Post anterior
Post siguiente
Compendio I
Dos días después, el miércoles, me reuní con el doctor que me había recomendado al obstetra. Estaba tan sorprendido como yo.
“¿Y qué piensas hacer, Marco?” Preguntó él, sentándose y abriendo un cajón de su escritorio.
“Por ahora, nada. Las cosas se han calmado un poco, al saber que tendré gemelos.” Respondí, bastante tranquilo.
Sacó una botella transparente y un pequeño vaso.
“Yo en tu lugar, no me sentiría tan seguro” dijo, sirviéndose un trago y bebiéndoselo al seco.
Era un trago amargo, por la reacción al pasarlo por la garganta.
“¿Por qué lo dice?” pregunté yo, sorprendido.
Preparó otro vaso y me lo dejo delante.
“Te he dicho que no es mi área de experticia…” dijo él, golpeándose el pecho, para digerir la bebida mejor. “Sin embargo, al comienzo del segundo trimestre, hay mujeres que experimentan un incremento en el libido.”
Al oír eso, me preocupe. El doctor me recomendó beber el vaso. No acepté su invitación, ya que quería estar con mis 5 sentidos escuchando su explicación.
“No niego que siento envidia: ser joven y tener tantas mujeres… pero has venido a verme, porque estás bajo de peso, te falta descanso y estás comiendo obsesivamente y eso que es sólo una ligera descompensación hormonal producida por el embarazo…” decía él, con una cara de evidente preocupación. “Ahora, tienes gemelos… y bueno… ¿Te imaginas el segundo trimestre?”
Tuve que beberlo... Era ron…Muy amargo... Lo agradecí…
Lo necesitaba…
Desde que visitamos a Lucía, la actitud de Pamela había cambiado considerablemente. Me abrazaba y me besaba en las mejillas con mayor frecuencia, pidiéndome que le ayudara a estudiar un poco más.
También notaba que Verónica se había puesto más cariñosa, rascando mi cabeza mientras me servía el almuerzo y pellizcando mis mejillas con dulzura. Probablemente, era porque Pamela también jugaba más con Violeta.
Sólo Amelia me miraba sin entender, pero para que no se sintiera mal, trataba de complacerla en lo que deseara cuando salíamos a trotar
Pero esa tarde, cuando Marisol regresó de la universidad, fue muy enojada a verme.
“¡Marco, tengo que hablar contigo!” dijo, muy seria.
“¿No puede esperar?” Pregunté intuyendo las razones de su enojo. “¡Estamos estudiando!”
Al oír mi respuesta, su cara se dulcifico e incluso, me sonrió con ternura.
“Si… no es algo tan urgente. Déjenme guardar mis cosas y me uniré a ustedes.”
Cuando se fue, Pamela me dijo.
“Marco… si necesitas hablar a solas con ella, no te molestes. Yo puedo arreglármelas sola…” me mintió, con preocupación.
“¡Pamplinas, Pamela!” Le respondí. “¡Esto te tiene muy nerviosa y no quieres que me aparte de tu lado!”
Ella se sonrojó al ver que la conocía tan bien. Al poco rato, llegó Marisol y seguimos estudiando, hasta la hora de la cena.
Por la noche, como era de esperarse, las 2 me pidieron repasar sus lecciones. Sé que esto no es muy consecuente con la idea de diluir estas relaciones, pero tanto Marisol como yo sabíamos que sin nuestra ayuda, Pamela no podría enfrentarse a las pruebas.
La pobre estaba agotada. Habíamos estudiado una buena parte del día y cuando acabé de interrogar y correrme en Marisol, ella estaba durmiendo profundamente, aferrada a mi cojín.
Se veía tan tierna, que la tuve que tomar, como si fuera una hija pequeña y llevarla a su dormitorio. Marisol nos miraba con ternura. Ella sabe que, aunque hacemos el amor, lo que siento por Pamela no es el mismo sentimiento de amor incondicional y que, en el fondo, lo hago para que no se sienta sola.
Recuerdo que me sentía bien al llevarla en brazos por el pasillo, mientras que ella se aferraba a mis hombros en su sueño. Pensaba que no podría hacerlo muchas veces más, con el asunto del viaje y lo demás y me sentía agradecido de haber tenido la oportunidad de acostarme con ella.
La acosté en su cama, la cubrí, acaricie suavemente sus cabellos y la besé en los labios, gesto que la hizo despertar brevemente y darme una sonrisa de satisfacción, mientras que se cubría con las sabanas, para seguir durmiendo.
