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Compendio I
Ella estaba nerviosa…
“¿A dónde vamos?” preguntó, mientras montábamos el taxi.
“A mi despedida de soltero.” Le respondí.
“¿Y por qué yo?” preguntó, muy preocupada.
“Pues, porque tú eres el padrino de la boda…”
Ella puso unos tremendos ojos…
“¡Estás loco!” me dijo, riéndose, pero confiando ciegamente en mi.
Tras mi examen de titulación, las cosas nuevamente se volvieron a acelerar. Sonia informó a la junta sobre mí y sobre mis planes de matrimonio.
No sé exactamente que les habrá dicho, pero el asunto fue que nos concedieron “boletos libres” (O sea, para cualquier lugar del mundo) para nuestra luna de miel, para la última semana de enero, con el objeto de mantenerme interesado en el proyecto.
Estábamos en la quincena, por lo que los engranajes de matrimonio giraban a gran velocidad.
Nos sorprendió que nos llamara Pamela tan pronto. Me llamó especialmente para disculparse conmigo.
Me había juzgado mal, pensando que lo había hecho porque ya no la amaba, pero tras conversar con su madre, se dio cuenta que yo tenía razón.
Si bien, nuestra mentira la había dejado volver con su madre, no era justo dejarla ilusionada con un yerno que nunca cumpliría.
Pero mi despedida de Soltero salió de otra situación, completamente distinta.
“Marisol, ¿Has pensado sobre una despedida de soltera?” pregunté una noche.
“No, ¿Por qué? ¿Tú quieres hacer una?”
“No.” Le dije, acariciando el lunar de su mejilla. “Pero… ¿No te gustaría tener algo con otro hombre?”
Ella se rió.
“¿Qué estás diciendo? ¿Es una fantasía tuya?” Preguntó.
“¡Claro que no!” respondí, avergonzado. “Pero hay veces que pienso si te gustaría tener las mismas libertades que me has dado…”
Ella me conoce bien y me sonreía.
“¿Y a ti? ¿Te gustaría darme esas libertades?” preguntó, mirándome con sus traviesos ojos verdes.
“¡Por supuesto que no!” Le respondí, nervioso. “Si tú me engañaras… me rompería el corazón…”
Ella se acurrucó a mi lado, abrazándose a mi pecho.
“¡Ya lo sabía!... pero no tienes que preocuparte, amor. Contigo, yo soy más que feliz…” Me dijo, besando mi mejilla.
“Pero… yo creo que deberías hacerlo. Es lo más justo.” Agregué.
Ella giro, apoyando sus pechos en mi estomago y mirándome a los ojos.
“¿De verdad crees que “lo más justo sería” que yo me acostara con otro hombre?... es decir, ¿Te sentirás feliz al saber que yo, abiertamente, me entregué para que otro hombre toque los únicos lugares que tú has tocado?”
La sola idea me amargó la cara…
“¡Tontito!” me dijo, besándome la punta de la nariz. “Pero tienes razón. Una despedida de soltera no es mala idea… Después de todo, dejaré a todas mis amigas acá.”
Le sonreí.
“¿Y qué harás tú?” preguntó.
“No lo sé. Tal vez, vaya a quedarme con mis padres o algo así…” le respondí.
Ella me miró, pensativa.
“¡No lo creo! Pienso que deberías tener un último noviazgo…” sentenció ella.
“¿Un último noviazgo?” pregunté, sin entender.
“Pues sí. Tienes 4 novias e imagino que debe haber alguna que te guste más que el resto…” dijo ella, estudiando mis ojos.
“Marisol, ¿Cómo me dices eso?” pregunté, pensando que era un disparate.
Pero ella me miraba como si sus palabras tuvieran sentido.
“¡Marco, te vas a casar con la primera novia que has tenido! No quiero que después de algunos años, pienses que nunca tuviste un noviazgo o una vida de soltero, aparte de mí.”
“¡Pero lo mismo puedo decir yo de ti!” respondí.
“Mi caso es diferente: yo me voy a casar con mi Urashima sempai, que siempre fue mi sueño y no necesito a nadie más. Así que haremos lo siguiente: invitaré a todas ellas y a mis amigas a una despedida de soltera, que será más bien, un “baby shower” y tú invitaras a una de ellas a tu despedida de soltero. No lo sabré, hasta que note su ausencia, ¿Te parece bien?” me propuso.
“¡No lo sé!” le respondí. Yo tenía mis dudas…
Pero aquí estábamos, subiendo las escaleras para el departamento...
