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Seis por ocho (97): Mi primer quiebre




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Compendio I


Confieso que no me lo esperaba. Francamente, la seguía queriendo, pero ella sabía bien que lo nuestro no tenía un futuro feliz.
Ella era lo suficientemente madura para reconocer que había perdido, pero no por eso, había dejado de amarme.
“¡Aun te quiero, Marco, no pienses mal!” me decía ella, con tristeza. “¡Has sido el que me ha hecho más feliz, pero también sé que quiero más!… y quiero mucho a Marisol para quitártela…”
Yo estaba sorprendido.
“¡Es la primera vez que rompen conmigo!” le confesé.
“Bueno…” dijo ella, dando un suspiro. “Aun me gustas… y no niego que me excitaría la idea… de que realmente fuera tu amante…”
Sonreí.
“¡Eres muy extraña, Sonia!”
Notaba su excitación.
“Es que ser novios está bien… pero sé que no me tratas igual como a Marisol… y ¡No sé!… encuentro que ser tu amante es mucho más sensual, ¿Sabes?”
Yo sonreía, bien confundido.
“¿Entonces… no estás rompiendo de verdad conmigo?” pregunté.
“¡Oh, sí estoy rompiendo contigo de verdad!” me dijo ella, tomando un trago. “¡No quiero que te quedes el fin de semana entero, viendo películas y acurrucándonos!... ¡Por supuesto que no!... simplemente, quiero sexo… sexo salvaje, entre amigos…”
Yo me reía. Notaba que me estaba diciendo la verdad, viendo la tristeza de sus ojos, pero era su manera de lidiar con nuestra situación.
“Marco, eres mi mejor amigo… y no quiero engancharme contigo, si sé que no te quieres casar…” me confesaba ella. “ A mí me gustaría ser tu único amor, pero sé que amas a Marisol… no estoy negando que me amas… el hecho que digas que me haces el amor me hace feliz… pero tú sabes… yo quiero más…”
Le tomé la mano, al ver que estaba muy colorada.
“¿Qué me estas pidiendo, entonces?” pregunté.
“Pues… tener solamente sexo…” confesó, muy avergonzada. “Tú sabes… yo antes era feliz con mis consoladores… pero como lo haces tú… ¿Me entiendes?”
La besé y sentí como se relajaba. Aun le gustaban mis besos…
“Sigues siendo mi mejor amiga…” le dije, reacomodando sus lentes.
Ella estaba alelada…
“Bueno… me gusta ser tú amiga con ventaja…” me respondió.
La empecé a desvestir, sin embargo, la puerta de la casa se abrió.
“¡Qué bonito!” dijo, al vernos. “¡Te hace llorar todas las noches y aquí estás, a punto de acostarte con él, otra vez!”
“¡Elena!” exclamé sorprendido.
Nos volvimos a arreglar, mientras ella nos juzgaba con la mirada.
“¡No sé que tanto le ves!... es un tipo tan escuálido…” dijo, llevando los paquetes a la cocina.
“Bueno, Elena, es que no lo conoces tan bien como yo…” le respondió, avergonzada.
“No niego que es bueno en la cama… pero no es tanto para que llores por las noches.” Elena lo decía con un tono despectivo.
“¿Estas llorando por las noches?” pregunté, bien sorprendido.
“Pues si… quiero romper contigo… pero me sigues gustando mucho…” confesó.
“¡Gustando!” dijo Elena, como si se burlara. “¡La sigues poniendo caliente!”
“¡Elena!” le reprendió.
“¡Es verdad!” replicó Elena. “¿No le has contado que me has acompañado?”
“¡Claro que no!” respondió Sonia, bien roja.
Sentía que Elena me miraba con algo de desprecio.
“Si te hace llorar, es lo mínimo que se merece…” le dijo, mirándome con odio. “¡Ella me ha acompañado por las noches!”