Me iba a marchar, pero un susurro me lo impidió.
“¡Marco!” decía bien bajito Amelia.
“¿Qué pasa?” pregunté.
Sacudió despacio la caja de pastillas anticonceptivas.
Yo estaba complicado…
“¿No puedes esperar un día más?”
Ella se enojó.
“¡No!” me respondió, muy seria. “¡Pasas todo el día con mi hermana y Pamela y cuando salimos a trotar, nunca quieres hacerlo sin preservativo!”
Esas frases son las que me hacen pensar que ellas son viciosas…
“¡Además… me gustaría que mi primera vez… fuera en una cama!” No podía verla con claridad, pero imaginaba que lo decía toda colorada. “…y me he vestido sensual para ti, solamente…”
Eso era un bono, pero me acosté con ella, sabiendo que se enojaría más si no la obedecía. Ella estaba muy contenta.
“Amelia… ya hablaste con el doctor… ¿Estás en tus días seguros?” Pregunté, cubriéndome con la sabana.
“¡Si, Marco!” me respondió ella, muy animada y abrazándome. Pero muy avergonzada, agregó. “El periodo me llegaría… la semana que viene.”
Sonreí. No me estaba mintiendo y era bueno saber que sí le había prestado atención al doctor. La abracé y me di cuenta que tampoco mentía al haberse vestido sensual para dormir.
Tenía una camisa de colgantes, que si bien, cubría sus pechos completamente, era tan delgada y blanca que demarcaba el contorno de sus pezones y la aureola y para mi mayor agrado, estaba durmiendo con sus bragas infantiles.
Ella estaba contenta que mis manos recorrieran su cuerpo.
“¿Estás conforme?” preguntó ella, cerrando los ojos al sentir mis dedos explorando su rajita. “¿Puedes ser… el primer hombre… en correrte dentro?”
Esa frase me dio como 5 golpes seguidos. Es difícil de explicar el impacto que me causó. Fue el susurro del secreto para que Pamela no nos escuchara, combinado con su inocencia de niñita y los deseos de sonar como una mujer adulta y algo sensual, pero tímida, la que me hizo besarla.
Ella sonreía contenta, en especial, cuando desnudaba sus pechos.
“¡Tus manos siempre están calientitas!” decía, mientras se los acariciaba.
“Y a ti siempre te gusta que te los acaricie…” le dije, besando su cuello.
“Es que… ahora me gustan…” decía ella, teniendo un orgasmo con mi mano que estimulaba su rajita. “A mi novio… le gustan mucho… las chicas pechugonas.”
Nos besamos, calentando la atmosfera y fue ella la que descubrió mi pene erecto.
“¡Marco, tienes que prometerme que te correrás dentro!” me ordenó, muy sería, luego de ensartarse, encima de mí.
“Si, Amelia, lo haré” le dije, a medida que se empezaba a sacudir.
Supongo que era comprensible en ellas. Las pocas veces que lo hemos hecho sin preservativo, una de las partes (generalmente yo) queda descontento.
Empezaba a gemir, disfrutando de mi pene. No puedo negar que su interior es acogedor también. Es más apretado que el de Pamela y Marisol, ya que como se han dado cuenta, a ella le encanta por detrás.
Además, su condición atlética hace que sus movimientos sean más fuertes y sensuales y aunque no se corre tanto como Pamela, sus pechos bamboleantes y su hermosa cara de niña, mordiéndose los labios, conteniendo sus gemidos de placer, lo hace una experiencia maravillosa.
“¡Estás… tan caliente y duro!... ¡Estoy tan feliz!” decía ella, abrazándome, mientras que su pelvis machacaba mi herramienta con violencia e intensidad.
Le metí unos dedos en el trasero, lo que la hizo gemir y correrse, pero tuve que besarla, para que no metiera tanto ruido. Su trasero es su punto débil y me bombeaba con mayor intensidad.
Me habría gustado más apretar sus pechos, pero como no podía dejar gemir, tuve que conformarme con sentir sus voluminosas carnosidades, enterrándose en el mío.
“Marco… te siento tan adentro… ¡Tienes que correrte… en mi!”
También sentía lo mismo. Su vaivén me hacia ensanchar partes de su útero que no estoy seguro de haber sentido antes.
Mientras que una mano seguía con unos dedos incrustados en el ano, la otra se aferraba a su cadera, como si impidiera que escapara.
“Marco… te amo y soy… muy feliz contigo…” me decía, mientras me besaba con su lengua sabor a frutilla.
