las doce y cuarto, debes entrar en mi dormitorio completamente desnuda. No es necesario que llames a la puerta, porque te estaré esperando.
4º) Tú debes llevar la iniciativa en todo momento, como si entrases a seducir a un jovencito tímido e inexperto. Ten presente que tú serás la profesora y yo el alumno, y en todo momento debes indicarme lo que tengo que hacer, cómo debo hacerlo y corregirme cuando no te satisfaga, indicándome la forma correcta. Solo de este modo podré aprender qué os gusta a las chicas, cómo os gusta que os lo hagan, posturas preferidas, palabras y frases que os motivan o conmueven y, resumiendo, todo aquello que pueda dejarme en buen lugar cuando me estrene con mi novia.
NOTA: recuerda lo ocurrido hasta el momento y que puedo ser una persona razonable o tu peor pesadilla. Si te comportas como espero y me conviertes en todo un experto antes de abandonar mi dormitorio, tienes mi palabra de que la grabación y las fotos desaparecerán para siempre, viviendo tranquila y feliz en lo que mi respecta. Que sigas considerándome hermano o un perfecto desconocido a partir de esa noche, únicamente depende de ti.
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Desde luego la dichosa notita tenía miga y parecía tenerlo todo bien atado. Pensé que seguramente se había inspirado en alguna película guarra, en la que el típico jovencito tímido es seducido por la madurita de turno, sólo que en este caso, él de tímido no tenía un pelo y a mí me faltaban bastantes años hasta que se me pudiese considerar una madurita.
El día señalado, llegué a casa justo a media noche, entré en mi dormitorio, me desnudé por completo y cinco minutos más tarde entraba en el cuarto de Toño sin llamar a la puerta, tal y como había indicado. Lo encontré acostado en la cama, arropado con la sabana, de medio lado y dando la espalda la puerta. Me sorprendí mucho ante semejante panorama y pensé que quizá se había olvidado o confundido de día.
―¡Toño! ―le llamé al tiempo que le zarandeaba ligeramente.
―Hola. ¿Qué hora es? Creo que me quedado dormido ―me respondió.
―ya pasan de las doce y he cumplido tus indicaciones al pie de la letra.
―¡buena chica! ―me susurró con dulzura y añadió del mismo modo ―. Ya puedes empezar, estoy a dispuesto a aprender todo lo que me enseñes.
Comencé mi actuación sentándome en la cama, recliné mi cuerpo y besé sus labios cuando estuvieron al alcance de los míos. Él estaba vestido, cuando le vi tras retirar la sabana, con una camiseta de algodón y un calzoncillo bastante ajustado. Deslicé la mano derecha por debajo de su camiseta y le acaricié el pecho al tiempo que le comía la boca. Su actitud era demasiado pasiva y tuve que ser yo quien colocará sus manos sobre mis pechos, guiándolas con las mías para para que recorriese toda su superficie.
―Lo estás haciendo muy bien, mi rey ―le dije―. Sentir tus manos en mi piel es un placer que provoca humedad en mi coñito.
Abrí las piernas y bajé su mano derecha hasta colocarla en mi sexo, que realmente estaba mojado, mientras con la mía profundizaba en el interior de su calzoncillo. Nada más tocar su verga y abrazarla con mi mano, fue creciendo progresivamente hasta alcanzar su máximo esplendor. Forcé el slip hasta liberar su miembro y me apresuré a enterrarlo dentro de mi boca. Durante unos minutos lo besé, lamí y succioné como si fuese lo más delicioso que había penetrado jamás en entre mis labios.
―sé que eres inexperto y que te queda mucho que aprender, pero yo seré para ti la profesora que te muestre el camino que conduce al placer. ―sin duda me estaba metiendo de lleno en mi papel. Al menos sus ojos y su sonrisa así me lo indicaban―. Ahora deja que me tumbe, para que empieces a practicar siguiendo mis instrucciones.
Una vez estuve tumbada, le pedí que se inclinara sobre mí y que mantuviese una cierta separación entre su cuerpo y el mío.
―¡Bien! Ahora debes tener en cuenta algo muy importante. Tienes que estimularme todo lo posible para estar receptiva cuando me penetres. Para ello, comienza besándome por este orden, labios, cuello, mejillas y luego terminas en el lóbulo de la oreja que más cómodo te resulte. Puedes acompañar estas acciones con suaves caricias en mis hombros, pechos y vientre. De este modo conseguirás prender mi llama.
Toño siguió mis instrucciones al pie de la letra durante unos minutos, aumentando o disminuyendo la frecuencia según le iba indicando. La primera lección carecía de dificultad y no le costó aprenderla, consiguiendo excitarme de un modo que ya tenía olvidado. Sin duda mi hermano tenía un modo muy peculiar de usar las manos y los labios, con suma delicadeza.
―Ahora puedes estimularme la zona más delicada y compleja. Debes tener en cuenta que es sumamente sensible y que requiere de un tacto especial, evitando todo aquello que pueda implicar sensación de rudeza. Colócate entre mis piernas, que voy a colocarlas para que mi posición sea cómoda y fácilmente accesible para ti.
Toño no se hizo el remolón y pronto lo tuve colocado tal y como le había sugerido. Siguiendo mis instrucciones comenzó besando, lamiendo y mordisqueando ligeramente los labios vaginales, prestando especial dedicación al clítoris. Poco a poco mi placer fue aumentando a raíz de las correcciones que le indicaba sobre la marcha.
―Aprendes rápido, hermanito. Creo que ya es hora de que empieces a jugar con uno o dos dedos dentro de mí, eso sí, estimulando el clítoris tal y como lo haces, porque la velocidad y presión de tu lengua son las adecuadas.
Podría decirse que los dedos de mi hermano resultaban perfectos para jugar dentro de mi coño, ya que eran bastante largos y no demasiado gruesos. Además eran muy curiosos y trataban de llegar a todos los rincones de la cavidad que exploraban.
―¡Bien, Toño, lo haces muy bien! ―le jaleé con los primeros gemidos―. Creo que ya estás preparado para follarme y llevarme a la locura. Pero antes voy a ponerte un preservativo. Es importante que animes a patricia a que sea ella quien te lo coloque para, de ese modo, generar un ambiente de complicidad que os vendrá muy bien a ambos, sobre todo a ella.
Puse el condón en el extremo del glande y lo fui desenrollando hasta cubrir su polla por completo. Luego se colocó en posición y besó mis pechos antes de introducirla en el coño. Me gustó que lo hiciera por ese orden, porque suponía un gesto tierno que su novia agradecería. Al menos yo sí lo hice. No tardó en moverse dentro de mí con la suficiente agilidad y eficiencia, aumentando la frecuencia y decibelios de mis gemidos.
―¡Así, mi amor, así es como se hace! ―exclamé cuando el placer se apoderó por completo de mí―. Lo haces muy bien y me tienes al borde de la locura. No imagina la tal Patricia del placer que recibirá de ti cuando la estés follando.
―Me encantaría que se moviese tan bien como tú ―me dijo Toño―, porque me pones como una moto.
―Procura hablar lo menos posible en una situación como esta ―le respondí―, porque es más que posible que sueltes algún comentario desatinado si te dejas llevar por el instinto. Tú dedícate a follarme como lo haces, que estoy a punto de regalarte un orgasmo.
Mis palabras provocaron la reacción que esperaban conseguir, porque su ritmo se hizo más sólido, saliendo casi por completo del coño antes de volver a entrar de golpe, provocando un roce más prolongado y eficaz.
―¡Sí, mi rey! Eres todo un semental ―dije en el momento final de mi orgasmo―. Has conseguido que encharque el coño abundantemente. Siente como tu verga entra y sale con mayor facilidad. ¿Te vas a correr para mí?
―No, de momento no ―susurró mi hermano―. Aun quiero seguir, quiero que montes sobre mí, igual que la primera vez.
―¡OK! Deja que me incorpore y te tumbas.
Rápidamente nos colocamos en posición, coloqué la verga en el coño y fui descendiendo hasta introducirla por completo. Luego me moví con agilidad, con intención de alcanzar mi segundo orgasmo antes de que él obtuviese el suyo; ya estaba totalmente lanzada y había olvidado lo sucedido hasta llegar a la situación en la que me encontraba. No tardé en alcanzar mi objetivo y regalarle gemidos y palabras de agradecimiento por lo bien que se estaba comportando, pero volví a extrañarme porque su orgasmo no llegaba.
―¿Qué te ocurre, mi amor? ¿No me digas que hoy también has estado jugando con tu juguetito?
