Durante esa noche hicimos repetidamente el amor, mi tía una vez había bajado el se comportó como una autentica zorra. Si hasta entonces nunca se había dejado llevar por la pasión, se había convertido en una dulce amante satisfaciendo todos y cada uno de mis deseos.
Ya pasado los años, reconozco que jamás encontré a ninguna mujer tan apasionada pero sobre todo tan necesitada de cariño como ella. En la intimidad de esa cama, Andrea se liberó de los fantasmas de juventud a base de besos y caricias. Besos y caricias dados por mí, su sobrino.
Os confieso que aunque dormí pocas horas, el tener a ese bombón junto a mi cuerpo me hizo despertar cuando apenas había amanecido. Abrazada a su almohada totalmente dormida, no se percató de que la observaba mientras descansaba. La belleza morena de esa mujer se realzaba sobre el blanco de las sábanas.
Tomándome mi tiempo, en silencio, valoré el espectáculo de mujer que tenía a mi lado. Todo en ella era perfecto: Sus largas piernas, perfectamente contorneadas, no eran más que un mero anticipo de su magnífico y atlético cuerpo.
“Qué buena está”, valoré entusiasmado recorriendo con mis ojos sus caderas.
Supe mirándola que si no llega a ser policía, mi tía podría haberse ganado la vida como modelo. Su vientre liso y sus enormes pechos eran además de producto de sus genes, una muestra clara de la cantidad de ejercicio al que se sometía. Las largas horas de trabajo duro en el gimnasio habían mantenido y mejorado su belleza, dotándola de un atractivo evidente para todo aquel que se fijara en ella.
Disfrutando de la visión de su cuerpo desnudo, no me cabía en la cabeza el hecho que nunca hubiera estado con un hombre.
“Debe de haber tenido cientos de pretendientes”, me dije.
Si desde niño había sido mi amor platónico, esa mañana comprendí que era mía aunque eso contraviniera las normas morales vigentes. La forma en que se había entregado a mí, no era normal. Sin saber si iba ser solo en esa ocasión o si por el contrario se repetiría más veces, se lanzó a mis brazos con una urgencia total.
Todavía alucinando por mi suerte, aproveché que la tenía a escasos centímetros y que estaba desnuda para acariciarla. Con una ternura de la que nunca pensé ser capaz, usé mis dedos para recorrer ese trasero duro y respingón que seguía siendo mi obsesión. La noche anterior había intentado que me lo diera pero mi tía se negó diciendo que ya tendríamos tiempo.
“Tranquilo, cumplirá su promesa”, pensé no queriendo forzar de modo alguno a ese primor y por eso, pegándome a su espalda, dejé que mis dedos recorrieran su estómago.
Al oír un suspiro de satisfacción, comprendí que mis mimos eran bien recibidos y por eso, subiendo por su dorso me encontré con el inicio de sus pechos. El tamaño de los mismos me tenía subyugado.
“Son enormes”, sentencié al ser incapaz de recoger en mis manos la totalidad de su volumen.
Tanteando toqueteé con mi pulgar uno de sus pezones. El jadeo que me hizo saber que estaba despierta. Todavía adormilada, presionó sus nalgas contra mi miembro, descubriendo que estaba listo para que ella lo usase.
-Te deseo- fue su saludo y moviendo sus caderas, lo alojó dentro de sus piernas sin meterlo.
Ya convencido de reanudar lo ocurrido la noche anterior, bajé una mano por su cuerpo hasta llegar a su sexo.
“Está empapada”, exclamé mentalmente al no haberme todavía a la facilidad con la esa estricta policía se excitaba.
Aun así me sorprendió que levantando levemente una pierna, Andrea se incrustara mi extensión en su interior sin decir nada. La calidez de ella me recibió poco a poco, dejándome disfrutar de mi pene se abría camino a través de sus pliegues.
Esperé a que hubiese sido totalmente devorado por ella para coger un pezón entre mis dedos. El gemido que salió de su garganta, me permitió pellizcarlo con dulzura. Mi tía, al notarlo, decidió que le urgía sentirse amada y acelerando sus movimientos, buscó nuestra unión.
Su coño, ya parcialmente anegado, presionaba mi pene con un suave ímpetu cada vez que su dueña forzaba mi penetración con sus caderas. Conociendo que le encantaba los mimos, la besé en el cuello y susurrándole le dije:
-¿Cómo ha dormido la guarrilla de mi tía?-
Mi cariñoso insulto fue el acicate que necesitaba y convirtiendo sus jadeos en gemidos de placer, me rogó que la tomara.
-Tranquila, tenemos todo el tiempo del mundo-, respondí recordando que era sábado.
Mis palabras le hicieron caer en la cuenta de que no se tenía que levantar a trabajar y saltando encima de mí, me besó mientras se sentaba a horcajadas sobre mí, empalándose.
-¡Me vuelves loca!- chilló al notar que la cabeza de mi glande chocaba con la pared de su vagina.
Como si pensase que lo que estaba haciendo era inmoral y que podía acabarse en cualquier momento, su cuerpo reaccionó con una premura que me dejó asustado. Con la respiración entrecortada y con su cuerpo estremeciéndose sobre mí, me rogó que no parara tras lo cual se corrió sonoramente.
Su orgasmo lejos de calmar el ardor que la quemaba, lo incrementó y zafándose de mi pene, se agachó a mis pies deseando complacerme. No tardé en sentir la humedad de su lengua recorriendo mis piernas. La sensualidad que demostró al hacerlo fue suficiente para hacerme olvidar la decepción que sentí cuando se bajó y por eso al llegar a mis muslos, mi pene ya se alzaba nuevamente producto de sus caricias.
Para aquel entonces estaba convencida de lo que deseaba y dejándose llevar por la pasión, acercó su boca a mi sexo con la intención de devorarlo. Fue entonces cuando abriéndola, con sus labios besó la circunferencia de mi glande. Durante un par de minutos se entretuvo disfrutando de él hasta que decidió introducírselo. Disfrutando como un loco, vi como paulatinamente mi miembro desaparecía en su interior. Aceptando pero sobre todo deseando su mamada, cerré mis ojos para abstraerme en lo que estaba mi cuerpo experimentando. El cúmulo de sensaciones que llevaba acumuladas hizo que la espera fuese corta y cuando ya creía que no iba a aguantar más, le dije:
-Andrea, me voy a correr.
Mi tía olvidándose de mi aviso, buscó mi placer con más ahínco. La velocidad de sus labios se incrementó y no paró hasta que consiguió descargara mi semen dentro de su boca. Entonces con auténtica ansia, saboreó mi simiente sin dejar que nada se desperdiciara y solo cuando consiguió dejarme seco, se levantó con una sonrisa en los labios y me dijo:
-Levántate vago, hay que salir a correr.
.
Andrea se confiesa.
Siguiendo la rutina a la que me tenía acostumbrado, mi tía no me perdonó mi falta de forma e imprimiendo a su carrera de un ritmo inhumano, me dejó para el arrastre. Una hora después ya en la casa y mientras desayunábamos, decidí preguntarle cómo era posible que siento una mujer espectacular nunca hubiera hecho el amor.
-Siempre he tenido miedo a estar con un hombre- contestó tras pensarlo durante unos segundos.
