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Compendio I
Ha sido difícil redactar esta entrega. La razón ha sido Marisol. Se ha puesto más fogosa, porque estamos hablando de su nueva mejor amiga.
Yo tenía una versión completa, pero Marisol ha ido recordando más detalles sobre ese evento y ha querido agregarlos.
La he complacido, ya que yo he ido recordando las ganas que tenía esos días y ella ha sido bien convincente, al cederme su trasero para satisfacer mis ganas.
A ella le gustó el relato original que tenía, puesto que no estuvo presente cuando le quité la virginidad a su hermana, pero en esta ocasión, sabía más aspectos sobre los verdaderos motivos de ese viaje.
Pero supongo que la razón por la que se ha puesto más “deseosa” estos días está ligada a que Diana vuelve la próxima semana y yo me embarco a trabajar. No podrá verme, pero conociendo a mi viciosa esposa, debe estar planeando alguna especie de entrenamiento, para poder desflorar su entrada posterior, proyecto que me tiene bien interesado hasta ahora.
Pero bueno, retomemos la historia…
Tal vez se pregunten “Amigo, habiendo tantas minas en tantos lugares, ¿Por qué te decidiste por Australia? ¿Querías conocer los canguros, los koalas y todos esos marsupiales? ¿No te habría salido más fácil quedarte en otra región, más cerca de tu gente?”
La verdad es que no, no me habría salido más fácil.
Marisol me entiende, al igual que lo hago yo con ella. En el capítulo de su manga favorito (el mismo que en otra ocasión, me permitió encontrar a mi ruiseñor fugitivo), el personaje principal, Urashima Keitaro, es descubierto por las otras estudiantes de la posada de que no es un estudiante de la Toudai (la Universidad de Tokio o Toudaisei), como originalmente había asegurado.
Al haber decepcionado el grupo, Urashima decide abandonar la posada que el mismo administraba, haciendo que todas las residentes salgan en su búsqueda.
Sin embargo, la marimacha que le gustaba a Urashima, Naru Narusegawa, lo encuentra afuera de la universidad y le pide que regrese. Urashima está tan deprimido y desamparado, que desea rendirse, pero la muchacha (que también tenía sentimientos por él), le recuerda que “están tan cerca, que casi pueden tocarla con la mano”.
El simbolismo de esa escena es que los sueños, en el fondo, siempre quedan al alcance de la mano y que uno debe esforzarse para tomarlos.
Por esa razón, el día que Marisol y yo nos embarcamos para nuestra luna de miel, le pregunté si acaso prefería ir a Tokio, para conocer la Toudai verdadera, pero ella me dijo que no, que ya no la necesitaba.
Sin embargo, mi “Toudai” era una roca gigantesca de casi 10 km, aproximadamente, que parece más una montaña ordinaria que una piedra gigante y que curiosamente, se encuentra en el mismo continente de los marsupiales.
¿Pero qué tiene de especial esa piedra? Pues la verdad es que nada. De hecho, la primera vez que la vi fue en un juego de video bastante antiguo, aunque en algunos más modernos, la han usado como inspiración para etapas y calabozos.
Pero de cualquier manera, al verla en esa pequeñísima imagen de 5cm cuadrados, me quedó marcada en la memoria y me dieron las ganas de conocerla.
¿Por qué?... pues, porque si alguien te pregunta “¿Por qué fuiste a Australia?”, los terminas confundiendo bastante al responder “Para ver una gran piedra…”
Habíamos planeado ese viaje durante un par de meses. Diana y Rachel, en ese entonces, se hospedaban la semana entera en nuestro hogar.
Marisol se las ingeniaba para salir con Diana al cine toda la tarde y dejar a Rachel “dormir”, mientras que yo me quedaba cuidando la casa, cuando en verdad, Rachel y yo manteníamos esa relación “ilícita” que Marisol sabía bastante bien.
Aunque la relación entre Marisol y Rachel no era tan buena, si le causa cargo de conciencia ser mi “única amante”. Rachel sabe que, en el fondo, estoy enamorado de Marisol y que ella me ama y relativamente, nos vemos como una pareja de recién casados normal, pero no puede contenerse al estar a solas conmigo.
De verdad, lo ha intentado. Ha tratado de irse genuinamente a dormir y descansar, tomarse pastillas, beber leche caliente, pero está tan necesitada de cariño y de sexo, que a menos que le haga el amor un par de veces y se la meta por detrás, no puede dormirse y descansar.
Por su parte, Marisol encuentra un extraño placer al hacer comentarios que dan a entender la confianza que le deposita Rachel, cuando se trata de mí. En el fondo, le atormenta la conciencia, haciendo que ignora completamente la relación que tenemos. Le he pedido que se detenga, porque no encuentro que esté bien, pero ella me responde que es sólo una broma y que es lo menos que puede hacer, si le “está dejando que le ponga los cuernos”.
Por último, Diana sabe que Rachel y yo tenemos una relación ilícita, pero aunque ella tenía sentimientos no revelados por mí, decidió callarlos, al igual que la relación en sí.
Hasta que salió el tema del viaje…
Lo habíamos estado planeando desde la segunda semana que nos establecimos en casa. Yo había calculado los kilómetros y pensaba hacerlo con la nueva camioneta que me prestó la compañía. Tenía ya comprada las provisiones e incluso las tiendas de campaña y sacos de dormir. Había estimado una semana, invirtiendo 2 días de viaje, uno de ida y otro de vuelta, pero otros 5 para disfrutar del lugar.
Pero Marisol igual se sentía insegura de dejar la casa vacía. Aunque los vecinos nos aseguraban que era un barrio tranquilo, tanto ella como yo igual teníamos desconfianza, puesto que crecimos en un país donde no podías salir completamente despreocupado del hogar en vacaciones. Por esta razón, decidimos esperar 2 viajes de las chicas, para poder discutirlo: el primero, para preguntarles si les interesaría vigilar nuestra casa y el segundo, para cuando aceptaran.
El turno de las chicas es de 3 semanas de viaje y una semana de descanso. Aun tienen el departamento en Sydney, pero como se lo prometimos, nuestra casa les proporciona un ambiente más hogareño. Aunque a Rachel le gusta venir, porque sabe que le doy como tambor, a Diana le gusta porque Marisol le ha enseñado varías cosas que ha ido aprendiendo, tanto conmigo, como con sus experiencias y su amistad se ha ido afianzando, hasta el punto donde decidió hacer este inusual reemplazo.
“Amigo, te saltaste 2 meses, entonces…” pueden pensar y estoy consciente de ello, pero Marisol sabe que la próxima entrega me será incluso más difícil de redactar, así que me ha excusado para que lo haga, por la historia paralela que estábamos viviendo en nuestro hogar…
“¿Cómo que no quieres ir?” recuerdo que le dije esa tarde, bien enojado, durante la cena.
“¡Marco, tengo 5 meses y me canso con subir al segundo piso!” me respondía Marisol.
“Pero Marisol… si no vamos ahora, no podremos ir en un buen tiempo. Tú sabes que la próxima semana empiezo a trabajar en terreno y quería pasar la última semana contigo…” le dije, bien desanimado.
“¡Lo sé, amor!... pero podrías ir con Diana…” me dijo, tratando de consolarme.
“¿Conmigo?... señorita Marisol… ¿Por qué conmigo?” preguntó ella, asustada como un conejo, al escuchar su nombre.
“Porque tú no conoces mucho y te hará bien salir de paseo…” le pidió, como si fuera su madre.
