Adoro el sexo, y me gusta practicarlo al máximo, con mi novio. Lo que sucede es que, por timidez, o quizás, por una educación llena de prejuicios, nunca me animé a relatar este tipo de vivencias, fuera de la pareja. Pero como para todo hay un principio, hace una semana, me enteré por una amiga, que suele visitar frecuentemente, cuentos y relatos eróticos en las páginas web, de la existencia de este sitio llamado: "Cartas Calientes de Mónica y Fernanda ". Por pura curiosidad, aproveché una tardecita, en que Julián ( mi novio), aún no había llegado a casa desde su trabajo, para meterme, de lleno, en la misma. Cuando entré a la sección de cuentos, y al comenzar a leerlos, no les miento si les digo que me sorprendió sentirme tan plenamente identificada con el personaje, en uno de ellos. De allí nació la idea de escribir lo que me había sucedido en aquella ocasión, y participar, porqué no, en el concurso de cuentos, que esta página tiene para sus lectores ( perdónenme todo este preábulo)".
Las cosas pasaron de la siguiente manera: " Era el atardecer de un viernes muy húmedo y caluroso. La tarea de mi oficina ( dedicada a la edición de una conocida resvista de modas), llegaba, afortunadamente, a su fin. Saludé a mis compañeras de trabajo, mientras colocaba los cigarrillos dentro de la cartera, y me dirigí al baño para arreglarme un poco antes de retirarme. Llevaba puesto un trajecito de verano de colores alegres y al tono con la estación, compuesto por una pollera mini ( muy cortita, de acuerdo a las celosas protestas reiteradas de Julián), un top ligeramente escotado, con breteles delgados, un saco entallado a la cintura, y un par de sandalias de tacones altos y finos, re-coquetas. Luego de repasar mi maquillaje, colgué la cartera de mi hombro y en escasos minutos salí del edificio de la empresa. Si bien mi novio acostumbraba pasarme a buscar todas las tarde con su auto, en esa ocasión, no lo hizo, por estar éste en reparación. Por lo tanto, no tuve más remedio que dirigirme a la estación de subte más cercana, para tomar uno que me llevase a Retiro.
Ya había oscurecido. Al bajar por la escalera, noté con asombro, la enorme multitud de personas que esperaban, muchos de ellos malhumorados, la llegada de alguna unidad. Por lo que pude escuchar, se había iniciado una protesta gremial hacía unas horas, y la frecuencia había disminuído a menos de la mitad de lo normal, lo que causaba ese gran congestionamiento de pasajeros. Para peor, era la hora de salida de muchísimos obreros ( tanto de la construcción como de las fábricas), lo que provocaba una conglomeración inusitada de personas. Tuve que soportar empujones, codazos, y las crecientes protestas, que cada vez se hacían más violentas. Esto no hubiese sido nada, comparado con lo que me sucedió poco después. En un momento dado, me ví rodeada y apretada ( podría decirse, estrujada), por una avalancha de hombres, los que por delante, detrás, a izquierda y a derecha, me tenían como sardina enlatada. Si bien no estaba sofocada y afortunadamente, no sufro de claustrofobia, lo que comenzó a molestarme, fue sentir un indeterminado pero creciente número de manos y dedos anónimos, toqueteándome y posándose por todo el cuerpo, concentrándose con especial interés e insistencia, sobre las carnosas curvas de mi cola. No eran dos o tres, sino decenas de ellas, las que se deslizaban, una y otra vez, sobándome las nalgas y, algunas, más audaces, los muslos desnudos y a la vista, por lo corto de la pollera mini, que usaba. Sin llegar a ser la primera vez que me sucedía algo parecido ( a qué mujer no le han tocado el culo, al viajar en colectivo o en subte, durante las "horas pico"), en ocasiones anteriores, el toqueteo había sido siempre mucho más discreto y menos violento.
Yo quería protestar e intenté gritar para expresar mi incomodidad. Pero todo fue en vano, ya que el ruido ensordecedor de cientos de voces, insultando algunas, hablando fuerte, otras, hacían imposible que se oyese la mía, en ese mar de aullidos y sonidos. Tampoco podía huir, liberándome de este manoseo sórdido y constante, pues la multitud, me tenía literalmente inmovilizada. En definitiva, estaba a la merced de aquellos hombres, transformándome en un objeto sexual de placer, de todos ellos.