Su respuesta me sorprendió porque no en vano, no solo había elegido una profesión predominantemente masculina sino que a base de fuerza y coraje se había abierto camino en ella. Eligiendo cuidadosamente mis palabras para no ofenderla, le respondí:
-No comprendo. Eres una mujer valiente y preciosa. Sé que debes haber tenido muchas oportunidades….
-Más de las que crees- me interrumpió- pero siempre había sentido que lo que buscaban era echar un polvo y eso me repelía.
-¿Y por qué yo no?- pregunté.
Entornando sus ojos, contestó:
-Tenías tanto miedo como yo.
Asumí que tenía razón al recordar mi confusión de la noche anterior al percatarme de que mi propia tía me estaba echando los perros pero deseando averiguar el motivo de ese miedo, le pedí que se sentara en mis rodillas mientras le decía:
-Estaba acojonado.
Mi respuesta le hizo sonreír y besando mis labios, se puso a acariciarme el pelo con afecto nada filial. La pasión con la que me buscó, me hizo olvidarme momentáneamente de mi curiosidad y cogiéndola entre mis brazos, la alcé y me la llevé por el pasillo diciendo:
-Vamos a bañarnos- y recalcando los motivos, le solté: -¡Apestas!
Muerta de risa intentó liberarse pero viendo que me dirigía al baño, se dio por vencida y preguntó:
-¿Te ducharás conmigo?
-Por supuesto- respondí mientras la dejaba en el suelo y abría la ducha.
Al darme la vuelta, mi tía ya se había desnudado:
-¡Qué rapidez!- solté riéndome de su urgencia.
Dominada por una pasión desconocida para ella, mi tía me ayudó a quitarme la ropa y ya desnudos nos metimos bajo el agua. Al ver sus pechos ya mojados, me hizo hundir mi cara en ese profundo canalillo. Andrea al sentir mi lengua recorriendo sus pezones, empezó a gemir mientras trataba con sus manos reavivar mi miembro.
-Me pones brutísimo- sentencié al notar que entre mis piernas, mi sexo había recuperado su dureza.
Con una alegría desbordante, se dio la vuelta y separando sus nalgas con sus dedos, me respondió:
-¡Ayer me lo pediste! ¡Hoy es todo tuyo!-
Sus palabras me hicieron reaccionar y arrodillándome, saqué mi lengua y con ella me puse a recorrer los bordes de su virginal ano. Nada más notar la húmeda caricia en su esfínter, mi tía pegó un grito y llevándose una mano a su clítoris, empezó a masturbarse sin dejar de suspirar.
-Quiero que seas tú quién lo haga- gritó descompuesta.
Azuzado por su ruego y urgido por romper ese maravilloso culo, metí toda mi lengua dentro y como si fuera un micro pene, empecé a follarla por detrás.
-¡Me encanta!- chilló al experimentar la nueva sensación.
Alentado por su confesión, llevé una de mis yemas hasta su ojete y recorriendo sus bordes, busqué relajarlo. El berrido gozoso con el que esa arisca policía contestó a mi caricia, me estimuló y metiéndolo hasta el fondo, comencé a sacarlo mientras ella no paraba de gritar lo mucho que le gustaba. Viendo su entrega y que mi dedo que entraba y salía con facilidad, junté un segundo y repetí la misma operación.
-¡Dios!- escuché que gritaba mientras apoyaba su cabeza sobre la pared del baño.
La respuesta de Andrea me hizo olvidar toda precaución y ya dominado por mi propia calentura, cogí mi pene en la mano y tras juguetear con mi glande en esa entrada trasera, le pregunté si estaba segura.
-Sí- respondió.
Al oír su permiso, con lentitud, fui introduciendo mi miembro en su trasero. Aun siendo su primera vez, mi tía sin absorbió centímetro a centímetro mi verga y solo cuando sintió que se la había clavado por completo, me rogó que esperara diciendo.
-¡Me duele!
Intentando que el trago fuera menos doloroso, me quedé quieto para que se fuera acostumbrando a ver su esfínter invadido mientras intentaba tranquilizarla acariciándole los pechos. Tras un minuto disfrutando únicamente con sus tetas, fue ella la que empezó a mover sus caderas poco a poco. Paulatinamente la presión que ejercía mi pene en su entrada trasera fue disminuyendo hasta que comprendí que ya podía moverme.
Con exquisito cuidado, aceleré mis penetraciones. Mi tía pegando un aullido se quejó pero sabiendo que ese escozor no tardaría en convertirse en placer, le solté:
-¡Relájate y disfruta!
Que su sobrino le obedeciera, le cabreó y tratando de zafarse de mi ataque, me exigió que parara. Pero entonces por segunda vez, la desobedecí y recreándome en mi rebeldía, di comienzo a un loco cabalgar sobre su culo.
-¡Me haces daño!- chilló al sentir que seguía empalándola.
-¡Espera y verás! – le contesté y recalcando mis deseos, solté un azote en uno de sus cachetes.
Mi nalgada le hizo reaccionar y sin llegárselo a creer, empezó a gozar entre gemidos.
-¡Espera un poco!- dijo tomando aire tras lo cual chilló:- ¡Sigue!
Dominada por una pasión desbordante y dejándose llevar por el ardor que colmaba su cuerpo, me pidió que la siguiera empalando mientras con su mano empezó a torturar su clítoris. La suma de ambos estímulos terminaron de minar sus defensas y a voz en grito, me informó que se corría diciendo:
-Quiero sentir tu esperma en mi culo.
Su entrega y que me rogara que descargara en el interior de su trasero, fue la gota que derramó el vaso de mi propio orgasmo y pegando un aullido, dejé que mi pene explotara en sus intestinos. Mi tía al notar que rellenaba su estrecho conducto con mi simiente, se corrió nuevamente tras lo cual se dejó caer agotada en la ducha. Satisfecho y también cansado, me senté a su lado y la besé.
Andrea, sonriendo, me preguntó que quería hacer ese fin de semana.
-No salir de tu cama- respondí.
La carcajada que soltó al escuchar mi respuesta me sonó a música celestial. Una vez había asimilado que no podía ser tan malo que ella y yo estuviésemos juntos porque al fin y al cabo era algo que deseábamos ambos, la alegría de tener alguien con quien compartir su vida la hizo reír. Su risa contagiosa consiguió contagiarme su felicidad y sin esperar a que nos secáramos, la llevé hasta su cama.
Una vez entre las sábanas, nos besamos como locos e intentamos reanudar nuestra pasión pero entonces sonó el teléfono y la perfección del momento se rompió al leer en el teléfono mi tía que la llamaban de la comisaría. Con gesto serio escuchó a su interlocutor y colgando, me dijo:
-Lo siento pero tengo que irme.
-¿Algo grave? – pregunté al ver su rostro cenizo.
-Sí- contestó- han secuestrado a una niña de trece años.
Casi llorando, se dejó caer y con los puños cerrados empezó a golpear el colchón diciendo:
-¡No puede ser! ¡Nunca acabará! ¡Siempre habrá algún maldito abusando de una cría!
El dolor reflejado en ella me dio a entender que no hablaba de la víctima sino de ella y tratando de tranquilizarla, me acerqué a abrazarla:
-¡Ahora no!- gritó -¡Los hombres dais asco!
