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Compendio I
Confieso que ha sido difícil redactar esta parte de mi bitácora. Principalmente, porque me siento responsable y creo que fue mi culpa.
Hemos conversado con Marisol los días libres que me quedaban y trataba de convencerme para que lo narrara. Cuando volví a faena, me dijo que yo mismo lo decidiera, que en el fondo, nadie me estaba obligando, pero que le gustaría que lo escribiera.
Me dijo que todo eso quedó en el pasado y que todos lo hemos superado. Que incluso a Amelia le gustaría que lo contara, pero a mí me causa remordimientos.
No es que le haya pasado algo a la hermana de Marisol, para que no se asusten. Sólo es que para mí, esa experiencia fue un recordatorio de que no podía resolver todo con mis manos.
Ese lunes, estaban todas algo tristes de escuchar que Pamela se había quedado con su madre.
Verónica trataba de mostrarse alegre, porque sabía que el amor de una madre era mejor que el que ella podía darle, pero no podía dejar de extrañarla, ya que durante el último tiempo se había vuelto muy afectuosa.
Marisol lo tomaba con madurez. Sabía que era su mejor amiga, pero era algo que Pamela siempre le había envidiado y aunque no volvería luego, trataba de conformarse con la idea que estaba más feliz.
Amelia era la más alegre. Había perdido a su compañera de habitación, pero al menos, podría disponer de mayor atención mía.
Incluso Violeta estaba triste. Le tenía un dibujo preparado, donde Pamela aparecía muy sonriente con su diploma.
Me pareció extraño que no me hiciera cumplir mi palabra. No quiero pensar que lo que ocurriría había sido planeado de antes. A pesar de todo, prefiero creer que lo hizo por despecho...
De cualquier manera, la invité, pero ella me dijo que prefería pasar la tarde acurrucada conmigo viendo televisión.
Después de cenar y que se acostara Violeta, nos pusimos de acuerdo para disfrutar la noche. Aunque las 3 me habían extrañado, Amelia me quería para si sola.
Marisol y Verónica no tenían objeciones, ya que era la que más me había extrañado.
Aun tiene unos pijamas con camisas infantiles, pero duerme con ropa interior, para lucir más sensual. Se notaba muy entusiasmada y me besaba y me enterraba sus pechos, para que los acariciara.
“¡Apuesto que los extrañaste mucho!” me decía ella, con una gran sonrisa. Yo los acariciaba y chupaba, como se que le gustan.
A ella le encanta que se los toque, porque soy delicado y los quiero mucho y le gusta sentir mis manos tibias, amasándolas suavemente.
Ella me sonreía, al verme tan contento.
“Marco… ¿Podemos hacerlo sin condón… esta noche?” me preguntó.
“Amelia, sabes bien que pienso…” le dije, tratando de mantener distancia.
“¡Es que no es justo!” protestaba ella. “¡Has estado con Pamela y Marisol estas 2 semanas y más encima, lo haces con mamá sin condón!... y me gusta sentirte adentro… porque eres él que más quiero…”
No podía negarme. Ella es tierna, parecerá una niñita, pero su cuerpo ya es el de una mujer.
Amelia es bien estrecha, húmeda y cálida. La cara que pone es excitante, porque cierra los ojos, aguantando mi intromisión. Imagino que aun le duele, pero le causa placer.
A medida que voy avanzando despacio, preocupado por ella, se estremece como si tuviera escalofríos y se aferra hacía mi, dejándome entrar.
“¡Estás… tan caliente!” me dice, abrazándome con fuerza.
Ella levanta su torso, para poder tocar sus pechos. Le gusta que se los toque y son tan blanquitos y elásticos. Los pellizco, los chupo, los estiro y a ella le agrada que lo haga, arqueándose cada vez más, para entregármelos con mayor libertad.
“¡Marco… me haces tan feliz!... ¡Te quiero!... ¡Te quiero mucho!...” me decía, mientras la bombeaba, como si fuera una niña con su juguete favorito.
“¡Yo también te quiero!” le respondía, abrazándola y besándola.
“¡Dime que me extrañaste!... ¡Anda!... ¡Dime que me querías hacer esto!”
Yo sonreía, sintiendo el calor de sus mamas sobre mi cara.
“Amelia, ¿Cómo no voy a extrañarte?... ¡Eres la más tierna!”
Ella sonreía y se corría, sin parar de sacudirse.