Negó con la cabeza y luego me indicó que me retirase, con el rostro entristecido. Se levantó de la cama y se dirigió hacia la puerta.
―¿Adónde vas? ―Le pregunté intrigada por su reacción―. No te preocupes, porque lo que te ocurre es normal; a veces sucede, pero hay otras formas de conseguir que termines.
Mis palabras parecieron convencerle y volvió a la cama, donde se sentó en el borde.
―Quiero clavártela por el culo ―me dijo como si nada―. Quiero saber qué se siente, porque estoy seguro de que mi novia nunca me lo permitirá o, en el mejor de los casos, tardaré mucho en probarlo, siempre y cuando sigamos juntos para entonces.
―Eso no formaba parte de lo que habíamos hablado, hermano; no obstante, no creo que añada gravedad a lo que hemos hecho. Sólo dime qué posición prefieres e intentaré que no lo olvides durante mucho tiempo.
―Ponte a cuatro patas, que es la posición que más me pone.
Rápidamente adopté la postura sugerida, más por miedo a que decreciese su excitación, que por deseos de que me diera por el culo, aunque, después de todo lo sucedido, tampoco me venía nada mal. Toño se arrodilló detrás de mí y me la fue clavando con calma en el ano, mientras observaba cómo desaparecía su polla dentro de mí recto. Luego me sodomizó durante unos cinco minutos. Cuando noté, por sus jadeos y por la potencia de sus embestidas, que estaba a punto de correrse, vi cómo se estrellaba contra la almohada el condón que supuestamente debería tener puesto. No me dio tiempo a reaccionar, porque, cuando lo hice, ya era demasiado tarde para impedir que me inundase el recto de semen. Quise gatear hacía adelante con intención de sacármela, pero me tenía bien cogida por las caderas e impedía que avanzase. Así pudo conseguir los dos o tres segundos extra que necesitaba para descargar por completo.
―¡Eres un cabrón! ―le dije enrabietada―. Has pasado toda la noche comportándose como una persona y has terminado como un auténtico animal. Ahora deja que vaya al cuarto de baño, por favor, que quiero soltar en el retrete tu puta mala leche.
Cuando su polla abandonó mi culo, tapé el orificio con la mano y, sin apartarla de él, fui caminando como un pato al cuarto de baño. Luego regresé directamente a mi dormitorio. Durante toda la noche estuve sin dormir, buscando alguna explicación que justificase su comportamiento. No concebía que, habiendo ganado mi voluntad y también mi aprecio, se hubiese esforzado tanto en tirarlo por la borda.
Por la mañana, algo más calmada, lo primero que hice fue exigir a Toño que eliminase la grabación y las fotos. En un principio se negó, pero terminé imponiéndome y yo misma lo hice. Esa misma tarde, durante la comida, anuncié a mis padres que regresaba a Málaga. Mi madre se puso muy triste y trató, por todos los medios, de convencerme para que me quedase, pero mi decisión ya estaba tomada. Justifiqué mi marcha repentina, alegando que me habían propuesto trabajar hasta el 7 de enero en la librería donde lo hice tiempo atrás.
Sergio también le sorprendió cuando le pedí que se viniera conmigo a casa y, aunque me pidió explicaciones, tan solo le pedí que confiase en mí y que tuviese paciencia, prometiéndole que se lo contaría cuando encontrase el momento oportuno.
Aquellas vacaciones de Navidad marcaron un antes y un después en las relaciones con mi hermano Toño. Jamás en la vida puede imaginar que una persona tan tierna y cariñosa con todo el mundo, y especialmente conmigo, pudiese cambiar en tan poco tiempo y de forma tan drástica. Lo que un día fue un niño adorable se había convertido en una especie de monstruo frío y calculador. Pocos meses más tarde, tuve la oportunidad de comprobar que mis pensamientos no se acercaban, ni de lejos, a la cruda realidad, porque volvió a sorprenderme, junto con un amigo suyo, no con un As en la manga, sino con un autentico póker de ases. Lo que ocurrió en esa ocasión supondría un giro inesperado en las relaciones con mi hermano Toño. Pero eso es otra historia…
Mi hermano Antonio siempre fue un chico muy especial, el ojito derecho de la familia desde que tengo uso de razón. Se ganó esa consideración gracias a su carácter tierno y afable; sin malos gestos, palabras desagradables o sentimientos negativos. En casa le llamábamos Toño o Toñín, dependiendo de cada uno; mi madre, por ejemplo, prefería el diminutivo, porque decía que para ella siempre sería “su pequeño”.
Yo le encontraba bastante guapo, no sólo desde el punto de vista de una hermana, sino que como mujer también me parecía atractivo; alto, bien proporcionado, rostro varonil y unos ojos grises que enloquecían a toda aquella que se fijaba ellos, incluida yo. Pero, como todo el mundo, también tenía sus defectos; era desorganizado y tímido, sumamente tímido, pero aquella timidez solo se resumía a su trato con las chicas, sobre todo con las que le gustaban.
Mi novio Sergio y yo decidimos pasar las navidades del 2.011 en nuestra ciudad de origen, al calor de nuestros respectivos hogares. No supuso mayor problema al ser naturales de la misma localidad, porque podríamos vernos a diario y, de ese modo, la nostalgia no nos arruinaría las fiestas.
Llevaba dos días en casa cuando noté a mi hermano Toño algo irritable, circunstancia que me extrañó por no ser habitual en él. Ocurrió mientras comíamos, cuando, sin venir a cuento, respondió con malos modos a mi madre. Enseguida mi padre le reprendió, lo que desembocó en un altercado nada agradable. A media tarde yo estaba muy preocupada, porque no le vi salir de su habitación ni tan siquiera para ir al baño. Resuelta, fui directa a su cuarto para tratar de averiguar qué le pasaba.
Llamé a su puerta, con dos golpes suaves, pero él no respondió. Entonces entré, aun a riesgo de hallarlo en circunstancias comprometidas. Él no se percató de mi presencia hasta que le toqué en el hombro; estaba con los auriculares puestos, los ojos cerrados y moviendo la cabeza, sintiéndose una estrella del rock en la soledad de su dormitorio.
―¿No te han enseñado a llamar a la puesta? ―me preguntó con tono despectivo tras quitarse los auriculares.
Si ya me sorprendió su reacción durante la comida, aquella forma de hablarme indicaba que el asunto era más grave de lo que parecía.
―Lo siento Toño ―respondí con el rostro apenado―, pero he llamado varias veces y no has contestado. Si no pusieses la música tan fuerte…
―Pues no creo que sea asunto tuyo el volumen que pongo o dejo de poner. ¿O es que también me vais a controlar eso?
Presumiendo que mi presencia le irritaba, me encaminé hacia la puerta con paso firme, mascullando entre dientes. Entonces me detuve, antes de salir al pasillo, y me giré hacia él.
―Tampoco es para ponerse así, Toño ―le dije entristecida―, porque, que yo sepa, no te he hecho nada. Tan solo trataba de hablar con mi hermano y ayudarle en lo que pueda si tiene un problema, pero creo que hoy no soy para ti una hermana. Y, si me apuras, ni siquiera una mierda pinchada en un palo.
Volví a girarme con intención de reanudar la marcha tras desahogarme.
―¡Espera, Mónica, no te vayas! ―su voz me detuvo, pero me extrañó que me llamase por mi nombre en lugar de Moni, como había hecho siempre.
Lo miré y el enfado había desaparecido de su rostro, recobrando su habitual sonrisa, aunque un tanto forzada.
Charlamos durante un buen rato, animándonos a medida que él ganaba confianza. Resultó que estaba saliendo con una chica de su edad, Patricia, noticia que me sorprendió porque no estaba al tanto, y tenía ciertos problemas con ella de índole sexual. En un principio pensé que el conflicto derivaba de una experiencia insatisfactoria, para alguno de los dos o para ambos. Luego salí de dudas, a medida que la información recibida aumentaba. Toño y su novia planeaban tener la primera relación íntima y él no se veía capaz, debido a que ella no era virgen y él sí.
Traté por todos los medios de hacerle entender que su situación era totalmente normal y que siempre había una primera vez. Pero aquella respuesta no le consolaba, y tampoco le sacaba del apuro; había dicho a Patricia que perdió la virginidad con una forastera antes de salir con ella. Toño era consciente de que había metido la pata y tenía miedo de que ella lo notase llegado el momento. Llegados a ese punto de la conversación, mi hermano me hizo una propuesta que casi me provoca una taquicardia.