A esas alturas, el borde inferior de la mini, había subido en forma escandalosa, dejando al desnudo la tostada y delicada piel de mi cola, apenas cubierta por una microtanga amarillo limón, que usaba de ropa interior. Los manoseos, toqueteos, pellizcos y sobadas aumentaron de intensidad, haciéndose cada vez más atrevidos y audaces, rozándome, reiteradamente, los labios de mi vagina y el agugero del ano. A su vez, pude observar de reojo, que con las manos libres, se masturbaban excitados como animales, y muchos de ellos, se acercaban aún más a mi cuerpo, para refregar impunemente sus hinchados miembros sobre la piel desnuda de mis muslos. Algunos, los más jóvenes, fueron aún más lejos, ya que bajaron sin mucho disimulo, los cierres de sus pantalones, para que sus enormes pijas, duras como sables, hicieran contacto directo con mi piel. Puedo asegurarles, que hubo momentos, en que sentí la de húmeda presión de cinco o seis porongas apretándose violentamente contra mis nalgas y mis muslos, con movimientos de vaiven, a la vez que un sinfin de susurros y jadeos llegaban a mis oídos." ¡Guacha, qué culo parado y tierno que tenés!", decían algunos, detrás mío, mientras trataban de perforarme, excitados como cerdos. "¡ Qué gusto nos da refregar las cabezotas de nuestras pijas, sobre la suave piel de tus muslos tan carnosos! ¡Movéte, putita, movéte, hasta hacernos acabar, de placer!", murmuraban otros, a mis costados.
En ese preciso momento, lentamente, hizo aparición el subte, chirriando por los rieles, luego de más de 25 minutos de inaguantable espera. Si por un instante pensé, que con la llegada del tren, me liberaría del vergonzoso acoso sexual, al que me veía sometida, estaba realmente equivocada. Muy poco duró la ilusión, pues una avalancha humana me trasladó, casi involuntariamente, a una de las cabinas del subte, siguiendo rodeada y apretujada, por los mismos hombres que, pegados como garrapatas hambrientas a mi piel, hacía largo tiempo me venían amasijando y manoseando, en la estación. Puedo decirles que la situación aún fue peor, ya que entonces, al ser el ambiente mucho más reducido, la cercanía y la presión de los cuerpos de los pasajeros entre sí, se hacía más evidente y pegajosa.
Ni bien arrancamos, mi cola y mis muslos fueron nuevamente blanco de dedos, manos y pijas, que en un frenesí de calentura, se disputaban cada centímetro de piel disponible. Delante mío, dos veteranos sudorosos, con sus ojos clavados en mi escote, del que surgían casi al desnudo, mis enormes senos, se pajeaban vigorosamente, babeándose asquerosamente sobre sus ropas. A mis costados, cuatro o cinco porongas resbalaban por la bronceada piel de mis piernas, dejando rastros húmedos y cremosos de líquido pre-seminal donde quiera que se posasen. Y por detrás, tres jóvenes se disputaban las delicias de mi culo, estando, el del centro, a punto de penetrarme por el ano, que había empezado a arderme de excitación. ¡¡¡Sí,....no voy a negarlo,.....de excitación !!!
Ahora me avergüenzo de ello, pero, sinceramente, en ese instante, sentí que mi cuerpo era recorrido por un impulso morboso e irrefrenable, comenzándose a calentar, como respuesta inconsciente y primitiva, a aquel acoso erótico constante. Dejando de lado, toda resistencia moral que hubiese tenido anteriormente, me dejé llevar por ese fuego que alimentaba mi deseo de ser poseída como una vulgar prostituta, y para ello, comencé a alentarlos, moviendo disimuladamente, de atrás hacia adelante y de izquierda a derecha, mis caderas. La esperada respuesta y el efecto obvio, no tardaron en aparecer. Uno de los viejos, que se masturbaba delante mío, tremendamente excitado por la visión que tenía de mis tetas ( ya que, con picardía, yo había corrido, algo hacia abajo, el borde superior del top, dejando a plena vista, " al descuido", uno de mis pezones, insinuante y erecto), bajó el cierre de su pantalón, dejando salir al aire, su enorme miembro, apuntando hacia arriba. ¡¡Cielo santo!! Jamás imaginé que un veterano, a esa edad, pudiese tener una erección tan descomunal. Su pija, no tendría menos de 22 centímetros de largo, con un tallo venoso muy grueso, terminando en una cabeza enrojecida por la inflamación, y humedecida por los líquidos seminales. Como la minifalda ya la tenía a la altura de la cintura, por tanto manoseo, lo mismo que la tanga, que se había corrido a un costado, al viejo le fue fácil acercarse, y clavarme su poronga en mi concha, que estaba lubricada, como manteca derretida. A su vez, y por detrás, el joven del centro, pegado a mis espaldas, me ensartó su miembro, sin compasión, de un solo golpe, susurrando a mis oídos, entre jadeos:"¡¡ Te voy a romper el orto, putita divina, hasta llenártelo de leche!!". "¡¡Dale...movélo ahora...moveeeloooo!!"
