Al ser diplomático, Awekonosecuanto viaja constantemente a su país, por lo que sabía que en algún momento tendríamos que separarnos, no sabía por cuanto tiempo, pero fueran días, semanas o meses, estaba segura que lamentaría su partida. Me había acostumbrado demasiado a él, a él y a su pija, tanto que durante el tiempo que compartimos no había existido otro hombre para mí, a excepción de mi marido, claro.
Los días previos a su partida nos encontrábamos prácticamente a toda hora para coger hasta caer desfallecidos. No nos dábamos tregua ni respiro, momento libre que teníamos, lo aprovechábamos para echarnos uno de esos polvos que ya se habían vuelto imprescindibles para ambos. Casi siempre me acababa adentro, y cuando no, me echaba su simiente encima como si fuera una cascada. Había probado su semen de todas formas, por la concha, por el culo, por la boca, pero sentirla derramándose sobre mi piel, empapándome con su fragante tibieza, era como un regalo del cielo. Pero... el día de la partida llegó y aunque desde el principio supe que lo nuestro no sería eterno, me costaba desprenderme de aquello que tan prontamente había pasado a formar parte de mi vida.
Lo fui a visitar a su departamento unas horas antes de su vuelo, cogimos como si fuera la última vez, que quizás lo fuera, tratando de expresar en esos breves momentos lo que sentíamos el uno por el otro. No era amor, obvio, sino algo más fuerte, más intenso, más... no sé, la pasábamos bien juntos, nos gustábamos, y aun incluso después del sexo ninguno se apuraba para irse, al contrario, deseábamos seguir juntos el mayor tiempo que nos fuera posible. Si bien somos de culturas distintas, de etnias distintas, parecía como si nos conociéramos de toda la vida, y en la cama éramos el complemento ideal el uno del otro. Nos conocíamos hasta el último gesto, intuyendo ya desde mucho antes lo que el otro pretendía.
Ese día, el de la despedida, me dio como nunca, haciéndome vibrar al ritmo de sus demoledores ensartes. Quiso también hacerme bien a fondo el culo, pero pese a la insistencia y la buena predisposición de ambos, más de la mitad no me entraba. Recuerdo haberlo estado cabalgando, de espalda, subiendo y bajando sobre tan brutal columna de ébano, meciéndome como si estuviera en la cima del mundo, hasta que en un arrebato volví a intentar por el culo. Me gustaba esa sensación de dolor, ardor, el empuje que me provocaba, pero aunque trataba y trataba, había una barrera infranqueable que no permitía ingresar más de la mitad de su volumen, más significaría el desgarro, la rotura, el violento y feroz quiebre de mis partes. Así que volví a envolverlo con mi concha y a agasajarlo con el roce de esas paredes cálidas y aterciopeladas.
Esa vez me acabó encima, yo de rodillas, como una súbdita, y él de pie frente a mí, sacudiéndosela como si quisiera despellejársela. El ruido del frotamiento y de nuestros suspiros me llenaba los oídos, mientras esperaba ahí, ansiosa y expectante, la boca abierta, amasándome las tetas, ofreciéndoselas para que me las empapara con su leche. Acabó como si en vez de pija tuviera un surtidor, lanzando sobre mi humanidad chorro tras chorro de esperma. Una parte se derramó en mi boca, ahogándome casi con su efervescencia, mientras que lo demás me cayó en la cara, en el pelo, en las tetas... fue apoteótico, épico, trascendental… podrán pasar los hombres, pero por siempre perdurará en mí esa imagen del negro acabándome encima, dejándome la marca de su virilidad.
Me tuvo que ayudar a levantarme, ya que me quede ciega, la leche que me había caído en el pelo se fue derramando por mi frente y me caía sobre los párpados, dejándome momentáneamente sin visión alguna. Me llevó al baño, así, toda lecheada como estaba, y nos duchamos. En la bañera me volvió a coger, me estampó de cara contra los azulejos, y me avanzó por detrás. Tenía que agacharse bastante y yo pararme en los bordes de la bañera para que nuestros sexos coincidieran, pero lo logramos, pudiendo disfrutar de una yapa que ambos necesitábamos con urgencia. Me acabó adentro, inyectándome semen hasta en conductos que creía olvidados, y entonces sí, la despedida se volvió inminente e inevitable.
Luego de ese último polvo (¿hasta cuándo?), nos duchamos juntos y lo acompañe hasta el vehículo que lo llevaría al aeropuerto. Nos despedimos con un beso por demás jugoso y efusivo, a la vista de todo el mundo, prometiéndonos un próximo reencuentro. Cuando se fue me quede triste, desolada, en las últimas semanas había estado solo con él, por lo que su ausencia no pasaría desapercibida en mi andar diario.