―Moni ―dijo muy nervioso―, ¿Por qué no me enseñas cómo se hace? Y no me refiero a la teoría, que para eso tengo internet y las fantasmadas que se largan mis amigos, sino a la práctica. Tú eres chica y puedes decirme qué es lo que os gusta, cómo os gusta y de qué forma quedáis más satisfechas.
―Pero, Toño, yo no puedo proporcionarte más información que la que has mencionado ―le dije tratando de esquivar el chaparrón que se avecinaba.
―¡Sí! ¡Sí que puedes! ―exclamó, alterado y mirándome con esos ojitos que sabía que anulaban mi voluntad; siempre que lo hacía, obtenía de mí lo que deseaba.
―Vamos a ver ―le dije tratando de tranquilizarme―. Vayamos por partes, porque creo haber entendido algo que resulta del todo imposible…
―¡Lo has entendido perfectamente! ―Me interrumpió―. Tú eres mi hermana y, desde que somos pequeños, siempre te he visto desnuda, no veo qué problema puede haber ahora que hemos crecido.
Quedé petrificada ante su respuesta; no podía creer lo que escuchaban mis oídos; era incapaz de asimilar que mi hermano pequeño pretendiese adquirir experiencia conmigo.
―Claro que ves el problema, lo que pasa es que eres un fresco. Me estás hablando de cuando tendríamos ocho o nueve años, y ahora tú tienes dieciocho y yo veintiuno. Creo que la diferencia es bastante apreciable.
―¿Entonces no me vas ayudar? ―preguntó sin ánimo de rendirse y mirándome de nuevo con sus ojitos cándidos―. Pensé que serías más fácil de convencer.
―¡Claro que te voy a ayudar! ―Me levanté molesta con la coletilla final, saqué de mi bolsillo un billete de cincuenta euros y luego se lo ofrecí, estirando el brazo hacia él―. ¡Toma, para que te vayas de puntas, porque es lo único que puedo hacer si te pones en ese plan!
Toño frunció el ceño, contrariado y sorprendido al mismo tiempo, luego apartando mi mano con la suya, renunciando al dinero. Entonces comprendí que yo era única posibilidad que barajaba y zanjé el asunto con un “¡ahí te quedas!” al tiempo que dejaba el billete sobre la cama.
Durante un par de días no nos dirigimos la palabra, salvo para soltar un “¡aparta, déjame pasar!” cuando nos cruzábamos en el pasillo, o un “¡cambia de canal, que este programa es una mierda!” cuando mirábamos la televisión.
Tres días después me sentí mal tras la cena y notaba que se me iba la cabeza, por lo que decidí acostarme pronto, renunciando al polvo que mi novio me había prometido sí me pasaba por su casa.
Por la mañana desperté rara y me metí en el aseo con intención de darme un baño. Entonces, mientras estaba en la bañera tumbada, con el agua hasta el cuello y los ojos cerrados, me vino a la cabeza el sueño que había tenido durante la noche, como un flash. En dicho sueño me veía mi misma tumbada en la cama, mientras unas manos recorrían mi cuerpo y luego me masturbaban. Durante toda la mañana estuve inquieta, rememorando en mi mente el sueño, luego me entretuve con mis cosas y no volví a pensar en él.
Esa misma noche ocurrió lo mismo: primero se me iba la cabeza y luego notaba que me desvanecía. Llegué como puede a la cama y rápidamente me quedé dormida. Al día siguiente volvió el mismo sueño mientras ayudaba mi madre en la cocina. La situación comenzaba a intrigarme, pues no era normal que ocurriese dos noches seguidas y que por la mañana despertase con la misma sensación e idéntico sueño.
Por la tarde fui a visitar a mi abuela, que se encontraba un poco pachucha y pensé que mi compañía le vendría bien. Estábamos charlando tan tranquilamente, cuando me dijo algo desconcertante:
―Desde luego, sois unos nietos de lo más extraño ―afirmó―. O bien estáis una temporada sin venir a verme, o, por el contrario, venís todos en pocos días.
―No entiendo qué quieres decir, abuela. ¿A quién te refieres con “todos”?
Ella río, tratando de mantener la dentadura postiza en su sitio al hacerlo.
―Hija mía ¡A quién me voy a referir? ¡A tu hermano y a ti! Sé que la cabeza se me va poco a poco y que hasta pierdo las pastillas, pero todavía conservo el juicio.
―¿Toño? ¿Estás hablando de Toño?
―¡El mismo que viste y calza! ―respondió mi abuela―. Menudo truhan está hecho el sinvergüenza. Prácticamente medio año sin venir a verme y luego se presenta por las buenas, como si nada.
―Pero abuela, tampoco debes darle mayor importancia, porque sabes que los chicos son así de alocados: unas veces te comen a besos y otras te dejan a pan y agua. Pero…, dime… ¿Qué es eso de que pierdes las pastillas? ¿A qué pastillas te refieres?
Mi abuela me miró, seria, posiblemente pensando que yo intentaba ejercer el papel de la enfermera que nunca había querido tener desde que comenzaron sus achaques.
―Pues tengo tantas… que no sabría decirte, pero creo que son las que tomó para dormir.
¿Pastillas para dormir desaparecidas, mi hermano en el mismo escenario y en las mismas fechas? Aquella situación adquiría tintes propios de una novela negra.
Enseguida me despedí de mi abuela, no sin antes recoger, de uno de los cajones de su tocador, la receta donde venía el nombre de las pastillas extraviadas. Con ella me dirigí a la farmacia más próxima, donde el boticario me confirmó que efectivamente eran para dormir, añadiendo que sus efectos eran muy fuertes si se abusaba de ellas.
Salí de la botica con una idea muy clara sobre lo sucedido las noches anteriores. Llegué a esa conclusión tras atar cabos; por un lado estaba mi hermano Toño, que hizo las pizzas en el horno esas dos noches; por otro los extraños sueños, idénticos en ambas ocasiones; y finalmente mi hermano visitando a mi abuela, y esta perdiendo las pastillas de forma misteriosa.
Aquella noche cenamos lasaña, que, por supuesto, Toño cocinó en el horno sin que nadie se lo pidiese, para mayor sorpresa de mis padres y mía. Yo me senté a la mesa con el teléfono móvil de mi madre en la mano, discretamente escondido y con mi número marcado de forma que tan sólo tenía que pulsar el botón de llamada. Apenas comenzamos a cenar, pulse el botón y mi teléfono sonó en el dormitorio. Me excusé y salí corriendo con intención de atender la llamada, gritando que debía ser Sergio y que no podía hacerle esperar.
Durante cinco minutos representé una farsa en la que yo hablaba sin parar, supuestamente respondiendo a mi novio. Luego volví al salón a recoger mi cena para llevarla al dormitorio, razonando que se iba a quedar fría y que la iría comiendo mientras charlaba. La lasaña terminó, finalmente, en el rincón más escondido de mi armario, donde esperaría hasta el día siguiente en que me deshiciese de ella.
Tras terminar mi supuesta conversación, me despedí de la familia con el acostumbrado beso de buenas noches y afirmando que no me encontraba bien, que me iba dormir. Mi madre se mostró muy preocupada, manifestando que tres noches seguidas eran demasiado. Tuve que tranquilizarla cuando se disponía a llamar a urgencias, justificando mi malestar con posibles problemas menstruales. Evidentemente no tenía la regla. Mi madre no precisó más explicaciones, pues estaba bastante curtida en el tema.
Permanecí despierta unas tres horas, con la lámpara de la mesita de noche encendida, como era mi costumbre, tratando de no dormirme aun a costa de contar ovejitas, algunas veces, o balancear elefantes sobre la tela de una araña, otras tantas. En ese momento ya daba por hecho que no sucedería nada, cuando, de repente, escuché chirriar la bisagra de costumbre en mi puerta. Rápidamente cerré los ojos y fingí unos leves ronquidos con la nariz. Mi corazón latía con prisa, y estaba impaciente, ansiosa por pillar infraganti al cabronazo de mi hermano. Súbitamente acudió a mi cerebro un pensamiento que me heló la sangre: ¿y si no era mi hermano y se trataba de mi padre? Esa posibilidad casi me provoca una taquicardia.