“P-p-pero, ¿No preferiría que Miss Rachel lo acompañara?” le preguntó Diana, tratándose de desembarazar del problema.
“What the heck are you guys are talking about?” dijo Rachel, con un romadizo nada sensual…
(¿De qué carajos están hablando ustedes ahora?)
Rachel había pescado una gripe atroz, que la tenía de pésimo humor. En el circuito de regreso para sus días libres, le tocó un vuelo desde Hangzhou hasta Yakarta, donde agarró un leve resfriado. Durante el vuelo de Yakarta a Manila, el resfriado agregó una leve molestia a la garganta y para cuando embarcó de Manila a Adelaida, tenía una gripe bien fuerte.
“We are talking about Marco. He wants to go to Ayers Rock and Diana says that he should go with you…” le dijo Marisol, con un ingles ya perfecto.
(Estamos hablando de Marco. Quiere ir a Ayers Rock y Diana dice que debería ir con usted…)
“Are you crazy?” dijo Rachel, tosiendo medio pulmón. “I can barely breath and swallow. Besides, you guys are healthy and you can take a flight.”
(Apenas puedo respirar y tragar. Además, ustedes están saludables y pueden tomar un vuelo)
“We know, but I want to take a road trip…” le respondí.
(Lo sabemos, pero quiero tomar un viaje en carretera…)
“Besides, Diana, it would be weird for her to sleep with my husband… in a tent…” le dijo Marisol, sólo para incomodar a Rachel.
(Además, Diana, sería raro para ella dormir con mi esposo… en una tienda de campaña…)
Marisol es bien mala. Aunque sabe que tenemos algo con Rachel, le gusta hacerle creer que ignora todo, para darle cargo de conciencia. Como era de esperarse, Rachel trató de no mirarla.
“But why me?” preguntó Diana.
“Well, because you’re young, healthy and not pregnant. That’s why!” le explicó Marisol.
(Bueno, porque eres joven, saludable y no estás embarazada. ¡Por eso!)
“But… we would have to sleep together?” Preguntó Diana, bien asustada.
(Pero… ¿Tendríamos que dormir juntos?)
“Don´t be silly, Diana! He´s taking 2 tents. Right, sweetie?” le respondío Marisol.
(¡No seas tonta, Diana! Él lleva 2 tiendas, ¿Cierto, amor?)
Marisol ha aprendido ingles bastante bien. Le ha costado, pero es empeñosa y dado que no hay canales en español que tengan programación muy buena, se le ha hecho un poco más fácil aprender.
Incluso, nos decimos apodos de cariño en ingles.
“All right! But I´m tired… and I don´t want to go now…” nos dijo Diana, dándose por vencida.
(¡Está bien! Pero estoy cansada… y no quiero irme ahora…)
“Don´t worry! We´re leaving around 9! ...still, thank you for coming along…” le agradecí.
Diana subió las escaleras muy colorada. En esa época, aun le avergonzaba hablar con nosotros. Nos tuteaba a Marisol y a mí, aspecto que nos incomodaba, porque cuando hospedamos visitas, nos gusta que se sientan en confianza.
Incluso Marisol la consideraba su amiga intima, pero Diana mantenía ese trato respetuoso. Conmigo, apenas hablaba.
Aunque estaba algo enojado, comprendía a mi esposa e hicimos el amor 2 veces, a modo de despedida. Yo quería que estuviera conmigo, porque es una de las pocas mujeres que entiende que esa piedra valía mucho más que lo que el resto consideraba.
Desanimado, le pregunté si le incomodaba cuidar a Rachel. Me respondió que no y como la conozco, le pregunté si en verdad estaba complicada por los 5 meses, ya que ella siempre fue la más interesada en que tomara la inocencia de Diana.
Se rió como la pequeña traviesa que es, pero me aseguró que no me mentía. Me besó y me pidió que fuera delicado con ella. Aparte de recordarle a su personaje favorito de Anime, también le recordaba a su hermana y que no quería que fuera doloroso.
Eso incrementó más mis sospechas, pero le dije que realmente tenía planeado ir con ella como un amigo. Era cierto que Diana tenía su encanto y me atraía, pero a pesar de todo, no pensaba propasarme con ella.
Marisol, sabedora de todas las cosas que pasan con las mujeres a mi alrededor, me dijo que eso no dependía de mí solamente, ya que las mujeres saben bien cómo explotar sus atributos y que probablemente, a solas conmigo, no dudaría en mostrar su lado sensual, al igual que lo hizo Rachel un par de meses antes.
Me besó una vez más y me dijo que me tenía confianza, que me relajara, disfrutara del viaje y que pasara lo que pasara, igual se sentiría feliz cuando volviera a su lado.
A la mañana siguiente, me vestí bien despacio, para no despertarla, pero como aquella hermosa princesa de cuentos de hadas, la besé una última vez en sus deliciosos labios con sabor a limón, antes de marcharme.
Afuera me esperaba Diana, con su mochila de equipaje y no pude evitar reírme un poco. Usaba un bermuda y una camisa color caqui, que envolvían una polera blanca y usaba un sombrero de víscera, que me recordaba a ese arqueólogo de las películas… fusionado con el Dr. Livingstone, lista para ir de safari en la indómita África.
“¡Por favor!... no se ría de mí…” me dijo, tras ver cómo me reía.
“¡Está bien!... ¿Pero realmente quieres ir?... Porque si no quieres, no hay problema. Puedo esperar a que Marisol se recupere.” Le pregunté, ya que no quería forzarla. Aun tenía bien frescos los recuerdos de Sonia al intentar entrar en la mina…
“¡No!... ¡Está bien!... ¡Yo confió en usted!” me dijo, algo avergonzada, al ofrecerle el brazo para subir a la camioneta.
A diferencia de la otra que me prestaron, esta camioneta si era nuevecita de paquete. Automática, tracción en las 4 ruedas, cierre centralizado, GPS, televisor pantalla plana e incluso, antena para conectarse a Internet. Era todo un lujo, aunque de color verde esmeralda. La habría preferido azul… pero bueno, eso ya habría sido mucho.
“¿Y por qué desea conocer esa piedra?” me preguntó.
“Pues, por si alguien me pregunta “¿A que fuiste a Australia?”, le puedo responder que “A ver una gran piedra…”” le respondí.
Ella se rió.
“¡Usted es muy gracioso!” me dijo.
“¡Diana, mi nombre es Marco! No me trates de “Señor” o “Usted”… ”Le dije, para que se calmara.
“¡Lo siento!” respondió confundida. “No pensé que le molestara…”
“No es que me moleste, Diana. Pero eres amiga de Marisol… e incluso a ella le incomoda que nos trates con tanto respeto…” Le expliqué, tratando de sonar comprensivo.
“¡Lo siento!... es que aun… no me acostumbro…” me dijo, algo avergonzada.
“¡Tienes que relajarte!... eres parte de mi familia ahora…” le dije, continuando en el viaje.
A ella le agradó ese comentario, sonriendo muy contenta.
Aguantamos hasta Port Augusta para almorzar en un restaurant de comida rápida.
“¿Y qué tipo de música te gusta, Diana?” le pregunté.
Ella se avergonzó.
“Puede sonarle extraño… pero me gusta la música clásica…” me respondió, algo avergonzada. Sin embargo, me dio la impresión que no estaba siendo honesta, que me respondió eso para congraciarse conmigo.
“¿Por qué debería sonarme extraño?” le pregunté, mientras comía mis papitas fritas. “A Marisol y a mí nos gusta la música japonesa y a mí me gusta el rock de los 50…”
A ella le costaba soltarse...
