La habitación era digna de un telo 5 estrellas. Luces suaves, sabanas de seda, espejos de pared a pared, aromatizante, música acorde al momento, un ambiente por demás a-cogedor...jaja.
Llegue desnuda, ya que en el trayecto fui dejando por el piso la poca ropa que me quedaba puesta. Dentro ya de aquel Santuario rebosante de sensualidad y erotismo, volvimos a besarnos con jugosa avidez, comiéndonos prácticamente las bocas, yo de puntas de pie y el agachándose en exceso, hasta que creí flotar en el aire, para cuando me di cuenta él me sostenía con sus enormes manos, levantándome unos cuantos centímetros del suelo. Dios mío, me dije entonces, de ésta no salgo entera.
Sin dejar de besarnos nos recostamos en la cama, acariciándonos, metiéndonos manos por doquier, chupándonos, lamiéndonos, hasta mordiéndonos incluso. De a poco me fui acomodando hasta quedar en cuatro, mientras mi "amante de la África del Norte" se colocaba un preservativo que le quedaba ceñido en la parte superior de la pija. Se puso tras de mí y midió distancias, con su verga oscilando siempre en torno a mi expectante conchita. Al vernos en el espejo, se me vino a la mente la imagen de un semental, de un corcel presto a servir a su hembra. Se alzó sobre sus piernas como un burro desquiciado y me la metió, bah, no me la metió de una, sino que apoyó la punta entre mis gajos y comenzó a empujar, y entre su empuje y mi absorción, un pedazo más que considerable fue encontrando su lugar, acomodándose entre mis aterciopeladas paredes, las que lo atraparon sin darle ya posibilidad de escapatoria alguna. Cuando entró toda, me sentí llena, colmada, rebosante de pija y de placer. Lleve una mano hacia atrás para acariciarle los huevos y sentir la energía, la furia de su virilidad y... ¡CHAN! No me había entrado toda como creía, recorrí con mis dedos lo que todavía estaba afuera y comprobé enmudecida que "apenas" me había metido un poco más de la mitad, y ya me sentía a punto de estallar. Pero obvio que no me iba a conformar con disfrutar solo una parte de tan ominosa herramienta, la quería toda, y toda la iba a tener aunque me llevara un desgarro en el intento. Fui yo quien comenzó a moverse atrás y adelante, sintiendo como me vaciaba y enseguida me volvía a llenar a medida que la ominosa verga me recorría de un extremo a otro... era yo la que provocaba los embates contra su cuerpo, buscando con todas mis ansias darle completo refugio en mi interior.
Me quede quieta un momento, deleitándome con las plácidas convulsiones de mi intimidad, cuando siento que, alzado todavía sobre sus pies, me toma con ambas manos de los hombros y empieza a moverse ahora él, dentro y fuera, arremetiendo con un ritmo firme y sostenido, enérgico, cautivante... ¡Que pedazo de verga por Dios! Aunque amenazara con dejarme como un colador la disfrutaba a full, la sensación de estiramiento que me producía era por demás deliciosa, poniéndome en todo momento al borde del desgarro, pero aun así, aunque me rompiera toda, no estaba dispuesta a pedirle compasión. Si mi destino era terminar desmembrada por aquella máquina de demolición, que así fuera.
Tras unos cuantos ensartes, pletóricos de ímpetu y vigor, Awekonosecuanto se dejó caer con las rodillas clavadas en el colchón y aferrándome de la cintura con una mano, de los pelos con la otra, me empezó a dar como si no tuviera fondo, pero sí lo tengo y cada clavada, cada golpe en las paredes de mi útero, me repercutían hasta en el alma. Dolía sí, pero se trataba de un dolor plácido, sensual, estimulante, el sacrificio justo que tenía que pagar para disfrutar de semejante hermosura. Una, dos, tres... una interminable sucesión de metidas y sacadas, ahora si bien profundas y certeras, con todo lo que tenía, con toda su carne, con toda esa negritud inmensa, pletórica de venas y vigor que laceraba mi propia carne con embistes cada vez más acelerados. Tuve que pedirle por favor que parara... sí, por primera vez le pedí (le imploré) a un hombre que dejara de cogerme. La concha se me antojaba un agujero sin fondo, profundo, desangrado, pero no era sangre lo que me brotaba, sino los jugos y fluidos de la cogida.