“¿Cierto… que te hago muy feliz?... ¿Cierto… que me quieres por ser así?”
“Si, Amelia… me gusta hacerte el amor…” le respondía yo, mientras me enterraba en sus pechos y se los lamía.
Podía sentir su corazón agitado.
“¡Marco, yo te amo!... ¡Yo te amo!... ¡Demasiado!” me decía, envuelta en éxtasis.
Nos corrimos juntos y nos besamos. Ella estaba muy contenta y se apegaba a mí.
“¡Marco, ahora dame por atrás! ¡Por favor, por favor!” me suplicaba.
“¡Amelia, no tienes que pedirlo así! ¡A mí me encanta tu trasero!” le respondía.
“¡Gracias! ¡A mí me encanta que me lo hagas!”
No hemos trotado en unas 3 semanas, pero su trasero aun sigue igual de tenso, como las primeras veces que lo penetraba.
“¡Ahora voy a tener tu leche por los 2 lados!” me dijo riéndose, sacudiendo su pompa, bien deseosa.
“¡Pues claro!... ¡Eres mi novia!” le dije yo, lo que me respondió con un leve gemido.
“¿Cierto que somos novios?... ¿Cierto que lo que te pida… tú me lo harás?...” me preguntaba.
“¡Si, Amelia!... dentro de lo que es razonable.” Le respondí.
“¿Siempre… me vas a querer?”
“¡Por supuesto!... eres la hermanita de Marisol…” le dije, besando su cuello.
Le agarraba los pechos y finalmente, me corrí en su interior. Nos quedamos un rato acurrucados.
“¿Quieres hacer algo más?”
Ella me sonreía, bien contenta.
“¡No, Marco! ¡Estoy bien!” me respondió. “¡Solo quiero estar a tu lado un rato!”
Yo la besaba y le seguía acariciando sus pechos.
“Marco… ahora con Pamela…” dijo ella, con algunas dudas.
“¿Si?”
“¿Tú… me seguirás queriendo igual?”
“¡Por supuesto!” le respondí. “¿Por qué habría de quererte menos?”
Ella dio un suspiro y la noté incomoda.
“Por lo que me dijiste… lo que Marisol quiere que hagas con mi tía…”
Y entonces, recordé lo ocurrido.
Sentí remordimientos y me obligaría mentirle. Incluso ahora, me arrepiento.
La acaricie y la besé.
“Amelia, tú siempre tendrás un lugar en mi corazón…” le respondí, tratando de calmarla.
“¡Si, Marco!... ¡Lo sé!” me dijo ella, mirándome con sus tristes ojos verdes. “Pero no quiero que tengas que ir a casa de Pamela unos días, luego venir acá y después, ir con Sonia otros días más. Yo te necesito y te extraño y quiero que estés a mi lado.”
La situación estaba tan complicada y de verdad, quería complacerla y la entendía, pero la mentira de Marisol me obligaba a dejarla de lado.
“¡Lo intentare!” le dije.
“Y quiero pedirte otra cosa más…” ella sonrió, al pensarlo. “A lo mejor, si fuéramos novios, no necesitaría pedírtelo…”
“¡Pide lo que quieras!”
“¡Marco… no quiero que te acuestes con más mujeres!” me dijo, bien avergonzada.
“¡Amelia!” le dije, sorprendido.
Ella ya lloraba un poco.
“¡Sé que no debería pedírtelo yo!” me decía, sollozando. “Pero tú también eres mi novio… y no quiero que otras mujeres te amen. Cada día que paso sin ti, yo sufro y no quiero asustarme, pensando que harás cosas con mujeres que no conozco. ¡Por favor, promételo!”
Yo estaba entre la espada y la pared. Realmente, quería cumplirle, pero la situación en casa de Pamela parecía forzarme.
Ella me miraba suplicante y es tan tierna, que no podía rehusarme.
“¡Está bien, Amelia! ¡Te lo prometo!”
Ella sonrió.
“¡Así puedo saber que mi amor es suficiente para hacerte feliz!” me dijo, acomodándose para dormir.
Disfruté de verla dormir, con mi conciencia atribulada. Ella era tan inocente y bonita y confiaba completamente en mí.
Luego me tocó volver a mi habitación.
“¡Te demoraste mucho, amor!” me dijo Marisol.
“¡Si, también te extrañamos!” dijo Verónica.