A partir de ese instante, mi cerebro voló hacia el paraíso. Doblemente penetrada, disfrutaba cada nueva embestida al máximo, en especial por el vigor y la violencia, de la que era víctima y victimaria, a la vez. Por su parte, los hombres situados a mis costados, casi pegados a mi cuerpo, seguían pajeándose furiosamente, refregando sus pijas, cada vez más duras y mojadas, sobre la piel tostada de mis muslos. " ¡¡Te estamos cogiendo esos muslos divinos que tenés, guacha preciosa!!", me decían al oído, con voces entrecortadas por la calentura. Quiero que sepan que, a esa altura, ya había tenido dos orgasmos fulminantes, y estaba a punto de desfallecer, por el inmenso placer que invadía todo mi cuerpo. Fue entonces cuando el viejo situado por delante, comenzó a acelerar el ritmo de sus penetraciones, y a respirar con mayor agitación y dificultad. Intuí que estaba próximo a acabar, y en un impulso inexplicable, dirigí mi mano hacia sus huevos, para sobarlos y apretarlos. Por la dureza y el tamaño gigantesco de los mismos, me fue imposible agarrar ambos, por lo que me conformé tomando uno por vez, masajeándolos con fuerza creciente. Momentos después, susurrándome incoherencias como: "¡¡ Mi niña,... qué tetassss,...qué pezonessss...., me vas a hacer acabarrrr... y bañarte con toda mi puta lecheee...zorra de mierdaaaa...!!", puso sus ojos en blanco, y comenzó a temblar de arriba a abajo, convulsionando todo su cuerpo, en espasmos prolongados. Un caudaloso torrente de esperma hirviente y espeso, despedido de su miembro con una presión increíble, inundó cada rincón de mi vagina, y como seguía eyaculando, se desbordó, saliendo por los costados, bañándome la parte inerior de mis dos muslos, escurriéndose lentamente hasta llegar a mis pies.
El otro veterano frente a mí, que había estado observando como era cogida por su compañero, mientras se masturbaba ferozmente, no pudo aguantar más la excitación, y lanzando un grito entrecortado, cerró los ojos, y apuntando la cabeza de su miembro hacia mis piernas, comenzó a eyacular. Una lluvia de voluminosos chorros de leche, hicieron blanco sobre mi piel, impactando fuertemente sobre ella, cubriendo y salpicando mis muslos, rodillas y pantorrillas de humeantes gotas de esperma. El joven detrás mío, al percibir lo ocurrido por delante, llegó al límite de su resistencia, y acercando sus labios a mis oídos, murmuró, casi sin aliento: "¡¡ Mi amorrrr,... aquí va,... no aguanto mássss,...te voy a llenar el culo de leche,... hija de puta,...tragátela todaaaa..ooohhhh...!!". Sentí entonces sus primeros espasmos dentro del orto, y un mar de semen lanzado con fuerza inusitada, comenzó a golpear y quemar las paredes de mi intestino. Lo mismo que el viejo, fueron tantos y tantos los chorros eyaculados, que se desbordaron por el orificio del ano, bañándome las nalgas y los muslos por detrás. Con mis dos manos y demostrando una habilidad desconocida hasta entonces para mí, terminé masturbando a los otros dos muchachos, que estaban atrás mío, los que al acabar, lanzaron sobre las redondas curvas de mi culo, una catarata interminable de esperma, pegajoso y caliente, cuyo caudal fue impresionante. A estas alturas, los hombres que me rodeaban por los costados, se pajeaban enloquecidos de calentura, sin disimulo alguno. Aumentaron, todos ellos, el ritmo y la velocidad de la masturbación, con