Yo estaba boquiabierto y Sonia trataba de no mirarme.
“¿Con los del aseo?” pregunté.
Elena asintió.
“Y han estado bien contentos… Sonia es bien guapa…” respondió, sonriendo a su amiga.
“¡En realidad, no me ha gustado!” dijo Sonia. Elena sonreía bien entretenida, mientras que su amiga trataba de explicar lo inexplicable. “Tú mismo dijiste que fue algo injusto lo que le pedimos… y como somos buenas amigas, quise ayudarla…”
Sentí envidia por los del aseo. Las 2 tienen sus encantos y si estaban dispuestas a coger…
“El problema es que ellos quedan agotados y ella sigue con ganas de más…” dijo Elena, preparándonos algo de té. “Están bien felices…”
Yo miraba mi taza con desconfianza…
“¡Eso fue sólo una vez!” dijo, tomando la mía y dándole un sorbo, al ver mi desconfianza. “Como sea, ella estaba muy triste y se sentía sola, así que le propuse que viviéramos juntas…”
“Pero ustedes no se simpatizaban…” exclamé, mirando a Sonia.
“Bueno, luego de tanto conversar… nos dimos cuenta que tenemos muchas cosas en común…” dijo, con bastante vergüenza.
No me sorprendía. Ambas eran putas, de diferente tipo, claro…
“Pero ella está muy enganchada contigo. Le dije que lo mejor que podía hacer era romper, si sabe que no le va a llevar a nada bueno…” dijo ella, tomando un sorbo de su tazón.
“¡Es que no es tan fácil!” Explicó Sonia. “¡Sus besos son bien ricos!”
“¿Y eso qué? Muchos chicos besan bien…” le respondió, sin darle mayor importancia.
Yo ya tenía mi trabajo de titulación corregido. Habíamos quedado en que no seriamos novios, sino amantes. Era cosa de ponerme de pie y despedirme y todo seguiría bien…
“¡Hazlo por mí, para que vea!” me decía Sonia.
“¡No veo para qué!” gruñía Elena. “Ya lo hicimos una vez y no fue tan bueno…”
“¡Si, pero la otra vez lo obligaste!” le respondió, con una mirada llena de anhelo. “Cuando él lo hace… te sientes hermosa… deseada...”
“¡Te sientes caliente, tonta!” Exclamó Elena, con sarcasmo duro y brutal.
De alguna manera, todas estaban empezando a pensar como Marisol… y yo estaba incomodo…
“¡Marisol me pidió que no lo siguiera haciendo!” traté de excusarme.
“¡Anda, sólo una vez más!” Me pedía Sonia. “Para que me crea y me deje tranquila…”
“De verdad… ya tengo suficiente y no necesito más…”
“¿Tienes “suficiente”? ¿De qué hablas?”
“Tengo 5 mujeres y no necesito más…”
Elena se rió de buena gana.
“¡Si que eres vanidoso!” me decía, sin parar de reír a carcajadas. “¿Piensas porque la otra vez me sorprendiste, me vas a enganchar también?”
“¡En realidad, eso quiero evitar!” le respondí, tratando de hacerla desistir.
Elena se reía sin poder respirar.
“¡Esta bien, Sonia! ¡Le daré una segunda oportunidad!”
“¡Oye, pero si ya dije que no!…” protesté.
“¡Anda, Marco!… aunque sea un beso…” Me pidió Sonia. “Después de todo, sé que te gusta Elena…”
Elena se puso más soberbia…
“¡Eso no es cierto!” le respondí, avergonzado.
“A lo mejor no te gustaba, pero te ponía caliente… cuando nos encerrábamos en el baño, lo hacías mucho más intenso…”
“¿Así que te gusto?” me dijo, dándome una mirada bien seductora. “Apuesto que le tenías envidia a Nicolás. A lo mejor, llegabas a tu casa y cogías a tu novia, pensando que lo hacías conmigo…”
“¡Por supuesto que no! ¡Yo amo a Marisol!” Le respondí, bien enojado.