La repugnancia que leí en sus ojos, me dejó perplejo. Mi tía focalizaba su desprecio por esos animales en mí. Sabiendo que lo único que podía hacer era callarme, cogí mi ropa y en silencio, salí de su habitación. Andrea ni siquiera se despidió de mí y por eso totalmente desmoralizado, decidí que debía de averiguar que oscuro secreto escondían tanto mi madre como su hermana.
Por eso abriendo mi portátil, me puse a investigar a mi tía en internet. Tras media hora navegando, lo único que encontré fue referencias a su carrera en la policía y las medallas que llevaba acumuladas por su valor. Fue entonces cuando caí que si algo le había ocurrido siendo menor de edad, por la ley de protección de menores, su nombre no aparecería. Entonces cambiando de estrategia me centré en “Los Montes”, el pueblo donde había pasado la infancia mi familia materna y una vez allí puse una serie de palabras claves como “victima”, “menor”, abusos”, “violación” y finalmente “secuestro”. Al darle al intro, no tardé en descubrir lo que le había pasado…
...en un periódico local, había una referencia a un suceso acaecido hace más de 15 años. Calculando que mi tía, por aquel entonces tendría la misma edad de la pobre chavala secuestrada, abrí la noticia y la leí.
“Ahora comprendo”, mascullé entre dientes. Sin mencionar su identidad, el periodista se recreaba en los detalles.
Por lo visto, saliendo del colegio, fue retenida por un tipo de cuarenta años que metiéndola en el coche, no solo la manoseó sino que le obligó a practicarle una felación. Afortunadamente para la niña en cuestión, un policía que pasaba por allí, se mosqueó por la cara del sujeto y al acercarse, vio lo que ocurría y por eso, el suceso no pasó a mayores.
“De ahí su miedo a los hombres”, me dije.
El trauma de ese abuso había sido lo que le había impedido tener cualquier tipo de relación afectiva. Tratando de acomodar mis ideas, alucinado descubrí la razón por la que conmigo, si se atrevió a dar el paso; si bien el afecto que sentía por mí favoreció su acercamiento, lo que en realidad fue decisivo fue que en la lucha cuerpo a cuerpo, mi tía había comprobado que era más fuerte que yo.
“No me considera un peligro”, sentencié con el orgullo herido.
La certeza de que en su fuero interno me veía inferior a ella, me desmoralizó. Reconozco que con dieciocho años, lloré como un niño al saber que mi adorada Andrea no apreciaba mi masculinidad sino todo lo contrario, a ella le atraía que siguiera siendo un chaval. Dándola por perdida, me hundí en el llanto durante una hora. Solo dejé de berrear cuando tomé la decisión de olvidarme de ella y continuar con mi vida como si lo ocurrido durante esos días, nunca hubiere pasado.
Buscando el consuelo de mis viejos, los llamé para pedir perdón. Desafortunadamente, fue mi madre la que contestó y al escuchar mi arrepentimiento, se negó en rotundo en aceptarme otra vez en casa diciendo:
-Si quieres venir es que tu tía está siendo efectiva. ¡Te quedas con ella!- tras lo cual colgó el teléfono.
Confieso que no me esperaba ese trato. Mi vieja siempre había sido fácil de convencer y por eso, no supe ni que decir ni que hacer. Solo me quedaba aguantar y esperar que pasara ese puto mes.
Mi tía llega de la comisaría.
La fatalidad hizo que el secuestro se resolviera en ese mismo día pero que no pudieran hacer nada para salvar a la niña. El degenerado que la había secuestrado, después de violarla, la había estrangulado a sangre fría. Las pistas que dejó a su paso, llevó a la policía hasta su guarida y entrando a saco, lo mataron en cuanto intentó defenderse.
Debía de ser sobre las ocho de la noche cuando vi aparecer a mi tía por la puerta. Llegaba con su ropa manchada de sangre y apiadándome de su aspecto, le pregunté qué había pasado. Con gesto serio, me contestó:
-La niña estaba muerta pero, al menos, he librado a la sociedad de esa basura.
De ese modo tan directo me enteré de que Andrea se había cargado a ese cabrón. Sin saber que decir, la vi alejarse e irse al baño. El ruido de la ducha me confirmó que mi tía necesitaba limpiarse los restos que mancillaban su piel y para hacerle un favor, cogí la ropa que había dejado en el pasillo y la metí a la lavadora.
¡No quería que al salir tuviera que hacerlo ella y recordara que ese día había matado a un hombre!
Debió de pasar más de media hora cuando escuché que salía. Andrea se dirigió directamente a su cuarto. Tal como me imaginé en ese instante, se metió a vestirse. A los diez minutos, la oí que me llamaba gritando. Al llegar hasta la puerta del baño, me pregunto que dónde estaba su ropa.
-La he metido a lavar- contesté.
Tras unos segundos donde no supo si echarme la bronca, se dio la vuelta mientras me decía:
-Gracias.
Por la cara que puso, comprendí que percibió en esa acción mi buena intención pero también que lo sintió como una intromisión en su privacidad. Confuso sobre cómo comportarme, la dejé sola mientras terminaba de preparar unos sándwiches para cenar.
“Está como una puta cabra”, me dije al redescubrir el difícil carácter de esa mujer.
Al acabar, la llamé a la mesa. Mi tía cenó en silencio sin levantar su mirada del plato. Dándole su espacio, no hice intento alguno de charlar con ella, de forma que en cuanto se levantó, cogí los platos y tras meterlos en el lavavajillas, me recluí en mi habitación. Con la puerta cerrada, escuché que Andrea encendía la tele en el salón.
Dos horas más tarde, la ganas de mear me hicieron salir de mi refugio e ir al baño. Al pasar por la habitación donde estaba mi tía, observé que sobre la mesa tenía una botella de whisky a medio vaciar. No tuve que ser un genio para entender que tratando de vencer su angustia, esa mujer había buscado consuelo en el alcohol.
“Pobre”, rumié apiadándome de ella.
Lo que no me esperaba fue que al ver mi expresión, se enfadara y que levantándose del sillón, se me encarara diciendo:
-Tú, ¡Qué miras! -por su entonación y por el andar vacilante, detecté que estaba totalmente borracha. No queriendo enfrentarme con ella, intenté seguir mi camino pero entonces mi tía me cerró el paso diciendo: -¿Dónde te crees que vas? ¡Te estoy hablando!
La angustia que asolaba su mente la estaba focalizando contra mí y debido a mis pasadas experiencias con esa mujer, decidí no provocarla.
-Andrea, iba al baño.
Sin venir a cuento, esa puta quiso soltarme un guantazo pero en su estado, lo único que consiguió fue dar un traspié y casi caerse al suelo. Instintivamente, la cogí en el aire para que no se cayera y en vez de agradecérmelo, me soltó:
-Ahora, te aprovecharás que estoy borracha para abusar de mí.
Indignado por cómo pensaba de mí, la dejé en un sillón y mientras la dejaba sola con su botella, le contesté:
-Nunca he forzado a una mujer y menos a alguien al que quiero- lleno de ira, fui al baño y retorné a mi cuarto sin dirigirle la palabra. Ya en mi habitación, me puse a pensar en lo sucedido y aunque os parezca imposible, mi cabreo se fue diluyendo al meditar y darme cuenta que ese trauma de su niñez era el que había provocado el altercado.