“Pues… a mis amigas… les gusta el reggaetón y la salsa…” me respondió, tratando de no mirarme.
“Si… pero esa música me desagrada…” le dije, con algo de repulsión.
“¿De verdad?” preguntó ella, muchísimo más animada.
“Si. Encuentro que sexualmente es muy directa. Yo soy más de romance, de historia en la letra, ¿Me entiendes?” Le pregunté.
“Pues… si. También pienso igual…” dijo ella, con los ojos bien brillantes. Estaba siendo honesta…
“Sin embargo, igual te debe mover la música de Brahms, Rachmaninoff, Mozart, Bach y Beethoven, ¿Cierto?” le pregunté, sorprendiéndola en su mentira original.
Ella trató de no mirarme.
“Si, tiene razón…” me respondió, un tanto confundida por esos nombres.
Es un viaje largo. De haber seguido el consejo de Rachel, nos habría tomado algo más de una hora de vuelo, pero en vehículo, nos salió casi 12 horas, pero con un paisaje que valía la pena.
Llegamos a Uluru (el nombre nativo de Ayers Rock) a eso de las 10 de la noche.
“¡Qué mal! ¡Ya llegamos, pero no se ve mucho!” le dije a Diana, cuando llegamos a la entrada del parque nacional.
“¡Lo lamento mucho!” me dijo, con tristeza.
“¡No te sientas mal! La vista de las estrellas es fenomenal…” le dije yo, contemplando la enorme bóveda celestial, encima de nosotros y disfrutando el aire fresco.
“¡Tiene razón! ¡Son hermosas!” Me respondió.
Luego de ingresar y pagar la tarifa, tuve que darle las malas noticias a Diana…
“Diana, ¿Te molestaría si esta noche durmiéramos en la camioneta?”
“¿Qué?” me preguntó, espantada.
“Es que es muy tarde para armar las tiendas. Si quieres, lo hago: enciendo los faroles de la camioneta y la armo, pero estoy muy cansado de tanto conducir… ¿Te molestaría mucho?” le volví a preguntar.
Ella estaba ruborizada de pies a cabeza.
“Pero usted… y yo… dentro de un mismo vehículo…” me respondió, bien nerviosa.
“¡No pienses que voy a hacer algo raro! ¡Te aseguro que no!” le dije, tratando de calmarla. “Si quieres, puedo acomodarme atrás, en el compartimiento de carga…”
No niego que ella lo pensó. Era su moral versus mi comodidad.
“¡No es necesario!” me respondió, finalmente. “Además, tendría mucho frio… usted sólo…”
No se equivocaba. El clima es desértico y aunque había un saco de dormir, la noche debía ser bien helada.
Incluso nosotros, que estábamos dentro del vehículo, pasamos frio. De no haber sido por ella…
“Marco…” me dijo, con castañuelas en la boca.
“¡Dime!” le respondí.
“¿Le molestaría… si lo abrazo?... tengo mucho frio… y no quiero tener que salir a abrigarme.” Me preguntó.
“¡No, por supuesto que no!” le dije. “¿Pero te sientes cómoda? Porque a mí no me costaría sacar una frazada…”
“¡No!” me respondió, casi gritando. “Yo le tengo…confianza…”
Y dormimos abrazados. Ella puso su mano alrededor de mi cintura y pude sentir sus pequeños pechos en mi espalda…
Ella sí pudo conciliar el sueño con facilidad. Lo que es yo… no tanto…
“¡Marco! ¡Marco!” escuché su voz a la mañana siguiente.
“¿Qué pasa?” pregunté, aun adormecido.
“Creo… que usted quiere ir al baño…” me dijo, bien nerviosa.
En efecto, pajarote se había alzado con el sol, aunque estaba aprisionado bajo el pantalón.
“¡Lo siento, Diana! ¡Discúlpame!” le dije.
Ella estaba roja de vergüenza y aunque fingía cubrirse la cara, seguía interesada en contemplarla.
“¡No se preocupe!...” respondió, mirándome de reojo. “Creo que es algo normal…”
Me quería morir. Era una chica tan tímida…
Pero nadie negaba que la vista valiera la pena. La piedra se veía impresionante por la mañana… para alguien como yo, que aprecia ese tipo de cosas.
Nos ubicamos en un lugar solitario. Habían algunas casetas cerca y se veía gente, pero parecía ser temporada baja, ya que éramos los únicos acampando.
Empecé a armar las carpas, pero los problemas empezaron al poco rato.
“Marco… hay algo que quisiera preguntarle…” dijo, con una voz bien afligida.
“¡Dime!”
“¿Usted sabe… cómo hacerlo… para ir al baño?” preguntó.
La miré y estaba con las piernas apretadas.
“Es que… usted dice que… estamos acampando.” Me decía, ella poniendo una cara que me daba pena.
“¡Pues, supongo que debe haber un baño!” le dije yo.
“¿No podría… cubrirme usted?... es decir… que fuéramos a un lugar apartado… y usted sabe…” me preguntó, roja como un tomate.
La sola idea me hizo latir a pajarote: Una flor, tierna como Diana, en cuclillas, abriendo las piernas para orinar…
Pero ella era virgen… y realmente, no soy ese tipo de personas… o al menos, me gusta creer que no lo soy…
Pero por fortuna, divisé la caseta de los baños. Así que la tomé por la cintura al hombro y la llevé casi volando.
No alcanzó a orinarse, afortunadamente, pero ese fue el primero de mis problemas…
“¡Muchísimas gracias!” me dijo, cuando volvió del baño. “¡Oh! ¡Ya está armando las tiendas!”
“Sí, estoy terminando con la tuya.” le dije yo, enterrando la estaca en el suelo.
“¿Podría ayudarle? ¡Nunca he salido de campamento!” me preguntó.
“¡Claro!” le respondí, bien contento. “Si quieres, toma el cable y estíralo al máximo, para enterrar la estaca…”
“¿Cómo?... ¿Lo hago así?” preguntó.
Pero yo estaba mirando sus pechos… la polera del día anterior era más holgada de lo que parecía originalmente y en ese ángulo, claramente se distinguían sus pechos y el sostén.
Tenía que calmarme. Era una chica virgen…
“Sí, lo haces bien…” le dije, tratando de enfocarme en mi trabajo.
“¡Es muy fácil!” dijo ella, al instalar la segunda estaca con su ayuda.
“Si quieres, puedes terminarla tú misma…” le propuse, ya demasiado empalmado.
“¿De verdad?” Preguntó ella, muy entusiasmada.
“Sí, tengo otro martillo en la camioneta. Así podemos avanzar más rápido y podemos salir a explorar…” Le respondí.
Necesitaba tomar agua fresca. Estaba muy caliente…
Empecé a armar la mía, pero ella llamaba constantemente mi atención…
“Marco, ¿Así quedó bien?” me preguntaba, mostrándome sus tiernas nalgas.
El bermuda que había usado el día anterior se transparentaba y aparte de sus muslos bien torneados, podía ver sus calzones… su trasero tiene forma de un durazno.
“Sí.” respondí, con un hilo de voz.
Continué armando la mía, pero al terminar Diana con la suya, se puso a ayudarme, delante de mí.
“¡Para que terminemos más rápido!” me dijo ella.
Sufrí con esos 4 clavos. O le veía su lindo trasero o apreciaba sus pechos vibrar cuando martillaba… y yo, sin ver otra mujer… por 2 días.
Pero yo era fuerte. Me decía mentalmente “Es virgen, es virgen…” y trataba de espantar los malos espíritus.