“Entonces, bésame como dice Sonia…” me desafió. “Si la amas tanto como dices, no creo que tú te termines enganchando…”
“¡Hazlo, Marco! ¡Es sólo un beso!” Sonia me miraba suplicante. “Ella no cree que tus besos son tan buenos…”
Di un suspiro y me resigné. Después de todo, era un simple beso…
Elena me sonreía hasta el último segundo, con bastante incredulidad. Metí mi lengua en su boca y en realidad, no besa mal. Su saliva no es muy dulce, pero sigo prefiriendo los labios con sabor a limón de Marisol.
Estuvimos besándonos medio minuto. Le saqué la respiración, la acaricie suavemente y me dejé llevar.
Cuando terminamos, pude ver que la soberbia había bajado.
“Bueno… no besa mal… pero he tenido mejores…” dijo Elena, limpiándose los labios.
“¡Pero no la beses así, Marco!” protestó Sonia. “¡Dale un beso, como el que me diste esa vez!”
Yo estaba complicado… se refería al beso que Marisol me obligó a darle, tras esa reunión para compartirme…
“¡Por supuesto que no!” exclamé. “¡Esos besos sólo se los doy a Marisol!”
Sonia enrojeció.
“¿Solamente… a ella?” me dio una leve sonrisilla. “¡Esa boba!... ¡Pero Marco, hazlo por mí!... desde que me diste ese beso, no me lo puedo quitar de la cabeza…”
Ya estaba frito. Hice la paz con mi destino… no me dejarían, hasta que lo hiciera.
“¡De acuerdo!” le respondí.
Miré a Elena a los ojos y se sorprendió con la seguridad de mi mirada. Aspiré bien profundo, la abracé por la cintura y la besé.
Me agarré con fuerza a su cintura y trató de resistirse, pero cuando mis manos empezaron a subir y bajar, acariciando suavemente su cuerpo, se fue entregando de a poco y se aferraba con fuerza a mis hombros.
Absorbía su aroma, mientras mis manos acariciaban sus cabellos. Sus ojos estaban diáfanos y mi lengua bebía su saliva, como si fuera un jugo.
Tuve que resistirme un poco, porque ella quería continuar.
“¡Ahora te entiendo, Sonia!” dijo Elena, bien agitada y con una mirada de caliente. “Un beso de esos te pone de ganas…”
“¿Lo ves?” Decía ella, bien contenta. “Y cuando te hace el amor, es incluso mejor…”
“¡Sonia, dijiste que solo un beso!” protesté nuevamente.
“¡No creo que a Marisol le moleste!” me respondió. “¡Sólo hazlo como lo haces conmigo y puedes volver a casa hoy!”
“Podría irme a casa ahora si quisiera…”le dije, bien desafiante.
“Si, Marco… pero tú no eres malo…” me mostró a Elena. “¡Mírala!... ¡Quiere probar algo rico!...”
“¡Sonia, no es necesario!” le respondía con más temor. “¡Ahora te entiendo! y es verdad… él besa muy bien…”
Sonia se reía.
“¿No decías que “no querías engancharlo”?” la desafiaba. “¿Será que te dio miedo a que te enganches también?”
“¡Por supuesto que no!” decía, con temor en la mirada. “Pero él no quiere… y no podemos obligarlo…”
Sonia me miró con sus lentes, examinando lo profundo de mis pensamientos. Era uno de esos momentos en que odiaba que me conociera tan bien…
“¿De verdad me estás diciendo que Elena no te excita ni siquiera un poquito?”
Cerré mis ojos…
“¡A veces, eres muy odiosa, Sonia!” le respondí.
La empecé a besar y desvestir. El beso que le había dado antes había aniquilado toda señal de orgullo y francamente, era plastilina en mis manos.