Debía de llevar diez minutos allí cuando escuché que llamaban a la puerta. Antes de darme tiempo a contestar, la vi entrar con los ojos plagados de lágrimas y sentarse en la cama.
-Lo siento. Sé que me he pasado y que tú no tienes culpa de nada.
Sabiendo lo duro que debió de resultar confesarme eso, me senté a su lado y sin tocarla, contesté:
-No te preocupes. Te comprendo.
Mi actitud cariñosa la desarmó y poniendo su cabeza en mi pecho, me abrazó mientras se echaba a llorar. Dejándola desahogarse, le acaricié la melena sin moverme. Durante un rato, Andrea lo único que hizo fue berrear mientras intentaba disculpar su comportamiento contándome entre sollozos la dramática experiencia que había sufrido de niña. Como comprenderéis, la escuché sin revelarle que ya lo sabía, no fuera a ser que le encabronara que hubiese espiado en su vida.
-Tranquila. Ahora descansa- le dije en cuanto se hubo tranquilizado.- ¿Quieres que te ayude a ir a tu cama?
Poniendo cara de dolor, me preguntó:
-¿No puedo quedarme aquí contigo?
La ansiedad que reflejaba su pregunta, me hizo tumbarla y quedarme abrazado a ella sin más. Mi tía al sentir mi apoyo, reanudó su llanto durante largo tiempo hasta que poco a poco se fue quedando dormida entre mis brazos…
…Me había quedado traspuesto cuando la sentí moverse. Sin decir nada, mi tía empezó a desabrocharme la camisa. Al comprender que estaba despierto, me besó en la boca y abriendo mis labios su lengua jugó con la mía. Durante unos minutos, estuvimos solo besándonos hasta que sintió que mi pene salía de su letargo, entonces, se pegó más a mí, disfrutando del contacto en su entrepierna.
-¿Estas segura?-, le pregunté.
-Lo estoy-, contestó mientras con delicadeza me terminó de desnudar.
Tras lo cual se sentó en el colchón y sensualmente, dejó que su camisón cayera sobre las sabanas quedando desnuda. Reconozco que tuve que controlarme para no saltar encima de ella. Sabiendo que la fragilidad de esa mujer, esperé con nerviosismo a que ella tomara la iniciativa. Andrea no tardó en pegarse a mí y si bien en un principio solo me abrazó, en cuanto sintió como sus senos entraban en contacto con mi piel, sin ningún pudor, se puso encima de mí buscando su placer. Fue alucinante sentir como se rozaba contra mí sin llegarse a penetrar con mi pene que le esperaba erecto. No tarde en apreciar como su sexo iba absorbiendo mi extensión poco a poco hasta que la hizo desaparecer en su interior.
Dominado ya por la lujuria, empecé a moverme pero entonces ella se quejó diciendo:
-Como te muevas, te mato.
Quedándome inmóvil, obedecí al saber que necesitaba tomar la voz cantante. Nuevamente, sentí que mi pene volvía a penetrar en ella. Cerrando los ojos puse mis brazos en cruz para que esa mujer pudiera librarse de sus fantasmas sin sentir que la acosaba. Centímetro a centímetro, mi sexo fue desapareciendo dentro de ella.
“No debo moverme”, tuve que repetirme varias veces.
Pacientemente esperé hasta que la base de mi pene chocó con los labios de su vulva en una demostración que ya había conseguido metérselo por completo. Fue entonces cuando con un gruñido de satisfacción empezó a menearse con mi falo en su interior mientras que con sus manos se masturbaba.
Paulatinamente, mi sexo fue entrando y saliendo de su interior con mayor facilidad, a la par que sus dedos conseguían incrementar su calentura a base de toqueteos. Con los ojos cerrados, disfruté del modo que el coño de esa mujer me ordeñaba mientras ella no paraba de gemir cada vez más fuerte. Completamente en silencio, sentí como mi tía saltaba sobre mi cuerpo, introduciendo y sacando mi pene con una rapidez atroz. Su calentura hizo que mojara mis piernas con el flujo que manaba libremente de su sexo.
-¡Dios!- aulló cuando empezó a notar los primeros síntomas de que el placer la iba calando.
Lejos de esperar a que llegara, aceleró sus acometidas de forma que sus caderas sin control se retorcían al ritmo con el que sus dedos torturaban su clítoris al pellizcarlo. Su clímax era cuestión de tiempo. Con la respiración entrecortada, el sudor impregnando su cuerpo y su sexo anegado por el placer, Andrea se acercaba a toda velocidad al orgasmo. Sabiendo que debía darle un último empujón, le grité:
-Córrete.
Tal y como había previsto, al oír mi orden, mi tía mientras su cuerpo temblaba de gozo y su cueva se licuaba derramándose sobre las sábanas. Con la cabeza de mi glande chocando contra la pared de su vagina, buscó mi placer moviéndose de derecha a izquierda, a la vez que sus manos me arañaban el pecho.
-Estoy a punto- le informé.
-Todavía, ¡No!- protestó y sacando mi polla de su interior, se puso a cuatro patas sobre el colchón mientras con una sonrisa me decía: -Fóllame como si fuera tu puta.
Os reconozco que estuve tentado de usar su puerta trasera, pero poniendo mi glande en su entrada, la penetré de un golpe hasta que se la metí entera. Mi tía gritó al sentirse completamente llena pero sin estar todavía satisfecha, gimió pidiéndome que lo hiciera brutalmente.
Cumplí sus deseos de inmediato. Agarrado su pelo, lo usé como riendas de un cabalgar desenfrenado, penetrando y sacando de su interior mi pene sin compasión mientras ella se derretía sollozando de placer. Su entrega me dio el valor para usando mi mano y dándole una fuerte palmada en su trasero, obligarla a sincronizarse conmigo. Andrea al sentir mis rudas caricias, berreó como la yegua que era en ese momento y lanzándose a un veloz galope buscó que la regara con mi simiente.
-¡No pares!- me pidió al notar que ya no le azotaba.
Reanudando mis azotes, la estricta policía respondió con un gemido cada vez que la atizaba en una nalga. El inequívoco placer con el que disfrutó hizo que mis caricias fueron creciendo en intensidad y frecuencia, hasta que con su culo totalmente colorado se desplomó sobre las sabanas mientras se corría. Su total colapso hizo que me desequilibrara y cayendo sobre su cuerpo, mi pene se incrustó dolorosamente en su interior provocándole otro orgasmo.
Su placer llamó al mío y sin ningún tipo de control eyaculé rellenando su cueva con mi semen, mientras ella se retorcía diciéndome que no parara. Todos mis nervios y neuronas disfrutaron de cada una de las oleadas con las que la bañé su coño hasta que exhausto, caí a su lado.
Andrea ya liberada, me besó y abrazó con mimo, temiendo quizás que esa fuera la última vez que disfrutara tanto. Su temor me quedó claro, cuando una vez repuesto, me miró diciendo:
-Júrame que no te cansarás de mí.
-Te lo juro- respondí.
Al escuchar mi afirmación, se quedó callada durante unos instantes, tras lo cual, me dijo:
-Si llega ese momento, dímelo. Sabré buscar una alguna forma de retenerte.
El gesto pícaro que descubrí en su rostro, me mosqueó y por eso no me quedo más remedio que preguntarle a que se refería. Soltando una carcajada, me respondió:
-Todos los hombres soy iguales. Si para que te quedes, te tengo que buscar a otra con la que compartirte, ¡Lo haré!