Caminé unas cuadras hasta Santa Fe y me tomé el subte, tenía el resto del día libre así que no iba apurada. Iba distraída en mis cavilaciones, tratando de no pensar en Awekonosecuanto, cuando mi mirada se cruza con la de un tipo que está parado en la puerta del vagón, mirándome fijamente. Al quedar mirándonos no puedo evitar sonreír, no porque buscara algo, sino por simple reflejo. Vuelvo la mirada y me quedo observándolo por el reflejo de la ventanilla, me sigue mirando, sonriendo también. Se trata de un hombre bastante atractivo, de unos 30 y pico, de impecable traje y attache, el remedio perfecto para olvidarme, por el momento, de mi querido amante africano. Pero ya estamos llegando a la estación, si voy a hacer algo tengo que hacerlo ya. Me levanto y voy hacia la puerta, poniéndome justo a su lado. A esa hora viaja poca gente, así que no hay demasiados intrusos entre nosotros.
-¿La próxima es Uruguay?- le pregunto.
Ya sé que es Uruguay, pero trato de iniciar algún tipo de charla.
-Sí, ¿te bajas ahí?- me pregunta a su vez.
-Sí, ¿por?- le replico.
-Quizás podría invitarte a tomar un café-
-¿Solo quizás?- le advierto con una sonrisa.
-Te invito a tomar un café quiero decir- se corrige.
-Ok, acepto- le digo sonriente y extendiendo una mano me presento -Mariela-
-Alfonso- se presenta a su vez estrechándomela.
La formación ya está llegando al andén, bajamos y caminamos juntos por los pasillos y escaleras hasta que salimos al exterior. Parece mentira pero cuando me despedí de Awekonosecuanto hace unos pocos minutos, estaba nublado y a punto de llover, en cambio ahora el cielo está despejado y el sol radiante, como mi ánimo. Entramos a una confitería, nos sentamos a una mesa y pedimos un par de cafés. Charlamos durante un buen rato, seguro piensan que para entonces ya deberíamos estar garchando (yo también, jaja) pero Alfonso debía ir a trabajar y yo venía de tener una agotadora sesión sexual con Awekonosecuanto, ni se imaginan como tenía la concha, a la pobre debía darle por lo menos algunas horas para que se recupere. Además me gustaba ese jueguito de seducción, ir lentamente, paso a paso, aunque sin exagerar, claro, tampoco es cuestión de andar haciéndose la carmelita descalza.
-Mirá que soy casada- le advertí cuando me pidió el número de celular.
-Yo también- me correspondió mostrándome su alianza.
Nos reímos y nos pasamos los números, aclarando en que momentos podíamos llamar y/o mandarnos mensajes. Ya cuando se hacía la hora de despedirnos, pagó lo que consumimos, caminamos hasta la puerta, salimos a la calle y... nos besamos. Fue un beso corto aunque satisfactorio, apropiado prolegómeno para lo que seguramente habría de ocurrir en los próximos días.
Los días previos a su partida nos encontrábamos prácticamente a toda hora para coger hasta caer desfallecidos. No nos dábamos tregua ni respiro, momento libre que teníamos, lo aprovechábamos para echarnos uno de esos polvos que ya se habían vuelto imprescindibles para ambos. Casi siempre me acababa adentro, y cuando no, me echaba su simiente encima como si fuera una cascada. Había probado su semen de todas formas, por la concha, por el culo, por la boca, pero sentirla derramándose sobre mi piel, empapándome con su fragante tibieza, era como un regalo del cielo. Pero... el día de la partida llegó y aunque desde el principio supe que lo nuestro no sería eterno, me costaba desprenderme de aquello que tan prontamente había pasado a formar parte de mi vida.
Lo fui a visitar a su departamento unas horas antes de su vuelo, cogimos como si fuera la última vez, que quizás lo fuera, tratando de expresar en esos breves momentos lo que sentíamos el uno por el otro. No era amor, obvio, sino algo más fuerte, más intenso, más... no sé, la pasábamos bien juntos, nos gustábamos, y aun incluso después del sexo ninguno se apuraba para irse, al contrario, deseábamos seguir juntos el mayor tiempo que nos fuera posible. Si bien somos de culturas distintas, de etnias distintas, parecía como si nos conociéramos de toda la vida, y en la cama éramos el complemento ideal el uno del otro. Nos conocíamos hasta el último gesto, intuyendo ya desde mucho antes lo que el otro pretendía.
Ese día, el de la despedida, me dio como nunca, haciéndome vibrar al ritmo de sus demoledores ensartes. Quiso también hacerme bien a fondo el culo, pero pese a la insistencia y la buena predisposición de ambos, más de la mitad no me entraba. Recuerdo haberlo estado cabalgando, de espalda, subiendo y bajando sobre tan brutal columna de ébano, meciéndome como si estuviera en la cima del mundo, hasta que en un arrebato volví a intentar por el culo. Me gustaba esa sensación de dolor, ardor, el empuje que me provocaba, pero aunque trataba y trataba, había una barrera infranqueable que no permitía ingresar más de la mitad de su volumen, más significaría el desgarro, la rotura, el violento y feroz quiebre de mis partes. Así que volví a envolverlo con mi concha y a agasajarlo con el roce de esas paredes cálidas y aterciopeladas.