El desgarro tan temido (y ansiado) no se había producido y aun así me sentía toda rota, abierta, desfondada, la concha se me abría como un cráter amplio y vasto que se negaba a cerrarse aunque ya no tuviera nada adentro. La pija del dignatario africano se quedó oscilando en el aire, humeante, poderosa, encendida de lujuria. Ahí, fuera de su vaina, con el forro cubriéndole apenas una tercera porción de su tamaño, como si fuera el capuchón de una birome, se revelaba en todo su esplendor la diferencia abismal entre uno y otro, una diferencia de 10 a 1... Aun así me sentía sumamente complacida de poder disfrutar tan apetecible banquete.
Le saqué el forro de un tirón y volví a chupársela, le chupaba la cabeza, gorda, negra, caliente y le lamía todo el resto. Le puse otro forro y me recosté de espalda en la cama, él se acomodó entre mis piernas bien abiertas, dirigiendo el ariete oscuro hacia su ya bastante enrojecido objetivo. Me escupí abundante saliva en los dedos y me la esparcí por la concha, por sobre mis labios, que una vez más tendrían que soportar aquel delicioso flagelo. Aunque la concha no se me había cerrado todavía, de nuevo volvía a sentir ese estiramiento, esa tensión, ese desborde de carne y virilidad que yo misma había buscado.
-¡La tenés... enorme!- alcancé a suspirar cuando volvía a metérmela, esta vez sin pausa alguna, yendo directo al fondo de un solo y preciso empujón -¡...enorme...!- repetí disfrutando del completo y absoluto llenado de mi intimidad, volviéndome a sentir repleta de carne, al borde de la rotura.
Veía como aquel inmenso objeto me entraba y salía en toda su colosal extensión, y no podía creer que pudiera caberme entero. Pero me cabía. Era como si todas las pijas anteriores, todas las que probé hasta entonces, hubieran preparado el terreno para lo que estaba recibiendo en ese momento...
Sosteniéndose con brazos y piernas, Awekonosecuanto arremetía contra mi cuerpo sin consideración alguna, advertido sobre lo que podía llegar a aguantarme, ya no tenía reparos en darme con todo lo que tuviera... y la verdad, yo tampoco los tenía en recibirlo.
Desde abajo me impulsaba contra él, buscando ese golpe, ese estremecimiento que me arrancaba de mi cuerpo y me revoleaba por los aires, golpeándome cada vez con más ahínco, con más ímpetu. Sin pedirle esta vez clemencia alguna, acariciaba sus músculos, me bebía su aroma lamiendo las gotitas de sudor que bañaban su piel negra y brillante... aterciopelada. Lo besaba mordiendo sus gruesos labios, saboreando su lengua, su saliva, sus dientes, me hundía con él en un abismo oscuro y profundo del cual no quería salir jamás.
-Si... así... seguí... no pares... si... dale... cogeme... cogeme- le decía sintiendo ya la proximidad de mi orgasmo.
Quería acabar con él, mojarme con él, gozar con él, ser por ese momento uno solo, una sola entidad, única, indivisible. Mirándome a los ojos Awekonosecuanto aceleró sus embistes, suspirándome en la cara, envolviéndome con sus gemidos y jadeos. Yo también acelere los míos meciéndome con él, hamacándonos ambos en pos de un mismo objetivo, el cual no tardó en llegar sumiéndonos en una marea de placer y lujuria totales. Me desarmé entre sus brazos, debajo de su cuerpo, sepultada por esa mole de casi dos metros que me había dado la cogida del siglo.
-¡¡¡Ufff... gracias...!!!- alcance a decirle con un hilo de voz luego de los consabidos jadeos.
-Jaja... ¿gracias por qué?- quiso saber.
-Por cogerme- le respondí con una sonrisa rebosante de felicidad.
-¿Entonces, satisfecha con... el tamaño?-
-Jaja... por demás... no creí que me entrara... Pero se ve que ésta (acariciándome la concha) también sentía curiosidad-
Me empapé la mano con los fluidos que habían destilado de mi interior, y le agarre la pija, ya sin el forro, no estaba fláccida como cabría de esperar, sino que se mantenía en un estado que podríamos decir de vigilia. La aprisione con mis dedos, sin llegar a envolverla del todo, y me puse a pajearlo suave y cadenciosamente.
-No me digas que querés mas- se sorprendió.
-Siempre quiero más...- le asegure sintiendo ya ese cautivante endurecimiento.