Siempre empezamos con Verónica, ya que a Marisol le gusta rematar. Mientras se la meto por la rajita, le comemos los pechos y le acaricio los rollitos.
Aunque es excitante este triangulo incestuoso, me preocupa que sigamos haciéndolo después, cuando tengamos los bebes, pero ellas me aseguran que es mientras no nos vayamos al extranjero.
La relación que tienen es extraña. Me piden que les diga que son mis putas y hay veces que me ponen los pelos de punta: se besan de una manera muy sensual, se comen los pechos e incluso, disfrutan de explorar sus orificios. Me sorprende que sean madre e hija y que en el fondo, me digan que me quieren.
Luego de un rato, Marisol coloca su rajita en mi cara para que la chupe, mientras que se besa y acaricia con su madre. Sus gemidos son excitantes y se entierran las lenguas mutuamente.
Después, tengo que hacerle el trasero a Verónica. Marisol aprovecha de pellizcar los pechos de su madre, mientras que le soba el botón. Yo le meto un par de dedos en el trasero, mientras que Verónica le mete los dedos en la rajita.
Una vez que se corre, me toca hacerlo con Marisol. Ella se pone más caliente, porque compite en cierta forma con su madre, pero afortunadamente, Verónica nos deja solos.
Le hago el amor, mirándola en sus hermosos y profundos ojos verdes, la besó y acaricio sus pechos. Ha crecido otro poco más, alrededor de 95cm, pero se nota más madura. La sigo amando, como en el principio y ella lo sabe.
Finalmente, me toca hacerle la cola. Es curioso que sea ella la que me lo pide. Mientras aferro mis manos a su cintura, Verónica me besa y apoya sus pechos sobre los míos.
Quedamos los 3 rendidos y nos acomodamos para descansar.
Aproveche de contarle lo que ocurrió en casa de Pamela. Pensé que le alegraría lo que pasó con Celeste…
“¿Pasa algo?” pregunté, al verla más preocupada que contenta.
No quería decírmelo, porque era un conflicto de interés, pero finalmente, se atrevió.
“¡No, amor! ¡No pasa nada!” me dijo, pero la conozco bien.
La miré a los ojos, para sacarle la verdad. Ella estaba preocupada y aunque no quería decírmelo, tuvo que hacerlo.
“Es que… ya no quiero que sigas haciendo… eso.” Me dijo, finalmente.
“¿De qué hablas, Marisol?” Preguntó Verónica.
“Pues… que ya no quiero que Marco tenga más mujeres…” explicó.
Verónica sonrió.
“¿Por qué no? ¡Mira cómo nos ha dejado!”
“Si, mamá… lo sé… pero… la otra vez, Marco me dijo que si tenía muchas mujeres… podía ser que no nos viera mucho… y no quiero que me deje.”
Era la defensa del sistema antiguo versus mi manera de pensar. Estaba contento. Al menos, nos estábamos entendiendo.
“Bueno… tampoco es para que te pongas así.” Me dijo Marisol. “Igual tenemos un problema y debemos resolverlo.”
Verónica, en cambio, nos miraba con un poco de desconfianza.
“¡No sé, Marisol!... es difícil pedirle algo así… piensa que incluso lo que acabamos de hacer, es gracias a que tú le has dado permiso…”
“¡Si, mamá, pero Marco nunca ha querido hacerlo!” respondió.
“¡Lo sé!... pero han pasado tantas cosas… además, no es que tengan un compromiso serio…”
“¿Cómo que no? ¡Nos vamos a casar!” respondió Marisol.
“Y aun así, le mentiste a Lucia de que Marco es su novio…” explicó su madre. Verónica sabía bien de que estaba hablando.
“Es que… tenía que decirle… algo que justificara su cambio…” Respondió Marisol, algo arrepentida.
“¿Y no bastaba con decirle que tú y él le habían hecho reflexionar?” preguntó su madre. “Mira, Marisol. Sé que no tengo una moral bien alta para juzgarte, porque no niego que he disfrutado lo de los últimos meses, pero tienes que madurar: ya no eres la misma. Marco es un excelente amante, pero lo que lo hace bueno no es que se acueste con nosotras, sino que nos escucha y se preocupa y sé bien que eres muy generosa y lo haces con cariño, pero tienes que enfrentar la realidad y darte cuenta que serás su esposa y la madre de sus bebes. Simplemente, no puedes seguir preocupándote de los demás. ¡Tienes que velar por ti misma!”
