Era una época en que a mi novia y a mí no nos iba muy bien. Llevábamos un par de años viviendo juntos en mi apartamento y el desgaste de la cotidianidad nos estaba pasando factura. Follábamos poco, una vez cada dos semanas o así, y algunas veces el contacto se reducía a una mamada o a una paja. Parecía como si ella hubiese perdido el interés sexual por mí. Hay que decir, que mientras yo trabajaba de funcionario en el Ayuntamiento, ella lo hacía en una tienda de ropa, a turno partido, por lo que solía llegar tarde, cansada y de mal humor.
Para aliviar mi soledad y la sensación de que estaba viviendo el preludio de otra ruptura, aunque sin el valor de ponerle fin yo mismo, me refugié en el porno. Con las masturbaciones diarias, a veces dos, a veces tres, proporcionaba alivio a mi deseo sexual. Tras varias incursiones en el porno típico de tías buenas y de lesbianas, me di cuenta de que me excitaban en especial los temas relacionados con la infidelidad y los cuernos, tanto en historias como en vídeos. Así que, movido por la curiosidad y el morbo, entré en un chat de cornudos. Tenía por entonces 35 años, pero a veces me hacía pasar por un jovencito que quería ver a su novia follar con maduros. Huelga decir que se me abrían multitud de mensajes privados que me preguntaba cómo era ella, como la follarían y la harían chillar de placer. Me proponían ir de vacaciones los tres juntos o quedarse, incluso, en mi casa. A veces, alguno me insultaba llamándome “maricón” o “cornudo”, o las dos cosas a la vez.
Me excitaba tanto que terminaba masturbándome y corriéndome con enorme placer.
Pero aquello no era suficiente. El morbo me embargaba de tal modo, que decidí dar un paso más. No me atrevía a meter a mi novia directamente en mis fantasías, pero sí comencé a pasar fotos de ella a los tíos que me lo pedían. Me confesaban que se iban a hacer una paja con ellas o, cuando cogí confianza, nos conectábamos por skype para que viera yo cómo se la meneaban. Llego un momento en que no pasaba día sin que me masturbara con otros tíos online. Lo cierto es que cambiaba de nick y nunca mantenía contacto. Me daba miedo pasar de la fantasía masturbatoria a la realidad.
Hasta que un día propuse en un chat que quería que un macho se corriera en las bragas de mi novia. Me había enfadado con ella un par de días antes y casi no nos hablábamos. Era un modo de vengarme de ella, pienso. Entre varias ofertas, seleccioné una, la de un chico de 25 años.
-¿Estará tu novia presente? –me escribió.
-No. Es una fantasía mía. –le respondí.
-Pues entonces, te cobro, tío.
No sé por qué, pero me excitó más que me chuleara. Así, en vez de mandarlo a paseo, le pregunté cuánto.
-50 euros –aventuró a decir. Me pareció exagerado, pero accedí. Y nos intercambiamos nuestras direcciones de email.
A la tarde siguiente, me esperaba en el baño de un centro comercial. De acuerdo con la indumentaria que me había descrito (pantalón vaquero, camisa a cuadros, playeras rojas), le reconocí cuando entré. Se estaba lavando las manos. Me hizo una seña y entró en un retrete. Aparentaba menos de 25. Cerré la puerta tras de mí y nos miramos.
-Primero, la pasta –me dijo en susurros. Saqué el dinero y se lo metió en el bolsillo.
-Enséñame las bragas de tu novia. –añadió. Las saqué del bolsillo. Eran unas braguitas de encaje negro semitransparentes, muy sexis, que mi novia se ponía sólo en aquellos buenos tiempos.
-Muy bonitas. –dijo, mientras se desabrochaba la bragueta y se sacaba la polla. Estaba morcillota, por lo que deduje que la situación también le daba morbo a él. Me cogió las bragas y comenzó a acariciársela con ellas. Yo estaba nervioso, atento a cualquier ruido del exterior, pero me daba cuenta de que estaba viviendo un momento muy importante. Mis fantasías estaban tomando cuerpo. Estuvo así un rato, pero no terminaba de ponerse dura.
-Tenías que haber traído una foto de ella, tío.
-Si quieres te ayudo yo. –le dije. Las palabras salieron de mi boca casi sin querer. Yo nunca había tocado a otro hombre antes, pero en aquella situación me pareció de lo más natural. Me miró con lo que me pareció cierto desprecio, pero me dijo:
-Venga. Dale.
Y así lo hice. Le envolví la polla con las bragas y comencé a masturbarlo. Primero con suavidad, luego, con energía, hasta alcanzar un ritmo óptimo. La polla se le había puesto dura, gruesas venas corrían por su tronco, y el capullo había adquirido un color violáceo llamativo. De pronto, comenzó a resoplar.
-Me voy a correr, cabrón. –dijo.
Deslicé las bragas de mi novia por la polla y le apreté el capullo con ellas. Obtuvo tanto placer que se dobló por la cintura y se sujetó en mis hombros. Noté su aliento en la cara. Al poco, las bragas se empaparon. Estaban húmedas y calientes. Las retiré, no sin limpiarle antes los restos de semen. Saqué una bolsa del bolsillo y las introduje en ella. El muchacho se metió la polla en el pantalón y se marchó sin mirar atrás. Me quedé un rato en el váter, con el corazón golpeándome el pecho como un martillo.