Tenía que correrme, así que saqué los dedos y ambos brazos, subieron por su espalda, a la altura de sus pechos, para besarla de una manera apasionada, que contuviera sus gemidos de placer, una vez que me corriera.
Pude sentir en su lengua cuando sintió el primer, segundo y tercer impacto en su interior. Su cara de satisfacción era deliciosa y me miraba con sus ojos verdes, muy contenta, mientras acariciaba mi cara.
“Me has hecho… tan feliz” decía, besándome, mientras que yo sentía la mezcla de sus jugos y parte de mi semen, desbordándose de su rajita y humedeciendo mis testículos.
Nos acurrucamos un rato y aproveché de conversar, mientras nos separábamos.
“Amelia, ¿Qué opinas de esto? ¿Te sientes contenta?”
“¡Sí!” respondía ella, aun sonriente. “Envidio a mi hermana… lo puede hacer contigo… todo el tiempo.”
Me reí un poco.
“¡No, Amelia!” le aclaré. “No me refiero a eso. Hablo de que tenga esta relación con tu familia.”
“¡No lo sé, Marco!” dijo ella, sonriéndome. Estaba muy contenta de que cumpliera su deseo. “Si a ti te hace feliz… a mi también.”
“Pero ¿Cómo te sentirías si lo hiciera con más mujeres?” pregunté.
“¿No te sientes… satisfecho con nosotras?” preguntó ella, casi poniéndose a llorar.
“¡No, Amelia! ¡Al contrario!” le respondí, tratando de calmarla. “Yo me siento bien... ustedes son tan dulces y bonitas, que no necesito más.”
Su cara se encendió como un sol, nuevamente.
“¿De verdad?”
“Si, corazón. Te lo pregunto, porque siento que tu madre y Pamela quieren que lo haga también con tu tía.” Respondí.
“Pero eso… no estaría bien.” decía ella, algo confundida.
Sonreí, al ver que pensaba igual que yo.
“Y Sonia quiere hacer lo mismo, pero con una compañera de trabajo.” Añadí.
“¡No, Marco, tú no puedes!” me dijo ella, abrazándome muy fuerte y respirando en mi pecho. Luego añadió, con un tono de resignación “Sé que me ves como la más inmadura e inocente… pero para mí, ya es difícil saber que sales los fines de semana con otra… y sé que mi opinión puede no ser tan importante como la de Marisol o mi mamá… pero me sentiría muy triste si lo hicieras con alguien más.”
“¡Gracias, Amelia! ¡Era lo que deseaba oír!” le dije, abrazándola con ternura.
A ella le sorprendió.
“¿De qué… hablas?” dijo, probablemente, muy avergonzada.
“Porque yo tampoco necesito más… y porque has madurado.” Le dije, besándola suavemente. “La Amelia que conocí en el norte, seguramente me habría dicho que hiciera lo que más deseara, sin decirme que sentía… pero ahora, incluso sabiendo que no podía ser lo que deseara… lo dijiste y por eso, te doy las gracias.”
“¡Marco, eres un tonto!” me dijo ella, llorando confundida. “¡No tienes idea de cuánto te amo!”
“Si, lo sé, corazón.” Le dije, acariciando sus cabellos.
Me quedé con ella hasta que se durmió. Para mí, esa es la parte triste de toda esta historia. Siempre tengo que abandonar una cama, para volver con Marisol.
No es que desee permanecer con ella toda la noche, pero en el fondo, mi corazón siempre vuelve a Marisol y sé bien que Amelia no merece a alguien como yo.
Cuando me acuesto, Marisol está despierta y también me preocupa. No sé si ha estado durmiendo y recién despertando o bien, ha estado todo este rato despierta, ansiando mi regreso. Es algo que nunca podré saber, porque aunque lo pregunté, ella no me lo dirá.
“Marco…” dijo ella, aferrándose a mi pecho, en la misma zona donde su hermana, momentos antes, estuvo acurrucada. “Encontré a tu profesor de Magister… me dijo que no ha sabido nada de ti… y estaba bastante enojado…”
La besé. No quería escuchar su pregunta, sin embargo, le di mi respuesta.
“Por ahora, lo importante son Pamela y tú…” suspiré y continúe, con resignación. “Mis problemas pueden esperar…”
“¡Marco!” me dijo ella, besándome y empezamos a hacer el amor, para sentirnos mejor.
Ella también sabía que lo que menos teníamos era tiempo… y que en el fondo, nuestras decisiones me estaban haciendo sacrificar 2 años en vano…
Post siguiente
0 comentarios - Seis por ocho (88): Una carrera contra el tiempo.