Sus pantalones salieron complicados para sacarlos, pero una diminuta tanga negra me recibía, al igual que un sostén blanco, de encaje dejaba ver sus pezones y le levantaba el busto, bajo su camisa blanca.
“¡No, Marco!... ¡No, Marco!... ¡No me toques así!... ¡Ah!” decía Elena, mientras le acariciaba sus pechos.
“¡Tienes que aguantar, Elena!” le decía Sonia, muerta de la risa “¡Cuando él lo hace, no te deja en paz hasta que te terminas corriendo!”
Busqué en mis bolsillos un paquete de condones, pero Sonia me dijo que no.
“¡No te preocupes!” me decía. “¡Solamente nos hemos tomado la pastilla y aun no quedamos embarazadas!”
“¡Si, Marco!” decía Elena, besándome bien caliente. “¡Además, quiero sentir cuando te corras!”
Recordé la vez que descubrimos a “Amelia”, como la vi con el trasero al aire, llena de semen… quería llenarla con mis jugos también…
“¡No… lo hagas… tan fuerte!... ¡Me vas… a partir!” me decía Elena, mientras la bombeaba con fuerza.
Sonia, en cambio, estaba masturbándose al lado nuestro, con un tremendo consolador.
“¡Si… méteselo… con fuerza!... ¡Ah!”
Mi pene entraba y salía con facilidad, pero no por eso dejaba de ser rico penetrarla.
“¡No me muerdas!... ¡No me muerdas!... ¡No me chupes así… mis pechos!... ¡Ah!” me pedía, mientras se corría, pero no podía complacerla.
En el trabajo, Elena nunca me había mirado. Recuerdo que una de las razones por las que más odiaba a Nicolás y los otros era porque todos sabíamos que se la comían… y aquí la tenía, jadeando como yegua en celo, mientras la bombeó como loco.
“¡No metas… tus dedos ahí!... ¡Sácalos!... ¡Sácalos!” me pedía, pero ya estaba calentando motores. Ese culo sería mío también…
“¡Anda, Marco!... ¡Córrete!... ¡Me tienes tan caliente!...” me decía, babeando de placer.
“¿Tan pronto?” pregunté. Apenas llevábamos 15 minutos…
“¡Ay!... ¡Es que Nicolás… siempre se corre antes!... ¡Todos se corren antes!... ¡Por favor, me estás matando!” me suplicaba.
“Oye… pero si recién estoy empezando… a sentirme bien…” le decía, agarrando su cintura, mientras veía sus pechos balancearse.
Ella, en cambio, sacudía sus caderas con violencia y sus ojos eran de una poseída.
“¡Está dura… y tan caliente!... ¡Marco, ya no juegues!… ¡Córrete de una vez!...”
Sonia también estaba respirando bien agitada…
“¡Elena… tienes que aguantar!... ¡Ah!... ¡Marco lo hace así!...” se reía, entre caliente y divertida. “ ¡Te corres varias veces… antes que él acabé!”
“¡Sonia… mi pecho late muy rápido!” le decía Elena, babeando de placer. “¡Me va a matar!”
“¡Ya, ya!” le decía yo, agarrándole los pechos. “¡Me falta un poco más!”
Elena lloraba.
“¿Un poco?... ¡Por favor, córrete!” me suplicaba.
“Lo siento, Elena… pero ahora me demoro mucho…” Le expliqué a Elena, algo avergonzado. “A veces, lo hago 3 o 4 veces seguidas en la noche… y como te digo… mis otras mujeres me exigen bastante…”
“¡Córrete!... ¡Córrete!” decía ella, golpeando la pelvis con la mía, pero aunque se meneaba de una manera sensual, ya no me hacía tanto daño.
“¡Pamela… ya no está viviendo con nosotros!” le conté a Sonia, mientras se seguía masturbando.
“¿No?... ¡Ah!... ¿Dónde está viviendo?” preguntaba, mientras se corría.