Ya pasado los años, reconozco que jamás encontré a ninguna mujer tan apasionada pero sobre todo tan necesitada de cariño como ella. En la intimidad de esa cama, Andrea se liberó de los fantasmas de juventud a base de besos y caricias. Besos y caricias dados por mí, su sobrino.
Os confieso que aunque dormí pocas horas, el tener a ese bombón junto a mi cuerpo me hizo despertar cuando apenas había amanecido. Abrazada a su almohada totalmente dormida, no se percató de que la observaba mientras descansaba. La belleza morena de esa mujer se realzaba sobre el blanco de las sábanas.
Tomándome mi tiempo, en silencio, valoré el espectáculo de mujer que tenía a mi lado. Todo en ella era perfecto: Sus largas piernas, perfectamente contorneadas, no eran más que un mero anticipo de su magnífico y atlético cuerpo.
“Qué buena está”, valoré entusiasmado recorriendo con mis ojos sus caderas.
Supe mirándola que si no llega a ser policía, mi tía podría haberse ganado la vida como modelo. Su vientre liso y sus enormes pechos eran además de producto de sus genes, una muestra clara de la cantidad de ejercicio al que se sometía. Las largas horas de trabajo duro en el gimnasio habían mantenido y mejorado su belleza, dotándola de un atractivo evidente para todo aquel que se fijara en ella.
Disfrutando de la visión de su cuerpo desnudo, no me cabía en la cabeza el hecho que nunca hubiera estado con un hombre.
“Debe de haber tenido cientos de pretendientes”, me dije.
Si desde niño había sido mi amor platónico, esa mañana comprendí que era mía aunque eso contraviniera las normas morales vigentes. La forma en que se había entregado a mí, no era normal. Sin saber si iba ser solo en esa ocasión o si por el contrario se repetiría más veces, se lanzó a mis brazos con una urgencia total.
Todavía alucinando por mi suerte, aproveché que la tenía a escasos centímetros y que estaba desnuda para acariciarla. Con una ternura de la que nunca pensé ser capaz, usé mis dedos para recorrer ese trasero duro y respingón que seguía siendo mi obsesión. La noche anterior había intentado que me lo diera pero mi tía se negó diciendo que ya tendríamos tiempo.
“Tranquilo, cumplirá su promesa”, pensé no queriendo forzar de modo alguno a ese primor y por eso, pegándome a su espalda, dejé que mis dedos recorrieran su estómago.
Al oír un suspiro de satisfacción, comprendí que mis mimos eran bien recibidos y por eso, subiendo por su dorso me encontré con el inicio de sus pechos. El tamaño de los mismos me tenía subyugado.
“Son enormes”, sentencié al ser incapaz de recoger en mis manos la totalidad de su volumen.
Tanteando toqueteé con mi pulgar uno de sus pezones. El jadeo que me hizo saber que estaba despierta. Todavía adormilada, presionó sus nalgas contra mi miembro, descubriendo que estaba listo para que ella lo usase.
-Te deseo- fue su saludo y moviendo sus caderas, lo alojó dentro de sus piernas sin meterlo.
Ya convencido de reanudar lo ocurrido la noche anterior, bajé una mano por su cuerpo hasta llegar a su sexo.
“Está empapada”, exclamé mentalmente al no haberme todavía a la facilidad con la esa estricta policía se excitaba.
Aun así me sorprendió que levantando levemente una pierna, Andrea se incrustara mi extensión en su interior sin decir nada. La calidez de ella me recibió poco a poco, dejándome disfrutar de mi pene se abría camino a través de sus pliegues.
Esperé a que hubiese sido totalmente devorado por ella para coger un pezón entre mis dedos. El gemido que salió de su garganta, me permitió pellizcarlo con dulzura. Mi tía, al notarlo, decidió que le urgía sentirse amada y acelerando sus movimientos, buscó nuestra unión.
Su coño, ya parcialmente anegado, presionaba mi pene con un suave ímpetu cada vez que su dueña forzaba mi penetración con sus caderas. Conociendo que le encantaba los mimos, la besé en el cuello y susurrándole le dije:
-¿Cómo ha dormido la guarrilla de mi tía?-
Mi cariñoso insulto fue el acicate que necesitaba y convirtiendo sus jadeos en gemidos de placer, me rogó que la tomara.
-Tranquila, tenemos todo el tiempo del mundo-, respondí recordando que era sábado.
Mis palabras le hicieron caer en la cuenta de que no se tenía que levantar a trabajar y saltando encima de mí, me besó mientras se sentaba a horcajadas sobre mí, empalándose.
-¡Me vuelves loca!- chilló al notar que la cabeza de mi glande chocaba con la pared de su vagina.
Como si pensase que lo que estaba haciendo era inmoral y que podía acabarse en cualquier momento, su cuerpo reaccionó con una premura que me dejó asustado. Con la respiración entrecortada y con su cuerpo estremeciéndose sobre mí, me rogó que no parara tras lo cual se corrió sonoramente.
Su orgasmo lejos de calmar el ardor que la quemaba, lo incrementó y zafándose de mi pene, se agachó a mis pies deseando complacerme. No tardé en sentir la humedad de su lengua recorriendo mis piernas. La sensualidad que demostró al hacerlo fue suficiente para hacerme olvidar la decepción que sentí cuando se bajó y por eso al llegar a mis muslos, mi pene ya se alzaba nuevamente producto de sus caricias.
Para aquel entonces estaba convencida de lo que deseaba y dejándose llevar por la pasión, acercó su boca a mi sexo con la intención de devorarlo. Fue entonces cuando abriéndola, con sus labios besó la circunferencia de mi glande. Durante un par de minutos se entretuvo disfrutando de él hasta que decidió introducírselo. Disfrutando como un loco, vi como paulatinamente mi miembro desaparecía en su interior. Aceptando pero sobre todo deseando su mamada, cerré mis ojos para abstraerme en lo que estaba mi cuerpo experimentando. El cúmulo de sensaciones que llevaba acumuladas hizo que la espera fuese corta y cuando ya creía que no iba a aguantar más, le dije:
-Andrea, me voy a correr.
Mi tía olvidándose de mi aviso, buscó mi placer con más ahínco. La velocidad de sus labios se incrementó y no paró hasta que consiguió descargara mi semen dentro de su boca. Entonces con auténtica ansia, saboreó mi simiente sin dejar que nada se desperdiciara y solo cuando consiguió dejarme seco, se levantó con una sonrisa en los labios y me dijo:
-Levántate vago, hay que salir a correr.
.
Andrea se confiesa.
Siguiendo la rutina a la que me tenía acostumbrado, mi tía no me perdonó mi falta de forma e imprimiendo a su carrera de un ritmo inhumano, me dejó para el arrastre. Una hora después ya en la casa y mientras desayunábamos, decidí preguntarle cómo era posible que siento una mujer espectacular nunca hubiera hecho el amor.
-Siempre he tenido miedo a estar con un hombre- contestó tras pensarlo durante unos segundos.
Su respuesta me sorprendió porque no en vano, no solo había elegido una profesión predominantemente masculina sino que a base de fuerza y coraje se había abierto camino en ella. Eligiendo cuidadosamente mis palabras para no ofenderla, le respondí:
-No comprendo. Eres una mujer valiente y preciosa. Sé que debes haber tenido muchas oportunidades….