Entonces, terminamos y tomamos las mochilas, para recorrer el sendero.
“¿Y cómo conoció a su esposa?” me preguntó, mientras caminábamos.
“Pues, yo le hacía clases, porque quería entrar a la universidad…” le expliqué.
“¡Se ve tan jovencita!” me dijo ella.
“Sí, hace poco cumplió 19 años.” le respondí.
“¡Qué pícaro es usted!” me dijo ella, riéndose. “Seguramente, le gustan las muchachas jovencitas…”
Le tomé de la mano y la miré a los ojos. Me había ofendido un poco…
“¡Por supuesto que no! Marisol me quiso primero y ella me besó…” le aclaré.
Al verme tan serio, se asustó.
“¡Lo siento!” se disculpó. “Sólo estaba bromeando… es que a mí… nunca me han besado.”
Pajarote experimentó otra sacudida. Sin embargo, “La mente sobre el cuerpo”.
“¡No te preocupes! Ya llegará el día y la persona indicada…” le dije yo, cambiando la cara.
Y empezamos a trepar el sendero. Es impresionante, porque es una estructura solida. He subido cerros, pero con cantos y quebradas, pero esto era una estructura pareja y casi uniforme.
“¡Jamás pensé que vendría a Australia a montar una piedra!” se reía ella, abriendo las piernas, y sacudiendo el sombrero, como si fuera una vaquera.
Le tomé una foto en su cámara, para que recordara ese día. Sin embargo, verla con las piernas tan abiertas, me hizo pensar en lo flexible que era…
“Es virgen…Es virgen…”
Mientras regresábamos, se tropezó y se torció un pie.
“¡Lo siento! ¡Discúlpeme!” me decía ella, mientras examinaba su tierno tobillo. No estaba herido.
“¡Luce normal!” le dije yo. “¿Puedes ponerte de pie?”
Pero claramente, le dolía al apoyarse.
“¡Lo siento mucho!... ¡Soy tan torpe!” me decía, muy arrepentida.
Llevábamos las mochilas, pero debía cargarla para regresar.
Por un segundo, pensé cargarla delante de mí. Pero la sola idea de tener esos pechos, tiernos, blanquitos y suaves, hacían que pajarote se estremeciera como serpiente cascabel.
La otra opción era apoyarla en mi espalda, como lo hice con Amelia en el norte, pero teníamos que bajar en pendiente y debíamos regresar con los bolsos.
Iba a ser bien peligroso…
“Si quiere, puedo intentar caminar otra vez…” me dijo ella, bien preocupada.
“¡No! ¡Será mejor que no lo intentes!” le respondí, tratando de no pensar que mis manos agarraban ese enorme durazno y que esos bultos en mi espalda no eran los pechos de una chica virgen.
“Pero lo veo tan complicado…” me suplicaba.
“¡No te preocupes!” le dije yo, tratando de calmarla. “¡Ya me estás ayudando con llevar los bolsos!”
Solamente, debía pensar que yo era Uluru… Uluru no tenía erecciones por sentir un par de pechos en la espalda… lógico, porque es una piedra.
La senté en el campamento y le extendí la pierna.
“¡Será mejor que guardes reposo!” le dije yo. “¡No quiero que te compliques!”
“Pero creo que estoy mejor.” me replicaba. “Si quiere… puedo tratar de moverla…”
“¡Descansa por mí hoy!” le dije, mirándola a los ojos. “Es una piedra… y no se moverá.”
Al entender que estaba muy preocupado por ella, paró de protestar.
De cualquier manera, mi decisión no fue mala. Con el avance del sol, nos dimos cuenta que la piedra cambiaba de color.
“¡Es impresionante!” le dije, al colocarla sobre el capo de la camioneta, con la pierna inmovilizada, para que pudiera apreciarla.
“¡Tienes razón!... Ahora entiendo por qué querías venir con Marisol…” me dijo, finalmente.
Le sonreí.
“¡Al fin me tratas como un amigo!” le dije yo, al ver que por fin paraba de tutearme.
Ella también sonrió, algo avergonzada.
El espectáculo duró hasta que se escondió el sol. Sin embargo, la cantidad de estrellas es sobrecogedora.
“Marco… ¿Es mi impresión… o estas estrellas se parecen a las que veía en mi casa?” me preguntó, tendida alrededor del fuego, contemplando el cielo.
“Son casi las mismas.” Le expliqué “Estamos en el mismo hemisferio y casi en la misma posición del globo, en la zona de noche. Puede que no todas las estrellas sean las mismas, pero tarde o temprano, tomaran la ubicación que uno veía.”
Ella me sonrió.
“¿Cómo sabes tantas cosas?” me preguntó.
“Soy ingeniero… y me gusta leer.” Le respondí.
“Yo no leo mucho.” Me dijo ella, algo arrepentida. “Viajamos tanto, que no tenemos tiempo para leer. Recuerdo que antes, me encantaban los libros, pero ahora se me hace difícil tomar uno.”
“Diana… ¿Puedo hacerte una pregunta personal?” le dije, azuzando las brasas de la fogata.
Ella me sonrió.
“¡Pregúntame!” me dijo.
“¿Por qué quisiste ser azafata?” pregunté.
Ella se decepcionó un poco.
“¡Ah!... ¡Eso!... ¡No lo sé!... Quería viajar y conocer otros lugares… y pensé que sería la forma más fácil…” me respondió.
“¿Y lo fue?” Le pregunté.
“La verdad es que no.” Me confesó. “Pensé que sería fácil, ¿Sabes?... cosa de servir bebidas y dar las instrucciones de salida, pero en realidad me costó. Yo estaba acostumbrada a que mamá hiciera las cosas en la casa y nunca me dediqué a practicarlas. No fue así de fácil… yo pensaba que con ser bonita y tener una buena disposición, lo lograría… pero Miss Rachel me hizo ver que no era así…”
“¿Y ahora? ¿Te arrepientes?”
Ella sonrió.
“La verdad es que no. Cuando te conocí, estaba muy nerviosa. Era mi primer vuelo y francamente, estaba llena de energía. Traté de mostrarte mi mejor disposición… pero me diste un balde de agua fría cuando te enojaste por esas marcas en tus mejillas…” decía ella, recordando.
“¡Lo siento! ¡Estaba molesto!” le expliqué. “Era la primera vez que dejaba a Marisol… y una amiga… que en ese tiempo no me simpatizaba… me lo dio.”
“¡No te preocupes!” me dijo, tratando de consolarme. “¡Me hizo bien!... me dio a entender que no todas las personas que vuelan lo hacen por diversión… además, no te enojaste mucho rato. Recuerdo que aunque seguías enfadado, igual me dijiste que no querías comer, pero te veías arrepentido…”
Al parecer, a Diana se le había quedado marcado ese día en la memoria. Como yo la contemplaba en silencio, prosiguió…
“¡Pero fue un entrenamiento duro! Yo no reaccionaba. Sólo seguía las ordenes que Miss Rachel me daba, pero ella me regañaba constantemente, diciéndome que “no podía estar pendiente de mí”... y la estaba pasando muy mal.”
Diana empezó a llorar de repente. Desesperado, busqué en mis bolsillos, tomé un pañuelo desechable de mi bolsillo y se lo ofrecí.