Una nueva chupada y ya estuvo listo para volver a entrar en acción. Él estaba recostado a mi lado, de modo que tras ponerle un nuevo forro, me puse de costado, lo atraje hacia mí y levantando una pierna por sobre las suyas lo guíe hacia mi puertita trasera, apoyé el grueso y oscuro glande en las ceñidas puertas, y me lo fui acomodando adentro, reculando siempre hacia atrás. No entra. No importa, me digo, me escupo abundante saliva en la mano, la esparzo por todo el hinchado capuchón de carne y me lo vuelvo a acomodar en la puerta del culo. Ahora sí, con su empuje y con el mío, la cabeza logra entrar, pero solo la cabeza, nada más, ni un pedacito extra, igual con eso me conformo, tampoco busco que me reviente el orto, (más de lo que ya está...jaja) así que me deslizo en torno a ese portentoso ariete de carne y sangre, disfrutando el ardor que me produce, sintiendo como se me revuelven las tripas por dentro aunque no me esté metiendo más que la puntita.
Un nuevo polvo nos sacude, intenso, brutal, impactante... pero no me quedo a recibirlo, me doy la vuelta, le saco el forro y manejando el morcillón a mi antojo, le doy un par de bombeadas, lo sacudo fuertemente y me dejo empapar por un torrente espeso e inagotable. La leche, leche de macho... de macho negro, se me derrama por la cara, por el cuello, por las tetas, por la panza, cuando me miro al espejo me doy cuenta también que un lechazo me dibuja una gruesa línea blanca en el pelo. Me río sin dejar de masajear ese garrote de ébano que poco a poco y entre mis dedos va perdiendo consistencia.
Se levanta, me toma de la mano y me lleva al baño. Allí nos duchamos, entre besos, caricias y enjabonadas mutuas.
Ya son casi las diez de la noche cuando salgo de su departamento. Al pasar por la guardia me despido del vigilante con un entusiasta "bye bye", agitando la mano enfrente suyo, asegurándome de que vea bien mi anillo de casada. Cuando ya estoy fuera me pregunto que pensara al verme salir del departamento del diplomático africano después de casi cuatro horas y con el pelo mojado. ¿Vos que pensarías?
Llegue desnuda, ya que en el trayecto fui dejando por el piso la poca ropa que me quedaba puesta. Dentro ya de aquel Santuario rebosante de sensualidad y erotismo, volvimos a besarnos con jugosa avidez, comiéndonos prácticamente las bocas, yo de puntas de pie y el agachándose en exceso, hasta que creí flotar en el aire, para cuando me di cuenta él me sostenía con sus enormes manos, levantándome unos cuantos centímetros del suelo. Dios mío, me dije entonces, de ésta no salgo entera.
Sin dejar de besarnos nos recostamos en la cama, acariciándonos, metiéndonos manos por doquier, chupándonos, lamiéndonos, hasta mordiéndonos incluso. De a poco me fui acomodando hasta quedar en cuatro, mientras mi "amante de la África del Norte" se colocaba un preservativo que le quedaba ceñido en la parte superior de la pija. Se puso tras de mí y midió distancias, con su verga oscilando siempre en torno a mi expectante conchita. Al vernos en el espejo, se me vino a la mente la imagen de un semental, de un corcel presto a servir a su hembra. Se alzó sobre sus piernas como un burro desquiciado y me la metió, bah, no me la metió de una, sino que apoyó la punta entre mis gajos y comenzó a empujar, y entre su empuje y mi absorción, un pedazo más que considerable fue encontrando su lugar, acomodándose entre mis aterciopeladas paredes, las que lo atraparon sin darle ya posibilidad de escapatoria alguna. Cuando entró toda, me sentí llena, colmada, rebosante de pija y de placer. Lleve una mano hacia atrás para acariciarle los huevos y sentir la energía, la furia de su virilidad y... ¡CHAN! No me había entrado toda como creía, recorrí con mis dedos lo que todavía estaba afuera y comprobé enmudecida que "apenas" me había metido un poco más de la mitad, y ya me sentía a punto de estallar. Pero obvio que no me iba a conformar con disfrutar solo una parte de tan ominosa herramienta, la quería toda, y toda la iba a tener aunque me llevara un desgarro en el intento. Fui yo quien comenzó a moverse atrás y adelante, sintiendo como me vaciaba y enseguida me volvía a llenar a medida que la ominosa verga me recorría de un extremo a otro... era yo la que provocaba los embates contra su cuerpo, buscando con todas mis ansias darle completo refugio en mi interior.