-Más de las que crees- me interrumpió- pero siempre había sentido que lo que buscaban era echar un polvo y eso me repelía.
-¿Y por qué yo no?- pregunté.
Entornando sus ojos, contestó:
-Tenías tanto miedo como yo.
Asumí que tenía razón al recordar mi confusión de la noche anterior al percatarme de que mi propia tía me estaba echando los perros pero deseando averiguar el motivo de ese miedo, le pedí que se sentara en mis rodillas mientras le decía:
-Estaba acojonado.
Mi respuesta le hizo sonreír y besando mis labios, se puso a acariciarme el pelo con afecto nada filial. La pasión con la que me buscó, me hizo olvidarme momentáneamente de mi curiosidad y cogiéndola entre mis brazos, la alcé y me la llevé por el pasillo diciendo:
-Vamos a bañarnos- y recalcando los motivos, le solté: -¡Apestas!
Muerta de risa intentó liberarse pero viendo que me dirigía al baño, se dio por vencida y preguntó:
-¿Te ducharás conmigo?
-Por supuesto- respondí mientras la dejaba en el suelo y abría la ducha.
Al darme la vuelta, mi tía ya se había desnudado:
-¡Qué rapidez!- solté riéndome de su urgencia.
Dominada por una pasión desconocida para ella, mi tía me ayudó a quitarme la ropa y ya desnudos nos metimos bajo el agua. Al ver sus pechos ya mojados, me hizo hundir mi cara en ese profundo canalillo. Andrea al sentir mi lengua recorriendo sus pezones, empezó a gemir mientras trataba con sus manos reavivar mi miembro.
-Me pones brutísimo- sentencié al notar que entre mis piernas, mi sexo había recuperado su dureza.
Con una alegría desbordante, se dio la vuelta y separando sus nalgas con sus dedos, me respondió:
-¡Ayer me lo pediste! ¡Hoy es todo tuyo!-
Sus palabras me hicieron reaccionar y arrodillándome, saqué mi lengua y con ella me puse a recorrer los bordes de su virginal ano. Nada más notar la húmeda caricia en su esfínter, mi tía pegó un grito y llevándose una mano a su clítoris, empezó a masturbarse sin dejar de suspirar.
-Quiero que seas tú quién lo haga- gritó descompuesta.
Azuzado por su ruego y urgido por romper ese maravilloso culo, metí toda mi lengua dentro y como si fuera un micro pene, empecé a follarla por detrás.
-¡Me encanta!- chilló al experimentar la nueva sensación.
Alentado por su confesión, llevé una de mis yemas hasta su ojete y recorriendo sus bordes, busqué relajarlo. El berrido gozoso con el que esa arisca policía contestó a mi caricia, me estimuló y metiéndolo hasta el fondo, comencé a sacarlo mientras ella no paraba de gritar lo mucho que le gustaba. Viendo su entrega y que mi dedo que entraba y salía con facilidad, junté un segundo y repetí la misma operación.
-¡Dios!- escuché que gritaba mientras apoyaba su cabeza sobre la pared del baño.
La respuesta de Andrea me hizo olvidar toda precaución y ya dominado por mi propia calentura, cogí mi pene en la mano y tras juguetear con mi glande en esa entrada trasera, le pregunté si estaba segura.
-Sí- respondió.
Al oír su permiso, con lentitud, fui introduciendo mi miembro en su trasero. Aun siendo su primera vez, mi tía sin absorbió centímetro a centímetro mi verga y solo cuando sintió que se la había clavado por completo, me rogó que esperara diciendo.
-¡Me duele!
Intentando que el trago fuera menos doloroso, me quedé quieto para que se fuera acostumbrando a ver su esfínter invadido mientras intentaba tranquilizarla acariciándole los pechos. Tras un minuto disfrutando únicamente con sus tetas, fue ella la que empezó a mover sus caderas poco a poco. Paulatinamente la presión que ejercía mi pene en su entrada trasera fue disminuyendo hasta que comprendí que ya podía moverme.
Con exquisito cuidado, aceleré mis penetraciones. Mi tía pegando un aullido se quejó pero sabiendo que ese escozor no tardaría en convertirse en placer, le solté:
-¡Relájate y disfruta!
Que su sobrino le obedeciera, le cabreó y tratando de zafarse de mi ataque, me exigió que parara. Pero entonces por segunda vez, la desobedecí y recreándome en mi rebeldía, di comienzo a un loco cabalgar sobre su culo.
-¡Me haces daño!- chilló al sentir que seguía empalándola.
-¡Espera y verás! – le contesté y recalcando mis deseos, solté un azote en uno de sus cachetes.
Mi nalgada le hizo reaccionar y sin llegárselo a creer, empezó a gozar entre gemidos.
-¡Espera un poco!- dijo tomando aire tras lo cual chilló:- ¡Sigue!
Dominada por una pasión desbordante y dejándose llevar por el ardor que colmaba su cuerpo, me pidió que la siguiera empalando mientras con su mano empezó a torturar su clítoris. La suma de ambos estímulos terminaron de minar sus defensas y a voz en grito, me informó que se corría diciendo:
-Quiero sentir tu esperma en mi culo.
Su entrega y que me rogara que descargara en el interior de su trasero, fue la gota que derramó el vaso de mi propio orgasmo y pegando un aullido, dejé que mi pene explotara en sus intestinos. Mi tía al notar que rellenaba su estrecho conducto con mi simiente, se corrió nuevamente tras lo cual se dejó caer agotada en la ducha. Satisfecho y también cansado, me senté a su lado y la besé.
Andrea, sonriendo, me preguntó que quería hacer ese fin de semana.
-No salir de tu cama- respondí.
La carcajada que soltó al escuchar mi respuesta me sonó a música celestial. Una vez había asimilado que no podía ser tan malo que ella y yo estuviésemos juntos porque al fin y al cabo era algo que deseábamos ambos, la alegría de tener alguien con quien compartir su vida la hizo reír. Su risa contagiosa consiguió contagiarme su felicidad y sin esperar a que nos secáramos, la llevé hasta su cama.
Una vez entre las sábanas, nos besamos como locos e intentamos reanudar nuestra pasión pero entonces sonó el teléfono y la perfección del momento se rompió al leer en el teléfono mi tía que la llamaban de la comisaría. Con gesto serio escuchó a su interlocutor y colgando, me dijo:
-Lo siento pero tengo que irme.
-¿Algo grave? – pregunté al ver su rostro cenizo.
-Sí- contestó- han secuestrado a una niña de trece años.
Casi llorando, se dejó caer y con los puños cerrados empezó a golpear el colchón diciendo:
-¡No puede ser! ¡Nunca acabará! ¡Siempre habrá algún maldito abusando de una cría!
El dolor reflejado en ella me dio a entender que no hablaba de la víctima sino de ella y tratando de tranquilizarla, me acerqué a abrazarla:
-¡Ahora no!- gritó -¡Los hombres dais asco!
La repugnancia que leí en sus ojos, me dejó perplejo. Mi tía focalizaba su desprecio por esos animales en mí. Sabiendo que lo único que podía hacer era callarme, cogí mi ropa y en silencio, salí de su habitación. Andrea ni siquiera se despidió de mí y por eso totalmente desmoralizado, decidí que debía de averiguar que oscuro secreto escondían tanto mi madre como su hermana.