sus ojos en blanco, sus bocas abiertas, gimiendo como verdaderos animales:"¡¡ Ahí vaaa.... putaaaasa!!, ¡¡Síiii......,tomaaá toda nuestra lecheeeee..!!", comenzaron a gritar. Moví, entonces mis nalgas, provoctivamente, de izquierda a derecha y vice-versa, una y otra vez, parando al máximo la cola. Ahora era mi turno de jugar con ellos, deseando que reventaran, muriéndose de excitación,..... y de esa forma, lo iba a lograr fácilmente. ¡¡Dicho y hecho!! No pasaron más de dos minutos, cuando, recibí, por el costado izquierdo, el primer impacto húmedo de la salvaje eyaculación de uno de ellos, varios chorros de esperma tan violentos, espesos y prolongados, que cubrieron por completo mi cola, muslo y pantorrilla izquierda. A ese orgasmo, le sucedieron tres más a la izquierda, y dos, a la derecha. ¡¡No se imaginan el estado en que quedó la piel de mis piernas y mi cola!! Si les digo que no había espacio sin cubrir de esperma, espero que me crean. Era como si me hubiera metido en una piscina repleta de semen cremoso y humeante, hasta la cintura, por un buen rato, y saliera, chorreándolo por el suelo, dejando mis mojadas huellas al caminar, a un lado y otro de mis pisadas. ¡¡Jamás en mi vida, había experimentado algo similar, tan sucio, perverso y morboso, y a la vez, tan excitante!!, y es por esta razón, que decidí, en definitiva escribir este relato, que cuenta toda la verdad de lo ocurrido en aquella ocasión.
Al llegar a Retiro, salí rápidamente del subte, y al mirar de reojo hacia atrás, pude ver, con disimulada satisfacción, que en el vagón, donde habíamos viajado, los nueve o diez tipos que habían abusado de mí, estaban, los más veteranos, tirados en el piso, totalmente desmayados ( se ve que el esfuerzo realizado, fue más intenso, del que podían soportar sus gastados cuerpos). Los otros, más jóvenes, se encontraban sentados, en cualquier posición, sobre los bancos del vagón, con sus bocasas abiertas y sus ojos en blanco, hechos pelota.
A decir verdad, en ese instante me sentí completamente identificada con Mónica, y como ella hace siempre al final de sus relatos, distribuí, suavamente, con mis manos, sobre toda la piel de mi cuerpo, los litros de esperma que me había ganado yo sola, luego de aquella batalla sexual tan intensa
Las cosas pasaron de la siguiente manera: " Era el atardecer de un viernes muy húmedo y caluroso. La tarea de mi oficina ( dedicada a la edición de una conocida resvista de modas), llegaba, afortunadamente, a su fin. Saludé a mis compañeras de trabajo, mientras colocaba los cigarrillos dentro de la cartera, y me dirigí al baño para arreglarme un poco antes de retirarme. Llevaba puesto un trajecito de verano de colores alegres y al tono con la estación, compuesto por una pollera mini ( muy cortita, de acuerdo a las celosas protestas reiteradas de Julián), un top ligeramente escotado, con breteles delgados, un saco entallado a la cintura, y un par de sandalias de tacones altos y finos, re-coquetas. Luego de repasar mi maquillaje, colgué la cartera de mi hombro y en escasos minutos salí del edificio de la empresa. Si bien mi novio acostumbraba pasarme a buscar todas las tarde con su auto, en esa ocasión, no lo hizo, por estar éste en reparación. Por lo tanto, no tuve más remedio que dirigirme a la estación de subte más cercana, para tomar uno que me llevase a Retiro.