Percibí cómo aquel desconocido retiraba el edredón y lo recogía a los pies de la cama, procediendo, acto seguido, del mismo modo con la sábana. Yo tenía puesto un pijama con chaquetilla abotonada y pantaloncito corto, sin nada debajo. Sus manos no tardaron en recorrer mis piernas y subieron hasta los muslos. Me resultaba imposible adivinar de quién se trataba solo por el tacto, y memoria por saltar sobre él y sorprenderle; no obstante, tan solo podría acusarle de manosearme las piernas, delito que valoré de poca importancia: necesitaba pruebas más contundentes.
No contento con eso, movió mi cuerpo hasta dejarme mirando al techo y con las piernas extendidas, posó las manos sobre mis tetas y las magreó durante unos segundos. Yo permanecía con los ojos cerrados y sin realizar gestos que me delatasen. Ni siquiera lo hice cuando me quitó la chaquetilla del pijama y acarició mis pechos desnudos, con idéntico descaro e intensidad. «¿Cuál será el siguiente paso?», pensé. La situación me incomodaba, a pesar de la delicadeza de sus acciones, y rezaba para que se conformase sin llegar a más. No fue así, porque las caricias dieron paso a una serie de besos, lametones y pequeños mordiscos en senos, primero, y pezones, después, alternándose de forma metódica entre ambos.
Mis peores presagios se cumplieron cuando comenzó a sacarme el pantaloncito, girando mi cuerpo de un lado a otro para liberar la tela que quedaba aprisionada entre mi carne y la cama. Al salir la prenda por mis pies, me reprochaba a mi misma haberle permitido llegar tan lejos; ya contaba con pruebas suficientes de su delito. Abrí los ojos en el momento en que me separó las piernas y plantó la mano en el coño. Ya no puede contenerme y salté, lanzando manotazos a diestro y siniestro, sin importarme quién fuese ni dónde terminasen. Debió sentirlos como martillazos, a juzgar por los gritos que profería y la forma de removerse para esquivarlos.
―¡Toño! ―dije al comprobar que era él, quedando en un susurro lo que pretendía ser un grito―. ¡Tú no tienes vergüenza ni la has conocido! Te vas a enterar cuando lo sepan papá y mamá. ¡Guarro, que eres un guarro! ―añadí mientras escapaba igual un vulgar ratero.
Cubrí mi cuerpo con lo primero que pillé a mano y le seguí, tratando de alcanzarle antes de que entrara en su cuarto y bloquease la puerta. No lo conseguí, ya que su ventaja era excesiva, y tuve que conformarme con hablarle a través de la puerta:
―¡Eres un guarro y de esta no te libras fácilmente! Es más, en el momento en que te eche la mano encima, no te van a quedar dientes en la boca ni huevos entre las piernas.
Durante un rato seguí profiriendo amenazas, acordándome de nuestra madre y llamándole de todo menos bonito. Posiblemente no me escuchó, pero el desahogo obtenido permitió, al menos, que conciliarse el sueño tras un par de horas dando vueltas al asunto. Juré y perjuré por todos los Santos del Cielo que aquella infamia no quedaría sin la debida respuesta, al menos hasta calmar la ira o desquitarme.
Por la mañana me levanté temprano, con intención de sorprenderle al salir de su dormitorio, pero, cuando me disponía a hacerlo, escuché dos voces procedentes de la cocina, que, por el tono, me parecieron la suya y la de mi madre.
Al llegar a la cocina, lo encontré desayunando como si nada.
―¡Ven conmigo, Toño! ―le ordené enérgicamente―. Tengo que decirte cuatro cosas bien dichas y no quiero hacerlo delante de mamá, que bastante trabajo y problemas tiene la pobre.
Lógicamente ella se sorprendió, sin saber qué decir o cómo reaccionar ante el genio malhumorado de su hija. No tardó mucho en encontrar las palabras.
―¡Pero, hija! ¿Se puede saber qué ocurre? ―preguntó con la voz temblorosa y asiendo, firmemente, el respaldo de la silla que tenía delante.
Me quedé pensativa unos segundos, tratando de buscar argumentos que justificasen mi irrupción como un elefante en una cacharrería.
―Nada, mamá. No es nada grave; no te preocupes. Se trata de este guarro, que ha salido del baño dejándolo hecho una pocilga. ¡Ahora mismo lo va limpiar si sabe lo que le conviene!
Mi madre, más tranquila, no pudo contener un par de carcajadas.
―¡Así me gusta, hija, que empieces a tratar a los hombres como debe ser! ¡Qué ya está bien eso de estar todos los días detrás de ellos como criadas, poniendo patas arriba lo que a nosotras nos cuesta tanto trabajo dejar ordenado y limpio! ―soltó la silla y se acercó a mi hermano―. ¡Vamos, holgazán, haz lo que tu hermana te mande si no quieres que lo haga yo…, que ya sabes cómo me las gasto! ―terminó dándole un buen cachete en la cabeza.
Por si el golpe de nuestra madre le parecía poco, yo le agarré de la oreja y tiré con fuerza, como si se la quisiera arrancar, obligándole a levantar de la silla.
Le llevé directamente a mi dormitorio, sin soltar su apéndice aditivo, donde cerré la puerta con llave; no tenía intención de dejarle escapar segunda vez, con el rabo entre las piernas, cuando llegasen los golpes. La táctica a seguir era bien sencilla: primero la diplomacia y luego las tortas.
―¡ahora me vas a contar por qué lo has hecho, cerdo, que eres un cerdo! ―comencé de forma suave antes de subir el tono.
Él me miró fijamente a los ojos y percibí en ellos algo que no había previsto; lejos de parecer arrepentido, su mirada era desafiante, como si estuviese orgulloso de sus actos. Su sonrisa burlona terminó de convencerme.
―¡Tú tienes la culpa! ¡Todo ha sido culpa tuya! ―respondió de forma agresiva―. El otro día te lo pedí por las buenas y tú me humillaste con una mierda de billete, para que me fuese a recibir de una puta lo que tú me negaste como hermana. Tan solo te pedí ayuda y respondiste con burla. Eso me hizo pensar y llegué a la conclusión de que para ti soy un cero de izquierda.
Tras decirme aquellas palabras desoladoras, que encogieron mi corazón igual que una estrella moribunda, no pude reprimir las lágrimas y me desmoroné, alejando de mí cualquier rastro de enojo o deseo de venganza.
―Veo que no supiste leer mi intención ―respondí sollozando―, y tampoco te diste cuenta de la situación tan comprometida en que me habías colocado. ¿Acaso imaginaste que todos los días del año me pide un hermano que me desnude para él? ¿Pensaste que era una chica tan fácil como para lanzarme a tus brazos sin más? ―hice una pausa para secarme las lágrimas antes de continuar―. Sí no te gustó mi respuesta, debimos hablarlo detenidamente y buscar una solución consensuada.
Toño no dejaba de mirarme, sin mermar una pizca su gesto severo y sin mostrar un mínimo de compasión.
―¡Mira que virtuosa se nos ha vuelto ‘sor Mónica’! ―dijo Toño con un pronunciado retintín―. O Mónica ‘DELUX’, si así lo prefieres. ¿Acaso pensaste que nunca me enteraría de tus correrías pornográficas a lo largo y ancho de esta ciudad y, si me apuras, de toda la provincia?
Su comentario fue muy duro, el más doloroso que me habían dicho en toda mi vida, y no por el contenido, sino por el tono, la forma y su autor. Lo peor de todo es que no había escapatoria, me tenía bien cogida y tiraba con fuerza. Busqué en mi cerebro, tratando de encontrar palabras que, al menos, sonasen sinceras y exculpatorias a oídos de un hermano que siempre me había venerado.
―Perdóname, hermano ―recurrí al tratamiento filial en un desesperado intento por conmoverlo de ese modo―, nunca imaginé que te enterarías de mis andanzas y locuras adolescentes. Jamás valoré la posibilidad de que te sintieses humillado por ello e, incluso, que tus amigos se burlasen de ti a mi costa. Pero es cierto, y tienes derecho a reprochármelo: me tiré a todo aquel que me vino en gana porque me gustaba Y, como imagino que te lo han contado todo, también es cierto que en varias ocasiones lo hice con tres a la vez, eso sí, siempre con los mismos amigos de confianza, aunque en estos momentos no puedo tenerlos en tan alta estima. Pero, ¡joder!, tú eres mi hermano y eso es muy diferente.