Esa vez me acabó encima, yo de rodillas, como una súbdita, y él de pie frente a mí, sacudiéndosela como si quisiera despellejársela. El ruido del frotamiento y de nuestros suspiros me llenaba los oídos, mientras esperaba ahí, ansiosa y expectante, la boca abierta, amasándome las tetas, ofreciéndoselas para que me las empapara con su leche. Acabó como si en vez de pija tuviera un surtidor, lanzando sobre mi humanidad chorro tras chorro de esperma. Una parte se derramó en mi boca, ahogándome casi con su efervescencia, mientras que lo demás me cayó en la cara, en el pelo, en las tetas... fue apoteótico, épico, trascendental… podrán pasar los hombres, pero por siempre perdurará en mí esa imagen del negro acabándome encima, dejándome la marca de su virilidad.
Me tuvo que ayudar a levantarme, ya que me quede ciega, la leche que me había caído en el pelo se fue derramando por mi frente y me caía sobre los párpados, dejándome momentáneamente sin visión alguna. Me llevó al baño, así, toda lecheada como estaba, y nos duchamos. En la bañera me volvió a coger, me estampó de cara contra los azulejos, y me avanzó por detrás. Tenía que agacharse bastante y yo pararme en los bordes de la bañera para que nuestros sexos coincidieran, pero lo logramos, pudiendo disfrutar de una yapa que ambos necesitábamos con urgencia. Me acabó adentro, inyectándome semen hasta en conductos que creía olvidados, y entonces sí, la despedida se volvió inminente e inevitable.
Luego de ese último polvo (¿hasta cuándo?), nos duchamos juntos y lo acompañe hasta el vehículo que lo llevaría al aeropuerto. Nos despedimos con un beso por demás jugoso y efusivo, a la vista de todo el mundo, prometiéndonos un próximo reencuentro. Cuando se fue me quede triste, desolada, en las últimas semanas había estado solo con él, por lo que su ausencia no pasaría desapercibida en mi andar diario.
Caminé unas cuadras hasta Santa Fe y me tomé el subte, tenía el resto del día libre así que no iba apurada. Iba distraída en mis cavilaciones, tratando de no pensar en Awekonosecuanto, cuando mi mirada se cruza con la de un tipo que está parado en la puerta del vagón, mirándome fijamente. Al quedar mirándonos no puedo evitar sonreír, no porque buscara algo, sino por simple reflejo. Vuelvo la mirada y me quedo observándolo por el reflejo de la ventanilla, me sigue mirando, sonriendo también. Se trata de un hombre bastante atractivo, de unos 30 y pico, de impecable traje y attache, el remedio perfecto para olvidarme, por el momento, de mi querido amante africano. Pero ya estamos llegando a la estación, si voy a hacer algo tengo que hacerlo ya. Me levanto y voy hacia la puerta, poniéndome justo a su lado. A esa hora viaja poca gente, así que no hay demasiados intrusos entre nosotros.
-¿La próxima es Uruguay?- le pregunto.
Ya sé que es Uruguay, pero trato de iniciar algún tipo de charla.
-Sí, ¿te bajas ahí?- me pregunta a su vez.
-Sí, ¿por?- le replico.
-Quizás podría invitarte a tomar un café-
-¿Solo quizás?- le advierto con una sonrisa.
-Te invito a tomar un café quiero decir- se corrige.
-Ok, acepto- le digo sonriente y extendiendo una mano me presento -Mariela-
-Alfonso- se presenta a su vez estrechándomela.
La formación ya está llegando al andén, bajamos y caminamos juntos por los pasillos y escaleras hasta que salimos al exterior. Parece mentira pero cuando me despedí de Awekonosecuanto hace unos pocos minutos, estaba nublado y a punto de llover, en cambio ahora el cielo está despejado y el sol radiante, como mi ánimo. Entramos a una confitería, nos sentamos a una mesa y pedimos un par de cafés. Charlamos durante un buen rato, seguro piensan que para entonces ya deberíamos estar garchando (yo también, jaja) pero Alfonso debía ir a trabajar y yo venía de tener una agotadora sesión sexual con Awekonosecuanto, ni se imaginan como tenía la concha, a la pobre debía darle por lo menos algunas horas para que se recupere. Además me gustaba ese jueguito de seducción, ir lentamente, paso a paso, aunque sin exagerar, claro, tampoco es cuestión de andar haciéndose la carmelita descalza.
-Mirá que soy casada- le advertí cuando me pidió el número de celular.
-Yo también- me correspondió mostrándome su alianza.
Nos reímos y nos pasamos los números, aclarando en que momentos podíamos llamar y/o mandarnos mensajes. Ya cuando se hacía la hora de despedirnos, pagó lo que consumimos, caminamos hasta la puerta, salimos a la calle y... nos besamos. Fue un beso corto aunque satisfactorio, apropiado prolegómeno para lo que seguramente habría de ocurrir en los próximos días.
20 comentarios - Ebano y marfil 4
van puntos
me voy a empezar a parar en las puertas del subte a ver si tengo suerte
Muuuy caliente como siempre!!
Gracias por compartir
Que manera tan especial y hasta poética que tienes de tratar una buena culeada!!
¡Felicitaciones otra vez! 👏 👏 👏 👏 👏