“¡Esta… viviendo con su mamá!...” le respondí, sintiendo las primeras señales de que me iba a correr. “¡Le fue bien… en la prueba… y la aceptó de regreso!”
“¡Qué bueno!... ¡Cuando vino… me contó que la había echado!”
“¿Cómo pueden… hablar de eso… ahora?... ¡Marco, córrete… de una vez!” nos reprendía Elena.
Me afirmé a sus caderas.
“¡Listo, Elena!... ¡Me voy a correr!... ¡Me voy a correr!”
“Si… ¡Córrete!... ¡Córrete!... ¡Ah!... ¡Tienes tanta leche!... ¡Ah!... ¡Estás tan adentro!... ¡Me estás llenando entera!”
Me aferré, hasta botar el último resto de mis jugos. Elena colapsó encima de mí.
“¡Oye, no te duermas!” le dije. “¡Quiero metértelo por detrás!”
“¡Tienes… tanta leche caliente!” me respondía, aun baboseando.
Ella estaba deshecha, pero quería romperle el culo.
“¿Y cómo ha estado Marisol y sus bebes?” preguntaba Sonia, tras reponerse del orgasmo.
“Bastante bien. Le han crecido los pechos y casi no tiene mareos.” Le respondí, mientras me despegaba de Elena.
“¡Te extrañaba mucho!” me decía Sonia, besándome en los labios.
“¡Yo también!” le respondía, mientras forzaba la entrada en el culo de Elena.
“¡No!... ¿Quieres… más?” preguntaba ella, aun cansada.
“¡Tienes un trasero bonito y no creo que tenga muchas oportunidades de probarlo!”
“Pero… ¿Cómo?... ¡Ah!... ”Dio un gemido ahogado, mordiendo la almohada. “… ¡Todavía la tienes dura!...”
Sonia me sonreía y me miraba bien caliente.
“Marco… después… ¿Lo haces conmigo?”
“¡Por supuesto!...” le respondí, besándola. “¡No somos novios, pero aun somos amantes!”
“¡Mi culo!... ¡Mi culo!...” exclamaba Elena.
Mientras se lo rompía sin misericordia y ella gemía sin parar, besaba y masturbaba a mi mejor amiga, conversando del trabajo y de cómo habíamos pasado las fiestas.
Cuando me corrí, Sonia me esperó a que me descargara, para que después siguiéramos conversando. Me contó que mi trabajo de titulación no tenía muchos errores y me felicitó.
Cuando me pude despegar, Elena ya estaba durmiendo.
Empecé a besar a mi amiga, removiendo su falda de cuero y su polera. Un sostén blanco solitario me recibía.
“Tú sabes… malos hábitos no mueren rápido…” me decía ella, mientras contemplaba su rajita desnuda.
“¿Y así querías romper conmigo?” le pregunté.
“Bueno… quería un último polvo de consolación…” me dijo, mordiendo su labio superior, al sentir mi vara.
“¿Y estás segura que quieres sólo esto? ¿Nada de citas ni ver películas?”
Ella sonreía, mientras movía sus caderas.
“¡No!... si hago eso… quiero hacerlo con un novio… pero necesito tener buen sexo… un día a la semana.”
“Si, pero Sonia… ¡Yo te quiero!” le dije, acariciando su rostro “Y cada vez que lo hacemos, yo te hago el amor…”
Ella se reía, disfrutando tenerme dentro…
“Si, Marco… ¡Lo sé!... pero lo encuentro más excitante… es como si le mintiéramos a Marisol…” me decía ella, meneándose bien caliente.
“Si… pero tú sabes que le cuento todo a Marisol…” le respondí, algo triste.
“¡No sé, Marco!... tal vez, a ella le guste…” me decía, corriéndose por primera vez. “ A mí me excita… me hace sentir como una puta…”
“Si, pero a ti siempre te ha gustado que te digan “puta”… “le dije, besándola y acariciando sus pechos.