―¿Y Lucas? ¿Qué pasa con Lucas? ¿Acaso él no es también tu hermano? ―replicó Toño, muy airado―. ¡SÍ! No me mires con esa cara de alelada, porque también estoy al tanto de aquel viajecito su novia y con el tuyo. Imagino que no debiste considerarlo hermano entonces, porque bien que te dejaste follar por él todas las veces quiso y por donde mejor le pareció; ¡Seguro que gritaste como una golfa mientras te daba por el culo hasta dejarlo bien abierto. Creo que ya va siendo hora de que todos dejéis de tratarme como a un crío, porque puede que todavía siga virgen a mis dieciocho años, pero no soy tonto.
A medida que aquellas palabras, desgarradoras, salían escupidas de su boca, igual que el veneno de una serpiente, yo le miraba a los ojos, atónita y sin capacidad de reacción. ¿Qué he hecho yo para merecer tanto castigo? Era la pregunta que atormentaba mi cerebro una y otra vez.
―¿Y tú cómo sabes lo de Lucas? ―le pregunté, tratando de ganar tiempo y pensar en algo coherente.
―Tan sencillo como escuchar detrás de las puertas ―respondió―. No te haces una idea de lo beneficiosa que resulta esa fea costumbre en determinados momentos. Un fin de semana vino con su novia y los escuché mientras hablaban de ello. Como pensé que algún día podría resultarme útil tener un As en la manga, saqué el teléfono y gravé prácticamente toda la conversación.
Esa última revelación me hirió de muerte, pues suponía la estocada y el descabello. ¿Cómo podían haber sido tan estúpidos mi hermano mayor y la bocazas de su novia? Disponían de todos los días del año para hablar de ello, y tuvieron que hacerlo precisamente en el momento más inoportuno y en el lugar menos indicado. Presentí que me encontraba acorralada y sin salida, situación que nunca me ha sentado bien.
―¡Está bien! ¿Qué es lo que quieres para dejarme en paz y olvidarnos de todo? ―le dije en un arranque de dignidad.
Se tomó su tiempo a la hora de decidirse, del mismo modo que solía hacer cuando íbamos, de niños, al kiosco de chucherías y las quería todas. Entonces debía escoger una sola y nos llevaba un buen rato.
―El otro día tan solo quería mirar mientras me dabas indicaciones ―respondió Toño―, y pude que también tocar un poquito, pero nada más…
―¡Está bien! ―le interrumpí―. ¡Decídete de una vez y concluyamos!
Toño se sentó sobre mi cama y me indicó, con un par de palmadas sobre el colchón, que me sentase a su lado. Tomé aquel gesto como una forma de apaciguar las aguas y cumplí su deseo.
―Como te he dicho ―dijo Toño―, tan solo quiero aprender, y no quedar como un imbécil la primera vez que esté con Patricia. Quiero que me enseñes qué es lo que os gusta a las chicas, cómo os gusta y cómo tengo que hacerlo…
―Pero eso es fácil, Toño ―le corté―. Eso te lo puedo explicar sin llegar a más.
―No, hermanita, ya te he dicho que de teoría estoy más que servido. Lo que quiero es practicar contigo, que me digas en todo momento si te gusta cómo lo hago y que me vayas corrigiendo sobre la marcha.
―¿En serio crees que voy a dejar que me folles mientras te digo cómo hacerlo? ¡Creo que se te ha ido la olla! Por mi parte no hay más que hablar.
Me puse en pie con intención de marcharme, pero mi hermano me agarró de la muñeca y me sentó, nuevamente, con un fuerte tirón de mi brazo.
―Creo que no sabes lo que dices ―me dijo en tono amenazante―. ¿Qué crees que opinarán mamá y papá si les hago escuchar la grabación?
Por primera vez en todo ese rato, las palabras de mi hermano consiguieron robarme un par de carcajadas.
―¡Corre y diles lo que quieras! ―le dije desafiante―. Seguramente mencionen en la conversación, que dices tener, a una tal Mónica, pero imagino que eres consciente de que no soy la única con ese nombre. Me parece que tienes pocos fideos para hacer una sopa.
Toño mostró una amplía y desconcertante sonrisa, demasiado para mi gusto. Entonces sacó su teléfono del bolsillo y buscó el archivo de audio. Cuando lo encontró, pulsó el play y el mundo se me vino encima: efectivamente mi hermano y su novia hablaban de mí, proporcionando detalles más que suficientes para incriminarme. Traté de quitárselo y lanzarlo por el retrete, pero era más fuerte que yo, demasiado.
―No te alteres, Moni, porque todavía no has visto lo mejor de todo. ―Nuevamente su tono sonaba amenazante. Volvió a buscar en su teléfono y me mostró algo que mi cerebro no era capaz de asimilar―. Mira, estas las hice hace tres noches… Y estas, hace dos.
Lo que me mostró eran, ni más ni menos, una serie de fotos en las que ambos parecíamos muy acaramelados en mi cama, en una actitud más que explícita y completamente desnudos. Para conseguirlas, las dos noches citadas se había tomado la molestia de desnudarse, tumbarse a mi lado y adoptar una serie de posturas que diesen a entender que ambos participábamos activamente. Obviamente, a mi también me había dejado en cueros. En una de ellas él estaba sobre mí, en la posición del misionero, aparentemente con la polla dentro de mi coño, mientras que yo estaba con la boca abierta y con los ojos cerrados, como si gimiera de placer. En otra de las fotos, yo aparecía acostada, con la cabeza sobre la almohada y ligeramente inclinada hacia adelante, mientras él tenía la polla metida en mi boca en lo que parecía una mamada en toda regla.
Luché de nuevo por arrebatarle el celular, con el consiguiente fracaso. No me quedó más remedio que recurrir a la palabra.
―Veo que te lo has montado muy bien, pero puedo justificar esas fotos acusándote de haberme drogado, que es lo que realmente has hecho.
―En eso tienes razón, pero analiza cómo están las cosas: por un lado, tengo la conversación entre Lucas y su novia; por otro, tengo estas fotos…
―¡Y para de contar! ―le interrumpí.
―No, hermanita, olvidas un pequeño detalle.
―¿SÍ? ¡Dime, listo, ilústrame!
―Te olvidas de la fama que tienes. Si a esto añado todo lo que has hecho y que determinadas personas pueden confirmar… ¿A quién crees que creerán, a la zorra de la familia o al hijo pequeño, al ojito derecho de todos? Incluso, mira lo que te digo, puedo añadir que durante años me acosaste, que me obligaste a follar contigo aprovechándote de mi inocencia y que debido a ello arrastro problemas psicológicos. Y ahora… ¿Cómo se te queda el cuerpo, listilla?
A la vista de la actitud chulesca y macarra de Toño, realmente pensé que no era mi hermano, sino una especie de loco frío y calculador. Pero yo no estaba dispuesta a ceder a su chantaje.
―Me da lo mismo lo que digas o hagas. Es más, no creo que te atrevas, porque matarías a mamá del disgusto. Y no te olvides de Lucas, porque donde te pille te arranca la cabeza.
―¿Lucas? ―Toño soltó un par de carcajadas aterradoras―. Con él no sé lo que haré, pero no descarto follarme algún día el precioso culito de su novia. Pero dejemos ahora a los ausentes. ¿Has dicho tu última palabra, hermanita?
Comenzaba a cansarme que me llamase “hermanita” con aquel tono chulesco.
―No, no la he dicho, pero te añadiré una frase entera, para que te quede claro. ―Tome aire y me lancé―. ¡Vete a la mierda, cretino!
Realmente mi hermano quedó desconcertado y la sonrisa estúpida desapareció de su rostro.
―¡OK! ¡Tú lo has querido! ―dijo en tono amenazador y salió disparado hacia la cocina.
Tardé unos segundos en reaccionar y cuando lo hice era demasiado tarde para retenerlo. Llegué a la cocina justo en el momento en que escupía las primeras palabras.
―¡Mamá! ―llamó su atención―. Tengo que contarte algo que ha ocurrido entre mi hermana y yo. ―El muy canalla también recurrió al tratamiento filial para agravar el asunto.
―¿Y qué es eso tan importante? ―preguntó mi madre, con cierta indiferencia y sin dejar de preparar la comida.
Tuve que actuar rápido si quería llegar viva al día siguiente.
―¡Nada, mamá, es solo una bobada!... ―debía improvisar y rápido―. Lo que pasa es que, cuando Toño ha limpiado el baño, le he dado un beso por ser tan hacendoso. ¡Nada del otro mundo!
―¿Y por esa tontería me hacéis perder el tiempo? ―dijo ella mientras yo tiraba del brazo de mi hermano para sacarlo de la cocina, al tiempo que le susurraba que teníamos que hablar más detenidamente.
