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Compendio I
Confieso que ir a ver a Sonia ese fin de semana fue más difícil. Al saber que el embarazo de Marisol iba marchando sin complicaciones de cuidado, todas ellas se alegraron y me dieron algo de tregua. Por las tardes, estudiábamos con Pamela y Marisol y como era de esperarse, me obligaban a repasar sus lecciones por la noche, aunque no podía quejarme.
A causa de eso, por las mañanas me encargaba de Verónica en la ducha y por las tardes, complacía a Amelia en nuestros trotes, para así mantener un cierto equilibrio.
Sin embargo, al llegar el jueves y empacaba mis cosas para el día siguiente, tenía mis dudas. Marisol le mandaba saludos a Sonia y yo le preguntaba si debía hacerlo o no.
Marisol me besaba, sonriéndome y explicándome que Sonia también me extrañaría, una vez que estuviéramos casados y viviendo en el extranjero, por lo que debía complacerla, mientras eso no ocurriera. Me dijo que no me preocupara, que “Ellas eran fuertes y podrían mantener el castillo”, pero eso no ayudaba a mis ánimos.
Incluso al despedirme de Violeta, me llenó de más remordimientos, ya que me pedía que “Volviera pronto, porque me iba a extrañar mucho” y que “Me quería, incluso más que a papi”, lo que me hacia cuestionar más la decisión de Marisol.
Pero en el fondo, tenía razón. Sonia estaba muy nerviosa de recibirme y se tomaba algunas molestias para hacerme sentir cómodo.
Conversábamos, principalmente del trabajo, puesto que igual extrañaba de esa rutina. Ella me decía que también me extrañaba, que incluso le gustaría regresar a la mina, para tenerme todos los días a su lado.
Y como era de esperarse, le pregunté sobre los “Lunes casuales”. Su mirada sonreía con malicia.
“Te deben estar comiendo los celos, ¿No?” me decía ella. “Apuesto que me imaginas en un trío con Nicolás e Ignacio, mientras que Alberto me espera para seducirme… ¿Me equivoco?”
Yo me reía.
“¡Claro que no!” le respondí, con sinceridad. “Sé bien que los detestas tanto como yo, por pretenciosos y engreídos… y aunque así fuera, estás en tu completo derecho de hacerlo.”
“¡Bah!” exclamó. “¡No eres divertido!... ¡Me conoces bastante bien!... además, yo solamente soy puta de un solo hombre…”
“¿Y qué ha sido de Elena?” pregunté, para quitarle importancia.
“¡Así que por eso preguntabas!” exclamó ella, algo enojada. “¡Que malo eres!... ¡Yo extrañándote y tú, pensando en una puta de verdad!”
“¡No, no es eso!” le dije, algo arrepentido. “Sabes lo que pienso de ella…”
Sonia me miró muchísimo más comprensiva.
“Si, Marco, lo sé… y tenias toda la razón.” Me dijo, mirándome con algo de ternura.
Su perspectiva sobre Elena ha cambiado bastante en este último tiempo. En nuestro primer fin de semana juntos, le confesé que me sentía arrepentido de haberle pedido eso a Elena. Sonia se enojó, pensando que realmente me gustaba, pero le dije que ese no era el caso.
Le dije que cuando se reconoció como una puta inútil, me dio lastima, ya que a diferencia de Sonia y de mí, el trabajo de Elena dependía exclusivamente de qué tan interesado podía mantener a Nicolás y a los otros, por lo que probablemente debía rebajarse a sus patéticos caprichos, sin posibilidad de quejarse.
Incluso yo me sentía culpable, puesto que le había exigido una labor que de por sí, podría resultarle desagradable, sin pensar en sus propios deseos, ya que no conocía al personal de aseo. Pero el simple hecho de verse desamparada, fuera de este trabajo, la obligó a aceptar.