Ya había oscurecido. Al bajar por la escalera, noté con asombro, la enorme multitud de personas que esperaban, muchos de ellos malhumorados, la llegada de alguna unidad. Por lo que pude escuchar, se había iniciado una protesta gremial hacía unas horas, y la frecuencia había disminuído a menos de la mitad de lo normal, lo que causaba ese gran congestionamiento de pasajeros. Para peor, era la hora de salida de muchísimos obreros ( tanto de la construcción como de las fábricas), lo que provocaba una conglomeración inusitada de personas. Tuve que soportar empujones, codazos, y las crecientes protestas, que cada vez se hacían más violentas. Esto no hubiese sido nada, comparado con lo que me sucedió poco después. En un momento dado, me ví rodeada y apretada ( podría decirse, estrujada), por una avalancha de hombres, los que por delante, detrás, a izquierda y a derecha, me tenían como sardina enlatada. Si bien no estaba sofocada y afortunadamente, no sufro de claustrofobia, lo que comenzó a molestarme, fue sentir un indeterminado pero creciente número de manos y dedos anónimos, toqueteándome y posándose por todo el cuerpo, concentrándose con especial interés e insistencia, sobre las carnosas curvas de mi cola. No eran dos o tres, sino decenas de ellas, las que se deslizaban, una y otra vez, sobándome las nalgas y, algunas, más audaces, los muslos desnudos y a la vista, por lo corto de la pollera mini, que usaba. Sin llegar a ser la primera vez que me sucedía algo parecido ( a qué mujer no le han tocado el culo, al viajar en colectivo o en subte, durante las "horas pico"), en ocasiones anteriores, el toqueteo había sido siempre mucho más discreto y menos violento.
Yo quería protestar e intenté gritar para expresar mi incomodidad. Pero todo fue en vano, ya que el ruido ensordecedor de cientos de voces, insultando algunas, hablando fuerte, otras, hacían imposible que se oyese la mía, en ese mar de aullidos y sonidos. Tampoco podía huir, liberándome de este manoseo sórdido y constante, pues la multitud, me tenía literalmente inmovilizada. En definitiva, estaba a la merced de aquellos hombres, transformándome en un objeto sexual de placer, de todos ellos.
A esas alturas, el borde inferior de la mini, había subido en forma escandalosa, dejando al desnudo la tostada y delicada piel de mi cola, apenas cubierta por una microtanga amarillo limón, que usaba de ropa interior. Los manoseos, toqueteos, pellizcos y sobadas aumentaron de intensidad, haciéndose cada vez más atrevidos y audaces, rozándome, reiteradamente, los labios de mi vagina y el agugero del ano. A su vez, pude observar de reojo, que con las manos libres, se masturbaban excitados como animales, y muchos de ellos, se acercaban aún más a mi cuerpo, para refregar impunemente sus hinchados miembros sobre la piel desnuda de mis muslos. Algunos, los más jóvenes, fueron aún más lejos, ya que bajaron sin mucho disimulo, los cierres de sus pantalones, para que sus enormes pijas, duras como sables, hicieran contacto directo con mi piel. Puedo asegurarles, que hubo momentos, en que sentí la de húmeda presión de cinco o seis porongas apretándose violentamente contra mis nalgas y mis muslos, con movimientos de vaiven, a la vez que un sinfin de susurros y jadeos llegaban a mis oídos." ¡Guacha, qué culo parado y tierno que tenés!", decían algunos, detrás mío, mientras trataban de perforarme, excitados como cerdos. "¡ Qué gusto nos da refregar las cabezotas de nuestras pijas, sobre la suave piel de tus muslos tan carnosos! ¡Movéte, putita, movéte, hasta hacernos acabar, de placer!", murmuraban otros, a mis costados.
En ese preciso momento, lentamente, hizo aparición el subte, chirriando por los rieles, luego de más de 25 minutos de inaguantable espera. Si por un instante pensé, que con la llegada del tren, me liberaría del vergonzoso acoso sexual, al que me veía sometida, estaba realmente equivocada. Muy poco duró la ilusión, pues una avalancha humana me trasladó, casi involuntariamente, a una de las cabinas del subte, siguiendo rodeada y apretujada, por los mismos hombres que, pegados como garrapatas hambrientas a mi piel, hacía largo tiempo me venían amasijando y manoseando, en la estación. Puedo decirles que la situación aún fue peor, ya que entonces, al ser el ambiente mucho más reducido, la cercanía y la presión de los cuerpos de los pasajeros entre sí, se hacía más evidente y pegajosa.