De nuevo en mi dormitorio, traté por todos los medios de hacerle entrar en razón, pero, al parecer, él carecía de esa facultad.
―Mis condiciones son innegociables ―me dijo con firmeza en la voz―. Puede que ahora lo hayas impedido, pero puedo soltar la bomba en cualquier momento. Incluso cuando tú no estés para desmentirme o poner excusas absurdas. De ese modo solo contarán con mi versión y con mis pruebas, y tú solo podrás defenderte cuando la bola de nieve sea demasiado grande para detenerla.
―¡Está bien! ―dije resuelta―. Si quieres follarme… ¡Adelante, no te cortes un pelo! Podemos hacerlo ahora mismo. ¡Mira que fácil te lo pongo!
Fui hasta la puerta y eché el cerrojo, a continuación me saqué el pantalón y la braguita, me tiré en la cama boca arriba, abrí las piernas y mi coño quedó totalmente accesible.
―Bueno, aquí me tienes bien dispuesta. Mete tu cosa y terminemos de una puta vez. Eso sí, te pones un condón, no sea que me contagies de mala leche ―le dije con total indiferencia y saqué uno del cajón de la mesita de noche.
El muy cabronazo tuvo la desfachatez de reírse en mi propia cara. Para él tan solo se tratara de un juego en el que no había valorado las posibles consecuencias. Yo no sabía qué narices pasaba por la cabeza, pero, por mi parte, tenía claro que mi hermano Toño dejaba de serlo desde aquel preciso momento.
―No vayas tan deprisa, mi querida Moni ―me dijo con toda la tranquilidad del mundo―. Por ahora me conformo con que me la chupes, Luego lo puedes tragar o escupir, lo que mejor te parezca. Eso sí, quítate más ropa porque así no me motivas.
¿No le motivaba? Jamás había conocido a nadie con la cara tan dura. Incluso resultaba más canalla que mi propio novio, al que permitía todo por amor. Dispuesta a terminar cuanto antes, me desvestí del todo y me senté en el lateral de la cama.
―¡Venga, sácala, que no tenemos todo el día! ―le dije igual que una puta apurada porque otro cliente espera.
Desde luego él no parecía tener prisa alguna, porque se arrodilló a mi espalda, sobre la cama, y me sobó las tetas desde atrás. Luego bajó la mano y me introdujo un par de dedos en el coño. La escena debió subirle la moral y no tardó en colocarme la verga delante de las narices.
―No me gusta verte con esa cara, hermanita. Quiero un poco de entusiasmo y que me hagas la mejor mamada de tu vida.
No le respondí, para evitar males mayores, y tan solo me limité a meterme su polla en la boca y chuparla lo mejor que supe, a fin de que se corriera en el menor plazo de tiempo posible. No me costó lograr mi objetivo, teniendo en cuenta que era la primera mamada que recibía en su vida. ¡Los primerizos no suelen aguantar mucho!
Con la boca llena, me costaba creer que hubiese soltado tal cantidad de esperma. Posiblemente llevaba una buena temporada si hacerse una paja. Me puse en pie, con intención de escupir en la papelera, pero Toño me dio un empujón que me hizo caer tumbada sobre el colchón. Como resultado de esa acción violenta, abrí instintivamente la boca y parte del semen resbaló por la comisura de los labios, el resto, la mayor parte, fue directa al estómago sin que pudiese hacer nada por evitarlo. No me dio tiempo a protestar o llamarle de todo, porque nuevamente salió corriendo con el rabo entre las piernas.
Durante un par de días, a lo más que llegó fue a meterme mano cuando le apetecía y no había moros en la costa; unas veces se acercaba por detrás y me manoseaba las tetas; otras, cuando llevaba minifalda, metía la mano por debajo y hurgaba en el coño, por encima de la braguita. Llegué a pensar que dichas acciones pretendían calentarme para estar lo más receptiva posible cuando llegase el momento de la verdad. Pero… ¿Cuándo sería? ¿Qué planes tenía? La incertidumbre me mataba porque no me había informado al respecto.
El día de Navidad regresé tarde a casa. Había estado cenando con mi novio en la de sus padres y luego nos dimos un revolcón en su cuarto. Obviamente, yo no le conté nada sobre el chantaje al que me tenía sometida mi hermano. Si no lo hice fue por dos razones de peso: la primera, porque sabía lo impulsivo que podía llegar a ser y posiblemente empeorase las cosas; la segunda, porque mi hermano me había ordenado, explícitamente, que no lo contase, añadiendo que, si él llegaba a sospechar lo más mínimo, me “hundía en el fango”, tal cual.
Al entrar en mi dormitorio, encontré a Toño hurgando en el cajón donde guardaba la ropa interior, circunstancia que me enfureció, porque no solo me manipulaba con su chantaje, sino que tenía la desfachatez de invadir mi privacidad.
―¡Toño! ―le dije con cara de pocos amigos―. ¡Ya estás tardando en salir por la puerta!
―¡Tranqui, Moni, que te pones muy fea cuando te enojas! ―respondió al tiempo que sacaba del cajón un conjunto de color rojo―. Quiero que te pongas para mí este sujetador y la braguita.
Le miré a los ojos y no percibí indicios que indicasen que aceptaría un No por respuesta. Me armé de paciencia y comencé a desnudarme tras bloquear la puerta con el cerrojo; solo faltaba que mis padres me sorprendieran en pelotas delante de mi hermano vestido. Luego me puse el conjunto elegido por Toño.
―¡Preciosa! ―exclamó mi hermano, que se había sentado en la cama―. Definitivamente el rojo pasión es tu color―. Ahora quiero que te lo quites muy despacio.
Igualmente obedecí y quedé desnuda ante su atenta mirada.
―¡Bien, ahora ya te puedes marchar! ―le dije con la vergüenza que sentía reflejada en mi rostro.
―No, no, no tan deprisa, hermanita…
―¡Deja de llamarme “hermanita” de una puta vez! ―le dije con ira―. Ya me tienes hasta las narices con la palabrita de los cojones.
―¡OK! ¡OK! ―repitió al tiempo que su mano me pedía calma―. Ven conmigo, a la cama, que tengo un regalito para ti ―añadió mientras me mostraba un preservativo sin abrir.
―No pretenderás…
―¡Basta de tonterías! ―exclamó, contrariado―. No tengo intención de repetir las cosas dos veces, ni pienso permitir que cuestiones mis órdenes. ¡Hasta aquí hemos llegado! De ahora en adelante, tú a callar y obedecer. A la más mínima, dejo de lado las contemplaciones y te lleno tanto de mierda que te va a costar respirar. Me jode, y mucho, que trates de jugar conmigo cuando te lo has montado, a lo largo de varios años, con todo aquel que ha querido follarte o meterte la polla en esa boca viciosa.
Aquellas palabras terminaron por confirmarme que mister hyde había poseído el cuerpo de mi hermano, y su mente, que era lo peor. Estaba totalmente acojonada, porque jamás había visto a mi hermano en ese estado, ni lo habría creído si alguien me lo hubiese contado. Debía tener mucho cuidado a partir de ese momento, porque sus reacciones podían ser imprevisibles.
―Tranquilo, Toño, es mejor mantener la calma ―le dije con cierta dulzura―. Tú dime lo que quieres y yo lo hago sin rechistar.
―¿Ves? Ahora hablamos el mismo idioma. Quiero que te tumbes en la cama y que me recibas con las piernas abiertas; creo que ya va siendo hora de meterla en el coño, para saber qué se siente.
No me lo pensé dos veces y cumplí su deseo. En el momento en que lo tuve entre las piernas, desnudo, trató de penetrarme, pero daba palos de ciego porque lo que había encontrado era el ano. Bajé la mano para orientar la verga con ella y que le resultase más fácil, pero un nuevo gesto de desaprobación cayó sobre mí como una losa.
―No quiero que me ayudes, porque cuando esté encima de mi novia tú no estarás para colocarla en el lugar preciso… ¿O SÍ?
―No, Toño, perdona mi torpeza. Creo que es mejor que la metas antes de tumbarte sobre mí, porque no es fácil acertar a ciegas. Si quieres, yo abro bien las piernas y tú te colocas de rodillas entre ellas. Entonces tan solo tendrás que echar un vistazo a la zona vaginal y verás con claridad donde debes meterla.
Por suerte para mí, mi hermano aceptó el consejo y pudo penetrarme con absoluta comodidad, sin apresurarse. Su verga no era nada del otro mundo, pero he de reconocer que logró arrancarme un gemido al penetrar. Mientras me follaba, yo trataba de moverme y colocar mi cuerpo de forma que él no notase sus carencias, que eran muchas, y acompañaba los movimientos con leves gemidos y palabras de ánimo.