Por eso abriendo mi portátil, me puse a investigar a mi tía en internet. Tras media hora navegando, lo único que encontré fue referencias a su carrera en la policía y las medallas que llevaba acumuladas por su valor. Fue entonces cuando caí que si algo le había ocurrido siendo menor de edad, por la ley de protección de menores, su nombre no aparecería. Entonces cambiando de estrategia me centré en “Los Montes”, el pueblo donde había pasado la infancia mi familia materna y una vez allí puse una serie de palabras claves como “victima”, “menor”, abusos”, “violación” y finalmente “secuestro”. Al darle al intro, no tardé en descubrir lo que le había pasado…
...en un periódico local, había una referencia a un suceso acaecido hace más de 15 años. Calculando que mi tía, por aquel entonces tendría la misma edad de la pobre chavala secuestrada, abrí la noticia y la leí.
“Ahora comprendo”, mascullé entre dientes. Sin mencionar su identidad, el periodista se recreaba en los detalles.
Por lo visto, saliendo del colegio, fue retenida por un tipo de cuarenta años que metiéndola en el coche, no solo la manoseó sino que le obligó a practicarle una felación. Afortunadamente para la niña en cuestión, un policía que pasaba por allí, se mosqueó por la cara del sujeto y al acercarse, vio lo que ocurría y por eso, el suceso no pasó a mayores.
“De ahí su miedo a los hombres”, me dije.
El trauma de ese abuso había sido lo que le había impedido tener cualquier tipo de relación afectiva. Tratando de acomodar mis ideas, alucinado descubrí la razón por la que conmigo, si se atrevió a dar el paso; si bien el afecto que sentía por mí favoreció su acercamiento, lo que en realidad fue decisivo fue que en la lucha cuerpo a cuerpo, mi tía había comprobado que era más fuerte que yo.
“No me considera un peligro”, sentencié con el orgullo herido.
La certeza de que en su fuero interno me veía inferior a ella, me desmoralizó. Reconozco que con dieciocho años, lloré como un niño al saber que mi adorada Andrea no apreciaba mi masculinidad sino todo lo contrario, a ella le atraía que siguiera siendo un chaval. Dándola por perdida, me hundí en el llanto durante una hora. Solo dejé de berrear cuando tomé la decisión de olvidarme de ella y continuar con mi vida como si lo ocurrido durante esos días, nunca hubiere pasado.
Buscando el consuelo de mis viejos, los llamé para pedir perdón. Desafortunadamente, fue mi madre la que contestó y al escuchar mi arrepentimiento, se negó en rotundo en aceptarme otra vez en casa diciendo:
-Si quieres venir es que tu tía está siendo efectiva. ¡Te quedas con ella!- tras lo cual colgó el teléfono.
Confieso que no me esperaba ese trato. Mi vieja siempre había sido fácil de convencer y por eso, no supe ni que decir ni que hacer. Solo me quedaba aguantar y esperar que pasara ese puto mes.
Mi tía llega de la comisaría.
La fatalidad hizo que el secuestro se resolviera en ese mismo día pero que no pudieran hacer nada para salvar a la niña. El degenerado que la había secuestrado, después de violarla, la había estrangulado a sangre fría. Las pistas que dejó a su paso, llevó a la policía hasta su guarida y entrando a saco, lo mataron en cuanto intentó defenderse.
Debía de ser sobre las ocho de la noche cuando vi aparecer a mi tía por la puerta. Llegaba con su ropa manchada de sangre y apiadándome de su aspecto, le pregunté qué había pasado. Con gesto serio, me contestó:
-La niña estaba muerta pero, al menos, he librado a la sociedad de esa basura.
De ese modo tan directo me enteré de que Andrea se había cargado a ese cabrón. Sin saber que decir, la vi alejarse e irse al baño. El ruido de la ducha me confirmó que mi tía necesitaba limpiarse los restos que mancillaban su piel y para hacerle un favor, cogí la ropa que había dejado en el pasillo y la metí a la lavadora.
¡No quería que al salir tuviera que hacerlo ella y recordara que ese día había matado a un hombre!
Debió de pasar más de media hora cuando escuché que salía. Andrea se dirigió directamente a su cuarto. Tal como me imaginé en ese instante, se metió a vestirse. A los diez minutos, la oí que me llamaba gritando. Al llegar hasta la puerta del baño, me pregunto que dónde estaba su ropa.
-La he metido a lavar- contesté.
Tras unos segundos donde no supo si echarme la bronca, se dio la vuelta mientras me decía:
-Gracias.
Por la cara que puso, comprendí que percibió en esa acción mi buena intención pero también que lo sintió como una intromisión en su privacidad. Confuso sobre cómo comportarme, la dejé sola mientras terminaba de preparar unos sándwiches para cenar.
“Está como una puta cabra”, me dije al redescubrir el difícil carácter de esa mujer.
Al acabar, la llamé a la mesa. Mi tía cenó en silencio sin levantar su mirada del plato. Dándole su espacio, no hice intento alguno de charlar con ella, de forma que en cuanto se levantó, cogí los platos y tras meterlos en el lavavajillas, me recluí en mi habitación. Con la puerta cerrada, escuché que Andrea encendía la tele en el salón.
Dos horas más tarde, la ganas de mear me hicieron salir de mi refugio e ir al baño. Al pasar por la habitación donde estaba mi tía, observé que sobre la mesa tenía una botella de whisky a medio vaciar. No tuve que ser un genio para entender que tratando de vencer su angustia, esa mujer había buscado consuelo en el alcohol.
“Pobre”, rumié apiadándome de ella.
Lo que no me esperaba fue que al ver mi expresión, se enfadara y que levantándose del sillón, se me encarara diciendo:
-Tú, ¡Qué miras! -por su entonación y por el andar vacilante, detecté que estaba totalmente borracha. No queriendo enfrentarme con ella, intenté seguir mi camino pero entonces mi tía me cerró el paso diciendo: -¿Dónde te crees que vas? ¡Te estoy hablando!
La angustia que asolaba su mente la estaba focalizando contra mí y debido a mis pasadas experiencias con esa mujer, decidí no provocarla.
-Andrea, iba al baño.
Sin venir a cuento, esa puta quiso soltarme un guantazo pero en su estado, lo único que consiguió fue dar un traspié y casi caerse al suelo. Instintivamente, la cogí en el aire para que no se cayera y en vez de agradecérmelo, me soltó:
-Ahora, te aprovecharás que estoy borracha para abusar de mí.
Indignado por cómo pensaba de mí, la dejé en un sillón y mientras la dejaba sola con su botella, le contesté:
-Nunca he forzado a una mujer y menos a alguien al que quiero- lleno de ira, fui al baño y retorné a mi cuarto sin dirigirle la palabra. Ya en mi habitación, me puse a pensar en lo sucedido y aunque os parezca imposible, mi cabreo se fue diluyendo al meditar y darme cuenta que ese trauma de su niñez era el que había provocado el altercado.
Debía de llevar diez minutos allí cuando escuché que llamaban a la puerta. Antes de darme tiempo a contestar, la vi entrar con los ojos plagados de lágrimas y sentarse en la cama.
-Lo siento. Sé que me he pasado y que tú no tienes culpa de nada.