Ni bien arrancamos, mi cola y mis muslos fueron nuevamente blanco de dedos, manos y pijas, que en un frenesí de calentura, se disputaban cada centímetro de piel disponible. Delante mío, dos veteranos sudorosos, con sus ojos clavados en mi escote, del que surgían casi al desnudo, mis enormes senos, se pajeaban vigorosamente, babeándose asquerosamente sobre sus ropas. A mis costados, cuatro o cinco porongas resbalaban por la bronceada piel de mis piernas, dejando rastros húmedos y cremosos de líquido pre-seminal donde quiera que se posasen. Y por detrás, tres jóvenes se disputaban las delicias de mi culo, estando, el del centro, a punto de penetrarme por el ano, que había empezado a arderme de excitación. ¡¡¡Sí,....no voy a negarlo,.....de excitación !!!
Ahora me avergüenzo de ello, pero, sinceramente, en ese instante, sentí que mi cuerpo era recorrido por un impulso morboso e irrefrenable, comenzándose a calentar, como respuesta inconsciente y primitiva, a aquel acoso erótico constante. Dejando de lado, toda resistencia moral que hubiese tenido anteriormente, me dejé llevar por ese fuego que alimentaba mi deseo de ser poseída como una vulgar prostituta, y para ello, comencé a alentarlos, moviendo disimuladamente, de atrás hacia adelante y de izquierda a derecha, mis caderas. La esperada respuesta y el efecto obvio, no tardaron en aparecer. Uno de los viejos, que se masturbaba delante mío, tremendamente excitado por la visión que tenía de mis tetas ( ya que, con picardía, yo había corrido, algo hacia abajo, el borde superior del top, dejando a plena vista, " al descuido", uno de mis pezones, insinuante y erecto), bajó el cierre de su pantalón, dejando salir al aire, su enorme miembro, apuntando hacia arriba. ¡¡Cielo santo!! Jamás imaginé que un veterano, a esa edad, pudiese tener una erección tan descomunal. Su pija, no tendría menos de 22 centímetros de largo, con un tallo venoso muy grueso, terminando en una cabeza enrojecida por la inflamación, y humedecida por los líquidos seminales. Como la minifalda ya la tenía a la altura de la cintura, por tanto manoseo, lo mismo que la tanga, que se había corrido a un costado, al viejo le fue fácil acercarse, y clavarme su poronga en mi concha, que estaba lubricada, como manteca derretida. A su vez, y por detrás, el joven del centro, pegado a mis espaldas, me ensartó su miembro, sin compasión, de un solo golpe, susurrando a mis oídos, entre jadeos:"¡¡ Te voy a romper el orto, putita divina, hasta llenártelo de leche!!". "¡¡Dale...movélo ahora...moveeeloooo!!"
A partir de ese instante, mi cerebro voló hacia el paraíso. Doblemente penetrada, disfrutaba cada nueva embestida al máximo, en especial por el vigor y la violencia, de la que era víctima y victimaria, a la vez. Por su parte, los hombres situados a mis costados, casi pegados a mi cuerpo, seguían pajeándose furiosamente, refregando sus pijas, cada vez más duras y mojadas, sobre la piel tostada de mis muslos. " ¡¡Te estamos cogiendo esos muslos divinos que tenés, guacha preciosa!!", me decían al oído, con voces entrecortadas por la calentura. Quiero que sepan que, a esa altura, ya había tenido dos orgasmos fulminantes, y estaba a punto de desfallecer, por el inmenso placer que invadía todo mi cuerpo. Fue entonces cuando el viejo situado por delante, comenzó a acelerar el ritmo de sus penetraciones, y a respirar con mayor agitación y dificultad. Intuí que estaba próximo a acabar, y en un impulso inexplicable, dirigí mi mano hacia sus huevos, para sobarlos y apretarlos. Por la dureza y el tamaño gigantesco de los mismos, me fue imposible agarrar ambos, por lo que me conformé tomando uno por vez, masajeándolos con fuerza creciente. Momentos después, susurrándome incoherencias como: "¡¡ Mi niña,... qué tetassss,...qué pezonessss...., me vas a hacer acabarrrr... y bañarte con toda mi puta lecheee...zorra de mierdaaaa...!!", puso sus ojos en blanco, y comenzó a temblar de arriba a abajo, convulsionando todo su cuerpo, en espasmos prolongados. Un caudaloso torrente de esperma hirviente y espeso, despedido de su miembro con una presión increíble, inundó cada rincón de mi vagina, y como seguía eyaculando, se desbordó, saliendo por los costados, bañándome la parte inerior de mis dos muslos, escurriéndose lentamente hasta llegar a mis pies.