“Marco, ¿A qué te refieres con que soy el padrino de la boda?” preguntaba Pamela, bastante nerviosa al subir las escaleras. “Marisol ya escogió a Amelia como su madrina…”
“En realidad, las quería a ambas como madrinas, pero como no sabíamos si atenderías a la ceremonia, designó a Amelia. Pero a lo que me refiero es que tú eres lo más cercano a un padrino que tengo y por lo general, los padrinos organizan las despedidas de soltero…” le respondí.
Ella me tomó el brazo.
“Marco, ¿No me estás llevando a un cuarto lleno de tus amigos, para que me vean desnuda, cierto?” preguntó preocupada.
“¡No, Pamela!” le dije, tomando su mano y mirándola con calidez. “¡Te llevó a ti para que veamos junto a mis amigos a otra chica desnudarse!…”
“¡Estás loco!” dijo ella, empezando a bajar la escalera.
La tomé por la cintura y la besé.
“¡Confía en mí!” le dije.
Se abochornó y me dejó llevarla al departamento sin más reproches.
Llegamos a la puerta y estaba muy asustada. No sabía que le esperaba adentro, pero se conformaba que estuviera a su lado. Sabía que en el fondo, yo la protegería…
Entramos al departamento amoblado y éramos las únicas personas. Lo había arrendado especialmente por esa noche.
“¿Qué está pasando aquí?” preguntó, bien preocupada.
“¡Pamela, te presentó a todos mis amigos más cercanos!” le dije, sacando mi chaqueta.
“¿De qué hablas?... ¡No hay nadie!” preguntaba ella, maravillada al ver que estábamos solos.
“¡Estos son todos los amigos que me quedan de la universidad!”
Ella se volteó y me sonrió con tristeza.
“¡Tonto!” me dijo ella, empezando a llorar. “¿Cuándo me vas a perdonar?”
La abracé y la besé.
“¡Te perdoné hace mucho tiempo, corazón!” Le dije, secando sus mejillas. “Pero realmente, esto es mi despedida de soltero…”
La abrazaba en la cintura y la miraba profundamente a sus ojos. Ella sabía que pasaría algo mágico esa noche…
“¿De qué hablas, Marco?” preguntaba, cautivada con mi mirada.
Con mucho nerviosismo, me puse de rodillas, le tomé la mano y le dije.
“Pamela, ¿Aceptarías por esta noche ser mi novia?”
Ella estaba impresionada.
“¿De qué me hablas?”
“Prometo amarte a ti y a nadie más que a ti, por el resto de la noche. ¿Aceptarías ser mi novia?”
Ella sonrió y me besó.
“¡Tonto!... claro que te acepto…” dijo, poniéndose a llorar.
Nos sentamos en el sillón, abrazándonos. Mi cortejo iba a empezar muy, muy despacio.
“¿Por qué… me has pedido eso?” preguntaba ella, sin parar de besarme.
“Porque nunca he podido ser tu novio completamente. Siempre termino pensando en Marisol, pero no lo haré, por esta noche…” le respondí, acariciándola.
A ella le agradó la idea…
“¡Marco, yo te amo!” me decía ella, abrazándome con fuerza.
Yo la acariciaba. Por esa noche, ella sería la única mujer de mi vida.
“Marco… ¿Crees tú que… entre tú y yo… habría resultado?” preguntó, abrazándome.
“¿Qué pregunta es esa?” le dije, besándola en los labios. “Eres dulce, tierna, bella… tienes tu carácter bien formado… ¿Por qué no habría funcionado?”
Ella sonreía.
“¡Eres el único que me dice eso, en lugar de hablar de mis pechos o de mi culo!” respondía ella, muy complacida.
“Bueno… también está eso…” agregué, riéndome.
“¡Tonto!” me dijo ella, besándome.
Empecé a desnudarla despacio. Quería disfrutarla. Perderme en su aroma. Y ella se dejaba…
“Yo pensé… la primera vez… que lo íbamos a hacer… ¡Y me la metiste por detrás!” me decía, riéndose.
“Bueno… en mi defensa… tú dijiste que te la metiera… no dijiste donde…” le respondía, besándola.
Nos reíamos, pero de a poco, íbamos subiendo los ánimos.
“Al principio… pensé que eras otro baboso… que le gustaban mis tetas…” me respondía, abrazándome. “ Y cuando me la metiste en el culo… pensé que siempre te iba a odiar…”
La besaba, acariciando suavemente sus pechos.
“¿Hasta cuando le dices tetas?”
Ella se sonrojaba.