―¡Bien, Toño, lo haces muy bien y estoy cerca del orgasmo. Me gusta tanto como me follas, que parece que lleves toda la vida haciéndolo.
Él no decía nada, y tan solo se limitaba a resoplar debido al placer y al cansancio, pero tardaba demasiado en correrse y eso no era nada normal.
―hermano ¿Por qué te cuesta tanto? ¿Algo no va bien? ¿Quieres probar de otro modo?
―Todo está bien, Moni. Es que me he hecho una paja hace unas tres horas, para aguantar más.
Su respuesta me dejó perpleja y rompía todos mis esquemas, pues suponía que podríamos estar así un buen rato, en el mejor de los casos. A su falta de experiencia había que sumar un más que posible gatillazo, y eso no formaba parte de mis planes. Más que nada porque su reacción podría ser imprevisible. Tenía que actuar rápido y con astucia.
―Toño ¿Por qué no me coloco yo encima de ti? ―le pregunte con suma delicadeza―. Ten en cuenta que, cuando estés con Patricia, ella también querrá llevar la iniciativa en algún momento.
―Tienes razón. De esa forma podré ver como se mueven sus melones por encima de mi vista. Has tenido una buena idea, hermani… ―Por lo menos tuvo la delicadeza de reprimirse antes de completar la dichosa palabrita.
Montar encima de él, moverme como debe ser y lograr que se corriese, no fue tarea fácil, pero apenas me llevó diez minutos y un par de orgasmos imposibles de contener. He de reconocer que tuve que emplearme a fondo, recurriendo a toda mi experiencia acumulada a lo largo de los años, porque no solo tenía moverme de forma precisa, sino que debía estimular sus sentidos mientras o hacía. Las tetas jugaron un papel importante cuando tomé sus manos y las coloqué sobre ellas, dirigiéndolas con las mías y ejerciendo presión cuando era preciso. Luego, cuando se cansó de magrearlas, mis labios tomaron el relevo, recorriendo su cuello, su boca, sus hombros y el pecho. Entonces fue cuando su motivación alcanzo el máximo nivel, justo en el momento que yo me corría por segunda vez. Noté como jadeaba sin control y a los pocos segundos se calmó, impulsando su verga en mi interior con varios golpes de cadera apenas perceptibles. Sumido en el clímax del placer, Toño permaneció inmóvil unos segundos, mientras yo me movía levemente tratando de ordeñar la última gota de leche.
La despedida fue silenciosa y en cierto modo agradable: sin un solo reproche, ni una mirada de desprecio, ni un gesto grosero, nada de nada por su parte salvo un simple “¡Gracias!”, susurrado en el momento de marcharse. Recuerdo que cuando la puerta se cerró, sentimientos enfrentados acudieron a mi cabeza, dispuestos a mortificarme unos y con intención de consolarme otros. Realmente no me atrevía a valorar lo que había ocurrido. Puede que por miedo a darme cuenta de que no había sido tan traumático, porque, durante el tiempo que lo tuve en mis entrañas, se comportó como una persona, como el hermano que creía haber perdido para siempre. ¿Sería posible perdonar a mi hermano descarriado cuando todo estuviese olvidado? ¿Había alguna posibilidad de que volviese a la senda del sentido común? ¿Todavía tenía salvación? Demasiadas preguntas que solo el tiempo se encargaría de responder.
Las dos noches siguientes volvió a suceder lo mismo, por el coño y en diferentes posiciones. Entonces resultó más fácil y menos traumático para mí, porque había encontrado el modo de calmar sus arrebatos y conducirlo por un camino pacífico y humano. La segunda de esas dos noches, terminó por saciar mi curiosidad respecto a cuáles eran sus planes. Me dijo que había escuchado comentar a mis padres que en dos días se marchaban a Cádiz, a visitar a nuestros tíos, y que pernoctarían en su casa una noche. Añadió que era la oportunidad perfecta para hacer de él un amante experimentado. Luego me dio una nota con instrucciones precisas a seguir:
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Instrucciones para la noche del 29 de diciembre.
1º) Nada de follar con Sergio ese día. Si tu novio se empeña, le mandas a la mierda si es preciso.
2º) Tienes que llegar a casa a media noche, ni antes ni después.
3º) Antes de las doce y cuarto, debes entrar en mi dormitorio completamente desnuda. No es necesario que llames a la puerta, porque te estaré esperando.
4º) Tú debes llevar la iniciativa en todo momento, como si entrases a seducir a un jovencito tímido e inexperto. Ten presente que tú serás la profesora y yo el alumno, y en todo momento debes indicarme lo que tengo que hacer, cómo debo hacerlo y corregirme cuando no te satisfaga, indicándome la forma correcta. Solo de este modo podré aprender qué os gusta a las chicas, cómo os gusta que os lo hagan, posturas preferidas, palabras y frases que os motivan o conmueven y, resumiendo, todo aquello que pueda dejarme en buen lugar cuando me estrene con mi novia.
NOTA: recuerda lo ocurrido hasta el momento y que puedo ser una persona razonable o tu peor pesadilla. Si te comportas como espero y me conviertes en todo un experto antes de abandonar mi dormitorio, tienes mi palabra de que la grabación y las fotos desaparecerán para siempre, viviendo tranquila y feliz en lo que mi respecta. Que sigas considerándome hermano o un perfecto desconocido a partir de esa noche, únicamente depende de ti.
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Desde luego la dichosa notita tenía miga y parecía tenerlo todo bien atado. Pensé que seguramente se había inspirado en alguna película guarra, en la que el típico jovencito tímido es seducido por la madurita de turno, sólo que en este caso, él de tímido no tenía un pelo y a mí me faltaban bastantes años hasta que se me pudiese considerar una madurita.
El día señalado, llegué a casa justo a media noche, entré en mi dormitorio, me desnudé por completo y cinco minutos más tarde entraba en el cuarto de Toño sin llamar a la puerta, tal y como había indicado. Lo encontré acostado en la cama, arropado con la sabana, de medio lado y dando la espalda la puerta. Me sorprendí mucho ante semejante panorama y pensé que quizá se había olvidado o confundido de día.
―¡Toño! ―le llamé al tiempo que le zarandeaba ligeramente.
―Hola. ¿Qué hora es? Creo que me quedado dormido ―me respondió.
―ya pasan de las doce y he cumplido tus indicaciones al pie de la letra.
―¡buena chica! ―me susurró con dulzura y añadió del mismo modo ―. Ya puedes empezar, estoy a dispuesto a aprender todo lo que me enseñes.
Comencé mi actuación sentándome en la cama, recliné mi cuerpo y besé sus labios cuando estuvieron al alcance de los míos. Él estaba vestido, cuando le vi tras retirar la sabana, con una camiseta de algodón y un calzoncillo bastante ajustado. Deslicé la mano derecha por debajo de su camiseta y le acaricié el pecho al tiempo que le comía la boca. Su actitud era demasiado pasiva y tuve que ser yo quien colocará sus manos sobre mis pechos, guiándolas con las mías para para que recorriese toda su superficie.
―Lo estás haciendo muy bien, mi rey ―le dije―. Sentir tus manos en mi piel es un placer que provoca humedad en mi coñito.
Abrí las piernas y bajé su mano derecha hasta colocarla en mi sexo, que realmente estaba mojado, mientras con la mía profundizaba en el interior de su calzoncillo. Nada más tocar su verga y abrazarla con mi mano, fue creciendo progresivamente hasta alcanzar su máximo esplendor. Forcé el slip hasta liberar su miembro y me apresuré a enterrarlo dentro de mi boca. Durante unos minutos lo besé, lamí y succioné como si fuese lo más delicioso que había penetrado jamás en entre mis labios.
―sé que eres inexperto y que te queda mucho que aprender, pero yo seré para ti la profesora que te muestre el camino que conduce al placer. ―sin duda me estaba metiendo de lleno en mi papel. Al menos sus ojos y su sonrisa así me lo indicaban―. Ahora deja que me tumbe, para que empieces a practicar siguiendo mis instrucciones.
Una vez estuve tumbada, le pedí que se inclinara sobre mí y que mantuviese una cierta separación entre su cuerpo y el mío.