Sabiendo lo duro que debió de resultar confesarme eso, me senté a su lado y sin tocarla, contesté:
-No te preocupes. Te comprendo.
Mi actitud cariñosa la desarmó y poniendo su cabeza en mi pecho, me abrazó mientras se echaba a llorar. Dejándola desahogarse, le acaricié la melena sin moverme. Durante un rato, Andrea lo único que hizo fue berrear mientras intentaba disculpar su comportamiento contándome entre sollozos la dramática experiencia que había sufrido de niña. Como comprenderéis, la escuché sin revelarle que ya lo sabía, no fuera a ser que le encabronara que hubiese espiado en su vida.
-Tranquila. Ahora descansa- le dije en cuanto se hubo tranquilizado.- ¿Quieres que te ayude a ir a tu cama?
Poniendo cara de dolor, me preguntó:
-¿No puedo quedarme aquí contigo?
La ansiedad que reflejaba su pregunta, me hizo tumbarla y quedarme abrazado a ella sin más. Mi tía al sentir mi apoyo, reanudó su llanto durante largo tiempo hasta que poco a poco se fue quedando dormida entre mis brazos…
…Me había quedado traspuesto cuando la sentí moverse. Sin decir nada, mi tía empezó a desabrocharme la camisa. Al comprender que estaba despierto, me besó en la boca y abriendo mis labios su lengua jugó con la mía. Durante unos minutos, estuvimos solo besándonos hasta que sintió que mi pene salía de su letargo, entonces, se pegó más a mí, disfrutando del contacto en su entrepierna.
-¿Estas segura?-, le pregunté.
-Lo estoy-, contestó mientras con delicadeza me terminó de desnudar.
Tras lo cual se sentó en el colchón y sensualmente, dejó que su camisón cayera sobre las sabanas quedando desnuda. Reconozco que tuve que controlarme para no saltar encima de ella. Sabiendo que la fragilidad de esa mujer, esperé con nerviosismo a que ella tomara la iniciativa. Andrea no tardó en pegarse a mí y si bien en un principio solo me abrazó, en cuanto sintió como sus senos entraban en contacto con mi piel, sin ningún pudor, se puso encima de mí buscando su placer. Fue alucinante sentir como se rozaba contra mí sin llegarse a penetrar con mi pene que le esperaba erecto. No tarde en apreciar como su sexo iba absorbiendo mi extensión poco a poco hasta que la hizo desaparecer en su interior.
Dominado ya por la lujuria, empecé a moverme pero entonces ella se quejó diciendo:
-Como te muevas, te mato.
Quedándome inmóvil, obedecí al saber que necesitaba tomar la voz cantante. Nuevamente, sentí que mi pene volvía a penetrar en ella. Cerrando los ojos puse mis brazos en cruz para que esa mujer pudiera librarse de sus fantasmas sin sentir que la acosaba. Centímetro a centímetro, mi sexo fue desapareciendo dentro de ella.
“No debo moverme”, tuve que repetirme varias veces.
Pacientemente esperé hasta que la base de mi pene chocó con los labios de su vulva en una demostración que ya había conseguido metérselo por completo. Fue entonces cuando con un gruñido de satisfacción empezó a menearse con mi falo en su interior mientras que con sus manos se masturbaba.
Paulatinamente, mi sexo fue entrando y saliendo de su interior con mayor facilidad, a la par que sus dedos conseguían incrementar su calentura a base de toqueteos. Con los ojos cerrados, disfruté del modo que el coño de esa mujer me ordeñaba mientras ella no paraba de gemir cada vez más fuerte. Completamente en silencio, sentí como mi tía saltaba sobre mi cuerpo, introduciendo y sacando mi pene con una rapidez atroz. Su calentura hizo que mojara mis piernas con el flujo que manaba libremente de su sexo.
-¡Dios!- aulló cuando empezó a notar los primeros síntomas de que el placer la iba calando.
Lejos de esperar a que llegara, aceleró sus acometidas de forma que sus caderas sin control se retorcían al ritmo con el que sus dedos torturaban su clítoris al pellizcarlo. Su clímax era cuestión de tiempo. Con la respiración entrecortada, el sudor impregnando su cuerpo y su sexo anegado por el placer, Andrea se acercaba a toda velocidad al orgasmo. Sabiendo que debía darle un último empujón, le grité:
-Córrete.
Tal y como había previsto, al oír mi orden, mi tía mientras su cuerpo temblaba de gozo y su cueva se licuaba derramándose sobre las sábanas. Con la cabeza de mi glande chocando contra la pared de su vagina, buscó mi placer moviéndose de derecha a izquierda, a la vez que sus manos me arañaban el pecho.
-Estoy a punto- le informé.
-Todavía, ¡No!- protestó y sacando mi polla de su interior, se puso a cuatro patas sobre el colchón mientras con una sonrisa me decía: -Fóllame como si fuera tu puta.
Os reconozco que estuve tentado de usar su puerta trasera, pero poniendo mi glande en su entrada, la penetré de un golpe hasta que se la metí entera. Mi tía gritó al sentirse completamente llena pero sin estar todavía satisfecha, gimió pidiéndome que lo hiciera brutalmente.
Cumplí sus deseos de inmediato. Agarrado su pelo, lo usé como riendas de un cabalgar desenfrenado, penetrando y sacando de su interior mi pene sin compasión mientras ella se derretía sollozando de placer. Su entrega me dio el valor para usando mi mano y dándole una fuerte palmada en su trasero, obligarla a sincronizarse conmigo. Andrea al sentir mis rudas caricias, berreó como la yegua que era en ese momento y lanzándose a un veloz galope buscó que la regara con mi simiente.
-¡No pares!- me pidió al notar que ya no le azotaba.
Reanudando mis azotes, la estricta policía respondió con un gemido cada vez que la atizaba en una nalga. El inequívoco placer con el que disfrutó hizo que mis caricias fueron creciendo en intensidad y frecuencia, hasta que con su culo totalmente colorado se desplomó sobre las sabanas mientras se corría. Su total colapso hizo que me desequilibrara y cayendo sobre su cuerpo, mi pene se incrustó dolorosamente en su interior provocándole otro orgasmo.
Su placer llamó al mío y sin ningún tipo de control eyaculé rellenando su cueva con mi semen, mientras ella se retorcía diciéndome que no parara. Todos mis nervios y neuronas disfrutaron de cada una de las oleadas con las que la bañé su coño hasta que exhausto, caí a su lado.
Andrea ya liberada, me besó y abrazó con mimo, temiendo quizás que esa fuera la última vez que disfrutara tanto. Su temor me quedó claro, cuando una vez repuesto, me miró diciendo:
-Júrame que no te cansarás de mí.
-Te lo juro- respondí.
Al escuchar mi afirmación, se quedó callada durante unos instantes, tras lo cual, me dijo:
-Si llega ese momento, dímelo. Sabré buscar una alguna forma de retenerte.
El gesto pícaro que descubrí en su rostro, me mosqueó y por eso no me quedo más remedio que preguntarle a que se refería. Soltando una carcajada, me respondió:
-Todos los hombres soy iguales. Si para que te quedes, te tengo que buscar a otra con la que compartirte, ¡Lo haré!
1 comentarios - Las enormes tetas y el culo de mi tía, la Policia... (II)