“A mí me gusta… cuando les dices “pechos”… por eso, siempre lo hago.” Confesó.
“¡Tonta!” le dije, besándola.
Ya empezábamos a desabrochar su falda y mi pantalón, el uno al otro.
“Pero nunca pensé… que se sintiera tan bien… recuerdo que… aunque me dolía… te preocupabas… y te tratabas de contener… en ese momento, me di cuenta que me gustabas…” me dijo ella, desabrochando mi camisa.
“Pues… tú me empezaste a gustar… cuando te tuve que lavar… me preguntabas por qué te odiaba… y me sorprendiste cuando dijiste que querías llamar mi atención…” le respondí, sacando su polera.
Nos besábamos con mayor pasión.
“Te empecé a amar… cuando te fuiste… me quería ver bonita para ti… para que me quisieras…” me decía ella, tratando de liberar mi pene del bóxer.
“Yo te empecé a amar… cuando me empezaste a mentir… cuando me decías que no me querías… y me besabas tan rico…” le dije, desabrochando su sostén.
“Marco, ¿Me perdonas por ser tan tonta?” me preguntaba, incrustando mi pene en su rajita.
“Si tú me perdonas haberte molestado tanto…” le respondí, empezando a bombearla despacio.
“¡Tú no me molestabas!” me decía, empezando a suspirar. “¡Yo te amaba y no quería que te dieras cuenta!”
“¡Pues lo hacías bastante mal!... ¡Lo notaba por tus gestos!” le respondía, tomando más ritmo.
“¡Ay!... ¡Qué malo eres!... ¡Quería odiarte, pero tú insistías e insistías!...” decía ella, empezando a sacudirse también.
“¡Que mentirosa eres, Pamela!... ¡Cuando hacíamos el amor… tratabas de convencerme que no te gustaba!” le decía, subiendo cada vez más la intensidad.
“¡Ay, no!... es que… no quería que supieras… cuanto me gustaba… sentirte dentro…” decía, sacudiéndose más rápido.
“Pues… yo sabía que te gustaba… lo notaba en tu cara…” le respondía, disfrutando de su agarre.
“¡Ay, si!... ¡Lo recuerdo!” me decía, besándome intensamente. “Trataba de engañarte… pero me mirabas… y me volvías loca…”
Sentía el flujo de sus jugos, tras los múltiples orgasmos que tenía.
“y te lo decía… y te lo decía… y te negabas… una y otra vez…” le decía, bombeando a toda potencia.
“¡Ay!... es que eras… ¡Ay!... tan rico… que no quería… que me dejaras… quería sentirte… ¡Ah!... todo el tiempo… dentro mío…” respondía ella, aguantando el placer.
“¡Eres muy tonta… Pamela!... a mí me encanta… estar dentro tuyo…” le decía, besándola con locura.
“¡Lo sé!... ¡Lo sé!... y ahora… me vuelves loca… cuando me la metes… ¡Te amo tanto, Marco!…” Me besaba, sacudiéndose frenéticamente.
“¡Yo también te amo, Pamela!” la abrazaba, corriéndome en su interior, pero a pesar de todo, me seguía sacudiendo.
“¡Ah!... y esa vez… que me hiciste el amor… y me llenaste con tu leche… supe que no querría a nadie más… llenándome como tú…” me besaba, completamente apasionada, con su saliva dulce y lujuriosa.
Nos quedamos esperando para despegarnos. Ella me sonreía.
“Siempre te quedas… atrapado en mí… ¿Cierto?”
“¡No es una mala prisión!” le decía, sonriendo.
“¡Tonto!” me decía, besándome.
“Pamela… siendo sincera…” le dije, aunque tenía mis dudas.
“¿Sí? ¡Dime!” preguntó ella.
“¿Tú… te habrías casado… con alguien como yo?”
Esa pregunta la abochornó.
“Marco, ¿Qué locura dices?” me decía, tratando de no mirarme a los ojos.
Sin embargo, era algo que necesitaba saber.
“Pamela, yo sé que no estoy en tu liga… y probablemente… de no ser por Marisol, nunca habríamos podido hacer algo como esto… por eso te preguntó a ti… si otro chico como yo… te hubiera pedido matrimonio… ¿Te habrías casado con él?”
Ella me acarició el rostro.
“¡Tonto!... si un chico como tú me hubiera pedido matrimonio… por supuesto que le habría dicho que no…” me respondió.
“¡Oh!” exclamé, algo triste.