“Entonces… de pura casualidad… nos tocó ese vuelo. Miss Rachel estaba muy enojada, porque había olvidado retirar una bandeja de un pasajero dormido… yo no quería molestarlo, pero Miss Rachel la retiró en mi lugar. Supe que todo había acabado para mí. Lo vi en sus ojos y cuando cayó el avión por primera vez, Miss Rachel me gritó que me hacía falta iniciativa, que tenía que preocuparme de mis responsabilidades. Yo salí corriendo, tratando de escapar de sus gritos, pero una fuerza me agarró por las piernas y no me dejó huir… pensé que me estaban manoseando… me había pasado antes... Entonces, las luces se apagaron y me sentí bien ligera… Pensé que estaba muriendo y creo que por eso me desmayé.”
La mirada de Diana parecía perdida en el horizonte de los recuerdos. Yo la contemplaba, muy impresionado, recordando la otra mitad de esos eventos.
“Recuerdo que sentí algo dulce bajar por mi garganta… Algo húmedo, helado... Por un momento, creí que me besaban, porque mi lengua recibía algo mojado y mis labios palpaban algo tierno, húmedo… Abrí los ojos, desorientada… y no sé por qué, pero estabas tú otra vez… Me sorprendiste, porque eras la persona que menos esperaba… No sabía qué había pasado y esperaba que Miss Rachel me expulsara del programa, pero recuerdo que me dijiste que “Una mujer del aire siempre sonríe” y eso me hizo cambiar de parecer…”
La mirada de Diana se mostraba más segura, profunda y energética. Resumiéndolo en una palabra: inspiradora.
“Desde ese día hasta ahora, me mentalicé que todos los pasajeros los trataría con el mismo respeto que te tengo y no me asustaría más, porque sabría que estarías protegiéndome… es por eso que me es difícil acercarme. ¡Tú eres mi ángel de la guarda!”
Cuando ella me miró a los ojos, reconozco que me impresionó. Ella realmente me miraba con convicción y me hizo pensar que lo ocurrido esa tarde, le reforzaba esa creencia.
Pero yo sigo siendo un humano con principios…
“¡Creo que esta noche, será mejor que duermas en la camioneta!” le dije, tomándola en mis brazos.
“¿Por qué?” preguntó, confundida, aun con lágrimas en los ojos.
“Porque estás lastimada… y me da cosa que te pase lo del bebé ese y los dingos.”
Ella sonrió.
“¡Ángel de la guarda, dulce compañía!” dijo, cuando la acomodé en la cabina.
Y me besó.
Fue un beso corto, en los labios. Sin saliva ni lengua.
Yo quedé sorprendido. Ella sólo sonrió…
Me fui a acostar más aproblemado todavía...
Era virgen, era guapa… y creía que yo era un ángel. Pensaba que sería tan fácil convencerla para acostarme con ella, pero a la vez, me reprochaba. Era solo una niña solitaria, azotada por la vida. No debía ser un canalla… debía tratar de calmarme.
“¡Marco!... ¡Marco!... despierta…” escuché su voz.
Abrí los ojos y vi los suyos.
“¡Hola!” me dijo. “¡Creo que te equivocaste de tienda!”
Miré a mi derecha y era cierto. Su beso me había dejado tan confundido, que no me di cuenta. Sin embargo, ella lejos de molestarse, me sonreía dulcemente…
Y sin pedir permiso, empecé a ver cómo su cuerpo empezaba a reptar sobre el mío, como si fuera una iguana.
“Afortunadamente, amanecí bien de mi pierna… ya no me duele… pero quiero cambiarme de ropa. No me siento cómoda usando la misma 2 días seguidos. No sé si será la costumbre en campamento, pero espero que tú me enseñes…"
Avanzó hasta dejar la entrepierna en mi cara.
“¡Me pareció ver unas duchas!... ¡Necesito darme una ducha caliente!… y creo que tienes que ir al baño otra vez…” me dijo, sonriéndome con mayor seriedad.
Yo también necesitaba una ducha… una ducha bien helada…
Eran duchas abiertas. Francamente, no me fijé si había para hombres y mujeres. Mi cuerpo sólo sabía que necesitaba una.
“Marco, ¿Eres tú?” escuché su voz muy cerca a la mía.
“¿Diana?” pregunté.
Ella sonrió.
“¡Menos mal que eres tú!…” dijo, bien aliviada. “Pensé que eran duchas para mujeres, pero parece que es mixto.”
Estaba en la caseta de al lado…
“¡Oye, no veo vapor saliendo de tu ducha! ¿Estás bien?” preguntó.
Menos de medio metro nos separaban de nuestros cuerpos desnudos. Una pared de madera de medio milímetro de espesor… pajarote estaba desbocado.
“Sí, estoy bien… “Le respondí, bien perturbado.
“Si tu ducha no funciona, deberías bañarte conmigo…” me dijo ella. “ ¡Se siente rica el agua en mi cuerpo!”
Ni qué decir que salí corriendo del baño…
Tomé mi bolso y me vestí en la camioneta.
“¡Qué malo eres!” me dijo, al verme abrochar mi camisa. “¿Qué tal si alguien hubiese entrado y me ve desnuda? ¡Eres un ángel de la guarda muy malo!”
Mi viaje a Ayers Rock se estaba convirtiendo en una pesadilla…
Era como si todas las cosas me dijeran que tenía que tirármela. Incluso la comida parecía sugerírmelo…
“¡Marco, deberías probar estas salchichas!” me decía, soplándolas para enfriarlas. “¡Son gruesas, carnosas y muy apetitosas!”
Las saboreaba de una manera sensual, palpándola con la lengua para ver si no estaban muy calientes. Habíamos agotado las pocas hamburguesas que había traído, aunque extrañamente, sabía que había comprado más…
A última hora, Marisol cambió mis provisiones...
Pero yo ya me empezaba a aburrir de la visita. En el fondo, Uluru es una piedra enorme y no hay muchas cosas que puedes hacer, aparte de contemplar, trepar o caminar alrededor de una piedra gigante.
Había tiendas de recuerdos, pero con la poca cantidad de gente, era comprensible que estuvieran cerradas.
Empezamos a trepar por otro sendero. Esta vez, ella quiso irme guiando. Contemplaba ese apetitoso trasero, hambriento por palparlo… pero un inesperado traspié me hizo reaccionar rápido y mi primer impulso fue, irónicamente, apoyar mi mano sobre él.
Sorprendida por el gesto y claramente, ruborizada, Diana se volteó y me dijo.
“¡Ángel de la guarda, dulce compañía!” me agradeció y me besó nuevamente, algunos segundos adicionales que la vez anterior.
Por la noche, regresamos al campamento y la conversación tomó un giro más alegre que la noche anterior… pero no menos complicado.
“¿Y cómo te enamoraste de Marisol?” empezó nuestra conversación, de forma inocente.
“Fueron varias razones. De partida, nos gustaba el mismo libro. A los dos nos gustaba el animé y bueno… a medida que fuimos conversando, aprendimos varias cosas de nosotros mismos.”
“¿Aprendieron cosas?” preguntó ella, acercándose levemente hacia donde yo estaba sentado. “¿Cómo qué?”
Yo me avergoncé…
“Bueno… de partida, aprendimos a besarnos. Ella me dio mi primer beso y yo fui el primer beso de ella… fue tan especial, que lo repetimos varias veces… luego, pues, aprendimos a abrazarnos y cómo acariciarnos… y cómo podrás imaginar…” le dije yo, sin atreverme a continuar la oración.
“¡Tuvieron sexo!” dedujo ella.
Yo asentí con la cabeza. Claramente, ese aspecto le interesaba…
“¿Y…cómo fue?” me preguntó.
Yo empezaba a sudar la gota gorda…
“Tal vez… no deberíamos estar hablando esto…” le dije, recordando un poco a Amelia.
