Los mismos ojos pardos llenos de intriga que se extasiaban y desorbitaban sin más, ayer por la noche, mientras ibas entrando en clímax, al orgasmo… esa mirada tan fija y penetrante que fluye por el torrente sanguíneo y va entibiando el alma.
Pero no solamente eso, sino también los párpados a los que he dado pequeños y suaves besos centenares de veces mientras dormías, con tu respiración tranquila y constante. Yendo un poco más allá; esos labios tan tuyos, tan perfectos que he sabido saborear durante un millar de oportunidades; tan delicados y sabrosos, peculiarmente consistentes.
Y para no ser menos, esos cabellos semi rizados que tantas veces mutó su color, pero mantuvo su esencia sin resquebrajar ni el más mínimo de sus detalles; y debajo de él, tus pequeñas orejas, a las cuales infinidad de veces he susurrado palabras de amor, dulzuras pícaras, reverencias efervescentes de pasión y gemidos para trastornar tu cerebro perverso.
Escondida y engullida dentro de tu boca, tu lengua, tan filosa y mortalmente deliciosa al recorrer mi piel, erizándola… o esgrimiendo contra mi lengua en lujuriosas revolcadas sin antecedentes.
A decir verdad, no solamente veo eso, sino que además contemplo ante mí a la condesa de la locura sexual bestial, a la hechicera que no utiliza conjuros, ni encantamientos, ni pócimas, sino solamente la calidez de sus abrazos y sus caricias para volverme completamente loco o me arrodille a sus órdenes sin objeción alguna.
La misma joven que apañó sobre sus bien moldeados senos la cabeza de un diferente, y al hacerlo pude y puedo oír el palpitar de un corazón que late y late cada vez con más intensidad, mientras me deleito jugueteando con la voluptuosidad de los pechos y la particularidad de los pezones exquisitamente ansiosos por ser lamidos que hasta se endurecen para indicar su presencia.
Admiro absorto y revolviendo en mi cabeza tu vientre perfecto sobre el cual hace tantos años vengo reposando mi oído y quedándome medio dormido sin poder evitarlo ante la tranquilidad, mientras tus manos y tus dedos se me pierden en el pelo. Más aún, presencio el altar que se halla un poco más abajo, entre tus muslos, que pareciera estar completamente sellado, no obstante, ante tu voluntad, se despliega la rosa, comenzando como un pequeño capullo de principios de primavera y luego abriendo sus pétalos, dejando al descubierto sus pistilos con ansias de ser barnizado con el licor de mi lengua, para darle vida a una cereza aparentemente oculta tras un fino velo de piel sedosa.
Veo las mismas ansias que había hace diez años, el mismo fervor que había hace veinte, seguimos teniendo la misma química que hace cuarenta años atrás, la misma dulzura recíproca que hace sesenta, el mismo goce que hace ochenta, la misma pasión que hace noventa, la misma inocencia que hace cien…
Justamente cien años, cuando devoré por primera vez tu cuello.
Pero no solamente eso, sino también los párpados a los que he dado pequeños y suaves besos centenares de veces mientras dormías, con tu respiración tranquila y constante. Yendo un poco más allá; esos labios tan tuyos, tan perfectos que he sabido saborear durante un millar de oportunidades; tan delicados y sabrosos, peculiarmente consistentes.
Y para no ser menos, esos cabellos semi rizados que tantas veces mutó su color, pero mantuvo su esencia sin resquebrajar ni el más mínimo de sus detalles; y debajo de él, tus pequeñas orejas, a las cuales infinidad de veces he susurrado palabras de amor, dulzuras pícaras, reverencias efervescentes de pasión y gemidos para trastornar tu cerebro perverso.
Escondida y engullida dentro de tu boca, tu lengua, tan filosa y mortalmente deliciosa al recorrer mi piel, erizándola… o esgrimiendo contra mi lengua en lujuriosas revolcadas sin antecedentes.
A decir verdad, no solamente veo eso, sino que además contemplo ante mí a la condesa de la locura sexual bestial, a la hechicera que no utiliza conjuros, ni encantamientos, ni pócimas, sino solamente la calidez de sus abrazos y sus caricias para volverme completamente loco o me arrodille a sus órdenes sin objeción alguna.
La misma joven que apañó sobre sus bien moldeados senos la cabeza de un diferente, y al hacerlo pude y puedo oír el palpitar de un corazón que late y late cada vez con más intensidad, mientras me deleito jugueteando con la voluptuosidad de los pechos y la particularidad de los pezones exquisitamente ansiosos por ser lamidos que hasta se endurecen para indicar su presencia.
Admiro absorto y revolviendo en mi cabeza tu vientre perfecto sobre el cual hace tantos años vengo reposando mi oído y quedándome medio dormido sin poder evitarlo ante la tranquilidad, mientras tus manos y tus dedos se me pierden en el pelo. Más aún, presencio el altar que se halla un poco más abajo, entre tus muslos, que pareciera estar completamente sellado, no obstante, ante tu voluntad, se despliega la rosa, comenzando como un pequeño capullo de principios de primavera y luego abriendo sus pétalos, dejando al descubierto sus pistilos con ansias de ser barnizado con el licor de mi lengua, para darle vida a una cereza aparentemente oculta tras un fino velo de piel sedosa.
Veo las mismas ansias que había hace diez años, el mismo fervor que había hace veinte, seguimos teniendo la misma química que hace cuarenta años atrás, la misma dulzura recíproca que hace sesenta, el mismo goce que hace ochenta, la misma pasión que hace noventa, la misma inocencia que hace cien…
Justamente cien años, cuando devoré por primera vez tu cuello.
1 comentarios - ¿Qué ves cuando me ves?