El otro veterano frente a mí, que había estado observando como era cogida por su compañero, mientras se masturbaba ferozmente, no pudo aguantar más la excitación, y lanzando un grito entrecortado, cerró los ojos, y apuntando la cabeza de su miembro hacia mis piernas, comenzó a eyacular. Una lluvia de voluminosos chorros de leche, hicieron blanco sobre mi piel, impactando fuertemente sobre ella, cubriendo y salpicando mis muslos, rodillas y pantorrillas de humeantes gotas de esperma. El joven detrás mío, al percibir lo ocurrido por delante, llegó al límite de su resistencia, y acercando sus labios a mis oídos, murmuró, casi sin aliento: "¡¡ Mi amorrrr,... aquí va,... no aguanto mássss,...te voy a llenar el culo de leche,... hija de puta,...tragátela todaaaa..ooohhhh...!!". Sentí entonces sus primeros espasmos dentro del orto, y un mar de semen lanzado con fuerza inusitada, comenzó a golpear y quemar las paredes de mi intestino. Lo mismo que el viejo, fueron tantos y tantos los chorros eyaculados, que se desbordaron por el orificio del ano, bañándome las nalgas y los muslos por detrás. Con mis dos manos y demostrando una habilidad desconocida hasta entonces para mí, terminé masturbando a los otros dos muchachos, que estaban atrás mío, los que al acabar, lanzaron sobre las redondas curvas de mi culo, una catarata interminable de esperma, pegajoso y caliente, cuyo caudal fue impresionante. A estas alturas, los hombres que me rodeaban por los costados, se pajeaban enloquecidos de calentura, sin disimulo alguno. Aumentaron, todos ellos, el ritmo y la velocidad de la masturbación, con sus ojos en blanco, sus bocas abiertas, gimiendo como verdaderos animales:"¡¡ Ahí vaaa.... putaaaasa!!, ¡¡Síiii......,tomaaá toda nuestra lecheeeee..!!", comenzaron a gritar. Moví, entonces mis nalgas, provoctivamente, de izquierda a derecha y vice-versa, una y otra vez, parando al máximo la cola. Ahora era mi turno de jugar con ellos, deseando que reventaran, muriéndose de excitación,..... y de esa forma, lo iba a lograr fácilmente. ¡¡Dicho y hecho!! No pasaron más de dos minutos, cuando, recibí, por el costado izquierdo, el primer impacto húmedo de la salvaje eyaculación de uno de ellos, varios chorros de esperma tan violentos, espesos y prolongados, que cubrieron por completo mi cola, muslo y pantorrilla izquierda. A ese orgasmo, le sucedieron tres más a la izquierda, y dos, a la derecha. ¡¡No se imaginan el estado en que quedó la piel de mis piernas y mi cola!! Si les digo que no había espacio sin cubrir de esperma, espero que me crean. Era como si me hubiera metido en una piscina repleta de semen cremoso y humeante, hasta la cintura, por un buen rato, y saliera, chorreándolo por el suelo, dejando mis mojadas huellas al caminar, a un lado y otro de mis pisadas. ¡¡Jamás en mi vida, había experimentado algo similar, tan sucio, perverso y morboso, y a la vez, tan excitante!!, y es por esta razón, que decidí, en definitiva escribir este relato, que cuenta toda la verdad de lo ocurrido en aquella ocasión.
Al llegar a Retiro, salí rápidamente del subte, y al mirar de reojo hacia atrás, pude ver, con disimulada satisfacción, que en el vagón, donde habíamos viajado, los nueve o diez tipos que habían abusado de mí, estaban, los más veteranos, tirados en el piso, totalmente desmayados ( se ve que el esfuerzo realizado, fue más intenso, del que podían soportar sus gastados cuerpos). Los otros, más jóvenes, se encontraban sentados, en cualquier posición, sobre los bancos del vagón, con sus bocasas abiertas y sus ojos en blanco, hechos pelota.
A decir verdad, en ese instante me sentí completamente identificada con Mónica, y como ella hace siempre al final de sus relatos, distribuí, suavamente, con mis manos, sobre toda la piel de mi cuerpo, los litros de esperma que me había ganado yo sola, luego de aquella batalla sexual tan intensa
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