Me quede quieta un momento, deleitándome con las plácidas convulsiones de mi intimidad, cuando siento que, alzado todavía sobre sus pies, me toma con ambas manos de los hombros y empieza a moverse ahora él, dentro y fuera, arremetiendo con un ritmo firme y sostenido, enérgico, cautivante... ¡Que pedazo de verga por Dios! Aunque amenazara con dejarme como un colador la disfrutaba a full, la sensación de estiramiento que me producía era por demás deliciosa, poniéndome en todo momento al borde del desgarro, pero aun así, aunque me rompiera toda, no estaba dispuesta a pedirle compasión. Si mi destino era terminar desmembrada por aquella máquina de demolición, que así fuera.
Tras unos cuantos ensartes, pletóricos de ímpetu y vigor, Awekonosecuanto se dejó caer con las rodillas clavadas en el colchón y aferrándome de la cintura con una mano, de los pelos con la otra, me empezó a dar como si no tuviera fondo, pero sí lo tengo y cada clavada, cada golpe en las paredes de mi útero, me repercutían hasta en el alma. Dolía sí, pero se trataba de un dolor plácido, sensual, estimulante, el sacrificio justo que tenía que pagar para disfrutar de semejante hermosura. Una, dos, tres... una interminable sucesión de metidas y sacadas, ahora si bien profundas y certeras, con todo lo que tenía, con toda su carne, con toda esa negritud inmensa, pletórica de venas y vigor que laceraba mi propia carne con embistes cada vez más acelerados. Tuve que pedirle por favor que parara... sí, por primera vez le pedí (le imploré) a un hombre que dejara de cogerme. La concha se me antojaba un agujero sin fondo, profundo, desangrado, pero no era sangre lo que me brotaba, sino los jugos y fluidos de la cogida.
El desgarro tan temido (y ansiado) no se había producido y aun así me sentía toda rota, abierta, desfondada, la concha se me abría como un cráter amplio y vasto que se negaba a cerrarse aunque ya no tuviera nada adentro. La pija del dignatario africano se quedó oscilando en el aire, humeante, poderosa, encendida de lujuria. Ahí, fuera de su vaina, con el forro cubriéndole apenas una tercera porción de su tamaño, como si fuera el capuchón de una birome, se revelaba en todo su esplendor la diferencia abismal entre uno y otro, una diferencia de 10 a 1... Aun así me sentía sumamente complacida de poder disfrutar tan apetecible banquete.
Le saqué el forro de un tirón y volví a chupársela, le chupaba la cabeza, gorda, negra, caliente y le lamía todo el resto. Le puse otro forro y me recosté de espalda en la cama, él se acomodó entre mis piernas bien abiertas, dirigiendo el ariete oscuro hacia su ya bastante enrojecido objetivo. Me escupí abundante saliva en los dedos y me la esparcí por la concha, por sobre mis labios, que una vez más tendrían que soportar aquel delicioso flagelo. Aunque la concha no se me había cerrado todavía, de nuevo volvía a sentir ese estiramiento, esa tensión, ese desborde de carne y virilidad que yo misma había buscado.
-¡La tenés... enorme!- alcancé a suspirar cuando volvía a metérmela, esta vez sin pausa alguna, yendo directo al fondo de un solo y preciso empujón -¡...enorme...!- repetí disfrutando del completo y absoluto llenado de mi intimidad, volviéndome a sentir repleta de carne, al borde de la rotura.
Veía como aquel inmenso objeto me entraba y salía en toda su colosal extensión, y no podía creer que pudiera caberme entero. Pero me cabía. Era como si todas las pijas anteriores, todas las que probé hasta entonces, hubieran preparado el terreno para lo que estaba recibiendo en ese momento...
Sosteniéndose con brazos y piernas, Awekonosecuanto arremetía contra mi cuerpo sin consideración alguna, advertido sobre lo que podía llegar a aguantarme, ya no tenía reparos en darme con todo lo que tuviera... y la verdad, yo tampoco los tenía en recibirlo.
Desde abajo me impulsaba contra él, buscando ese golpe, ese estremecimiento que me arrancaba de mi cuerpo y me revoleaba por los aires, golpeándome cada vez con más ahínco, con más ímpetu. Sin pedirle esta vez clemencia alguna, acariciaba sus músculos, me bebía su aroma lamiendo las gotitas de sudor que bañaban su piel negra y brillante... aterciopelada. Lo besaba mordiendo sus gruesos labios, saboreando su lengua, su saliva, sus dientes, me hundía con él en un abismo oscuro y profundo del cual no quería salir jamás.