“Pero mamá…” decía Marisol, poniéndose a llorar.
“¡Nada de excusas, princesita!” le dijo ella, acariciándola en la mejilla. “Yo tengo problemas con Lucia, Pamela tiene problemas con Lucia, pero debemos ser nosotras las que los arreglemos, si es que decidimos arreglarlos. A ti no debe importarte. Tienes que preocuparte por ser feliz.”
“¿Por qué?” preguntaba mi ruiseñor, sin poder entender.
Verónica sonreía con la sagacidad de ser mamá.
“Porque llegara el momento en donde la verdad se sabrá. ¡No podrás decirle a Lucia que Marco es novio de Pamela, si él está viviendo en el extranjero contigo y tus bebes!”
“Además, Marisol, ya es cansador para mi tener que ir a visitar a Sonia los fines de semana.” Agregué.
“Pero… no quiero que pierdas ese cariño…” Decía mi ruiseñor.
“Marisol, lo único que estás haciendo con eso es que se nos haga más difícil separarnos de tu novio. Marco lo sabe. Él no podrá estar con nosotras todo el tiempo y tenemos que encontrar a otro, pero si tú no nos dejas buscar…”
Marisol me abrazó y me besó. Al fin, aceptaba nuestra decisión, no de buena gana, pero la aceptaba. Sin embargo, mi error estaba hecho…
A la mañana siguiente, decidimos nuestros planes para final de año. Mis padres me habían invitado a cenar y Marisol había aceptado en nombre de todos. Incluso querían que fuera Violeta, para que jugara con mis sobrinos que tienen la misma edad.
Pero la mirada de Amelia estaba más triste y notaba resentimiento hacia mí.
“Yo no voy a ir. Giovanni me invitó a salir esta noche.” Nos dijo, mirándome especialmente a los ojos.
“¡Pero cómo vas a hacer eso! ¡Ni siquiera lo conocemos!” Protestó Verónica. “¡Además, estas fiestas siempre las pasamos juntos!”
“Pero ahora soy mayor de edad y puedo hacer lo que quiera…” respondió, sin quitarme los ojos de encima.
Giovanni fue el chico que conoció la vez que la invité a tomarse su primer trago. Al parecer, habían mantenido una amistad por teléfono.
No niego que me incomodaba. Había algo en la mirada de ese tipo que no me daba confianza, pero Amelia tenía razón y debía decidir por sí misma.
Verónica me pidió que la hiciera desistir, pero no me atrevía. Como había dicho la noche anterior, debíamos dejar que rehicieran sus vidas sin mí.
Recuerdo que estábamos por irnos a casa de mis padres, cuando Amelia me preguntó cómo se veía. Vestía una camisa blanca, escotada y una falda negra, hasta las rodillas. Estaba perfumada y lucía bien bonita.
Le respondí que se veía bien, pero notaba en su mirada que quería que dijera otra cosa. Que la disuadiera o que le pidiera disculpas.
Se entristeció y le pasé mi teléfono, para que me llamara, en caso de problemas. No me daba buena espina todo eso y aunque quería pedirle que no fuera, me quedé callado.
Llegó Giovanni en un auto deportivo a buscarla, alrededor de las 8. Venía con otro chico, de unos 20, 22 años. Aunque Giovanni lucía semi formal, con camisa blanca y pantalón negro, el otro chico parecía un rapero de mala muerte, con una chaqueta de colores, jeans rotos y sueltos en la cintura.
No me gusto la mirada que le dieron a mi Amelia. El otro tunante levantó sus ridículos lentes de sol, para mirar descaradamente el escote de mi niña, mientras que Giovanni me decía que irían a una disco con otros amigos.
Sentía que se las estaba entregando a unos lobos. Amelia me miró una última vez, entre enojada, arrepentida y triste, mientras subía al vehículo. Me dijo que nos veríamos el próximo año, lo que me quebró por dentro.
Durante la cena, no pude concentrarme. Marisol lo sabía. Lo notaba porque no le prestaba atención a los niños y al momento de preguntarle, me dijo.
“Si, amor. Lo sé. ¡Ve a buscarla!”
Le pedí las llaves del auto a mi padre y el teléfono. A mamá le entristeció que me fuera antes de final de año, pero papá comprendía. Era lo que me habían enseñado todos esos años: hacerme responsable por la familia.