Diana se avergonzó.
“¡Sí, es muy privado y discúlpame!” me dijo ella, mirando para otro lado. “Pero he escuchado que es muy doloroso… y bueno… cuando Miss Rachel me ha contado lo que hace contigo… pues…”
¡Quería morirme de nuevo!
“¿Sabes lo de Miss Rachel y yo?” le pregunté, blanco de espanto.
“Sí… pero no voy a contarle a Marisol, si eso te preocupa.” Me respondió. “Incluso… lo supe ese mismo día de la turbulencia… pensé que me llamarías… pero luego vi que Miss Rachel te entregaba otro papel… y bueno… traté de no hacerme esperanzas…”
“Diana… yo en verdad…” le alcancé a decir.
“¡No tienes que disculparte!” me dijo, con una mirada brillante. Le había dolido. “Miss Rachel es una mujer de mundo… y yo soy una chica torpe…”
“¡Estás equivocada, Diana!” le traté de explicar. “Sé que te será difícil creerme… pero lo que pasó esa noche… bueno…”
“¿Qué pasó esa noche?” preguntó.
Suspiré. Aunque le doliera, se merecía saber la verdad…
Le conté de los motivos de mi viaje y cómo Miss Rachel me había invitado a tomar un trago. Cómo se fueron dando las cosas y cómo me terminó echando de su habitación.
“No te niego que Miss Rachel es bonita… pero si tú me hubieras invitado antes, habría aceptado… aunque eso no me hace sonar mejor…” le dije, tratando de excusar lo inexcusable.
Ella me sonrió.
“Cambiando de tema… ¿Por qué encontraste una novia tan tarde?” preguntó ella, con mayor libertad.
“Pues… en la universidad, no le llamaba la atención a las chicas… y traté de usarlo a mi favor, para terminar mis estudios.” Le confesé.
“¿No les llamabas la atención?” preguntó, bien sorprendida.
“¡Claro que no!... era un tipo tímido, torpe y bueno, con bastante mala suerte… francamente, aun no sé que vio Marisol en mi…” le respondí.
“Bueno… mi caso es parecido…” dijo ella, rascándose la nariz, ya que le incomodaba el tema también. “Creo que me parezco a Marisol… porque también quiero encontrar a alguien que me quiera y me cuide… aunque mi vida no me ayuda… y también soy demasiado tímida…”
De repente, nos miramos y hubo algo que hizo clic…
“¡Estoy cansado y tengo sueño!” le dije yo, forzando un bostezo.
“¡Sí, yo también!” respondió ella. “¡Mejor me acuesto en mi tienda y mañana nos vemos! ¡Que descanses!”
Mentiría si les digo que me quedé dormido al instante. Algo había pasado entre nosotros y sentirlo me asustó bastante.
Estaba tentado a masturbarme, pero la sola idea de que Diana me escuchara…
De repente, sentí unos pasos…
“Marco, ¿Puedo dormir contigo?” me preguntó. “Escuché un perro o algo así y estoy asustada…”
“¡Sí! ¡Adelante!” le dije, tratando de quitarle la importancia. Después de todo, aun recordaba la historia del bebé devorado por dingos.
Afortunadamente, vestía un pijama largo y había traído su saco de dormir.
“¿No preferirías dormir en la camioneta?” le pregunté, al ver cómo se acomodaba a mi lado.
“No. Dormí muy tiesa. “me respondió. “Además… no estaría acampando si no durmiera en una tienda.”
Cerré los ojos, intentando dormirme. Sin embargo, sentí movimiento en la tela de mi saco de dormir.
Cuando abrí los ojos, alcance a contemplar sus labios, atrapando los míos, mientras ella cerraba sus ojitos. Fue un beso mucho más largo que los anteriores, culminando con un suspiro.
“¡Ángel de la guarda, dulce compañía!” dijo una vez más, volteándose rápidamente para empezar a dormir.
Esa fue lejos una de las noches más largas que me ha tocado vivir. Es cierto, he tenido noches largas con sexo e incluso otras, donde he debido abstenerme. Pero el encanto que ejercía Diana sobre mi era completamente distinto.
Sabía que estaba durmiendo. La escuchaba roncar… pero lucía tan indefensa y tentadora: había usado sus brazos, como cojín improvisado, por lo que cuando dormía, parecía ofrecerme sus pechos blancos y sugerentes, bajo esa camisa de pijama.
Pero eso no fue todo. Durante la noche, se dio vuelta y pude apreciar ese trasero con forma de durazno apegarse a mi cintura, al punto que empezaba a empujarme.
Mis dedos temblaban, tentados de explorar ese tierno, apetitoso y probablemente, apretado agujerito…
Los mantras de que Diana era virgen, lejos de calmar mis espíritus, hacían salir mi lado oscuro. Incluso, si me volteaba, podía sentir sus nalgas sensualmente apegadas a las mías, mientras que mis manos estaban tentadas o de tocarme yo mismo y que me sorprendiera en un acto vergonzoso y nefasto o que la tocaran a ella y me perdiera en mis instintos animales, sin importar sus deseos…
Como les digo, fue una de las noches más largas…
Por esas razones, a la mañana siguiente, empecé a desarmar las cosas bien temprano. No quería propasarme y mi juicio pendía de un hilo.
“Marco, ¿Nos vamos a ir hoy?” preguntó Diana, al despertar.
“Sí… creo que es mejor.” Le respondí. “No es mucho lo que podemos hacer…”
Ella se puso triste.
“¡Qué lástima!” exclamó. “Me habría gustado acampar una noche más…”
Luego de desarmar las tiendas, armé una última vez la fogata. Comimos en silencio, apreciando a Uluru una última vez.
Después de lavar los trastos y guardarlos, le pedí a Diana que me acompañara a los pies de la gran roca. Había una foto que deseaba tomarme, antes de regresar.
Tras cumplir mi deseo, volvimos al campamento, con la intención de marcharme.
“Marco… hay una cosa que quería pedirte… pero no quiero que te enojes… o lo pienses mucho…” me dijo Diana, muy preocupada.
“¡Dime!” le pregunté, tratando de darle la mejor de mis caras.
“¿Podrías… darme mi primer beso?”
“¿Qué?... ¿Por qué?” exclamé, sorprendido.
“Mira… lo que tengo que decirte es muy difícil… Miss Rachel y yo te estuvimos buscando por muchos meses. Ella me contó que pasaron una noche juntos… y me da un poco de envidia… porque pensé que no te gustaba. Cuando te volvimos a encontrar… me entristecí mucho de no haberte visto primero… pero tu esposa me recibió. No quería ser su amiga… porque le tenía celos… pero ella parecía saber lo que sentía yo. Me contó cómo ustedes se conocieron… y bueno, cómo al final se terminaron casando… pero ella es extraña… y cuando le conté cómo te conocí… me trató de convencer para que te acompañara… en este viaje…” confesó finalmente.
Finalmente, me encajaba: era otra treta de Marisol.
“Me dijo que tú eres una persona confiable, y que no eres malo… y que si yo te era sincera con lo que siento… pues probablemente, me complacerías…”
“¿Y por qué quieres que te besé?” le pregunté.
“Pues… porque me consideraste tan importante como para ver una enorme piedra…” dijo, riéndose. “Sé que suena tonto… al principio, yo también lo creía cuando acepté… pero encuentro que tienes razón… hay muchas cosas especiales en el mundo… que uno considera tontas… pero con otros ojos… no lo son tanto. Yo lo entiendo, porque era una de ellas…”
La besé, finalmente, porque me daba cuenta que nuestra lógica era la misma…
No era que ella quisiera venir. Había venido porque se lo habían pedido y se sentía en deuda. Había dejado sus propios intereses de lado y vino para acompañarme, con la sencilla intención de complacer mi felicidad.