Sonia también me confesó un poco de remordimiento, porque aunque en nuestro arreglo inicial, habíamos acordado un solo día para los hombres del aseo, ellos demandaron 3, por lo que tenía que quedarse lunes, miércoles y viernes, para mantener el secreto.
Pero ella no protestó, no porque le encantara la idea, sino que para que “el resto pudiera ser más feliz, gracias a ella”.
“¡Anda, cuéntame! ¡Me prometiste!” la interrogaba, mientras la besaba en la cama. Me había prometido que me diría lo que pasaba los lunes, si le hacía el amor 3 veces, acuerdo que cumplí.
Ella sólo se reía.
“¡Lo siento, Marco, pero tenía que engañarte!” me respondía, muy burlona. “Como no estás, me encierro en la oficina, pongo un poco de música y me encargo de las llamadas, mientras hago mi trabajo. ¡No sé nada más!”
“¡Debes saber más! ¡No te dejaré hasta que confieses!” le dije, muy determinado.
“¡No, Marco!... ¡De verdad no sé nada!” decía ella, pero ya estaba debajo de las sabanas.
Sus pechos son tibios y blandos. Eran del mismo porte de Marisol, pero no tan suaves ni elásticos. Curiosamente, lamer el contorno de su ombligo la excita un poco. Creo que debe tener cosquillas y por eso le gusta.
Me sujetaba con las manos.
“¡Marco, no tienes que hacerlo! ¡De verdad no tengo más que contarte!” me decía, pero yo igual lo deseaba.
Siempre me ocupo de su trasero, aunque ella siempre me da mamadas profundas. Quería devolverle el favor y hacerla sentir bien con mi boca. Como les digo, he mejorado mis técnicas y puedo aguantar más.
“¡Marco… no sé nada… pero no pares!” me decía ella, corriéndose un par de veces con mis lamidas y toqueteos y quería complacerla… pero en realidad, ella no miente cuando dice que es mi puta.
“¡Marco… de verdad!… siento haberte engañado… pero… ¡Ah!...” Dijo, al ver mi cara aparecer nuevamente.
Mi verga en su culo. “¡Amigo, gran cosa! ¡Sé bien que te has vuelto algo adicto a los anales, pero es Sonia!”. Sí, pero recuerden… Sonia es mi puta.
“¡Marco!... ¡Siento tus bolas!... ¡Estás tan adentro!” ella gime, entre adolorida y golosa.
Como les digo, hemos forzado tanto su esfínter, que con ella puedo ingresar en lo más profundo de su ser, cosa que no puedo con las otras. De hecho, ha sido con Sonia que he descubierto el lado “desagradable y aromático” del sexo anal, pero una visita al baño, algo de agua caliente, jabón y toda sensación vale la pena.
Y bueno, está también lo que pasa por delante, ya que me tengo que contener un poco. Aunque hay veces que me dejo llevar por la pasión y literalmente, la atravieso (quedo con esa sensación de estar directamente en el interior de su cérvix), trato de no tentar mi suerte, para no exigir al preservativo a un esfuerzo adicional que pueda romperlo y hacer que me corra en su interior.
De cualquier manera, a ella le gusta, al igual que a mí…
“¡Marco!…de verdad… no sé nada… pero no pares… ¡Te siento tan adentro!...” dice ella, con la lengua afuera, disfrutando cada arremetida, sacudiendo sus caderas al compas de mis embistes.
No niego que cuando la bombeo, he pensado en usar también un condón, pero luego recuerdo que es la única entrada donde puedo hacer mis descargas… por lo que hago vista gorda a la higiene, en esos momentos de placer desenfrenado.
Es tal la facilidad con que la puedo meter, que casi no necesitamos lubricación inicial y ese culo realmente disfruta ser empalado por mí, envolviendo mi verga como si fuera un abrigo.
Cuando me corro gloriosamente en su interior, le agarro los pechos, pellizcando suavemente sus pezones, lo que maximiza un poco el placer de Sonia, que me besa apasionadamente por mi proeza. Le gusta tanto, que en varias ocasiones, he sentido su cama húmeda, por correrse por su otro agujero.