“¡Y ahora soy una puta!... una de verdad…” me respondía, lamiendo su labio con deseo.
“Sí…” respondí yo, bombeando algo triste.
“¡Marco, no te pongas así!...” me decía Sonia, algo enojada. “¡Te acuestas… con Pamela, con la hermana de Marisol… con su mamá… con ella y conmigo… ¿Y te pones triste porque yo soy una puta?”
“¿Pues qué quieres que te diga?... ¡Me da algo de celos!”
“¡Ay, Marco!” me respondía, abrazándome fuerte.
Aunque ha pasado el tiempo, igual disfruto de hacerle el amor a Sonia. Siempre la veía tan seria, linda e inalcanzable, pero ahora, aquí estábamos, cogiendo como locos.
La notaba más excitada y sus besos eran más calurosos. Probablemente, la calentaba que lo estuviéramos haciendo sin condón.
Sabe que no me interesan mucho sus pechos, pero le gusta que acaricie sus nalgas. Son suaves, delicadas y finas. Su piel es sedosa y sus muslos son tersos y bonitos.
“¡Me vas a llenar… al fin!” decía ella, al sentirme dentro. Me besaba, para calentarme más
Me alegraba que pudiera sentir esa extraña sensación de atravesar su cérvix. Seguía apretando bien rico…
“Sonia, ¿Estás segura?” pregunté. “¿Si te embarazo?”
Sabía que era tarde, pero no por eso dejaba de preocuparme…
Ella me besó.
“¡Tonto!” me decía, sonriendo bien contenta. “Si me embarazas, no pasara nada grave… sé que quieres a Marisol y que te harás responsable de mi y del hijo que tengamos, pero… ¡Mírame!... ¡Yo te quiero dentro y yo te estoy pidiendo que te corras en mí!”
Estar dentro de ella era agradable y me sentía relajado, al igual que ella. Éramos amigos, nos teníamos confianza y nos queríamos.
Era como si fuera tan obvio, que por ser estúpidos, no lo habíamos hecho antes…
“¡Te siento!... ¡Te siento!... ¡Ay!... ¡Me estás quemando!...” exclamaba ella, mientras me corría en su interior.
“¡Eso fue delicioso!” le dije yo, abrazándola.
“Si, deberíamos hacerlo otra vez…” me respondió y me besó con tristeza.
Vi una lágrima en su mejilla. Al parecer, ella ya lo sabía, aunque no lo habíamos conversado...
No me sorprende. Es mi mejor amiga… y probablemente, la única que me conoce tan bien como Marisol…
Volví a casa y todas se sorprendieron. Amelia estaba especialmente contenta, porque pensaba que lo había hecho por ella.
Sin embargo, en la noche, acostados con Marisol, le conté lo ocurrido…
Pensé que se volvería a enfadar, pero se notaba un poco más excitada.
“¿Así que Sonia rompió contigo y es tu amante?” me preguntó, mientras besaba mi pecho.
“¡Pensé que te enojarías!” respondí, sorprendido.
“¡Es que tiene razón!... ¡Es excitante!” decía ella, con lujuria.
“¿Por qué? ¡Tú sabes que ella me ama y ella sabe que yo te amo!”
“Si, Marco… ¡Lo sé!... pero es tu mejor amiga y te acuestas con ella…” me besaba de una manera apasionada. “ Y la amas, pero aun prefieres venir a acostarte conmigo…”
Yo no podía estar más confundido.
“¡Pero lo mismo se puede decir de ella!…” exclamé.
Se ponía más y más caliente…
“¡No me digas eso!...” me besaba, quitándome el aire de los pulmones. “ ¡Sólo de pensarlo, me mojo!... ¡Le estamos poniendo los cuernos… a Sonia!”
Y de alguna manera, pude entender por qué Marisol lo hacía: era la idea que engañaba a mis amantes, con ella…
Mi ruiseñor es tan especial…


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