En el fondo, era otra persona como yo y como tal, se había ganado mi respeto.
Sus ojos son castaños. Su cabello es color miel. Sus labios son finos. Su nariz es larga y elegante. Su cuello es suave y delicado.
Sus pechos, ligeramente más pequeños que mi esposa, pero no por eso, menos sensuales, hacían que se estremeciera de los nervios, cuando los palpaba por encima.
Lo más seguro es que nadie más los hubiese tocado antes y aun así… ella no se quejaba.
Sus ojos se cerraban, como si cayeran en un tierno sueño, mientras que mis labios sometían a los suyos, en un silencioso suspiro. Secretamente, mi lengua exploraba su sorprendida boca, acariciando a su compañera como una buena amiga.
Traté de contenerme, pero simplemente ya no podía. Mi cuerpo gemía, deseando tomar ese tierno trasero y acariciarlo.
A ella le sorprendió, pero ocurrían tantas sensaciones agradables por su cuerpo, que fue incapaz de procesarlas todas.
Nuestra respiración se acompasaba y trataba de seguir mis movimientos, mientras la iba avasallando hacia el interior de la camioneta. A Diana sólo le preocupaba una cosa: que mi lengua no abandonara su boca.
Acariciaba sus cabellos con completa libertad, mientras que sus brazos no sabían si debían abrazarme o no. Francamente, estaban muertos, lacios y no parecían reaccionar.
Solamente se activaron cuando retiré mi torso del suyo, a modo de impedir que ese primer beso terminara.
“¿Querías eso, Diana?” le pregunté.
Ella suspiró, como volviendo de un sueño.
“Sí… lo necesitaba…” me respondió.
“¿Quieres otro?” le pregunté, pero no la dejé responder.
Ella se deshacía en mis manos, dando completa libertad a mis dedos. Aunque se sobresaltaba porque agarraba nuevamente sus pechos, igual me abrazaba, para que no me fuera.
Fue ella misma quien empezó a abrir sus piernas, esperando ser penetrada.
“¿Quieres que lo haga?” le pregunté.
“¡Por favor!” me pidió, cubriéndose la cara en vergüenza.
Mi memoria pensó en sacar un preservativo, pero mi cuerpo se olvidó completamente. Era la primera vez que penetraba a una mujer virgen. Si bien es cierto que lo había hecho con Marisol y con Amelia, nunca lo había hecho sin protección de látex.
A ella no le importaba, aunque le dolía que forzara su entrada. Sin embargo, era bien recibida por la cantidad de jugos que fluían de su interior.
“¡Tienes que relajarte!” le dije. “¡Por un momento, va a doler, pero después, te empezaras a sentir mejor!”
Pero a ella no le importaba mucho. Solamente, susurraba una y otra vez..
“¡Ángel de la guarda, dulce compañía!…” y volvía a enterrar sus labios sobre los míos.
De a poco, fui forzando la entrada. Ella gemía y le dolía.
Se sorprendió al sentir un dedo…
“Es para acostumbrarte… para que no duela tanto…” le expliqué.
“¡No te preocupes, Marco!” me respondía ella, emborrachada por los placeres de la carne. “¡Yo confío en ti!”
A medida que la resistencia iba disminuyendo y más fácilmente podía introducirla, lo intenté otra vez.
La fui besando, mientras que mi glande avanzaba por su tierna y apretada rajita. La iba moldeando, envolviéndola alrededor mío.
Sus ojos se ponían en blanco, al recibir al grueso invasor. Finalmente, la punta se acomodó y pude notar una sonrisa de satisfacción en sus labios.
“¡Ahora, empezaré a bombearte, bien despacio!... tú dime si te duele…” le dije, pero ella estaba ya contenta con que no parara de besarla.
“¡Hazlo!” dijo ella, suspirando.
Fue difícil, ya que debía avanzar lentamente. Ella gemía, pero se aguantaba el dolor, mientras que el glande estiraba el himen.
Le dolía, pero yo no podía detenerme.
“¡Lo siento! ¡Lo siento!” le decía, mientras forzaba su entrada.
“¡No importa!... ¡Solo sigue!” me respondía, aguantando el dolor, mordiéndose sus tiernos labios.
Y de repente, se rompió, dando un pequeño gemido.
“Ahora… te empezarás a sentir mejor.” Le dije, besándola.
No fue fácil avanzar. Estaba bien apretada.
“¡Es tan dura!... ¡Caliente!... ¡Me quema!” decía, aguantando la embestida.
“Solo… resiste…” le decía yo, empezando a tomar más ritmo.
“¡No tan fuerte!... ¡No tan fuerte!” me pedía.
Me era difícil, pero trataba de complacerla.
“¿Te duele… mucho?” le preguntaba, en un esfuerzo sobrehumano por contenerme.
“¡No!... Mi corazón late muy rápido… y pienso que voy a morir…”
Yo sonreí.
“¡No te preocupes!... es así…”
La empecé a bombear con más fuerza. La resistencia era deliciosa... y ella gemía de una manera sensual.
“¡Me estás… deformando… por dentro!” me informaba, lo que mi pene ya sabía.
“¡Estás… tan mojada!” le decía, al sentir sus jugos en mis testículos.
“¡No digas eso!... ¡Qué asco!” me reprendía.
“Pero lo hace… tan rico.” Le dije.
“¡Au!... ¡Au!... me duele tan rico… ¡Me vas a matar!” me decía, poniéndose a llorar.
“Aguanta un poco… aguanta un poco…” le respondía, ya a punto.
Estaba arrepentido. Ni siquiera me había puesto preservativo y estaba tan apretado, que me sería imposible correrme afuera.
“¡Ahí voy!... ¡Ahí voy!...” le alcancé a avisar y me corrí un montón.
La leche acumulada de 3 días…
Ella puso los ojos blancos, cuando lo sintió.
“¡Me siento… tan rara!... Parece que floto…” decía Diana.
“¡Diana, discúlpame!” le dije, haciéndola que me mirara a los ojos. “¡No use preservativo!”
Estaba atrapado dentro de ella, aun botando chorros de semen. Pensé que se molestaría, pero lejos de eso, su cara se veía preciosa y su sonrisa… pues me escondía una sorpresa adicional.
“Marisol te mandó esta nota…” me dijo, sacando una caja del bolsillo de su chaqueta color caqui.
Amor
Si estás leyendo esto, ¡Te felicito! Sé que no he podido acompañarte donde quieres, por nuestros bebes. Pero le he pedido a Diana que me reemplace, para que no te sientas sólo. Sé que me quieres y si estás leyendo esta carta, es porque te sientes arrepentido, pero yo te he estado cuidando. Le di parte de mis pastillas a Diana y le pedí que se fuera tomando una cada día. Conociéndote, debes estar cerca de volver, así que no tendrías que preocuparte, porque me imagino que ya le deben haber hecho efecto.
Ella tiene muchas ganas de aprender y le gustaría, particularmente, que le enseñaras tú, amor. Yo le aseguré que eres un maestro cariñoso y que la cuidarías bien, como un ángel de la guarda.
Espero que regreses pronto, para que me muestres todo lo que le enseñaste a mí también.
Tu esposa que te ama mucho
Marisol
Al revisar la caja, vi que efectivamente eran sus antiguas pastillas anticonceptivas.