Incluso, ni siquiera tengo que esperar que me relaje, ya que puedo “desenfundar mi espada” sin mucho esfuerzo, aunque ella la prefiere tener más rato enfundada.
“Por eso mismo, me encierro en la oficina” me dice ella, muy complacida. “¡No quiero que otro me la meta tan adentro, como lo haces tú!... y por eso, no sé mucho de lo que pasa afuera… aunque tienes razón, y gracias a Elena, puedo contarte algunas cosas”
“¿Elena?” pregunté, sorprendido.
“Sí.” me dijo, comprendiendo mi incredulidad. “Verás, los lunes son complicados para nosotras…”
Como podrán recordar, ese lunes de la reunión, nosotros nos encargamos de “empoderar” a las secretarias de Alberto e Ignacio. Sin embargo, aunque yo tenía a mi infatigablemente golosa Verónica en casa, no contaba con que Silvia y Hortensia fueran unas viciosas cuarentonas también.
Así que mientras el resto de los mortales tenía un “Lunes casual” de un par de horas, los jefes inconscientemente tenían una “Semana casual” entera, ya que ellas estaban bastante loquitas por sus empleadores. Y aunque son casadas y tienen hijos, a punto de entrar a la universidad, les encanta cogerse a jovencitos, especialmente, tan atractivos como ellos y es por eso que Sonia, en realidad no tenía oposición a sus decisiones.
Sin embargo, eso hacía que Elena quedara completamente libre en la hora de las orgias, ya que las cuarentonas, no satisfechas con tener a uno de sus patrones empalándolas en la sala de conferencias, se comían la verga del tercer afortunado, lo que los llenaba de sensaciones completamente nuevas y más deliciosas que la que una puta común podía ofrecerles.
Por esa razón, Elena intentó pasearse por los pasillos, pero para su pesar, nadie parecía estar demasiado interesado en ella, si tenían otras chicas con rajitas más estrechas para probar.
Fue así como llegó a la oficina de Sonia y le preguntó si le podía hacer compañía.
“¡No estoy diciendo que seamos amigas ahora!” me explicaba Sonia. “Pero como tú dijiste… para ella es difícil trabajar, sin tener un oficio, así que le pido que me ayude a atender las llamadas.”
“¡Te felicito!” le dije yo. “¡Sabía que tenías cualidades de jefa!”
Ella se sonrojó.
“¡Marco, no bromees!” dijo ella, poniendo su cara algo más triste. “Ella me da un poco de pena… me ha contado que de los 5 hombres, hay unos 3 extranjeros, que fueron los que demandaron más días. Los otros 2 se puede encargar sin mucha dificultad, pero esos 3 tienen penes bien grandes, están sudados y tienen mucha resistencia… por lo que me ha dicho que le cuesta un montón aparecerse los martes y jueves.”
Conociendo a Elena, me imaginaba a los 3 abusando de sus agujeros, simultáneamente y no puedo negar que les tenía algo de envidia.
“Me ha preguntado por ti, si te he visto o cómo has estado. Le conté que te veía los fines de semana y se entristeció, al creer que teníamos una relación…”
Me exalté con la mirada de Sonia… un frio helado recorría mi espalda… porque me era demasiado familiar…
La había visto un par de veces… en la cara de una hermosa chica con ojos verdes y un lunar en la mejilla… momentos antes de que me pidiera una de las cosas más locas que he escuchado en mi vida…
“Le expliqué que éramos como amantes, puesto que tú tenías a Marisol… y ella estaba intrigada, ya que nunca ha tenido a alguien así en su vida… me decía que igual era una lastima que me fuera, ya que Mario con suerte puede durar 2 horas, pero que contigo se notaba que podía más...”
No me lo preguntaría ese día, afortunadamente… pero la incógnita que yo tenía era si la haría antes de irme a Australia o no…
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1 comentarios - Seis por ocho (85): La única oficina funcionando…