La disco quedaba en las afueras de la ciudad. Había mucha gente y el portero no quería dejarme entrar. Sin embargo, “con dinero, baila el perro”.
Pensé que me costaría encontrarla e incluso, que no estarían en el local, pero me sorprendí al ver a mi niña bailar tan desenfrenada, en medio de la pista.
Alrededor de ella, muy apegados, estaban Giovanni, el tunante de su amigo y otro muchacho más. Lo que me enfurecía era que enterraban sus cinturas, atrapándola sin mucho reparo, aprovechando el ritmo de la música.
Incluso, agarraban sus pechos con completo descaro y la besaban, no sólo Giovanni, sino que sus compinches.
Noté que se sentía mareada y les dijo que quería descansar. Los patanes se dieron una sonrisa en la cara y se la llevaron a una butaca, en la parte más oscura.
Los seguí, conteniéndome, mientras los 3 posaban las manos sobre las nalgas de mi niña. Ella, sencillamente no estaba bien.
Los escuchaba, diciendo la suerte que había tenido Giovanni, porque se había conseguido una cita tan ardiente y que ellos se lamentaban de que sus novias les hubieran dado el plantón.
Querían tirársela ahí mismo. Podía ver cómo la besaban y le acariciaban los pechos, mientras que el odioso de Giovanni le metía la mano debajo de la falda.
Mi niña, estoicamente se resistía, diciendo que “Ella tenía un novio y que por favor, pararan, porque no se sentía bien”, pero ellos no hacían caso.
Se estaba calentando, pero no quería hacerlo con ellos. Lo notaba en sus ojos.
Aun quedaban 20 minutos para el nuevo año. Viendo la situación, decidí llamarla por teléfono.
“¡Es mi novio!” alcancé a leer sus labios, pero eso no desanimó a los lobos para que pararan de tocarla.
“Amelia, ¿Cómo estás?” le pregunté.
“¡Ah!... estoy un poco mareada… pero me siento bien… ¡Quiero verte!” me respondió, gimiendo de placer. Sabía que parte estaban tocando esos hijos de perra.
“¡Amelia, escúchame! ¡Di que quieres ir al baño, porque tienes ganas de vomitar!” le ordené.
“¡Si, lo haré!... ¡Te amo!” me dijo, antes de cortar.
Trató de decirles que tenía que ir al baño, pero no la dejaban en paz. Ellos tomaban sus manos, para que sintiera sus vergas, pero aunque estaba muy caliente, se resistía.
Finalmente, logró zafarse y escabullirse a los baños. Los 3 trataron de adecentarse y le dijeron que no se tardara, que la estarían esperando.
Por su forma de caminar, la notaba bien mareada. Logró llegar a la puerta del tocador, cuando me vio.
“¡Marco!” me dijo, bien sorprendida.
La tomé de la mano y me la llevé.
Entramos al auto y me puse a besarla.
“¡Marco!... me viniste a buscar…” me decía ella, poniéndose a llorar.
“¡Si, amor! ¡Lo siento! ¡No podía dejarte sola!” le respondía, mientras acariciaba sus pechos, tratando de cubrirla.
Me besaba con mayor pasión. Sentía el alcohol en sus labios.
“¡Pensé que no me amabas, que me habías olvidado! ¡Soy tan feliz!” le dije.
“¿Cómo voy a olvidarte, Amelia? ¡Eres mi niña adorada!”
“Mamá me contó… lo que pasó en casa de Pamela… y me enoje tanto… ¡Perdóname!” me decía, abrazándome con fuerza.
“¡Es mi culpa, pequeñita! ¡De verdad, no quiero a nadie más! ¡Con tu amor, yo ya soy feliz!” le dije.
Entre tantos besos y caricias, pasamos a llevar la radio. Estaban tocando la canción del adiós.
“Amelia, serás la primera mujer que abracé para año nuevo.” Le dije yo, tratando de consolarla.
Su cara se iluminó entre las lágrimas.
“¿De veras… seré yo?” preguntándome, besando mis mejillas muy apasionada.
“¡Por supuesto! ¡No hay nadie más!” le respondí.
Escuchamos el bullicio de la disco. La cuenta regresiva y nos mirábamos sonrientes. Llegó el nuevo año y lo empecé en la boca de mi cuñada.
Había sido mi culpa… la había dejado de lado… pero a pesar de todo, ella aun me lo perdonaba.
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1 comentarios - Seis por ocho (96): De dulce y de agraz