Yo no paraba de reírme. Nuevamente, había caído dentro de los planes de mi pervertido ruiseñor. Al verme tan contento, Diana me sonreía también.
“Marisol me dijo que íbamos a estar 5 días acá y que me ibas a enseñar muchas cosas. Por eso, me sorprendí que volviéramos hoy…” me explicó.
“¿Y tú aceptaste todo?” le pregunté.
Ella se avergonzó.
“Pues, la verdad… sí. Tu esposa es extrañamente, bien convincente…” me respondió.
“¿Quieres probar otra vez?” le pregunté.
Y le mostré otras 2 veces cómo se hacía el amor. Durante las primeras 2, sentía que se iba a morir, pero le dije que se calmara, que era normal.
Durante la noche, luego de rearmar nuestra tienda, le enseñe cómo debían comerle los pechos los hombres, lo que disfruto bastante, ya que no estaba consciente que fueran tan sensibles.
Aproveche de enseñarle cómo le debían comer la rajita, lo cual le encantó a montones, apretando mi cabeza entre sus piernas.
Por la mañana, le enseñé a cómo debía darme una mamada y como era de esperarse, botó parte de mis jugos de su boca. Por ese motivo, la llevé a la ducha, para bañarla y recordarle la memoria de cómo debe hacer el amor.
Durante el almuerzo, luego de que comiera 2 salchichas, le pedí que practicara lo que le enseñé por la mañana, aunque el desempeño fue mucho mejor. Por la noche, nos tendimos alrededor de la fogata, ya que estaba cansada y nos pusimos a conversar.
Resultó ser que le gusta la música romántica en español y que no tiene idea de quien es Mozart, pero no me preocupaba, porque le iría instruyendo de Rachmaninoff durante nuestro camino de regreso, que era la mayor de 4 hermanas, que vivía en el sur, en una lechería y que nunca se había sentido tan contenta de viajar a ver una roca.
Sin embargo, quedaba una lección pendiente y era probar ese durazno. Luego que hiciera su tercera mamada en toda su vida, sin poder dominar la técnica de tragarse mis jugos, la llevé al baño, para lavarla nuevamente y enseñarle otra vez, cómo se hace el amor.
Pero le incomodó sentir mi dedo en su ano y me pidió que lo sacara. Ni siquiera alcancé a meterlo, de lo apretado que estaba. De cualquier manera, me dijo que estaba tan agradecida por mí, que se esforzaría por “darme un buen servicio” y que sin importar cuánto le costara “me daría su trasero, para darme las gracias por mis lecciones”.
Durante nuestro viaje de regreso, acordamos cómo hacerlo para practicar sus lecciones. Por esos motivos, cuando nacieron las niñas, Diana y Rachel nos empezaron a visitar por 3 días, para no molestar a los bebes. Diana se comprometió a no decirle nada a Marisol (aunque no era necesario, porque ya sabía todo lo que pasaba entre Rachel y yo), si es que ella me dejaba acompañarla un día al cine (que en realidad, termina convirtiéndose en el arriendo de una habitación de motel, al otro lado de Adelaide, por 8 horas) a cambio de su silencio, oferta que no pudo negar.
Pero lo más gracioso ocurrió cuando volvimos de ese viaje.
“So how was your trip?” preguntó Rachel.
(¿Qué tal su viaje?)
“Awesome! Marco taught me how to ride a huge rock!” le respondió Diana, con mucho entusiasmo.
(¡Excelente! ¡Marco me enseñó a montar una piedra gigante! “Aunque fonéticamente, Rock suena muy parecido a Cock, que es sinónimo de verga”)
“What?” exclamó soprendida Rachel, mirándome con furia.
“Yeah! Just like this picture here!” le dijo, mostrando la foto que le tome.
Mientras que Rachel la contemplaba al detalle, Diana nos daba una sonrisa a Marisol y a mí, ya que Rachel no se había equivocado...
Pero por la noche, me tocó rendirle cuentas a mi esposa.
“¿Así que le enseñaste eso?” preguntó, luego de hacerle el amor un par de veces.
“Sí… pero quiero hacérselo por detrás…” le respondí, bien frustrado.
Marisol se rió.
“¡Pobrecito!... así que debes estar deseoso de probar un trasero rico… aprovecha de ocupar el mío, amor. ¡Te lo has ganado!” me consoló.
Se lo hice 2 veces, pero ahora dormimos con la puerta abierta, para que ellas nos escuchen. Luego de correrme en el trasero de mi esposa, me sonrió y me dijo.
“¡Ahora espera un poquito y anda a ver a Rachel, que estaba sospechando de ti y de Diana!”
“¡Pero Marisol!” le protesté. “¡Eres mi esposa y te extrañé!”
Ella me sonrió.
“Marco, te conozco y sé que 3 mujeres no te son problemas ahora…” me reprendió. “Además, Rachel se va pasado mañana y de seguro, va a querer un regalito…”
Así que seguí su consejo y esperé unos 15 minutos, aproximadamente, para que mi esposa me recordara la próxima visita que tenía que hacer.
“Sweetie, I missed you so much! ...I was afraid you weren´t coming tonight!” Dijo Rachel, besándome profusamente en las mejillas.
(¡Cariño, te extrañé tanto!... ¡Tenía miedo que no vinieras esta noche!)
“I missed you too! How could I forget you?” le dije, acariciando sus rizos.
(¡Te extrañé! ¿Cómo podría olvidarte?)
“I was afraid you were going to do something with her all these days! I’ve been there and it´s just a stupid, giant rock!” me dijo, algo enfadada.
(¡Tenía miedo de que ibas a hacer algo con ella en todos esos días! ¡He estado ahí y solo es una piedra gigante y estúpida!)
Me molestó un poco su actitud (porque no considero a Uluru como una piedra estúpida), pero tuve que aguantármela.
“Yeah… it was hard. Besides, she has a cute butt and made me really miss you…” le dije, probando mi suerte.
(Sí… fue difícil. Además, tiene un trasero bien bonito y me hizo extrañarte mucho…)
Ella se creyó mi actuación…
“Oh, baby! My bum also missed your big rock too… so let me pamper you for a while…” me dijo, enterrandoselo
(¡Ay, nene! ¡Mi culito también extraño tu gran piedra… así que déjame consolarte por un rato…)
Y bueno… como ella gime, literalmente tuve que obligarla a morder la almohada. Pero la mejor parte fue cuando me corrí en su interior…
“Oh, poor baby! So much milk… and nobody to take care of you!... forgive me for being so silly!... I was worrying for nothing!...”
(¡Ay, pobre bebe! ¡Tanta leche… y nadie cuidándote!... ¡Discúlpame por ser tan tonta!... ¡Me estaba preocupando por nada!)
Y hasta el momento, así nos hemos arreglado: durante los 3 días al mes que vienen, Rachel no sospecha ni que tengo algo con Diana también, ni que Marisol sabe lo nuestro y aunque ha tratado de cambiar sus turnos (porque le molesta coincidir con Diana, sacrificando un día, para que ella me “lleve al cine”), no ha podido cambiarlo, lo cual nos ha sido beneficioso para Marisol y para mí…
Después de todo, Marisol y yo sabemos que a nuestra vecina le molesta que vengan esas chicas y se queden demasiados días al mes… porque claro… no quiere darle mucha ventaja a su esposo… en la competencia de quién la embaraza primero…
Pero el propósito de mi viaje fue traerle un recuerdo a Marisol: la foto mía, tratando de alcanzar esa enorme piedra.
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1 comentarios - Seis por ocho (105): Razones para visitar una piedra