Ella me miraba con atención…
“Sin embargo… yo no creía en el matrimonio… ni mucho menos en que alguien me amara de verdad… además, soy bastante joven… y me quedan varios años por vivir…” y tomando mi cabeza, para que la mirara a los ojos. “ Pero si hubiera llegado a esa edad, donde las chicas se desean casar… me habría gustado casarme con un tío como tú…”
La empecé a besar.
“¡No lo sé, Marco!… con alguien como tú… me siento poderosa… protegida… ¿Sabes?...” yo empezaba a comerle los pechos. “Me haces sentir… como si fuera la mujer… más hermosa de la tierra… ¿Me entiendes?”
“Si, te entiendo” le decía, besando su cuerpo.
“Y me amas tanto… no sólo por mi cuerpo… ¡Ah!... y sabes cómo tocarme… para ponerme caliente otra vez…” me explicaba.
Mis manos recorrían su cuerpo entero…
“Si un chico como tú… me hubiera dicho… que me encantaría sentir su pene… en mi culo… no le habría creído…” decía ella, acomodándome en su trasero.
“¡Ya veo!” le dije yo, dejándola actuar.
“Porque… tú sabes… a mi no me gustaba… que me la metieran así…” decía ella, meneando la cola.
Yo me mordía los labios… aunque se lo he hecho un montón de veces, sé que no me lo merezco.
“Y si me hubieran dicho… que la tienen gruesa… como tú… pues… no les habría creído…”
“¡Si!... ¡Ahora te entiendo!” le decía yo, agarrándole los pechos.
“¡No es nada… personal, Marco!... ¡Tú lo sabes!... Pero todos me han dicho… que saben hacerlo bien… y me engañaban… ¡Ah!... y si un chico como tú… se hubiese acercado… nunca le habría creído… que me haría ver estrellas… por romperme el culo… ¿Sabes?”
“¡Si… Pamela!... ¡Si lo entiendo!” le decía, penetrándola con más fuerza.
“¡De verdad… Marco… no te pongas triste!... aunque me hubiera… ¡Ah!... asegurado… que me follaría… ¡Ay!... tan bien como tú… no le habría creído… ¡Ah!... y mucho menos… me habría casado… pero los años pasan, Marco… y te das cuenta… que en el fondo… te vuelves una mujer… que le gusta que la follen bien…” me respondía meneándose como loca.
Me empecé a correr en su interior y notaba como ella se relajaba.
“Por eso… Marco… estoy agradecida de Marisol… me ha abierto los ojos… y ahora sé… que no todos los hombres son iguales… y que el sexo anal… es rico… si el que lo hace… lo amas tú también…” me dijo, besándome apasionadamente.
Nos acostamos en la cama y nos quedamos mirándonos un buen rato.
“¿Sabes, Pamela?... por más que lo pienso, creo que tú habrías sido mi pareja perfecta.” Le dije.
“¡Tonto!” me decía ella, acariciando mi cara. “¡Lo dices porque te gusta hacerme el amor!”
La besé.
“¡Te equivocas!... eres tan inteligente, tan madura y tan aterrizada, que pienso que habríamos encajado…” le dije, acariciando sus cabellos cortos.
Ella se conmovió.
“Hay días que envidio mucho a Marisol…” me confesó, acongojada. “Ella te encontró, te besó y fuiste solamente de ella. En cambio yo he besado a muchos y solamente te encontré a ti ahora, cuando Marisol se va a casar y vas a ser un excelente padre…”
Le acaricie las mejillas y le dije.
“A veces, la vida es injusta…”
Hicimos el amor un par de veces más y nos sorprendió la mañana, abrazados, el uno al otro, con nuestros cuerpos desnudos.
“Cuando aparezca el sol, no seré el único amor de tu vida, ¿Cierto?” Me preguntó, contemplando al igual que yo la pronta llegada del nuevo día.
“¡No, corazón!” respondí, muy emocionado.
“Marco… entonces… aprovecharé de decirte… que si me hubieras propuesto matrimonio… y nos hubiéramos conocido… como nos conocemos ahora…” dio un suspiro, se volteó y me miró. “Que yo te hubiera aceptado… y habría sido muy feliz, teniendo muchos hijos contigo… no me hubiera importado ser pobre o ser rica… o si alguien más te hubiera mirado… porque sé que tú me habrías sido fiel… si yo te lo hubiera pedido… y habría sido muy feliz… con sólo estar a tu lado…”
“¡Pamela!” le dije, poniéndome a llorar y empezamos a hacer el amor, una vez más…
Hasta que apareció el astro rey y esa mágica noche de verano se desvaneció… junto con mi tercera relación.
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