-Si... así... seguí... no pares... si... dale... cogeme... cogeme- le decía sintiendo ya la proximidad de mi orgasmo.
Quería acabar con él, mojarme con él, gozar con él, ser por ese momento uno solo, una sola entidad, única, indivisible. Mirándome a los ojos Awekonosecuanto aceleró sus embistes, suspirándome en la cara, envolviéndome con sus gemidos y jadeos. Yo también acelere los míos meciéndome con él, hamacándonos ambos en pos de un mismo objetivo, el cual no tardó en llegar sumiéndonos en una marea de placer y lujuria totales. Me desarmé entre sus brazos, debajo de su cuerpo, sepultada por esa mole de casi dos metros que me había dado la cogida del siglo.
-¡¡¡Ufff... gracias...!!!- alcance a decirle con un hilo de voz luego de los consabidos jadeos.
-Jaja... ¿gracias por qué?- quiso saber.
-Por cogerme- le respondí con una sonrisa rebosante de felicidad.
-¿Entonces, satisfecha con... el tamaño?-
-Jaja... por demás... no creí que me entrara... Pero se ve que ésta (acariciándome la concha) también sentía curiosidad-
Me empapé la mano con los fluidos que habían destilado de mi interior, y le agarre la pija, ya sin el forro, no estaba fláccida como cabría de esperar, sino que se mantenía en un estado que podríamos decir de vigilia. La aprisione con mis dedos, sin llegar a envolverla del todo, y me puse a pajearlo suave y cadenciosamente.
-No me digas que querés mas- se sorprendió.
-Siempre quiero más...- le asegure sintiendo ya ese cautivante endurecimiento.
Una nueva chupada y ya estuvo listo para volver a entrar en acción. Él estaba recostado a mi lado, de modo que tras ponerle un nuevo forro, me puse de costado, lo atraje hacia mí y levantando una pierna por sobre las suyas lo guíe hacia mi puertita trasera, apoyé el grueso y oscuro glande en las ceñidas puertas, y me lo fui acomodando adentro, reculando siempre hacia atrás. No entra. No importa, me digo, me escupo abundante saliva en la mano, la esparzo por todo el hinchado capuchón de carne y me lo vuelvo a acomodar en la puerta del culo. Ahora sí, con su empuje y con el mío, la cabeza logra entrar, pero solo la cabeza, nada más, ni un pedacito extra, igual con eso me conformo, tampoco busco que me reviente el orto, (más de lo que ya está...jaja) así que me deslizo en torno a ese portentoso ariete de carne y sangre, disfrutando el ardor que me produce, sintiendo como se me revuelven las tripas por dentro aunque no me esté metiendo más que la puntita.
Un nuevo polvo nos sacude, intenso, brutal, impactante... pero no me quedo a recibirlo, me doy la vuelta, le saco el forro y manejando el morcillón a mi antojo, le doy un par de bombeadas, lo sacudo fuertemente y me dejo empapar por un torrente espeso e inagotable. La leche, leche de macho... de macho negro, se me derrama por la cara, por el cuello, por las tetas, por la panza, cuando me miro al espejo me doy cuenta también que un lechazo me dibuja una gruesa línea blanca en el pelo. Me río sin dejar de masajear ese garrote de ébano que poco a poco y entre mis dedos va perdiendo consistencia.
Se levanta, me toma de la mano y me lleva al baño. Allí nos duchamos, entre besos, caricias y enjabonadas mutuas.
Ya son casi las diez de la noche cuando salgo de su departamento. Al pasar por la guardia me despido del vigilante con un entusiasta "bye bye", agitando la mano enfrente suyo, asegurándome de que vea bien mi anillo de casada. Cuando ya estoy fuera me pregunto que pensara al verme salir del departamento del diplomático africano después de casi cuatro horas y con el pelo mojado. ¿Vos que pensarías?
25 comentarios - Ebano y marfil (2da parte)
Comentar es agradecer, la paja es extra
Muuuy caliente!
Me encanto!
Gracias por compartir
Mary como te dije ahora estoy leyendo tus relatos más antiguos, y para variar son de lo mejor, ERES UNICA, LA REINA!!
Me requete encanto y calentó...FELICITACIONES querida!! +10