―¡Bien! Ahora debes tener en cuenta algo muy importante. Tienes que estimularme todo lo posible para estar receptiva cuando me penetres. Para ello, comienza besándome por este orden, labios, cuello, mejillas y luego terminas en el lóbulo de la oreja que más cómodo te resulte. Puedes acompañar estas acciones con suaves caricias en mis hombros, pechos y vientre. De este modo conseguirás prender mi llama.
Toño siguió mis instrucciones al pie de la letra durante unos minutos, aumentando o disminuyendo la frecuencia según le iba indicando. La primera lección carecía de dificultad y no le costó aprenderla, consiguiendo excitarme de un modo que ya tenía olvidado. Sin duda mi hermano tenía un modo muy peculiar de usar las manos y los labios, con suma delicadeza.
―Ahora puedes estimularme la zona más delicada y compleja. Debes tener en cuenta que es sumamente sensible y que requiere de un tacto especial, evitando todo aquello que pueda implicar sensación de rudeza. Colócate entre mis piernas, que voy a colocarlas para que mi posición sea cómoda y fácilmente accesible para ti.
Toño no se hizo el remolón y pronto lo tuve colocado tal y como le había sugerido. Siguiendo mis instrucciones comenzó besando, lamiendo y mordisqueando ligeramente los labios vaginales, prestando especial dedicación al clítoris. Poco a poco mi placer fue aumentando a raíz de las correcciones que le indicaba sobre la marcha.
―Aprendes rápido, hermanito. Creo que ya es hora de que empieces a jugar con uno o dos dedos dentro de mí, eso sí, estimulando el clítoris tal y como lo haces, porque la velocidad y presión de tu lengua son las adecuadas.
Podría decirse que los dedos de mi hermano resultaban perfectos para jugar dentro de mi coño, ya que eran bastante largos y no demasiado gruesos. Además eran muy curiosos y trataban de llegar a todos los rincones de la cavidad que exploraban.
―¡Bien, Toño, lo haces muy bien! ―le jaleé con los primeros gemidos―. Creo que ya estás preparado para follarme y llevarme a la locura. Pero antes voy a ponerte un preservativo. Es importante que animes a patricia a que sea ella quien te lo coloque para, de ese modo, generar un ambiente de complicidad que os vendrá muy bien a ambos, sobre todo a ella.
Puse el condón en el extremo del glande y lo fui desenrollando hasta cubrir su polla por completo. Luego se colocó en posición y besó mis pechos antes de introducirla en el coño. Me gustó que lo hiciera por ese orden, porque suponía un gesto tierno que su novia agradecería. Al menos yo sí lo hice. No tardó en moverse dentro de mí con la suficiente agilidad y eficiencia, aumentando la frecuencia y decibelios de mis gemidos.
―¡Así, mi amor, así es como se hace! ―exclamé cuando el placer se apoderó por completo de mí―. Lo haces muy bien y me tienes al borde de la locura. No imagina la tal Patricia del placer que recibirá de ti cuando la estés follando.
―Me encantaría que se moviese tan bien como tú ―me dijo Toño―, porque me pones como una moto.
―Procura hablar lo menos posible en una situación como esta ―le respondí―, porque es más que posible que sueltes algún comentario desatinado si te dejas llevar por el instinto. Tú dedícate a follarme como lo haces, que estoy a punto de regalarte un orgasmo.
Mis palabras provocaron la reacción que esperaban conseguir, porque su ritmo se hizo más sólido, saliendo casi por completo del coño antes de volver a entrar de golpe, provocando un roce más prolongado y eficaz.
―¡Sí, mi rey! Eres todo un semental ―dije en el momento final de mi orgasmo―. Has conseguido que encharque el coño abundantemente. Siente como tu verga entra y sale con mayor facilidad. ¿Te vas a correr para mí?
―No, de momento no ―susurró mi hermano―. Aun quiero seguir, quiero que montes sobre mí, igual que la primera vez.
―¡OK! Deja que me incorpore y te tumbas.
Rápidamente nos colocamos en posición, coloqué la verga en el coño y fui descendiendo hasta introducirla por completo. Luego me moví con agilidad, con intención de alcanzar mi segundo orgasmo antes de que él obtuviese el suyo; ya estaba totalmente lanzada y había olvidado lo sucedido hasta llegar a la situación en la que me encontraba. No tardé en alcanzar mi objetivo y regalarle gemidos y palabras de agradecimiento por lo bien que se estaba comportando, pero volví a extrañarme porque su orgasmo no llegaba.
―¿Qué te ocurre, mi amor? ¿No me digas que hoy también has estado jugando con tu juguetito?
Negó con la cabeza y luego me indicó que me retirase, con el rostro entristecido. Se levantó de la cama y se dirigió hacia la puerta.
―¿Adónde vas? ―Le pregunté intrigada por su reacción―. No te preocupes, porque lo que te ocurre es normal; a veces sucede, pero hay otras formas de conseguir que termines.
Mis palabras parecieron convencerle y volvió a la cama, donde se sentó en el borde.
―Quiero clavártela por el culo ―me dijo como si nada―. Quiero saber qué se siente, porque estoy seguro de que mi novia nunca me lo permitirá o, en el mejor de los casos, tardaré mucho en probarlo, siempre y cuando sigamos juntos para entonces.
―Eso no formaba parte de lo que habíamos hablado, hermano; no obstante, no creo que añada gravedad a lo que hemos hecho. Sólo dime qué posición prefieres e intentaré que no lo olvides durante mucho tiempo.
―Ponte a cuatro patas, que es la posición que más me pone.
Rápidamente adopté la postura sugerida, más por miedo a que decreciese su excitación, que por deseos de que me diera por el culo, aunque, después de todo lo sucedido, tampoco me venía nada mal. Toño se arrodilló detrás de mí y me la fue clavando con calma en el ano, mientras observaba cómo desaparecía su polla dentro de mí recto. Luego me sodomizó durante unos cinco minutos. Cuando noté, por sus jadeos y por la potencia de sus embestidas, que estaba a punto de correrse, vi cómo se estrellaba contra la almohada el condón que supuestamente debería tener puesto. No me dio tiempo a reaccionar, porque, cuando lo hice, ya era demasiado tarde para impedir que me inundase el recto de semen. Quise gatear hacía adelante con intención de sacármela, pero me tenía bien cogida por las caderas e impedía que avanzase. Así pudo conseguir los dos o tres segundos extra que necesitaba para descargar por completo.
―¡Eres un cabrón! ―le dije enrabietada―. Has pasado toda la noche comportándose como una persona y has terminado como un auténtico animal. Ahora deja que vaya al cuarto de baño, por favor, que quiero soltar en el retrete tu puta mala leche.
Cuando su polla abandonó mi culo, tapé el orificio con la mano y, sin apartarla de él, fui caminando como un pato al cuarto de baño. Luego regresé directamente a mi dormitorio. Durante toda la noche estuve sin dormir, buscando alguna explicación que justificase su comportamiento. No concebía que, habiendo ganado mi voluntad y también mi aprecio, se hubiese esforzado tanto en tirarlo por la borda.
Por la mañana, algo más calmada, lo primero que hice fue exigir a Toño que eliminase la grabación y las fotos. En un principio se negó, pero terminé imponiéndome y yo misma lo hice. Esa misma tarde, durante la comida, anuncié a mis padres que regresaba a Málaga. Mi madre se puso muy triste y trató, por todos los medios, de convencerme para que me quedase, pero mi decisión ya estaba tomada. Justifiqué mi marcha repentina, alegando que me habían propuesto trabajar hasta el 7 de enero en la librería donde lo hice tiempo atrás.
Sergio también le sorprendió cuando le pedí que se viniera conmigo a casa y, aunque me pidió explicaciones, tan solo le pedí que confiase en mí y que tuviese paciencia, prometiéndole que se lo contaría cuando encontrase el momento oportuno.
Aquellas vacaciones de Navidad marcaron un antes y un después en las relaciones con mi hermano Toño. Jamás en la vida puede imaginar que una persona tan tierna y cariñosa con todo el mundo, y especialmente conmigo, pudiese cambiar en tan poco tiempo y de forma tan drástica. Lo que un día fue un niño adorable se había convertido en una especie de monstruo frío y calculador. Pocos meses más tarde, tuve la oportunidad de comprobar que mis pensamientos no se acercaban, ni de lejos, a la cruda realidad, porque volvió a sorprenderme, junto con un amigo suyo, no con un As en la manga, sino con un autentico póker de ases. Lo que ocurrió en esa ocasión supondría un giro inesperado en las relaciones con mi hermano Toño. Pero eso es otra historia…
1 comentarios - Chantajeada por mi hermano