Cuando llegué a casa, lo primero que hice fue examinar las bragas. Estaba cubierta de un gran lamparón, y todavía se veían grumos blanquecinos. Olían fuerte a semen, claro. Me desabroché el pantalón y me hice una paja, tal y como se la había hecho al chico, rememorando la escena. Tuve un orgasmo tremendo. Mi corrida se mezcló con la de él.
Para aliviar mi soledad y la sensación de que estaba viviendo el preludio de otra ruptura, aunque sin el valor de ponerle fin yo mismo, me refugié en el porno. Con las masturbaciones diarias, a veces dos, a veces tres, proporcionaba alivio a mi deseo sexual. Tras varias incursiones en el porno típico de tías buenas y de lesbianas, me di cuenta de que me excitaban en especial los temas relacionados con la infidelidad y los cuernos, tanto en historias como en vídeos. Así que, movido por la curiosidad y el morbo, entré en un chat de cornudos. Tenía por entonces 35 años, pero a veces me hacía pasar por un jovencito que quería ver a su novia follar con maduros. Huelga decir que se me abrían multitud de mensajes privados que me preguntaba cómo era ella, como la follarían y la harían chillar de placer. Me proponían ir de vacaciones los tres juntos o quedarse, incluso, en mi casa. A veces, alguno me insultaba llamándome “maricón” o “cornudo”, o las dos cosas a la vez.
Me excitaba tanto que terminaba masturbándome y corriéndome con enorme placer.
Pero aquello no era suficiente. El morbo me embargaba de tal modo, que decidí dar un paso más. No me atrevía a meter a mi novia directamente en mis fantasías, pero sí comencé a pasar fotos de ella a los tíos que me lo pedían. Me confesaban que se iban a hacer una paja con ellas o, cuando cogí confianza, nos conectábamos por skype para que viera yo cómo se la meneaban. Llego un momento en que no pasaba día sin que me masturbara con otros tíos online. Lo cierto es que cambiaba de nick y nunca mantenía contacto. Me daba miedo pasar de la fantasía masturbatoria a la realidad.
Hasta que un día propuse en un chat que quería que un macho se corriera en las bragas de mi novia. Me había enfadado con ella un par de días antes y casi no nos hablábamos. Era un modo de vengarme de ella, pienso. Entre varias ofertas, seleccioné una, la de un chico de 25 años.
-¿Estará tu novia presente? –me escribió.
-No. Es una fantasía mía. –le respondí.
-Pues entonces, te cobro, tío.
No sé por qué, pero me excitó más que me chuleara. Así, en vez de mandarlo a paseo, le pregunté cuánto.
-50 euros –aventuró a decir. Me pareció exagerado, pero accedí. Y nos intercambiamos nuestras direcciones de email.
A la tarde siguiente, me esperaba en el baño de un centro comercial. De acuerdo con la indumentaria que me había descrito (pantalón vaquero, camisa a cuadros, playeras rojas), le reconocí cuando entré. Se estaba lavando las manos. Me hizo una seña y entró en un retrete. Aparentaba menos de 25. Cerré la puerta tras de mí y nos miramos.
-Primero, la pasta –me dijo en susurros. Saqué el dinero y se lo metió en el bolsillo.
-Enséñame las bragas de tu novia. –añadió. Las saqué del bolsillo. Eran unas braguitas de encaje negro semitransparentes, muy sexis, que mi novia se ponía sólo en aquellos buenos tiempos.
-Muy bonitas. –dijo, mientras se desabrochaba la bragueta y se sacaba la polla. Estaba morcillota, por lo que deduje que la situación también le daba morbo a él. Me cogió las bragas y comenzó a acariciársela con ellas. Yo estaba nervioso, atento a cualquier ruido del exterior, pero me daba cuenta de que estaba viviendo un momento muy importante. Mis fantasías estaban tomando cuerpo. Estuvo así un rato, pero no terminaba de ponerse dura.
-Tenías que haber traído una foto de ella, tío.
-Si quieres te ayudo yo. –le dije. Las palabras salieron de mi boca casi sin querer. Yo nunca había tocado a otro hombre antes, pero en aquella situación me pareció de lo más natural. Me miró con lo que me pareció cierto desprecio, pero me dijo:
-Venga. Dale.
Y así lo hice. Le envolví la polla con las bragas y comencé a masturbarlo. Primero con suavidad, luego, con energía, hasta alcanzar un ritmo óptimo. La polla se le había puesto dura, gruesas venas corrían por su tronco, y el capullo había adquirido un color violáceo llamativo. De pronto, comenzó a resoplar.
-Me voy a correr, cabrón. –dijo.
Deslicé las bragas de mi novia por la polla y le apreté el capullo con ellas. Obtuvo tanto placer que se dobló por la cintura y se sujetó en mis hombros. Noté su aliento en la cara. Al poco, las bragas se empaparon. Estaban húmedas y calientes. Las retiré, no sin limpiarle antes los restos de semen. Saqué una bolsa del bolsillo y las introduje en ella. El muchacho se metió la polla en el pantalón y se marchó sin mirar atrás. Me quedé un rato en el váter, con el corazón golpeándome el pecho como un martillo.
Cuando llegué a casa, lo primero que hice fue examinar las bragas. Estaba cubierta de un gran lamparón, y todavía se veían grumos blanquecinos. Olían fuerte a semen, claro. Me desabroché el pantalón y me hice una paja, tal y como se la había hecho al chico, rememorando la escena. Tuve un orgasmo tremendo. Mi corrida se mezcló con la de él.
2 comentarios - Las bombachas de mi novia